El ministro Wert se quejaba el otro día de haber recibido un
"pisotazo" de una periodista. Curiosa queja, sobre todo viniendo
de quien, desde que llegó a su despacho no ha hecho otra cosa que pisar
callos, porque, no ha quedado ni uno a salvo, en todos y cada uno de los
departamentos que dependen de su cartera. Y es que desde que llegó a su
despacho se las arreglado y no sé como para enfrentarse con tirios y troyanos
en todo aquello que ha tocado. A día de hoy, José Ignacio Wert tiene
el más que curioso mérito de haber conseguido poner de acuerdo a toda la
comunidad educativa, CONCAPA incluida, aunque, eso sí, en su contra.
A veces pienso que el ministro cree vivir todavía en una de
esas tertulias de las que era tan habitual, en las que, por desgracia, lo que
se premia no es la capacidad de consensuar y llegar a acuerdos, sino que, por
el contrario, acaba por tener mayor caché el contertulio que provoca mayor
enfrentamiento, porque, dicen, lo que prima es el espectáculo. Por si fuera
poco, Wert, un tanto repelente y tan dado a las citas como a los desplantes,
debe creerse todavía en un plató o un estudio de radio de los que, tras el
enfrentamiento verbal, por más acalorado que fuese, se sale para tomar un café
o una cerveza en la Gran Vía.
La reforma educativa, como tantas otras reformas emprendidas
por este gobierno, pretende mantener, si no ensanchar, el foso que separa a quienes
lo tienen todo de quienes necesitan de la redistribución de riqueza del Estado
para alcanzar la justicia social y el bienestar a los que, según la
Constitución, tiene derecho. Por decirlo de otro modo, todos y cada uno de los
pasos dados por el ministro parecen encaminados a expulsar de institutos y
universidades a quienes carezcan del pedigrí de una buena cuna. Es terrible,
pero es así, después de más de tres décadas de democracia, Wert
parece dispuesto a devolvernos a los tiempos del dictador en los que la
educación era privilegio de unos pocos, al que, mediante concesiones tan
humillantes como tener que pasar por el seminario accedían también los
humildes.
Hoy debería haberse aprobado la reforma Wert, la octava de
la democracia. Pero, definitivamente y un día después de la mayor huelga de la
comunidad educativa en España y pese a que estaba en la agenda del mismo,
tendrá que esperar. Toda una afrenta, por más que se quiera vestir de otra
cosa, para este ministro gallito que, como los miura, el mismo lo
dice, se crece en el castigo, que, si fuese menos superficial y más
honrado debería pensar en dimitir, porque el cargo del viene grande. O, de no
hacerlo, debería ser cesado para evitar que el deterioro del panorama educativo
no vaya a más.
De la ciencia, cultura y el deporte que también caen bajo su
influencia, ya habrá tempo de hablar, porque, me temo, también en unas y
otro seguirá pisando callos.
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