jueves, 19 de marzo de 2020

...Y VINO EL LOBO


Corren malos tiempos para la lírica, corren malos tiempos para los aduladores y, sobre todo, para los mentirosos. Las viejas formas de la política, las de fiarlo todo al futuro ya no sirven, entre otras cosas, porque, de repente, el futuro no existe y, para que exista va a tener que ser muy distinto del que hasta ayer mismo habíamos previsto. No somos capaces de ver el futuro y el pasado, ese pasado frívolo y cruel del que venimos nos persigue y nos castiga hoy de golpe y sin distinguir clases, edades, colores o ideologías.
En este país en que vivimos, demasiado a menudo, engañados o conscientes, los votantes han dado el poder a quienes les han regalado el oído y, sobre todo, les han acariciado el bolsillo. Demasiado a menudo se han hecho oídos sordos a las advertencias y las quejas de los trabajadores de la Sanidad Pública, también de la Enseñanza, que desde hace año vienen quejándose de los recortes, de la falta de recursos y de personal, de jornadas interminables, porque ante una población cada vez mayor y cada vez más envejecida, cada vez se contrataban menos profesionales y cada vez en condiciones cada vez peores.
Hasta ahora valía todo: las falsas promesas, las amenazas y sanciones que ponían a los responsables de salud pública ante el espejo de la triste realidad, del deterioro de las instalaciones y el material, de la falta de estímulos a los nuevos profesionales, de la falta de incentivos para los profesionales de la Sanidad, que se incorporan con contratos de días, si no de horas, hoy aquí, mañana allá, y se les exige como a cualquiera, a cambio de un sueldo escaso, sin la menor seguridad de continuidad en su puesto de trabajo, si es que a lo que tienen se le puede llamar puesto de trabajo.
Hasta ahora valía todo eso, porque los responsables de cuidar de nosotros, los que han malvendido parte de nuestros hospitales y centros de salud y, si sólo fue parte, fue porque los trabajadores de la sanidad se movilizaron, se gastaban millones de euros en publicidad, en campañas y anuncios que confunden a la gente y compran voluntades, especialmente las de la prensa, una prensa en horas bajas que renuncia a morder la mano que, con la compra de anuncios, le daba de comer. Sólo eso explica que los usuarios de la sanidad, los pacientes llegasen a creer que la ecuación que proponían Aguirre, sus sucesores y consejeros, esa falsa ecuación que trata de hacernos creer que la misma atención, presumen incluso de que mejor, en centros privados privada, más el lucro empresarial y las consiguientes mordidas a quienes han de tomar las decisiones, nos salen más baratas, algo que en casi dos décadas de privatizaciones no ha cuadrado nunca.
Ahora les va a resultar más difícil el engaño, porque bastaría acercarse a un centro de salud, a cualquiera, para ver que los sanitarios, médicos, enfermeras y el resto de personal, trabajan prácticamente "a pelo", sin las necesarias mascarillas, sin los trajes y los guantes que les aíslen del virus que, inevitablemente, traen los pacientes que acuden, sin los test que permitan separar a los ya contagiados de quienes no debieran contagiarse, porque evitarlo sería posible, trabajando en jornadas agotadoras, llenas de tensión y de ansiedad, con la sombra del contagio siempre sobre sus cabezas y la pena añadida de no poder ver a sus seres seguidos, porque ellos, los sanitarios, como primera línea de choque, como las vanguardias en los ejércitos, son los que más posibilidades tienen de caer. 
Por eso, los que aún no se han contagiado, ya hay muchos positivos entre ellos, padecen insomnio y ansiedad, no por miedo, que si lo tienen lo esquivan, sino por responsabilidad, porque de sobra saben que los sanitarios contagiados son uno de los principales vectores de contagio de la pandemia y están viendo como caen sus compañeros, como las plantillas de los centros van mermándose cuando su presencia es más necesaria.
No hay trajes de protección, ni mascarillas, ni gafas, no hay kits de detección del virus, las UCI están al borde del colapso y todo porque los responsables de que todo eso fuese suficiente ya en el primer momento de la epidemia, estaban más en los cálculos, en el debe, el haber y "lo que me llevo" que en echar el resto en las primeras batallas y en movilizar recursos para que no faltase nada, porque eso que falta no es tan caro, pero había que haberlo previsto, había que haber invertido en reservas estrategias de todo ese material y de todo ese personal y se optó por "vender", en anuncios y publirreportajes, una sanidad de cartón piedra, muy caro por cierto, que a la hora de la verdad se ha desmoronado como el castillo de naipes que en realidad era.
Estos dirigentes, hablo de Madrid, que han malvendido nuestro tesoro y han gestionado la Sanidad Pública como lo haría un fondo buitre, han tratado de echar tierra sobre el asunto, transmitiendo las primeras consignas verbalmente, nunca por escrito, para guardarse las espaldas y, así, poder quitarse de en medio cuando las víctimas mortales en centros que dependen de ellos se apilan a la puerta de sus despachos. Demasiado acostumbrados a hacernos creer que todo es como en el cuento de "Pedro y el lobo", acostumbrados a acusar a las "mareas" de exagerar, han tratado de convencernos de que el lobo no vendría, pero el lobo nos rondaba y ya está aquí, mordiéndonos los tobillos, lo trajeron ellos.
Dicen que de todo se aprende y espero que aprendamos que era una gran verdad eso de que vale más prevenir que curar, que, por eso, debemos defender activamente una sanidad públicau y que, si alguien nos engaña una y otra vez, como nos han engañado estos señores, es porque somos tan tontos como irresponsables.

jueves, 12 de marzo de 2020

IRRESPONSABLES


Si algo está dejando claro esta crisis sanitaria global que estamos sufriendo es que, a los españoles, nos falta responsabilidad, colectiva, pero, sobre todo, colectiva. Nos hartamos de echarnos flores como pueblo responsable y solidario. Somos obedientes cuando se nos sujeta y castiga, pero no lo somos cuando se deja en nuestras manos el más mínimo resquicio para el incumplimiento. Mi maldad vengativa me lleva a pensar que tenemos merecido lo que nos pase, pero, inmediatamente, caigo en la cuenta de todo un país no merece pagar las consecuencias de la irresponsabilidad de unos cuantos, no muchos, pero suficientes.
Ayer, sin ir más lejos, se hizo efectivo el cierre de escuelas, colegios y universidades, para evitar la propagación del virus y parece que a algunos, fundamentalmente universitarios, les faltó tiempo para, ya desde la noche anterior, tomar el centro de Madrid y congregarse, bien juntitos, en bares y terrazas del centro de Madrid, Y no sólo eso, porque a la mañana siguiente las estaciones de tren o autobús se llenaron de universitarios arrastrando maletas para, sin saber si estaban infectados, volver al pueblo a repartir el riesgo entre familiares y amigos. También los parques se llenaron de niños sin colegio que reprodujeron al aire libre, no sé con qué consecuencias, el contacto que diariamente mantienen en su colegio. Eso por no hablar de quienes se ofrecen, previo pago o no, a montar guarderías improvisadas, en locales y domicilios sin control.
Hay irresponsables de todas las categorías y todos los grupos sociales. Ayer, sin ir más lejos, en la cola de uno de los supermercados en los que compro habitualmente, me tocó ver a un "caballero" bien vestido, con ropa cara, de marca, una mascarilla y guantes de plástico empujando un carro repleto de "acopios" innecesarios, botellas de aceite, una docena, montañas de leche, pasta, sopas y conservas como para un asedio. A su lado, yo con mis pechugas de pollo, mis cogollos de lechuga y mi barra de pan, me sentía violento y con ganas de decirle al buen señor que a lo mejor se moría antes de comerse todo eso.
No sé quizá soy demasiado escrupuloso para esos actos insolidarios de gente que, porque se lo puede permitir y aunque no sea necesario, porque nunca van a faltar suministros, se lleva de las estanterías lo que quizá necesiten ahora otros. Parece como si la gente se sintiese mejor así, acaparando sin necesidad, llenando armarios y cajones en sus casas con mascarillas y geles hidroalcohólicos que nunca va a usar, por el simple gusto de tenerlos, dejando sin estas protecciones necesarias al resto de la población.
Irresponsable, también, el diputado de Vox, Javier Ortega Smith que, sabiendo que la epidemia ya se había declarado en la Lombardía Italia, se fue a pasar unos días con sus hijos y regresó sin decir a nadie donde había estado, pese a tener síntomas claros de la enfermedad, como quedó demostrado en las grabaciones de la Asamblea que celebro su partido, en la que no dejo de toser y moquear, además de repartir besos y abrazos. Ahora todo su grupo parlamentario está en cuarentena y quizá algún que otro caza selfis de esos que tanto le admiran. La irresponsabilidad de Ortega Smith ha obligado a restringir el trabajo del Congreso y quién sabe si del ayuntamiento, porque en los dos sitios tiene escaño, quizá porque no trabaja mucho en ninguno de los dos.
Irresponsables fueron también los sanitarios del hospital de Alcorcón que, pese a estar prohibidas las concentraciones de médicos y enfermeras, para evitar el contagio de personal tan necesario y crítico, se reunieron en una cena y una fiesta en las que se produjeron contagios que, a estas horas, con toda probabilidad se han extendido a los pacientes que trataron en sus consultas.
Pero si hay un grupo de irresponsables, jaleados además como héroes desde algunos medios de comunicación ese es el de los hinchas que se concentraron a las puertas de Metalla, cuando se decidió celebrar el partido de la Liga de Campeones a puerta cerrada para evitar contagios, o, peor aún, esos casi tres mil hinchas atléticos que, sin pensar en nade, viajaron ayer a Liverpool para ver jugar a su equipo frente al histórico club inglés. No os quepa duda de que, si hasta ahora Reino Unido no estaba siendo castigado severamente por el coronavirus, a partir de hoy lo estará, ni de que alguno de los viajeros se traerá de allí la alegría de ver clasificado a su equipo y algo más, con tos, fiebre alta y mucho peligro.
Alguien me ha dicho que, para extender la infección por todo el mundo, bastaba con inoculársela a unos cuantos italianos y españoles que con su poca cabeza se encargarían del resto, y quizá tengan razón, aunque hay quienes además de irresponsables, están trufados de maldad, como el estúpido Donald Trump que ayer cerró sus aeropuertos para impedir la entrada del "virus extranjero", con la excepción de los del Reino Unido que, desde anoche quizá ya no sean tan seguros. No estaría mal que "pelo fuego", xenófobo donde los haya, empezase a toser también.



miércoles, 11 de marzo de 2020

ENTRE LA FRIVOLIDAD Y EL MIEDO


Si algo nos está dejando esta grave epidemia que nos pasa por encima, hay que contabilizar sin duda en ese legado las grandes dosis de realidad que nos arroja encima, frente a este mundo de luces y oropel que nos repite que no pasa nada o que la cosa no va con nosotros. Estamos cansados de decir de algo que se propaga con la velocidad que arde un reguero de pólvora, que se ha hecho viral. Pues bien, nada hay más viral que un virus y el Covid 19 es de los más virales, valga la redundancia.
La progresión de los contagios es, no ya geométrica, sino exponencial. De in único infectado, en el más peligroso de los silencios, puede surgir un foco capaz de expandirse secretamente entre núcleos enormes de población. De un funeral en el que uno de los asistentes lo estaba, hemos pasado a dos provincias en estado de alerta, con calles cerradas y un importante número de ciudadanos con su movilidad restringida, para evitar una expansión aún mayor de la infección. Nadie queríamos creer lo que nos decían que podía ocurrir, yo, si soy sincero, tampoco, y fuimos muchos los que nos dejamos llevar por la sensación de que lo de China era una exageración y las medidas drásticas tomadas por sus autoridades, excesos propios de una dictadura.
Una de nuestras primeras reacciones, cómo no, fue la desconfianza racista hacia todo aquel que tuviera los ojos rasgados, mientras en Italia, en plena Europa "civilizada", se cerraban dos localidades, en una de las zonas más turísticas e industriales de Europa, mientras nosotros, los europeos, no dejábamos de viajar a Italia ni de recibir italianos o, mejor dicho, residentes en Italia en nuestras calles. Todos esos viajeros procedentes de Italia, la mayor parte al menos, hicieron lo que no hay que hacer en estos casos, no dar importancia a lo que estaba ocurriendo y anteponer sus intereses, de trabajo o de ocio, a la prudencia, con lo que, para esta partida, acabaron de echarse las cartas y me temo que fueron las peores.
Hoy es el día en que de una forma u otra los afectados por las consecuencias de esa inconsciencia tan insolidaria son millones en España, hoy es el día en que ese decorado de cartón piedra en que nos, eso que llamamos Economía, se desmorona y, sin embargo aún queda gente que, porque se cree inmortal, "es peligroso sólo para los viejos", dicen, siguen a lo suyo, pensando que lo peor que les puede pasar es  quedarse son fútbol o tener que verlo por televisión, o quedarse sin el ruido y el olor a pólvora de las fallas. Todo un drama, vamos, un drama que estaría justificado entre quienes viven de los puestos de trabajo que dependen del fútbol o las fallas. Sin embargo, olvidan que los desplazamientos que implican uno u otro espectáculo son el mecanismo ideal para expandir los contagios aún más. Gente que, cuando se decide jugar un partido a puerta cerrada, para salvaguardar su salud, entre otras cosas, deciden concentrarse, bien apretaditos, en la calle para animar a sus héroes.
Las fallas se han aplazado y los partidos de fútbol se van a jugar a puerta cerrada, no es lo mismo, pero, en el peor de los casos, es una decisión, veremos si se mantiene, que se toma sólo por razones económicas, por el interés de los clubes y las televisiones y sus contratos millonarios. Ante esto, los futbolistas se quejan y preferirían no jugar hasta que no desaparezca el fantasma del coronavirus, porque, dicen, son un grupo de riesgo que se toca, se besa, se abraza y se golpea. No dejan de tener algo de razón, pero sólo algo, porque sus miedos y sus protestas se quedan en una frivolidad de niño mimado, si se comparan con el verdadero grupo de riesgo que son los miles de trabajadores de la sanidad pública, que se enfrentan, no a compañeros jóvenes y bien alimentados, rebosantes de salud y bien cuidados, sino a pacientes enfermos de todas las clases sociales, a veces en domicilios, derrotados por la edad o por la vida, sin la menor medida de higiene, y lo hacen sin medios o con los justos, porque tienen vocación de servicio y un punto de heroicidad que, pese a lo creído que se lo tengan, a los futbolistas, si no a todos, a la mayoría, les faltan. Y en esas estamos, entre la frivolidad y el miedo.

martes, 10 de marzo de 2020

LA SOCIEDAD ALEGRE Y CONFIADA


Hubo un tiempo, apenas hace una semana, en el que nos creíamos invencibles, inmortales, seguros... y bastó que alguien, dicen que un chino, comiese lo que no debía, un animal salvaje, el mismo que había comido toda su vida, sin control sanitario alguno, para que el cómodo castillo de naipes de nuestra seguridad se viniese abajo con nosotros dentro. Bueno, no exactamente. Ayudó bastante que nos diese por ir al fin del mundo a disfrutar de nuevos paisajes y nuevas experiencias, también las gastronómicas, en viajes de placer casi siempre innecesarios, creyendo que ese mundo que hacemos nuestro por unos días a golpe de tarjeta de crédito es una prolongación del nuestro.
Ya pasó en los ochenta con el SIDA, visto al principio e interesadamente como una plaga, un castigo, con el que la naturaleza, dios le llaman algunos, castigaba la sodomía. En aquella ocasión no fue un murciélago como dicen que ha sido ahora, sino un mono del centro de África el que facilitó el salto de un virus, endémico entre estos animales, a la especie humana, y que fueron también viajeros los que lo trajeron al ufano "primer" mundo. De entonces a acá, aprendimos, si no a curarlo, sí a domarlo y a evitarlo, aunque el miedo se olvida y la prevención se relaja, como también, más pronto que tarde, aprenderemos a evitar este virus maldito de nombre tan regio, para convertirlo en un mal recuerdo, en una pesadilla.
Lo que ya nunca será igual es esa sensación de seguridad absoluta, ese vivir al día y pendientes solo del saldo de nuestra tarjeta. Tampoco, al menos eso espero, ese dejarnos convertir en poco más que consumidores, necesitados de gastar el sueldo o la pensión, pagando cuantos menos impuestos mejor.
Espero que muchos que pensaban que "para qué pagarlos", para qué pagar mi médico y el de los que ganan menos que yo o no ganas, sí, porque lo valgo, puedo pagar médicos, clínicas y hospitales que aparentemente, sólo aparentemente, son mejores que los muy saturados centros de salud y hospitales públicos.
Dónde están ahora, me pregunto, todas esas clínicas y hospitales, lujosos como hoteles, de uniformes impecables, que tanto gustan a los insolidarios, dónde. Toda la carga de la atención, como debe ser, por otra parte, se ha echado sobre los hombros de los trabajadores y los medios de la sanidad pública, que, pese a verse desbordados por años de recortes egoístas del partido que votan los egoístas, con su esfuerzo y mientras puedan están haciendo frente a la detección y la atención de afectados por este virus.
En Madrid la maltrecha sanidad pública, con el personal justo y los medios al límite, está en alguna zona, como Valdemoro, ya desbordada, mientras la presidenta y sus asesores, los mismos que cierran camas y despiden al personal sanitario, hablan, no de reabrir esas camas, sino de quitárselas a otros servicios, y, como la cabra tira al monte, su jefe nacional y padrino, Pablo Casado, aprovecha el paso del Pisuerga epidémico para tratar de doblar el brazo a un Pedro Sánchez que hasta ahora se le resiste.
Casado, olvidándose de los ciudadanos se fija más y con mayor atención en las empresas, tratando de aprovechar la emergencia para, por ejemplo, frenar la derogación de "su" reforma laboral y, sin duda, se aferrará al cuello del presidente hasta asfixiarle si puede, con lo cual queda demostrado que los mismos que han propiciado esta sociedad alegre y confiada, acostumbrada, más bien forzada, a vivir al día, pretenden convertirse en salvadores de la misma, a su manera, claro.
Hace años, cuando aparecía una enfermedad nueva o exótica, una enfermedad en lo más profundo del tercer mundo a nadie le importaba, entre otras cosas, porque no nos enterábamos. Hace décadas los viajeros enfermos morían en el camino o manifestaban los síntomas a bordo del barco o cualquiera que fuera su medio de transporte. Hoy llegan al último confín del mundo, o desde él, en apenas unas horas y llegan a bordo de tubos cerrados con alas, en los que el aire se respira una y otra vez.
Hace años comíamos y usábamos lo que se producía o hacía cerca de muestras casas, hoy gran parte de lo que comemos y lo que compramos se produce lejos, a veces en varios países, lo que provoca un trasiego de personas y mercancías que nos traen a veces en silencio lo que no queremos. No es que yo esté pidiendo construir nuevas murallas chinas o romanas, pero sería conveniente dar un repaso al cómo y el porqué de esta sociedad alegre y confiada que muy a su pesar despierta de un sueño algo irresponsable, todos, salvo los de siempre, los especuladores, gente sin escrúpulos que siempre sacan partido a las desgracias ajenas, en las bolsas o en el supermercado. 
Esperemos que este baño de realidad que nos está dando "el bichito", que diría aquel ministro Sancho Rof, nos devuelva a la racionalidad y a encontrar placer y felicidad en las cosas sencillas y cercanas y, sobre todo, a pensar que cuanto más fuerte sea lo de todos, más fuerte seremos todos.

lunes, 9 de marzo de 2020

NO PINTABAN NADA


¿Invitarías a tu fiesta a la vecina que alquiló su piso a ese otro vecino indeseable que miente sobre ti, te insulta, te desprecia y, sobre todo, hace lo posible para echarte de tu casa? Seguro que no lo harías y que, si se presenta en tu fiesta le invitarías, con más o menos educación, a que se fuera por donde había venido.
Precisamente eso mismo fue lo que ocurrió ayer en la marcha del 8-M de Madrid, de la que Begoña Villacís, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid gracias a VOX, fue invitada a salir con tanta insistencia que la policía, como ocurriera en la pasada marcha del orgullo con ella e Inés Arrimadas, le recomendó dejar la manifestación.
Tienen que entender que, aunque su partido, como el PP, pretenda esgrimir el feminismo como una de sus señas de identidad, vendieron su honorabilidad y coherencia democráticas a cambio del plato de lentejas de sus sillones en los gobiernos de Andalucía, Madrid o Murcia y en muchos ayuntamientos.
Tienen que creer que por más que se digan a cada minuto que ellos no son Vox, Vox es lo que es hoy gracias a ellos, porque, como en la expansión del covid 19, no haber aislado a tiempo el virus de la intolerancia, el antifeminismo y su disfraz del más rancio integrismo moral y religioso, ha sido clave para que la intolerancia burda, inculta y mentirosa de Vox se instale en las instituciones.
Les vendría bien a la señora Villacís y a sus compañeros repasar la historia de Europa, especialmente la de Alemania, para comprobar que Hitler llegó a la cancillería con el apoyo de personajes de doble moral, políticos de la derecha moderada y empresarios, tendieron el puente de plata que llevó a Hitler a la cancillería y de allí al tercer Reich. No digo yo que esto vaya a ocurrir en España, pero las cosas, sobre todo en política, se sabe cómo comienzan, paro no se sabe cómo acaban.
Ciudadanos, con sus "lideresas" a la cabeza, no puede pretender que, después de años de ignorar al feminismo, después de haber pretendido enmendar la plana a las feministas, diciéndoles qué es y qué no es feminismo, ahora en que el movimiento feminista se ha consolidado y crece cada día más, se les haga un sitio de honor en la cabecera de sus manifestaciones. Tienen que entender que lo suyo, sus intentos de subirse al tren en marcha sean vistos, cuando menos, como oportunismo, si no como un intento de boicotear las marchas, provocando incidentes en ellas, algo a lo que Ciudadanos parece haberle cogido gusto, siguiendo las tácticas de "auto escrache" de las que Inés Arrimadas, en Navarra, Euskadi y Cataluña se convirtió en especialista.
Los partidos de la derecha y Ciudadanos de momento lo es, por sus hechos los conoceréis, tienen que entender que no pintan nada junto a las feministas, junto a ese feminismo que lleva años luchando por conquistar unos derechos que ellos, si alguna vez los reconocen, lo hacen por puro paternalismo o por conveniencia. Ciudadanos se ha especializado en el victimismo, en un victimismo al que el PP ni siquiera se atreve, porque prefiere pasar inadvertido, mandando a la manifestación a dirigentes de perfil bajo que se libraron de los abucheos, simplemente, porque no fueron reconocidas, porque, de haberlo sido, de los pitos no les hubiese librado nada, porque, repito, no pintaban nada.

jueves, 5 de marzo de 2020

INSOMNIO Y PESADILLA


Lo peor que le puede ocurrir a un líder político y lo que puede acabar con él y su proyecto es acabar confundiendo los intereses que defiende, se supone que en nombre de todos o para todos, con los suyos propios. Y eso, me temo, les está empezando a pasar a Pablo Iglesias y sus compañeros, no sé si celosos o demasiado apresurados, porque se están comportando como si pretendiesen, no ya asaltar los cielos, sino ponerlos patas arriba, sin medir las consecuencias que, para todos, acabarán teniendo todas y cada una de las decisiones que tomen desde sus ministerios o sus cargos.
Mucho me temo que en esas anda Iglesias cuando anda más pendiente del calendario, con citas como la del 8-M o la de la próxima asamblea de su partido, tratando de jalonar de banderas y de objetivos cumplidos el camino, sin pararse a pensar que, en cualquier campaña, tan importante es conquistar posiciones como consolidarlas. No basta con presentar un proyecto de ley de libertad sexual, porque ese proyecto tiene que ser asumible por todo el gobierno, no sólo por una parte de él, y, sobre todo, debe servir, si no a toda la sociedad, sí a la mayoría de ella.
De nada le sirve a esa sociedad que una ley, por bien intencionada y avanzada que sea, si es que lo es, sea rechazada por una parte importante de la sociedad o acabe en el Tribunal Constitucional, como sin duda pretende que acabe la derecha, para ser mutilada, un final que supondría una pérdida de tiempo y, sobre todo, de ilusión por parte de quienes creemos que hay que tomar decisiones valientes, pero inteligentes.
Parece ser que el proyecto de ley elaborado por el equipo de Irene Montero ha pisado demasiados callos, ha invadido demasiadas competencias de gobiernos autonómicos y, por otro lado, parece haber rechazado el asesoramiento y la asistencia de otros departamentos gubernamentales ajenos a la órbita de Podemos. Evidentemente ha habido prisa en exceso y, lo que me parece aún peor, cierta soberbia en la reacción de la guardia de corps, el aparato, de Pablo Iglesias.
La gente del vicepresidente y la ministra de Igualdad ha salido en tromba, con la misma virulencia que el manido coronavirus, contra todo aquel que, desde el gobierno o desde la prensa, se haya permitido criticar el anteproyecto o el ministerio del que ha salido. Iglesias se permitió, incluso, acusar de machismo, él que no parece el más indicado para hacerlo, a quienes, desde el gobierno, si concretar, había hablado de la necesidad de retocar lo presentado por su compañera.
No hay que olvidar que el tratamiento que el Código Penal daba a la violación, fruto de la reforma de Juan Alberto Belloch, ministro que fue de Zapatero, estuvo en el origen de la tristemente célebre sentencia dictada por la Audiencia de Navarra contra "la manada", una sentencia que tuvo que ser revocada por el Supremo, porque se había hecho una interpretación sesgada hacia el machismo del "código Belloch".
No basta con querer hacer las cosas bien, hay que hacerlas bien y hay que ser muy consciente de dónde se está y qué se es. Ese es el problema que Podemos, con Iglesias y  Montero a la cabeza, parecen querer demostrar al resto del gobierno, a sus asesores y a los funcionarios que son más listos que nadie y están actuando por libre y con prisas, por ejemplo con una hasta ahora sensata Yolanda Díaz que, desde el Ministerio de Trabajo que preside, se ha permitido elaborar, por su cuenta y riesgo, una guía laboral a propósito del coronavirus que ha sido rechazada por todos los agentes sociales implicados y para la que no se ha contado con el asesoramiento del Ministerio de Sanidad.
En fin, descoordinación, falta de lealtad, prisa y soberbia. La peor pesadilla que Pedro Sánchez podía haber imaginado para sus temidas noches de insomnio.

miércoles, 4 de marzo de 2020

FEMINISMOS


Dentro de cuatro días se conmemora el Día Internacional de la Mujer, instituido por Naciones Unidas hace treinta y cinco años como una jornada de reivindicación de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. En la católica España, ese día, el ocho de diciembre, se conmemoraba desde que tengo memoria el día de la Inmaculada Concepción y, hasta que el Corte Inglés decidió llevárselo al calor de mayo, el Día de la Madre, toda una ironía, dada la extraña forma en que, eso nos cuentan, quedó preñada la madre de Jesús.
Durante todos esos años anteriores, se antepuso el papel de madre al de mujer y sus derechos se vieron relegados en el hogar, en el que cínicamente se las nombraba "reinas por un día", a ese "por fin me siento", después de servir tres comidas, limpiar y organizar la casa, hacer la compra con el dinero que, lo ganase quien lo ganase, administraba el marido y de aguantar impertinencias de los hijos y del propio marido, eso si no andaba limpiando casas, escaleras y colegios para que la familia llegase a fin de mes.
Hoy, afortunadamente y al menos sobre el papel, todo es distinto y, sin embargo, lo peor de aquellos años continúa persiguiendo a las mujeres dentro y fuera de casa. En el trabajo, con esos sueldos más bajos que los de sus compañeros varones, con esos "techos de cristal" que es impiden llegar al lugar en que se toman las decisiones, en la calle, convirtiéndolas en objetos e instrumentos para el placer y ,el abuso de esos machotes que no renuncian a verse como amos y señores de esos "seres inferiores" que, creen, están en el mundo para darles placer y alimentar su ego, siendo poco más que cabezas de ganado que pastorea con orgullo en bares y discotecas, y, por último, .
Afortunadamente, al menos aparentemente, en este país las cosas han cambiado mucho en los últimos años. España ya no es ese país en el que hace apenas cuarenta años, una mujer necesitaba, para abrir una cuenta corriente, recibir una herencia, trabajar, viajar al extranjero, sacarse el carné de conducir o trabajar, el permiso del marido, si es que estaba casada, o el de su padre o tutor. Ese país no es ya el mismo en el que el adulterio estaba castigado con prisión, aunque sólo se castigase a las adúlteras, ni ese país en el que los embarazos no deseados se "curaban" en clínicas de Londres o Ginebra, según el caché de la preñada, o se deshacían en cocinas o lugares más sórdidos, con peligrosas "técnicas", en manos de "aborteras" sin preparación alguna y sin la más mínima garantía de supervivencia para esas pobres mujeres que no pudieron "juntar los cuartos" para viajar a lugares donde el aborto no era ya un crimen y era a veces un negocio, o no pudieron encontrar la excusa para justificar esos dos o tres días de ausencia.
Hoy, con más entusiasmo que cautela, se hacen leyes necesarias, aunque no siempre acertadas, hijas a veces del entusiasmo y de las prisas, que, sin embargo, tienen el respaldo de la calle, aunque deban pasar por "el taller" para limar cuantas aristas demasiado vivas y peligrosas les han quedado, pero, dicho está, cuentan con el entusiasmo de la calle, como se demostró hace un año y se volverá a demostrar el próximo domingo, un entusiasmo al que, paradójicamente, quiere sumarse esa derecha en continua campaña que, a un mes de las primeras elecciones tras la coalición de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, como la tía Serafina, "no sabe si se mea o se orina".
Lo digo porque, después del lamentable espectáculo que dieron Inés Arrimadas y los suyos con su inoportuna presencia en el pasado desfile del Orgullo Gay, es ahora el PP quien, como anunció ayer su portavoz y, ahora, "amazónica "feminista, Cayetana Álvarez de Toledo, quiere participar en las marchas feministas del domingo, porque, dijo, ya está todo solucionado y lo está gracias sobre todo a los gobiernos del PP.
¡Qué vergüenza! Me temo que su único interés, como el único que tuvo Arrimadas, es el de provocar y victimizarse ante la intransigencia de las izquierdas, porque, me pregunto qué pinta en esa fiesta el partido que no hace tanto pretendió reinstaurar de la mano de su entonces ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, una ley reguladora del aborto que haría las delicias del tío de Aba Botella, el catedrático de Obstetricia que excluía de su asignatura las técnicas para practicar abortos seguros. Feminismo de lucha continuada desde hace décadas, uno, y feminismo oportunista y de última, el otro, que parece haberse dado cuenta ahora de que las mujeres piensan y votan.