jueves, 30 de marzo de 2017

HISTERIA LEGAL


¿Qué está pasando aquí? ¿Es que nos estamos volviendo locos? ¿Pueden unos chistes de mal gusto, "más viejos que el canalillo", que diría un castizo, de los que todos conocemos y hemos contado más de media docena, costar el futuro de una joven, condenándola a un año de prisión que no cumplirá si tiene la prudencia y la suerte no comete un error, por ejemplo, al volante o tiene la desgracia de ser detenida en una manifestación, quizá por estar en el lugar equivocado o ser la que menos corre de todos los manifestantes? ¿Pueden, con la pena añadida de siete años de inhabiitación para cargo público, privarla, al tener ya antecedentes penales, de la beca que le permite estudiar y echar abajo sus aspiraciones de dedicarse a enseñar la Historia que hoy estudia y de la que, muy a su pesar, ya forma parte? ¿Nos estamos volviendo locos o es que ya lo estamos?
Hagamos un poco de Historia. La Audiencia Naciona se constituyó como un tribunal que fue creado "ad hoc", para sustituir. entre otros, al siniestro Tribunal de Orden Público del franquismo, por el que pasaron sindicalistas, estudiantes y opositores al régimen que, con los años y recuperada libertad que debiera habernos dado la democracia, redactaron y aprobaron la Constitución que nos permitió caminar hacia adelante, pero que ya se nos ha quedado vieja, un tribunal, la Audiencia, que se ocupa y se ha ocupado, fundamentalmente, de los delitos de terrorismo, aunque también y más últimamente, de delitos económicos, narcotráfico y, en general, todos aquellos cometidos en todo el territorio nacional o el extranjero.
No es de extrañar, por tanto, que, después de tantos años de juzgar a terroristas, especialmente a etarras, perduren en él algunos tics y una cierta deformación que lleva a contemplarlo todo bajo el prisma del terrorismo y el dolor que éste causó durante tantos años en España. Afortunadamente, esos años parecen haber pasado ya y nuestros problemas son hoy otros.
Sin embargo, lo queramos o no, nuestra vida y nuestras leyes están aún ensombrecidas por el pasado y, más aún, las leyes especiales redactadas al abrigo de los diferentes pactos antiterroristas tienen un cierto toque de histeria, justificado quizá en su momento, que hoy nos perecería casi ridículo y que, pese a que no lo tengamos presente, sigue presente en nuestra vigente legislación y que, de vez en cuando, como ahora, o como en el triste asunto de los titiriteros, nos devuelven la sensación de vivir bajo la amenaza del TOP y las leyes franquistas.
Lo peor de todo es que esta ley, con la que se ha condenado a Cassndra y que permitió mandar a los titiriteros a prisión, fue aprobada con los votos de prácticamente todo el parlamento de la anterior legislatura, incluidos los del grupo socialista, en uno de esos movimientos convulsivos y liberticidas en los que parece jugarse a las sillas musicales y en los que nadie quiere quedarse de pie y retratarse, porque creen que serían tildados de antipatriotas, cuando, por el contrario, lo más patriótico sería defender los derechos de la gente, protegiéndolos de los abusos del poder.
Aún así, no sólo son las leyes que permiten monstruosidades como la condena de Cassandra, y quienes las aprobaron, espero que sin pensar en sus consecuencias, los únicos responsables del doloroso desaguisado. También lo son los fiscales que proponen las penas y los jueces que las imponen, porque, por más severa que sea una ley, es su obligación, o así quisiera yo que fuese, moderarlas en su aplicación para no provocar cataclismos como éste. Y es que, si las leyes fuesen tan rígidas en su aplicación, los jueces serían innecesarios y podría juzgarnos, los dioses no lo quieran, una máquina.
Lo peor de todo es que, otra vez, el Supremo o, en su caso, el Constitucional o el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos los que vengan a sacar los colores, si no a poner en ridículo a los autores de la sentencia. Y lo peor sería que la absurda ley que permite condenar a la ruina de su vida a quienes hacen chistes, escriben canciones o mueven guiñoles, permanezca intacta. Nuestros diputados ya están tardando en emprender la reforma de un articulado tan innecesario como cruel. Un articulado que hoy condena a Cassandra, pero que, mañana, puede condenarme a mí por escribir esto i quién sabe si a vosotros por leerlo.
A las víctimas del terroriusmo, sen las que sean, hay que respetarlas, lo que no quiere decir que su opinión pese más que la de cualquiera de nosotros ni, mucho menos, que en su nombre se cometan arbitrariedades. Tenemos que serenarnos todos, empezando por los jueces y los legisladores, bastante hemos sufrido ya tosos. Otra cosa no sería más que histeria judicial.

miércoles, 29 de marzo de 2017

HUIR HACIA ADELANTE


Hoy comienza a andar el proceso de desconexión del Reino Unido de la Unión Europea con la que, dicho sea de paso, nunca estuvo muy comprometido. Ya se sabe que los británicos han sido siempre muy celosos de su identidad y, más aún, de su moneda y que, por algo, el suyo ha sido el último gran imperio de la Historia. Tanto es así, que, desde hace siglos y antes de que se soñase siquiera con volar ni mucho menos con la construcción del costoso Eurotúnel, cuando la niebla se tendía sobre el Canal de la Mancha, haciendo imposible la navegación, los periódicos titulaban con orgullo que era Europa la que quedaba incomunicada con las islas.
Desde que, en 1973, Reino Unido se integró, aunque de aquella manera, en lo entonces era nada más Mercado Común, la actitud de los dirigentes del Reino Unido ha sido fundamentalmente egoísta y en cierto modo obstruccionista. Al Reino Unido nunca le interesó Europa, mucho menos los europeos, más que como mercado para su industria y sus finanzas. Por eso, cada paso dado hacia la integración, lo han dado a regañadientes.
Aun así y como el roce hace el cariño, los británicos se acostumbraron a nuestra presencia en las islas, especialmente en la cosmopolita Londres, y nosotros nos acostumbramos a que en nuestras costas floreciesen colonias británicas, no tan ricas ni tan pobres como dicen las malas lengua, al calor de nuestro sol y nuestra sanidad, que, mal que bien, trajeron trabajo y una cierta prosperidad a los inviernos del Mediterráneo español.
Y en eso, llegaron la ampliación de la Unión Europea hacia el Este, tan deseada por Alemania, y, sobre todo, la crisis, que todo lo trastocaron, dejando a la clase obrera británica, sin minas, sin trabajo en la industria, cada vez más pobre y marginada, en paro, pendiente de los subsidios y, una vez más, sin esperanzas, mientras que la inmigración procedente de la Commonwealth y de los países del sur y el este de Europa, aceptaban trabajos rechazados por ellos.
En ese caldo de cultivo, el miedo, cuando no odio, al extranjero fue creciendo, abonado además por la inmoral xenofobia de la simpar prensa amarilla británica, y, a su sombra, fueron creciendo, cómo no, los partidos ultranacionalistas, por no decir directamente fascistas, que hicieron removerse en su  cómoda siesta a una derecha apoltronada y más pendiente, como aquí, de su destino al otro lado de las puertas giratorias que del sufrimiento de quienes tiene que vivir en los barrios que el final del sueño convirtió en sucios y abandonados,
Por eso Cameron, el responsable de la infamia, se apuntó a la aventura del referéndum para desviar la atención de su responsabilidad en la crisis, echando a los perros rabiosos el hueso de un referéndum con el que entretenerles, dejando sin suelo a quienes querían salir de Europa y, más que nada, cerrar las fronteras a tanto extranjero "caza empleos". Sin embargo, al inquilino del 10 de Downing Street, mal informado y poco acostumbrado a pisar el país, un país en el que en los años treinta, como en el resto de Europa, floreció el nazismo, se vio atrapado en su propia trampa, dejando al país, que se pronunció con contundencia suficiente, en la puerta de salida y sin paracaídas. Y, por si fuera poco, los escoceses quieren, ahora que las reglas del juego han cambiado, que se les pregunte otra vez si quieren seguir formando parte del Reino Unido.
Por eso estamos aquí hoy, a punto de comenzar a desmontar los puentes sobre el Canal de la Mancha, con el destino de las decenas de miles de españoles que habían decidido buscar su refugio vital en el Reino Unido y las decenas de miles de británicos que quieren vivir sus últimos años en España frente al cañón del revólver con el que un primer ministro irresponsable decidió jugar a la ruleta rusa.
Lo de Cameron fue una huida hacia adelante irresponsable que ha dejado a Europa donde, probablemente, ni el mismo quería, del mismo modo que la conversión de Artur Mas y su corrupta CiU al independentismo no es más que otra huida hacia adelante para salir del pozo ciego en el que se metió con su partido, el del tres por ciento. 

martes, 28 de marzo de 2017

DUDAS RAZONABLES


No soy seguidor, ni siquiera ocasional, de "El Objetivo" ese programa que emite La Sexta a mayor gloria de la periodista Ana Pastor, pareja del director de la cadena, Antonio García Ferreras. Y si no lo veo es porque no soporto a los periodistas que pretenden ser protagonistas de la noticia y, menos aún, a quienes creen saber las respuestas a todas las preguntas y callan y acorralan a todo aquel que tenga la osadía de contradecir la realidad que, desde su micrófono convertido en púlpito, ellos tratan de imponer.
No sigo su programa, porque me siento incómodo ante ese acorralamiento innecesario, nunca lo veo porque no creo que hacer información sea librar un combate a muerte con quienes de antemano se ha etiquetado de antemano como "malos", para luego posar junto a sus cabezas cortadas en una bandeja, como si de una bella t caprichosa Salomé de tratase. No sigo "El Objetivo", apenas lo veo y si lo hago es siempre por accidente, porque creo que la información es algo más que espectáculo, algo más que una película de buenos y malos, en la que tendríamos que aplaudir siempre al séptimo de caballería, aunque su carga acabase arrasando el campamento indio, repleto de niños y ancianos.
Pues bien, el pasado domingo Ana Pastor, Pastor, como, sin ninguna naturalidad, dice su compañero Ferreras, se ocupó de la reforma de una vivienda propiedad de la Dirección General de la Guardia Civil, para su presunto uso por el actual director general de Tráfico, ajeno al cuerpo, un uso irregular que denunciaba una asociación "sindical" de guardias civiles. No vi, como digo, el programa, peo si tuve eco de ella, eco hasta la saciedad, a la mañana siguiente en el programa "Al rojo vivo" que dirige y presenta Ferreras. Y si digo "hasta la saciedad" es porque pareciera que no había ocurrido otra cosa en España y que no hubiese otra información en el día capaz de eclipsar la "exclusiva" de Ana Pastor,
En la película que nos contaron, el malo malísimo era el director general de Tráfico y mano derecha del ministro Zoido en el ayuntamiento de Sevilla, Gregorio Serrano, que estaría viviendo por la cara en un pabellón de la Guardia Civil al que no tendría derecho. Algo que en el peor de los casos no sería exactamente así, pero que ya ha quedado fijado así para siempre en la nada exigente memoria de la gente.
Al parecer, la Dirección General de la Guardia Civil reclamaba el uso de una construcción anexa a la Agrupación de Tráfico, en la que se encuentra actualmente la vivienda asignada al director general y, para ello, se propuso su permuta por otra de titularidad de la Guardia Civil, una permuta que no llegó a realizarse, porque finalmente se desaconsejó, aunque ya se habían iniciado obras de reforma en el pabellón designado y el director de Tráfico llevaba semanas viviendo en hoteles. Un embrollo sobre el que hubo silencio o casi silencio oficial, lo que dio lugar a todo tipo de especulaciones, reforzadas por todo lo opinado a lo largo del día, especialmente en La Sexta, sobre la "exclusiva" de Ana Pastor, seguimiento en antena, oportunamente adornado con la presencia de la compañera del jefe, algo muy propio de la vehemencia informativa y de los modos de Ferreras, con el que trabaje durante años.
Para más inri, a la hora en que habitualmente comienza "El Intermedio" o "el Wyoming", como dice Susana Díaz y queriendo ver, precisamente, el tratamiento que daban Monzón y sus guionistas al advenimiento de la presidenta andaluza en carne mortal de candidata, me encontré con una absurda conexión en directo con la DGT, para una rueda de prensa del director Serrano, en la que, supongo, Ferreras esperaba el anuncio de su dimisión, una larga y absurda espera, un "estiramiento" artificial y molesto del informativo de noche, con pausas insostenibles, en el que, finalmente, tal anuncio no se produjo, sino, más bien al contrario, pudieron escucharse explicaciones más o menos verosímiles de lo que había dado lugar al embrollo.
Quizá por eso, después de tan larga y frustrante espera, cuando las explicaciones de Gregorio Serrano comenzaban a ser coherentes, la retransmisión se interrumpió, para dar paso a un sarcástico Wyoming, más que mosqueado por la espera. Por eso y por el escaso eco que la "exclusiva" de Ana Pastor ha tenido en la prensa de hoy, me permito abrigar dudas razonables sobre esta información que, a mi modo de ver, fue a la antena "cogida con alfileres" y sin haber comprobado todos y cada uno de sus términos. Del mismo modo, tampoco descarto que a más de uno de entre vosotros esto que he escrito os genere también dudas razonables, pero, os lo aseguro, anoche, el director general de Tráfico y sus razones me parecieron creíbles.

lunes, 27 de marzo de 2017

ZURCIR EL APARATO


Ya está, la mujer poseída por Felipe González, como la niña de "El exorcista" estaba poseída por el diablo, la que presta su voz y su gesto al PSOE repudiado por los votantes en la últimas elecciones, la que confunde mal genio y autoritarismo con poder de convicción y autoridad, la que pregona a voces  su pescado nada fresco teñido con la anilina del pasado, la que regaña a propios y extraños cuando habla, la que suena con una música monótona de crescendos que no llevan a ninguna parte, la que confunde, qué equivocación, Andalucía con España y España con Andalucía, ella, la única, la ensoberbecida presidenta andaluza, anunció ayer que ya tiene, o cree que tiene, agua en la piscina a la que, desde hace tiempo, había decidido lanzarse.
No podemos olvidar, al menos yo no puedo hacerlo, que Susana Díaz fue el instrumento del que se han servido los grandes intereses económicos, esos que tienen abducido al gobierno, a los gobiernos de España y Europa, para dinamitar cualquier posibilidad de que el mal llamado populismo llegase a los cajones del poder, esos cajones en los que se guardan todas las trampas del pasado, incluidas las de quienes ayer se sentaron en torno a ella en esa ceremonia de advenimiento en carne mortal, en la que nos dijo lo que ya sabíamos todos: que se muere por el poder y, cuanto más, mejor.
La imagen que ilustra esta entrada Están todos. Algunos pensarán que Susana Díaz quiso rodearse del pasado que fue glorioso del PSOE, pero que ya no lo es, pero, por desgracia, ese pasado glorioso lo enterraron los mismos protagonistas que lo gestaron. Felipe González que, con su desidia y sus aires de grandeza, se dejó enredar por la superestructura especuladora, mientras arrastraba los pies que habían embarrado en los oscuros senderos de los GAL. Estaba Alfonso Guerra, martillo de hereje y asceta de la política que se tuvo que ir porque en su charca también crecieron ranas conseguidoras y porque la camaradería que le unió a Felipe González, la de los tiempos de la tortilla había dejado de existir. Estaba también José Luis Rodríguez Zapatero, una especie de Pedro Sánchez, para quien los astros y los siniestros intereses de lo más oscuro de la trama especuladora del PSOE se conjuraron en aquel congreso de la sorpresa, en el que nos salvó de una Guatepeor llamada José Bono, que llegó a La Moncloa por la miseria moral de un personajillo llamado Aznar y que tuvo que dejar el poder por habernos entregado atados de pies y manos al dios que habita en Bruselas, no sin antes encadenarnos a la hipoteca que fue la reforma del artículo 135 de la Constitución, el que protegía nuestro bienestar de la deuda. Y está también, por fin, Alfonso Pérez Rubalcaba, el incombustible, el gran enredador, el encantador de periodistas, que, después de cosechar los peores resultados electorales para el PSOE sin la competencia de Podemos, hizo la peor oposición de toda la historia, callando miserablemente ante los crueles recortes de Rajoy.
Ese es el pasado nada glorioso del que se quiso rodear ayer Susana Díaz, porque el pasado lo marca el último recuerdo que nos queda de él y, la verdad, los recuerdos que nos quedan, que me quedan, de esos cuatro personajes son tan sombríos como los que os acabo de describir. Ese es el pasado en el que se apoya Susana Díaz, un pasado que es el suyo, porque apenas ha vivido fuera del partido y porque decidió hace mucho que su futuro estaba también en el PSOE, Un futuro que, otra vez, nos ha descrito con un enigma que es casi una perogrullada, ese "vamos a gobernar desde la victoria", pues claro, no va a ser desde la derrota ¿o es que está marcando ya su veto a ese Podemos que tanto le ocupa y le preocupa en Andalucía, el veto, quizá recíproco, que nos trajo otros cuatro años y quién sabe si más de un Rajoy cada vez más denostado, paro cada vez más firme electoralmente.
Susana Díaz dijo, después de reventar el PSOE con aquel "asesinato" en el Comité Federal, que había que coser el partido entre todos, pero, por lo visto y escuchado ayer, lo suyo es zurcir el aparato. Zurcir,, que no es otra cosa que reconstruir falsamente los tejidos ya desgastados por el uso y abuso del poder y por la polilla del tiempo, por el que se les ve al culo al partido y a sus viejos dirigentes.

viernes, 24 de marzo de 2017

NOMBRES


Hace unos días escuché a Pablo Casado, ese joven valor del PP forrado de títulos académicos de rimbombantes nombres en inglés, criado a los pechos de Aznar, del que fue jefe de gabinete con sólo veintiocho años, decir que hay quienes, se refería a Podemos y el PSOE, para ser felices, tienen que cambiar el nombre de las calles, pero que ellos, el PP, sólo quieren ser felices. Olvida y, lo que es peor, desprecia el hecho de que hay en España demasiada gente que, para poder ser felices, necesitan que desaparezcan de las calles y plazas los nombres de quienes acabaron con la vida de muchos de los suyos y, de paso, con la felicidad y la esperanza de los derrotados, gentes obligadas a pasar todos los días por delante de estatuas y placas que les traían malos recuerdos de años y años de dolor y miseria.,
Las palabras de este petimetre pretendían dar respuesta a la decisión del Ayuntamiento de Madrid por la que, en cumplimiento de la decisión aprobada por la mayoría de los vecinos en consulta pública y abierta de devolver el nombre original de Parque Forestal de Valdebebas al parque apresuradamente bautizado como Parque Felipe VI, por una Ana Botella en fuga tras su más que desastrosa gestión del ayuntamiento madrileño. Una decisión que parece ser, para el PP, motivo de existencia hasta que, de aquí a dos años, se celebren nuevas elecciones a las que, por lo anunciado por el escudero de una más que callada Esperanza Aguirre, abrumada por el aliento del juez y la Guardia Civil en su nuca, el PP llevará la restitución del regio nombre como principal promesa. Una polémica, ésta, que el rey podría zanjar renunciando públicamente a que el parque lleve su nombre en contra de la voluntad de los vecinos expresada en las urnas.
La de los nombres, es una polémica demasiado viva en un país de vencedores y vencidos, en el que tras la sangrienta guerra civil se rebautizaron calles y plazas con los nombres de los "mártires" de uno de los bandos, el "generalísimo" o la fecha de aquel pésimo golpe de estado que tardó tres duros años de guerra, centenares de miles de muertos y gran parte de la nación destruida en imponerse. En casi cuarenta años de guerra y dictadura se apearon de las paredes las placas con los nombres de poetas y escritores, alcaldes, diputados y presidentes, virtudes del hombre y su civilización, países alineados en "el otro bando", intelectuales, músicos y todo aquel que no hubiese dejado claro desde el primer momento su adhesión al régimen.
Un espectáculo horrendo, de consecuencias nada éticas ni estéticas, al que nos cuesta poner fin, echar el telón, porque hay quien no está dispuesto a devolver las cosas a su ser, en cumplimiento de la ley y no hace sino poner palos en las ruedas del sentido común. En uno y otro lado, porque también hay, Madrid es un ejemplo, quien irreflexivamente se ha apresurado a arrancar placas que tenían su razón de ser y que han tenido que ser repuestas, con los consiguientes sonrojo y pérdida de argumentos y de razón para quienes pretenden hacer las cosas serenamente.
Simultáneamente, se ha aprobado una moción para retirar de varios hospitales madrileños el nombre que se les impuso y que no es otro que el de miembros de la familia real, nombre que confunde a quienes tienen que acudir a ellos, porque nadie o casi nadie sabe que él, "Infanta Leonor" está en Vallecas o el "Infanta Cristina" en Parla. Creo que, en el caso del hospital de Parla, que lleva el nombre de quien se lucró con los trapicheos de su marido y que por ello fue condenada al pago de una importante multa, el cambio está más que justificado. Y no sólo eso debería servir de precedente para que, en el futuro, no se dé a lo que es de todos el nombre de personas vivas, más aún, de niños que, cuando crezcan, puedan avergonzarnos como lo ha hecho la hermana del rey.
El consejero del PP ya se ha opuesto al cambio de nombre porque, dice, nos va a costar medio millón de euros. Yo, personalmente, creo que valdría la pena y que bastará con que "los suyos" dejen de meter la mano en la caja, para compensarlo sobradamente.
Por último y sin dejar de lado los nombres, en un precioso barrio de Madrid, cuyas calles se llenan cada día de gentes de toso los colores y todas las lenguas, una fuente, la de Cabestreros, justo al lado de un popular restaurante africano, conserva la placa que acredita que fue construida en tiempos de la república, un poco más abajo, siguiendo la calle Mesón de Paredes, una plaza, la ·de las Escuelas Pías", reducto que fue de los sublevados en julio del 36, acaba de ser bautizada con el nombre de un extremeño de nacimiento, Arturo Barea, madrileño de adopción hasta que, como perdedor, tuvo que emprender el exilio y, desde Londres, dio a conocer a todo el mundo el Madrid más popular. Un poco más allá, un pequeño rincón, apenas una plaza, recibirá muy pronto el nombre de Gloria Fuertes la poeta, poeta de guardia, más querida, sin ellos saberlo, de los madrileños, símbolo de tantas cosas, que nació un poco más allá, en la calle de la espada.
Me dijo una vez mi amigo Fernando Delgado que nada hay más triste que que den tu nombre a una calle y, pasados los años, nadie se acuerde que quién eras. Creo que aún es más triste que tu nombre en una placa traiga sólo malos recuerdos.

jueves, 23 de marzo de 2017

UN COCHE, UN CUCHILLO...


Sin pretender dármelas de nada, me atrevo a deciros que no me sorprendió el loco ataque llevado ayer en Londres por un sólo hombre, armado únicamente con un todo terreno alquilado y un cuchillo. No me sorprendió, como no me sorprenderá el siguiente que se produzca, en Londres o en cualquier otro lugar, mientras no cambie la política de Occidente en el Cercano Oriente y, sobre todo, en todos esos barrios y ciudades de la periferia de sus capitales, convertidos en almacenes de jóvenes sin futuro ni esperanza.
El terrorismo, especialmente este terrorismo a la desesperada, no se combate con más policías y menos libertad. Todo lo contrario. Ese terrorismo del no futuro y la injusticia se combate con más igualdad y más justicia social. Ese terrorismo que ayer se manifestó en el centro de Londres, junto a su parlamento, al pie del Big Ben, brota en cualquier lugar en el que se niegan la identidad y el futuro a los jóvenes. 
Isabel de Baviera, Sissi, emperatriz de Austria, asesinada en Ginebra, mientras paseaba a orillas del lago Leman, apuñalada con un estilete por un joven anarquista italiano. Hoy, Sissi viviría rodeada de escoltas y guardaespaldas, del mismo modo que el estado de Israel vive en continuo estado de sitio, con sus calles patrulladas por jóvenes soldados bien entrenados y equipados, con órdenes de disparar sin dudarlo contra cualquier sospechoso, más si su aspecto es el de uno de esos palestinos a los que se ha confinado tras de un muro, haciendo de su vida una larga espera para entrar o salir del "corral" en el que han sido encerrados por quienes ahora ocupan sus tierras y les impiden trabajar y prosperar con dignidad. 
Sin embargo, ni todos los soldados ni todas las armas del mundo pueden impedir que un hombre o una mujer desesperados conviertan cuchillo de cocina o de las llaves de un coche, una furgoneta o un camión, en el arma de su venganza desesperada contra quienes creen la causa de su desgracia y su humillación. Y, si alcanzar a su particular Sissi, les resulta imposible, bastará con apuñalar a quienes estén esperando a un autobús o atropellar a quienes pasean por cualquier calle.
Lo escribo porque me llamó la atención que ayer, aquejados del ombligo centrismo que por desgracia padecemos los europeos, los telediarios fijasen el inicio de este tipo de ataques en el Paseo de los Ingleses de Niza, cuando el verdadero antecedente, al menos en la historia reciente, está en las calles de Tel Aviv y en cualquier otro lugar en el que, sin acabar con el dolor y la injusticia, el control y la sospecha permanente se conviertan en el pan de cada día de los señalados como indeseables.
No hacen falta muros de cemento ni alambradas para encerrar a los desechados de la sociedad, los hijos de quienes vinieron a Europa a ganarse el pan que no les llegaba en su tierra, todos esos chicos que crecen en los parques y plazas de las ciudades de occidente, que viven solos la práctica totalidad del día, "abandonados" forzosamente por unos padres que trabajan todo el día para pagar el alquiler de esa caja de zapatos alejada del centro de las ciudades que limpian, en las que tienen que vivir. 
Son los mismos que hace unos años arrasaron desesperados la banlieu de París o las calles del mismo Birmingham donde hoy buscan a los "cómplices" del asesino de ayer. Entonces, nadie se fijó en ellos, nadie se ocupó de cumplir las promesas con que se acallaron aquellos incidentes. Todo siguió igual. Quizá aumentaron las patrullas policiales y, con ellas, los abusos y, con ellos, el odio, Y, mientras, las pantallas de sus televisiones se fueron llenados de imágenes de gente armada y eufórica, terroristas para nosotros, que, para ellos, se estaban convirtiendo en vengadores, en el ejemplo a seguir para salir de esa vida desesperada que les ha tocado vivir. Y, en esas, llegó Internet y puso lo demás. 
Y queda poco más que añadir. Salvo que, si el presupuesto que se destina a aumentar el número de policías y su equipamiento, el que se invierte en aviones, bombas y fusiles con los que hurgar en el avispero de Siria, Afganistán e Irak, el que se emplea en servicios de información que no se enteran de nada y, si se enteran, es para complicar más las cosas, si, en resumen, se emplease más en construir paz justicia y bienestar, con colegios, campos de deportes, escuelas y centros sociales y en crear puestos de trabajo que el que se invierte en preparar guerras preventivas y en llevar al basurero social a quienes ya no les sirven, todos, salvo los fabricantes de armas y los partidarios del capitalismo salvaje, viviríamos más felices y los ofuscados por la desesperación no verían en un coche o un cuchillo el instrumento de su venganza.

miércoles, 22 de marzo de 2017

DEROGAR LA LEY RAJOY


Por fin ayer, el Congreso decidió acabar con una ley, la vigente y tenebrosa Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, parece sarcasmo, del no menos tenebroso ministro Fernández Díaz, que pasará a la historia, esperemos que lo antes posible, con el expresivo apodo de Ley Mordaza.
Parece que fue hace siglos cuando Fernández Díaz, el de las devoluciones en caliente, el de la caza a pelotazos de los inmigrantes en la playa del Tarajal en Ceuta, el de las detenciones e identificaciones indiscriminadas en las manifestaciones de las mareas, el de las persecución a los sindicalistas y periodistas, el que pretendió prohibir obtener pruebas y publicarlas de los excesos policiales, el que quiso, en fin, amordazar y atar de pies y manos y amordazar a la ciudadanía, para que su partido campase a sus anchas, desmantelando derechos y libertades en este país que él cree de María y la Banca y no de quienes vivimos y trabajamos en él, el ministro de la policía de parte, esa que fabrica pruebas y dosieres contra su amo. Parece que hace siglos y, sin embargo, fue antes de ayer, como quien dice.
La disparatada ley, más propia de una república bananera que de un país civilizado y democrático, lleva la firma de Jorge Fernández Díaz, pero, no lo olvidemos, tuvo el visto bueno de todo el gobierno Rajoy de entonces en Consejo de Ministros y fue aprobada, en solitario, eso sí, con los votos de todo el Grupo Popular. Por eso no es de extrañar que ese, afortunadamente hoy mermado, Grupo Popular haya defendido con uñas y dientes y no sin extrañeza por las prisas de la oposición en abolirla, la derogación de una ley que cercenaba el derecho de los ciudadanos a manifestar en la calle, en la prensa y en las redes, su disconformidad con las injustas imposiciones del gobierno.
Está claro que aquel gobierno, no muy distinto de este, salvo por su debilidad actual en el Congreso, no quería testigos de sus desmanes. No los quería en la calle y no los quería en sus casas, leyendo el periódico escuchando la radio o sentados delante del televisor o ante las pantallas de su teléfono, tableta u ordenador.
Por eso, esta ley pretendió convertir a los ciudadanos en seres inertes, sin voz ni movilidad, para que no pudiesen medir en la calle, ni reconocer su fuerza frente a los atropellos, y lo hizo a conciencia, mandando contra las mareas a sus gladiadores y a sus infiltrados, atentos a cualquier incidente para desatar su violencia y para detener "sin ton ni son" a  "todo bicho viviente", sin motivos ni pruebas, con el fin de asustar a los indecisos, para que acabasen escondiendo su miedo en sus casas. Y, si los incidentes no llegaban, si las manifestaciones eran pacíficas, como pretendían sus convocantes, los incidentes se fabricaban, como se fabricaban las pruebas, para justificar los desmanes.
La ley de Fernández Díaz que ayer emprendió el camino parlamentario para su derogación o, al menos, la de sus artículos más arbitrarios, anteponía la palabra de las fuerzas de seguridad ala de cualquier ciudadano y negaba, además, la posibilidad de documentar con imágenes los incidentes, a sabiendas de que, en los tribunales, esa palabra no siempre salía bien parada. 
La ley que ayer comenzó a demolerse, es la ley de un tirano que quieren que recordemos con la cara de Fernández Díaz. Pro no, es la ley de un tirado con otro nombre y otros apellidos esa ley es la ley de Mariano Rajoy, la ley tras la que Mariano Rajoy pretendió parapetarse con sus injusticias No lo olvidemos, Fernández Díaz ya no están, pero siguen estando los mismos.

martes, 21 de marzo de 2017

EL FIN DE ETA


Por edad me ha tocado, no a todos los españoles les pasa, haber sido testigo, en la distancia, eso sí, del nacimiento y el fin de ETA. Al principio, he de reconocerlo, durante los últimos coletazos de la dictadura, los de mi adolescencia, ETA tenía un halo de "robinhoodismo", si es que perdonamos el "palabro", porque atacaba a "los malos" y defendía a los buenos y, por qué negarlo, porque sus actos se circunscribían únicamente al País Vasco y, a lo sumo, Navarra. Eran tiempos en los que ETA se nutría de universitarios y, como el PCE, de alguna manera, aglutinaba la resistencia más activa contra el dictador. También, ETA era de izquierdas o, al menos, así la quería ver yo.
Estoy hablando de los tempos del "Proceso de Burgos", de una ETA que renunciaba a causar "daños colaterales", de una ETA, en fin, muy arraigada en el pueblo, que aún tenía la pátina de los aquellos movimientos de liberación nacional de los sesenta, una ETA contemporánea de los primeros años de la revolución cubana, una ETA con mucho de épica, que aún encontraba una cierta justificación para su violencia.
Os hablo, insisto, de años en los que, a Madrid, al resto de España, no le alcanzaban ni los tiros ni las bombas de ETA. Pero el tiempo pasó, Franco murió ensartado de agujas y electrodos en una cama de un hospital madrileño, el mismo que su régimen levantó para conmemorar los veinticinco años de esa paz terrible que siguió a su guerra. El tiempo pasó y llegó aquella democracia imperfecta en la que nos movemos aún, con aquellas primeras elecciones que pusieron a cada uno a trabajar en lo suyo, en las que aquella unanimidad en torno a ETA desapareció, como también desapareció la que había en torno al PCE, dando paso a la moderación y el posibilismo. Y a ETA que, con la amnistía, iba quedándose sola y sin argumentos para justificar la violencia que crecía en ella.
Poco a  poco, de ETA fueron desgajándose las distintas facciones que ya no comulgaban con toda esa violencia del pasado ni, mucho menos, con esa "socialización del dolor" con la que en adelante iba a justificar sus bombas, algunas de las cuales acabaron en terribles masacres, llegaron los tiros en la nuca, las bombas lapa y los más cobardes asesinato, en una escalada de atentados que aún resuenan en nuestros cerebros -Calle del Correo, Hipercor, las casas cuartel de Zaragoza y  Olot, la Plaza de Republica Dominicana, el sádico asesinato de Miguel Ágel Blanco, el de Ernest Lluch, el atentado del Aeropuerto de Barajas- como un palmarés del horror más ciego e inútil. que acabaron por hacer saltar, también, por los aires cualquier apoyo o simpatía que hasta entonces podría recibir, sobre todo del exterior,
Y, con su terror, incluso con el de "baja intensidad" que teorizó y practicó la banda, creció enfrente la eficacia policial y diplomática de los distintos gobiernos que se sucedieron en España, y se trabajó en distintos intentos de negociación, alguno dinamitado por el PP, para buscar una salida, la que por fin parece haber llegado, que pusiese fina a cerca de un millar de muertos y más de seis décadas de dolor.
Alguno de esos intentos me tocó vivirlo de cerca, del mismo modo que la política de dispersión de los presos de la organización y las distintas estrategias de "maceración" de unos militantes que estaban llegando a la edad en que otros se jubilan, en la cárcel y sin haber conocido una vida más allá de la clandestinidad, el exilio y las rejas. Sin embargo y curiosamente, al menos en mi opinión, el hecho que definitivamente acabó con ETA no tuvo que ver con ella ni con la lucha contra ella. Lo que creo que acabó con ETA fue, irónicamente, que durante cuarenta y ocho horas una gran parte de España diese por buena la atribución de la autoría de las matanzas del 11-M en los trenes de Madrid que. miserablemente, hizo el gobierno de Aznar.
ETA había exacerbado tanto su violencia que muchos españoles les creyeron capaces de algo tan ciego y sin sentido, sin siquiera el sentido que cínicamente dieron a más de uno de sus atentados. Verse ante el espejo de tanto horror les retrató en su locura y les dejó sin argumentos. Eso y el cansancio de una "guerra" que estaban perdiendo, les llevaron a callar las armas, primero, y a entregarlas, ahora, dentro de unos días.
Todo ha influido, las consecuencias del terror, el cansancio de quienes se embarcaron en una vida sin salida y sin relevo, el fin de la tortura y el terrorismo de Estado que, desgraciadamente, camparon por sus respetos en este país, el rechazo de gran parte de la población que valientemente llevó "Basta ya" a las calles de Euskadi, la eficacia policial, el fin de los santuarios en Francia y el resto del mundo, el 11-M, pero, sobre todo,, la llave para una salida negociada a la que llevó el convencimiento, primero en el ministerio del Interior -así me lo dijeron ya en los primeros noventa- y después en sectores cada vez más amplios de la población, de que "lo importante no era vengarse de ETA, sino acabar con ella".

Hoy, pese a quien pese, porque, a uno y otro lado hubo a quienes su existencia les convino, el fin de ETA, el que yo esperaba, porque es el único posible, el que nos permita ser más libres, ql que algín día sabremos que fue discretamente acordado, por fin parece haber llegado.

viernes, 17 de marzo de 2017

MAL ACOSTUMBRADOS


Si no se tratase de él y si aquello por lo que tuvo que pasar ayer no fuese consecuencia de su modo de hacer y el de su partido, Mariano Rajoy daría pena. Pero no, a nadie puede dar pena quien lleva cinco años despreciando una y otra vez la democracia y, sobre todo, el diálogo.
La prepotencia del Partido Popular, desoyendo a la calle y a sus representantes, incumpliendo sus propios pactos, "toreando" con caros abogados y sucias estrategias "made in Trillo" a la Justicia, dejando que todo se pudra, que el tiempo que -dicen- manejan como nadie, vaya asentando las cosas y derrotando a los adversarios, es tiempo que acaba por convertir todo en estable a  base de desgaste, a base de erosionarlo, dejándolo estar sí, pero en ruinas, desmoronado, esa manera de ero del "animal que avanza sin moverse" -lo único brillante que ha dicho Felipe González en mucho tiempo- acaba de pasarle factura. a nosotros también, en el Congreso de los Diputados.
Ayer, después de haber dejado en el congelador durante meses el injusto decreto ley de reforma de la estiba, pudriéndose cualquier atisbo de acercamiento entre la Unión Europea y los trabajadores de los puertos, se encontró con que, oh sorpresa, no tuvo mayoría suficiente para convalidarlo, a sólo una semana de que expire el plazo que la Comisión había dado a España para la reforma. Rajoy parece no haberse enterado de que le han quitado la apisonadora, el rodillo con el que laminaba sin piedad las pretensiones de la oposición y sus representados, echando abajo, como muñecos del pim pam pum cualquier atisbo de esa madurez democrática que tanto invocan, aunque sólo sea "de. boquilla".
Ayer, no pudo contar, como es lógico, con el voto favorable de Podemos. Pero tampoco con el del PSOE, con el que ni siquiera se dignó fingir una negociación, quizá porque sabía que su decreto salvajemente en contra de los intereses de los trabajadores no podría ser respaldado por un partido socialista en horas bajas y descabezado. Confiaba en sus aliados naturales de la derecha, nacionalistas de la derecha como PNV, PDC (ex CiU) o canarios, también con el de su marca blanca, Ciudadanos, a quienes una y otra vez ha despreciado, dejándole con "el culo al aire" ante sus votantes, haciéndole caer en las encuestas, por inoperante o demasiado parecido a ellos.
Sólo contó con el PNV, con el que está "cambiando cromos" para aprobar los presupuestos, primero en Euskadi y, enseguida, en el Congreso, el resto, molesto por tanto desaire y sin nada que ganar prefirió dejarle sólo con su decreto, materializando por primera vez, no sólo en la legislatura, sino en muchos años, la fotografía de un gobierno derrotado, sin mayoría ni apoyos para sacar adelante sus decretos.
Rajoy no ha hecho sino cosechar lo que lleva años sembrando con sus desplantes y su estrategia de dejar que todo se pudra. Rajoy y el PP se han quedado en la más terrible soledad, al tiempo que han visto las orejas del lobo del juego de las mayorías y minorías parlamentarias. Por primera vez se han dado cuenta de que, si quieren acabar la legislatura, van a tener que hilar muy fino, pensando en toda esa gente que no les ha dado su voto. Por primera vez en mucho tiempo, parece mentira que no hayan pensado en ello, van a tener que cambiar la soberbia y el desprecio por la humildad y el diálogo.
Sin embargo, les va a ser muy difícil cambiar tanto y tan rápido. Su portavoz en el Congreso, Rafael Hernando, no es precisamente la encarnación de los buenos modos y el diálogo y, aunque la memoria es lo primero que se pierde en política, tiene mucho dicho y hecho en contra de quienes habrían de ser sus interlocutores. Quizá por eso hay ya quien piensa que Rajoy está por romper la baraja, hacer saltar por los aires la legislatura, y convocar elecciones. Es muy posible que las gane, más por que otros las pierdan que por sus méritos, pero debe tener presente que, para cuando puedan celebrarse, su partido se encuentra inmerso en una dinámica de juicios y sentencias que le estallarán en las manos y, sobre todo, en los telediarios.
Rajoy y su PP están muy mal acostumbrados y no se han dado cuenta de que ahora lo que toca es negociar y ceder o perder.

jueves, 16 de marzo de 2017

REPARTIR EL MARRÓN

No sé si estoy hipersensibilizado en contra de quienes no sólo me meten la mano en el bolsillo, sino que, además, me toman por tonto, pero me ocurre que algunas coas me sublevan y, como en política hace tiempo que dejé de creer en la violencia y, si, como a Leonard Cohen, a veces me entran ganas de romper cristales, me las aguanto y me esfuerzo, aunque me cueste, en confiar en la Justicia. 
El caso es que yo, que cuando me enteré de que Caja Madrid se había jugado y había perdido la mitad de mis ahorros en preferentes le dije al director de mi sucursal que vería a Rato y Blesa en la cárcel, llevo meses, y lo sabéis, escamado más que extrañado porque Esperanza Aguirre, elemento común de los responsables de todas las tramas corruptas organizadas en torno al PP madrileño, no haya sido llamada a declarar ante el juez, ante ninguno de los jueces, para explicar su relación con las mismas y que tampoco ninguno de esos magistrados se haya puesto a investigar el papel de esta señora en la generación de tanta podredumbre.
Más aún me extraña que la existencia y el análisis de la carta dirigida por Francisco Granados a la señora Aguirre, con ·acuse de recibo" al juez encargado de la Púnica y a la prensa, apenas hayan ocupado titulares, eclipsadas por las elecciones holandesa, el decreto de la reforma de la estiba y quién sabe si la más que previsible clasificación del Atlético de Madrid en la Champions League. 
Me extraño porque Francisco Granados señala, de su puño y letra, todo lo que todos desde hace tiempo sospechamos, sin que nadie parezca estar interesado en aclararlo. Granados en un tono falsamente cordial pide a Esperanza Aguirre que niegue la existencia de las tramas corruptas que, según el "ilustre" interno de la cárcel de Estremera no podrán haberse creado sin su autorización o, en el mejor de los casos, sin su conocimiento, porque, le recuerda, nada pasaba en el partido sin que ella estuviese al tanto. Granados da a entender que se siente desamparado y un chivo expiatorio y no hay que ser muy listo para descubrir en sus palabras una clara amenaza de "tirar de la manta" y contar todo lo que sabe de todas esas tramas que durante tanto tiempo han alimentado la maquinaria electoral del PP.
Tengo muy claro que quien está dispuesto a dejarse "dopar" electoralmente, como se ha dejado dopar la ex tantas cosas del PP madrileño, no colca a su alrededor gente honrada y sacrificada aino, más bien, personajes que nadas escasos de escrúpulos y se manejan bien en los bajos fondos de la política y la empresa, capaces de inventarse proyectos, necesarios o no, de los que "rascar" las mordidas y los donativos que acabarían después, una parte en carteles, mítines y vallas publicitarias y, otra, en casas de lujo, horteras pero de lujo, fincas, relojes, joyas y viajes.
Se trata de dos tipos de personajes. Por un lado, los que construyen las tramas -los Marjaliza y los Correa de turno- por otro los consejeros, alcaldes y demás que adjudican los proyectos -cargos que precisaban siempre y bien que presumía de ello, el visto bueno de la "condesa"- y, claro está, esos empresarios capaces de ganar concursos para todo y en cualquier parte, con su información privilegiada y su generosidad para con alcaldes, consejeros y el partido.
Ayer bromeaba yo con el hecho de que la carta de Granados, la carta de quien no está dispuesto a comerse solo el marrón de la Púnica, con su teatralidad, su cercanía y su falsa cordialidad, recuerda ninguna duda por el tono aquel chiste del dentista con su torno en la mano, al que el paciente tiene cogido por los testículos, mientras le dice "no nos haremos daño ¿verdad?". Eso mismo le está diciendo a Esperanza Aguirre quien fue su mano derecha en aquellos días de vino y rosas del PP, en que se ganaban elecciones una tras otra y se derrochaba como si no hubiese mañana el dinero de los madrileños. 
Granados le está diciendo a quien fuera su "jefa" que no quiere comerse el marrón solo y que "no quiere hacerle daño". Y, de paso, sabiendo que, para él, el mal está hecho, le pide al juez que la llame a declarar, quizá para repartir el marrón que le ha caído.

miércoles, 15 de marzo de 2017

PROHIBIDO PROHIBIR


Quienes tenemos hijos, quienes hemos sido jóvenes, quienes hemos sido niños sabemos muy bien que nada hay más excitante que lo prohibido, que la mejor manera de reforzar un deseo es negárselo al que desea. Pues bien, esto que parece tan sencillo d entender, basándose, incluso, en la propia experiencia, porque la reacción contra el límite forma parte de lo más elemental del proceso de formación del carácter humano no parecen haberlo entendido determinadas empresas, determinados gobiernos y, ahora, el tribunal de Luxemburgo, la más alta instancia de la justicia europea, que, acaba de reconocer el derecho de las empresas a prohibir a sus trabajadoras el uso del pañuelo islámico y el velo en horario laboral.
Yo, que estudié en un colegio de barrio ni público ni religioso, cuyas aulas presidían el crucifijo y un retrato del dictador, yo que nací en una familia "normal", de esas con un padre agnóstico que no sabe que lo es y una madre más o menos beata, porque, dice, es lo que le enseñaron, no he desarrollado el más mínimo apego por la iglesias católica, sus enseñanzas y sus ritos y, pese a haber sido bautizado, confirmado y pese a haber hacho "la primera comunión", me casé por lo civil y en pleno Rastro, dejé a mi hija "morita", porque no la pasé por la pila bautismal y, desde que dejé de tener miedo, que no fe, porque nunca la tuve, no he pisado una iglesia más que para algún compromiso, más funerales que bodas, pero nunca comuniones ni bautizos.
Quiero decir con esto que los sentimientos religiosas o la ausencia de ellos no se imponen ni se dejan de imponer, porque los sentimientos religiosos se refuerzan o disipan en función de la experiencia de cada uno y que la verdadera grandeza del laicismo radica en que los estados respeten la libertad individual de sus ciudadanos para creer o no creer y, naturalmente, para exhibir los símbolos de su fe, sin ofender ni coaccionara los demás sus símbolos, también en el celo para que los espacios públicos, no las personas que trabajan en ellos, permanezcan neutrales, sin que símbolos, del tipo que sean, cuelguen de sus paredes.
Otra cosa es que el velo o cualquier otra indumentaria, religiosa o no, no estén permitidas en el trabajo, por razones de seguridad o de higiene. Y lo digo yo que hace apenas año y medio acompañé a mi padre a una consulta con su cardióloga en una sala presidida por un ostentoso crucifijo que, a mí, ateo convencido, no hizo más que distraerme y no quiero ni imaginar lo que le haría pasar a un musulmán. Que conste que no me hubiese importado que la doctora hubiese llevado colgada una cruz o una estrella de David, porque, en cierto modo, me estaría hablando de sus creencias. Lo que no me gustó, tentado estuve de quejarme, fue que el crucifijo presidies, como una bandera en territorio conquistado, el espacio público de la consulta. Otra cosa sería hablar de aquellas monjas de tocas como alas delta, presentes en los quirófanos o en las curas, ofendiendo a la lógica y a la más elemental de las higienes, a las que aún se puede ver en alguna que otra clínica privada y, no hace tanto, en hospitales públicos. En estos casos la razón y la salud de los pacientes habrían de imponerse a cualquier creencia.
En fin, a lo que íbamos, creo que no es buena idea imponer nuestros símbolos a los demás, del mismo modo, tampoco lo es prohibírselos a los individuos, porque creo que, en el fondo, con esa prohibición aceptada ahora por el Tribunal de Luxemburgo, lo que se establece es una forma de discriminación.
Yo nunca entraría en un Corte Inglés con crucifijos o medias lunas en las paredes, pero no me sentiría ofendidos ni coaccionado si me atendiese un dependiente con hábito o una empleada con pañuelo. Lo malo es prohibir o imponer, por eso adoro ese eslogan paradojo de mayo del 68, aquel "Prohibido prohibir".

martes, 14 de marzo de 2017

MÁRTIRES


Si una cosa he aprendido de la Historia es que toda cruzada que se precie necesita mártires. Los mártires son el avituallamiento, la gasolina con que reavivar la fe y las convicciones, cuando las fuerzas de la causa, de cualquier causa, comienzan a flaquear. precisamente en esos largos repechos de normalidad, esos tediosos periodos de tiempo, entre elección y elección, entre conmemoración y conmemoración, en los que apenas hay nada estimulante que llevar a las primeras y a los telediarios y la gente, con el entusiasmo por los suelos y agujetas en el convencimiento, comienza a pensar con inquietud en lo de todos los días, los colegios, la cesta de la compra, el tráfico, en lo mal que funciona el transporte público, en los hospitales y en todo eso que debería funcionar y no funciona, porque los que deberían velar porque las cosas funciones están en otra cosa. 
Para eso son buenos los mártires, para que las lágrimas que la gente sencilla vierte por sus tragedias desenfoquen la realidad que les rodea. Les ocurrió, por ejemplo al dictador Franco y los gerifaltes de su régimen que en 1955, el año en que yo nací, a la vista de que las cosas no marchaban como había predicado e su cruzada de fuego y sangre, encargó a quien entonces era apenas un joven, periodista, Carlos Luis Álvarez, y que llegaría a ser el venerado Cándido de ABC, en 300 folios, con las vidas de veinte  mártires de la Guerra Civil, asesinados por "los rojos", para un libro que firmaría el abad del Monasterio del Valle de los Caídos, que cobraría 200.000 pesetas por el "trabajo", de las que 25.000, una de cada ocho, irían a parar al bolsillo del verdadero autor que, un poco por las prisas del encargo y otro poco por tomar venganza del abad, se inventó gran parte de esas vidas "de encargo".
Sin embargo, no siempre hay historias tan escabrosas detrás de la "creación" de los mártires. A veces, basta con el interés de algunos y la estupidez de otros o, quizá, de todo y de todos un poco. A veces, cuando los intereses de unos y otros coinciden, los mártires no son más que la consecuencia de unos pasos aparentemente, pero sólo aparentemente, mal dados que conducen a resultados enfrentados que, paradójicamente, sirven a los intereses de todos, de todos, eso sí, menos de quienes creen en la verdad y la honestidad.
Ayer, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña condenó al ex president de la Generalitat, Artur Mas, neoconverso dispuesto a llenar con el humo de la estrella de la independencia añadida a la cuatribarrada, las tinieblas de ese tres o cuatro por ciento de más que los catalanes han pagado por las obras y servicios que adjudicaba su gobierno. Pero no le condenó por esto, que, si la Justicia es justa y se la deja trabajar, lo hará, sino por convocar y organizar la consulta que sirvió como placebo del referéndum que, cumpliendo la ley y sin el acuerdo con las fuerzas políticas, no pudo convocar.
Junto a él, fueron condenadas sus consejeras Joana Ortega e Irene Rigau. Condenados a multas y a la inhabilitación para ejercer cargos públicos. lo que, salvo   Joana Rigau, hoy diputada en el Parlament de Catalunya, y sólo hasta que la sentencia sea firme, deja fiera de la vida pública a los condenados.
Estamos ahora en el debate de si la sentencia es leve o severa, de sin son galgos o son podencos, algo que no es más que tiempo perdido y pólvora gastada en salvas, en fuegos de artificio, porque lo que verdaderamente importa es que la causa de la independencia tiene ya sus tres primeros mártires. mártires de los de pasear, porque los verdaderos mártires son los catalanes, independentistas o no, a los que lo que su gobierno, cualquier gobierno, está obligado a darles a cambio de sus impuestos, les está llegando tarde.

viernes, 10 de marzo de 2017

SAQUEO SANITARIO


Cuando esta mañana he escuchado que la sanidad madrileña, la que pagamos todos, está "haciendo precio" a las mutualidades y las aseguradoras en los tratamientos que se aplican a sus "clientes" en los centros públicos dependientes de la misma, como al personaje del anuncio televisivo, se me llevaban los demonios. Nada menos que quince millones de euros dejados de cobrar en tres años, porque, al parecer y según datos de la propia consejería, las aseguradoras pagan, por tratamientos similares, diez veces menos a la sanidad pública de lo que pagan a las clínicas privadas. Y no es, por increíble que nos pueda parecer, una invención ni un rumor. Son datos proporcionados por la propia consejería, a petición del grupo socialista de la Asamblea de Madrid.
Que esto ocurra mientras se fiscalizan y recorta el material que llega a los centros de salud, mientras la calidad de ese material deja mucho que desear, mientras se expulsa del sistema cada vez a más ciudadanos, por su origen o por su situación laboral, mientras se obliga a los pacientes, también a los pensionistas a pagar una parte de sus medicinas, mientras los grandes hospitales se caen “a trozos" por falta de mantenimiento, mientras vemos cómo se van recortando el personal y las camas de nuestros hospitales, pone los pelos de punta y siembra dudas sobre la bondad el propio sistema. 
Efectivamente, no es la primera vez que en la sanidad pública madrileña se revela como la gran teta a la que se agarran, como lechones glotones, esos tipos listos y sin escrúpulos, gracias a que sus amigos al otro lado de la puerta giratoria pecan demasiado a menudo de falta de celo "in vigilando" o dicho de otro modo,  hacen vista gorda ante el saqueo de lo que todos, desde el más modesto jubilado hasta el último inmigrante contratado, además de quienes cumplimos con nuestros impuestos pagamos o estamos  pagando.
Más allá de la picaresca de quienes sustraen material de los centros públicos, de quienes se escaquean y remolonean en su puesto de trabajo, están los otros, los que "cosen para afuera", colando entre las pruebas demandadas por el hospital, las de sus pacientes de "la privada", obteniendo "por la cara" los resultados que luego cobrarán a precio de oro a sus distinguidos "clientes". Algo que, aunque no es excepcional, tampoco es anecdótico, pero que tiene la compensación tiene también la compensación de quienes dedican más tiempo del que les retribuyen por su trabajo o que, incluso, aportan su propio instrumental a la consulta.
Sin embargo y aunque los buitres que revolotean sobre nuestros hospitales sean una minoría, algo de lo que estoy convencido, creo que ya va siendo hora de poner coto a todas estas prácticas deleznables que deterioran gravemente la imagen de nuestra sanidad. Va a ser difícil, porque, desde que Gallardón llegó a la Puerta del Sol, por la Consejería de Sanidad han pasado demasiados consejeros y casi todos con sus propios intereses. El peor de todos, sin duda, Juan José Güemes, ya en la etapa de Esperanza Aguirre, porque fue el que oficializó a "barra libre" para los buitres, cuando dijo en una reunión de empresarios aquello de que la sanidad madrileña estaba llena de "oportunidades de negocio" para ellos. 
Eran los tiempos en lo que se pretendía desde el Partido Popular era arrebatarnos la joya de la corona que era nuestra sanidad, despedazándola en sucesivas privatizaciones o externalizaciones, como ellos prefieren llamarlas. Los tiempos del siniestro Manuel Lamela que, sin pruebas ni la menor vergüenza. se permitió acusar al doctor Montes, jefe del Servicio de Urgencias del hospital de Getafe, poco menos que de exterminar a sus pacientes. Todo, para desprestigiar la sanidad pública, como hacen con la enseñanza pública, para saldarla y dejar "el negocio" en manos de sus amiguetes, los mismos que les esperan al otro lado de la puerta giratoria, con un sillón para ellos en cualquier consejo de administración.
Aquella ofensiva la paramos entre todos, tomando las calles como nunca hasta entonces. Tuvieron que echarse atrás, pero, en las elecciones, el miedo pudo más y ahí siguen, aunque la batalla no está perdida. Detrás del PP de Aguirre, corrupto hasta la raíz, no hay más que codicia y propaganda. Por eso, ahora más que nunca, nuestra obligación es saber, denunciar y difundir, porque, ya pudimos comprobarlo, no son intocables, como tampoco es comparable su saqueo a nuestra sanidad.

jueves, 9 de marzo de 2017

FLORES DE CEMENTERIO


De todo lo ocurrido ayer, mejor dicho, de lo conocido ayer a propósito de la corrupción, no sé qué es lo que más me inquieta, lo que me da más asco. Por un lado, está la frialdad con que Félix Millet, que expresidente de la Fundación de Orfeó Catalá y Palau de la Música, explica de qué modo se repartían las "mordidas" cobradas a constructoras y otras empresas contratistas de la Generalitat de Mas o el descaro con que la putrefacta Esperanza Aguirre se quita de en medio, en cuanto aflora una nueva fosa séptica repleta de las heces resultantes de la financiación del PP de Madrid, el partido que tantos años ha presidido.
La Generalitat presuntamente era algo más que el gobierno de los catalanes. Era también una especie de pervertido Robin Hood que "atracaba" a los ricos, o no tan ricos, constructores para hacerse con un botín que, como el propio Millet detalló ante el juez, iba a parar en parte a sus bolsillos y en parte a los de su compinche Montull, como recaudadores de la rapiña del partido del gobierno que fue y, de alguna manera, sigue siendo de Convergencia Democrática de Catalunya, el partido que fue de Pujol y, con otro nombre, sigue siendo de Mas.
Lo de Millet, Montull y Mas, aunque sólo sea, que no lo es, "in vigilando" tiene, además, el agravante de haber mancillado un símbolo como lo es el Palau de la Música, un símbolo de la resistencia de los catalanes y su cultura frente a la rancia zafiedad del franquismo, que mantuvo la llama de la lengua y de la música de los catalanes en los años más negros de la dictadura. Un símbolo que arrastrará para siempre la lacra de haber sido el instrumento del saqueo de esos mismos catalanes, a los que se privó de escuelas, residencias y hospitales, para que CiU manejase los fondos necesarios para imponerse una y otra vez en las elecciones y así seguir saqueando y llenando las arcas del partido y los bolsillos sin fondo de los trúhanes que todos sabemos.
Lo del PP madrileño y Esperanza Aguirre es parecido. Ya se sabe que sobre corrupción nada se ha inventado desde hace mucho. Basta con concentrar el poder, conseguir la mayoría absoluta, a ser posible simultáneamente en autonomías y municipios, para construir esa red mafiosa de recaudación, mediante la cual se nutren las arcas del partido, convirtiéndolas en la fuente inagotable para pagar, en A o en B, las campañas electorales que aseguran el poder, cerrando este círculo perverso.
Pero hay algo más: de un tiempo a esta parte se repite machaconamente, como cualquier letanía de beatas, que fulanito o menganita -se dice mucho de Esperanza Aguirre y se decía de Rita Barberá- no se han llevado nada, que no se han enriquecido con la política, algo que resulta perverso y mentiroso, porque, simplemente, el puesto que ocupan se lo deben en gran parte a ese gasto desmedido, a ese gasto incontrolado, porque nadie parece interesado en revisar con todas sus consecuencias esas sucias cuentas que dan y quitan el poder con el que dar y quitar los contratos con los que consiguen renovar mayorías... y así hasta el infinito o hasta que un juez con redaños suficientes para abrir en canal tan depravado sistema.
Esperanza Aguirre lo bordó, hizo creer a muchos madrileños, me temo que la mayoría, que esos hospitales, nuevos y amplios, pero mal dotados en material y plantillas se hacían en beneficio de su bienestar. Nada más lejos de la realidad, porque un porcentaje de lo invertido, iba a parar al partido, lo mismo que ocurría con nuevos colegios o infraestructuras de transportes que, como aquellas casas cuartel que renovó Luis Roldán desde la Dirección General de la Guardia Civil, para ellos, quienes las adjudican, no tiene otro fin que el del saqueo.
Por más que insistan unos y otros en que Aguirre tiene las manos limpias, nos engañan. Esperanza Aguirre, desde el poder conseguido tan tramposamente, quitó y puso cargos, dio empleo y negocios a los suyos, a sus amigos y a los hijos e sus amigos, tejiendo una red impenetrable y pegajosa que los madrileños, dando verdadera utilidad, a nuestro voto dejaron al descubierto lo que escondían, lo que esconden los siniestros cajones de sus gobiernos.
Esperanza Aguirre y otros como ella son como esas flores de cementerio, no las que se colocan sobre las sepulturas, sino las que crecen en la tierra que cubre los cadáveres putrefactos, flores aparentemente hermosas, flores que brotan de plantas que hunden sus raíces en la podredumbre.

miércoles, 8 de marzo de 2017

OTRO OCHO DE MARZO


Ocho de marzo. Un ocho de marzo más. Una fecha escogida por La Organización de Naciones Unidas para conmemorar y poco más la injusticia en que viven miles de millones de mujeres por el mero hecho de serlo. Un ocho de marzo en el que nos dejaremos sacudir por la crudeza de imágenes o historias que otros días, si no nos parecen normales, nos afectan lo justo, porque creemos que, al fin y al cabo, son historias ajenas, en las que es mejor no entrar.
En días como hoy, cada año, escuchamos sin indignarnos como debiéramos que las mujeres, por el hecho de serlo, trabajan más y peor pagadas que sus compañeros varones, escucharnos sin indignarnos que, por el mismo trabajo, con vidas parecidas o más duras que las de sus compañeros a la espalda, las mujeres se ven "recompensadas" con pensiones insultantemente más bajas.
Pareciera que lo suyo, lo de las mujeres, es una maldición bíblica, en realidad lo es, que la condena por los siglos de los siglos a trabajar más, vivir peor y ser peor tratada que nosotros, los machos, los cazadores, los sementales, que, por la falsa impresión de que damos seguridad y protección, porque hemos ido a dejarnos matar a las guerras como gilipollas, ahora ven ellas también, lo merecemos todo y lo merecemos en detrimento de ellas. 
Cada ocho de marzo, como cada día que me detengo a pensar en ello, me doy cuenta de lo injusto de la situación, pero poco más es lo que hago. Todos, porque me siento inmerso, arrastrado, por una corriente, la de ese machismo atávico que, al menos en mi caso, nos han enseñado las madres, en la que lo mejor es salir a flote y dejarse arrastrar. Nadar contra ella no es fácil, cuesta hacerlo. Apenas nos extraña que detrás de una fregona, más o menos tecnologizada, sujetando un trapo o una botella de lejía estén casi siempre mujeres, que en los supermercados sean infinitamente más las cajeras que los cajeros, que sean pocas las conductoras de autobuses o las maquinistas de trenes, que, también en el ejército sean tantas y tan duras las historias que hablan de desigualdad, cuando no de acoso infame por parte de mandos y compañeros. Apenas nos extraña y ya va siendo hora de que nos vaya extrañando.
No queda lejos aquella polémica sobre si la mujer cuida mejor que el hombre. Supongo que más por su papel de madre que por la condena de haber sido destinada siempre, a veces a cuenta de frías e injustas tradiciones culturales, por las que, en algunas regiones, hasta hace muy poco, si no todavía, se condena a la menor de las hijas a hacerse cargo del cuidado de los padres ancianos, pero, aunque fuese una cuestión cultural, fisiológica o práctica, deberíamos proponernos seriamente desterrarla de nuestro pensamiento. Lo que sí os adelanto es que va a ser difícil, porque la batalla hay que librarla dentro de nosotros mismos y eso no es fácil. 
A veces, valen más uno o dos ejemplos, de esos imperceptibles, porque los arrastran esas aguas del machismo de las que os hablaba, como esas ramas que arrastran las crecidas, que sólo notas cuando te golpean. Yo los he encontrado en el cine, en nuestro cine. El primero, de los primeros sesenta, de una película juvenil "Canción de juventud". En una de las escenas, ya al final de la historia, dos jóvenes enamorados se despiden porque el verano ha llegado a su fin y están tristes, sobre todo ella, porque han de separarse, pero él, firme, le dice a ella, una Rocío Dúrcal adolescente, no te preocupes, dentro de unos años volveremos a encontrarnos y "tú serás una mujer y yo, arquitecto".
Impresionante, pero no menos que otra escena de "El hombre de moda", de Fernando Méndez Leite, en la que Xavier Elorriaga se "libra" de su padre, cansado de vivir con su otra hija, su marido y sus tres niñas, diciéndole que con él no puede ser, porque se ha separado hace un año y, como vive solo, nadie puede cuidar de él.
Habían pasado más de veinte años entre una y otra película, la segunda se consideraba "progre", pero en el fondo, sobre el asunto que nos ocupa este ocho de marzo, apenas nada había cambiado.  Feliz ocho de marzo, éste y los que aún nos quedan por vivir.

martes, 7 de marzo de 2017

LOS OTROS ESCRACHES


Soy periodista y lo soy porque, aunque va ya para diez años que fui despedido de la Cadena SER por viejo, caro y enfermo, los periodistas difícilmente dejamos de serlo. Por eso y porque me ayuda a sentirme vivo y en el mundo, acudo todas las mañanas a esta cita que me he impuesto con vosotros para expresarme, para dar mi punto de vista sobre lo que pasa y nos pasa, a veces acertado, a veces no, pero siempre el mío y siempre sincero.
En los años en que ejercí el periodismo desde una redacción, quizá porque tuve buenos jefes, nunca llegué a sentirme presionado por mi empresa ni tampoco, salvo deshonrosas excepciones, por partido político alguno. Es verdad que había simpatía o frialdad, caras largas o sonrisas, amabilidad o hielo, pero, generalmente, si algo pasaba, quedaba para los jefes que, después, tomaban sus decisiones y te sacaban o no del seguimiento del partido para el que resultabas incómodo.
A mí me pudo pasar una vez. Lo recuerdo perfectamente. Tuve que cubrir una rueda de prensa en la que el entonces secretario general del PP, Álvarez Cascos, se despachó a gusto con la corrupción del PSOE, de la que dijo que era la más grande habida nunca en España. Yo, le pregunté si tanto como la que se produjo en torno a la guerra de África o la posguerra y es que entonces no habíamos oído nada de Gürtel ni de Púnica. No me contestó, pero recuerdo que me miró mal. Mandé mi crónica telefónica para el boletín correspondiente y regresé a la emisora. 
Para cuando llegué, apenas los quince o veinte minutos de caminata entre Génova 13 y Gran Vía 32, mi jefe inmediato, mi querido y llorado Gerardo González, me preguntó qué había pasado, porque había recibido una llamada del PP para pedir mi cabeza. Gerardo me dio la razón y la cosa, para mí, no tuvo consecuencias, porque él era también periodista, un buen periodista, al que debo mucho de mi oficio, al que, cuando los tiempos cambiaron, por ser como era, buen periodista y buen hombre, las cosas no le fueron bien. Porque, poco después, la redacción comenzó a estar más controlada y, aunque yo ya lo viví dese fuera, no era raro que quienes confeccionaban los boletines tuvieran que escribir al dictado de algún jefecillo que otro.
Supongo que ahora, con la degeneración del mercado laboral en la profesión, todo eso que os cuento es aún peor, las relaciones laborales se han deteriorado más y la falta de puestos de trabajo es una hipoteca para quienes se ganan la vida haciendo de intermediarios entre lo que pasa y los ciudadanos. Pero esa terrible situación ni compensa ni justifica lo que está ocurriendo con los compañeros que se han dirigido a la Asociación de la Prensa de Madrid, para solicitar su amparo ante el acoso, personal, telefónico y en las redes que están sufriendo por parte de dirigentes y militantes de Podemos. Lo uno está mal, muy mal, pero lo otro es aún peor, porque lleva al terreno personal, más aún lleva el castigo por sus "pecados" a la vida privada. Todo un escrache silencioso y constante a quienes no informan al gusto de los dirigentes del partido al que yo, y los míos, hemos votado.
Podría elaborar toda una teoría sobre la autoría intelectual de esta traslación del escrache a poderosos a los periodistas a los que se quiere denunciar, pero prefiero no hacerlo. Me conformo con apuntar que Podemos se equivoca gravemente al hacerlo, porque, cuántas veces habrá que decirlo, si lo que pretende Podemos es transformar este país, lo tendrá que hacer desde las instituciones, con los votos de los ciudadanos y no con la fuerza, la fe ciega y la presión de aquellos a los que ya ha convencido.
En otras palabras: si lo que pretende es una revolución, que se despida. Ya sé que es más divertida y, para los que gustan de emociones fuertes, esa guerra de guerrillas, esas vistosas "acciones" de manual revolucionario, es más vistosa que los tedioso plenos y las horas de despacho. 
Podemos debería ser consciente de que mucho de lo que es, de lo que pudo ser, se lo debe a la prensa. 
Y debería ser consciente de que, Ferreras y otros como Ferreras, que no da puntada sin hilo, grueso, pero hilo, les utilizaron, para conseguir audiencia y para hacerse con un marchamo, de pluralistas y comprometidos. Podemos debería ser consciente y aprender de los errores, debería enseñarle los dientes a quién se los debe enseñar, no a los redactores que cubren su información. Debería ser consciente de que el pensamiento se forma con la experiencia, no con las consignas y, sobre todo, debería darse cuenta de que culpar de todo a la prensa, regañar a los "plumillas", no cambia la realidad que es muy tozuda. Ahí tenéis a Rajoy negando la Gürtel con medio partido en el banquillo o en la cárcel.
Cuando comenzaron a publicarse las informaciones sobre los cobros irregulares para no pagar como debía a Hacienda de Monedero, aquello no era más que un montaje, según Podemos. Cuando surgió el debate sobre la venta de la vivienda protegida de Espinar, también fue sólo un montaje, aunque ahora parece que otro Ramón Espinar, el padre con tarjeta black tuvo mucho que ver en la operación.
Cuando comenzó a hablarse de las disputas entre Iglesias y Errejón se dijo que todo era exagerado para dañar al partido... y así un listado interminable de "malas prácticas" de los malvados y cobardes periodistas que, ahora, "de forma anónima buscan cobijo bajo el ala de la Asociación de la Prensa", Desgraciadamente, es cita de la respuesta de u seguidor de Podemos a una información que enlace en mi muro de Facebook.
Podemos debe mucho a la Prensa y, si entre sus dirigentes hubiese algo de sensatez, debería cambiar su actitud para con ella, debería dejar de echar broncas a los periodistas en público, debería dejar de sacarles los colores por el tipo de abrigo que llevan o dejan de llevar y deberían dejar de vivir y de pretender que su militancia viva en una realidad paralela que poco o nada tiene que ver con la que vivimos todos. Deberían ver a los periodistas como las víctimas de la crisis que debieran ser unos de sus mejores aliados. Nunca atentar contra su dignidad o, lo que es peor, contra su tranquilidad. Así, con estos otros escraches, con estos otros cobardes escraches en las redes, con esos "así no, compañero periodista" no van a ningún sitio, porque quienes les crean serán los más convencidos, pero serán cada vez menos. Evidentemente Podemos tiene en la prensa, no en los periodistas, un enemigo, pero su peor enemigo lo tiene dentro.

lunes, 6 de marzo de 2017

JUSTICIA Y DEMOCRACIA


Parecería el nombre de un partido político. Incluso no descarto -creo recordar que, en algún lugar, en algún tiempo, lo hizo- que diese nombre a algún partido político. Sin embargo, no se trata más que de un debate, bastante artificial, por cierto, abierto en determinados medios, tratando de responsabilizar a los jueces del deterioro de los viejos partidos políticos, auto inmolados en la pira de su corrupción.
El debate, surgido aquí y allá, en la Francia de Fillon, en la España del PP y en los Estados Unidos de Trump, pretende poner en duda que uno de los pilares del Estado de Derecho, la vieja separación de poderes de Montesquieu, gracias a la que un juez, los jueces, pueden corregir o poner en la senda de la corrección, los excesos del primer poder.
Recuerdo que la primera vez que oí hablar de este debate entre democracia y justicia fue a propósito de aquella ofensiva entablada por jueces y fiscales italianos contra la corrupción extendida en el país entre partidos políticos, casi todos, y numerosas empresas, en un escenario muy parecido al español de hoy en día. Recuerdo que se tildó al fiscal Di Prieto, cabeza de esa investigación, poco menos que de fascista. Recuerdo también que el Partidos Socialista y su líder Bettino Craxi fueron los objetivos s principales, hasta el punto de que Craxi huyó a Túnez, donde acabó muriendo en el exilio y recuerdo que aquel fue también el principio del fin de la Democracia Cristiana y su líder, el incombustible y parece que mafioso Giulio Andreotti. Pero también recuerdo que el oportunista Silvio Berlusconi hizo su jugada maestra, parasitando el vacío dejado por uno y otro partido en el desolado panorama político italiano.
Sin embargo, haríamos muy mal en quedarnos sólo con esta última consecuencia, porque pasado el tiempo y superado el sarampión populista del empresario demagogo, los italianos han sabido dotarse de otros partidos, unos mejores, otros peores con que llenar el vacío dejado por el hundimiento de un sistema nacido en los meses posteriores a la liberación, tras la ocupación alemana, con el único fin de atar de pies y manos a los comunistas del PCI, surgidos de la guerra como la verdadera y casi única oposición al fascismo de Mussolini.
Pero, volviendo a España, no puede dejar de calificar como injusta y malintencionada la cruzada de conocidas voces y firmas que tratan de salvar la cara de los amos de su voz, pintando un panorama apocalíptico, como si los jueces estuviesen tratando de acabar con la democracia, cuando lo que, en realidad, están haciendo es librarnos, no de los partidos corruptos, sino de quienes los convierten en corruptos. No, no debemos dejarnos enredar en esa tela de araña tendida desde el poder corrupto, más si somos conscientes de que los jueces no hacen sino aplicar las mismas leyes que, a veces como una burla, aprobaron esos mismos partidos, sin intención alguna de cumplirlas, leyes que han burlado con herramientas más propias de la mafia que de partidos responsables y preocupados por el bienestar de aquellos de quienes reciben el gobierno.
No. No hay disyuntiva alguna. L Justicia no se cargará a la Democracias. Serán, en todo caso, todos esos partidos corruptos los que acaben con eso que hipócritamente llaman ellos democracia, cuando lo que en realidad quieren decir es nuestra democracia, nuestros privilegios, nuestra corrupción y nuestras trampas.
No, no hay democracia sin justicia ni justicia sin democracia, van, han de ir inexorablemente unidas, pero, eso sí, siempre bajo la atenta vigilancia de los ciudadanos y de unos medios de comunicación libres de toso compromiso con el poder, más si es corrupto.

viernes, 3 de marzo de 2017

LOS NUEVOS DICTADORES


Si hay una característica común a los españoles, un rasgo que nos caracteriza, si no a todos, sí a casi todos es la facilidad con que nos dejamos embaucar, esa manera de mirar, de ver, las cosas que nos impide ver con claridad lo que tenemos delante de los ojos.
Vivimos hipnotizados por ese instrumento que antes llamábamos "caja tonta", cuando los verdaderos tontos éramos nosotros, y que ahora, por no ser, ya no es ni caja. Quien se hace con el control de la televisión, antes o después acaba por controlarnos a todos. Los poderosos lo saben muy bien. La tele es la nueva religión. Es la que nos dice lo que es bueno y lo que es malo, la que impone modas o las entierra, la que nos hace hablar a su imagen y semejanza, la que simplifica, no ya el lenguaje, sino el pensamiento y nos convierte en seres inertes, incapaces de reaccionar, de tomar iniciativas ante lo que no son más que agresiones a nuestra dignidad, a nuestra identidad como seres humanos.
Sin embargo, con ser malo todo lo anterior, lo peor es que la televisión decide qué pasa y que no, la que, como la gaita del faquir paraliza a la cobra, hipnotizándola, nos paraliza con sus historias vulgares contadas a gritos, con sus tertulias llenas de nada, con su fútbol a todas horas y con la publicidad que aprovecha nuestras horas bajas, nuestro sopor más insano, para imponernos con el rimo de sus bellos martillazos un modo de vida, unas aspiraciones, unas necesidades, que en realidad no son nuestras y que sólo responden a la codicia y los oscuros intereses de los que eufemísticamente se hacen llamar anunciantes.
Antes no era así. Antes, la televisión la controlaban los gobiernos. Aquí, en plena dictadura, trataban de hacer los mismo, pero sus modos eran tan burdos que actuaban como vacuna creando en nosotros los anti cuerpos en nosotros que nos defendían de su mensaje. En las democracias, los parlamentos se dotaban de sistemas de control sobre tan poderoso instrumento de adoctrinamiento y trabajaban para imponer y defender la creación y la cultura. Hoy, cualquiera de nosotros pagaría, algunos de hecho pagamos, para ponernos a salvo de la zafiedad que escupen en nuestro salón los nuevos receptores, mucho más caros y tecnológicamente eficaces, a mayor gloria de ese monstruo sin cara, apostado tras los índices bursátiles, camuflado de erotismo ramplón, gestas deportivas y concursos amañados, que trata de aturdirnos, haciéndonos creer que, cargados de cadenas, plazos e hipotecas, somos más libres de los que lo hemos sido nunca.
La televisión, por más que creamos otra cosa es hoy en día la gran fábrica de pensamiento y yo, que, por desgracia, me he visto forzado a abandonar la lectura, que dependo de ella para entretener gran parte de mi ocio, soy consciente de todos esos males que os describo, de toso ese veneno que , desde hace tiempo y en nombre de la libertad de expresión, nos inoculan, ya desde pequeñitos, con esos dibujos animados sin fin, que van parasitando en el cerebro de nuestros niños ese lenguaje, ese machismo  y esos comportamientos agresivos que un día acabarán por sorprendernos. Quizá por eso envidio tanto a quienes puede prescindir de ella, de sus concursos, sus series, sus documentales tan parecidos, sus películas repetidas hasta la saciedad, sus teleseries ñoñas y simplonas o, por qué no decirlo, la mayoría de sus series.
Ya va para treinta años que se autorizó y reguló la televisión privada en España. Recuerdo que se nos dijo que, con ella, seríamos más libres y se vería mejor defendida nuestra libertad de expresión. Nada más lejos de la realidad. Hoy, tres décadas después, nuestra televisión sigue estando en manos de los poderosos, con el agravante de que, entonces, podíamos aspirar a cambiar ese poder que controlaba es única televisión, algo a lo que, parece hemos, renunciado hoy, puesto que los canales privados están en manos de grupos poderosos, que mantienen oscuros lazos con los partidos "de siempre", las más de las veces a cambio de que el poder que ostentan o han ostentado se encargue de atrofiar esa otra televisión que es la de todos, dejándonos indefensos ante esa herramienta con la que los nuevos dictadores, sin cara ni partido, nos cultivan, como cultivarían una finca, para sembrar en nosotros su cosecha futura. Son los nuevos dictadores y, con esas sus cadenas invisibles que todos vemos nos oprimen.

jueves, 2 de marzo de 2017

LA HERENCIA DE FERNÁNDEZ DÍAZ


Espeluzna pensar que el Ministerio del Interior de la primera legislatura de Rajoy lo era "de parte", con una cúpula policial que mueve a la náusea, con un director de la Guardia Civil que rayaría en el ridículo de no haber ocupado el cargo que ocupaba y una política de asignación de subvenciones, por la que una organización como "Hazte oír", la que ha fletado el autobús naranja del odio al diferente, recibe millón y medio de euros en subvenciones por su interés público. Espeluzna y produce miedo y asco, todo a un tiempo.
Sobre el abominable autobús y su cruzada contra esos niños y niñas nacidos en un cuerpo equivocado que hoy, al contrario de lo que venía ocurriendo hasta ahora, pueden elegir ser felices, ya está dicho casi todo y, afortunadamente y salvo deshonrosas excepciones, nos queda el consuelo de comprobar que este país es más civilizado y tolerante de lo que piensan algunos. Aun así, a pesar de los aspectos positivos de la polémica, habría que ponerse "manos a la obra", y no me refiero al Opus, para exigir explicaciones de por qué, una organización tan retrógrada e intolerante, nacida para apoyar a Aznar en su cruzada contra el matrimonio igualitario que se aprobó en la primera legislatura de Zapatero, recibe dinero de los presupuestos, un dinero que, directa o indirectamente, se detraería, por ejemplo, de becas y comedores escolares. Por más que lo piense, la única explicación plausible que encuentro a tamaño disparate es la de que el pensamiento, si es que existe, de los promotores de Hazte Oír y el del ministro Fernández Díaz es el mismo, porque interés para los ciudadanos decentes, al menos yo no se lo veo.
Y, si siniestra fue la política de subvenciones de Fernández Díaz, no lo ha sido menos su criterio para elegir a quienes debían hacerse cargo de la Policía y la Guardia Civil. Por ejemplo, para esta última, a Arsenio Fernández de Mesa, un personaje del que su mérito principal parece ser su amistad que le une a  Mariano Rajoy, puesto que su gestión de la crisis del Prestige desde la delegación del Gobierno en Galicia, o ese pasado más o menos falangista no parecen patrimonio suficiente para hacerse cargo de la Guardia Civil, como dejó demostrado en la gestión de los terribles sucesos de la frontera de la playa del Tarajal en Ceuta o con ese ridículo retrato en quedó inmortalizado, de civil, pero cargado de medallas y en actitud de militar que dejó en la Dirección General del Cuerpo, para regocijo de más de un visitante,
Pese a todo lo anterior, la peor herencia del ministro Fernández Díaz es esa "policía particular" creada en su ministerio, como un monstruo de Frankenstein, hecho de recortes del peor pasado, con el único fin de desprestigiar a los adversarios de su gobierno, especialmente la familia Pujol y los soberanistas catalanes, junto a Podemos. Una brigada de uso privado, dirigida por el siniestro comisario Pino, con inconfesables contactos con la oscura agencia de detectives Método 3, encargada de elaborar dosieres que, convenientemente filtrados a la prensa, funcionaron como ariete contra los independentistas en momentos clave, pero que, al final, han dejado todo tan emponzoñado y tan al margen de la ley que difícilmente servirán para condenar a los autores de los delitos que aireaban, si es que en realidad fueron delitos reales, por la ilegal forma de obtener las presuntas pruebas.
Esa es la herencia de Fernández Díaz: vírgenes condecoradas a bombo y platillo en pleno siglo XXI, autobuses de naranja y odio, un director de la Guardia Civil digno de un baile de carnaval, sentado hoy en el consejo de administración de Red Eléctrica y una hedionda policía política, salida de las cloacas, que ha contaminado, con sus métodos tan sucios, gran parte de la arquitectura probatoria de importantes casos de corrupción. En fin, una herencia que seguirá perjudicándonos durante más de una generación, una herencia espeluznante.