martes, 31 de enero de 2017

LECCIONES DE DEMOCRACIA


Si os preguntáis, estáis en vuestro derecho, por qué desde hace días vuelvo una y otra vez a la figura de Donald Trump y sus alrededores, os diré que es así porque esa figura estridente, zafia y maléfica me fascina y lo hace del mismo modo que lo hacen los abismos o lo harían de existir, de ser algo distinto al mundo que pretende Trump, las puertas del infierno. La misma fascinación, lo reconozco, que produjeron en mí Hugo Chávez, Maduro o Castro, envueltos en sus banderas.
Hoy, sin remedio, tengo que hablar de la desfachatez de Esperanza Aguirre, que, unida a esa inquina personal que siente por Manuela Carmena, la mujer respetuosa y serena que le arrebató la alcaldía de Madrid cuando ya la tocaba con la punta de los dedos, le lleva a defender lo indefendible, por más que intente disfrazar sus intenciones o sus palabras, porque Esperanza Aguirre, tan demócrata y tan lista ella, no podía consentir que la alcaldesa le patease el escenario, adelantándose a los enmudecidos políticos de un país tan escandalizado como el resto por las "hazañas" de Trump, aunque sus líderes hubieran preferido el silencio.
Aguirre, que remueve a su antojo los fantasmas de Hitler o Stalin, para meter el miedo en el cuerpo de los más incautos con los desharrapados de Podemos, no pudo resignarse al silencio y, cuando la alcaldesa aludió con elegancia y sin nombrarlo al "resistible" ascenso de los nazis en la Alemania de los años treinta y su ascenso al poder a través de las urnas. No pudo resistirlo y sacó su disfraz de dama indignada y discutidora, de dueña del carril bus, para recordar a Carmena y, de paso, a todos nosotros que Europa, cuna del nazismo y del comunismo de Stalin, olvidando, cuando menos, a Mussolini y Franco, tan generoso con los suyos, Europa, dijo, no puede dar lecciones de democracia a los Estados Unidos.
 Pura demagogia, pues está claro que el sistema norteamericano, como, en cierto modo, ocurre aquí es imperfecto y, para elegir presidente, da más valor al voto d un granjero de la Nebraska profunda que a cualquier elector de California, algo tan injusto y evidente como para permitir que el zafio Trump ocupe la Casa Blanca con tres millones de votos menos que Hilary Clinton.
Lo que no nos dijo Esperanza Aguirre es que se siente mucho más cerca del empresario salvaje que es Trump que del orden y las normas que está violando, una tras otra, desde que llegó al despacho oval. Lo que no nos cuenta es que ella es un poco como Trump, mal hablada, déspota, tramposa y, ante todo, alérgica a la prensa que no inclina la cabeza y dobla la rodilla ante sus deseos y opiniones.
Esperanza Aguirre sería feliz en el mundo que pretende Trump: sin otra norma que el brillo del dinero y la arrogancia del poderoso, sin que nadie se acuerde de proteger y defender a los que no los tienen, un mundo en el que sacar partido de lo que es de todos para beneficio de sus negocios y propiedades.
Esperanza Aguirre dijo a Manuela Carmena que los europeos, no somos quienes para dar a los norteamericanos lecciones de democracia. No se daba cuenta, con lo lista que ella es de que Carmena no pretendía dar ninguna lección de democracia sino de Historia, de cómo alguien, desde el poder ganado en las urnas puede llegar, si no permanecemos vigilantes o somos exquisitos con las normas, puede acabar siendo un dictador delirante y cruel. No digamos, añado yo, si el dictador viene de un baño de sangre como lo fue la Guerra Civil. Algo que la condesa prefiere olvidar y que olvidemos.    

lunes, 30 de enero de 2017

¿DICTADOR O PAYASO?


Reconozco que soy de los que pensaban que la realidad del poder acabaría moderando, atemperando, los exabruptos y delirios del gran histrión que han elegido, aunque no todos, a las claras está, los norteamericanos. Ahora, apenas una semana después de su toma de posesión he de admitir que estaba equivocado, porque, todo lo contrario, ha sido Trump quien ha vuelto más zafia, más torpe y vulgar, la imagen de la Casa Blanca ante el mundo, pero también ante los mismos norteamericanos.
Siempre he dicho que nada hay más peligroso que un hortera o un loco con poder, y éste aúna ambos horrores, porque siempre hará sin pensarlo lo primero que se le ocurra. Y. por desgracia, ese niño mal criado que es Trump, no sólo ha introducido su mal gusto y sus horribles cortinas doradas en la Casa Blanca, incluido el sacrosanto despacho oval, no sólo ha sustituido con sus torpes andares y su zafia verborrea y su estridente familia la elegancia de los Obama. No, además ha estampado su narcisista rúbrica, más propia de un grafiti de quinceañero que de un hombre de Estado, al pie del decreto que ha cerrado las puertas de su los Estados Unidos, un país que hicieron grande los desheredados de la Tierra, quienes huían de las persecuciones, el hambre y las guerras, a quienes huyen hoy de guerras y hambrunas, en las que quienes vivimos en el opulento primer mundo tenemos, todos, gran parte de responsabilidad.
Afortunadamente. Estados Unidos es más grande que el tipejo que la gobierna ahora y sus ciudadanos se echaron a las calles y ocuparon los pasillos de los aeropuertos por los que ya no podrán entrar a la hermosa América, para hacerla más grande de lo que podrán hacerla nunca todos esos paletos de barriga cervecera y rifle al hombro que votaron a Trump y votarían al mismo Hitler, si resucitase para aspirar a ocupar la Casa Blanca.
Pero, además, el sistema, ese sistema que Trump ha puenteado y quiere poner patas arriba, se ha movilizado para parar los pies al gamberro millonario que va camino de conseguir que su país vuelva a ser tan odiado o más de lo que lo fue en tiempos de la injusta y criminal guerra del Vietnam. A las pocas horas de que Trump estampase su horrible firma al pie del infame decreto, una juez federal se encargó de paralizar temporalmente la norma que había dejado a más de un centenar de refugiados con todos sus papeles en regla a las puertas de su esperanza. Pero no sólo ella. Como ella, varios fiscales se movilizaron para paralizar el decreto y políticos de su mismo partido que, nos sólo critican la legalidad de medida, sino las consecuencias que tendrá en países en los que, como en Irak, tropas norteamericanas permanecen estacionadas, trabajando junto a aquellos a quienes se pretende prohibir la entrada en los Estados Unidos.
Lo hace Trump, le critican en su país y en todo el mundo, salvo la extrema derecha europea y otros que, como Mariano Rajoy, con su silencio vergonzante otorgan su beneplácito a tan irresponsable personaje, y lo defienden los personajillos que forman parte del staff del nuevo presidente y que podrían muy bien pertenecer a la guardia de corps de ese otro tirano, Adolf Hitler, paradigma del terror y la injusticia, para quien las vidas y haciendas de quienes escogió como enemigos para justificar su ambición. carecieron de valor hasta el final.
Podemos pensar en Trump como en el payaso que en realidad es, pero, más que al gran dictador de Chaplin, se parece al Hitler de verdad que, con su insensatez y la de sus seguidores, llevó al mundo a cinco años de guerra y muerte, con millones y millones de víctimas. Y es que los dictadores, por más payasos que nos parezcan, son ante todo eso: dictadores.

viernes, 27 de enero de 2017

CINISMO



Si me preguntasen por un rasgo de la personalidad de los políticos, los nuestros y los de países como el nuestro, creo que mi respuesta sería ésta "el cinismo", porque el cinismo esa bendición divina que permite a alguien decir que brilla el sol mientras llueve o llamar día a la noche adorna a los más de entre ellos.
Cinismo fue lo que exhibió Mariano Rajoy en su entrevista de ayer en Onda Cero, cuando dijo desear el juicio que se está celebrando contra los responsables de la trama Gürtel, cuando, como le recordó el periodista Carlos Alsina, todo el mundo sabe que los abogados del PP pidieron sin éxito la nulidad del proceso. Y más cínico fue cuando aseguró que no lo sabía, porque no se ocupa de esas cosas, ni siquiera cuando le insistieron en que el abogado obedece las instrucciones de su cliente que no es otro que el partido que preside Rajoy.
Cinismo es también lo que alimenta a la presidenta andaluza, Susana Díaz, que continúa sin admitir a día de hoy sus intenciones de hacerse con la secretaría general del PSOE y la de compatibilizarla con la presidencia de Andalucía, mientras el ínclito Ferreras, su cuñado mediático machaca y desmonta en cuanto tiene ocasión a sus rivales Patxi López o Pedro Sánchez.
Cinismo, el del número dos de Esperanza Aguirre en el ayuntamiento de Madrid, Íñigo Henríquez de Luna, que se descuelga ahora, porque le conviene a su mentora, con que no deben recaer en la misma persona la presidencia del partido y del gobierno, en clara alusión Cristina Cifuentes, a la rival de su "jefa", dejando claro, por si acaso, que el jefe Supremo, Mariano Rajoy, el que da el visto bueno a las listas electorales, queda fuera de su recién descubierta regla.
Cinismo ha sido durante meses la lucha soterrada por el poder en las filas de Podemos, mientras se nos hacía creer que el partido era una balsa de aceite, que todo era un invento de la canallesca, como se denominaba a la prensa en el franquismo, forzando los abrazos y las fotos de familia y vistiendo de elogios al rival -ahora mismo escucho a Pablo Igleias, haciéndolo- lo que no son más que insidias sarcásticas.
Todos los políticos, de uno u otro modo, antes o después, caen en el cinismo. Pero si he de señalar al campeón del cinismo, creo que no tendría más remedio que coronar a Alberto López Viejo, que inició su carrera en el ayuntamiento de Madrid con apenas veinte años, que pronto se hizo con la suculenta concejalía de Limpieza y que llegó a suceder a Francisco Granados en la consejería de Presidencia de Aguirre, en la que, por lo declarado ayer en el juicio del caso Gürtel, no asume responsabilidad alguna, porque, según él, la última palabra la tenían en todo los técnicos. Lo decía mientras se negaba a declarar sobre su el notable incremento de su patrimonio o sobre las cuentas a su nombre existentes en Suiza.
Todo, con la soberbia del que se subió a un coche oficial con veinte años y nos e ha bajado de él en décadas. Soberbia que le llevó a tratar de imponer sus juicios de valor al tribunal o a "regañar" a la fiscal del caso. Pero, siendo toso esto escandaloso, se queda pequeño ante la guinda que mejor ilustra el cinismo del que os hablo y que no fue otra que negar su amistad o conocimiento del capo de la trama, Francisco Correa, cuando todos le hemos visto en el "Carmen" con Ana Aznar, Alejandro Agag, con "el bigotes" y las respectivas esposas, cruzando el Estrecho, para tomar una caña en la otra orilla, O sea, la Gürtel en estado puro y al completo. Nda que ver con otro acusado, el número de Jesús Sepúlveda, ex marido de Ana Mato, al que las lágrimas y la congoja por su vida destrozada no dejaron hablar. 

jueves, 26 de enero de 2017

LA IMPOSTURA DE TRUMP


Cada vez tengo más claro que Donald Trump no es más que un impostor, un tipo que ha llegado a la Casa Blanca, más por haberse hecho con la combinación para acceder a ella que por merecerlo. De hecho- Trump, pese a que una gran parte de quienes le temían o le despreciaban -espero que estos últimos hayan dejado de hacerlo- el día de las elecciones se quedaron en casa, quedó a casi tres millones de votos de su rival, algo que, cuando menos, le augura que la suya va a ser presidencia socialmente complicada, con la calle soliviantada y presta a la protesta.
Trump lo sabe y, por eso, él y sus colaboradores, en esa construcción de realidades alternativas a la dura realidad, se esfuerzan en sembrar el campo de mentiras tendentes a hacerle necesario en el corto imaginario de sus votantes y a restar valor moral al importante resultado de Hilary Clinton. Por eso, ayer mismo, se proclamó defensor de la seguridad de América y los americanos, aunque sea mediante la odiosa e ineficaz tortura que, lejos de ayudar a combatir el terrorismo, a base de dolor e injusticias, acaba por convertir en terroristas a quienes, las más de las veces, no pasarían de sospechosos.
La experiencia nos dice que, cuando personajes como Trump no tienen nada que ofrecer a su gente, inventan enemigos: terroristas islámicos, inmigrantes que llegan para traficar con drogas o extender la violencia, como si, en eso, los Estados Unidos necesitasen ayuda externa. No sé por cuánto tiempo, pero, por desgracia, tan odiosa fórmula funciona y el estridente Trump tiene entusiasmados a sus seguidores, de paladar nada fino y tan fáciles de contentar como el público de Telecinco.
Trump es la imagen del jefe arbitrario y cabreado que todos, yo también, alguna vez hemos tenido. Esos jefes vociferantes, maleducados, llenos de aspavientos, de puñetazos en la mesa y portazos, a menudo mentirosos que, después de arruinar el trabajo y la convivencia se van, como si nada, con la música a otra parte.
Tengo la impresión de que a Trump, hijo de un multimillonario, le ha faltado siempre quien le corrija tanto machismo, tanta zafiedad y tanta prepotencia como rebosa por cada uno de sus poros. De ahí, ese gusto obsceno por las barbies rubias, por el mármol y el oropel, ese afán por el maltrato y el desprecio a cuantos tenía o creía tener por debajo, que para él son todos. Todo un gamberrete que ha pasado de los juegos y las bromas a la realidad, que por desgracia para todos con él se convertirá en cruel e injusta para casi todos, porque él, cegado por los focos desde hace tanto, es incapaz de ver que, tras las luces, está el mundo.
Trump, aunque él y sus seguidores crean lo contrario, es un impostor. Un impostor que ha aprovechado las fisuras del sistema para escalar a lo más alto y que, ahora que está allí, no tiene muy claro que hacer, salvo vociferar, amenazar e insultar. Y, como todo buen impostor, sabe que, antes o después, su impostura va a quedar al descubierto. Así que, como quien entra a robar en una joyería, está vaciando mostradores, vitrinas y escaparates, rompiendo y echando por los suelos todo aquello que, como los derechos y las libertades, para él, carece de valor.

miércoles, 25 de enero de 2017

IMPUESTOS Y POBREZA


Maldigo la hora en que a quienes se llaman socialistas se les ocurrió aquella patraña de que bajar los impuestos también era de izquierdas, No sé exactamente por qué les dio por aquello. Probablemente fuera la resaca de una mala encuesta, probablemente otra resaca, ésta literal tras un banquete y unas copas con los dueños del país que, para nuestra desgracia, no son otros que esa cohorte de grandes empresarios nacidos al calor de las privatizaciones de los servicios esenciales, el agua, la luz y las telecomunicaciones, con la que algunos dirigentes del PSOE, que, aunque los había y los hay, no todos eran ricos de familia, pasaron a formar parte de la aristocracia del IBEX.
Eran los años en que, a falta de revólver para jugar a la ruleta rusa, los españoles, ebrios de opulencia, comenzaron a jugarse los ahorros en bolsa, hincándose de rodillas ante los dioses de la especulación, tiempos en los que el trabajo, el ahorro y el esfuerzo pasaron a ser el camino más largo y más difícil para ganarse la vida y el afán de los bancos no era otro que olisquear donde había cuentas más o menos saneadas para convencer a humildes trabajadores y tenderos para que comprasen acciones de aquí y de allá, las "matildes", por ejemplo, prometiéndoles una rentabilidad y un crecimiento de sus ahorros que, en la mayoría de los casos, nunca llegó a hacerse realidad.
Los españoles tardamos en enterarnos y con dolor de que, en la bolsa, como en casi todo, los peces grandes se alimentan de los boqueroncillos despistados que, incautos o asustados, compran caro y venden siempre barato, para regocijo de sus bolsillos.
Ahora, décadas después de que aquellos González, Solchaga o Solana, don Luis, profetas conversos del mercado nos engatusaron con aquello de hacernos ricios "deprisa deprisa" y bajar los impuestos.
Ellos abrieron la trampa en la que caímos casi todos, una trampa que la crisis y un gobierno cruel y sin conciencia se han encargado de cerrar sobre todos nosotros, que, bastante más tontos de lo que creemos, estamos pagando la fiesta de la que los florentinos, los villar mir, los amancios, los albertos o las koplovitz sacaron sus villas y sus yates.
Lo malo es que la naturaleza es equilibrio y el tiempo acaba poniendo todo en su lugar, lo malo es que ese equilibrio se restablece a base de bandazos, de terribles pendulazos, que, como los huracanes o los torrentes, acaban arrasando todo lo que creíamos sólido -gracias, Antonio- y, por desgracia, no lo era. Acabamos de comprobarlo en nuestras carnes. Estamos sufriendo una terrible ola de frío, como ni los más viejos recordaban, y una gran parte de los españoles no pueden encender sus calefacciones, porque no pueden pagarlas y, si no pueden hacerlo, es porque las implacables empresas del sector, adornadas en sus consejos con políticos que debieran defender a sus clientes, abusan sin piedad de una situación de oligopolio favorecida durante décadas por los gobiernos de la castra, no encuentro un término mejor para definirlos, que han legislado a medida para ellos.
Y no sólo eso, porque, al tiempo que tiritamos y dormimos entre mantas, nos enteramos de que las eléctricas han ganado treinta mil millones de euros en los últimos cinco años, todos y cada uno a nuestra costa, o de que un uno por ciento de los españoles tiene en sus manos el veinticinco por ciento de la riqueza total del país y que el diez por ciento lo que tiene es mas de la mitad de lo que nos correspondería a todos. Peor aún, nos enteramos de eso y sabemos que esos que acumulan la riqueza apenas pagan impuestos, porque unos y otros, otra vez la casta, han legislado para que fuera posible, haciendo creer a los incautos que bajarlos crea riqueza, olvidando y haciendo olvidar a quienes se beneficiarían de ello que, con los impuestos se evitarían los terribles desequilibrios de los que os hablo. O, al menos, se daría oportunidad y esperanza a los de abajo de salir del pozo en el que viven.
Va siendo hora de que lo empecemos a tener en cuenta, porque, si no, los Trump o algo peor, si es que posible que lo haya, comenzarán a extenderse y, con ellos, la reacción de quien no puede más y, sin esperanza, acabará por estallar un día.

martes, 24 de enero de 2017

HACE CUARENTA AÑOS


Recuerdo aquel día, tan frío como el de hoy, recuerdo que fue a primeras horas de la tarde y lo que mejor recuerdo fue el silencio, un silencio atronador, más que podía serlo el más potente de los gritos. Éramos gente de todos los barrios, obreros y estudiantes, pero también oficinistas, mujeres y hombres que, por fin, estábamos gritando ¡basta! con nuestro silencio.
Yo, apenas pasaba de los veinte años y, como casi todos los que allí estábamos, fui con mi gente. No hicieron falta muchos argumentos, porque los que teníamos miedo, y había razones para tenerlo, nos lo tragamos, porque pesaban más la responsabilidad personal y la sensación de que había que estar allí para parar con nuestro silencio y nuestra fuerza tranquila tanto horror como el que quienes no se resignaban a dejar sus privilegios habían desatado.
Tres pistoleros mitad señoritos, mitad buscavidas, acababan de asesinar salvajemente a cinco de los nuestros, nuestros porque no eran suyos, y, si lo hicieron, fue porque pretendían torpemente parar esa marea imparable que arrasaba sus jardines. Descargaron sus sofisticadas metralletas, disparando "a bulto" sobre los cuerpos de quienes hallaron a esa hora en el despacho, como en un fusilamiento de los tiempos que añoraban. Y consiguieron perpetrar la carnicería que buscaban.
Lo que no sabían, dudo que los que quedan vivos de entre ellos hayan llegado a saberlo, es que, con sus balas y la sangre de sus víctimas, estaban escribiendo el principio del fin de su miserable historia.
Querían arrancar de raíz lo que consideraban cizaña y malas hierbas y lo único que consiguieron es que las raíces que entretejían el futuro de este país bajo sus pies brotasen con la fuerza imparable que acabaría por asfixiar los mezquinos planes que tenían para nosotros.
Ahora sabemos que la temible CIA vio en la matanza de Atocha y en otros asesinatos de aquellos días un intento de provocar la inestabilidad que forzase la salida del ejército de los cuarteles. Y, sin embargo, lo que consiguieron fue lo contrario, porque toda esa gente que no perdimos los nervios ante el enorme despliegue policial, toda esa gente que, con el puño en alto y los ojos llenos de lágrimas, despedimos con nuestro grito silencioso los cinco féretros, nos ganamos, al menos eso dicen, la mayoría de edad para siempre. Tanto fue así, que dicen que, en aquel helicóptero blanco que aquella tarde sobrevoló la plaza de Colón y sus alrededores, yo lo vi, viajaba el rey Juan Carlos, que quiso comprobar sin intermediarios la magnitud del acto.
Recuerdo la manzana en la que estaba el despacho asaltado. Cuántas veces no habría pasado por ella, cuántas cañas, cuántas colas, esperando a entrar a aquellos conciertos del Monumental, conciertos que, en aquellos tiempos eran, también, manifestaciones de rebeldía, porque cada uno de ellos constituía un acto de rebeldía del que se salía más libre y con ansias de serlo cada vez más. Recuerdo que la zona, antesala de tantas otras zonas amables de la ciudad -Plaza de Santa Ana, Lavapiés, Tirso de Molina, la misma Plaza Mayor- nunca volvió a tener, al menos para mí, el encanto de aquellos años de antesala de la libertad.
Han pasado cuarenta años y la mayor parte de quienes hoy se mueven por esos lugares no conocieron aquellos días, aquella trágica noche, o aquella tarde de silencio, en la que el Partido Comunista, firme y organizado, se ganó la legalización y nosotros, la gente, caminamos un largo trecho hasta la libertad.
Ocurrió hace cuarenta años, más de la mitad de la vida de muchos de los que allí estábamos, y, la verdad, cuesta reconocer aquel país tan crispado y a aquella gente tan serena, que es España y somos nosotros.

lunes, 23 de enero de 2017

TRUMP TIENE RAZÓN


No temáis. No me he vuelto loco. Aunque de la razón al esperpéntico presidente que han elegido en libertad millones de norteamericanos, no me he pasado al bando de los que creen que todo vale, que no está mal aplicar políticas de mano dura de vez en cuando, que, si no me gusta lo que dicen o escriben de mí, les cierro la emisora o el periódico y a otra cosa. No. no comparto con este excéntrico niño de papá que, de bancarrota en bancarrota, con su labia y su conociendo profundo de loa más bajos instintos de la masa ha llegado a la Casa Blanca, para llenarla de vulgaridad, odio y, al tiempo, de corruptelas e intereses bastardos.
Trump, insisto, tiene razón. La tiene cuando dice que por qué no votaron todos esos que el sábado se manifestaron en Washington y otras grandes ciudades de los Estados Unidos y el resto del mundo -no en España, por cierto- para reclamar atención sobre todas sus reivindicaciones, que, ahora, con ese monstruo en la Casa Blanca, corren peligro. Tiene razón porque, es verdad, muchos de los centenares de miles de manifestantes del sábado no consideraron demasiado importante expresarse con su voto ese primer martes de la primera semana de noviembre del año electoral. Porque ¿dónde se metieron el pasado ocho de noviembre? ¿por qué se quedaron en sus casas? ¿a quién quisieron castigar con su desdén hacia la candidata Clinton
Por desgracia, Clinton tiene razón al hacer la pregunta. Quizá por eso abandonó enseguida esa crítica tan impulsiva y tan lejana a sus intereses, quizá por eso no volvió a ese tuit tan sincero que podría abrir los ojos de quienes reclaman en calles y plazas que se escuche su voz y lleguen a la conclusión de que nadie mejor que ellos mismos para defender sus intereses, colocando en el poder a quienes mejor los defiendan.
Está claro que Bernie Sanders hubiese sido mejor presidente para muchos elecciones, está claro que ese representante delos verdes estaba más cerca de quienes creen más en el futuro que quien, como Hilary Clinton, tiene demasiados intereses en el sistema, porque es casta y lo es desde hace décadas, está claro que la gente de bien no puede ni debe olvidar el rostro de la entonces secretaria de Estado, siguiendo en la sala de crisis de la Casa Blanca la salvaje operación de exterminio de Bin Laden, llevada a cabo por los comandos norteamericanos. Está claro, pero no por ello hay que dejar el país, nuestras ciudades, nuestro trabajo, nuestra educación, nuestra salud y nuestro futuro en manos de quien nos desprecia y sólo ve en nosotros tontos útiles que le permitan jugar a presidente para ajustar cuentas con quienes no soportan la arrogancia del oropel de su cola de pavo real.
Entiendo, es fácil, la frustración de quien creía en una tercera vía hacia la Casa Blanca. Entiendo, incluso, s Susan Sarandon, cuando dijo que no votaba con la vagina y que, por eso, no daría su voto a la señora Clinton sólo por ser mujer. Entiendo también a quienes se dejan llevar por el desengaño de sus años de paro, de la violencia en las calles, del deterioro de los barrios. Pero, insisto, esa no debe ser excusa para soltar un gallo como Trump en el corral del mundo.
Lo entiendo y, a la vez, tengo claro que el millonario hortera no va a durar ni, mucho menos, va a repetir mandato, pero, cada minuto que Trump pase en el despacho oval, el mundo será un poco peor. Y dudo que esa fuese la intención de quienes se quedaron en casa porque Hilary Clinton no era lo bastante buena para contraponerla a tan arrogante hortera.
Trump tiene razón, hay que expresarse por todos los medios, pero también, claro, con el voto. Y el que se queda en casa en día electoral o lo dispara en salvas, en lugar de sumarlo a una alternativa posible, y no hablo de elegir a los diputados de un parlamento, sino de elegir un presidente, lo está entregando, está votando, al que gana, por más que quiera vestirlo de exquisitez o responsabilidad.
En resumen. No me he vuelto loco, porque nadie puede negar que Trump tenía razón cuando escribió su tuit preguntando por qué todos esos manifestantes no habían votado.

viernes, 20 de enero de 2017

REÍRSE DE TRUMP


Hoy comienza la era Trump. Hoy, en una ceremonia insólita, por las sillas vacías, por el rechazo a arropar con su presencia o con su voz al presidente más contestado y más impopular mucho antes, incluso, de haber llegado a la Casa Blanca, recibirá el poder, uno de los mayores poderes que un ser humano pueda detentar, un tipo listo, pero inculto, tan arrogante como y vacío, tan imprevisible como temido, un personaje del que todos nos hemos burlado, porque nunca creímos que sólo el dinero y la mentira pudieran llevarle al despacho oval. Pero nos equivocamos, porque, a veces, el rencor pesa más que el amor en el alma de hombres y mujeres. Y el rencor y el resentimiento han pesado más en la de una minoría de norteamericanos, estratégicamente situados, eso sí, para llevarle a Washington, con tres millones de votos menos que su decepcionante y decepcionada rival.
No nos lo tomamos en serio. Más bien al contrario, le convertimos, y él ha puesto mucho de su parte, en un payaso del que hacer chistes, objeto de brillantes parodias, un personaje lleno de aristas a las que agarrarse para arrancar las carcajadas de la audiencia. Pero nos equivocamos, porque si los shows televisivos y los monólogos terminan, a veces tarde, y nos acostamos, Trump, el verdadero Trump, sigue ahí, con todo su poder, para ejemplo de personajes tan siniestros como él en medio mundo, incluida esta vieja Europa que lleva años chocheando a la sombra del amigo americano. Trump sigue y seguirá en su despacho, tendiendo una sombra de miedo e incertidumbre sobre todos esos millones de ciudadanos que, después de recorrer penosamente miles de kilómetros, se van a encontrar con el muro que Trump quiere levantar en el sur, su juguete preferido y el de los millones de votantes que le dieron su confianza hace dos meses.
También en España, quizá donde más, nos hemos reído de Trump y, la verdad, no sé por qué, porque si Trump quiere levantar un muro de acero y ladrillo para alejar la prosperidad norteamericana de los sueños de esos hombres y mujeres morenos y bajitos que huyen de la pobreza y la violencia del Sur, aquí también tenemos muros de alambre, sofisticados y crueles, llenos de cuchillas criminales, para dejar fuera de la prosperidad europea a quienes, con otro color y otra lengua, huyen del hambre, la violencia y la desesperanza de África.
Bien es verdad que Rajoy, aunque cómico a veces, no es tan payaso ni tan estridente como Trump, pero cumple su mismo papel t para los mismos, los de siempre, porque a qué obedece, si no, el plan sistemático de desmantelamiento y deterioro de la sanidad pública, la joya del Estado de Bienestar en España, negada primero a los inmigrantes, luego a los parados y ahora a quienes vuelven desengañados de su "aventura" forzosa en Europa. También en la Enseñanza ha hecho otro tanto, dejando a barrios enteros sin institutos y dejando deteriorarse los que ya había, mientras se invierten millones y se ceden terrenos a colegios privados que, lejos de enseñar la convivencia, fomentan las diferencias y abren, ya entre nuestros niños, una brecha insalvable que marcará para siempre sus vidas.
Y, si Trump quiere desmantelar lo poco que Obama levantó para proteger a lo más desfavorecidos, lo que Mariano Rajoy y el PP vienen haciendo con los dependientes y los parados no es muy diferente, no queda muy lejos, de ese propósito. Y, si todos tenemos la imagen de los "homeless", arrastrando su vida y sus pertenencias en carritos por las calles de Nueva York, os aseguro que no hay que buscar mucho para encontrarlos aquí, en nuestras calles.
Podemos reírnos de Trump todo lo que queramos, podemos pensar en lo gilipollas que han sido los norteamericanos que le han dado su voto, pero ¡cuidado! el señor que preside aquí el gobierno no es tan distinto, quizá más soso, quizá más silencioso, pero tan peligroso o más, al menos para nosotros, que ese Donald Trump que, hoy, se convierte en comandante en jefe de los Estados Unidos.

jueves, 19 de enero de 2017

PAÍS DE TONTOS


Vivo en un país lleno de tontos y, de todos, yo debo ser el más tonto. Lo digo porque tengo o he tenido de todo. Tengo una hipoteca con cláusula suelo, he pagado los gastos de un notario propuesto por Caja Madrid que, que yo recuerde, no me advirtió de lo que firmaba. me rompí el codo al caer por las escaleras del metro en un tramo sin barandilla ni advertencia de peligro y no dicen que no tengo derecho a una indemnización, porque los aguerridos vigilantes de seguridad que en todas las estaciones se preocupan de que nadie viaja sin billete no estaban en su puesto cuando les necesité y no fui consciente de que me había roto el codo hasta que, horas después, vi que la inflamación y el dolor iban a más y, para entonces, ni las grabaciones de seguridad que estoy convencido que había ni los informes médicos que probaban mis lesiones, sirvieron de nada. También tuve preferentes y las tuvo mi padre y, si nos fue devuelto el dinero es porque yo, con una agudeza visual próxima al 15 %, y mi padre, con casi noventa años, no leímos ni fuimos conscientes de lo que firmábamos y, ahora, por si fuera poco, me entero de que, en lo más crudo del invierno, estoy pagando la electricidad más cara de la Historia, mediante una factura incomprensible, en la que los precios se fijan. al antojo de los de siempre, en un mercado presuntamente libre, lleno de trileros que, estoy seguro, cobran incentivos y bonus por conseguir la mezcla de energías que conforme el kilovatio más caro posible.
Y nadie protesta, yo tampoco lo hago, porque vivimos en un país cansado de protestar, desnortado y desilusionado, que traga con lo que le echen, porque quienes deberían defenderle, los que cobran su sueldo de diputado o de senador de nuestros impuestos y llegan a sus escaños con nuestros votos, saben de sobra que, antes o después, si hacen las cosas "bien! acabarán poniendo sus culos de señorías en la  poltrona de algún consejo de administración que, antes o después, cuando amaine la tormenta, dará su bendición a quienes volverán a chuparnos la sangre o a intentarlo al menos. Mientras tanto, el gobierno consistiendo, porque, con el IVA de esos recibos injustos que no todo el mundo puede pagar, hace la caja que debiera hacer con los beneficios de las empresas que los emiten y, así, todos, léase los poderosos de siempre, contentos
He tenido preferentes que me vendieron cuando quise poner a salvo parte de la indemnización por mi cruel despido, tan cruel como todos, aunque menos que los que se hacen ahora, todos los días, porque ocurrió en tiempos de Zapatero y el mango de la sartén, en manos, como siempre, de los empresarios, era más corto. He tenido preferentes que me vendieron sin piedad, a sabiendas de que, con ese dinero se iban a pagar las tarjetas black y todos los dispendios de Blesa, Rato y sus consejeros de todos los colores, por cierto, y, lo que es peor, la orgía de créditos suicidas con que las cajas y bancos inflaron hasta reventarla la burbuja inmobiliaria. He tenido una hipoteca cepo, de esas que firmas cuando eres joven y crees que vas a comete ese mundo que, al final, cuando ya no tienes el entusiasmo ni las fuerzas que tenías en la firma, acaba por devorarte. Tengo también un recibo de la luz y otro del gas, caros los dos, que, si no lo son más, es porque escamado por tanto trapicheo, por tanto baile de siglas y propietarios, en el que los gobiernos, el de Zapatero incluido, y los partidos apostaron fuerte, por unos o por otros, haciéndonos creer que lo hacían por nosotros y por el país, para llevarnos al cabo al triste escenario en el que estamos.
Y, si este es el panorama visto por un sesentón con una pensión suficiente y unos pequeños ahorros. imaginaos cuál puede ser el de nuestros hijos, con sus sueños, sus proyectos y sus esfuerzos. junto con los nuestros, sumidos en la mayor de las desesperanzas, sabiendo que su vida difícilmente será como la nuestra y menos como la imaginaba, atrapados en una red de intereses, dispuestos a sacarles el jugo sin apenas nada a cambio. Pero yo, pese a todo, confío en la sabiduría y en la fuerza de esos jóvenes, nacidos en un país de tontos sumisos que, con suerte, muy pronto van a dejar de serlo.

miércoles, 18 de enero de 2017

ENTRE VISILLOS


Se defendía ayer Luis Bárcenas, el que fuera hombre de los dineros del PP, de las acusaciones de opacidad fiscal planteadas por la fiscal, diciendo que él nunca se ocultó tras ninguna pantalla y que, en todo caso, él y su fortuna estaban bien visibles detrás de un visillo. Puede que sea cierto, puede que los negocios de Bárcenas, en solitario o para el PP, no fuesen difíciles de detectar, puede que, desde su cinismo esté tratando de recordarnos lo que, desde hace tiempo, todos sabemos, puede que quiera recordaros aquellas palabras del entonces ministro socialista de Economía Carlos Solchaga, que proclamaba a los cuatro vientos que España era el país donde era más fácil hacerse rico en poco tiempo. Y puede que ambos, Bárcenas y Solchaga tuviesen razón. Bastaba con ocultarse detrás de un visillo, el del poder.
Nada de lo que llevó a Luis Bárcenas, un joven "de provincias", ambicioso y prometedor, a ocupar un escaño en el Senado, a compartir "paseíllo" con Berlusconi en la boda de Estado de la hija de Aznar con Alejandro Agag, amigo de Correa y pieza aún por tallar en la financiación popular, y a guardar las llaves de las contabilidades del Partido Popular, la que se enseña al Tribunal de Cuentas y esas otras, extracontables, que permitían pagar los sobresueldos y campañas que le afianzaron en el poder durante tantos años y todavía, nada de eso pudo hacerse, de no hacerse detrás de los visillos del poder que llegó a su vida cuando su padre, director de una sucursal bancaria en Badajoz, autorizaba los créditos a Ángel Sanchis, hombre de negocios al que acabaría sucediendo en la tesorería del partido.
Desde entonces estuvo cerca del dinero, recibiéndolo y repartiéndolo, tras ese visillo que, como él mismo dijo, no llegaba a ocultarle del todo y que, de haberlo querido, cualquiera podría haberlo descorrido. 
Curiosa defensa, la del guardián de los libros de caja del Partido Popular, una más después de haber saciado en parte su sed de venganza contra quienes, pese a los SMS de aliento y el despido simulado, al final, le dejaron caer. Curiosa, porque el destino convierte a quien lo tiene ya todo perdido en juez que reparte furia y clemencia a partes iguales entre los que antes se decían amigos y, al final, no han resultado serlo ni todos ni tantos. Curiosa defensa de quien creyó estar protegido tras el contenido de unos discos duros que la negligencia de un juez permitió borrar y destruir a martillazos, dejándole desnudo ante el tribunal. Curiosa, porque, ahora, en demasiados asuntos del caso, es su palabra contra el vacío y son ya demasiadas las versiones, a veces contradictorias, que ha dado.
Lo único que queda claro en este proceso es que hay mucho contra este personaje oculto tras su visillo y que al personaje le queda ya poca o ninguna credibilidad, algo injusto, porque, en algún momento todos tuvimos claro, yo al menos, que lo que se investigaba y ahora se juzga es la financiación ilegal del PP, la que adjudicaba obras innecesarias o sobrevaloradas a benefactores del partido, la que no era más que una corriente más, sin duda la mayor, en el enorme Amazonas de la descomunal borrachera que fue la falsa opulencia que la corrupción nos hizo ver que vivíamos en España.
Todo, medio oculto tras infinidad de visillos como el citado por el acusad Bárcenas, que, ahora que el fin, al menos aparente, del bipartidismo ha abierto balcones y ventanas, se agitan ante nuestros ojos dejando ver lo que todos suponíamos que había tras ellos y quizá más. Hemos vivido demasiado tiempo entre visillos y ojalá que, en adelante, la tan cacareada transparencia nos deje ver los que hay tras los cristales.

martes, 17 de enero de 2017

EL PARAGUAS DE TRILLO


Después de catorce años, el paraguas de Trillo, aquel infame paraguas que protegió de la lluvia y del dolor y la culpa al entonces ministro de Defensa y sólo a él, porque, entre tanto dolor y tanta muerte, bajo la lluvia de aquel triste escenario, sólo él iba a cubierto entre los restos de aquella catástrofe que nunca quiso aclarar, sólo a él protegía aquel paraguas que aún hoy sigue abierto y parece dejarle al margen de cualquier responsabilidad, de cualquier culpa.
Nadie en su sano juicio podría imaginar que el personaje que, en último extremo, decidía cómo, con quién y en qué aviones volaban nuestros soldados en misiones de paz pudiese quedar en silencio y al margen de cualquier responsabilidad sobre aquello, sin una palabra de consuelo, sin una disculpa, más bien. al contrario, reprochando a los familiares de aquellos militares su insistencia en exigir la verdad y el consuelo. nadie podía imaginarlo, pero ha sido y es así, porque Trillo, desde su soberbia, se limitó a tratar de imponer a los deudos de aquellos muertos el silencio disciplinario que se impone desde los galones y no siempre con la razón.
Ayer, María Dolores de Cospedal, flamante ministra de Defensa, protegida y jaleada por los diputados de su grupo, interpretó en el la Comisión de Defensa del Congreso la farsa que, a su partido, después de catorce años de oprobio, le convenía y pidió perdón, con su puntito de emoción y todo, por unas muertes que, de haber atendido las protestas de aquellos militares sacrificados tan inútilmente en el YAK-42, podrían haberse evitado.
Cospedal hizo, como sólo un político sabe hacerlo, lo que convenía a su partido, al que la evocación de Trillo, su soberbia y el premio de la embajada en Londres, habían puesto en entredicho ante la opinión pública. El PP, el gobierno, se limitaron a hacer lo único que podían hacer, ante la sangría de popularidad que el asunto les estaba provocando. Si no, como se explica que los mismos diputados que han guardado silencio durante catorce años, cuando no han criticad a las familias de las víctimas, rompieran ayer a aplaudir cuando la ministra pronunció por fin la palabra perdón. Pero pedir perdón no basta, ni basta que lo pida sólo la ministra. Hay que investigar qué y por qué sucedió con ese vuelo y hay que escuchar la palabra perdón, pronunciada con sinceridad, de labios de Mariano Rajoy el "substanciador", de Trillo y de los mandos que, por acción u omisión, llevaron a la catástrofe.
Sin embargo, me temo que no lo veremos, porque el PP, con la ayuda de los medios que, inducidos por los hábiles comunicadores de la calle Génova, precipitan el mensaje, ya ha construido su relato y el relato es el de que el perdón está pedido, del mismo modo que Trillo está dimitido y no relevado sin más.
Es algo que el PP ha entendido muy bien: lo importante no es lo que pasa sino como se cuenta lo que pasa, cómo y cuándo. Saben que la primera información es la que queda y, por eso, aquel 26 de mayo de hace catorce años, las informaciones llegaban en una nebulosa de incertidumbre. Por eso, para evitar que la noticia se prolongase durante días, se precipitó un funeral de estado con 62 féretros que, contenían cadáveres mal identificados que se iban a entregar a familias que no eran las suyas, por eso, para que no se prolongase el acoso a Trillo, perfectamente retratado bajo aquel paraguas, se prolongó cruelmente el dolor de los familiares de las víctimas. Por eso se pagó con dinero negro del PP, al menos eso dijo Bárcenas, la defensa de los médicos militares que, presionados por los de arriba, perpetraron aquella chapuza.
Suficiente para que a alguien con un resto de dignidad se lo hubiese tragado la tierra. Pero no a Trillo, a Trillo se le premio con la embajada en Londres, porque Trillo tiene paraguas y allí llueve mucho.

lunes, 16 de enero de 2017

LA HORA DE PATXI


Escucho a Patxi López, por el que, lo confieso, siento una especial simpatía, y me reconcilio con la idea de que alguien pueda dedicar su vida entera a la política. Consuela escuchar su voz en eso tono tan peculiar y tranquilo de asuntos que preocupan o deberían preocupar a todos. Consuela escuchar su mensaje tan distinto, tan alejado de la teatralidad de Susana Díaz o de su amigo Pedro Sánchez. Tanto me consuela, que puedo llegar a creer, si no su mensaje, si a su persona.
No sé en qué acabará el paso dado por Patxi López. No sé qué decisión tomará Pedro Sánchez, ahora que tendría que enfrentarse con quien fue uno de sus colaboradores más cercanos mientras ocupó la secretaría general socialista, lo que sé es que las fuerzas, no sé si resistentes o rebeldes, que Sánchez agrupó en torno a sí, tras su desgraciada y torpe defenestración, estaba perdiendo fuerza como la pierde una gaseosa que una vez abierta tarda demasiado en consumirse y que el paso dado ayer por López puede resucitar simpatías hacia las siglas socialistas que llevaban meses dormidas.
De la conversación con Pepa Buena a la que alud, me quedo con un gesto imperceptible por el oído, pero oportunamente señalado por la periodista, un gesto con el que López al ser preguntado por las dificultades para que sea aceptada su pretensión de ir a unas primarias sin descafeinar, con opciones distintas para que sean los militantes quienes decidan su secretario general, señalaba hacia arriba, no sé si al dios al que invocaba Benegas para referirse a González o a esa siniestra superestructura que quita y pone secretarios generales y promueve o rechaza alianzas al gusto de los poderosos, dios o superestructura que, a mi modo de ver, son lo mismo y tratarán desde ya de agostar cualquier brote de verdadera democracia dentro del partido.
A su favor, Patxi tiene la experiencia y la calma que parece que a Pedro Sánchez le faltaron en más de una ocasión, pero, en su contra, cuanta con la feroz oposición que podría venirle del "sur", porque, de llegar a buen puerto sus planes, los de Susana Díaz se verían seriamente perjudicados, al no poder contar con la totalidad del aparato de siempre y, eso parece al menos, la unanimidad de las baronías.
La presidenta andaluza debe, por ello, estar arrepintiéndose ahora de haber estado jugando a dos barajas tanto tiempo y, sobre todo, de haber mantenido ocultas sus cartas, tanto, que la jugada de López, anticipándose a sus planes ha debido dejarla cariacontecida.
No cabe duda de que el movimiento de López ha sido oportuno en tiempo y en forma, puesto que le benefician, no sólo el aparente desconcierto de la presidenta andaluza, sino el "descoloque" de Podemos, inmerso en una crisis de táctica y estrategia, en la que Pablo Iglesias sigue ensimismado y dispuesto a movilizar a sus bases en la calle, dejando en segundo plano la batalla aún pendiente en el parlamento, algo que al menos yo no acabo de entender. Dos propuestas y dos líderes enfrentadas y dudo ahora que compatibles que, de no confluir, despejarán el terreno a un todavía hipotético PSOE liderado por López.
Mientras tanto, el PP se sienta de nuevo en el banquillo con sus particulares fantasmas, el del YAK 42 y el de la Gürtel fuera del armario, evidenciando que al complicado encaje de bolillos con que Rajoy teje su versión del pasado se le están saltando algunos nudos y que, con un número cada vez más grande de resentidos y un Aznar eternamente cabreado, pero ahora desde fuera, la fiebre de la temida división interna puede alcanzar la frente del PP.
En fin, un buen momento que puede, por qué no, convertirse en la hora de Patxi.