jueves, 31 de octubre de 2019

PUEDEN CONTAR CONMIGO


A estas horas, cuando ya sabemos con una certeza casi absoluta que todos esos carteles pegados en barrios madrileños con inclinación a votar a la izquierda, carteles en los que se empuja a los votantes que pudieran estar desengañados por el PSOE o por Podemos a dejar de votarles, están pagados por personajes claramente conectados con el Partido Popular, a esta hora sólo puedo acordarme de esos días convulsos de mediados de los setenta, cuando los GRAPO sembraban el terror, trabajando en contra del control que la izquierda, el Partido Comunista principalmente, estaba tomando de la calle, a través de los movimientos vecinales y obreros. Recuerdo claramente como el bulevar de Vallecas apareció cubierto de octavillas nada clandestinas en su formato, apenas les faltaba el registro del depósito legal y el nombre de la imprenta, en las que se pedía el apoyo al no menos sospechoso PCR, Partido Comunista Reconstituido, octavillas que más que sospechosamente se habían sembrado en las mismas narices de los "landrovers" de los grises.
Por qué aquello me recuerda a esto, os preguntaréis, porque el escenario de ambos hechos es más o menos el mismo y, sobre todo, porque el fin que persigue es idéntico, desconcertar a los simpatizantes de la izquierda, apelando al purismo o a la radicalidad tan "resultones" en ese sector de la población, buscando la dispersión del esfuerzo o, en todo caso, su desmovilización. Dudo que aquellos panfletos sirvieran para algo hace cuatro décadas y dudo que, una vez descubiertos, sirvan para algo estas campañas en las calles o en Facebook. Lo dudo, pero no me conformo con dudarlo, porque creo que cosas como estas se deberían castigar y que el promotor debería pagar por ello.
De momento y a la espera de que la lentitud de la justicia acabe castigando a los responsables, dentro y fuera del PP, creo que deberíamos arrancar con rabia esos carteles o exigir a los ayuntamientos que lo hagan, pero creo que de donde deberíamos arrancarlos es de nuestra conciencia y de la de nuestro entorno, haciendo ver a amigos y familiares que, dado que si el PP es capaz de gastarse el dinero que se ha gastado en esta falsa campaña y capaz de arriesgarse a una remota sanción de la Junta electoral, quienes creemos que el PP, con sus regalos fiscales a los ricos y sus recortes de servicios y derechos a todos los demás, no debería volver a gobernar en España, como nunca debería haber conseguido el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, quienes no queremos que se vuelvan a pisotear nuestros derechos ni agrandar la desigualdad en nuestro entorno, deberíamos reafirmarnos en lo que votamos y queremos volver a votar, porque lo que persiguen es arrancar nuestros votos, aunque sean unos pocos, para alterar el resultado y propiciar otra vez que Vox decida y condicione el futuro de nuestras vidas.
No les hagamos ese regalo y no nos quedemos en casa. En Andalucía lo consiguieron y por eso Juan Manuel Moreno Bonilla, con los peores resultados que nunca haya tenido el Partido Popular allí es ahora presidente de Andalucía, con el apoyo de Ciudadanos y, lo que es peor, Vox.
Muchos, demasiados, votantes de izquierda andaluces "se la cogieron con papel de fumar en aquellas elecciones. No repitamos la exquisitez ahora y aunque creas que los errores pasados justificarían una abstención no cometas tú el error de posibilitar un gobierno de derechas, con unos cuantos votos de menos a la izquierda lo conseguirían, por eso, aunque sea tan tentador, castigarles con tu abstención, aunque ese "no contéis conmigo" sea tan sugerente, piensa por un momento lo que supondrían otros cuatro años con el PP y sus socios. Yo, pese a todo, digo alto y claro que "pueden contar conmigo". otra vez.

miércoles, 30 de octubre de 2019

PROFANACIONES



Dice Cayetana Álvarez de Toledo, hoy en EL PAÍS que la exhumación de los restos del dictador de la basílica del Valle de los Caídos fue una profanación porque, aunque la llevó a cabo el gobierno con el visto bueno del Supremo y ejecutando una ley aprobada por el Congreso, fue contra la voluntad de la familia Franco. Pues bien, me gustaría darle a esa estirada mujer,  de corazón de hielo para más señas, incapaz de ponerse en la piel de alguien que no sea de su privilegiada clase, la interminable lista de las familias que siguen sin encontrar los restos profanados de sus muertos, arrancados de la primera tierra en que reposaron, casi siempre sin nombre, para ser apilados en cajas, en húmedas criptas, y dar así sentido al megalómano proyecto del tirano en la sierra madrileña, coronado por una enorme cruz de cemento que más parece una espada clavada sobre los restos de sus víctimas. Me gustaría facilitar esa lista a la "poli mala" del PP, de eso presume en la entrevista, pero me temo que no me daría una vida, la única que tengo, para hacer la nómina de tanto muerto sin tumba y tanto crimen impune.
Habla Álvarez de Toledo de profanación y yo me detengo en otra, para mí más grave, la del recinto que yo creía sacrosanto de la universidad, "tomado" ayer por energúmenos encapuchados con el fin de impedir que alumnos y profesores pudiesen recibir e impartir las clases, dando así la sensación de que la huelga convocada por la independencia alcanzase un seguimiento que, sin esa coacción, sin esa violencia sorda de mesas y pupitres apilados contra las puertas, de capuchas y embozos, no hubiese tenido nunca el seguimiento que tuvo en la Pompeu Fabra y no en aquellas en las que hubo libertad de movimientos.
Sin embargo y siendo esto muy grave, más lo fue la actitud cobarde de muchos claustros, entregados a la estrategia y el ideario de estos jóvenes airados por la independencia y poco más, que no saben muy bien por qué hacen lo que hacen, como demostró una presunta representante de los violentos que, en mi opinión apenas podría haber puesto voz a la clase de los elefantes de la escuela infantil de mi nieta y que con la barricada de enseres al fondo consiguió sus quince minutos de gloria en la tele, que, como ayer ya apuntaba en este blog, parece ser la meta de muchos independentistas.
Lo cierto, a la vez que muy triste, es que los claustros de las universidades catalanas se han perdido el respeto a sí mismos. entregándose a las caprichosas exigencias de todos los "millanastrays" de turno que les exigen prebendas y facilidades para quienes sirvan activamente a la causa, al parecer sagrada, de la independencia. Me cuesta creerlo, sobre todo habiendo vivido los últimos años del franquismo en una universidad bien distinta de la que ayer vi en Barcelona, porque aquella universidad era más libre y más universal, porque en ella no ningún profesor lanzaba huevos a quien sólo daba su opinión contra la violencia ante las cámaras, frente al rectorado. Yo recuerdo sentirme libre dentro de algunas facultades, no todas, protegido por decano y profesores de los grises, la policía franquista, que las rodeaba a caballo. Por eso, mi inteligencia no puede tolerar lo que vi ayer, un campus cerrado por el rector "por orden" de unos pocos estudiantes. Tampoco lo que se avecina, la supresión de parciales y quién sabe si el aprobado general para los "héroes" de la revuelta, sin respetar el esfuerzo de quienes estudian todo el curso, quizá simultaneando esfuerzos con un trabajo para poder pagar la matrícula.
Harían bien esos rectores y profesores que llevan años abonando su "huertecito" en el tóxico jardín universitario, un huerto en el que arraigar su carrera, vigilados siempre por quienes permitirán, o no, que florezcan, sus compañeros vigilantes y guardianes de la causa.
Harían bien todos estos profesores y rectores egoístas y acobardados en ver la magnífica película de Alejandro Amenábar, en la que se habla de otros profesores, de otra universidad y de otra revuelta, un golpe de Estado, al que algunos supieron y quisieron resistirse, al menos en lo que a su propia dignidad atañía, resistiéndose a la profanación del templo del saber con aquel, legendario o no, "venceréis, pero no convenceréis" atribuido a Miguel d Unamuno. 

martes, 29 de octubre de 2019

SALIR EN LA TELE



Qué sabio es eso de decir "que hablen de ti, aunque sea bien", con esa irónica frase se pone de relieve que lo que importa no es el fondo de las cosas, ni siquiera llevar la razón o no, sino que lo realmente importante es el ruido que cada uno sea capaz de hacer. A su manera, Elisenda Paluzie, presidenta de la Asamblea Nacional de Cataluña, uno de los dos volantes de inercia de los que el independentismo se sirve para controlar el ritmo de su "procés", la expresó ayer, cuando, en una entrevista en TV3 -la televisión que, según los CDR, no manipula como la española, a pesar de que emita programas de humor mientras arden las calles en Barcelona o permita que se compare en otro de sus programas a los mossos d'esquadra con perros- y esta señora la expresó cuando supo ver en esas barricadas, con esos heridos y esos destrozos, había algo de positivo y lo positivo de esa violencia es que, gracias a ella, el conflicto ha aparecido en la agenda de los medios internacionales. O lo que es lo mismo, se está, hablando, aunque mal, de lo suyo.
Que hablen de la independencia aunque sea mal, que hablen de su trenes saboteados, de su aeropuerto tomado, de sus carreteras cortadas, de sus universidades cerradas, de sus calles asoladas, de su policía apedreada, de todo lo horrible e indeseable que está pasando, si, a cambio, se habla de independencia, del sueño de una  parte de los catalanes, menos de la mitad, frente a la otra parte que ni se manifiesta ni  vota a sus partidos. Eso es lo que quieren: salir en la tele, que salgan en la tele sus jóvenes y sus no tan jóvenes apedreando agentes, destrozando los furgones que pagan entre todos, quemando coches, semáforos y contenedores de basura que con su trabajo o con sus impuestos pagan entre todos, quemando en una noche árboles que tardan décadas en alcanzar el porte que tenían cuando ardieron. Que hablen, aunque no sea de la independencia, sino de lo difícil que es llegar a una de las ciudades más hermosas de Europa, lo incómodo o peligroso que es alojarse en alguno de sus hoteles o lo imposible de pasear por ella en determinados días a algunas horas. 
No se habla de independencia, se habla de incidentes. Tampoco se habla de que los jóvenes necesitan en Cataluña lo mismo que en Madrid o Badajoz: trabajo y becas. No se habla de qué obtendrían, más allá de la independencia, si es que la consiguen. No se habla, quizá porque no se sepa o no se quiera pensar en ello, porque serían los mismos que incendian las calles o quienes les alientan a ello o, como mínimo les perdonan por hacerlo,  los que cierran las universidades a capricho de los CDR, sin importarles el futuro de quienes pagan matrículas carísimas, las más caras de toda España, les van a gobernar quienes no se preocupan de otra cosa que de la independencia y su coreografía, los que reduzcan el mundo a los pocos países que aún les miran con simpatía, aunque habiten en la extrema derecha, en el neofascismo que, curiosamente, atribuyen a lo que, despreciativamente, llaman Estado Español.
No quieren pensar en ese día siguiente. No quieren pensar en el futuro. No quieren ni siquiera pensar, les basta con coreografiar la próxima marcha, escoger los próximos cortes de carretera y trenes, los próximos boicots o con incluir en la siguiente lista de botiflers al primero que, al contrario que ellos, se atreva a pensar por si mismo. Lo demás apenas importa. Basta con salir en la tele, aunque sea así, de este modo tan poco edificante.

viernes, 25 de octubre de 2019

NO FUE UN FUNERAL DE ESTADO



Después de todo lo visto ayer, después de contemplar a través de las imágenes esa enorme explanada barrida por el viento del noroeste. silenciosa y vacía, cruzada apenas por el exiguo cortejo familiar que había autorizado el gobierno, con el féretro del abuelo dictador a hombros, después de esa digna y respetuosa soledad garantizada por el gobierno, no me explico de qué se quejan unos y otros, por qué hablan de un segundo y solemne funeral, cuando no había otra forma más discreta de hacerlo, sin ofender a la familia. Quizá sacar al dictador de noche, en un furgón funerario sin más, sin testigos, sin cámaras, sin publicidad, a escondidas, como quizá se merecía el dictador, pero no como un gobierno que pretenda hacerse respetar debería haberlo hecho.
No hubo banderas, no hubo imágenes morbosas de la exhumación y la reinhumación de los restos del dictador y, si dentro de unos días las hay, será porque la genética se impone y los genes heredados de los Martínez Bordiú lleven a alguno de los deudos a traficar con imágenes robadas de las ceremonias, como ya hizo el siniestro marqués de Villaverde con las de la agonía de su no menos siniestro suegro, ensartado por cables y tubos, muerto en vida ya en una cama del Hospital La Paz.
Todo lo que podría haber perturbado esa digna sobriedad le fue requisado a la familia poco antes de la exhumación, los móviles con que grabar esos momentos y la bandera que ya no es de España con que hubiesen querido sacar el féretro de la basílica, quedaron a buen recaudo en manos de los encargados de la seguridad del acto.
No hubo imágenes y no hubo uniformes. Tampoco música, no hubo honores. Sólo la digna sobriedad imprescindible. Sí hubo cobertura periodística desde el exterior y fue esa cobertura, excesiva como todo lo que toca la televisión, imágenes de la espera en el exterior de la basílica, trufadas de un sinfín de entrevistas, pocas veces acertadas, con las que rellenar los tiempos muertos y ordenar la emisión de la publicidad. De modo que, si hubo exceso, si aquello pudo parecer lo que nunca fue, un funeral de Estado fue gracias a la televisión que se invita sin la mesura que debiera a todo cuanto pueda ser considerado un "hecho histórico".
Pese a todo quienes llevan meses en campaña electoral no renunciaron, cómo podrían renunciar a ello, a hacer electoralismo. Los unos, para insistir en que no era necesario sacar al dictador de su mausoleo, los otros, para acusar a quien, después de cuarenta y cuatro años de anomalía democrática, se atrevió por fin a apearlo de una dignidad que nunca mereció. Lo de los primeros, la derecha más o menos extrema, hijos en gran parte del tronco común de aquel partido formado por Fraga, ministro de Franco, herederos, algunos, de fortunas amasadas al calor del saqueo y la represión reinantes durante décadas en este país, es explicable. Lo de los otros no.
Porque no tiene  sentido que EH Bildu, Esquerra y el partido de Puigdemont pidan explicaciones a la ministra Delgado, imagen ayer de la dignidad, la sobriedad y la firmeza requeridas, por haber propiciado ayer la exaltación del franquismo o por haber regalado un segundo entierro solemne al odiado dictador. Un coro reclamante al que se unió también Pablo Iglesias, olvidando que, casi a las mismas horas, la Cadena SER documentaba el pasado falangista, número tres llegó a ser, imágenes de sus marchas al Valle de los Caídos incluidas, del todavía responsable de Educación del ayuntamiento de Móstoles, impuesto por Podemos, lo que quizá explica la negativa de Podemos en la localidad madrileña a forzar la destitución de la polémica Noelia Posse.
Creo que ni unos ni otro tienen razón, que habla por ellos ese electoralismo del que acusan a Pedro Sánchez, porque aquello no fue, de ninguna manear, un segundo funeral de Estado para el odiado dictador. Fue una ceremonia necesaria que los españoles, no Franco ni su familia, nos merecíamos.

jueves, 24 de octubre de 2019

ELECTORALISMO FÚNEBRE


Quién me iba a decir hace unos meses que el autoconsiderado líder de la izquierda española Pablo Iglesias, guía del pensamiento, también por propia iniciativa, de esa izquierda se sentiría incómodo con el desahucio de los restos de Franco de su mausoleo en la sierra del Guadarrama ¿Será porque le gustaba tener de vecino el cadáver del dictador, Galapagar está más cerca de Cuelgamuros que de El Pardo, será que no quiere remover el pasado, será que ahora cree en aquella reconciliación, en aquella bendita amnesia que sirvió para que los demócratas olvidásemos a los excesos de aquellos verdugos que mataron, torturaron, encarcelaron y robaron a sus víctima de todos los colores, a lo largo de casi cuarenta años, mientras que ellos, los verdugos, jamás olvidaron los números de las cuentas en las que fueron escondiendo el resultado de su rapiña, robada directamente, comprada con el miedo como intermediario, o arrancada del sudor de los presos, cautivos decían, que durante años vieron marchitar sus vidas en penales y campos de trabajo inmundos?
Yo pensé que cualquiera que quisiera cerrar la cuanta de tantos años de dolor, cuarenta años de rabia contenida, de miedo y de humillaciones, se felicitaría por este gesto simbólico, aliviar la humillación de quienes, después haber sido asesinados en el campo o junto a las tapias de cualquier cementerio y arrojados sus restos en cunetas y fosas comunes, después de todos esto fueron removidos de la tierra, anónima o no, en la que descansaban para servir de escolta forzosa de su asesino. Lo pensaba, pero me equivocaba, porque no fui capaz de calcular hasta dónde puede llegar la miseria humana, hasta qué punto un político con más de gurú que de demócrata, puede rebajarse para tratar de arrebatar unos votos que se convierten en escaños y estos en sueldos y subvenciones para su partido.
Gracias a Pablo Iglesias lo he sabido. La primera vez que escuché sus reproches a la exhumación creí que había oído mal que, como mucho, había sido un "calentón", u exceso verbal de quien lleva ya años enredándose y tratando de enredarnos en la demagogia, Sin embargo y por desgracia, he podido comprobar cómo se revolcaba en lo que pensé que era un error, acusando a Pedro Sánchez de hacer electoralismo con la exhumación del dictador a pocas fechas de las elecciones. Después de muchas vueltas he llegado a la conclusión de que lo de Iglesias son simples y miserables celos. Celos de haber estado sentado en la mesa del Consejo de Ministros que dio el visto bueno con fecha y hora a este traslado que cierra o abre, como se prefiera, una nueva etapa de la Historia de España. Su partido podía haber formado parte de ese gobierno, pero tres ministerios y una vicepresidencia le parecieron poco para Podemos.
Cree Iglesias que la culminación del proceso iniciado por el Congreso hace muchos meses, a las que ningún gobierno democrático se había atrevido, es un acto electoralista, porque la salida de la momia del dictador de tan ominosa cripta podría reportar a Pedro Sánchez réditos electorales. Iglesias olvida o, mejor dicho, oculta a quienes le escuchan que la fecha no es elegida sino el resultado de un largo, larguísimo y cansino, trámite judicial en el que los monjes que hasta hoy custodiaban los restos del dictador, haciendo una suculenta "caja" por ello, o el abogado de carísima minuta de la familia del tirano, hijo de un ministro falangista de Franco y cuñado de Alberto Ruiz Gallardón, resuelto por el Tribunal Supremo a favor del Gobierno una y otra vez hace apenas unos días.
Es lamentable por tanto que alguien que dice defender a la izquierda, alguien que presume de estar con las víctimas de Franco, alce su voz para sumarla al coro de quienes no estuvieron ni están de acuerdo con que esto, el desalojo del cabecilla de los asesinos del lugar donde reposan sus víctimas pudiese llevarse a cabo. Dice Iglesias que no había prisa, debe confiar en que la derecha, ojalá, no va a ganar las elecciones, pero, como yo no me fío y menos si que lo haga la izquierda depende de él, prefiero y aplaudo la prisa de Sánchez. Oponerse al traslado desde izquierda que por tres veces ha impedido que gobierne la izquierda, eso sí es electoralismo, electoralismo del peor y del más fúnebre.

martes, 22 de octubre de 2019

REVOLUCIÓN Y BASURA


De todo lo que he visto y oído estos días en relación con los incidentes de Barcelona, horas y horas de televisión, gritos, consignas, sirenas, llamas, piedras, escopetazos y cohetes, lo que, quizá, me haya llamado más la atención han sido las palabras y los gestos de la gente de a pie, especialmente la que se  enfrenta a pecho descubierto a violentos enmascarados, envueltos muchas veces su bandera, esa misma bandera que unos y otros cuelgan de su balcón en ocasiones señaladas.
Recuerdo especialmente el incidente ocurrido entre un grupo de violentos, dispuestos a apedrear a los antidisturbios, frente a los que una mujer a cara descubierta les gritaba "así no, así no" y la respuesta de uno de esos energúmenos que le dijo que "aquello era una revolución y no una fiesta". Sin querer, aquel enmascarado, nos estaba diciendo que las marchas y las concentraciones pacíficas que llevan a cabo los independentistas, probablemente esa mujer entre ellos, están de fiesta y que son ellos, con sus piedras y sus barricadas, quienes está haciendo la verdadera revolución.
Extraña revolución esa que convierte una ciudad, una de las más hermosas y amables que conozco, en un campo de batalla lleno de humo y escombro, sin conseguir nada a cambio, salvo el pavoneo ante los colegas quien se ha creído héroe por unas horas y las descargas de adrenalina que tan buenas son para un corazón joven y fogoso, si es que lo soportan.
Es de agradecer que en medio de estos altercados aparezca gente como esa mujer o como la que horas después de la batalla campal en la plaza de Urquinaona proclamaba su derecho a pasear por su barrio, sembrado de cascotes y llamaba burros a los enmascarados porque, siguió explicándoles, serán ellos quienes pagándolo y no quienes se esconden detrás de ellos, que nunca pisarán la cárcel. Sabias palabras, las de esta mujer, dichas desde la emoción t la rabia que dan idea de lo que debe estar pasando la gente de a pie en Cataluña. 
Esta mañana el sonido que nos golpeaba en la conciencia es el de un vecino de Reus que comparte edificio con la sede del PSC y que, cuando regresaba de pasear a su perro, se encontró el portal de su casa bloqueado por la basura con que los catalanes bienpensantes, los que siguen las consignas para no equivocarse, habían decidido castigar a los socialistas. "En mi casa no", les gritaba, mientras uno de los "basureros" inversos acabó por añadir ·tiene razón".
Es esa otra de las características de esta "revolución" la de cubrir de insultos y basura a quienes no comparten pensamiento y consignas. Ese es el riesgo de quien quiere pensar por sí mismo y encuentra virtudes y defectos en un lado y otro. En cuanto te apartas del camino sagrado de la independencia, te caen encima los insultos y unos cuantos kilos de basura, a veces, incluso, personalizados con tu foto.
Muy extraña la relación de los catalanes alzados, Cataluña ha sido siempre tierra de buen teatro, con la basura que utilizan tanto en la escenografía de sus algaradas, quemando contenedores, como en la coreografía de sus protestas, llenando de basura y a veces de excrementos la puerta del señalado o de lazos confeccionados también con bolsas de basura amarillas, las calles y fachadas. 
Los catalanes independentistas, llenos de optimismo, habían proclamado la suya como "la revolución de las sonrisas, pero, visto lo visto y sin buscar segundas intenciones en lo que digo, bien podría acabar siendo "la revolución de la basura"

lunes, 21 de octubre de 2019

EL PORQUÉ DE LAS COSAS



Tomo el título de esto que escribo de la magnífica colección d relates del sugerente autor catalán Quim Monzó y pido prestada a la Cadena Ser y a su autor Álvaro García esta imagen que ilustra a la perfección lo gratuito de la terrible violencia que durante seis largas noches de la pasada semana ha asolado las calles de Barcelona.
Poniendo por delante lo absurdo y gratuito de esta violencia, tan innecesaria como una borrachera de fin de semana que nada aporta a unos jóvenes, la mayoría lo son, que se dejan envolver por el humo y las sirenas, como si de una fiesta loca de alcohol y pastillas se tratara, sin saber muy bien por qué están allí ni a quien benefician victorias tan pequeñas como retener unos metros de calle o hacer recular durante unos minutos apenas a los antidisturbios. Me temo que no lo saben y, lo que es peor, que tampoco les importa.
Se conforman, dicen, con el "subidón" de adrenalina que da "jugar a la guerra" al lado de casa, con los colegas al lado para, después, a eso de las dos o las tras de la mañana volver a casa, a veces la de los padres, en la parte alta de Barcelona, con el teléfono lleno de imágenes ·de la hostia· y un montón de anécdotas magnificadas y deformes, "aventis" diría Marsé, que compartir con los amigos y, dentro de unos años, "papá cuéntame otra vez", enseñar a los hijos en la sobremesa de cualquier comida de familia quizá burguesa.
Cuesta entenderlo, pero hay que esforzarse en hacerlo. El fuego y la noche fueron el marco de aquel mayo del 68 que estalló por algo tan nimio como que en la universidad de Nanterre no se permitiese acceder a colegas de otro sexo a las habitaciones de las residencias de estudiantes y que acabó con un lugar en la Historia, vivo aún, cincuenta años después. Aquellos jóvenes que tomaron la Sorbona y el teatro Odeón para sus asambleas, aquellas barricadas en los bulevares dejaron miles de imágenes, en blanco y negro la mayoría, un montón de eslóganes y un regusto amargo de lo que no llegó a ser, al tempo que, con su fracaso cuando los sindicatos tomaron el control de la revuelta, trajo el alivio a una sociedad sorprendida y asustada.
Aquella revolución fue la de los cachorros de la burguesía. Eran universitarios y hace medio siglo, sólo los hijos de la burguesía llegaban a la universidad y no hay más que ver qué fue años después de aquellos "revolucionarios", cuyas peripecias retrató con tino Bryce Echenique en su "vida exagerada de Marín Romaña". Es verdad y soy consciente de ello, que, en los últimos años, desde las revueltas de la banlieu de París de los primeros años del siglo a las terribles noches de este fin de semana en Chile, pasando por los disturbios de Birmingham del verano de hace ocho años, los protagonistas fueron otros, jóvenes sin futuro ni retaguardia, cansados de que la espuma de la cerveza que es la vida se la lleven siempre los mismos, mientras ellos se ahogan en el paro, la falta de vivienda, los empleos "de mierda", el hastío y la desesperanza.
Esa juventud sin esperanza es el combustible al que quienes saben lo que hacen, el cerebro gris que saca partido de todo, especialmente de las crisis, económicas o sociales arriman su antorcha ornada de ideas más o menos románticas, el nacionalismo lo es, de entusiasmo y de nobles ideales que no dudan en traicionar en cuanto los sueños ya no son más que las cenizas de las hogueras.
Nadie pare recordar ya aquel cerco al Parlament de Catalunya y que obligó al entonces president Artur Mas, el que había quebrado y privatizado el estado de bienestar en Cataluña, el primero en sacar la tijera para recortar la Sanidad y muchos otros servicios, a llegar a la sede de la representación popular en helicóptero.
Mas se vio arrinconado, sitiado por la calle y chapoteando en la "mierda" de décadas de corrupción y no dudó en envolverse en la senyera y en convertir el nacionalismo y la promesa de un referéndum hoy por hoy imposible la barricada tras la que ponerse a salvo de la Justicia. De entonces a acá la democracia se ha enrarecido en Cataluña, se ha confundido la calle y la calle se puede manipular muy fácilmente, se confunde la masa que cubre calles y plazas, calculada desde un helicóptero, ignorando los matices del pensamiento de quien se manifiesta, y tratar de usarla para suplantar los votos de los que libre y responsablemente se "manifiestan" en las urnas, con garantías del respeto a los resultados,
Está claro que vieron aquel tumulto, aquella masa que llevó a Mas a saltar la verja del Parque de la Ciudadela desde el aire, y que decidieron hacerlo suyo. Desde entonces, apoyados en organizaciones como Ómnium o la ANC, han sorteado las normas del propio Parlament y con los CDR que defiende y aplaude el propio Torra, se han dedicado a imponerse en las calles, con pintadas, con amenazas y con la coerción a la libertad de los ciudadanos que suponen los cortes de carreteras y vías de tren, por no hablar de la lamentable ocupación del aeropuerto de El Prat.
Esa masa de jóvenes desesperanzados por un lado o bien alimentados y ciudad, pero deseosos de dar sentido a su ansia de emociones fuertes, estaba esperando que irresponsables como el president Torra justificasen su actitud, para convertirse en el brazo armado, de palos y gasolina, sí, pero armado, con el que callar las bocas disidentes en sus propias filas, como comprobó el sábado Gabriel Rufián, o para incendiar las calles y tratar de obligar al gobierno de España a sentarse a la mesa de una negociación sin sentido en un país democrático. Sin sentido, porque las quimeras, que se alimentan de mentira y sueños, arden con facilidad en las hogueras.
Hay que tratar de entender el porqué de las cosas. ésta es sólo mi aproximación, incompleta y seguro que equivocada al porqué de lo que está pasado en Cataluña.

viernes, 18 de octubre de 2019

EL AYATOLLAH TORRA


Hay personajes que creen estar en el mundo para cumplir una misión u, lo que es peor, para nada más. Le pasó a José María Aznar después de escapar al atentado en el que ETA quiso asesinarle y le ocurrió también a Julio Anguita después de salir de aquel primer infarto, ya va por el tercero, en plena campaña electoral hace ya más de un cuarto de siglo. También hay otros a los que el destino, la lotería de la vida si lo preferís, ha colocado, al menos eso creen, en un lugar imposible de imaginar antes, desde el que cumplir su misión soñada.
Es la peor de las combinaciones posibles, porque quienes cumplen esas premisas nunca piensan en lo inmediato, sólo viven y trabajan para ese momento lejano y glorioso de poner los pies en la mesa de Bush, convertirse en referente de la misma izquierda que reventaron o, como en el caso de Torra, entrar en la Historia como el héroe que trajo la independencia a Cataluña, aunque sea a costa de imponer su sueño a los demás, con el consiguiente sufrimiento que causa en una sociedad próspera como la catalana, condenada muy probablemente al aislamiento y el retroceso económico.
Cuando pienso en Torra y los suyos, si es que aún hay alguien con él, me viene a la memoria "Tierra" la segunda parte de la amarga autobiografía del húngaro Sandor Márai, en la que, al hablar del papel del ejército soviético poniendo fin a la ocupación nazi de Hungría, escribe "nos trajeron la paz, no la libertad, porque ellos tampoco a tenían". Quizá Torra, en la más inverosímil de las carambolas, podría llevar la independencia con la que sueña a Cataluña, pero me temo que no devolvería a los catalanes esa prosperidad cada vez más deteriorada de que gozaron, porque el sueño de Quim Torra y quienes están detrás de él es, pese a la grandilocuencia de sus palabras, más bien estrecho y pequeñito.
Ayer Torra, como el personaje sin los pies en la tierra que es, se pasó de frenada en ese discurso ante el Parlament que abrió, cómo no, preguntándose qué dirán mañana los libros de Historia de lo que está pasando, lo que demuestra que le preocupan más esos libros que los ciudadanos de hoy que muy probablemente nunca los leerán. Torra, por su cuenta y riesgo, sin encomendarse a dios ni al diablo hizo promesa de volver a "poner las urnas", sin haber consultado con sus socios de gobierno o sus compañeros de partido, quizá si se encomendó al "barón de Waterloo" que hoy, para desviar el tiro y evitar sorpresas se presenta hoy ante la fiscalía belga que debe decidir sobre la euroorden emitida por España para su detención y entrega a la justicia de nuestro país.
Uno y otro están acostumbrados, como lo están los suyos, a vivir de los fuegos de artificio, de golpes de efecto meditados y oportunos con los que dar otra capa de barniz a la leyenda que construyen para pasar brillantemente a la, su, Historia. Pero, a veces, de tanto jugar al rato y el ratón, de tanto utilizar a los demás en su propio beneficio dan un traspiés y se quedan, como ayer le pasó a Torra, colgados de la brocha y solos.
Quizá Torra, quizá Puigdemont, piensen en llevar la independencia a Cataluña apoyándose en las barricadas que arden todas las noches en Barcelona y otras ciudades. Así consiguió en los setenta el ayatolá Jomeini derribar al sah Reza Pahlevi. El ayatola Jomeini y los suyos lo consiguieron, pero a costa de que la revolución y sus guardianes sumiesen a Irán en una larga noche sin libertades una noche oscura que la mayoría de los iraníes esperaban al salir de la dictadura del sah. A mí me cuesta creer que la sociedad catalana, cosmopolita y más o menos libre, incluso en tiempos de Franco, pueda resignarse a vivir en un país con sus propios guardianes de la revolución, los CDR, velando por la rectitud y la pureza en el seguimiento de los designios del ayatolá Torra.

jueves, 17 de octubre de 2019

SOLTAR LOS PERROS


Ayer me quedé, lo confieso, fascinado delante del televisor asistiendo al espectáculo, lamentable y fascinante a partes iguales, de los gravísimos incidentes que, durante horas, convirtieron Barcelona y otras ciudades catalanas en un verdadero infierno de fuego y destellos azules y, después de tantas horas viéndolo, uno llega a entender el papel de los mossos y la policía nacional y la serenidad con que, al menos en esta ocasión y por lo que yo vi, aguantaron a pie firme la lluvia de adoquines, los cócteles molotov,  las canicas transformadas en munición para los tirachinas y los petardos y cohetes que se lanzaron sobre ellos e, incluso, contra el helicóptero que sobrevolaba las calles.
Sin embargo, lo más fascinante, y preocupante, es ver como algunos de los concentrados -no les llamo manifestantes, porque no manifestaban nada, salvo su espíritu violento- se lanzaban contra los furgones policiales, rompiendo los cristales y tratando de abrir las puertas, algo inimaginable para quien, como yo, ha vivido alguna que otra manifestación, incluso en tiempos de la dictadura y no se planteaba ni por asomo sacar a los antidisturbios de sus furgonetas.
Para eso hace falta mucho entrenamiento, alguna que otra táctica: parar el vehículo echándose sobre él y tratar de romper sus ventanas, siempre en grupo y coordinados, pero, sobre todo, un importante grado de enajenación a cuestas, natural o sintético. Si no, no se explica tanto arrojo ni tanta violencia desatada en apenas dos días.
La verdad es que las noches que están sufriendo los catalanes, todos, van a acabar con la imagen de Barcelona como ciudad mártir de los excesos policiales que, gracias a la torpeza del ministro Zoido, de la escuela andaluza del PP como el torpe consejero de la listeriosis, Jesús Aguirre, se extendió por el mundo y tan buenos réditos dio a la causa del independentismo. Ya no cabe hablar sin cierto sonrojo de excesos policiales, cuando todo el que quiso pudo ser testigo, a través de la televisión, de esas inquietantes horas de fuego y humo.
El presidente títere Quim Torra -títere, porque no da un paso más allá de la agenda que le marcan los CDR o, en el mejor de los casos, o no, el orate de Waterloo- ha estado tres días desaparecido mientras a unos pasos de su despacho, las calles de Barcelona ardían. Sólo ayer, tras más de cinco horas de disturbios, Torra apareció después de la medianoche, como arrastrado por alguien, para condenar "un poquito y de aquella manera" los incidentes que no dudó en atribuir la violencia, sin ninguna prueba, tal y como acabo de escuchar a la portavoz de su gobierno, a grupos de infiltrados, porque, como dijo y repite una y otra vez, el independentismo es t ha sido siempre pacífico.
Qué lástima que un juez de la Audiencia Nacional tenga sobre su mesa, según la Cadena SER, la transcripción de una grabación en la que Torra da consejos, si no consignas, a alguno de los CDR detenidos en aplicación de la legislación antiterroristas, para que levantasen, la pasada Semana Santa, la presión sobre los transportes al regreso del "puente", algo muy difícil de explicar para todo un jefe de gobierno.
Claro que de todos son conocidas sus buenas relaciones con los CDR un brazo más de la medusa independista que, como Ómnium y la ANC se encargan de hacer el trabajo sucio del movimiento y de corregir en la calle cualquier intento de moderación de los partidos que representan, ellos sí, su no a toda, sí a una parte importante de la ciudadanía, relaciones incluso familiares. Quizá por eso no desperdicia ninguna oportunidad de demostrarles su respeto y su cariño. También de transmitirles sus consignas, en público o en la clandestinidad, para que aprieten, ni de publicitar, sumándose a ellas si es el caso, sus acciones y campañas.
Torra y su ventrílocuo Puigdemont saben de sobra que muy difícilmente alcanzarán esos dos tercios del Parlament que les darían legitimidad para pedir la independencia, por eso aprovechan la menor ocasión para tomar la calle, para hacerse notar, para publicitar su causa e imponerla al resto. Por eso recurrió una vez más a los CDR y a su eficaz aparato clandestino, ahora ese tsunami mal llamado democrático, para cortar carreteras y comunicaciones, como parece que estaba en los planes de los CDR en prisión por orden de la Audiencia Nacional, con alguno de los cuales Torra se relacionaba.
Torra ha soltado los perros del CDR, con sus barricadas y sus hogueras, para asustar a la ciudadanía y para condicionar al gobierno. Fundamentalmente para provocar una intervención, política o policial, que les devuelva la palma del martirio, pero los perros ahora están demasiado crecidos y ya muerden a cualquiera. Triste panorama consecuencia de haber colocado a un activista como Torra al frente de la Generalitat, controlado desde Waterloo por otro, si cabe, aun peor. Sin embargo, la solucuñon no vendrá de la mano de un "zoidazo" sino, más bien, de la calma y de la razón. Ojalá así sea.

miércoles, 16 de octubre de 2019

TORRA: DEMENCIA Y COBARDÍA


No sé aún, a la hora de escribir esta entrada, cuando amanece en Barcelona, si, en su título, cobardía y locura, las dos características más destacadas de la personalidad de Joaquim Torra, presidente de la Generalitat por carambola, como ya lo fue Carles Puigdemont, deben ir unidas por una disyuntiva o por una copulativa, aunque creo que me inclinaré por la copulativa, porque, si hace sólo dos días aún quedaba espacio para la duda, desde ayer está claro que lo de Torra es una mezcla diabólica de locura y el consabido "pasa tú primero, que a mí me da la risa".
Quienes anoche sentimos curiosidad y preocupación por lo que ayer sucedía en Cataluña no pudimos dejar de recordar lo que ocurrió hace dos años el uno de octubre. Ya sé que hay diferencias, que en las cargas de hace dos años hobo víctimas no deseadas, víctimas interpuestas entre las urnas prohibidas y los antidisturbios previamente "calentados" y jaleados por propios y extraños antes y durante su paso por Cataluña. También, aunque no debiera haberlo habido, porque, si la seguridad de los ciudadanos y la defensa de la ley deberían haber primado en ambos casos, está claro que aquel "¡a por ellos!" de 2017 tiñó de dudas, desgraciadamente confirmadas, su papel, convertido en dramático estrambote, en su frustrado intento de impedir el referéndum, cargando contra quienes estaban ante los colegios, como si del "asalto al fuerte" se tratara. Está claro que aquello, con razón o sin ella, arruinó la imagen de la democracia española en el exterior España. En tanto que los incidentes del lunes y los de ayer han servido para demostrar, especialmente los de ayer, que no siempre son las fuerzas de seguridad las responsables de los incidentes ni de su dureza.
La esquizofrenia de Torra, recambio de Puigdemont, que a su vez lo fue de Artur Mas, verdadero responsable de la huida hacia adelante de CiU que ha desembocado en esto, le lleva a pensar que los CDR, que nata tienen que ver con boy scouts ni con "boletaires", deben de colocarse en la vanguardia de la lucha, los que mueven el árbol, como diría Arzalluz, para que su partido recoja las nueces en la calle con sus concentraciones y sus marchas "pacíficas" Pero, ya se sabe, se puede engañar siempre a unos pocos, aunque no siempre a todos, y el juego de Torra es cada vez más evidente. Tanto, que el humo de las barricadas de Barcelona acabó levantando a la alcaldesa de Barcelona de su mesa en la cena del "Planeta".
El juego de Torra y el de quienes por intereses electoralistas juegan a él está llevando a Cataluña a una situación insostenible, colocando a Barcelona ciudad que vive fundamentalmente del turismo y, por ejemplo, en la lista de destinos incómodos si no peligrosos. Y eso tiene un coste evidente, porque a nadie le gusta quedarse atrapado en un aeropuerto o en su hotel, como ayer pudimos escuchar en el aeropuerto del Prat o a las puertas de uno de los muchos congresos que se celebran cada día en la capital catalana, se lo piensen mucho a la hora de volver a ella. Y eso son pérdidas y, de las pérdidas, viene el paro y del paro la falta de fe en los gobernantes.
Sin embargo, nada de eso pare importar a Torra, que, aun en su delirio, debería saber que no volverá a verse en otra igual. Pero parece que en esa cabeza de mirada huidiza sólo caben la independencia soñada y la gloria, nunca la prisión en la que estarán algunos meses más y menos mal que será así, sus compañeros. Por eso manda a los ciudadanos de paz a la calle, a sabiendas de que otros, de los que también tiene noticias, montan los incidentes, levantan las hogueras, prenden las hogueras cortan vías y carreteras y sabotean las infraestructuras. Por eso, al mismo tiempo, envía a los mozos contra ellos, porque ese "soñador" con pinta de sacristán, que no ve el momento de proclamar el mismo la independencia, la gloria en los libros de Historia, atrapado en las redes de la CUP y los CDR que le sirven de ariete, porque no quiere verse entre rejas como Junqueras y sus compañeros, mientras su "hermano mayor", Puigdemont, vuelve a mostrar su solidaridad con ellos, a mil quinientos kilómetros de la celda que le correspondería ocupar de no haber huido vergonzantemente.
Lo de Torra es, a la vez, demencia y cobardía. Queda por saber qué es lo de los catalanes, porque, aún en el hipotético caso de que alcanzasen le independencia que una parte de ellos desea, el futuro no será, ni mucho menos, mejor de lo que tienen, sin relaciones con la UE, sin las empresas que tiene su sede en ella, sin el turismo que, además de incomodidad, les da de comer. Deberían dejar de beber el veneno que les están dando, alguien debería comenzar a pedir, en voz cuanto más alta mejor, que Torra, tan demente y tan cobarde, se vaya y les deje en paz, mientras otros con más ganas se sientan a hablar para hallar una salida por la que huir de este incendio. 

martes, 15 de octubre de 2019

A DOS BARAJAS


Está claro. No hace falta ser un recién llegado de Marte para asomarse ayer a Cataluña y no entender nada. A mí, apasionado de la política desde que Franco, como al resto de españoles me la negó, me cuesta entender, no lo que está pasando, que está claro, sino que los catalanes de buena fe no se den cuenta del "chalaneo" a que les están sometiendo sus gobernantes.
Me pregunto, por ejemplo, qué pensarán ahora los contusionados y heridos que, siguiendo la consigna del presidente del Parlament Roger Torrent o el sibilino presidente Torra, se echaron a la calle para recibir los porrazos de los mossos enviados por el conseller Buch. No sé qué pensarán cuando hoy, convalecientes de brechas y moratones, lean el tuit en el que el jefe del gobierno del que dependen los que empuñaron las porras les felicita y agradece sus movilizaciones y haber demostrado firmeza y más determinación que nunca.
Me gustaría saber qué pensaron ayer los miles de turistas condenados a arrastrar sus maletas por una carretera o aquellos viajeros que estando ya en el aeropuerto no pudieron volar a sus destinos, porque las tripulaciones de sus vuelos quedaron atrapados en medio del tsunami difícilmente democrático lanzado contra El Prat, Me gustaría saber qué piensan los viajeros del AVE que no pudieron llegar a Girona y la frontera o venir de ellas, porque un "apretón" de los CDR fundió el acero de las vías del tren de alta velocidad hasta deformarlas y hacerlas intransitables.
Lo de ayer y más si es seguido por lo de hoy y los próximos días va a hacer mucho daño a la imagen de Cataluña. Nadie o muy pocos van a arriesgarse a viajar a Cataluña, por placer o por negocios, para verse atrapados en medio de un desastre como el de ayer y eso perjudicará seriamente a una ciudad como Barcelona que vive del turismo, excesivo y a veces indeseado, pero turismo a fin y al cabo, que, si por algo se caracteriza, es por sus miedos y por la facilidad que tiene para cambian de destino cuando surgen los conflictos.
Quizá lo que explica todo es que estamos a las puestas de unas elecciones a las que se presentarán también los partidos de los condenados y que, como en momentos parecidos, se apoyarán en las movilizaciones para, una vez más, diluir su mala o nula gestión y presentarse ante las urnas con el tirón sentimental que dan el victimismo y la voluntad de resistencia.
El panorama no es nada halagüeño y nos condena a vivir en ese bucle maldito del "yo hago y tú me responde", de la acción y reacción, del que no saldremos hasta que alguien tenga ese difícil coraje de volver a los cuarteles de invierno y esperar momentos mejores, de más serenidad y, sobre todo, de más generosidad.
Mientras tanto, la brecha abierta entre los catalanes, porque desgraciadamente generalizamos, y el resto de los españoles crece, más con estos tsunamis devastadores, que todos lo son, arrasando todo a su paso, sólo justificables en contra de las dictaduras, nunca en democracias donde los ciudadanos gozan de todos los derechos y pueden tener representantes en el parlamento de la nación y en el de su correspondiente autonomía.
Alguien tendría que "bajarse del macho" y entender que así no pueden no podemos seguir, alguien tendría que explicarles a los catalanes que están siendo utilizados. que no puede ser que les animen a jugar a una independencia imposible los mismos que luego les reprimen, que jueguen con ellos a dos barajas utilizándoles como moneda de cambio en una negociación cada vez más remota.

lunes, 14 de octubre de 2019

HECHOS PROBADOS


Si una cosa aprendí en toso los años que pasé "cubriendo" la información de Tribunales para la SER, es que nada hay más goloso a la hora de hacer un titular que una sentencia leída a medias ni nada más fácil que condenar o victimizar a los encausados según convenga a nuestras ideas o, lo que sería peor, a nuestros intereses. Por decirlo de otro modo, la frivolidad de unos y de otros a la hora de dar su opinión, como si del partido del domingo se tratara.
Una vez celebrado el juicio, la vista oral, y pronunciada la sentencia, tendemos a dar nuestra opinión sobre las condenas, rigurosas o leves según quien las mire, y nos olvidamos de lo más trascendente de la misma que son los "hechos probados", que acaban siendo, a juicio del tribual, inamovibles. Tanto es así, que, cuando se revisa el fallo de un tribunal ante una instancia superior, no se discuten, porque no cabe discurrirlos, los hechos probados. Así ocurrió con la tristemente célebre "manada" de Pamplona que, con los mismos hechos probados por la Audiencia de Pamplona andaba libre y "robando gafas" hasta que el Tribunal Supremo los reinterpretó devolviéndonos a las celdas de las que nunca debieron haber salido.
Por eso en los recursos se revisa la aplicación de la ley que el tribunal que juzga hace de los hechos probados, no los mismos hechos, o si se han lesionado los derechos de los procesados o las víctimas en el proceso, pudiendo llevar, en ese, caso a una revisión de la sentencia o, en su caso, a la repetición del juicio, como ordenó el Supremo en el caso del juicio por el asesinato de Rocío Wanninkhof, tras la injusta condena de Dolores Vázquez, por un jurado evidentemente influido por una prensa que se estrenó como amarilla para la ocasión.
La sentencia del llamado "procés", de la que ya conocemos y es un dato importante, que desecha la tan cacareada rebelión, en la que más de un político oportunista vio un inexistente golpe de Estado, porque le convenía para utilizarlo como munición electoral contra sus adversarios, como han venido haciendo PP y Ciudadanos contra el PSOE, una afirmación, la del Supremo en sus hechos probados, la de que no hubo rebelión, que por más que les duela a la derecha y a sus medios no ha sido posible dar por buena. Tanto es así, que desde algún editorial de esos medios ya se reclama el cambio de las leyes para que lo que pasó lo sea.
Escribo sin conocer la sentencia, como casi siempre hacemos todos. pero este dato crucial, que nadie ha desmentido cambia mucho el panorama, no para los independentistas a quienes una simple multa de tráfico les parecería excesiva, pero con la tranquilidad que da saber que la condena para Oriol Junqueras condenado a trece años de prisión como máximo responsable de aquellos hechos, junto a Carles Puigdemont, quien, con su vergonzosa huida, ya se ha deshonrado para siempre, pasando al lado oscuro de la Historia.
El juicio ha servido para determinar hechos probados, para fijar que pasó aquellos días y perfilarlo de entre la maraña de opiniones, interpretaciones y voluntades en que nos hemos estado moviendo hasta ahora.
Ya no cabe hablar de la buena voluntad de los condenados, porque "de buenas intenciones, dicen, está el infierno empedrado". Hicieron lo que hicieron y lo hicieron después de haber sido conveniente y repetidamente avisados por el Constitucional y por los letrados del Parlament de Catalunya, los que desoyeron usando la añagaza de que también las instituciones pueden practicar la desobediencia civil, algo absurdo, porque las instituciones, salvo en un delirio, no pueden desobedecerse a sí mismas.
Oriol Junqueras nos dice que es un hombre bueno, no violento t buen católico. Yo le creo, aunque no sé a que viene la religión en esto, porque, por la sangre y del dolor provocados por buenos católicos está regada la Historia, pasada y reciente. Junqueras tiene dos hijos pequeños, de cuya infancia, si ha de cumplir la sentencia a que ha sido condenado, no podrá disfrutar. Es triste, pero lo que hizo, junto ma Puigdemont fue, además de una irresponsabilidad, un delito y muy grave. Lo va a pasar mal, pero también lo están pasando mal muchos catalanes que están pagando ya las consecuencias de su delirio. Era una apuesta muy fuerte y la perdieron, sus hijos no se merecen criarse sin un padre que los arrope por las noches, porque su padre y sus compañeros quisieron, más allá de las matemáticas y de las reglas de la democracia, imponer su sueño a más de la mitad de los catalanes que no lo compartían, y eso son hechos probados.
Queda ahora por ver cuál será la reacción de las instituciones catalanas, la de la calle es previsible, aunque parece que ni los sinuosos Torras y Torrent parece dispuestos a seguir la suerte de quienes les precedieron haciendo gala de una imprudente euforia. Ta se sabe que el gato escaldado del agua fría huye y ni Torrent ni, sobre todo Torra, parecen dispuestos a inmolarse por más hermosa que sea la leyenda que se han creído y han hecho creer a los catalanes.
Los hechos probados son los que son y sobre ellos se ha dictado esta sentencia que, ojalá, incluyese alguna puerta a la esperanza, algún voto particular o alguna recomendación de indulto total o parcial que dejase salir tanto vapor retenido y ayudase a descomprimir la olla en que hemos convertido a Cataluña.

jueves, 10 de octubre de 2019

DE OTRO MUNDO


Hace ya casi medio siglo decidí estudiar el bachillerato de Ciencias, porque en los tiempos del primer desarrollismo franquista la mayoría creíamos que una carrera de letras, si daba para vivir, en el caso de que diese, nunca daría para vivir bien, salvo Derecho, claro, que siempre y en todas partes, incluso en pleno Apocalipsis, estarán ahí para recurrirlo y ganar sus minutas.
Cuando tocó, creí que quería ser veterinario. Me equivocaba, pero me quedó la impronta de tener que ver para creer, Por eso nunca he creído en extraterrestres. Mejor dicho, nunca he creído en que los extraterrestres llegasen a la tierra, pero, mira qué cosas, estoy empezando a creer que hace tiempo que están entre nosotros.
Me refiero a toda esa gente que, por creer que su reino o su verdad no son de este mundo, creen estar por encima de los demás y, lo que es peor, por encima de las leyes que rigen para los demás. Están aquí, entre nosotros, y están desde hace años, agazapados en sus cómodos escondrijos de privilegios, cargos, títulos, consejos de administración y abadías. Como los dinosaurios los creíamos extinguidos, fosilizados, pero no, como los hongos, resistentes como nada, vivían encapsulados en sus esporas, a la espera de una mejor ocasión que, parece, se presentó con el desencanto de una "derechita cobarde" que perdía terreno ante la extrema izquierda de los "perro flautas".
Es esa gente que ve a los "rojos" como demonios con rabo y pezuña, dispuestos a quemar iglesias y conventos, a expropiar fincas y edificios, gente que sabe agitar el fantasma del miedo para que otra gente, los pobres de espíritu y por lo general pobres también de recursos, defiendan bajo su bandera lo suyo, sus fincas y sus privilegios, a cambio de nada o casi nata, de una palmadita e la espalda o un "subidón" de adrenalina.
Lo cierto es que estos extraterrestres de otro mundo han disuelto las esporas en las que se escondían y han reaparecido para poner a salvo sus símbolos que creen a punto de ser profanados, porque creen  en los despojos, en las reliquias y en las leyendas, porque son capaces de dormir durante meses junto al brazo momificado de una mujer brillante, quizá una enferma, a la que decidieron hacer santa, para no tener que dejar este mundo y aplazar lo más posible su aterrizaje en esa gloria que siempre dicen querer alcanzar.
Quienes no creemos en ella, quienes pensamos que la inmortalidad consiste en quedar, para bien o para mal, en la memoria de los otros, especialmente en la de quienes queremos, sólo queremos aclarar las cosas, que se sepan de una vez quiénes somos, quiénes son, unos y otros, qué hicimos, qué hicieron, cuánto bien o cuánto mal, para ser recordados. Por eso no queremos que los despojos del dictador se conserven en un estuche de roca, dolor y oprobio, por eso queremos que, cuanto antes, los restos de Franco, responsable de tanto dolor y tantas muertes, salgan de un lugar construido a mayor gloria de su recuerdo y el de su "cruzada".
Hoy, ochenta años después de aquella guerra desigual, todo está a punto para que, por voluntad de los poderes del Estado: Gobierno, Parlamento y Justicia, la iglesia católica, aunque quisiera no lo es, se proceda a la exhumación y traslado de los despojos de ese dictador de infausta memoria. Sera en una discreta y digna operación, la que no tuvieron los miles de asesinados en las cunetas o frente a las tapias de los cementerios, arrancados de la tierra anónima que los cubría, para dar escolta sin llegar a saberlo al responsable de sus muertes.
El único obstáculo para que el traslado se lleve a cabo, con la normalidad que merece poder hacerlo un estado de derecho, es la obstinación de un monje fascista, prior de la abadía construida en torno a la enorme cruz erguida sobre la cripta que acoge los restos, que, asegura, impedirá la entrada a la comitiva encargada de la operación. Un prior de pasado ultra, dependiente de la orden benedictina, que tiene entre sus acólitos, nada anónimos, a un portavoz de chiste que se ha permitido decir en las últimas horas, como si de un sacerdote egipcio protegiendo a la momia del faraón se tratara, que será la providencia quien impida la operación, la misma providencia, dice, que ha hecho fracasar a Pedro Sánchez en dos investiduras, como si Pablo Iglesias, añado yo, fuese un instrumento de la misma.
Hay quien está contra la memoria y lo manifiesta con descaro, quien apela a los historiadores, todos de parte, para reconstruir el pasado, hay quien, como el despreciable Ortega Smith, se atreve a acusar a quienes apenas eran unas niñas cuando fueron asesinados, las trece rosas, de torturar, matar y violar. Sólo espero que pague por ello y que paguen quienes, como el periodista Antonio Pérez Henares, se permiten ir contra la ley de Zapatero, la de la memoria, quizá porque, haciendo memoria y no mucha, le recuerdo de portavoz de la Cadena SER o, más chusco aún, de jefe de prensa del grupo comunista del Congreso en tiempos de Santiago Carrillo.
Son todos seres de otro mundo que quieren transformar éste, el nuestro, el de todos, a su gusto y con efectos retroactivos, para seguir viviendo de los de siempre, con los privilegios de que ahora disfrutan.

martes, 8 de octubre de 2019

ECHARLE HUEVOS


Sería para echarse a reír si, en realidad, no fuese para llorar y hacerlo amargamente. El caso es que en esta campaña electoral perenne y de momento inútil en que vivimos los españoles por fin acaba de hacer acto de presencia, ya estaba tardando, el elefante azul de las pensiones y los pensionistas, ese elefante de nueve millones y medio de votos del que ningún candidato se atreve a hablar, a pesar de que piensan en él continuamente.
Ha quedado al descubierto desde que, ayer, el candidato socialista y presidente en funciones, Pedro Sánchez, lo sacó al centro de la pista, al anunciar no sin mucho mérito, tampoco riesgo, que subiría las pensiones en diciembre tanto como suba el IPC. No tiene mérito, porque gana quien gane el diez de noviembre, el seguirá presidiendo el gobierno en funciones, porque difícilmente habrá otro jefe de gobierno para entonces, y no tiene riesgo, apenas lo tiene, porque el IPC es lo bastante escuálido como para que nadie le acuse de derrochar en beneficio (electoral) propio lo que es, debería ser, de todos.
Pese a todo, la promesa de Sánchez ha reabierto a las puertas de una campaña el debate crucial de qué hacer con el sistema de pensiones, aunque, de momento, nadie parece dispuesto a coger el toro por los cuernos diciendo claramente que, en un país cada vez más envejecido, con cada vez menos trabajo y cada vez de peor calidad, el sistema tal y como está diseñado es insostenible en el tiempo.
Cuando se diseñó, las tasas de natalidad de los países europeos garantizaban que los trabajadores que se jubilaban serían sustituidos por otros trabajadores, en igual o superior número, tomarían el relevo y pasarían a pagar con sus cotizaciones el importe de sus pensiones. Ante esa evidencia la receta de los expertos, refugiados en la frialdad de los números, carentes de vida y de humanidad, es la de retrasar la edad de jubilación hasta un cuarto de hora antes del fallecimiento del cotizante. Así, no lo dudéis, la cuenta sale redonda, pero basada en una ecuación fraudulenta, porque difícilmente habrá trabajo para esos trabajadores ancianos y, si lo hay, será en perjuicio de los jóvenes, a quienes, una vez más, el sistema les da la espalda.
Dese mi ignorancia, me permito sugerir que se haga pagar a los responsables de gran parte del paro actual, las empresas que sustituyen a sus trabajadores por máquinas, las que se llevan la producción a otros escenarios con mano de obra más barata, o las que deciden especular con el terreno en que se asientan sus fábricas y almacenes, con la necesaria connivencia de los ayuntamientos, echando el cierra para vender el suelo, que todos ellos devuelvan en impuestos una parte a ser posible importante del beneficio que obtengan en sus manejos. Una parte importante del beneficio con la que mitigar el enorme daño social e insolidario que supone poner en la calle a trabajadores que después de dejarse el pellejo en su beneficio, difícilmente van a volver a encontrar trabajo.
Es evidente que sólo con las cotizaciones va a resultar imposible pagar unas pensiones decentes y por eso es necesario emprender las reformas necesarias para hacer pagar a las "tecnológicas", los nuevos Midas, sus impuestos en el lugar donde venden sus productos o servicios y donde hacen el daño de la competencia desleal y la destrucción o el deterioro de los puestos de trabajo.
Hay que "echarle huevos" y, aunque sea por una vez, hacer pedagogía en lugar de la mala política que se está haciendo. Contarle a la gente toda la verdad, los pros y los contras, y, sobre todo, asumir que la verdad, aunque ahora duela, nos ayudará a sentar las bases del futuro, aunque, claro, en un mundo dominado por los titulares simultáneos, por las falsas "últimas horas", dominados por los mensajes de apenas quince palabras. En un mundo en el que la inmediatez ha sustituido a los argumentos, en el que la ansiedad suplanta a la reflexión, va a ser muy difícil hacer esa pedagogía, pero habrá que echarle huevos y hacerla.

lunes, 7 de octubre de 2019

LA NUEVA HEROÍNA


Mi barrio, Carabanchel, el sábado y Bravo Murillo ayer domingo, ambas zonas humildes de Madrid, con pisos pequeños, pagados con una vida de trabajo, alquilados hoy por unos herederos que se han ido al más asequible extrarradio o, en el mejor de los casos, han prosperado con un trabajo acorde con su formación, los menos, han sido escenario de sendas manifestaciones contra la más que obscena proliferación de los locales de juego y apuestas que, con sus atractivos escaparates, forrados de vinilos que evocan, algunos también ya desde su nombre, la épica de los héroes deportivos. Locales que son ya más que los "chinos", casi tantos como los bares y, desde luego, más que las librerías o las tiendas de deportes.
Decía que es una proliferación obscena, porque estos locales no  esperan como los lujosos casinos a quienes quieren pasar el rato arriesgando una parte del poco o mucho dinero que tienen, sino que a quienes buscan, como la bruja de la casa de chocolate de Hansel y Gretel, es a quienes apenas tienen unas monedas y tienen todo el tiempo del mundo para la desesperanza, sin futuro ni salida, en barrios sin equipamientos, sin trabajo y sin nada en que invertir su tiempo, a veces a unas decenas de metros del lujo y siempre ante la ventana de esas televisiones que les muestran una realidad deformada que nunca es tan buena ni tan mala como se la pintan.
Los reyes del juego, mafiosos de cuello blanco con amistades peligrosas, aunque sólo para nosotros entraron en nuestras vidas poco a poco de la mano de las televisiones y del fútbol, para el que todo, sin control, está permitido. De las humildes quinielas a las que ya casi nadie juega, hemos pasado a las apuestas sombrías y atormentadas que se cruzan en locales oscuros forrados de luz, que busca atraer a los jóvenes, con televisores en los que no cesa el deporte de aquí o de allá y en los que se ofrecen bebidas, alcohólicas o no, a precio de saldo, con tal de encadenarlos al hipnotizante ritmo de las luces y del riesgo,
Sin embargo, no para ahí la amenaza, porque también les espera en casa, en el trabajo, si lo tiene, o en el lugar donde estudian, si pueden hacerlo, agazapada en la wifi y las redes, ofreciendo el paraíso a cambio de un número de tarjeta y una clave. Las televisiones, las mismas que no se permiten hablar de sexualidad en horario infantil, cuando éste acaba, bombardean a cada instante nuestros salones con promesas de riqueza y emoción, como si esos niños desapareciesen de ellos. Y lo hacen porque en aras de la diosa audiencia, tienen que dar fútbol a sus espectadores, fútbol o campeonatos de moros y coches, cuyos carísimos derechos de emisión sólo se pueden costear a base de la publicidad inmoral y cara de las apuestas online.
El juego sin control, siempre en manos de mafias, que los fondos buitre no son más que otra mafia, más o menos blanqueada, eso sí, es la nueva heroína. Yo conocí la otra, la que corrió por nuestras calles buscando a toda una generación, también en manos del paro y la nada, a la que había que desactivar. Y la heroína, como toda adicción que se precie se apoderaba de sus cerebros, para que no pudiesen pensar en nada más, para que no pensasen en su paro ni en las ridículas pensiones de los abuelos. Mejor estarían pensando únicamente en el polvo blanco y las agujas por las que les entraba una felicidad tan falsa como efímera, instantánea.
Pero esa felicidad, esa huida de la sucia realidad, exigía cada vez más, más dinero y más salud, se vivía sólo para ella, porque no se podía pensar en otra cosa más que en ella y en cómo conseguirla. por eso se registraba el monedero de "la vieja" y los cajones, se vendían los relojes, las pulseras y las medallas y, cuando se acababan, se atracaba a los ancianos para quitarles la pensión. Así un día y otro día hasta reventar en un portal o un descampado o, en el mejor de los casos, encadenado a un montón de pastillas para curar las secuelas de agujas inconscientes.
Hoy nuestros jóvenes,  nuestros adolescentes y quién sabe si nuestros niños corren en las calles el peligro de caer en esta nueva heroína del juego, que tiene también sus camellos, sus matones y sus mafias y sus ministros colaboradores que como Rafael Catalá que lo fue de Justicia para Rajoy, disfrutan ahora de una poltrona en el consejo de administración de una de las mayores empresas del juego, CODERE, después de haberles pagad ese cómodo futuro con una ley permisiva que permite sitiar los colegios de los barrios con las siniestras luces de los locales de juego.
Hasta que no nos demos cuenta que la ludopatía la enfermedad de los adictos al juego  puede ser, es, tan peligrosa como la adicción a la heroína y hagamos algo para atajar esta nueva plaga, nuestros hijos no estarán a salvo, porque, como en  aquella plaga de los setenta y ochenta, tras  la adicción vienen los atracos y la violencia más cruel que es la que se vuelve contra objetivos fáciles, en casa o en la calle, para conseguir el puñado de euros que les brinde un chute de emoción a la búsqueda de un paraíso que no existe.

viernes, 4 de octubre de 2019

CUESTIÓN DE MEMORIA


Lo de ayer en la Asamblea de Madrid, el debut de la avalada presidenta -tiene el aval de Ciudadanos y Vox para serlo, en una sesión de control a su gobierno pareció más la función de un guiñol siniestro que un verdadero ejercicio democrático. Perfectamente sincronizada con la presidenta, la portavoz de Vox, Rocío Monasterio, en el papel de bruja siniestra, abrió el debate por la derecha, ultra para más señas, pidiendo a Díaz Ayuso que incumpliera de una tacada la ley, despreciando una sentencia del Supremo, desobedeciendo al gobierno de la nación y despreciando de paso la resolución del pleno del Congreso de los Diputados que exhortaba al ejecutivo a la exhumación de los restos del dictador que tuvo bajo su bota a este país durante cuarenta años.
La que en tiempos llevara la voz de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre, en las redes sociales, en  lugar de afear la actitud a la diputada de Vox por lo que le estaba sugiriendo, tomó la palabra para leer la respuesta que, como a un "monchito" cualquiera, alguien, incluida ella misma había escrito en los papeles que manejaba, como queriendo no equivocarse, para no tener que ser corregida, otra vez, por gente que suponemos por debajo de ella, como o fue cuando fue reinterpretada por sus colaboradores después de admitir en una entrevista radiofónica que preside un gobierno que son dos, el del PP y el de Ciudadanos, suponemos que cada uno a lo suyo.
La presidenta Ayuso, para asombro de algunos propios y de todos los extraños, cargó contra la Ley de Memoria Histórica, que luego calificó de espantosa, manifestando su oposición y la de su gobierno a la exhumación del tirano y preguntándose en sede parlamentaria qué vendría después, si acabar con la ostentosa cruz, lo de ostentosa es mío, del valle, con el propio valle o con la quema de iglesias, como si saldar esa deuda de dignidad histórica con quienes sufrieron la derrota y una larguísima posguerra llevase a repetir los terribles excesos de aquellos años que no deben volver a repetirse.
Quienes la escuchamos, al menos quienes, como yo, queremos el resarcimiento de las víctimas, pero nunca como revancha, nos llevamos las manos a la cabeza. Quién podría esperar unas palabras como las que leyó la presidenta de las largas "rebecas" ochenta años después del fin de aquella cruel guerra. quién podría esperar tanto resentimiento y, sobre todo quién podría esperar que alguien intentase traer de nuevo el miedo a que volviesen aquellos terribles tiempos.
Sorprendentemente, su vicepresidente Aguado, el de la otra mitad de su gobierno bicéfalo, en lugar de apagar el fuego de ese incendio de los incendios, resolvió con una perogrullada, la de que la quema de conventos existió, y con una inquietante afirmación, la de que harían lo posible para que no se repitiera, como si hubiese un riesgo inminente de que eso ocurriera. Y todo ello, reforzado después con la difusión del audio de la ocupación, hace casi ocho años, de la insólita capilla de la Facultad de Económicas de la Complutense, una ocupación juzgada, de la que, pese a todo el despliegue jurídico y mediático de la derecha, Rita Maestre, excusa prendida con alfileres por Díaz Ayuso y "sus partidos" para justificar lo de ayer, fue absuelta.
Nunca sabremos qué pasó ayer por la cabeza de la imprevisible presidenta madrileña. No llegaremos a saber si realmente lo que dijo es de su cosecha o si movía los labios por voluntad propia o si alguien le pasó las notas que leyó. Tampoco si era consciente de la que estaba liando Lo cierto es que esta señora tiene problemas con la memora. Con esa memoria espantosa que no quiere recuperar por ley y con todas las demás, porque, recordémoslo, se olvidó de pagar el IBI de los locales que su padre les cedió, a ella y su hermano para que no cayesen en manos de los acreedores, También han olvidado, ella y sus antecesores, renovar el convenio con la empresa privada a la que se adjudicó el control mamográfico preventivo periódico de las madrileñas en situación de riesgo de sufrir cáncer de mama.
También olvidaron contratar a tiempo e inscribir en la Seguridad Social a los profesores contratados, despedidos y vueltos a contratar al ritmo vacacional y, así, olvido tras olvido, memora en blanco o memoria de elefante, en ese ejercicio de memoria selectiva al que tan dados son los políticos cuando les conviene y, ahora, al PP lo que le interesa es traer a nuestra retina el resplandor de aquellos fuegos para que nos olvidemos de las cenizas que nos ha dejado, nos está dejando, su gestión.

miércoles, 2 de octubre de 2019

TORRA, PUIGDEMONT, LAS LEYES Y LA HISTORIA


Nos habíamos preparado para la peor y por eso la jornada de ayer en Cataluña, segundo aniversario de un referéndum que nunca se debió convocar y una actuación policial desproporcionada e hiriente para cualquiera que se sienta demócrata, más, si le dicen que aquellos palos, aquella violencia se daba en su nombre. No, de ninguna manera, aquella violencia se produjo porque el gobierno del PP llevaba años pisando los callos de cualquier catalán unido sentimentalmente a su tierra, estrategia aprendida de los peores años de violencia en Euskadi, de los que el PP supo siempre sacar rédito electoral en el resto de España, estrategia que consiste en revolver avisperos para que los votantes, asustados acaben refugiándose en las faldas de sus votos.
Espero que los responsables de aquellas cargas y de aquellos dispositivos policiales, más bien bufos, dignos por desproporcionados e ineficaces de una película muda de los años veinte, acaben ante los tribunales y que todos, incluidos sus mandos políticos, acaben ante los tribunales, como han acabado ante la ley y cómo, quienes, desde la otra orilla, han acabado ante el Supremo y con una inhumana carga de prisión preventiva a sus espaldas.
Temíamos lo peor y, al parecer, la Guardia Civil en la mejor de sus versiones, usando lo último de lo último en tecnología y con la paciencia del buen pescador, acabo acumulando las pruebas suficientes para sacar de la circulación a quienes preparaban explosivos y no para una verbena, sino para sembrar el caso en Cataluña en una fecha indeterminada que será probablemente aquella en que el Supremo dé a conocer la sentencia para quienes desde la Gemeralitat y su entorno resultan responsables de lo que ocurrió hace dos años.
No pasó aquello que temíamos y todo se redujo a marchas pacíficas y algún que otro incidente, en especial contra la prensa, las televisiones de cobertura nacional, llevados a cabo por quienes, cegados cuando no azuzados por quienes difunden su única verdad, no quieren ver ni que se vea la realidad. No pasó aquello, pero lo que pasó, no tanto en las calles, sino ante los micrófonos en Barcelona y Bruselas es tanto o más preocupante que si aquello hubiese pasado.
Estoy hablando de la ligereza y el cinismo con que Carles Puigdemont, todavía en fuga y parece que va para largo, se permitió hablar de la Constitución que no quiso obedecer, diciendo desde el mayor de os desconocimientos que no es posible aplicar su artículo 155 por un gobierno en funciones como lo es el de Pedro Sánchez que, esperémoslo, agotará todas las vías antes de llegar a ello. Y no sólo eso, también él, un simple propagandista, en todo caso un periodista sin más que, como casi todos, como yo mismo, sabe un poco de mucho pero mucho de nada, se permitió reescribir la historia como si lo hiciese para uno de esos "fanzines" independentistas de su juventud, comparando sin sentido, como un charlatán de barra de bar, la insurrección de su generalitat frente al Estado al que se debe y del que emana el poder democrático que ostenta, con los crímenes de ETA, crímenes cometidos desde la clandestinidad y sin que nunca ningún gobierno vasco los respaldase. Lo hizo cuando ayer dijo, sin despeinarse, que, a pesar de los centenares de muertos, nunca se pensó siquiera en aplicar el 155, unas palabras que el lehendakari Urkullu no ha tardado en criticar como se merecen.
Mientras tanto, con esa cara de sacristán siniestro que dios le hadado, el presidente Torra, presidente por carambola, se permitía hablar de radicalidad democrática y de lo que parece haber inventado, la lucha no violenta, una suerte de violencia amable, quizá porque esa violencia es la de los suyos. Es "para mear y no echar gota", sobre todo cuando piensas que quienes tan poco respetan las leyes y manipulan en su favor la democracia han salido de las urnas. Pero, si para algo sirvió la jornada de ayer, es para saber hasta donde son capaces de llegar en su borrachera los dirigentes que, dicen, se han dado los catalanes. De momento, a reescribir a su acomodo las leyes y la Historia.

martes, 1 de octubre de 2019

DOS AÑOS DESPUÉS


Hoy se cumplen dos años de aquel otro uno de octubre en el que alguien llegó a confundir deseo y realidad y a pensar que la voluntad de una parte de los ciudadanos de una parte de España podría imponer sus deseos de independencia al resto. Fue una jornada para olvidar, porque nadie, salvo los ciudadanos supo estar en su lugar. Los convocantes de aquel referéndum, porque jugaron por segunda vez a llevar a cabo una consulta sin censo ni garantías, esa vez a costa de la seguridad de los votantes, algo imprescindible en cualquier consulta democrática, y los encargados de impedir aquella consulta, porque, bajo las órdenes de un ministro digno de dirigir un desastre como la empresa Magrudis que de estar al frente del orden y la seguridad de todo un país, trataron de apagar con gasolina el fuego encendido por los independentistas, arrastrando a las urnas incluso a quieres no tenían intención de votar y se vieron arrastrados a un agujero negro temporal que les devolvía a lo peor del franquismo. 
Es mucho, demasiado, todo lo ocurrido desde entonces: la declaración de una independencia tan efímera como ilegítima, la aplicación de un artículo de la Constitución, el 155,  con la consiguiente suspensión temporal de la autonomía, el cese del gobierno catalán y la convocatoria de unas nuevas elecciones autonómicas en un plazo razonable, elecciones que ganó Ciudadanos, con Inés Arrimadas al frente, pero que volvió a dar la mayoría de los escaños del parlamento catalán, aunque no la de los votos a los mismos independentistas que convocaron aquel referéndum  y proclamaron la tan efímera independencia.
Aquellas fueron unas elecciones a las que concurrieron candidatos encarcelados y en fuga, algo que da idea de las garantías que el sistema judicial les dio en tanto no pesen sobre ellos condenas firmes y que frustró, por un lado, el ánimo provocador de esos partidos y, por otro, la astucia de quienes les colocaron como locomotoras sentimentales de sus listas, aún a sabiendas de que si son condenados por el Supremo, podrían perder sus escaños, como quedó claro en las conclusiones del proceso que también se ha instruido y juzgado en estos dos años.
Han sido dos años durante los cuales las calles de Cataluña se han llenado muchas veces con cientos de miles de manifestantes, años en los que una parte importante de la ciudadanía ha reclamado en paz y armonía esa independencia imposible que creyeron tocar con la punta de sus dedos, dos años en los que el entusiasmo de los primeros momentos se ha ido transformando en melancolía, años en los que la impaciencia de algunos ha llevado a una peligrosa batasunización, perdón por el "palabro", de las protestas, con la aparición de los Comités de Defensa de la República, CDR, que, con ocupación de las estaciones del AVE, los cortes de carreteras, la siembra de basura frente a las puertas de quienes desprecian, las pintadas y las contramanifestaciones plantadas ante quienes no piensan como ellos, han subido la temperatura y la crispación de esas calles que ya no llenan como antes.
Dos años durante los que se ha hablado demasiado de Cataluña y muy poco de los catalanes, dos años durante los que poco o nada se ha hecho por su bienestar y sus problemas, dos años que han ahondado el cansancio y la frustración de los catalanes de a pie, a los que un día les prometieron el paraíso y se ven ahora igual o peor que antes, dos años después de los cuales esa frustración va dando paso a las temibles "vanguardias", dispuestas a conseguir por su cuenta, eso piensan a menos, lo que la gente en la calle no alcanza.
A los catalanes se les dijo, recordadlo y que lo recuerden ellos, que, tras la proclamación de su ansiada independencia, la Unión Europea le abriría sus puertas y le haría un sitio en Bruselas. Pero no fue así, porque, hoy, el único que tiene casa, si no en Bruselas, cerca, es el huido Puigdemont. Les hicieron soñar con Lituania y están hoy peligrosamente más cerca de Crimea quede la república báltica, sobre todo desde que, como sabemos, existe una vanguardia dispuesta a meter sus manos en el amonal y la goma-dos, como aquellos jóvenes nacionalistas vascos que hace medio siglo sentaron sin saberlo las bases de una "guerra de liberación" que, sin llegar a ningún sitio, dejo atrás centenares de muertos y millares de víctimas.
Aquellos primeros etarras eran todos jóvenes, estos CDR detenidos, no. Son cuarentones, si no cincuentones, con familia, y aún está por ver qué relación tienen con ese presidente de la Generalitat que no da el paso de condenar su, parece que probada, intención de sembrar la violencia. Demasiado "viejos" para ser sólo soñadores, porque, con veinte años, se tienen sueños, con más de cuarenta, lo que se tiene son intereses.
En fin, han pasado dos años y, si alguien no recupera la cordura y deja de pensar en héroes y mártires, para hacerlo en la gente corriente, no auguro nada bueno, porque en esa mezcla legendaria de seny  y rauxa, sentido común y arrebato, de la que tanto presumen los catalanes, no conviene pasarse con el arrebato.