viernes, 23 de junio de 2017

MAL...TRATADOS

En las últimas horas no se habla de otra cosa: al PSOE, podemizado o por su afán por dejarnos en ridículo, no se le ha ocurrido otra cosa que modificar,, en apeas tres días, su postura respecto al CETA, ese tratado de libre comercio entre Canadá y la Unión Europea, que tantos defensores y detractores tiene, pero que nadie, en especial esa prensa, en tiempos tan de fiar, que, se un tiempo a esta parte, no es más que la voz de ese amo que, como el diablo a Fausto le conservaba la juventud, le paga las facturas a cambio de su alma.
No sé muy buen en qué consiste el tratado. Sólo sé y a duras penas quiénes lo defienden y quienes se oponen a él y ¡oh casualidad! quienes lo defienden, todos de traje y corbata, son prácticamente los mismos, excepción hecha de Pedro Sánchez que tomó parte activa en aquello, que cedieron parte de nuestra soberanía, esa misma que tanto dicen defender, ante el Eurogrupo y la Unión Europea, para que el pago de la deuda estuviese por delante del bienestar y el futuro de ese mismo pueblo en el que, lo dice la misma constitución que alteraron, reside la ya tan menguada soberanía,
También sé que se oponen al tratado los tan adormecidos sindicatos los agricultores y ganaderos y los ecologistas, gente sin corbata, cantamañanas diría Rafael Hernando, que llevan años advirtiéndonos como la voz que clama en el desierto del apocalipsis social y medioambiental que nos ha alcanzado ya y no creo que quede nadie capaz de negar, si no es por intereses bastardos, que la globalización está acabando con el planeta y con quienes vivimos en él. 
De modo que, encomendándome el sencillo método de preguntarme quién dice qué y por qué lo hace, he llegado a la conclusión de que el tratado no me conviene. Y eso que por Canadá siento un especial cariño, al menos por la imagen idealizada que tenemos de ese país, en el que la gente vive seis meses al año sin ver el sol, encerrada en sus casas o bajo tierra y en el que se invierten millones de dólares en preservar la cultura y la lengua maternas de los millones de inmigrantes que la sostienen, pero que apenas gasta un céntimo en preservar la identidad de los nativos originales, indios e inuits, no vaya a ser que se les ocurra reclamar la propiedad de las ricas tierras que habitaban.
No nos conviene por muchas razones, entre otras la de que, como el denostado y ya desactivado por Trump TTIP, los firmantes se comprometen, para dirimir sus conflictos, a encomendarse a extraños arbitrajes, fácilmente manipulables por las grandes multinacionales, ante los que quedaríamos tan desprotegidos como hormiguitas frente a la acometida de un oso.
Sin embargo, de todos los elementos que me han llevado al convencimiento de que un tratado que consagra y agudiza los efectos de la globalización no puede ser bueno ni para mí ni para los míos, lo que quizá me haya ayudado más a colocarme donde estoy es la firmeza y coherencia de la flamante presidenta del PSOE, Cristina Narbona, quien, desde su paso por el Ministerio de Medio Ambiente, ha mantenido una pelea tenaz contra todo lo que pretende sacrificar el mundo tal y como hoy lo conocemos, en aras de un progreso suicida que nos lleva al más terrible de los desiertos. Un camino sin retorno que aún estamos a tiempo de rectificar.
Por eso, si el PSOE va a cambiar el sentido de su voto en la ratificación del CETA, bienvenido sea el quiebro, porque, con él, se acerca más a los intereses de sus votantes que, como muchos ciudadanos, se verían metidos de hoz y coz en un futuro insostenible, en el que ni el trabajo ni el entorno serían ya como los conocemos. Por ello, parafraseando al servil presidente Rajoy, prefiero hacer el ridículo que ser mal...tratado.

jueves, 22 de junio de 2017

PREMIOS


En todos los años que vengo ejerciendo el periodismo he aprendido algunas cosas. Una de ellas es la de entender el porqué de las decisiones de los jurados de algunos premios. Hay premios, en especial los literarios, que no son otra cosa que lo que en el mundo del fútbol equivaldría a los traspasos. Con ellos, se atrae a la editorial que lo patrocina a escritores de renombre a los que, amén de la copiosa lluvia de millones que le corresponden, les corresponde un contrato que blinda para años venideros la relación del autor con la editorial mediante la contratación de futuras producciones. En fin, premios que, más que premios, son fichajes. Hay, por eso, quien dice que, de los ganadores de los premios, en los que hay que fijarse es en los finalistas.
Hay otros premios, de ganador sorprendente, en los que los miembros del jurado, divididos, decretan un ganador, el tercero en disputa, ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo para ceder respecto de sus favoritos. Es gracias a este tipo de decisiones, hay que reconocerlo, que han salido a la luz autores de valía que, de otro modo, hubiesen visto bloqueado su acceso al público.
También en el cine se dan estas anomalías ¿Quién no recuerda media docena de películas, actores o directores, dignos de ser premiados, que son castigados una y otra vez, año tras año, sin que quienes amamos el buen cine podamos entenderlo? Quizá porque el cine además de arte es espectáculo y, sobre todo, industria y, por ello, se atiende más al potencial valor comercial del producto o de sus creadores e intérpretes que a sus valores humanísticos.
Otros premios, también en el cine se sabe de ellos, se convierten en reto o castigo a los sátrapas que, en algunos países han perseguido y persiguen la libertad y la cultura. Ahí están los premios que en más de una ocasión se han otorgado a luchadores por los derechos humanos, a organizaciones que trabajan por y para los más débiles o, por qué olvidarlas, a autores valientes que, con inteligencia y mucho arte, como el inolvidable, Luis García Berlanga, burlaron y se burlaron de la miope censura franquista, que no supo ver los dardos que, uno tras otro, el director valenciano clavaba en el corazón del régimen.
Otra modalidad de premios es aquella en la que el jurado o, mejor dicho, la entidad que representan se premia a sí misma, adornándose con los premiados, razón por la que, la aceptación y recogida del galardón en persona forma parte destacada de las bases del premio. Son, quizá, la excepción, pero hay que reconocer que son muy sonados y que, en efecto, por el mérito reconocido o por la polémica son los más sonados. Que se lo pregunten, si no, a Dylan y el jurado del Nobel. 
Por último, están los premios, honoríficos o no, a toda una vida o a toda una carrera, que se conceden cuando se cree que el premiado está a punto de desaparecer y se convierten en una especie de viático laico, un homenaje tardío que recoge el pobre premiado, a veces con muletas o en silla de ruedas.
En este último grupo habría que encuadrar, a mi juicio, el Princesa de Asturias a la Concordia que un jurado presidido por Javier Fernández, presidente del principado y ex presidente de la ya extinta y nefasta Gestora del PSOE, ha otorgado a la cada vez más decrépita y sin sentido Unión Europea. No sé si ha sido esa la razón para concedérselo, que, tras la pérdida de la estrella británica, que tan bien ha reflejado en su mural el más que grafitero Banksy, o, lo que sería peor hacernos una siniestra burla a quienes la quisimos tanto y creímos tanto en ella. Sobre todo, ahora que estamos asistiendo, sin que nadie descomponga el gesto, al resurgimiento en ella de los peores fantasmas de la intolerancia y, sin olvidar, que el premio se vuelve sarcasmo cuando las playas del sur de la premiada Unión Europea se cubren con los cadáveres de quienes intentan escapar de los infiernos que la unión o sus aliados crean en los países de los que huyen.
El jurado, en una especie de burla sangrienta, premiar la concordia demostrada por una alianza nacida después de la Segunda Guerra Mundial, ahora que se están reproduciendo en esa Europa premiada los mismos tumores que llevaron a ella, y, para más inri, la decisión se hizo pública ayer, apenas unas horas después de la celebración del día mundial del refugiado, de todos esos refugiados que Europa no quiere dentro de sus fronteras. Un premio “honrífico” para quien ya no merece ser premiado.

miércoles, 21 de junio de 2017

NO SABEN NADA...


Hace unos cuantos años, demasiados, conocí a uno de esos personajes que siempre llevan un refrán o una vieja conseja en los labios. Fue en el zoo de Madrid, mientras preparaba con un amigo que allí trabajaba los finales de primer curso de esa carrera de Veterinaria que luego no seguí. Lo cierto es que, no recuerdo a propósito de qué, aquel hombre dejó caer una frase que, a lo largo de tantos años, he visto confirmarse en la vida una y otra vez: "lo importante no es no tener la culpa sino tener a quien echársela.
Ayer mismo, después de comprobar el descaro con que quienes estuvieron al timón de este país a lo largo de ocho años responsabilizaban de todo lo probado en el sumario de la "Operación Gürtel" al pobre Ávaro Lapuerta, uno de los tesoreros del PP implicados que, para fortuna de sus compañeros hoy en el banquillo tuvo la desgracia de sufrir a sus ochenta y tantos años un accidente vascular que le impide ser juzgado. Una circunstancia que, como ocurre a veces con las desgracias, ha conseguido unir a la familia popular, incluido el proscrito Luis Bárcenas, en torno a una estrategia de defensa que persigue hacer responsable, como a los niños en algunas casas, de todo lo robado ¡Perdón! quise decir ocurrido.
La estrategia de quienes ayer se sentaron ayer en el banquillo es clara. No sabían nada de nada, no lo sabían, no les constaba o no lo recordaban, alternativamente, para no aburrir al tribunal o con las tres excusas en bloque del siniestro ex ministro del Interior, Jaime Mayor  Oreja, al que sólo le faltó responder, como la no menos siniestra María Teresa Sáez, corresponsable del "Tamayazo" que dio el gobierno de la Comunidad de Madrid a Esperanza Aguirre, que en la comisión que investigó aquel escándalo en la Asamblea de Madrid, presidida, por cierto, por el recientemente salido de prisión Francisco Granados ¡cuánto delincuente junto! y para no equivocarse o para no cansarse, respondió con un "no a todo" lo que le iban a preguntar, antes, incluso, de que se lo llegasen a preguntar.
No sabían nada, no cobraron nunca ningún sobresueldo, no conocían a nadie, ignoraban el significado de las siglas que aparecían en los estadillos de Bárcenas, no sabían si las generosas donaciones de los empresarios que contrataban con la Administración las hacían por cariño al partido o por... -el frenazo dejó huellas- como le llegó a decir Beltrán Gutiérrez, el Bárcenas de Aguirre, al juez.
Increíble. Yo, por ejemplo, no puedo creer que un tipo tan listo como Rodrigo Rato, que, como hacen las sanguijuelas, allá donde fue a parar, clavó sus dientes para chupar y chupar de todo lo ajeno, fuese público o privado, que tuvo a su alcance. No me puedo creer que un tipo tan controlador y severo como Francisco Álvarez Cascos, el “general secretario del PP”, no estuviese al corriente de todo lo que se movía en el partido mientras fue secretario general con Aznar. No me puedo creer que no conocieran a algunos de los imputados, cuando todos se vieron, el HOLA lo confirma, en la boda de Ana Aznar y Alejandro Agag. Hace falta mucha fe, mucha complicidad o mucha estulticia para creer lo que dijeron ayer tan insignes testigos desde la silla que ocupará dentro de poco más de un mes Mariano Rajoy, cuya legendaria dislexia o lo que quiera que sea, puede llevarle, como en otras ocasiones, a decir lo que no quiere decir, sin plasma y con preguntas, muchas preguntas.
Quizá sea esa, la presencia de Rajoy ante el tribunal, la única esperanza de las acusaciones, porque el resto de los inquilinos de Génova 13 "no sabe nada" y lo digo con secasmo, porque saber lo saben todo y lo saben de sobra, como saben que su única escapatoria es negarlo todo.

martes, 20 de junio de 2017

OTRO PSOE


A veces, para entender los que pasa dentro, hay que mirar hacia afuera. Es precisamente eso lo que está ocurriendo en el PSOE desde que, el pasado domingo, anunció sus intenciones y comenzó a tomar sus primeras decisiones. No hay más que ver las reacciones de los otros, las declaraciones de quienes antes o después volverán a ser sus rivales en las urnas o, quién sabe, sus hipotéticos aliados, para comprobar que Sánchez va por el buen camino.
De memento y desde la experiencia de haber padecido su gobierno durante cinco años, sé que lo que es malo para Rajoy suele ser bueno para los ciudadanos y, aferrándome a esa convicción. no puedo más que felicitarme al ver la inquietud, si no pánico, mal disimulados que la designación de Sánchez y su primera declaración de intenciones, fijándose como objetivo desalojarle de La Moncloa, han provocado en el líder del PP. 
Del mismo modo las acusaciones que desde el mismo PP y desde Ciudadanos se lanzan contra el flamante secretario general socialista de estar "podemizándose" deberían indicarnos que esa es y no otra la senda, la de hacer todo lo posible para conseguir una unidad de acción de la izquierda, la que debería seguir el nuevo PSOE, el recién reconquistado por sus bases, en el futuro.
Han sido demasiados los años en los que los dirigentes del partido han vivido de espaldas a la gente, demasiados los años en los que esos dirigentes, Bono, González. Almunia, Rubalcaba o la misma Susana Díaz, tenían más que ver con los Zaplana, Gallardón o Cospedal y sus amigos que con la mayoría de los militantes de su partido. No sé si porque el roce hace el cariño, lo cierto es que unos y otros habían llegado a tener demasiadas cosas en común, desde asientos en los palcos de los estadios de fútbol a algún que otro negocio poco claro.
Eso, desde ya y, aun siendo pesimista y agorero, hasta dentro de unos años ya no será lo mismo, entre otras cosas, porque los militantes que han creído en Sánchez y le han dado todo su apoyo van a estar muy vigilantes para que toda su ilusión no acabe malográndose como ocurrió con esos otros líderes, a los que emborracharon el poder y la confianza de los electores, hasta el punto de dejarles ciegos y sordos para los problemas de los ciudadanos.
Al otro lado del arco político, Podemos parece también querer hacerle los deberes a Sánchez, algo a lo que Iglesias ya está acostumbrado, olvidando que el Pedro Sánchez marioneta de González y sus interesas con el que negoció la investidura tiene poco o nada que ver con el Pedro Sánchez crecido y autónomo que ha resurgido de las primarias, con el que tendrá que hablar, no desde la soberbia que justificaba el imposible, sino desde la deseable colaboración que esperan los votantes de uno y otro.
Está claro que el PSOE de hoy no es el de hace tan sólo una semana y, e so, bien lo saben quienes se jugaron todo a la carta de la continuidad de Susana Díaz. Por eso los Lambán, los García Page y los Tximo Puig o la misma Susana Díaz están cavando trincheras en torno a su fortín, acopiando fuerzas para tratar de impedir que esa marea de renovación que parece haber despertado tantas ilusiones en quienes queremos que todo esto cambie desde el pasado fin de semana.
Creo que, mientras no haya elementos que garanticen el éxito de una moción de censura, lo más útil va a ser el desgaste parlamentario, algo que, con la gestión del grupo parlamentario que, no me cabe duda, hará Margarita Robles va a confirmar que "cuanto peor -para Rajoy, claro- mejor para todos". Parece que desde el domingo hay otro PSOE, uno que en los primeros años de la democracia fue capaz de colaborar con el PCE para comenzar a cambiar este país. Esa es la única salida, porque, como  dice el lider de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, quien, por cierto, encarnó el domingo la primera representación del sindicato en un congreso socialista, "si alguien en la izquierda  piensa en llegar a La Moncloa en solitario, se equivoca". Esperemos que se den cuenta de ello y que se vuelva a aquella fraternidad perdida y que lo que viene se parezca en todo, menos en la vergonzante deriva que tomo luego. 

lunes, 19 de junio de 2017

FELIPE SE PASA AL PLASMA


Por extraño que parezca, Felipe González no pudo incluir en su agenda un hueco para pasarse por el pabellón de IFEMA en que su partido, ese que tanto parecía interesarle antes de que Pedro Sánchez volviera a ganar y con rotundidad las primarías. Ni siquiera celebrándose en fin de semana y de que la cita para la máxima asamblea del PSOE, el partido para el que él lo fue todo durante un tiempo y que, para él mismo, también lo fue todo, se conocía desde hace tiempo, González tuvo intención de cambiar las fechas de su viaje a Colombia. Algo que, no tengo la más mínima duda, hubiera hecho si, en lugar de Pedro Sánchez, "ese chico que no vale, pero nos vale", el congreso hubiese refrendado en la secretaría general socialista a su "pupila" Susana Díaz.
Nadie puede quitarme de la cabeza que Felipe, me cuesta quitarle cariñosamente el apellido, que tardo casi, o sin casi, cuarenta y ocho horas en pronunciarse sobre la victoria de Sánchez en las urnas, donde un militante es un voto, trato con su ausencia de hurtarse al veredicto con el que, por activa o por pasiva, aclamándole o recibiéndole con un frío aplauso de compromiso, los compromisarios iban a premiar o castigar su falta de imparcialidad, al colocarse desde su cómodo retiro de vieja gloria al frente de la conspiración que descabalgó a Sánchez de la misma secretaría general que había ganado en las urnas y que ahora de la mano de más de la mitad de los militantes ha recuperado.
Orgulloso y soberbio como es, no quiso arriesgarse tanto. Por eso no faltó a la cita, por eso no quiso estar presente en esa que es la máxima expresión de la democracia en un partido más acá, claro, de las urnas libres. Por eso interpuso entre sus "compañeros" y él una pantalla y un mensaje grabado, en el que empleo más tiempo en excusarse que en los buenos deseos a la nueva dirección del partido. 
Quizá hizo lo correcto, porque, dado su carácter, quizá no hubiese sabido reaccionar ante el mínimo gesto de hostilidad. Lo que es seguro es que no se hubiese sentido cómodo allí, en un escenario en el que predominaba el rojo del "Sí es sí", con el que Sánchez recuperó la confianza de las bases y derrotó en las urnas a la candidata que apoyaba el aparato, apoyado por la prensa y por la banca. Estoy seguro de que no se iba a encontrar a gusto en un congreso sin esa sintonía electoral, mejor dicho, comercial, aquel "Carros de fuego", con el que tantas elecciones ganó. Estoy seguro de que el canto de la Internacional, puño en alto, hubiese incomodado a quien tan acostumbrado está a los agasajos de sus amigos empresarios, incluidos Carlos Slim y Juan Luis Cebrián, que se ha jugado el diario EL PAÍS a la carta de Susana y lo está perdiendo.
No. Felipe González ya no recuerda los tiempos de la pana. Mucho menos parece recordarlos Alfonso Guerra, que, ahora, se descuelga con medidas apocalípticas para Cataluña, medidas como suspender la autonomía catalana, más propias del xenófobo dirigente popular Xavier García Albiol que de quien tanto ha presumido de sus raíces obreras.
Definitivamente no. Felipe no se hubiese sentido a gusto en el congreso de un partido que ha decidido hacerse mayor, ha decidido dejar de comportarse como una empresa, para volver a ser un partido y no sólo un partido, un partido de izquierdas, un partido para las bases y no para sus dirigentes, un partido en el que unos pocos dirigentes, los barones, no impongan sus ideas, tras las que esconden intereses no siempre confesables, a las bases y a la ejecutiva. Está claro que no. Quizá por eso, Felipe se ha pasado al lado oscuro de la política, ese en el que se refugian los que soportan mal el contacto con la gente. el juicio de la gente. Quizá por eso también Felipe se ha pasado al plasma.

jueves, 15 de junio de 2017

LOS RECORTES MATAN


En el Londres victoriano que tan certeramente dibujó Charles Dickens en sus novelas, los pobres se hacinaban en callejones húmedos e insalubres, en los que se acumulaban suciedad que compartían. junto a las aguas estancadas las ratas portadoras de enfermedades y los niños demasiado pequeños aún para trabajar en talleres, fábricas y minas. Hoy no. Hoy los callejones crecen hacia el cielo, hoy son torres de pasillos y escaleras estrechas, en las que hacinan los de siempre, los menos afortunados, los inmigrantes, los parados, los ancianos sin recursos, todos, con sus niños y sus problemas. 
Por eso la tragedia que desde hace dos noches conmueve al mundo no surge de las páginas de alguna novela escritas por el genio británico, entre la denuncia social y el culebrón, con buenos y malos, con héroes y villanos que se mueven entre la miseria y la grandeza, no. La tragedia nos asalta en el salón de nuestras casas o en esa cafetería con el televisor eternamente mudo que escupe sus imágenes a quienes apuran un café o una caña en la barra. La tragedia no es esta vez la historia de una imparable caída a las cloacas que vierten en el Támesis. La tragedia es hoy una torre, una tea virulenta, en la que se hacinaban centenares de personas, de todas las edades, también con ancianos y niños, enfermos y sanos, de todos los colores, lenguas y religiones, a lo que lo único que les unía era la desgracia de no poder vivir en otro sitio más que allí, hacinados en torres, porque la sociedad "alegre y confiada" de siempre necesita ahora sus callejones junto al río para disfrutar de cenas y cervezas en sus terrazas. Sus torres son como esas cajas de zapatos, puestas unas encima de otras, en las que se oculta lo que no se quiere ver.
La torre Grenfell, la que ardió hace dos noches está relativamente cerca de Hyde Park, en el barrio de Notting Hill, hoy "gentrificado", pero tradicionalmente habitado por inmigrantes procedentes de las colonias británicas del Caribe. Estoy seguro de que en esa torre se había "refugiado" mucha de esa gente, a la que los "gentrificados" precios de sus viviendas" de siempre", había expulsado hacia las alturas, en una torre remodelada y "adecentada" en su exterior con unos paneles plásticos, baratos y fáciles de instalar, que se convirtieron en la brea que toda buena tea necesita para arder sin remedio.
No me cabe la menor duda de que gran parte de la responsabilidad de lo que ha pasado con la torre Grenfell hay que buscarla en esa marea especulativa que arrastra a quien no puede resistirse hacia ratoneras sin condiciones de comodidad, salubridad y seguridad, mientras "los de siempre" se quedan con sus casas, humildes, pero con encanto, para adecentarlas y ponerlas a disposición de quienes sí pueden pagarlas.
Se hace necesario investigar ceniza por ceniza las causas de ese incendio. Habrá que saber por qué no se emplearon en la remodelación materiales seguros y adecuados, habrá que saber por qué las alarmas contra incendios no funcionaron, habrá que saber por qué no se atendieron las quejas de los vecinos que advertían que, tal y como estaba el edificio, forrado de material altamente combustible, el que se produjese un incendio era sólo cuestión de tiempo.
Pero nadie les hizo caso. Para la mentalidad de "ratas de despacho" de los responsables de turno, lo único que importaba era que la reforma se había hecho y que había sido barata. El resto no importaba.
Desde que Margaret Thatcher llegó al poder eso es lo único importante: no gastar para poder bajar los impuestos, siempre a los ricos, los suyos, con la complicidad, eso sí, inconsciente y necesaria de roda esa gente que de una manera suicida les cree, sin pensar que puede acabar sus días encerrada en una torre en llamas, barata, pero en llamas. Pero no sólo el Reino Unido y no sólo la derecha se apuntó a la guerra de impuestos desatada entonces. Las recetas contra la crisis que se aplican desde Europa son hijas de aquella política de privatizar lo público, trenes, viviendas, hospitales y todo lo demás, para, con la excusa de modernizar la gestión, repartir el botín entre los amiguetes.
Hoy sabemos, también en España, que los recortes matan, día a día y en silencio, a los ancianos y enfermos que deben privarse de las medicinas que necesitan por no poder pagarlas, a quienes se quitan la vida que ya no tiene sentido para ellos sin trabajo, sin hogar, sin esperanzas. Pero, y por desgracia, también sabemos que matan obscenamente, escupiéndonos sus muertos a la cara en los telediarios, sin que sepamos muy bien, al menos yo, como nos dejamos hacer lo que nos hacen.

miércoles, 14 de junio de 2017

DESINFECCIÓN INTENSA


Uno tiene a veces la sensación de que no existe la realidad que vive o la de que, al menos, existen dos realidades superpuestas. una la que le ha tocado vivir y percibir con sus sentidos y, otra, la que viven y perciben los otros, entendiendo por esos otros a quienes tienen un micrófono, una cámara o la cabecera de algún periódico a su servicio.
Me pasó ayer con el debate de la moción de censura contra Rajoy que me tomé la molestia de seguir con mis ojos y oídos y que tenía poco o nada que ver con los resúmenes que de ella se hacían en los telediarios y boletines radiofónicos. Sin ir más lejos, yo que, lo re estaba más bien predispuesto en contra de la portavoz, quedé gratamente sorprendido por su capacidad para resumir en poco más de dos horas de discurso la historia reciente de la corrupción en España. Sin embargo, tras una primera y sincera opinión de Joaquín Estefanía, que llegó a decir a propósito de su intervención que, con ella, había nacido una estrella parlamentaria, la máquina del poder mediático se puso de nuevo en marcha, rebajando los elogios, cuando no, ridiculizando sin piedad a la portavoz y firmante de la moción de Podemos. 
Nadie había hecho hasta ahora, menos en sede parlamentaria, una disección tan metódica y eficaz del mapa de la corrupción española. Nadie había descrito hasta ahora, con todo lujo de detalles, a todos y cada uno de los agentes de la corrupción, nadie los había colocado en los escenarios de sus tropelías, nadie los había situado en los palcos de los estadios de fútbol, en los cursos de verano y las jornadas que las empresas organizan con cualquier motivo o en los salones y comedores en los que, a costa de nuestros impuestos, se cierran negocios y comisiones por quienes están en disposición de sobornar y quienes lo están para dejarse sobornar y adjudicar negocios a cambio.
Fue tan minuciosa la descripción y la enumeración de escándalos en los que se ha visto implicado el PP que Rajoy se vio obligado a "quemar" tras la intervención de Montero el discurso que traía escrito de casa contra Pablo Iglesias, un discurso ajeno a lo escuchado a Irene Montero desde la tribuna y que, como tiene por costumbre, llenó de "chascarrillos" y de citas difíciles de creer en quien apenas lee otra cosa que el MARCA. Un discurso que, a quienes no quieren oír algunas cosas, especialmente la verdad, les pareció no sólo brillante, sino demoledor.
A mí, que, para monólogos, prefiero algunos canales especializados y que, para humoristas me quedo con los profesionales, el de Rajoy me pareció un discurso decimonónico y vacío, con olor a naftalina y propio de un modo de hacer política, de espaldas a la gente, que deseo ver desterrado de mi país. Es ese tipo de discursas, lleno de grandilocuencia y de ripios, de fuegos de artificio tras los que ocultar la vaciedad del mensaje. Sin embargo, como dejó sentado la factoría Moncloa, es ese el discurso que prefieren, porque, como dijo una "fuente" del Gobierno, es preferible mentir a aburrir.
Si es por eso, Rajoy cumplió con el propósito, porque tras su socarronería, estropajo incluido, apenas hubo verdades ni respuestas, ni siquiera en esas letanías de datos que diligentemente le suministran para estas ocasiones, convenientemente filtrados, claro está, de disgustos. Lo hacen a la perfección, no puedo negarlo, porque con una frasecita de aquí, un gesto de allá, un comentario generoso y poco más, convencen a quienes, por conveniencia, quieren ser convencidos.
También se dice que tanto esfuerzo, discursos de más dos y más de tres horas, y una larga ristra de réplicas y contrarréplicas, resulta inútil. Y no es verdad, lo dice quien se las prometía felices, con la moción liquidada en una sola sesión, y tiene que verse encerrado un día más al menos en el edificio del Congreso. Mala suerte, aunque creo que, para el resto, resulta más que útil escuchar los que tienen que decirnos nuestros representantes.
No cabe duda de que el centenar largo de folios que, uno tras otro, leyó Pablo Iglesias en la tribuna amargaron a más de uno la comida que llegó tarde y a deshora, un incordio que no fue otra cosa que la respuesta de Podemos a los planes perfectamente diseñados por el tándem formado por Rajoy y su amiga Ana Pastor para hacerse con los titulares de las primeras ediciones de los telediarios. Era su derecho y a fe que lo aprovecharon. Hoy, serán Ciuddanos y el PSOE quienes tomarán la palabra. Y no es de esperar que unos y otros aporten nada sensacional, porque nadie se moverá un milímetro de sus posiciones habituales. Y, menos, a sólo unos días del congreso en el que Pedro Sánchez se entronizará de nuevo como el secretario general socialista que ya fue, para disgusto de Rajoy.
Pocas novedades, salvo la confirmación de que como dijo Pablo Iglesias, con o sin él estropajo que el líder del PP le atribuyó, el PP necesita una desinfección intensa, tan intensa como la desparasitación que está necesitando España.

lunes, 12 de junio de 2017

¿EN QUÉ ESTABAN PENSANDO?


No me tengo por muy listo, pero sí me creo buen observador y procuro vivir al día de lo que asa, estar informado, aunque me falta, lo reconozco cultura de partido y, si me falta, es porque nunca, a pesar de que no me faltaron ofertas para hacerlo, nunca quise militar en uno. Soy demasiado celoso de mi libertad y no soporta que me impongan lo que tengo que decir o pensar. 
Quizá por eso no me queda más remedio que atribuir a esa cultura de partido, equivocada, por cierto, la ceguera que ha llevado al PSOE, empujado por algunos dirigentes con más pasado que futuro, al borde de un precipicio en el que, gracias a la rebelión de las bases y a la decisión de un destituido Pedro Sánchez, enrabietado y cargado de razón, que escogió dar la batalla al aparato, no llegó a caer. A esa cultura de partido y a los intereses espurios de todos esos dirigentes de los que os hablo, a los que importa ya más su bienestar que el de toda esa sociedad a la que un día prometieron servir.
No puedo creer que un tipo tan listo como Felipe González, con un olfato para la política difícilmente discutible, haya podido cometer el error de pensar que, de la noche a la mañana y en plena crisis, un país como España, socialmente de izquierdas, podría consentir sin inmutarse verse entregado de pies y manos a los intereses de las multinacionales y la banca especuladora, verdaderos responsables de todo lo que le está pasando.
Porque no puedo creer que este viejo sabueso de la política, el que puso a España en el mundo y, querámoslo o no, transformó el país para siempre, al menos de momento, haya perdido su legendario olfato. Más bien al contrario, creo que, si se ha empeñado en estos últimos tiempos en confundir la prosperidad del país, tomado como un ente abstracto a la de los individuos que lo forman, es porque lleva demasiado tiempo codeándose con esas amistades peligrosas, Carlos Slim entre ellos, que saben que el perro más fiero se rinde ante un buen hueso y que, a quien durante tiempo fue para nosotros Felipe a secas se le gana con unas plácidas y largas vacaciones en el Caribe o en la Andalucía que baña el Atlántico y con unas cuantas palmaditas en el lomo de su ego, verdadero talón de Aquiles de quien tanta ilusión despertó un día en nosotros.
No tiene explicación su ceguera, convenientemente reforzada, por cierto, desde las páginas del diario EL PAÍS, tan decepcionante en su trayectoria como el mismo González, no tiene explicación o, al menos, no tiene otra explicación que su entrega con armas y bagajes a la causa de los Carlos Slim de turno, cuya ambición no tiene límites y es incompatible con nuestro bienestar y nuestra felicidad. Por eso se dejó cegar, como algunos héroes se dejan cegar por la belleza del canto de las sirenas que revolotean en las aguas más procelosas.
No tiene explicación, si no es por esa ceguera inducida, que haya pretendido arrastrar a su parido, con Susana Díaz como intermediaria hacia unos postulados que, lo acabamos de comprobar en el Reino Unido tienen los días contados. Tanto es así, que la misma Díaz, superada la furia y la depresión en las que la sumió su humillante derrota en las primarias y de la noche a la mañana, se ha empeñado en una crisis de gobierno en Andalucía, en la que la izquierda y la juventud, tan denostadas hasta ahora por ella y los suyos, son valores en alza.
Tampoco tiene explicación que los Bono, los Guerra, los Zapatero, los Almunia, los Fernández Vara, los Tximo Puig, los Lambán o los García-Page, salvo que tuviesen una pinza dorada en la nariz, no se oliesen la tostada puesta al descubierto en las últimas encuestas, en las que el giro a la izquierda al que se supone conduce la victoria de Sánchez en las primarias está dando lugar a un crecimiento en la intención de voto al PSOE, que se distanciaría de Podemos, recuperando los votos prestados y un alza en el prestigio de su líder que pasa a ser, el líder mejor valorado para ocupar La Moncloa. 
Por eso no hago otra cosa que preguntarme en que estaban pensando los venerables ancianos de ese sanedrín en que se había convertido el aparato del PSOE. Me lo pregunto y creo tener la respuesta, aunque mi conciencia de ciudadano de la izquierda me impide verbalizarla, de tanto sonrojo como me produce.

viernes, 9 de junio de 2017

EL QUE LA HACE DEBERÍA PAGARLA


La frase "el que la hace la paga" es una vieja sentencia de esas que nos regala la sabiduría popular, usurpada por Rajoy y los suyos en los últimos tiempos, está resultando, a su pesar, li único fiable de lo que está saliendo de sus labios últimamente. Que conste que soy consciente que, si lo repite como una letanía, es porque cree que, con ella, construye un parapeto, un refugio, en el que ponerse a salvo de la debacle judicial que está abriendo el suelo a sus pies desde hace meses.
Supongo que Mariano Rajoy será consciente, aunque sea en cabeza ajena, de que juguetear con los tiempos y las leyes, como pretende y como ha venido haciendo la intrépida Theresa May, ventajista donde los haya, no siempre acaba bien. Mejor dicho, por lo general acaba mal. No hay más que ver el resultado de las elecciones celebradas ayer en el Reino Unido, en las que los británicos han corregido viejos errores, mostrando a la primera ministra la puerta de salida, haciendo evidente lo que todos dábamos por hecho, que no están dispuestos, al menos la mayoría, a dejarse en la gatera de una más que incierta seguridad los pelos de sus derechos y las garantías de que se respetarán. Theresa May apostó la libertad de los británicos a una reacción visceral de los ciudadanos al terror loco y acaba de perder la mayoría absoluta que heredó del nefasto Cameron. La hizo y la va a pagar con creces.
Algo parecido le está ocurriendo a Mariano Rajoy, cada vez más tenue, más difuminado, menos real en su presencia, como si pretendiese desvanecerse, desaparecer de una historia que no es en absoluto la que hubiese deseado para sí y los suyos.
El que la hace la paga, sí. Antes o después, pero la paga. La va a pagar Esperanza Aguirre, ya la está pagando, reducida a la nada, ella que camina desde la cuna un metro por encima del suelo que pisan los mortales, el servicio, que dirían en su casa. La está pagando con esta cura de humildad por vía de urgencia y, no tengáis duda, la pagará también en los tribunales, porque a nadie puede ya convencer de no era ella misma el barro de la charca de sus ranas.
La hizo y la ha pagado Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, quien, con toda la prepotencia y el respaldo que fue capaz de darle el gobierno, su gobierno, y que se ve ahora como chupa de dómine por haber puesto la alfombra roja de la amnistía fiscal a centenares, si no miles, de defraudadores que escondían su dinero, en paraísos fiscales, bajo ladrillos o en altillos y en cuentas secretas en Suiza. Ayer supimos que eso que él y los suyos llamaron "regularización fiscal" y que no trató de ser y al final fue una amnistía para los defraudadores de tantos años, no cabía, cabe ni cabra en nuestra constitución, porque, como dejó por escrito en su fallo el magistrado ponente del TC y ex diputado popular, Andrés Ollero, y suscribieron por unanimidad el resto de magistrados, con esta medida se legitimaba el fraude, se quebraba el principio de que todos los ciudadanos somos iguales en obligaciones ante la Hacienda Pública, porque  "afecta a la esencia del deber de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos, alterando sustancialmente el reparto de la carga tributaria a la que deben contribuir todos, según su capacidad económica, con igualdad y progresividad",
Todo un rapapolvo que el Gobierno trata de disimular pretendiendo hacernos creer que la sentencia no anula la amnistía, algo falso de todo punto, porque lo que finalmente no anula son los efectos de esa amnistía, ya que quienes se acogieron a ella, Bárcenas, Rato y otros famosos imputados incluidos, lo hicieron, porque creyeron que el procedimiento era legal. 

Sin embargo, lo que queda claro es que la medida de Montoro, impuesta por decreto ley urgente y amparada en la necesidad de aflorar esos capitales para ganar liquidez, resulto ser inconstitucional, porque se tomó, como tantas otras medidas de este gobierno heredero del anterior, el que martirizó a los españoles durante sus cuatro años de mayoría absoluta. El ministro Montoro la hizo entonces y debería pagarla ahora, al menos él, porque pretender que todos esos defraudadores acogidos a su ley y quienes le respaldaron, como el mismísimo Rajoy, parece que, de momento, es más u deseo que una realidad alcanzable.

jueves, 8 de junio de 2017

TODO ESTÁ ESCRITO


Hay días en que cuesta más, no ya ponerse a escribir, que siempre cuesta, sino decidir el asunto sobre el que escribir. En esos días uno echa de menos tener a alguien por encima que ordene o sugiera el asunto de la entrada que te consideras obligado a escribir y colgar en tu blog. Hoy es uno de esos, un día en el que todo lo importante suena ya a manido, a escrito o pensado demasiadas veces.
Qué decir, por ejemplo del hundimiento anunciado del Banco Popular, provocado incluso por todas esas filtraciones, por todas esas insinuaciones que, desde hace días, no han hecho otra cosa que precipitar su hundimiento en bolsa, mientras quienes tendrían algo que decir en el asunto, el ministro de Economía, Luis de Guindos, lo el gobernador del Banco de España, Luis María Linde, callaban otorgando veracidad a los peores presagios o balbuceaban increíbles desmentidos, más, conocida su habilidad para remover el mercado y alejar las soluciones, como ya hiciera el ministro de Goldman Sachas en el caso Bankia.
Escribir sobre la ruina del Popular y su compra por el monstruoso, por tamaño, Santander, es volver a escribir lo escrito sobre Bankia y las cajas, es volver a contar que una gestión desastrosa, en la que el único objetivo de los altos ejecutivos del banco era la de forrarse bien forrado el riñón ante el silencio incomprensible, si no cómplice, de las autoridades encargadas de vigilar que lo que estaba ocurriendo ocurriese.
Y, si eso puede decirse de la banca y la economía españolas, qué decir de nuestros políticos que más parecen hámsteres encerrados en una bonita jaula de maderas nobles, con sillones de piel y alfombras, con cafetería subvencionada y ujieres uniformados a su servicio, empeñados en devorarse sin piedad unos a otros y ajenos a lo que ocurre, a lo que le pasa a la gente, fuera de la lujosa jaula, que guardan dos leones de bronce. Qué decir de comisiones y mociones de censura, si todo eso, con más o menos acierto, ya está escrito.
Por último, las elecciones británicas y el atentado de Londres. Desde el primer momento quedó claro que a la primera ministra Theresa May no le importaban ni las víctimas del atentado ni la solución de los problemas que causan el terrorismo, mucho menos, una gestión inteligente de la lucha contra esa gran lacra que es para Occidente, pero no sólo para Occidente, el terrorismo, Lo único que, desde el primer minuto, le interesaba a Theresa May, lo único que trató de poner a salvo fue esa victoria que se  prometía tan feliz en las elecciones, para eso las anticipó a hoy, conocedora de la ventaja de veinte puntos que le auguraban las encuestas cuando tomó la decisión.
Lo único que le interesó, antes que el consuelo de las víctimas y el desmantelamiento de las tramas, si es que existen, en las que se fraguó el atentado, lo único que le interesó, fue gestionar los efectos del atentado a su favor, gritar esos "prietas las filas" y "cueste lo que cueste", aunque el pago se haga en libertades y respeto a los derechos humanos. Por eso se asomó a la puerta del 10 de Downing Street blandiendo su lengua de acero y su mano dura, ofreciendo en bandeja de plata a los terroristas, no la cabeza del bautista, sino las garantías y derechos de los ciudadanos en que se basa nuestro Estado de Derecho, el sistema en que convivimos.
También eso estaba escrito. Con las debidas distancias, la actitud de la primera ministra que yo deseo efímera, se parece demasiado a la actitud que toaron Aznar y su ministro Acebes tras la masacre del 11-M, hace ya catorce años. Quisieron utilizar las consecuencias del atentado en beneficio propio o, mejor dicho, quisieron tapar sus vergüenzas para evitar que sus adversarios en las urnas, que nunca tuvieron intención de hacerlo, las usasen contra ellos.
Al final la conciencia, el sentido común, que, como el animal dormido que a veces sabe despertarse que tiene la sociedad, se dio cuenta de la jugada y se puso manos a la obra para que alguien tan mezquino como Aznar, su ministro y su candidato se saliesen con la suya.
Ojalá que el final de la historia, el resultado de las elecciones que hoy celebra el Reino Unido, se parezca a de aquel triste, pero reconfortante, marzo en España.

miércoles, 7 de junio de 2017

FLEMA E HISTERIA



Han pasado tres días y una noche desde que, en la noche del sábado, tres crueles fanáticos sembraron el terror en la noche londinense, dejando a su paso siete muertos más de una treintena de heridos y, al menos, un desaparecido, que no es otro que el español Ignacio Echeverría, del que no se sabe nada desde que fue visto defendiendo a una de las víctimas, una mujer, armado tan sólo de su monopatín, frente al fanatismo y la hoja del cuchillo de su atacante.
No hay ninguna duda de que el sangriento ataque del fin de semana es responsabilidad de los tres fanáticos, pero mucho me temo que, por lo que vamos sabiendo, dicha responsabilidad no es sólo de ellos, como tampoco todo el dolor causado se le puede atribuir. Me refiero, claro está a esa actitud tan cruel como flemática de las autoridades británicas, incapaces de identificar a las víctimas o, si es que ya lo han hecho, de ponerse en contacto con sus familias para sacarles de la terrible incertidumbre que les angustia desde hace tres días.
A Theresa May le está pasando lo mismo que le ocurrió a Carlos Arias Navarro, que pasó de ser el ministro de la gobernación a presidir el último gobierno franquista, tras la muerte en atentado del delfín de Franco, Luis Carrero Blanco, le ha tocado presidir un gobierno "tocado" seriamente por las consecuencias de su anterior gestión, porque, si Arias Navarro estaba al frente de la Policía que no supo o no pudo evitar el atentado que se llevó por delante la sucesión franquista, Theresa May tuvo a sus órdenes a la policía que sabía de la existencia y el fanatismo de al menos dos de los tres asesinos que sembraron el terror el sábado, que, sin embargo,  pudieron llevar a cabo su histérica matanza.
Algo ha fallado en la inteligencia británica, que tenía indicios suficientes de que estos individuos eran capaces de hacer lo finalmente hicieron y no hay otra responsable más directa que quien en tiempos del desastroso Cameron se ocupaba del ministerio del Interior, diezmó a las fuerzas policiales en su afán de recortar gastos y, como ha quedado claro, no se ocupó de hacerla más eficaz. más inteligente.
Quizá por eso la única información que se repitió hasta el hartazgo en las primaras horas tras el atentado fue la de que a las fuerzas policiales les bastaron ocho minutos y medio centenar de balas para abatir a los terroristas, acabando con su vida y con cualquier posibilidad de convertirse en hilo conductor de la investigación. Una información que trata de tapar los tremendos agujeros que han quedado al descubierto con esta segunda matanza con un vehículo y cuchillos, con un puente como escenario.
Theresa May sólo ha tenido una respuesta, no la mejora de las condiciones de los guetos de los que emergen los terroristas, para dejarles sin argumentos, no rebajar el ardor guerrero, ese afán de matar moscas a cañonazos, a sabiendas de que con cada cañonazo se multiplican y se fanatizan aún más "las moscas", no intensificar la vigilancia sobre los fanáticos que, las más de las veces, son señalados por sus propios vecinos. No, la solución es la de quienes están lejos de la gente y de sus problemas y, por eso, creen que la solución está en recortar nuestros derechos, en convertirnos a todos en sospechosos, en censurar cualquier cosa que no les guste y en las redadas y los palos de ciego policiales, limitando las garantías judiciales que, a todos, incluido el peor de los criminales, nos asisten. 
Y mientras maquina, con el agua electoral al cuello, consciente de su parte de responsabilidad en lo ocurrido, se permite tener en vilo, en aras de no sé qué protocolos, de no sé qué estrategia policial, a decenas de familiares y allegados de las víctimas que no saben a estas horas el estado de sus seres queridos y ni siquiera si están entre los heridos o entre los fallecidos, algo impensable en un país civilizado, algo de sobra superado en tragedias de mayores proporciones como los atentados de Atocha  la sala Bataclan o el aeropuerto y el metro de Bruselas. Una situación injusta que suma mediante esa demostración de torpeza dolor al dolor. Es lo que tiene la flema, esa presunta virtud de la que hacen gala los británicos, que no es más que contención o disimulo y, por eso, cuando la flema no basta, cuando se pierden los nervios, la templanza se torna en histeria y en injusticia ciega.

martes, 6 de junio de 2017

PODEMOS, CADA VEZ MÁS LEJOS


Me duele tener que decirlo, pero creo que Podemos, con su Pablo Iglesias a la cabeza, no hace más que alejarse cada vez más de nuestro sueño, que ya no estoy seguro de que fuera el mismo que el de quienes ahora ocupan su cúpula.
A veces tengo la impresión de que la estrategia que ha llevado a cabo Pablo Iglesias en los últimos meses no la hubiese diseñado más cómoda para sí la derecha económica que todo lo empapa en este país. Lo digo porque las ambiciones y le egolatría de Iglesias y lo anodino de su cada vez menos brillante guardia de corps no han hecho sino alejarnos del sueño de esa unidad de la izquierda tan necesaria para devolver el gobierno de este país a la mayoría social que predomina en él.
Con lo que no contaban Iglesias ni la derecha económica y mediática de la que os hablo es con la rebelión de las bases del PSOE que fue capaz de devolver el control del partido a quien fue privado de él mediante una serie de artimañas diseñadas en despachos lejos de la calle Ferraz y con el apoyo de la artillería mediática de los de siempre.
Ahora, apenas un mes después de las primarias, las segundas ganadas por un Pedro Sánchez que no quiso sino defender su programa y el mandato de la militancia de no franquear el paso a Mariano Rajoy, es evidente que el PSOE ha recobrado el resuello perdido en las encuestas y que la figura de su secretario general se está viendo reforzada como presidenciable, mientras que quien soñaba, como el iluminado Julio Anguita, en ese "sorpasso" que, se ha visto por dos veces, nunca llegará sembrando la desunión en la izquierda.
No hay más que ver, para comprobarlo, de qué manera han evolucionado en las encuestas los perfiles de Sánchez e Iglesias. Al alza, el primero, que en sondeos más o menos interesados como el de LA RAZÓN podría recuperar veintidós de los escaños entregados s Podemos o a la abstención, en tanto que el partido de Iglesias, Podemos, se mantiene en su caída tan lenta como tenaz.
Con el lógico miedo a equivocarme, soy de los que piensan, no en una izquierda o un voto útil, que bastante han perjudicado una y otro en el tejido social de este país, sino en una izquierda dispuesta y capaz de hacerlo a colaborar para reconstruir todo lo perdido en todos estos años de crisis y de saqueo de la derecha, una izquierda que realmente se crea sus programas y que crea en la enorme capacidad de transformar la sociedad que le dan sus votantes, una izquierda que, en lugar de buscar al enemigo a su lado, lo busque enfrente que es donde realmente está.
No sé si las intenciones que trae Sánchez son esas, lo que sí me parece evidente es que Pablo Iglesias y lo que ha dejado en pie de su partido no están por esa labor y siguen pensando, demasiado pagados de sí mismos que lo suyo, su caída, es coyuntural, del mismo modo que atribuyen el notable ascenso de Sánchez en las encuestas al "efecto champán" de su victoria.
Lo que parecen ignorar Iglesias y sus fieles es que nosotros, los votantes, ya tenemos memoria de su comportamiento, ya sabemos lo que son capaces de hacer y no hacer en las instituciones, ya sabemos lo mal que administran el poder que se pone en sus manos, ya sabemos lo contradictorios que pueden llegar a ser y ya les hemos visto apuñalándose unos a otros, acaparar miserables cargos, a la búsqueda del control, sin importarles la sangre y la ilusión desperdiciadas entre sus votantes.
Hubiese sido muy dejarse querer y mostrarse como un compañero fiable en esa labor de reconquistar la ilusión de todos los que hemos perdido algo en estos años, pero, más bien al contrario, nos han llevado de decepción en decepción, dejándonos cada vez más lejos del sueño. Que no se sorprendan ahora si quienes depositamos nuestro voto y nuestras esperanzas en ellos, les damos la espalda en las elecciones que quedan por venir y nos quedamos en casa, algo siempre lamentable, o dejamos que sea otro quien nos ilusione.

lunes, 5 de junio de 2017

LA AGUIRRIZACIÓN DE CIFUENTES


De todo lo sucedido en los últimos días, me vais a permitir que me detenga en un personaje y unos hechos que quizá hayan quedado eclipsados por la dimisión del fiscal Moix, acorralado por su escaso respeto a la verdad, o la estúpida masacre del puente de Londres. Me refiero a la presidenta de la comunidad de Madrid, a la que pudimos ver el viernes, en su comparecencia ante la comisión que investiga la concesión de los servicios de cafetería de la Asamblea de Madrid a Arturo Fernández, como una Cruela de Vil, tratando de aparentar sin éxito la inocencia de un Bambi solo y asustado en medio del bosque repleto de cazadores.
Cifuentes perdió los papeles y se mostró como una mujer autoritaria, cínica y faltona, adornada con una voz más propia de un sainete de Arniches que de quien pretende ser la presidenta de todos y cada uno de los madrileños. Gritona, nerviosa e insegura, aconsejada por no se sabe quién, hizo su entrada en la sala de la comisión tal y como la heroína triunfante aparece en las apoteosis en las zarzuelas, con el traje blanco de la inocencia y luciendo en el pecho, como desagravio a la misma Guardia Civil, cuyo trabajo puso en duda, la insignia que le impuso el cuerpo mientras fue delegada del Gobierno en Madrid. 
Pura parafernalia y puesta en escena de quien se cree injustamente tratada, porque siempre se ha querido al margen de la ley. Puro pataleo de quien piensa que dar su voto a decisiones injustas, a sabiendas de que lo son no tiene por qué tener consecuencias, quizá por la costumbre de tomarlas un día sí y otro también. Indignación de quien piensa que un socio parlamentario, en su caso el portavoz de Ciudadanos en la comisión, es poco menos que su esclavo y que debe guardar silencio ante las irregularidades cometidas por su partido. 
Quizá por eso, sus palabras más duras, su descortesía más evidente, sus momentos más "Aguirre", los tuvo con César Zafra, de Ciudadanos, no sin renunciar a propinar golpes bajos a Ramón Espinar, de Podemos, a cuenta de su afición por la Coca Cola o la imputación de su padre en el asunto de las "tarjetas black" de Bankia, ella que tuvo, siendo delegada del Gobierno en Madrid, a su marido en busca y captura en casa. Tuvo con ellos la misma actitud altanera y retadora que tuvo para con la Guardia Civil, primero, la UCO, después y, finalmente, el autor del informe dirigido al juez que instruye el llamado "caso Púnica", corrigiendo el tiro, ella que es hija de militar, según iba viendo los daños colaterales de su fuego amigo para con el cuerpo.
Es lo que tiene la costumbre de haber estado encima del machito y no soporta que los de abajo, los que ha tenido bajo su manso o no estaban en la Asamblea cuando ella llegó hace veinte años se permitan poner en duda, aunque sea con claros indicios, si no con pruebas, su honestidad en la toma de decisiones como la señalada de adjudicar el servicio de restaurante del parlamento madrileño a la empresa del imputado amigo de Esperanza Aguirre, autor confeso de donaciones al PP, desde sus empresas o desde la patronal madrileña.
Cifuentes, rebosante de felicidad y madridismo, se dio un baño de multitudes y se mostró exultante ayer, al recibir al triunfante Real Madrid, sin mostrar un sólo gesto de aflicción ante la matanza del Puente de Londres, pese a haber madrileños afectados y a que el Real Madrid venía, como las malas noticias, del Reino Unido.
Se trata de aprovechar el momento, la foto, muy al estilo de su odiada Esperanza Aguirre, a la que, después de tantos años de compartir ideas, decisiones y listas financiadas a saber cómo, se parece demasiado.
Hubo quizá un tiempo en que Cristina Cifuentes consiguió, a base de "hacerse la rubia" dar el pego, como diría un castizo, pero, conforme pasa el tiempo pasa, cuantas más cosas sabemos de ella y su partido, a medida que se va viendo cada vez más acorralada, más se va apareciendo a Aguirre, a la que, quizá, acabe privando más pronto que tarde del honor de ser quien pierda para el Partido Popular el gobierno de Madrid.

viernes, 2 de junio de 2017

LA HIDRA, EN GÉNOVA


Quienes aman la mitología conocen de sobra el mito de la hidra de Lema, ese monstruo de nueve cabezas, una especie de manojo de feroces serpientes, cuya principal virtud era la de regenerar cada una de esas cabezas cada vez que algún valiente osaba cortarlas. Fue Hércules quien, ayudado por su sobrino y cumpliendo uno de los doce trabajos que le habían encargados los dioses, se deshizo del monstruo después de cortar todas y cada una de sus cabezas.
La mitología no era más que un camino para explicar en las culturas clásicas, de una forma amena y a menudo apasionante los vicios y virtudes de la humanidad, encarnados en los héroes y monstruos que la protagonizan. Hoy, a la velocidad que se producen los cambios, nadie tiene ya paciencia para leer o escuchar a los clásicos, pero conviene recordar que aún existen hidras y que se necesitan héroes que, con o sin ayuda, nos libren de ellos.
El peor de todos esos monstruos, al menos en España, es esa corrupción que vive de nuestra desgracia alimentándose de nuestro esfuerzo, de nuestros impuestos, para hacerse fuerte y someternos a veces por el miedo, a veces por la resignación. La corrupción aquí, en España, es un monstruo de múltiples cabezas, tantas como gobiernos han caído en manos de quienes han convertido la política en un medio de vida, y de la buena, y se han convertido ellos mismos en instrumentos de todas esas empresas que parasitan la administración.
Demasiadas cabezas para un sólo héroe, demasiadas para esos jueces y fiscales que se enfrentan a cada una de ellas, pero también a ese enorme cangrejo que envían desde las tinieblas del infierno del poder para morderles los pies y así distraerles de la complicada tarea que les espera. Demasiadas, porque, cada vez que se corta una de ellas y se queda su hediondo cuello al descubierto, aparecen en él nuevos brotes, nuevos indicios de una infección mayor. 
Ayer, cansada de batallar contra los fiscales honrados que son los más, contra la sociedad y la prensa, la cabeza que tenía el rostro del impertérrito Manuel Moix, se rindió. El fiscal se fue a su casa, mejor dicho, a su plaza en el Supremo, mientras sus jefes Maza y Catalá, preparan su recambio un "no queréis caldo, pus tomad dos tazas" que culmine el trabajo emprendido por Moix. agarrotar la fiscalía que persigue a sus patrones, y que ahora se ha quedado a medias.
Lo ideal, y lo difícil, es que, cortada la cabeza que representaba Moix, fuesen cayendo después todas las demás, las de esos fiscales y jueces que actúan de parte, los que visten de tecnicismos decisiones que, para los demás, resultan inadmisibles. todos esos abogados obstruccionistas, a sueldo de los poderosos, sean políticos, narcotraficantes o empresarios, que recurren y cada decisión del instructor, que juegan con los aforamientos de sus clientes, con el único fin de ralentizar la instrucción de la causa, para conseguir la prescripción de los delitos de los que se les acusa.
Cortada la cabeza ocupada por la mente fría, cínica y un tanto amoral de Moix, es preciso acabar con las que tenía al lado, las del Fiscal General del Estado, José Manuel Maza, muy del estilo de la de Moix y la del ministro Rafael Catalá que, sin mover un músculo de la cara, defiende a muerte a Moix por la mañana, para dejarle caer por la tarde. Pero, siempre, sin olvidar que, de todas las cabezas de la hidra, la más peligrosa es esa que parece dormida, que finge no enterarse de nada, pero que está detrás de lo que hacen o dicen todos los demás y, en el fondo, es el monstruo en sí mismo, Mariano Rajoy. que, desde las madrigueras en las que habita, sea en el palacio de La Moncloa o en la sede de la calle Génova, vive y trabaja para alimentarse de nuestro miedo y nuestra resignación.

jueves, 1 de junio de 2017

MANDÍBULAS DE CRISTAL


Mariano Rajoy se ha caracterizado siempre por rodearse de una escolta de consumados fajadores, encargada de protegerle y proteger a los suyos frente a las oleadas que la oposición, la prensa o la Justicia acabaría provocando su peculiar manera de gobernar la nación y su partido. Podríamos citar, por ejemplo, al ministro Fernández Díaz, a Federico Trillo, a José Ignacio Wert o al mismísimo Alberto Ruiz Gallardón, al que se le fue la mano en su afán de agradar a lo más ultramontano del PP.
Gente capaz de soportar día tras día las críticas, las portadas y los "canutazos" de la prensa allá donde iban, gente acostumbrada, como el mismo presidente, a conseguir sus victorias "a los puntos", gente que en más de una ocasión han ganado sus combates por el desfondamiento de sus rivales, siempre dispuesta a esperar sentada a que pase ante su puerta el cadáver de su enemigo.
Sin embargo, todo aficionado al boxeo sabe y los que, como yo, nos hemos cortado el pelo allá por los años sesenta en una peluquería de barrio, más, cuando la peluquería estaba a medio camino entre el Campo del Gas o la plaza de toros de Vista Alegre,  no ignoramos que un boxeador puede ser "fino estilista" o "consumado fajador", también, que lo que nunca puede permitirse es tener "la mandíbula de cristal", esa que permite derribar gigantes con un único y certero golpe, y ese es, por desgracia para él, el punto débil de alguno de los más leales servidores de las causas nos siempre nobles del señor Rajoy.
Le pasó con su amigo y protector de su padre José Manuel Soria. elevado al rango de ministro del reino en su categoría de Comercio, Industria y Turismo, hijo de un naviero canario, con amigos e intereses en el sector turístico, dispuesto a aguantar impertérrito el saqueo de las eléctricas a sus clientes, del que los "Papeles de Panamá" desvelaron un turbio rastro familiar y personal en ese mundo de ficción empresarial que, a la postre, es ese país desgajado de Colombia e inventado por los  Estados Unidos para asegurarse el control del canal que une Atlántico y Pacífico en Centroamérica. Soria que había cumplido a plena satisfacción, gracias a su temple y su cinismo, con los planes del PP en los sectores bajo su influencia, no fue consciente de que el pasado, por más remoto que sea en el tiempo y la distancia, siempre se empeña en volver y aflora cuando menos falta hace. Gracias a la interesante filtración, convenientemente elaborada por un pul de periodistas internacional, de los archivos de un despacho de abogados panameño, especializado en esconder capitales, supimos que Soria y su familia tuvieron una empresa en el país del canal, destinada a escamotear los beneficios de sus consignatarias del fisco español.
Fue un golpe certero que desconcertó al gobierno y al propio ministro Soria. Tanto que, quizá con el fin de ganar tiempo, comenzó por negarlo todo, con el respaldo de su amigo Rajoy, sin saber que todo lo publicado por El Confidencial estaba "atado y bien atado", lo que permitió a los medios jugar al gato y al ratón con un cada vez más balbuceante José Manuel Soria que, al final, pillado en todas y cada una de sus mentiras, algunas infantiles, se vio obligado a dimitir por eso, por mentiroso,
Ahora nos enfrentamos a algo parecido con el responsable de la Fiscalía Anticorrupción, nombrado por el ministro Catalá con todos los pronunciamientos en contra para verter sobre el engranaje de la Justicia la arena de los intereses del tambaleante PP, para retrasar y entorpecer, si no evitar, que el partido de Rajoy se cueca en el jugo de su corrupción en los tribunales. Y ha pasado que, cuando nos tenía acostumbrados a verle permanecer impertérrito ante las críticas de sus subordinados, la prensa, la oposición y la ciudadanía, una información de Infolibre puso al descubierto la existencia de una sociedad familiar en Panamá, con la que los Moix ocultaban la propiedad de un chalé en la sierra madrileña, algo incompatible no sólo ética, sino también estatutariamente con la carrera fiscal. 
La actitud de Moix, tratando de dinamitar la información cuando estaba a punto de ser publicada filtrando una versión interesada al periódico de Pedro José Ramírez, primero, y saltando de excusa en excusa, cada vez más infantiles, después, ha dejado al fiscal al pie de los caballos y pendiente de dimitir o ser cesado quizá hoy mismo "para no perjudicar a la institución" ya de por sí perjudicada por sus arbitrarias decisiones, desde que, en el ámbito de Madrid, fue desmontando, uno por uno, todos los asuntos que afectaban al PP y sus dirigentes que caían en sus manos.
Moix, como buen fajador que es, podría haber aguantado el chaparrón de las críticas a su gestión, pero ese gancho, directo a su mandíbula de cristal, tan parecido al que dejó a Soria tumbado sobre la lona, va a acabar con él. Habrá que saber que suculenta bolsa le tiene preparada Rajoy, como intentó darle a Soria, para pagarle tan buenos servicios prestados.