martes, 27 de diciembre de 2016

ASÍ MENOS, PABLO


Estoy desando ver los resultados de la primera encuesta que se realice después de la muy vergonzante purga que, con nocturnidad, alevosía a unas horas de la Nochebuena ha llevado a cabo contra José Manuel López y, por extensión, contra Íñigo Errejón, Ramón Espinar, el particular Beria al que Pablo Iglesias ha encargado marcar territorio en Madrid.
Tengo ganas de verlos porque, como votante de Podemos en las pasadas elecciones autonómicas, me siento traicionado y ofendido. Traicionado, porque, como muchos, más que a Pablo Iglesias y sus compañeros, yo voté a la gente que les votaba. Y les votaban todos aquellos que creíamos que había que cambiar la manera de hacer política, para romper el injusto equilibrio que, durante décadas, ha mantenido alternativamente en el poder a PP y PSOE, con el consiguiente deterioro democrático, del que el alejamiento de los ciudadanos, la ignorancia y el desprecio de sus necesidades han sido caldo de cultivo para tanto enfangamiento, tanto clientelismo y tanta corruptela.
La verdad es que, pese a una incompatibilidad casi instintiva con la sobreactuación de palabra y de gesto de Pablo Iglesias, llegue a ilusionarme. Más, cuando frente al discurso efectista de éste, se iba construyendo otro mucho más maduro, sensato y, sobre todo, práctico de Íñigo Errejón. Me ilusioné, pero no tardé en comprobar las proporciones bíblicas del ego del "amado líder", su intolerancia para con cualquier discrepancia, por pequeña y sensata que sea y, lo que es peor, su presteza para poner en marcha el aparato del partido contra quienes tuviesen el atrevimiento de discrepar.
También está claro que Iglesias no quiere un partido fuerte en las urnas, con herramientas y discurso capaz de crecer en la sociedad. Por el contrario, parece estar más cómodo en un partido monolítico, aunque el discurso único le cierre las posibilidades de crecer en la medida que sociedad necesita que crezca. Lo suyo es la dominación más que el convencimiento y, para ello, no duda en amenazar, castigar y, si es preciso, purgar al discrepante. Pero, siempre, de forma vicaria, interponiendo entre sus deseos, que para ellos son órdenes, a vicarios como Juan Carlos Monedero, capaz de amenazar a todo un diputado, o el corto Ramón Espinar, por el que alguno dimos la cara en su crisis inmobiliaria y que, ahora, ha emprendido la poda del partido en Madrid para que no crezcan ramas torcidas ni malas hierbas junto al árbol del taimado Iglesias, que manda a sus chicos y sus chicas a laminar a Íñigo Errejón y José Manuel López en las redes y en los medios convencionales cuyo uso les afean.
Me deprime y me ofende que un personaje como Espinar esgrima presuntas razones y procedimientos democráticos para, desde su secretaría en Podemos Madrid, ganada por los pelos y con la alianza con Izquierda Anticapitalista, cesar como portavoz en la Asamblea a José Manuel López, cabeza de lista a la Asamblea de Madrid, elegido en unas primarias y con un prestigio social y profesional que movió a gente como yo, ajeno a la organización, a darle su voto en aquellas elecciones.
Pero a Iglesias no le gustaba y no le gustaba, entre otras cosas, por ser un hombre de Errejón. Por eso, inventándose una ineficacia que no es tal de López, le ha cesado entre villancico y villancico, entre turrón y turrón, para colocar en su puesto a Lorena Ruiz, de Izquierda Anticapitalista, quizá como pago por su apoyo en la desactivación de Errejón de cara al Vistalegre 2.
Iglesias no sólo clava sus dagas de noche y por la espalda, sino que niega a los demás el derecho a quejarse o defenderse de las puñaladas. Por eso, ante las quejas de Errejón ante el cese de López, Iglesias lanzó a sus tuiteros contra Errejón con ese "Así no, Íñigo". Un "hashtag" que me permito parafrasearle en "Así menos, Pablo", porque no todo es cantar a coro con las manos cogidas, ni presentarse en público con una multitud detrás. La unidad no hay que representarla ni fingirla. La unidad hay que construirla y la purga es una mala herramienta para ello.

martes, 20 de diciembre de 2016

BAMBI Y LOS CAZADORES


Desde que se produjo el "cuartelazo" de la calle Ferraz, aquella insurrección orquestada desde el viejo y contumaz aparato del PSOE por la que se privó a la militancia del partido de su secretario general y de la defensa de lo que habían votado, me he preguntado qué hubiese sido del partido socialista y de la misma España, si Pedro Sánchez hubiese permanecido en el cargo para el que fue elegido. No lo sé ni lo sabré nunca. Lo que sí sé es que, con aquella maniobra tan zafia, el prestigio y la moral, del PSOE, en cualquiera de las acepciones de la palabra moral, está por los suelos
Quizá por ello y por la pérdida de imagen sufrida por el ya de por sí desprestigiado Felipe González, los nuevos gestores del PSOE andan empeñados en buscar en otra figura la autoridad moral de la que hoy por hoy carece el partido, Y, como tienen difícil encontrarla, no les ha quedado más remedio que buscarla en su trastero, de donde han sacado a un casi olvidado José Luis Rodríguez Zapatero, recién regresado de su discreta mediación en Venezuela, para pasearlo por España con el motivo que sea. Y el motivo no ha sido otro que una fecha, la de los diez años de la frustrada Ley de Dependencia, una ley que trajo muchas esperanzas y que incluso llevó a mucha gente con familiares dependientes a su cargo a tomar decisiones vitales que, con una escasa dotación presupuestaria, primero, y víctima de lo peor de los recortes, después se quedó en poco más que una voluntariosa buena intención que no llegó a pasar del papel. a la realidad.
Hace bien el PSOE en presentar, a pesar de la frustración que siguió a la ley, en recordar aquella primera legislatura de Zapatero, la del matrimonio entre ciudadanos del mismo sexo, la de la retirada de Irak de las tropas enviadas por el siniestro Aznar la del reforzamiento de la cooperación exterior o la de la también frustrada "Alianza de Civilizaciones", una legislatura de orientación claramente social, en cuya orientación, no me cabe duda, tuvo mucho que ver la vicepresidenta Fernández de la Vega.
Hace bien el PSOE en recordarla, porque aquel al que Guerra bautizó como Bambi y que llegó a la secretaría general del PSOE por una carambola del destino, en la que tuvo mucho que ver la inestimable colaboración del sector "inmobiliario" del partido, con José Luis Balbás a la cabeza, desde su despacho en el Palacio de La Moncloa, al que llegó también inesperadamente y gracias a las torpes mentiras de Aznar sobre el 11-M, se comportó con la inocencia de aquel tierno cervatillo al que los malvados cazadores dejaron sin madre. Y, pensando en las analogías entre Zapatero y el dulce protagonista de la cruel película de Disney, no dejar de pensar que esa inocencia del primer Zapatero corrió el mismo trágico fin que la madre del tierno Bambi.
De hecho, la segunda legislatura del segundo presidente socialista de España en estas cuatro décadas de recuperada democracia nada tuvo que ver con la primera. En ella hubo escándalos, corruptelas a todos los niveles, malos modos, desprecio a la ciudadanía. Por si fuera poco, cambió a aquella eficaz e independiente María Teresa Fernández de la Vega, por un siniestro José Blanco y sentó a la mesa del consejo de ministros u toda una serie de incompetentes de los que la estrella fue sin duda la inefable Leire Pajín. Pero, sobre todo, su gente llevó a cabo una política informativa empeñada en ocultar a la ciudadanía que estábamos ya de hoz y coz en la peor crisis económica que ninguno de nosotros pueda recordar, una crisis que se empeñó en no nombar, como Rajoy nunca nombra a Bárcenas, pero que sólo fue posible con la nada democrática modificación del artículo 135 de nuestra Constitución, convirtiendo en prioritario, por delante de la justicia social y por encima del bienestar de los ciudadanos, el pago de la deuda.
Ahora, a los diez años de su prometedora y frustrante ley, Zapatero se está dejando ver con lo peor del siniestro aparato de su partido y se entrega en cuerpo y alma a la dudosa causa de Susana Díaz, responsable de la fratricida y nada democrática defenestración de Pedro Sánchez, en aras de la salud de esa "gran coalición" formal o solapada que amenaza con prolongar unos años el sufrimiento de los españoles. 
En resumen, mataron a la mamá de Bambi y el cervatillo se pasó al bando de los cazadores que acabaron con ella. 

viernes, 16 de diciembre de 2016

MIEDO A VOLAR


Es triste para alguien que, como yo, ha puesto tantas esperanzas, más que en el mismo Podemos, en la gente que, también como yo, les ha votado, comprobar el miedo, incluso pánico, que algunos de sus dirigentes tienen a la libertad y, sobre todo, a la igualdad. Miedo a que se escuche una voz que no sea la del "amado líder" Pablo Iglesias, pánico a que un revés, un mal día, de esos que hasta el mismo Lionel Messi tiene, abra una brecha en el poder cuasi absoluto que Iglesias tiene sobre los órganos decisorios del partido.
Vaya en este pinto por delante mi reconocimiento de que, formalmente, el funcionamiento interno del partido que fue la gran esperanza de quienes creímos y aún creemos en que un cambio progresista es posible es democrático. Sin embargo, todos sabemos que "hecha la ley, hecha la trampa" o, aún mejor dicho, interpretada, la ley conseguida la trampa y que Podemos desde que decidió transformarse en partido, se dotó de una estructura y unas normas diseñadas a mayor gloria y para tranquilidad del tan locuaz y cantarín profesor de Políticas.
Después de darle vueltas a todo lo que está pasando dentro de Podemos, mi impresión es la de que los líderes de primera hora del partido tienen miedo a la libertad, tienen miedo a volar, sobre todo porque algunos tienen las alas de plomo. Creo que, en un partido tan endogámico, en el que la mayor parte de sus cuadros proceden de un entorno tan pequeño y tan preciso como lo es una facultad universitaria, los dirigentes de primera hora, los "pata negra" de Políticas desconfían, porque le temen. de quienes se han incorporado a la formación tras el lógico proceso de crecimiento de un partido, que pasada la primara sorpresa por sus primeros resultados electorales, sorprendentes incluso para ellos mismos, se vio obligado a incorporar a nuevas figuras en sus listas, porque, estaba claro, en una facultad no hay banquillo suficiente para completar listas y hacerlo con cierta garantía de éxito.
Salvando las distancias, lo que ha ocurrido con Podemos se parece demasiado a aquella frustrada revolución de los claveles que, una vez derrocados Marcelo Caetano y el salazarismo, se enredó en luchas internas, apagando la ilusión primera y dejando los fritos de aquella ilusión a quienes quizá no los merecían. Tengo la impresión de que los “capitanes" de Podemos, con Pablo Iglesias a la cabeza, están más pendientes de controlar el territorio que de atender a los deseos de la población, con lo que, una vez más, se estaría perdiendo una gran oportunidad de llevar a cabo una transformación de la sociedad en la que todos son necesarios.
De todos es sabido, entre otras cosas porque la prensa "de toda la vida" se encarga de airearlas en cuanto se producen, que, desde hace meses, existen desavenencias entre las dos cabezas más visibles que, de momento, tiene Podemos, las de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, enfrentados en el dilema de cuál debe ser el escenario de la batalla para transformar el sistema: la calle o las instituciones, dilema que, no lo olvidemos esconde también el del control del aparato del partido. De todos es sabido y, a fuer de ser sinceros, todos estamos un poco cansados, pese a que cada cual tenga su preferido y es del todo evidente que yo lo tengo, de esos cruces epistolares hipócritas y ridículos y de los "zascas" que, de vez en cuando, se cruzan entre ellos, más sonoros y descarados los de Pablo Iglesias cuando se ve sorprendido por las iniciativas de su compañero y, según ambos, todavía amigo.
Lo que hasta ahora no habíamos visto y a lo que nunca deberíamos acostumbraremos es a que entre en escena un "comisario político" como Juan Carlos monedero para advertir, en el comedor del Congreso y ante testigos, al ex juez Juan Pedro Yllanes, diputado de su partido, de que se atenga a las consecuencias después de febrero -fecha prevista para la celebración del Vistalegre 2, si no dejaba de pronunciarse en apoyo de Errejón. Todo un ejemplo de "matonismo" del peor, por parte de quien, como viejos líderes mundiales afortunadamente desaparecidos, tiene miedo a volar, porque en esto de la democracia y la libertad de pensamiento, tiene las alas de plomo. Tienen miedo a volar o, lo que es peor, a que vuelen otros.

jueves, 15 de diciembre de 2016

RADIALES Y DESAHUCIOS


Llevo días dándole vueltas al anuncio o, si no anuncio, al reconocimiento del evidente conformismo de este gobierno ante la posibilidad de que el Estado tenga que "rescatar", haciéndose cargo de su ruina, las autopistas radiales que tanto entusiasmo generaron en Aznar y sus amigos y que yo, como la mayor parte de ciudadanos que nunca las usamos, tendremos que pagar. Llevo días dándole vueltas al asunto y, como cantaba mi llorado Leonard Cohen, me entran ganas de echarme a la calle y liarme a romper cristales ante tamaña injusticia.
Nadie había pedido aquellas autopistas de peaje, nadie las quería. Nadie, salvo José María Aznar, ese "hombre pequeñito" que diría Alfonsina Storni, empeñado en pasar a la Historia, en dejar su huella en como fuese, capaz de subirse a una guerra, como en su día dijo Iñaki Gabilondo, para parecer más alto. Nadie salvo quien pretendía ponerse al nivel de su antecesor, Felipe González, que se llevó la gloria de aquel plan de cercanías diseñado bajo el mandato de Mercé Sala en RENFE, del que aún, con sus luces y sus sombras, estamos disfrutando.
Nadie, salvo Aznar y los suyos. Nadie, salvo Aznar, los suyos y sus amiguetes, tenía interés en unas carreteras, casi paralelas a las ya existentes que, allá donde conectan con las autovías preexistentes convierten el territorio en una maraña de cemento y asfalto casi imposible de superar. Nadie, salvo quien tuviese interés, las constructoras de siempre, en sembrar el paisaje de rampas, puentes, asfalto y cemento, Nadie, salvo quien quisiese hacer el gran negocio financiando todo lo anterior, la banca de siempre. Nadie, salvo los propietarios de los terrenos que hubo que expropiar, las familias de siempre, entre las que figuraban en lugar destacado los Franco y los Serrano Suñer. Desde luego, yo no.
Viendo la foto publicada ayer por eldiario.es con que ilustro esta entrada no puedo dejar de pensar en una fiesta de cumpleaños en la que el protagonista, José María Aznar, recibe, tras soplar las velas el aplauso y los regalos de sus amigos, un regalo que, veinte años después, vamos a pagar todos los españoles, hayamos sido o no invitados a la fiesta.
Es una historia, ésta de las radiales, en la que los protagonistas: banqueros, políticos inauguradores, constructores, especuladores del suelo y paganos se repiten milimétricamente en otras historias, más terribles, si cabe, como lo son las de aquellos que se quedan sin hogar por no haber podido hacer frente al alquiler o la hipoteca a que, con el beneplácito de los propietarios, las historias de tantos desahuciados, jóvenes o ancianos, con o sin niños, ante los que el Estado, con el PP o el PSOE en el gobierno, fue implacable.
En esta historia de las radiales, no sé muy bien por qué, los papeles están cambiados, porque, si las concesionarias no calcularon bien el negocio y creyeron a pies juntillas las previsiones del gobierno, tampoco los desahuciados podían imaginar la que se les venía encima y, ni en sus peores sueños, se veían sin trabajo y sin ayuda. Pero también el Estado ha cambiado su papel en las tramas, porque, de la severidad casi cruel con que emplea a sus jueces y policías contra los morosos que lo son bien a su pesar, ha pasado al paternalismo comprensivo para quienes, simplemente, no han hecho el negocio que esperaban. 
Pero en este cuento, el de las radiales, nadie paga sus culpas, nadie devuelve el dinero ya embolsado gracias a cálculos que debemos creer bien intencionados, aunque, al menos a mí, me asalten las dudas, nadie asume responsabilidades políticas, porque en el mundo de la política, al contrario que en el real, hay barra libre para amigos y amiguetes, una barra libre que acabaremos pagando todos.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

EL FANTASMA DE AZNAR



Feo, pagado de sí mismo, patoso, con ese sentido del humor -por llamarlo de algún modo- de quienes está acostumbrado a que les rían las gracias, porque tiene una corte de pelotas que lo hacen, siempre malencarado y provocador, José María Aznar -la mayor anomalía de la democracia española- se aparece de vez en cuando a sus compañeros de partido para sobresaltarles y, de paso, sobresaltarnos a todos los españoles. No digo que lo consiga, pero, intentarlo, lo intenta.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, esos ojos sin vida, perdidos en los más negros pensamientos, ya no asustan a casi nadie. Y no asustan, porque el poder que le queda a José María Aznar, artífice de la España de la burbuja inmobiliaria, mentor de Rato y de Blesa, inventor de la trama Gürtel y sus mordidas, "reconquistador" del islote de Perejil, figurante de relleno en la foto de las Azores, socio en un primer momento y martillo, después, de nacionalismos, desalmado y mentiroso en aquel terrible once de marzo, el poder que conserva es apenas una sombra del que tuvo, porque aquella influencia de antes ya no se sostiene hoy sobre nada operativo y apenas es un recuerdo, un mal recuerdo de lo que un día fue, un mal recuerdo incluso para los militantes de su partido, porque sus más fieles ya no pisan las alfombras del poder real.
Le ocurre lo mismo que a Esperanza Aguirre, el personaje más histriónico de la política española de los últimos tiempos, condenada hoy a las performances a que nos ha acostumbrado a los madrileños, cada vez que a la alcaldesa Carmena y sus concejales se les ocurre tocarles los coches, la reina del carril bus, a la que acaba de salirle competencia con la vicepresidenta "busca chollos" que dejó coche y escoltas a las puertas de Primark, unos metros más adelante de su hoy desaparecido cajero.
Aznar ya no tiene quien le quiera, mucho menos quien le tema, pero conserva un instrumento, la FAES, con el que de vez en cuando desafina en esta España tan lejana del mundo neocon en que, desde que dejó la política, se mueve. Un instrumento carísimo, con el que se cobran y pagan favores, que pretende ser faro y guía espiritual para el Partido Popular, encendiendo las alarmas y haciendo sonar las sirenas, cada vez que alguna decisión de quien hoy ocupa Génova y, sobre todo, la Moncloa no le satisface.
Y en esas estamos, porque apenas ha tardado en criticar con suma dureza la política de acercamiento que, por fin, ha emprendido el Gobierno hacia Cataluña y lo ha hecho con toda su ira, especialmente contra esas palabras de la "vice" del Primark, calificando de error el recurso ante el Constitucional contra el Estatut de Catalunya refrendado por el Congreso en tiempos de Zapatero. Se ve que Aznar no es capaz de ver desde su enorme soberbia que, si Cataluña está hoy como está, dividida y al borde de la ruptura es gracias a sus buenos oficios y a su nacionalismo rancio de brazo en alto y aguilucho.
Afortunadamente, como digo, las consignas y las críticas de Aznar, por más que se recojan en los telediarios, apenas son un regüeldo, un mal recuerdo, de una mala digestión.
Aznar escogió dar miedo en vez de infundir respeto. Por eso, de vez en cuando, de vez en cuando saca su esqueleto, su fantasma, a pasear, sin caer en la cuenta de que ya no asusta a nadie.

martes, 13 de diciembre de 2016

RABIA Y VERGÜENZA


Cuando, la noche del domingo, vi y escuché, que son cosas distintas, la entrevista que hizo Jordi Évole a Juan Luis Cebrián, sentí rabia y vergüenza. Rabia, al comprobar el descaro y la soberbia de quien fuera mítico, también para mí, director de un no menos mítico diario EL PAÍS, mitos de los que, en uno y otro caso, apenas queda ya nada. La vergüenza la sentí al tener que reconocer que ese personaje torpe, escurridizo y en todo momento a la defensiva es el mismo por el que yo, un día no tan lejano, sentí admiración y respeto.
A estas horas, sigo preguntándome qué delirio le llevó a conceder entrevistas a medios tan lejanos a sus intereses y, previsiblemente, nada amables ni sumisos para con quien se había comportado con ellos como la reina de corazones del cuento de Lewis Carroll, pidiendo a troche y moche las cabezas de quienes osaron poner en duda su buen nombre.
Estoy hablando de que, aunque una y otra vez negó haber dado él mismo la orden de despedir de los medios del grupo PRISA a los colaboradores procedentes de la Sexta o El Confidencial, lo cierto es que, salvo raras excepciones, todos, uno tras otro, dejaron de participar en ellos como columnistas o contertulios. Una circunstancia que convierte en inexplicable su osadía al comparecer en Onda Cero y La Sexta, con Évole o Alsina, para, como diría Umbral, "hablar de su libro".
No sé si lo suyo fue osadía, imprudencia, soberbia o aplicación de la vieja consigna de "que hablen de mí, aunque sea bien", pero lo cierto es que no debió pasarlo muy bien ni salir muy contento de un par de entrevistas en las que sus interlocutores no se dejaron preguntas en el tintero ni dejaron de exigir las explicaciones pertinentes a sus respuestas evasivas.
Nada que ver con otra entrevista, la que concedió a Javier del Pino y José Martí Gómez, horas antes en la Cadena SER, de la que, sin duda, salió más satisfecho y relajado, porque a pesar de que así lo anunció Javier, viejo amigo y compañero, al comienzo de la misma, en casi una hora de conversación no se habló de Panamá ni ningún otro papel. Lo digo, porque me tomé la molestia de escuchar ayer el podcast de la conversación que coincidía con mi obligatorio deambular dominical por El Rastro y, salvo un momento, casi al final de la entrevista, por el que parecen haber pasado las tijeras, y no sería la primera vez que eso ocurre en un podcast de la SER, los malditos papeles no aparecieron.
Aun así y confiando en que se le pregunto por ello, no soy capaz de imaginar a un señor que utilizaba un ascensor privado y se hacía acompañar de guardaespaldas para acudir a las entrevistas en su casa, dos plantas más arriba de su despacho, se dejase preguntar en ella por algo tan incómodo.
Sí le preguntaron en Onda Cero y en la Sexta, donde también salieron a relucir las acciones de Star Petroleum que, aclaró, ya no valen nada y le fueron regaladas por un amigo, amigo también de Felipe González, a cambio de un favor. Le preguntaron y fue uno de los momentos más tensos de la noche. Tanto, que salió del paso negándose a explicar sus contradicciones, que, dijo, sólo comparte con su psiquiatra, su psicólogo y, antes, con su confesor, supongo que recordando su pasado pilarista, del que no parece haber renegado. Sentí vergüenza, mucha vergüenza, al comprobar como este señor, al que durante muchos años tuve como referencia, se escabullía como un Roldán cualquiera, como un Granados o un Bárcenas del barrio de Salamanca, de un asunto que raya claramente en la corrupción, algo para lo que, al otro lado de la mesa, él hubiese sido implacable.
La rabia, bastante como para decirle cuatro cosas a la cara, de no haber una corte de guardaespaldas, asesores y secretarias de por medio asesores, me vino cuando le escuche hablar con tanto desapego del ERE de EL PAÍS o de la precarización del empleo en el periodismo o cuando no movió una pestaña, ni dio una explicación convincente a la circunstancia de que, mientras EL PAÍS despedía a la mitad de su plantilla, condenando a sus redactores, algunos ya cincuentones, a convertirse en parados de larga duración de una profesión en crisis. Rabia y vergüenza, sí y cada vez menos fe en la SER, en la que el mismo personaje entrevistado por Évole, Cebrián, salió más que favorecido. Y eso, a pesar de que se nos prometió una imparcialidad que brilló por su ausencia, porque amabilidad la hubo tanto por parte de Évole como de Pino.

lunes, 12 de diciembre de 2016

LOS MEDIOS, CULPABLES


Quién no ha escuchado estos días la terrible historia, no ya de Nadia, la niña enferma que sus padres paseaban de plató en plató de televisión, reclamando la solidaridad de los conmovidos ciudadanos, mientras crecían las cuentas corrientes y los caballos del coche de la familia. Una historia patética, digna por su regusto amargo de las páginas que dejó escritas Charles Dickens o de las de cualquiera de nuestras novelas picarescas, por ese descaro, esa falta de escrúpulos y ese uso y abuso que, del sentimentalismo y la lágrima fácil de los demás, ha hecho gala con maestría digna de mejor empeño el cabeza de tan conmovedora familia.
La historia parece, como os digo, de otro tiempo y ha sido posible, entre otras cosas, porque ninguno de nosotros o, en todo caso, muy pocos somos capaces de imaginarnos utilizando a un niño, más aun, a un hijo, sangre de nuestra sangre, para vivir "del cuento". Pero esta historia no es de otro tiempo, no. Esta historia es de ahora mismo. Es una historia del tiempo en que las redes sociales difunden al instante y en igualdad de condiciones, o así lo parece, cualquier opinión. Es una historia que sólo ha sido posible en el tiempo de las televisiones en continuo tal show, de los tiempos de la información inmediata, del despliegue por el despliegue, una televisión en la que todo parece estar "a la última", todo, menos el periodismo y sus reglas.
Porque el periodismo, aunque últimamente no lo parezca, tiene reglas. Reglas que están más cerca del modo de hacer de la redacción de la oscarizada "Spotlight" que del inmoral director de periódico que encarna Walter Matthau en "Primera plana". Y una de las principales premisas que contemplan esas reglas es que cualquier información, para ponerla a disposición de los lectores, los telespectadores o los oyentes, ha de estar perfectamente comprobada y confirmada. Lo malo es que, al menos es esa la impresión que yo tengo, es que, últimamente, la regla que se impone es aquella que dice que nunca debes dejar que la verdad te arruine una buena historia. Y eso es lo peor que nos llenan la pantalla de “buenas historias" llenas de verdades a medias o, incluso, de mentiras descabelladas.
Ese ha sido, tristemente, el caso de la historia de la niña Nadia y su familia. Una historia increíble que, sin embargo, fue creída, no ya por los telespectadores que, últimamente, bombardeados a cada instante con mentiras disfrazadas de verdad y verdades que perecen mentiras, no acaban de distinguir claramente unas de otras, sino por esas decenas de redactores y editores de programas con millones de seguidores que "tragaron" con esa imagen de un padre buscando bajo las bombas en una cueva de Afganistán al científico capaz de salvar a su hija.
Menos mal que siempre hay alguien, en este caso dos redactoras del diario EL PAÍS, que siguieron todos los pasos que sus colegas de otros medios, especialmente las televisiones, obviaron. Gracias a ellas y gracias a su tesón para comprobar cada uno de los detalles de la disparatada historia del padre de la niña Nadia, supimos de la cara dura y la falta de sentimientos de un hombre dispuesto a pasear a su hija vía televisor por los hogares de medio país, mientras pasa el plato de sus cuentas corrientes que le asegura su tren de vida,
No parece que fuera tan difícil desmontar esta historia que ahora está en los tribunales con el padre detenido, la madre sin pasaporte y la niña con una tía, una vez retirada su custodia a tan tramposos padres. No lo era y, quizá porque arruinaba un bonito cuento, nadie se tomó la molestia de buscar a los misteriosos sabios que la atendían, ni exigir una certificación del diagnóstico a los "atribulados" padres, todo lo que ha hecho ahora el juez que, ante la falta de respuesta, les acusa de utilizar a Nadia para ejercer la mendicidad.
Todo muy triste y muy chusco. Sin embargo, lo más triste, lo más chusco del enternecedor "cuento" de Nadia es que los mismos medios que fueron colaboradores necesarios e irresponsables para que el padre de Nadia pudiera montar su "negocio", una vez desvelada la trampa, no han entonado el "mea culpa" que nos deben, no ha habido dimisiones ni tan siquiera una nota de disculpa ¿para qué, si la segunda parte de la historia, la de los padres pícaros y estafadores es tan buena como lo fue la que se "tragaron" como colegiales. Lo más triste es que los medios son tan culpables como esos padres, porque, sin ellos la mentira y la estafa no hubiesen sido posibles. Pero ya, se sabe, la vida sigue y el espectáculo debe continuar.

viernes, 2 de diciembre de 2016

MAMPORREROS


Nada como tener a la prensa a favor para que un partido pueda permitirse determinados juegos de manos, con la tranquilidad de saber que siempre habrá quien los explique y justifique. Y si, además, como le sucede al PP, tiene las encuestas a favor, siempre podrá romper la baraja, adelantando unas elecciones que, de momento, podría ganar, porque los sondeos parecen serle favorables. 
Yo, para mi desgracia, para nuestra desgracia, estoy seguro de que Rajoy ya ha decidido adelantarlas y que, si no lo hizo y optó por una investidura "justita" fue para no cargar con el sambenito de haber provocado con su rechazo las tan temidas terceras elecciones que rechazaba la práctica totalidad del electorado. Sin embargo, insisto en ello, me temo que es cuestión de meses que Rajoy disuelva las cámaras y nos llame de nuevo a las urnas.
Y es que debería habernos quedado claro que a los populares no les gusta el panorama, no están en absoluto acostumbrados a reinventar cada día la estabilidad parlamentaria, no les gusta negociar ni, mucho menos, fracasar en esas negociaciones y tener que presentarse ante su electorado como un partido vapuleado que ya no tiene en sus manos el timón. Por eso considero que, con la decisión ya tomada, a lo que se está dedicando el PP es a enredar con unos y con otros para ensuciar al resto de partidos con su contacto, reduciendo así sus expectativas electorales.
Lo estamos viendo ahora que la asunción forzada, "golpe de estado" mediante, de la abstención frente a la candidatura de Rajoy, ha dejado al PSOE hecho unos zorros, sin el líder que se había dado y con la ambiciosa Susana Díaz por los suelos, buscando entre los socialistas europeos los apoyos que ya le niegan los españoles. Y no sólo los militantes, porque tampoco los votantes parecen haber entendido la maniobra.
Ahora, lo pudimos comprobar ayer, le ha llegado el turno a Ciudadanos que, después de haber sido el mamporrero del PP -según el diccionario de la RAE, la persona que dirige el "miembro" del caballo en la cópula- se ve ahora ignorado y despreciado, después de haber quedado en segundo plano en las negociaciones sobre el techo de gasto y otros asuntos económicos que PP y PSOE han mantenido a sus espaldas.
Tengo para mí que lo que ha pretendido el PP, como ha hecho en otras ocasiones, es poner a Albert Rivera en su sitio y, con él a Ciudadanos como fuerza alternativa de la derecha, ponerle en evidencia, negándole eso de que tanto presume ser el azote del gobierno, el que le lleva las riendas y le conduce hacia esos postulados de honestidad y eficacia desde la derecha que parece querer imponerle. Rajoy que, nadie puede negárselo, es muy listo y, realmente, nunca ha querido a su lado a un socio que le pueda restar votos, alguien que pueda acabar gustándole a sus propios votantes, entre otras cosas, porque sabe que la mayoría de los votos de Ciudadanos en otro tiempo fueron suyos y, por eso, está empeñado en recuperarlos, dejando a Rivera tan desnudo como lo estaba en aquellos carteles con que se dio a conocer en Cataluña, hace más de una década.
Ahora, puestos en evidencia PSOE y Ciudadanos, les llega el turno a los nacionalistas vascos, que tan necesarios le son en la aprobación de unos presupuestos para los que no va a poder contar con los socialistas. Pero el PNV es zorro viejo y sabe que si el PP quiere su apoyo en este asunto tendrá que poner sobra la mesa las concesiones de siempre, esas que, luego, el PNV vende como triunfos en Euskadi.
Lo único claro es que, salvo en el caso del PNV, que es harina de otro costal, la proximidad del PP perjudica seriamente la salud de los partidos y más, si como el PSOE o Ciudadanos, han sido vistos el miembro del caballo en sus manos, dirigiéndolo hacia la vagina de la yegua.

jueves, 1 de diciembre de 2016

NO ES UN JUEGO


A veces cabría pensar, a causa de la actitud de algunos de nuestros parlamentarios, que la política es un juego, un juego que se juega en escenarios muy determinados y de cuyos resultados se da cuenta, en los telediarios, no al final de los mimos, como en el caso del fútbol, sino en la portada y en los titulares, siempre que la cadena de mando no de órdenes en contrario para que algunas meteduras de pata, que las hay, pasen inadvertidas para los ciudadanos.
Lo malo es que, como en el fútbol, más allá de los resultados, lo que nos muestran en los telediarios son apenas los goles o las imágenes más vistosas, sólo la anécdota, la frase ingeniosa o, si la hay, la bronca pura y dura. Pocas veces la trascendencia de lo que se dice o se vota, las consecuencias que, para nosotros, los ciudadanos de a pie, tienen el debate y los resultados. Ayer, por ejemplo, víspera del Día Internacional de la lucha contra el SIDA, esa enfermedad cruel de la que tanto sabemos ya y que, sin embargo, parecemos empeñados en olvidar, y, a propósito de la lucha contra el SIDA, en el Congreso nos dieron un ejemplo claro de lo que os digo.
El diputado de Esquerra Gabriel Rufián quería saber qué planes tenía el gobierno para promover el uso del preservativo, el medio probablemente más asequible y eficaz para prevenir el SIDA y el resto de enfermedades de transmisión sexual y enseguida corrió como la pólvora la especie de que lo que pretendía Rufián era obligar a Rajoy a decir una palabra, condón, tan tabú entre determinadas gentes como lo fue durante décadas, para desgracia nuestra, su uso y su venta normalizada para el resto de los españoles, Y ya sabemos cómo se las gasta Rajoy, que se tiene por mago de la oratoria, cuando cree que le quieren hacer pasar por el aro, por cualquier aro: se defiende como gato panza arriba y se empeña en dar rodeos, hacer circunloquios, ahogar a su interlocutor en cifras y estadísticas tan frías como vacías para no ceder ante su interlocutor, olvidando que, en ocasiones, la voz de quién le está interpelando es la de la una gran parte de la sociedad, por no decir toda la sociedad.
Pero, ya sabemos que Rajoy es tan tozudo como el más tozudo de los campesinos gallegos y se cree tan brillante como el más brillante y mordaz de los contertulios del casino de cualquier capital de provincia. Y si no lo cree, siempre tiene alrededor voces serviles que se encargan de decírselo y de decírnoslo. Por eso, Rajoy se empeñó en un esfuerzo dialectico innecesario, digno de mejor causa para no ensuciar su boca ni su pensamiento con la evocación del látex con que se fabrica tan sabio complemento para unas relaciones sexuales mucho más libres y seguras.
No dijo preservativo ni dijo condón y nos quedamos en eso., no con esa cifra del setenta por ciento recortado en los fondos destinados a su promoción y distribución en los últimos años. Tampoco nos hablaron de cómo los pocos preservativos que llegan a los centros de salud caducan olvidados en el fondo de un armario o un cajón porque desde las puritanas consejerías de aquí y allá no se elaboran planes con instrucciones claras para su distribución entre las poblaciones de riesgo entre las que, por desgracia, también están nuestros jóvenes que, carentes de información o de estímulos, prefieren emplear el poco dinero de que disponen en alcohol y otros modos para aturdirse y olvidar lo oscuro de su futuro.

Ayer se perdió una gran oportunidad de hablar con seriedad y a las claras de lo importante que es la prevención, a todos los niveles, en la lucha contra el monstruo arrinconado, pero no vencido, que es el SIDA. Se perdió la gran oportunidad de que nos sintiésemos protegidos por un gobierno y un parlamento que se preocupa por nosotros y por nuestro futuro. Pero se optó por el divertido juego de esconder la palabra maldita, mientras los pocos preservativos que llegan a quienes deberían ponerlos a disposición de quien los necesita y, por las razones que sean, no los pueden conseguir, se pudren sin cumplir con su función de defender la salud y salvar la vida a tanta gente. Mezclar la moral, más si es rancia, y la salud no es ni será nunca un sueño.
Pero no. Por desgracia no es un juego.