Este país en que nos ha tocado vivir está lleno de
paradojas. Ha ocurrido siempre y me temo que seguirá ocurriendo. Sin ir más
lejos, pese a la merecida fama que nos ha dado por el mundo la figura del
mítico macho español, nuestro país fue el primero en legalizar los matrimonios
entre personas del mismo sexo y, si lo hizo, fue porque la sociedad hacía ya
años que había asimilado la existencia de ese tipo de uniones y había
probado sobradamente ser una de las sociedades más tolerantes de Europa y
del mundo. Curioso que, mientras los españoles aún cargamos con el
sambenito de intolerantes y retrógrados frente a otros países, especialmente
Francia, sea la sociedad francesa la que con más virulencia se ha opuesto y se
opones a una medida legal similar a la nuestra.
Es sólo una de nuestras muchas paradojas. Otra, sangrante,
es la de que a la justicia española, la que sentó las bases para la
persecución y el esclarecimiento de los genocidios en la América Latina de las
últimas décadas, se le impida hacer otro tanto para que los restos,
desperdigados en cunetas y en fosas comunes, de las víctimas de los perdedores
de la guerra civil sean devueltos a sus deudos para que de una vez puedan
ser llorados como corresponde a seres humanos. Una cuenta pendiente que tiene
este país con el pasado, cuando nuestros forenses y arqueólogos llevan años
ayudando a hacer otro tanto con los restos de las víctimas de guerras y
represiones en los Balcanes y Centroamérica. Una paradoja que sólo se explica
si tenemos en cuenta que el cómodo presente de algunos se sustenta en ese negro
pasado que "por nuestro bien" insisten en no querer remover. Y todo,
mientras los restos de dos de los responsables de tanto odio reposan en un
faraónico mausoleo construido con el dolor y el sudor de sus víctimas, junto a
los restos de miles de sus víctimas, cuyos restos fueron desenterrados de las
fosas comunes y almacenados sin orden ni concierto en enormes osarios, de los
que ya nunca será posible rescatarlos.
Sigamos con las paradojas. Qué decir del hecho de que
nuestros jóvenes científicos tengan que cambiar de país o, incluso, de
continente para hacer valer los conocimientos adquiridos gracias al esfuerzo de
todos los españoles que, con sus impuestos, sufragaron sus estudios. Y hay
que dar las gracias porque su talento no se pierda entre las paredes de un aula
de instituto o en una oficina. Pero duele que estos españoles tengan que
salir de su país para jugar en otras "ligas", mientras aquí se
dilapidan millones y millones para que deportistas de otros países jueguen
cada domingo como corren os caballos en un hipódromo, para satisfacción de sus
propietarios y para dar sentido al negocio de las apuestas, que antes eran
deportivo-benéficas y, ahora, a saber si pagan impuestos.
Son las paradojas de este país contradictorio en el que los
ricos son cada vez más ricos y contribuyen menos al sostenimiento del bien
común, mientras los pobres son cada vez más pobres, en el que muchos niños
padecen hambre y malnutrición y en el que la mitad de los jóvenes no tienen
trabajo ni futuro. El mismo país que vive angustiado y empobrecido por las
imposiciones de austeridad de la misma Alemania que ahora pretende rescatar con el crédito de sus bancos a
los pequeños y medianos empresarios que lo están perdiendo todo con la austeridad impuesta desde Berlín para que la
temeraria concentración de préstamos de la banca alemana en la burbuja
inmobiliaria. Paradoja que confirma que, como siempre ocurre, el poderoso gana siempre, tanto en los
tiempos de bonanza, como cuando toca el rechinar de dientes.
Paradojas que no nos hacen pintorescos sino infelices y que
sería bueno desterrar de una vez fuera de sus fronteras.
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