Si en las circunstancias actuales no resultase tan trágica,
esta frase que tantas veces he escuchado a Iñaki Gabilondo. "los
economistas, a veces, predicen el pasado", podría resultar incluso
graciosa. Pero en medio de tanto dolor y tanta miseria es difícil
esbozar siquiera una sonrisa en todo aquello que tiene que ver con el
dinero, el trabajo o el bienestar.
Hoy he amanecido con la reseña del primer informe
independiente sobre la crisis que azota desde hace más de un lustro a los
países de la Unión Europea, especialmente a los del sur. Un informe que
viene a concluir que quien ha diseñado las medidas contra la crisis no ha
tenido en cuenta o no ha sabido evaluar -quizás no ha querido hacerlo- las
consecuencias que iban a tener sus planes en el empleo.
Una vez más se demuestra con ello que la Economía se diseña
en los despachos tal y como ensayan las guerras los estados mayores de los
ejércitos en salas con grandes mapas, soldaditos y maquetas, con resultados
que, luego, en nada se parecen a la realidad. Algo que se repite una y otra vez
porque se descarta el sufrimiento de la tropa o el de los parados y que resulta
tan claro como que, de tenerlos en cuenta, nadie iría a la guerra, porque nadie
la declarar si tiene la más mínima sospecha de que la va a perder.
Quienes toman las decisiones, las toman en la soledad de sus
despachos, desde el pedestal de su soberbia, con el oído regalado, y ojalá
fuese sólo el oído, por aduladores interesados que acuden al ascua que se quema
en ellos para arrimar las sardinas de sus negocios. Cómo explicar, si no,
todas esas grandes obras públicas, llevadas a cabo al abrigo de lo público,
presuntamente para beneficio de los ciudadanos, y que, al final, se
revelan como grandes fiascos, planificados con cálculos exagerados y nada
realistas que han sembrado nuestro paisaje de trenes de alta velocidad
vacíos, circulando por líneas que han resultado redundantes, tan vacíos
como demasiadas estaciones de esas líneas. Trenes de alta velocidad
vacíos y ruinosos, mientras se cierran líneas que, no sólo pasan por el
territorio, sino que se detienen en los pueblos y llevan y traen de ellos
la vida tan necesaria para cualquier comarca de cualquier país que se tenga por
tal.
Pero no se trata sólo el AVE, convertido en cartel
electoral casi único, como el dispendio en fiestas se convierte en algunos
pueblos en el mayor logro de los alcaldes avispados. También encontramos, en
Castellón y Murcia, sendos aeropuertos que no han visto y probablemente nunca
vean un avión en sus pistas, construidos "a lo loco", con cargo al
dinero de todos y a mayor gloria del político de turno, que nunca acaba
por pagar de su bolsillo estos desmanes presupuestarios.
Y llegamos al capítulo de las carreteras, concretamente al
de las desoladoras autopistas radiales y de peaje, sembradas en torno a Madrid,
redundantes en muchos casos con autovías de acceso libre, hijas de los delirios
faraónicos del PP madrileño, construidas mediante concesión por empresas
privadas que se hubiesen forrado en caso de que hubiesen resultado como
esperaban, pero que incluían, para ellos, la salvaguardia de la
responsabilidad patrimonial del Estado, que, ahora que se ha desvelado lo
ruinoso de la inversión, tendrá que hacerse cargo de estas autopistas sin
coches, puesto que sus concesionarios harán uso de la "dación en
pago", ante la imposibilidad cobrar la deuda de quienes las explotan.
Curioso concepto de justicia éste, de quien perdona la deuda
a los poderosos concesionarios de estas obras mal planificadas y no acepta la
misma dación en pago de quien, al igual que ellos, tampoco acertó con los
cálculos de futuro. Está claro que el Gobierno prefiere hacerse cargo de
autopistas sin coches, antes que permitir que las víctimas de desahucios
salden su deuda con los bancos entregando el piso que no pueden pagar.
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