Después de toda una vida persiguiendo estar en el poder,
después de dos legislaturas de inquilina en el palacio de La Moncloa, después
de entrar con calzador -convenientemente engrasado, eso sí- en la lista de
Gallardón al Ayuntamiento de Madrid y después de acceder a la alcaldía
tras incumplir éste su compromiso con los madrileños que el votaron -bendito
incumplimiento, por cierto- a Ana Botella le ha sobrado media legislatura para
demostrar que, en su caso, el cargo le venía demasiado grande a quien
apenas ha sido un florero colocado allí en recuerdo a su marido.
Este 15 de mayo, las gaviotas reidoras del Manzanares ya no
ríen y el desastre de gestión de la señora de Aznar es, como diría Iñaki
Gabilondo, "de aurora boreal". Gallardón se llevó sus manías y
neurosis del megalómano despacho que se hizo en Cibeles, pero dejó en
él todas las irregularidades y todas las trampas que capaz de urdir en
sus años en la alcaldía. Irregularidades y trampas que, sumadas a una
gestión económica delirante, convierten al de Madrid en el ayuntamiento más
endeudado y más caro, para los ciudadanos, de España.
Botella ha tenido la desgracia -buscada, por otra parte- de
heredar todo eso y de que muchas de las trampas de Gallardón se tornasen
trágicas porque todo lo malo que pudo pasar pasó para convertir en tragedias lo
que hubiesen sido sólo chorizadas, irresponsables, pero chorizadas. Las muerte
de cinco jóvenes en la fiesta del pasado Halloween dieron a la alcaldesa
la oportunidad de demostrar toda su torpeza desde el minuto uno, como ella
misma diría, porque no quiso privarse de su puente en Lisboa y se
limitó al protocolario pésame a las familias, cuando es estaban resquebrajando
las columnas que sostenían su administración en Cibeles. Uno tras otro, sus
"hombres de confianza" tuvieron que dejar el ayuntamiento al verse imputados
en un asunto que el ayuntamiento trato de tapar en un principio y que no hizo
más que sacar a la luz la incompetencia y los chanchullos que la carcomían.
Apenas semanas después, nos enteramos de que la M-30, una de
las medallas que se colgó Gallardón y que terminó deprisa y corriendo para
darle la alcaldía carecía de seguridad, algo que supimos después de la muerte
de dos trabajadores que murieron en un caótico incendio de las instalaciones
cuando, al parecer, trataron de ocultar por orden de su empresa la inexistencia
o inoperancia de los sistemas anti incendio.
La torpe gestión de estos asuntos su escasa química con la
gente y su falta de reflejos ante cualquier eventualidad y su afán por reducir
su papel de alcaldesa a las meras funciones de representación han dejado
claro que la Botella no era la persona indicada para presidir el ayuntamiento
madrileño. A la señora Botella, doña Ana, aun le quedan años de ocupar el
sillón de alcalde y, desde su partido, ya se lo están moviendo. La alcaldesa se
aferra a él y ha ligado su destino a la consecución de los Juegos Olímpicos
para Madrid, algo que, dadas las circunstancias, parece poco probable y se
desvelará en septiembre.
Hoy, una encuesta publicada por EL PAÍS reverla que los
madrileños ya no quieren al PP y que, de celebrarse elecciones ahora, el
ayuntamiento pasaría de nuevo a la izquierda, como en los tiempos de Tierno y
Barranco, fundamentalmente, gracias al crecimiento de Izquierda Unida. Y no es
raro que así sea, porque en esta última legislatura las tasas, el transporte,
la ORA, las multas y todo lo demás han convertido Madrid en una ciudad tan cara
como si estuviese en la Costa Azul, pero con un recorte en los servicios
sociales, colegios, recogida de basuras y todo lo demás que la devuelven a
los tiempos del franquismo.
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