Me encontré el domingo, mientras "cañeaba” con amigos,
entre ellos un viejo y querido compañero, con una pareja de periodistas que
viven por la zona y huían de los "llenos", a veces agobiantes, de los
bares del centro. Paramos un momento en plena calle y, amén de comentar ese
agobio que invade el barrio por estas fechas, hablamos del aburrimiento que
acaba por causar una actualidad que se repite una y otra vez sin que se vea la
más mínima salida a la situación de interinidad en que se ha instalado la gobernabilidad
de este país.
Les comenté, especialmente a él, columnista, el tedio que me
invade cada vez que me siento ante una página en blanco de este blog, obligado
a escribir sobre algo que es siempre lo mismo, a comentar una y otra vez la
misma jugada, con los mismos protagonistas, con sus mismos tics, sus manoseados
argumentos, sus gastadas frases hechas para no decir nada y mantener el
bloqueo, convirtiendo su frustración por no haber ganado las elecciones con
caridad en la nuestra por no verles negociando de verdad un gobierno que nos
saque de este bucle temporal que va ya para tres años y amenaza con hacerse
eterno.
Me aburren y supongo que, como consecuencia de ellos, lo que
escribo resulta aburrido, que es lo peor que puede ser un escrito, el trabajo
de alguien que pretende seguir siendo periodista, así que acabo sufriendo y me
veo hoy, como aquel personaje que escribía novelas sobre la imposibilidad de
escribir novelas, escribiendo sobre la imposibilidad de escribir algo
medianamente atractivo. Quizá por ello, le doy vueltas a la idea, lo comente
con mi interlocutor del domingo, de que la culpa de casi todo lo que nos pasa
la tienen el nacionalismo y el populismo, combinados o cada uno por su cuenta,
nacionalismo, como forma de egoísmo que no quiere compartir lo que cree, casi
siempre equivocado, que es exclusivamente suyo, o populismo que ofrece
soluciones tan fáciles como imposibles a las miserias urgentes de los votantes.
Digo lo anterior porque nacionalismo y populismo están
presentes en casi todas las consultas que se han producido en nuestro entorno
en los últimos meses, por ejemplo, en Reino Unido, de momento diría yo, donde,
a propósito de la salida de la Unión Europea, en las últimas elecciones ganaron
los nacionalismos: el nacionalismo populista de Boris Johnson, el nacionalismo
escocés o el nacionalismo galés, que también ha subido en los últimos comicios.
Aquí nos pasa otro tanto y lo que nos pasa se ve agravado
por el hecho de que nadie trabaja con los mimbres que le da el resultado de las
elecciones, sino recolocándose con ese resultado, para acometer las siguientes,
autonómicas o municipales, que, para mi gusto y desafortunadamente, en este
país se convocan demasiado próximas, con lo que la actividad política acaba
convirtiéndose en una eterna campaña electoral que todo lo relativiza y lo
aplaza, haciéndonos confundir hechos con promesas y, sobre todo, aburriéndonos
y frustrándonos a partes iguales.
Por decirlo de una manera más gráfica, nuestros líderes
acaban siendo los participantes en el famoso "Humor amarillo", en el
que, para llegar a la otra orilla, van saltando de piedra en piedra, hundiendo
unas, tomando impulso en otras, pero siempre salpicando y, en su caso,
aburriéndome y cómo.