jueves, 27 de febrero de 2014

CATALUÑA Y EL DENTISTA



Pido perdón, en primer lugar a todos los que se puedan sentir ofendidos por la comparación. Pido perdón y aclaro que en absoluto creo que Cataluña y su gente sean una muela podrida. Más bien al contrario creo que es una pieza fundamental y armónica en la dentadura de España. Lo que creo que sí es comparable es la gestión que se hace de una y otra. 

Cualquier molestia que nos pueda producir una pieza es ante todo, y como tal debe interpretarse, un síntoma de que algo va mal. Cualquier fisura, cualquier pequeño orificio en el esmalte, no son sino puntos débiles por los que pueden entrar y en los que pueden acumularse los problemas que llevarán irremediablemente a la pérdida.

Siempre hay, siempre se encuentran, y yo doy fe de ello excusas para no acudir al dentista, siempre encontramos algo más importante que hacer, cualquier otra urgencia a la que responder, antes de tomar la heroica decisión de pedir hora al dentista y visitarle. Es caro, el dolorosos y es incómodo hasta en el calendario y, por eso, es siempre una decisión que podemos posponer hasta que, por desgracia, llega un momento en el que el incómodo, el fatídico momento, se hace irremediable.

Es fácil ponerse a pensar en si la pieza es indispensable o no, en que si cambiando la manera en que masticamos podemos soslayamos el dolor u el riesgo. Son excusas que, al final, no conducen a nada bueno, porque todo en el cuerpo humano es equilibrio, la boca y la dentadura también, y, si se rompe ese equilibrio, nos precipitamos a males mayores.

Lo mejor es, cuando el problema es sólo una caries que no amenaza a la estructura de la pieza, darle solución saneando y sellando el agujero para conjurar con ello males mayores. Hay que evitar a toda costa que la masticación evasiva o la resistencia al dolor, con o sin analgésicos, nos hagan perder las buenas maneras, la tranquilidad y la sonrisa. Estas cosas, las de las caries y el incendio nacionalistas se sabe cómo empiezan, pero nunca se sabe cómo pueden llegar a acabar.

Rajoy, aplicando su vieja receta del "aquí no pasa nada", no ha querido en el debate sobre el Estado de la Nación que acaba de concluir, mirar de frente a Cataluña. Tiene que sentarse y ponerse a negociar, porque el inmovilismo que viene practicando desde hace décadas quizá le haya dado buenos resultados, pero a él, sólo a él, porque a los españoles, su pereza, su falta de coraje, su estrategia "dontancredista" nos está yendo muy mal. Rajoy, una vez más, ha decidido, y lo ha hecho por todos nosotros, que el dolor es soportable y que la visita al dentista puede esperar, lo que no deja de ser un error y grave que pagaremos todos.

Rajoy puede fingir que todo está bajo control. Rajoy puede hacernos creer que Cataluña no es tan importante. Puede enseñarnos a "comer por otro lado" y darnos alguna que otra pastilla de demagogia para superar el dolor. Pero, mientras haga eso, la caries de la sensación de injusticia seguirá minando la pieza y ahondando en el problema que, sí, existe y se agrava por momentos.

Ayer, Rajoy volvió a despreciar la oportunidad de sentarse en el sillón del dentista para establecer el tratamiento que devuelva la funcionalidad y la sonrisa a nuestra boca. El conflicto, de momento sólo dialéctico, con Cataluña es esa cita que esquivamos con el dentista. Quizá vayamos saliendo del paso, pero, si no tomamos pronto las decisiones adecuadas, llegarán el dolor insoportable, la extracción y la hemorragia. Quizá así lleguemos a calmar nuestra boca, pero ya no será la misma. 
 
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miércoles, 26 de febrero de 2014

DE QUÉ PAÍS HABLA

 
 

No temáis, ayer no seguí, mucho menos en directo, el arranque del debate sobre el Estado de la Nación. No es la primera vez que lo hago y os confieso que, desde aquella tarde del 23 de febrero de 1981, cualquier debate parlamentario carece de emoción, estando como están sometidos al guión de esos enanitos de Santa Claus que escriben los discursos del líder de turno, como si fuesen los juguetes que reparte el de la barba blanca, tan brillantes como frágiles.

No escuché el debate, como tampoco escuché la intervención de Rubalcaba, que, mal que me pese, lleva escritas en su pasado todas las réplicas a sus acusaciones. No los escuché, porque la experiencia me dice y me confirma que mereció la pena ahorrármelo, como podía haberme ahorrado la increíble "Operación Palace" de Évole, a la que faltó como advertencia de lo que nos esperaba la enervante cabecera del show de Benny Hill.

No lo escuché, pero me bastaron el resumen radiofónico y alguna que otra opinión para comprobar que, como el especial de Évole, hubiese encajado más en la ficción que disfrazado de informativo, porque lo que trató de contarnos Rajoy con esa oratoria antigua y sobreactuada, con ese horrible castellano que habla, no por gallego, sino por vago, es inverosímil para todo aquel que, como él, no sea de buena estirpe, para todo aquel que no pise algo más que la moqueta de los despachos y los salones o el césped de los jardines.

Se nota que hace mucho que el presidente no se cruza con un español de carne y hueso. Se nota que hace mucho que nos e cruza con alguien que, más allá de esa informalidad forzada del sport y de los mítines de los domingos, no use corbata. Se nota demasiado que su día a día apenas tiene que ver con el del resto de los mortales.

¿Cómo si no puede atreverse a decir que hemos doblado el Cabo de Hornos? No tiene más que mirar atrás para ver que se ha dejado en las escolleras y en las heladas aguas del estrecho de Magallanes a más de la mitad de la tripulación. Parados sin esperanzas de volver a trabajar, niños mal alimentados a los que se les ha quitado la única comida ordenada del día, estudiantes universitarios que han tenido que dejar las aulas ante el efecto combinado de la subida de tasas y el recorte de becas, incapacitados desasistidos, enfermos que pagan por estarlo, carreteras abandonadas,  jardines abandonados, calles sucias, aeropuertos llenos de jóvenes y no tan jóvenes en busca de futuro... náufragos, en fin, de una travesía en la que, como en la del Titanic, sólo la primera clase tiene derecho a subir a los botes.

La España que ayer pintó Rajoy poco tiene que ver, como siempre, con la realidad. Sí tuvo que ver con la España real la que pintó Rubalcaba, pero su esfuerzo llega tres años tarde y me temo que será baldío, porque apenas tiene ya credibilidad, siquiera entre los suyos. Y es que su pecado no fue ya el de haber formado parte del último gobierno Zapatero, el del desastre económico, el de otra España irreal que se dejó envolver en la música de la orquesta, mientras el barco se hundía y el agua le llevaba al cuello. Su peor pecado ha sido el de, por mala conciencia, por oficio o por coincidencia, no supo ponerse del lado de la gente y defenderla, mirándose el ombligo, en vez de mirar las vergüenzas al descubierto de quienes le habíamos votado.

No sé de qué España hablaba ayer Rajoy. Ni siquiera sé qué pretende con esas ofertas de fin de temporada -tarifa plana y falsa rebaja de impuestos a los más débiles- con que trata de engatusar a los  votantes crédulos, porque, si realmente quiere reactivar la economía, mejor le iría, nos iría, si se decidiese a rebajar el IVA.

Con esa "tarifa plana a la Seguridad Social " para nuevos empleos que tanto me recuerda a los engatusadores telefónicos, va a conseguir que quienes quieran deshacerse de un trabajador de cincuenta años lo puedan cambiar por dos de veinticinco, mientras se siguen desangrando las arcas de la Seguridad Social, porque, no lo olvidemos, la cuota que pagan los empresarios no es otra cosa que una parte del salario del trabajador que se difiere para su jubilación. Y, en cuanto a eximir de hacer la declaración de la renta a quienes no superen los 12.000 euros de ingresos, en la práctica ya era un hecho, pero me temo que hará que más de uno se crea beneficiado, sin pensar en que la rebaja, por pequeña que sea, se hace a costa de recortar en educación, sanidad y no sé cuántas cosas más.
Por eso no sé de qué España habla Rajoy, quizá de eses país al servicio de "la estirpe buena" de la que hablaba en su artículo del Faro de Vigo del 83. Tampoco sé si Rubalcaba es el líder que necesita este país para salir de este maldito agujero.

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lunes, 24 de febrero de 2014

EXORCIZAR EL 23-F

Está claro que los tiempos están cambiando- Es evidente. Ahora que los ciudadanos, escaldados en el agua hirviendo de la crisis, comenzamos a desconfiar del verdadero valor de una democracia que en demasiadas ocasiones no pasa de formal, comenzamos también a poner en duda, si no la veracidad de lo que ocurrió hace treinta y tres años y un día, sí la del significado que, de alguna manera, se nos impuso de lo que pasó.
Tuve dos ocasiones de comprobar esto que os digo. La primera a las diez de la mañana, en la radio, cuando en el programa que tan brillantemente dirige Javier del Pino en la SER, Jacinto Antón, uno de sus colaboradores habituales contó su propio 23-F, vivido desde la compañía de policía militar que el comandante Pardo Zancada llevó al congreso, cuando era ya evidente que Tejero se había quedado solo. Jacinto Antón, junto a un compañero de armas de aquellos días, contó cómo vivieron aquellas horas en que unos simples soldados de reemplazo se vieron obligados a acudir a ciegas a lo que pretendía ser un golpe de estado y cómo se dieron de bruces con "el ejército de Pancho Villa" encarnado por los guardias de Tejero.
Antón habló de cómo algunos mandos acabaron llorando y otros borrachos, del saqueo de la cafetería y los despachos del Congreso, de que, aunque afortunadamente no pasó nada, pudo haber pasado cualquier cosa con unos jóvenes soldados tan poco preparados como asustados y armados hasta los dientes, de cómo un sólo disparo podía haber desencadenado una masacre y habló, sobre todo, de las cosas que pasaban por la cabeza de unos soldados llevados a la mili a la fuerza y aún más a la fuerza a participar en un golpe de estado.
Sin embargo, lo más llamativo de la historia de Jacinto Antón fue el corolario final. Días después de que su compañía hubiese regresado al cuartel sin consecuencias, fue arrestado por llevar un par de calcetines azul marino que no se correspondían con los negros que impone la uniformidad. Antón comentaba con sorna que le arrestaron por llevar esos calcetines y, paradójicamente, se fue de rositas después de haber participado en un golpe de estado.
La otra prueba de lo que os digo la ofreció La Sexta con la emisión de un documental "basado en hechos irreales", en el que se nos contaba, con la complicidad de periodistas, diputados y cineastas, que el golpe del 23-F no fue sino una farsa concertada por todos los partidos para reforzar en los ciudadanos los sentimientos a favor de la democracia. Una especie de vacuna contra el golpismo, como acabó siendo el golpe de Tejero, pero premeditada y pactada por todo el arco parlamentario.
La presencia de Iñaki Gabilondo, Fernando Ónega, Joaquín Leguina, Jorge Verstringe, Felipe Alcaraz o José Luis Garci, contribuía a dar credibilidad a algo a todas luces inverosímil, pese a algunos desbarres, especialmente de Verstringe que lo hacían increíble. Sin embargo, en ningún momento, salvo al final, se advertía de que todo era una farsa, con lo que algunas almas cándidas u obligadas a madrugar se irían a la cama pensando que la Operación Palace realmente existió y en que todo aquello fue una pantomima.
A estas horas ya sé que Évole ha reforzado su leyenda de héroe del periodismo y la democracia. Yo, sin embargo, abrigo mis dudas. No creo que sea bueno disfrazar de verdad lo que no es más que un programa de ficción en el que los actores han sido sustituidos por los protagonistas reales de aquella historia, convencidos para interpretar un guión que la deforma, llevándola hasta el esperpento. Que conste que reconozco el esfuerzo de producción y relaciones públicas que ha supuesto la elaboración de esta "película". En cuanto al mérito y la oportunidad de emitirlo como se emitió, tengo mis dudas.
La idea no es original. De hecho y que yo sepa, ya lo hizo el francés William Karel que, en 1990, rodó para el canal Arte "Operation Lune", en la que Kissinger, Rumsfeld, la viuda de Kubrick y un sin fin de personajes reales, contaron como se rodó en los estudios londinenses de Kubrick una "toma de seguridad" del alunizaje, por si este fracasaba, de cuyo rodaje se extrajeron las fotos finalmente difundidas del acontecimiento. Unas intervenciones que se daban por buenas hasta el final del documental, en que se desvelaba la farsa.
No me gustó, insisto, la forma en que se emitió el documental de Évole, sin anestesia. El único mérito que le reconozco es el de que, como la intervención de Jacinto Antón, en "A vivir, que son dos días", contribuye a exorcizar y desdramatizar aquel negro episodio de la reciente historia de España.
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viernes, 21 de febrero de 2014

TEATRO Y SILENCIO

 
 

Si se cumplen los pronósticos, la llamada Comisión Internacional para la Verificación del Alto el Fuego de ETA podría anunciar hoy algún paso significativo de la banda en su camino hacia el abandono definitivo de las armas. Esta información, que hace apenas tres años hubiese merecido titulares a cinco columnas y abrir telediarios, hoy apenas tiene trascendencia. Y es así porque los humanos nos acostumbramos a lo bueno, lo placentero, y olvidamos con demasiada facilidad lo malo.

Quién nos iba a decir, a nosotros que hemos oído estallar las bombas de ETA o hemos tenido que ver los cuerpos de las víctimas de sus artefactos o sus balas, que el final de la violencia, salvo para los que sufren sus secuelas, iba a ser así, lento y, en cierto modo, plácido.

Y, sin embargo, era lógico que así fuera. Así lo fue el del IRA en Irlanda del Norte. Y eso que aquel conflicto, con el que ETA ha querido siempre equiparar al que ETA aún mantiene que sigue vivo en Euskadi, fue más largo y más trágico, aunque tengo claro que, para cada una de las víctimas, el dolor, su dolor, es único, y aquí, en Euskadi, no tenía que ser de otra manera. Al final de un conflicto tan largo y tan imbricado en la sociedad, como lo han sido uno y otro, aquí y allá, la paz llega después de un acuerdo, cerrado a la luz o discretamente, que cada una de las partes debe representar.

En esas estamos ahora, en la escenificación del final de ETA, asistiendo a los aspavientos, llenos de intransigencia, de uno y otro, aspavientos que no buscan otra cosa que masticar el acuerdo para que sus fieles lo asimilen y disfruten de una plácida digestión de algo que, hasta hace no tanto, parecía imposible de roer.

La verdad es que, salvo la agitación estimulada por el TDT Party y la indignación de las víctimas que, a mi juicio,  tan erróneamente se está llevando al primer plano, la sociedad está asimilando ese final soterradamente pactado sin darse cuenta, como la cicatriz de una vieja herida que sólo se nos manifiesta cuando la vemos o nos la hacen ve, porque mientras eso no ocurre, la normalidad diluye indignaciones y da tiempo para razonar fríamente los pros y los contras del proceso.

Hace ya unos años, cuando José Luis Corcuera era ministro, él o alguien de su entorno, ahora no lo recuerdo exactamente, en un  momento en que los golpes a ETA eran frecuentes, en lugar de "tirar" de un triunfalismo de manual, me hizo ver que la solución no podía ser sólo policial y me lo hizo ver con esta pregunta "de qué se trata, de vengarse de ETA o de acabar con ETA", En aquel momento lo entendí perfectamente: se trataba de acabar con ETA y con el dolor que produce.

Ayer mismo, el ministro Fernández Díaz, el mismo que lleva dos semanas escenificando excusas para justificar la salvajada de la plata del Tarajal en Ceuta, hablaba con desprecio del "teatro" que, para él, suponen las ceremonias de los verificadores y los comunicados. No era consciente el ministro de que algunos pensamos que lo suyo, si es que lo está haciendo bien, también debe ser puro teatro. El final de una tragedia que ha costado más de mil muertos y muchos más heridos en el cuerpo y en el alma, debe llegar como parece estar llegando éste: con silencio y una gran dosis de teatro, porque, para la sociedad, para nuestros hijos, aunque una y otros no sean hoy, o no sean nunca, conscientes de ello, lo importante no es la venganza, sino el final de ETA. Aunque, claro está, no hay que dejar de pensar en el rédito electoral que, sobre todo al PP, le ha dado su intransigencia con ETA y eso ese lastre es difícil de soltar.
 
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jueves, 20 de febrero de 2014

EL DENOMINADOR COMÚN

 
 
Vuelvo hoy a la carga con el personaje y la foto que, desde ayer a estas horas tanta repercusión, han tenido en mi muro de Facebook. El personaje, Francisco Granados, es de esos que aparecían en las películas de los setenta, aquellas en las que siempre había una escena, o más, desarrollada en un pub forrado de moqueta, terciopelo y cuero, con personajes que pasean su güisqui en un vaso de tubo que balancean entre los dedos. En fin, lo que quiero decir es que el personaje, Francisco Granados, no es más que un hortera, prepotente y torpe que, estaba escrito, antes o después iba caería con todo el equipo.
Debo reconocer que, a Granados, le tengo manía, mucha manía, porque encarna y ha paseado, por las tertulias y debates del TDT Party y cualquiera que se le pusiese a tiro, su imagen del indocumentado prepotente y cínico que va paseando sus verdades a medias, sus acusaciones, su falsa urbanidad, llena de "ustedes", "dones" y "doñas" dirigidos a personas a las que en absoluto respeta y barbaridades que  dejan a las claras el respeto que siente por los ciudadanos.
Recuerdo como si fuese ayer el comentario que hizo sin inmutarse ante la llamada desesperada de un padre angustiado ante la idea de que su hijo necesitado en ocasiones de asistencia médica hospitalaria urgente no pudiese ser trasladado porque la Comunidad de Madrid, "la suma de tofos", restirase uno de los helicópteros de emergencias sanitarias, el que atendía la sierra "pobre" de Madrid, una zona cuyas carreteras, en invierno, se convierten en intransitables, pero la zona en la que trabajaba y vivía.
La respuesta de este señor, senador y diputado regional dimisionario ya, que, amén de unas cuantas propiedades, llegó a tener un millón y medio de euros de oscuro origen en una cuenta en Suiza, la cruel respuesta a la que nadie replicó en el debate radiofónico en el que participaba, fue que si tenía un hijo enfermo, debería irse a vivir cerca de un hospital.
Este es el personaje, el mismo que, otro día, en el mismo programa de radio, echó a los leones a la número dos de Tomás Gómez en Parla por una presunta corrupción, de la que luego fue absuelta, a la que exigía, coreado por el conductor del programa, su dimisión irrevocable de la ejecutiva del PSM y no sé si de la vida. Todo, eso sí, entre chascarrillos y risas, atropelladamente, sin respetar turnos de palabra, a sabiendas de que, si no la razón, lo importante era tener y la palabra y no soltarla, aunque para ello hubiese que hablar a gritos.
Pues bien, ayer se convirtió en el alguacil alguacilado y pasó a formar parte de los apestados, de los que, aparentemente, "se lo han llevado crudo cuando ocupaban cargos públicos y, patriotas ellos, se han llevado el crudo a Suiza. Lo que ocurre, es que ahora, a él, no hay quien le defienda con razón o sin razón y es que, en su larga trayectoria en la dirección del PP se creó muchos enemigos, entre ellos el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, frente a quien perdió los favores de la condesa y presidenta de su partido en Madrid, que ayer, olvidando los trabajos sucios que hizo para ella, le exigió desmentir con pruebas lo publicado por EL MUNDO y "si no tiene los recibos" dimitir.
Granados acaba de anunciar su dimisión como diputado de la Asamblea de Madrid y como senador y a estas horas no sé si también dimitirá de las tertulias.  Lo que sé es que Granados, en López Viejo, como en el ex alcalde de Boadilla, por mal nombre "el albondiguilla" y otros muchos implicados en la corrupción madrileña, dentro y fuera de la trama Gürtel", en Granados existe un elemento que los hace parejos, un denominador común y ese denominador común se llama Esperanza Aguirre, a la que, como dice mi castizo amigo Luis, no parece olerle la mierda, porque los ricos nacen sin culo. Pero tengo claro que algún día alguien de su entorno no soportará ni un minuto más ese hediondo olor aparentemente imperceptible y contará todo lo que sabe que debe ser mucho.
 
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martes, 18 de febrero de 2014

SER PERRO EN CHILE



Es curioso, pero una de las cosas que más me ha llamado la atención en mis recientes y añorados días en Chile son los ladridos con que se dejan notar los perros en la noche, Bien es verdad que son unos ladridos distintos a los que está uno acostumbrado aquí, en la, no sé por cuánto tiempo, pero aún, pudiente España del siglo XXI. Los ladridos nocturnos de los perros chilenos no lo son de angustia, ni agresivos, son más bien -o yo quiero pensar que es así- las conversaciones de pandas de amiguetes, que, a falta de whatsapp o teléfono, recurren a garganta y pulmones para citarse parea sus recorridos nocturnos,
He escuchado sus conversaciones en la noche de la Santiago residencial, en Viña del Mar o Valparaíso y, cómo no, en Horcón, el último refugio de los hippies chilenos. Y tengo que deciros que son ladridos de supervivientes felices que viven felices cada minuto en la calle, como aquel viejo militante comunista, superviviente de tres meses de torturas en el Estadio Nacional, allá en el 73 del pinochetazo, que pregonaba con gracia, casi cantando, por las cuestas de Horcón sus preciosos y rudimentarios "tostadores bolcheviques".
Pronto me di cuenta de que lo que unía a uno y otros era la libertad, la conciencia de que cada día podía ser el último y que había que festejarlo con alegría, como esos perros de Horcón, tan hippies como el que pasan la mañana en la playa, entre chapuzones y siesta sólo interrumpidos por alguna que otra excursión por los escasos bares y terrazas de un pueblo que podría parecer casi virgen, de multicolores casas de madera que descienden hasta el Pacífico, en busca de cualquier chuchería conseguida con habilidad o simpatía de los turistas que paramos en sus mesas.
Viéndolos, uno pensaría que son como esos jovencitos de urbanización de lujo que pasan el día jugando o sesteando al borde de una piscina y que se vez en cuando se dan un chapuzón, jugando como cachorros que despiertan a la sensualidad y se acercan a la cocina o al chiringuito para reponer fuerzas. Esos perros de Chile son guapos y fuertes, porque se cruzan con lo mejor del sexo opuesto y porque sólo sobreviven los más fuertes. Pero no son agresivos, porque saben que la gente les quiere y que sin llevarlos a casa, sin comprar su libertad, van a cuidar de ellos, Y sé de lo que hablo, porque una pobre perra, muy enferma, resistía junto a un bloque de viviendas gracias al cuidado de los vecinos. Y ella sabía agradecerlo, con la mirada y con un esbozo de movimiento de su rabo. Hoy he tenido noticias de ella y no sé si alegrarme, porque está irremediablemente enferma.
Pero no estéis tristes. Seguro que habrá participado de esas correrías nocturnas. Seguro que ha disfrutado de la belleza del Pacífico. Se habrá tumbado insolente, como muchos de sus amigos, en las escalinatas de cualquier edificio oficial. O a los pies de un carabinero, seguro, si es que ese era el sitio más soleado de la plaza. Y seguro que, como esos perros hippies de Horcón, alguna  vez habrá esperado a que caiga la noche para ladrara feliz a los coches que suben la cuesta mientras corren delante de sus faros, para luego bajar orgullosos de nuevo a la playa para repetir una y otra vez su hazaña.
Da gusto ver tantos perros en Chile y, sobre todo, da gusto verlos tan libres y tan dignos. Buscando un rincón apartado en el que hacer sus necesidades, para no sentir vergüenza y para no manchar las calles como sus congéneres esclavizados que defecan y orinan cuando y donde les viene bien a sus amos.
Los perros de las ciudades de Chile son como los perros que recuerdo de mi infancia, en el pueblo de mi padre, Perros al sol, perros felices hasta que algún niño o no tan niño gamberro la emprendía a pedradas con ellos. No como en Chile, donde he visto -y ojalá no sea sólo una apreciación mía- el respeto de la gente por los perros de la ciudad. Tanto que, estando yo allí, Valparaíso retiró los suyos de la calle durante un día, un solo día, para evitar que, a la llegada de la caravana del París-Dakar, sufrieran o provocaran accidentes.

No es mal oficio, no, el de ser perro en Chile.  






lunes, 17 de febrero de 2014

SILENCIO, SE ABUSA

 
 
Andamos aquí, en la Comunidad de Madrid, enredados en si los perros que se van a comer se van a comer a nuestros niños, son galgos o son podencos. Y digo esto, porque nos hemos perdido en un debate jurídico -a veces los debates jurídicos sólo sirven para explicar lo inexplicable- sobre si los servicios sociales de la comunidad, que atendieron a una de las menores sobre las que un profesor de un afamado colegio que regentan los agustinos en Madrid, deberían haber puesto el asunto en manos de la Fiscalía de Menores o no.
El caso es que, más allá de quién tendría que haberlo denunciado o si los hechos eran denunciables, el hecho de no haber puesto el caso en manos de las autoridades judiciales, unido a la miserable actitud encubridora del centro propició que otras niñas cayesen en las garras del monstruo al que se había encomendado a los alumnos. Menos mal que todo trascendió, porque quién sabe cuántas niñas más hubiesen tenido que pasar por lo que pasaron sus compañeras de no haber estallado el caso y haberse producido la detención del profesor y la imputación del director y el jefe de estudios del centro.
Al parecer, la ley no obliga a los funcionarios que tienen conocimiento de casos como éste a llevarlos ante el fiscal y deja en manos del menor afectado o de sus padres o representantes legales la iniciativa de la denuncia. Eso es lo que ni entiendo ni puedo llegar a  entender, porque no entiendo qué es lo que se trata de proteger a costa de poner en peligro la tranquilidad y la seguridad de las posibles, en este caso reales, víctimas posteriores.
No lo entiendo. De verdad, no lo entiendo ni lo podré entender nunca. Por qué seguimos aplicando en estos asuntos protocolos y criterios de la iglesia católica, una institución que, está demostrado, está corroída por la lacra de la pederastia y los abusos, hasta el punto de haberse enquistado en ella en todos sus niveles, desde confesores y párrocos a obispos y cardenales. Por qué siguiendo ese camino se inocula a la víctima la culpa y la vergüenza, mientras se esconde al delincuente y se le deja en condiciones de seguir delinquiendo.
No sé qué puede llevar a unos padres a renunciar al castigo del culpable del dolor de su hija. Sobre todo, cuando está claro que el enquistamiento de todo ese dolor es, sin duda, más grave y perdurable que el causaría la catarsis de la denuncia. No lo sé. Pero creo que podría llegar a entenderlo, sobre todo porque existe una fiscalía especializada en tratar casos similares y se le supone todo el tacto y la discreción necesarios para perjudicar lo menos posible a la víctima.
Lo cierto es que, por lo que sea, estos asuntos no parecen ser los prioritarios para el gobierno de la comunidad de Madrid. Tanto es así que la institución del Defensor del Menor, aquella a la que la víctima hubiera podido recurrir al margen de lo que hubiesen decidido sus padres, fue de las primeras en desaparecer con los primeros recortes de la crisis.
Ahí seguimos, en si son galgos o son podencos, mientras sigue habiendo niños y niñas en peligro de caer en manos de personajes que, abusando miserablemente de su autoridad, la confianza y quién sabe si la admiración de sus alumnos y alumnas, esperan acechantes el momento de lanzarse sobre su carne joven.
Galgos, podencos... discutir sobre eso es perder el tiempo. Lo grave, lo duro es que aquí, en España, se sigue tendiendo un manto de silencio sobre estos asuntos. Lo malo es que se mantiene la consigna, no se sabe en beneficio de quién, no desde luego en el de las víctimas presentes o futuras, de callar y esconder. Algo así como "Silencio, se abusa".
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viernes, 14 de febrero de 2014

VERDAD Y PELOTAS

 

Una semana ha tardado el ministro del Interior en  reconocer la implicación de la Guardia Civil en la tragedia provocada en la playa fronteriza de Ceuta, reprimiendo el intento de entrada en territorio español de decenas de inmigrantes africanos, trece de los cuales murieron ahogados. Una semana de mentiras vergonzosas, diluidas ayer torpemente por el ministro Fernández Díaz con un jesuítico baño de mala literatura a una evidente realidad que, desde un primer momento, estaba aflorando en imágenes y testimonios de quienes presenciaron o protagonizaron la masacre.
Las versiones dadas por el delegado del Gobierno en Ceuta y el director general de la Guardia Civil, balbuceantes y contradictorias, no auguraban nada bueno. Negaban los disparos y negaban el uso de flotadores por unos asaltantes más asustados que agresivos. Lo negaban pese a que todos lo habíamos visto y lo negaron hasta el último momento, con la difusión de un video de los hechos, digno de los fontaneros de Nixon en el caso Watergate, en el que se escamotea cualquier imagen de la actuación delos guardias civiles, exigiendo a los ciudadanos un acto de fe sobre su comportamiento, cuando no sólo en España, sino en medio mundo, ya se habían echado por tierra años de labor humanitaria de uno de los cuerpos policiales más universalmente conocidos.
La versión dada ayer por el ministro, con pelotas de goma y botes de humo lanzados al agua, qué derroche, pretendiendo hacernos creer que lo único que hacían era delimitar la frontera entre España y Marruecos, contradice gravemente la de sus subordinados, que ni siquiera trataron de disfrazar lo evidente y se limitaron  a negarlo, insultar la memoria de los muertos y amenazar con querellas, algo que parece ir en los genes del PP, si a pese al escaso éxito operativo y legal que consiguen, a todos los que osasen poner en evidencia la actuación de los guardias. Unas amenazas que afectarían, por ejemplo a su propio ministro. Y no sólo eso, porque el director de la Guardia Civil se permitió decir a periodistas y organizaciones humanitarias cómo tendrían que hacer su trabajo, para mantener sus mentiras, añado yo.
Hubo exceso de pelotas y apenas hubo verdad. A estos señores se les olvida que España es un Estado de Derecho, con obligaciones humanitarias y no sólo ante sus socios europeos. Hubo una evidente falta de humanidad ante unas gentes a las que, hicieran lo que hicieran les esperaban palos y maltrato a uno y otro lado de la frontera. Hubo negación de auxilio a quienes sabían que, de no llegara  pisar arena española, les molerían literalmente a palos los gendarmes marroquíes con sus garrotes. Y hubo cinismo, mucho cinismo.
De lo dicho ayer por el ministro, por más que se empeñe en beatificar a los guardias y sus mandos en el cuerpo y la política, se desprenden graves responsabilidades de unos u otros o de ambos al mismo tiempo. Y, ante tal evidencia, sólo cabe esperar sanciones o dimisiones. Sanciones a los guardias, si es que lo ocurrido fue iniciativa suya, dimisiones de sus mandos si es que dieron órdenes de actuar así y, fuera fuese el origen de la iniciativa, dos dimisiones; la del delegado del gobierno y la del director general de la Guardia Civil que, durante una larga semana, han pretendido engañarnos, bien porque esa era directamente su intención o bien porque, a su vez, fueron engañados por sus subordinados.
No cabe duda de que la ansiedad de verse en el mar, de noche, con el agua al cuello, tiroteado desde la playa, aunque fuese con pelotas de goma y botes de humo, provoca ansiedad suficiente como para abandonarse al peor de los finales. Debe haber dimisiones, insisto, dimisiones que urgen, porque en este asunto ha faltado verdad y han sobrado pelotas. 


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jueves, 13 de febrero de 2014

QUE LO PAGUEN DE



Ayer supe por fin que en cuestión de horas ingresarán por fin en mi cuenta los ahorros que me fueron escamoteados mediante el engaño de las preferentes. Fui de los que se sometieron al arbitraje ofrecido por Bankia y, si lo hice, fue porque tenía claro que, dada mi deficiencia visual, que me incapacita para leer documentos en papel y que la de las preferentes, que yo creó siempre un depósito, era mi primera inversión en más de treinta años de cliente de Caja Madrid. Y si me sometí al arbitraje es porque tengo un sentido estricto de la justicia y no dudaba que se reconocería el engaño, como finalmente ha ocurrido.
Habrá entonces quien piense que debo estar satisfecho y que mis problemas con las preferentes terminan aquí. Nada más lejos de la realidad, porque, si he podido recuperar todo lo estafado, como bastantes de los estafados por entidades ahora intervenidas es porque dichas entidades han sido rescatadas con los miles de millones de euros que nos dejó Europa y que acabaremos pagando todos los españoles. De no ser así, las cajas saqueadas por los Blesa, Rato y compañía se habrían desecho como un azucarillo en el agua y sus clientes hubiésemos quedado compuestos y sin ahorros.
Lo que quiero decir es que lo que se me ha devuelto lo están pagando o lo van a pagar todos los españoles que cumplen con sus obligaciones fiscales y que no estoy dispuesto a consentir que, mientras tanto, los verdaderos causantes de esa ruina, Miguel Blesa, por ejemplo, disfruten del lujo asiático que se han comprado, rapiña a rapiña, con todo lo que desviaron en comisiones, dietas, bonus o favores a empresas, si no propias, de amigos, hasta dejar las Cajas que se les encomendó gestionar como un castillo de naipes en medio del vendaval de la crisis.
Ayer se conocieron las peticiones fiscales para los directivos de la Caja de Ahorros del Mediterráneo por haber arruinado dolosamente, según el fiscal y los abogados que representan a los nuevos propietarios, la boyante caja que se perdió en un mar de dietas inventadas, créditos a familiares y amiguetes e inversiones a todas luces fraudulentas. Es la primera de las gestiones de cajas que llega al banquillo y fue, según los responsables de deshacer el enorme desaguisado, lo peor de lo peor. Y me parece poca cárcel, que ni siquiera llegarán a cumplir si son condenados, para quienes acabaron con los ahorros, la salud y la seguridad en la vejez de miles de humildes clientes. No olvidemos que hace unos días murió una de ellas mientras esperaba entrar a la sala en la que se vería el juicio por la reclamación de sus ahorros.
Poca petición para él y poca la que, me temo, habrá para Miguel Blesa, el mismo que empleaba la mayor parte de su jornada en atender las peticiones de favores de sus amigos o en justificar la imposibilidad de hacer los demasiado descarados que los órganos de control de la Caja no le permitían.
¡Que lo paguen! Que les hagan devolver hasta el último céntimo de su botín, para que, ni ellos ni sus herederos disfruten de lo que se les robó a esos ciudadanos a los que despreciaron hasta el punto de robarles el futuro.

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miércoles, 12 de febrero de 2014

EL VERDAERO ROSTRO DEL PP

 
Espero que a nadie le queden ya dudas de cuál es el verdadero rostro del PP, espero que, desde la tarde de ayer, nadie crea que en sus filas cabe el más mínimo atisbo de pensamiento progresista, porque los diputados tuvieron la oportunidad de expresarse, libremente y con plenas garantías, respecto a la retrógrada reforma de la regulación de la interrupción del embarazo en España.
De nada sirven ya las discrepancias cuchicheadas al oído de periodistas de confianza, de nada sirven ya los gestos grandilocuentes de la histriónica Celia Villalobos ausentándose de determinadas votaciones o votando no directamente algunas propuestas de su partido. Ayer, en n el Congreso, tuvieron la oportunidad de manifestar todas esas discrepancias, insinuadas o no a media voz, y no lo hicieron. Optaron por refugiarse en la disciplina de partido, dando de lado a los principios para no poner en peligro la comodidad de su escaño y más en los tiempos que corren, porque, si siguen así las cosas los escaños del partido van a ser muchos menos, y, como todo acaba por saberse, la conciencia podría jugarles una mala pasada y dejarles fuera de las listas, porque, como dijo Alfonso Guerra en su día, el que se mueve no sale en la foto.
Ayer, el PP, con todos sus diputados, se retrató en la votación que afectaba a la tramitación de la ley Gallardón sobre el aborto y se retrató también en su soledad al cercenar de un plumazo la posibilidad de buscar en los tribunales españoles la justicia que no se puede alcanzar en países en los que, como en China o en los Estados Unidos, salvo que seas rico y del partido, en China, o blanco, pudiente y con ciudadanía, en los Estados Unidos.
DE nada sirven las explicaciones de Villalobos, porque justifico su apoyo a Gallardón en su deseo de no traicionar a su partido, pese a que, añado yo, traicionó descaradamente a los que hasta entonces había esgrimido como sus principios. Pero, claro, la vicepresidencia del Congreso es mucha vicepresidencia como para tirarla por la borda por un no, por más secreto que sea.
La actitud de Villalobos recuerda sospechosamente a aquel abrazo de Gallardón a un Aznar que acababa meter a España en la Guerra de Irak, un Aznar que, ante la soledad en que quedó tras la vergonzante "foto de las Azores" quiso escenificar un "prietas las filas" de los suyos con una reunión de barones de su partido. Pues bien, en aquella reunión, tras las explicaciones del entonces presidente, Gallardón se desmelenó en un abrazo al líder, que, para que fuese el primero de todos los de los allí presentes que tuvo, precisó de grandes zancadas hacia el estrado.
Aquel fue el primer síntoma de quién podría llegar a ser el verso suelto del PP, el progre del Círculo de Bellas Artes. Alguien a quien Carrillo retrató un día, diciendo que él, don Santiago, no conocía dentro del PP a nadie que no fuese del PP.
Ayer quedó claro. Los diputados del PP mostraron su verdadero riostro. Y es de agradecer, porque abrieron los ojos de los aún crédulos. Así que abandonad toda esperanza, no hay en el PP nadie que no sea del PP y no quiera seguir siéndolo.
 
 
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martes, 11 de febrero de 2014

EN CONCIENCIA

 

Son muchas, incluso desde el feminismo, las mujeres que no vieron bien el golpe de efecto del colectivo FEMEN interrumpiendo con la exhibición de su desnudez la intervención del ministro Gallardón en defensa de su retrógrada ley de reforma del aborto. A mí no me pareció tan grave. Ni siquiera me pareció mal el lema que llevaban escrito en su cuerpo, que corearon y que tanto escándalo provocó entre esas beatas señorías que, entre gin-tonic y gin-tonic, subvencionados, por cierto, se rasgaron las vestiduras al leer juntas las palabras "aborto" y "sagrado".
Sería bueno que aquellos a los que no les tiembla la voz para decir "patria sagrada", "sagrado deber" o cosas por el estilo, entendiesen que, para muchas mujeres, el derecho a poder tomar una decisión que afecta, fundamentalmente, a su cuerpo y a su vida es, evidentemente, sagrada, porque no cabe duda de que, en ocasiones, de ese derecho va a depender que su vida sea digna y feliz el resto de sus días.
No son uno ni dos los estudios de opinión que revelan que la sociedad española no estaba, no está, demandando la reforma de una ley que había conseguido reducir el número de interrupciones del embarazo que se practican en España y que había alcanzado un estatus de normalidad equiparable al de la ley del divorcio, tan aparentemente contestada hace un tercio de siglo y tan interiorizada hoy por sociedad, hasta el punto de que se ha llegado a establecer en diez años la fecha de caducidad de un matrimonio en España, después de decenas de matrimonios felizmente disueltos, en todos los colectivos y clases sociales, con datos tan anecdóticos como el de que fue el estamento militar uno de los más afectados, para bien, por una ley aparentemente incompatible con la "Tierra de María" que, dicen, fue España, al igual que ocurre ahora con la ley que permite que las parejas del mismo sexo que así lo desean formalicen su relación en aras de garantizar sus derechos y obligaciones.
Después de sacar a relucir estos dos ejemplos queda más claro si cabe que la oposición a la ley de plazos actualmente en vigor en España es estrictamente ideológica y que, partiendo del menosprecio a la inteligencia y condición de la mujer, trata de someter la libertad de elección y la capacidad de progreso de las mujeres solas o en pareja. Y es que no hay que olvidar que la ley es tan hipócrita como para eximir de responsabilidad penal a la mujer, lo que no quiere decir otra cosa que lo que persigue es volar los puentes que llevan a la mujer que no quiere llevar adelante su embarazo sin los medios o el entorno social adecuado, mientras mantiene los puentes de lujo que permiten a las otras, las que disponen de medios interrumpir su embarazo en el extranjero o en discretas y seguras clínicas de lujo.
Esta tarde y en este asunto, los diputados y diputadas tienen la rara oportunidad de votar secretamente, mediante el uso de papeletas, con lo que tienen también la cobertura para hacerlo en conciencia, porque, dejémoslo claro, votar en conciencia pueden siempre. Tienen esa oportunidad y la tienen todos, también las mujeres t hombres del PP que o bien se han sometido a una de esas de esas operaciones fáciles y seguras, si se dan las condiciones adecuadas, o bien han tomado parte en la toma de la decisión de llevarlas a cabo o han colaborado para que fuesen posibles. Es a ellos muy especialmente a quienes pediría que, por  vez, sin tener que pensar en multas o en su carrera en el partido, voten en conciencia y pensando en esos miles de mujeres que, a mal trago que ya es en sí tomar la decisión de abortar se le sume la pena innecesaria de tener que hacerlo clandestinamente y sin las garantías adecuadas o sumándose a la legión de hipócritas que esgrimen la conciencia sólo cuando les conviene.
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lunes, 10 de febrero de 2014

EL MIURA EN LOS CORRALES

 

Aunque soy consciente de que hacerlo no es precisamente derrochar imaginación, no me queda más remedio, hoy, que dedicar mi tiempo al ganador del goya a la torpeza más manifiesta y persistente de la política española, que no es otro de que el ministro de Educación, Desprecio y Deporte, el siempre verborreico, redicho y, dicen que, superdotado pilarista, José Ignacio Wert.
Reconozco que resulta fácil y cómodo hacer leña del árbol huido, sobre todo cuando el escurridizo árbol ha sido ya víctima de las chanzas y críticas de gente tan brillante como lo es la gente del cine español a la que de manera tan burda como inesperada acababa de plantar en su fiesta anual.
Lo peor de este personaje es su egocentrismo patológico, esa manera de entender la vida y la política como si fuese un videojuego en el que todos los elementos que aparecen en la partida no tienen otro fin que el de acabar con el héroe que, si no lo es, al menos él sí se cree simpático como para permitirse chistes y chascarrillos fuera de lugar y del mínimo buen gusto.
La verdad es que a este señor le ha costado el goya a la torpeza porque ha tenido que disputárselo al viejo galán, eso cree él, de comedias de salón, Alberto Ruiz Gallardón, que, de un tiempo a esta parte y, para sorpresa de muchos, no la mía, por cierto, ha permitido que quienes le admiraban por ello, descubran ahora su idoneidad para cualquier papel de villano despreciable. Pero el ministro, espero que no ya por mucho, José Ignacio Wert, conocedor como nadie de los medios y sus trampas, le ha robado el galardón a su colega con una tocata y fuga memorable.
 
Y es que el ministro ausente, el mismo que una vez presumió de que, como los toros de Miura, se crece en el castigo, eligió a última hora encerrarse en los corrales de un viaje a Londres, improvisado a última hora, para entrevistarse con un colega británico. Ese desprecio, esa falta de respeto por el cargo que ocupa y por quienes desde una de las patas de su departamento luchan por mantener el prestigio y los puestos de trabajo de una industria, no ya olvidada como casi siempre, sino castigada con un IVA insoportable y un recorte en las ayudas públicas que la hacen casi insostenible.
No quiso estar presente en una gala en la que se iba a convertir en el blanco de, uno detrás de otro, los improperios de un colectivo castigado sin necesidad, a pesar de lo que piensen en Moncloa, sólo por  haber cometido el pecado de haberse opuesto  libre y responsablemente, en contra de una guerra no era ni necesaria ni justa.
 
Wert eligió los corrales, poniendo como excusa la necesidad de dormir ocho horas antes de ese viaje a Londres. Una excusa infumables, sobre todo después de escuchar como he escuchado a las diez de la mañana a Juan Carrión, el profesor de inglés inspirador de la película de David Trueba, ganadora del goya, que a sus ochenta y nueve años y después de haberse retirado altas horas de la madrugada, no ha dudado en atender la llamada de la radio.

Está claro que no corren buenos tiempos para el ministro miura, tampoco para sus planes ni para el gobierno del que forma parte. Esta vez, el miura, en contra de lo dicho sobre su talla en el castigo, escogió retirarse vergonzantemente a los corrales.
 
 
 
 
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sábado, 8 de febrero de 2014

REALMENTE TORPES

Cuando, dentro de unos años, repasemos los que aún quedemos en este mundo, si es que quedamos, repasemos todo lo que ha venido ocurriendo en los últimos años en torno a la familia real española, estoy seguro de que la conclusión general será la de que,, al margen de los delitos que haya podido cometer el yerno que aún le queda al rey, los responsables de velar por la buena imagen de la familia, comenzando por el propio monarca, han sido realmente torpes a la hora de diseñar la estrategia de defensa y comunicación en éste y el resto de asuntos que han traído al rey y a su familia a primera línea de la actualidad.
La torpeza real proviene de no haber querido saber cuál es hoy el país en el que reina la familia Borbón, un país lleno de parados, desahuciados y estafados, que ya no cierra los ojos ante los desmanes de quienes, según la Constitución, son sus iguales por más alta cuna y pata negra que gasten. No lo ha sabido ver como no ha sabido ver que la opinión pública hace tiempo que dejo de coincidir con la opinión publicada, entre otras cosas, porque la enorme penetración de las redes sociales en España y el relevo generacional de quienes tuvimos quizá algo que agradecer al monarca hacen impensable el idilio entre el rey y su pueblo en que alguna vez quisimos creer.
El paternalista "aquí no ha pasado nada" con que la prensa española venía tratando los deslices, que siempre los ha habido, en las finanzas y en la vida privada de la familia real y sus amistades más o menos peligrosas, que no son exclusivas de Iñaki Urdangarín, porque en la vida del rey también las ha habido, ya no vale en este siglo, porque cualquier cosa que haya ocurrido no sólo se sabe, sino que, además, deja rastro y se difunde con la facilidad de una mancha de aceite en el agua.
Eso en cuanto a la comunicación, ámbito en el que los responsables de la imagen de la familia real se han perdido en un mar de innovaciones tecnológicas, de aggiornamiento en los métodos, olvidando que lo fundamental, en tiempos en que, como digo, todo se documenta y se contrata, es el contenido y que éste no sólo sea verosímil, sino verídico. Pero también se han cometido errores, y graves, en todo lo relativo a la defensa del matrimonio Urdangarín-Borbón, en la que, en lugar de asumir a tiempo las indudables responsabilidades existentes en el caso Noos, se ha tratado de escurrir el bulto cargando las culpas, primero en el socio del duque y después en el propio yerno del rey, dejando en un humillante limbo de inocencia, tal y como la califica el diccionario de la RAE en su tercera acepción, más propia del Azarías de la afamada novela de Delibes.
Nadie puede creer en ese candor de mujer enamorada de la hija del rey que, aunque fuese cierto, de ninguna manera la exime de responsabilidad, entre otras cosas porque es precisamente la posición de su marido la que le permite cometer sus fechorías y hay una seria implicación de personal de la Casa Real en el asunto.
Vistas así las cosas y en el día en que se inaugura un nuevo tiempo viendo a la hija de un rey de España bajando, aunque sea sobre ruedas, la rampa que la iguala ante el resto de los mortales para declarar como imputada ante un juez, no puedo sino preguntarme porque un rey cansado y enfermo, que hace un mes se vio obligado a dar el espectáculo de tener que leer, en el día de la Pascua Militar y evidentemente falto de luces, un discurso que se le resistió después de ser sometido a la crueldad de atravesar apoyado en sus muletas, dolorido y probablemente sedado, tratando de demostrar que seguía hecho un chaval, pese al evidente deterioro de su salud.
La única respuesta que soy capaz de darme es la de que Juan Carlos está tratando de sostenerse en el trono esquivando la abdicación para consumirse en el mismo mientras se resuelve el caso que hoy ha llevado a su hija en el juzgado, poniendo así a salvo la imagen de su hijo Felipe al que, estando ya en el trono, perjudicaría seriamente una condena. Lo malo es que, tal y como se están llevando las cosa, con estas estrategias realmente tan torpes, no es sólo el rey quien se consume, sino que el propio trono está en la hoguera.
 
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viernes, 7 de febrero de 2014

SOBRESALTOS

 
De vez en cuando, los españoles, los europeos, nos despertamos de nuestros cómodos sueños o de nuestras peores pesadillas con el sobresalto de una muerte colectiva de esos hombres y mujeres que llaman a nuestra puerta acuciados por el hambre, la miseria y la guerra. Es duro. Tan duro como lo sería encontrar cada mañana a la puerta de nuestras casas, confortables o no, el cadáver de un indigente que trataba de acceder a nuestra comida o nuestro confort. Pero no hay por qué preocuparse, porque, al final, todo pasa y queda reducido a unas imágenes desagradables en los telediarios a la incómoda hora de la comida o de la cena, a unas explicaciones ´tan asépticas como inverosímiles del ministro "portero" y a unas cuantas opiniones cruzadas sobre la conveniencia o no de blindar la puerta de nuestra casa con alambradas o cuchillas.
Tragedias como la de ayer en la playa de Ceuta o como la superlativa ocurrida hace apenas unos meses en aguas de Lampedusa están ya protocoliazdas en las redacciones de los distintos medios de comunicación y, cómo no, también para las autoridades que podrían paliarlas, si no evitarlas. Todos hemos visto las imágenes de esos seres humanos detrás que se mueven por centenares de una verja que contradice los propósitos de cualquier estado democrático, también las de esas avalanchas con las  que, desesperados, tratan de alcanzar su meta a sabiendas de que apenas unos cuantos van a  conseguirlo y, si lo hacen, es a costa del fracaso de los demás... y qué decir de las tristes imágenes de los cadáveres hinchados o los cuerpos heridos o ateridos de frío, de esos hombres, mujeres y niños de mirada perdida con una bebida caliente en las manos y cubiertos con una manta que, muchas veces, es lo único que van a obtener del país que, por fin, han pisado.
Son pequeños sobresaltos que sufrimos ante un plato de comida o con una taza de café en la mano, acompañados de su monótona banda sonora de salmodias, mentiras o exageraciones, que no son sino otra forma de mentira, sobre las circunstancias de lo ocurrido. Exageraciones que alimentan temores ciudadanos y mentiras que tratan de justificar u ocultar los excesos de quienes deberían esforzarse en hacer y cumplir y, sobre todo, cumplir la ley.
En la tragedia de ayer perdieron la vida al menos nueve personas -ese es el número de cadáveres recuperados- pero podrían ser o haber sido más, porque se hizo fuego real o ficticio, con proyectiles de plomo o de goma, contra seres humanos asustados que, en algunos casos, se enfrentaban por primera vez y en pleno invierno a las frías y revueltas aguas del mar. Desde el gobierno se insiste en que sólo hubo disparos de fogueo y en que sólo se lanzaron pelotas de goma, pero no a las personas. Y lo dicen para desmentir o esquivar las acusaciones de haber disparado a las cámaras de neumáticos que los "asaltantes" que no sabían nadar usaron como flotadores, flotadores inexistentes, según los corifeos del ministro y compañía, pese a que pueden verse en las fotos de la escena.
Y mientras, la Europa que impone la política económica y monetaria, la que legisla, y no niego que lo haga con razón, sobre el espacio vital de las gallinas, mira para otro lado y únicamente se limita a las buenas palabras y a las vagas promesas, cuando alguno de estos sobresaltos ocurrido a las puertas del territorio de sus socios del sur les despierta de su plácido sueño de opulencia.
Pero esa no es más que la política del avestruz, porque, mientras no se ayude a que los países de los que proceden las víctimas prosperen en democracia, trabajo y riqueza, los sobresaltos y el progreso del radicalismo en África se sucederán cada vez con más frecuencia.

jueves, 6 de febrero de 2014

¿DÓNDE ESTÁ FRANCISCO?





Admito que ayer, cuando supe del duro informe de la ONU a propósito de los abusos a menores dentro de la iglesia católica y hasta que ésta se pronunció, abrigué la esperanza de que, por fin, el Vaticano asumiese su tremenda responsabilidad en crímenes tan execrables y pusiese a disposición de la justicia de los hombres -no conozco otra, por imperfecta que ésta sea- a los responsables de tanto horror, incluidos los encubridores, tanto o más culpables que los mismos abusadores, amén de hacer frente a las indemnizaciones que compensasen tanto daño moral y físico a las víctimas.

Vanas esperanzas las mías, porque, ya no me cabe duda, la iglesia es en sí misma una superestructura incapaz de evolucionar, que se cierra sobre sí misma como las cochinillas de las que se extrae la púrpura que distingue a sus cardenales e incapaz de asumir culpa alguna, quizá porque desde hace siglos se viene atribuyendo la potestad de administrar en nombre de una entelequia la justicia y el perdón. Una justicia y un perdón que, pese a las escrituras, imparte desde la parte ancha del embudo o el mango de la sartén, adivinando pajas en ojos ajenos e ignorando capillas sixtinas en los propios.

No es de extrañar, pues, que el ambiente en los pasillos y salas del Vaticano sea tan asfixiante como ara que el papa Francisco haya elegido vivir fuera de él. Bajo las alfombras de la suntuosa sede de la que debiera ser la iglesia de los pobres debe haber toneladas de polvo hediondo. Todo el polvo acumulado después de siglos ocultando las vergüenzas de una curia que se ha movido de escándalo en escándalo, especialmente los que tienen que ver con la cartera y la bragueta.

Cuentan que Benedicto XIII abandonó la viña que el señor le había encomendado, horrorizado y acobardado ante tanta inmundicia como descubrió. Se llegó a hablar, incluso, de una red dedicada a suministrar "carne joven" a un sector de la curia "enfermo" de pederastia. Luego está claro que el mal existe y que estaba diagnosticado, pero está claro también que nadie hay, por el momento, capaz de aplicar el tratamiento adecuado ni, mucho menos, la cirugía que parece ser el único remedio para un cáncer que, en tiempos en que la potencia difusora de las redes hace insostenible la rancia estrategia de barrer bajo las alfombras tanta miseria.

He de confesar que por momentos llegué a pensar que la denuncia presentada por víctimas de abusos en México, acusando al Vaticano de crímenes de estado ante los tribunales internacionales, formaba parte de una estrategia compartida, iluso de mí, por el propio papa Francisco, que encontraría así un punto de apoyo para dar el paso decisivo que permita, por su bien, lavar la imagen de la iglesia católica. Lo pensé y me equivoqué. Como me equivoqué ayer cuando escribí en Facebook que Francisco tenía en el informe de la ONU su gran oportunidad para hundir el bisturí en el envejecido cuerpo de su iglesia  para extirpar el hediondo tumor de a pederastia.

Me equivoque, porque la respuesta dada por el Vaticano al durísimo informe de la ONU fue la de siempre. No hubo explicaciones, no hubo excusas, no hubo defensa, sólo hubo un ataque en toda regla a la ONU, acusando al organismo que, bien o mal, representa a las naciones del mundo, de coartar su libertad.

La respuesta me sonó a déja vu y me supo rancia. Por eso me pregunté y me pregunto dónde está ese papa nuevo y progresista, dónde está la esperanza de renovación de la iglesia católica. En fin, dónde está Francisco.



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