Imagino a los europeos, especialmente a los que nos ha
tocado vivir la crisis en el castigado sur como prisioneros ahogándose mientras
permanecen encadenados al fondo de una piscina que se va llenando poco a
poco, al tiempo que sus guardianes se mueven entre ellos recogiendo
todo aquello de lo que van deshaciendo en un intento desesperado de permanecer
a flote y respirar, tan desesperado es, que cada bocanada de aire necesaria
para sobrevivir supone un doloroso desgarro para el cuerpo que se pretende salvar.
Lo más doloroso, éticamente hablando, es que el
botín reunido con nuestros despojos y con el rescate pagado por quienes
han acabado jugando el juego de los carceleros acaba perdiéndose en territorios
sin ley que hemos acabado llamando "paraísos" fiscales y que, en
realidad, son los lugares en los que se acopian los materiales y los planes
para construir nuevas piscinas con grilletes en las que ahogar y expoliar
nuevos pueblos.
Un botín que asciende a más de veintitrés billones de euros,
la mayoría de procedencia inconfesable de orígenes inconfesables que no
pagan impuestos, quedan al margen de cualquier regla o supervisión y, para más
inri, aparecen y desaparecen en "los mercados", sacudiéndolos para
así recoger una y otra vez el botín de nuestra ruina y volver a empezar,
como si se tratase de la imposible tarea de llenar una enorme jarra de
cerveza a la que acaban siempre robándole la espuma.
Hace ya mucho tiempo que vengo diciendo que el origen de la
crisis está en eso, en la desaparición de nuestra riqueza en esa espuma, el
beneficio, que no se reinvierte como antes para crear nueva riqueza en el
país donde se ha originado y que se evapora ante nuestros ojos para acabar
llegando, con el auxilio consentido de bancos paradójicamente legales, a esas
islas malditas en las que, como los carroñeros, esperará el olor de nuevas
víctimas en dificultades.
Todo esto viene a cuento de que de aquí a tres días, Europa
celebra una cumbre en la que estudiará medidas para terminar definitivamente
con el secreto bancario que, como un gran sumidero, permite drenar la riqueza
de algunos países, entre ellos el nuestro, hacia esos odiosos paraísos. La
reunión del miércoles no será el primero, ni será el último
intento de hacerlo y dudo que tenga éxito, porque hace ya tiempo que la
economía, como una enorme sanguijuela, vive parasitando la política, a la
que ha desvirtuado mediante el control y la creación de la opinión
pública. De modo que, si no me equivoco, todo acabará como mucho en
un mero gesto.
Y sin embargo algo habrá que hacer, porque la Unión Europea
calcula que, cada año, un billón de euros sale de sus fronteras formales para
acabar en paraísos, algunos de los cuales, curiosamente quedan dentro de las de
países miembros. Sería un sueño que toda esa riqueza -uno de cada diez euros en
circulación- aflorase y tributase. Sólo con ello pondríamos fin a la crisis. No
sé a qué esperamos para acabar con tan infernales paraísos, las nuevas islas del tesoro, refugio de piratas ¿Quizá a tener el permiso del señor Botín?
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