martes, 18 de diciembre de 2018

FEITO EL PROVOCADOR


José Luis Feito, responsables del laboratorio de (malas) ideas de la CEOE acaba de descolgarse con una, la de que acabar con la austericida reforma laboral del PP, la que permite empleos de unas pocas horas a unos pocos euros y deja sin futuro a nuestros jóvenes, sería un empleicidio. Lo dice, claro, él que, con unos cuantos cargos y unos cuantos salarios o, como se dice de la "gente fina", unas cuantas retribuciones no parece pasar necesidades ni agobios, pues el día le da para arreglarse ese bigotillo "a lo facha" tan habitual en el franquismo, con el que hoy casi nadie se atreve.
Se ve que Feito no tiene hijos y, si los tiene, los tiene "colocados" en la senda de una vida fácil, con buenos empleos, cargos, incluso, y buenas retribuciones. Nada que ver con la vida de tantos jóvenes que después de superar una licenciatura o un grado se ven obligados a luchar con dragones o piratas en la siguiente "pantalla", la de los másteres, carísimos, que nada garantizan, pero que constituyen un trágala para todo aquel que quiera intentar, sólo intentar, vivir de sus conocimientos.
La reforma laboral que defiende Feito es la que ha llenado nuestras calles de mensajeros en bicicleta. a cuatro euros la entrega y a dos entregas por hora, sin tiempo siquiera para esperar a que el  receptor agradecido hurgue en su bolsillo a la búsqueda de esa propina que ayudaría a completar un sueldo ni siquiera suficiente, ciclistas con uno o dos títulos universitarios, condenados al pedal y al riesgo, porque el país en el que viven, el país que ha pagado con los impuestos de sus ciudadanos gran parte de su formación no es capaz de garantizarles una salida profesional y digna.
En mis tiempos, más o menos los de Feito, las cosas no eran así. Nadie nos regalaba nada, pero había siempre un horizonte más o menos lejano al que dirigirse. Hoy ese horizonte no existe. Ya no hay un mundo para conquistar, ya no hay sueños. Todo lo más malvivir hacinados en un piso con gente como ellos, que tiene que conformarse con llegar a fin de mes, con pagar la parte que les corresponde del carísimo alquiler de un piso en el que una habitación y un hueco en un sofá son ya un lujo.
Además, y por si fuera poco lo anterior, al señor Feito, el de la camisa impecable y el bigotito facha, no le gustan los relojes para fichar en las empresas, acabarían con las pequeñas y medianas empresas, dice. Para él es mejor la situación actual, la que permite que empresarios sin escrúpulos exploten a sus empleados mal pagados, forzándoles a hacer unas horas extraordinarias que las más de las veces no se llegan a cobrar, si no las hacen les ponen en la calle, y, si las cobran, las cobran tarde y mal, horas extraordinarias que se cumplen con la esperanza de consolidar un mísero puesto de trabajo siempre en el aire, siempre sometido a la voluntad del patrón.
A Feito no le gustan los sindicatos, como a nadie en la CEOE. Ellos prefieren a sus trabajadores solos y aislados frente a los caprichos o la codicia de sus jefes, los quieren maleables y resignados, sufridos y agradecidos ante cualquier migaja que "de buen rollito" tengan a bien concederles. Con la excusa de la crisis y el "sálvese quien pueda" que ha conllevado, los sindicatos han perdido peso y, sobre todo, prestigio, hasta el punto de haberse convertido en convidados de piedra en cualquier negociación, en la que se conforman con "salvar los muebles", dejando en el desamparo a todos estos subempleados, homúnculos con carrera, para Feito y sus amigos, siempre en la cuerda floja, siempre sin futuro. Aun así, que nadie se confíe, porque la capacidad de aguante del ser humano es limitada y, cuando nada hay que perder, ya nada importa.
Dicen que, en realidad, Feito es un provocador. Yo les digo que se ande con cuidado, porque quien azuza a las fieras por vencidas y cansadas que parezcan, se arriesga a llevarse, antes o después, un buen zarpazo.

lunes, 17 de diciembre de 2018

PRIETAS LAS FILAS


Si nos tomamos a molestia de hurgar en el pasado, incluso en el reciente, de Pablo Casado y su buen amigo, no lo digo yo, lo ha dicho él, Santiago Abascal. nos daremos de bruces con José María Aznar y todo su entorno, incluida la cazadora de cerebros, Esperanza Aguirre, tan encantada o más que el propio Aznar del giro que han dado los acontecimientos en el PP.
Tanto uno como otro, Abascal como Casado, son los hombretones del PP, los jóvenes impulsivos sin contacto con la realidad, sin ninguna ocupación conocida más allá de la política, gente acostumbrada a unos salarios y unos modos de vida muy por encima de las posibilidades de la mayoría de la gente de su edad o formación, que me temo, hablo de la formación, no es mucha y se circunscribe a lo conseguido a la sombra del partido.
Abascal, hijo del último alcalde franquista de Amurrio, reconvertido al partido de Manuel Fraga, AP. estuvo ligado a las asociaciones de víctimas del terrorismo, de la mano de la muy combativa María San Gil, y, tras una carrera meteórica, alcanzó en apenas tres años de militancia la junta directiva nacional del PP, donde pronto se colocó al abrigo de José María Aznar. Una carrera fulgurante, hasta que, ya con Rajoy en la Moncloa, por discrepancias con la línea del partido fue obligado a renunciar al escaño en el que debería haber sustituido a Carlos Iturgáiz, nombrado delegado del Gobierno en el País Vasco, en un momento en el que el PP Vasco había renunciado a las políticas intransigentes de San Gil. 
Demasiada renuncia para un temperamento tan ardoroso y ambicioso como el suyo, por lo que el hoy líder de Vox no dudó en dejar el partido al que debía todo, por ejemplo, un cargo, el de director de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad Autónoma de Madrid o el de director de la muy generosa, para él, Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social que únicamente contaba con dos trabajadores, uno de los cuales, con un sueldo de más de ochenta mil euros anuales era él. Así que, con el bolsillo dolido, dejó el PP y fundó su exitoso Vox.
Una estrategia que guarda alguna relación con la de su amigo Pablo Casado, que, en medio de la crisis de los másteres de la Rey Juan Carlos, acorralado, dio un paso al frente presentándose a las primarias del PP que, tras innumerables carambolas, le situaron como presidente del partido, apoyado por lo más rancio y más corrupto de la etapa Rajoy. De modo que, desde hace meses la voz del PP es la del locuaz Casado, un hombre que, como su protectora, Esperanza Aguirre, no duda en afirmar una cosa y la contraria, siempre que las consecuencias inmediatas de lo que dice, verdad o mentira, les favorezcan.
Así ha vendido como victoria personal lo que no ha sido, el resultado de las elecciones andaluzas, no ha sido más que una sonora derrota del Partido Popular, que, para gobernar en Andalucía como pretende. tendrá que pactar con Ciudadanos y, lo que es peor para su imagen, con Vox, el exitoso partido de su amigo Abascal.
Y en eso están ahora, reuniéndose discretamente, por sí mismos o mediante vicarios, en Andalucía, a la busca de un acuerdo que se convierta en un trágala para Ciudadanos, mientras el PP toma prestado de Vox, gran parte de su vistoso programa, a ojos de lo más montaraz del electorado, claro. Al fin y al cabo, una vieja estrategia, la de que, si no puedes vencer a tu enemigo o le temes, debes unirte a él. Por eso, el PP lleva esta semana a la sesión de control al Gobierno, los toros, la caza y las Navidades, aunque debe de tener cuidado, porque, tratando de perecerse a quien tiene a su derecha, puede acabar perdiendo a los que, qué ilusos, que el PP es un partid de centro derecha.
Quien peor lo tiene ahora es Ciudadanos, que, de tanto meter el codo en el barreño para ver si el agua ya no "quema", puede encontrársela helada cuando la necesite y ellos no tienen las raíces ni el pasado del PP y Ciudadanos que, ellos sí, perecen dispuestos de entonar el "prietas las filas".

viernes, 14 de diciembre de 2018

SALVINI A CABALLO



Vaya por delante que tengo reparos a la hora de escribir sobre Santiago Abascal y su partido, Vox, porque sospecho que ambos son de los que proclaman eso de "que hablen de mí, aunque sea bien", pero como cada vez está más claro que a la derecha española, PP y Ciudadanos hasta ahora, le puede la ambición y le puede hasta el punto de no dudar en acordar con el supremacista Abascal la "toma" del poder en Andalucía.
Estoy seguro de que muchos votantes de Ciudadanos y algunos del PP se harán cruces al ver cómo los partidos a los que han votado forman gobierno con el apoyo de un partido que, aunque se sirve de ella, desprecia la democracia, persigue a los inmigrantes, ofende a las mujeres, combate la libertad de información y respeta poco o nada el sistema que nos hemos dado. Lo malo, lo peor, es que con la misma convicción con que hoy se hacen cruces, mañana olvidarán el sonrojo y votarán de nuevo a los suyos, sin pararse a pensar en que, de su mano, habrá entado la ultraderecha en las instituciones.
Estoy seguro de que muchos de los que votaron, cansados de casi cuatro décadas de socialismo made in Andalucía, votaron lo menos malo para salir de ese bucle aparentemente eterno en que han vivido los andaluces, también estoy seguro de que muchos votantes de Podemos se quedaron en casa ante la perspectiva de que, otra vez, su voto se perdiese ante los "ascos" que unos y otros, PSOE y Adelante Andalucía" pudieran hacerse otra vez antes de firmar un acuerdo de gobierno. Tan seguro de su buena voluntad como de que se equivocaron.
De acuerdo con que su intención era buena, pero los resultados, ay los resultados, han sido nefastos, han abierto la puerta a quienes creíamos, presumíamos de ello, no tenían cabida en nuestro sistema, exactamente lo mismo que ha ocurrido en Italia, donde los nihilistas de las "cinque stelle" han metido en el gobierno a los fascistas de Salvini, un personaje que nada tiene que envidiar al mismísimo duce.
Ahora todos nos escandalizamos con el discurso inflamado, chulesco e injusto de Salvini, pero parece que obviemos que los negacionistas del sistema que se inventó el payaso Beppe Grillo han sido los que le han llevado al gobierno, dándole nada menos que el ministerio del Interior, desde el que niega el salvamento de inmigrantes náufragos y se ríe a mandíbula batiente de cualquiera de los derechos humanos.
No sé en qué acabará todo esto, pero parece claro que Ciudadanos se ha plegado a las condiciones de Casado y su "padrino" que, me temo, ni siquiera es Aznar y que se oculta en desiertos remotos ni en montañas lejanas, sino al otro lado de Atlántico, a la sombra de la Casa Blanca y sus "neocon", para quienes la meta no es La Moncloa, sino acabar con el sueño de una Europa unida y fuerte que sirva de contrapeso a la voracidad de los Estados Unidos y sus empresas. 
Nadie pone en duda el derecho al hartazgo de quienes se sienten defraudados por la izquierda, o lo que sea, que gobierna o puede gobernar, nadie. Lo que ocurre es que, de ese "yo voto a estos, que es lo que más les duele" o de la abstención decepcionada nace la fuerza de estos partidos que, como Vox, han llegado con fuerza y con recursos, al parecer ilimitados, para romper la democracia desde dentro.
Ya tenemos a nuestro propio Salvinii, el Salvini que cabalga los campos de Andalucía, y, si se queda, será más que por el apoyo de sus votantes por la falta de escrúpulos democráticos de Ciudadanos y el PP. Parece inevitable, aunque aún queda una carta por jugar, la de la abstención de los socialistas que, con la humildad y el saber perder que Susana Díaz aún no ha demostrado, aún podrían desactivar el ascenso de Vox. Si no, por el hueco abierto en Andalucía, el fascismo acabará volviendo a entrar en nuestras vidas.

jueves, 13 de diciembre de 2018

HACE FRÍO AFUERA



No daba crédito a mis oídos cuando ayer me enteré por Carles Francino de que la preciosa canción de Frank Loesser "Baby, it's cold outside", incluida en la banda sonora de "La hija de Neptuno", que ganó el óscar a la mejor canción en 1950, acaba de ser censurada casi setenta años después por la radio pública canadiense CBC, porque, según los oyentes que enviaron sus protestas, arrastrados por los de una emisora de Cleveland, aleccionados por las voces del "Me too", que ven en ella el preludio de una violación.
No daba crédito a lo que escuchaba y, además, me cabreé como posas veces y no sólo porque, si voy a Canadá, ya no podré escuchar en su radio pública una de mis canciones preferidas, sino porque, si seguimos por este camino, acabaremos por prohibir las representaciones de "Don Juan Tenorio", la le lectura del Antiguo Testamento y la mayoría de los clásicos de la Literatura Universal, comenzando por obras maestras como "Lolita" de Nabokob o el Decamerón de Bocaccio, para salvar sólo algunas plegarias, y no todas.
Estoy muy, pero que muy cansado, de sensibilidades heridas azuzadas en las redes, que como jureles o estorninos esconden su pequeñez, nadando en bancos descomunales o volando en bandadas de millares de individuos que simulan ser algo mucho mayor, una amenaza, que ponga en fuga a sus depredadores. No digo yo que las mujeres que lanzaron la campaña "Me too" lo sean, tenían razón y fueron valientes en sus denuncias, pero sí que entre sus seguidores hay demasiados estorninos.
Hace mucho tiempo que vengo diciendo a mis amigos que etiquetar lo políticamente incorrecto es quizá lo único políticamente incorrecto. Nos estamos dejando estrangular con preciosas corbatas y pañuelos de seda. Dejamos que nos los pongan al cuello, sin pararnos a pensar que, poco a poco, nos niegan el aire, no nos dejan respirar.
El domingo, camino de las cañas que solemos tomar a la salida del Rastro, a mi amigo Guillermo no se le ocurrió otra cosa que preguntarme por la campaña de los animalistas para que expresiones como "coger el toro por los cuernos" o "matar dos pájaros de un tiro" salgan del diccionario.  Naturalmente, la cosa me cabreó casi tanto como lo de ayer y me pregunté en voz alta "y después qué", porque por ese camino, insisto, vamos muy mal. Por ese camino vamos a conseguir que los "estorninos" y las cada vez más mal llamadas redes sociales, depositadas en empresas que, armadas de sus robots busca pezones, ciegos ante la violencia que ellos mismos contemplan enfermos o ayudan a difundir, se están convirtiendo en una especie de policía de la moral, su moral, que para sí quisiera el mismo Goebbels.
Conseguirlo es fácil. No hay nada como la simpleza, el blanco y el negro sin matices. Pocas verdades y muy nítidas. Dicho de otro modo, lo que hace falta es tener reglamentos, ese listado de cosas que se deben y no se deben hacer, que hay que aplicar a rajatabla y que permite, por ejemplo, difundir en la televisión, dentro del horario infantil, escenas sin censurar de una pelea a machetazos, cubriendo, eso sí, con pitidos las "palabras gruesas". Fariseísmo en estado puro para quien lo quiera comprar, que, por desgracia es mucha gente.
Poco a poco, con estas "micro censuras" nos empujan hacia la autocensura, que, como todo el mundo debe suponer es a peor de todas ellas. Pensad sólo una cosa: Gila que creció en el franquismo y le sobrevivió, hoy no tendría cabida en nuestro mundo y, si lo tuviera, viviría en peligro de ser puesto un día sí y otro también ante los jueces. Tenemos la piel muy fina, demasiado, y con tanta prohibición, tanta censura, tanta sensibilidad herida por nada, cada vez la tendremos más fina, mientras afuera hace frío, mucho frío, y necesitamos del calor de la creación en libertad que, como el mejor de los tesoros, tenemos que defender.

martes, 11 de diciembre de 2018

IN-COMPETENCIAS


Para bien o para mal, me llegó la madurez política en aquellos años en que se estaba constituyendo el estado de las autonomías, años, esos y los que les siguieron, en los que los distintos territorios que lo formaban peleaban con el gobierno central por el traspaso de las competencias, competencias que no eran otra cosa que los "cachos" de Estado que corresponderían a cada una de las autonomías, dicho de otro modo, el control de los impuestos, los hospitales, las escuelas, carreteras y un largo etcétera de servicios, entre los que no estaban las fuerzas armadas y, salvo dos o tres excepciones absolutas o formales, las fuerzas de orden público.
Las excepciones fueron por razones históricas y de fueros Navarra, Euskadi y Cataluña, ahora cuesta creerlo, pero, por ejemplo, a la hora de recibir a Josep Tarradellas el presidente de la Generalitat en el exilio, éste largo y de verdad, en su vuelta a Cataluña fue un mando de un viejo cuerpo de guardias forestales el uniformado encargado de rendir honores al president, porque no había en Cataluña mi en ninguna otra autonomía un cuerpo policial propio desde el fin de la Guerra Civil. Más adelante, con el avance de la conformación de ese estado de las autonomías Cataluña, Euskadi y Navarra tuvieron sus propias policías que fueron asumiendo competencias, entre ellas la de velar por el orden público, que, pese a las reticencias de la derecha y algunos nostálgicos, han venido ejerciendo con solvencia y con respeto a la Constitución, tanto a las órdenes de sus respectivos gobiernos como ejerciendo tareas de policía judicial.
Tanto la Ertzaintza como los mossos d'esquadra o la policía foral han cumplido, participando también en la lucha antiterrorista y asumiendo competencias incluso de Tráfico y lo venían haciendo con toral objetividad, que es lo que se espera de cualquier cuerpo policial, porque es mucho el poder que se deposita en sus manos, nada menos que el monopolio del uso de la fuerza. Algo que ha sido así hasta que, en medio de los sucesos ocurridos en torno a la proclamación de la efímera república catalana, los mossos d'esquadra comenzaron a sembrar dudas sobre su imparcialidad en determinados asuntos de orden público, por ejemplo, su participación en algunas irregularidades en torno al referéndum, ilegal del 1-O, el intento de quema en una incineradora de documentación comprometedora para algunos cargos del gobierno catalán o la colaboración, a título personal o institucional en la fuga de Puigdemont y otros cargos de la Generalitat.
Sin embargo, lo más grave ha sido la pasividad de los mossos en los graves incidentes vividos en las autopistas catalanas el pasado "puente" de la Constitución, en los que en ningún momento opusieron resistencia a que los activistas de los CDR abrieran los peajes o a que bloquearan durante horas la AP7, privando a miles de ciudadanos de la libertad de movimientos que la policía catalana debería haber garantizado, sólo horas antes de que los mossos y sus mandos hubiesen sido recriminados de manera vergonzosa por Torra y su consejero de Interior, en una nueva contradicción de las dos personalidades que parecen convivir en el president de la Generalitat, la de jefe de gobierno y la de responsable e instigador de la presión, a veces violenta, de los activistas de os CDR, en los que militan dos hijos de Torra.
Lo que pretendo decir es que en apenas unas horas, el místico y caricaturesco ayunante de la abadía de Montserrat se ha cargado el prestigio y la confianza de que gozaba un cuerpo policial al que está abocando a actuar "de parte", como si se tratase del ejército que, afortunadamente, Cataluña no tiene, poniendo al gobierno de la nación en el brete de tener que asumir el control de los mossos, bien a través de una nueva aplicación del artículo 155, suspendiendo temporalmente la autonomía, o en aplicación de la Ley de Seguridad Nacional.
En fin, la puesta en duda de una de las competencias del gobierno autonómico de Cataluña por culpa de un incompetente como Torra, marciano en el mismo Marte, al que los catalanes sensatos, que los hay incluso en el soberanismo, están tardando en relegar al baúl de los recuerdos.

lunes, 10 de diciembre de 2018

¿PARA QUIÉN TRABAJA TORRA?


Venimos de una emana, la que siguió a las elecciones andaluzas de la debacle socialista o, si se quiere, la debacle "susanista", una semana en la que la prensa y los analistas políticas despertaron, no sé si al crecimiento de Vox, con el que no parecían contar o, simplemente, despertaron y dieron de desayunar como reyes, televisiva y mediáticamente halando, a base de entrevistas, reportajes y programas monográficos, a la formación ultraconservadora, una semana en la que el president de la Generalitat, Joaquim Torra, como si la cosa no fuese con él, como si su reino no fuese de este mundo, como si sus hechos o sus palabras no tuviesen consecuencias, ha vuelto a soltar barbaridades por su boca, ha vuelto a tomar decisiones, como si los que dice o hace el presidente que debiera ser de todos los catalanes no tuviese consecuencias dentro y fuera de Cataluña.
Si la semana comenzó con el análisis de las causas de esa estrepitosa irrupción de Vox en el mundo del parlamentarismo español, la vuelta de la extrema derecha a los escaños y por decisión de quienes les han dado votos suficientes para ello, cuarenta años después de que lo hiciera Blas Piñar, análisis y alguna que otra encuesta que atribuyen como una de las causas fundamentales de la consagración de Vox como fuerza parlamentaria a la evolución del procés en Cataluña, algo que, por falta de simpatía o por falta de información se atribuye en gran medida a la gestión del gobierno socialista, como si los años de Rajoy no hubiesen proporcionado el caldo de cultivo imprescindible para la radicalización de sentimientos que se ha producido allí, como si las desproporcionadas cargas del 1-O, como si la aplicación, irremediable cuando se hizo, del 155 no hubiesen exacerbado los sentimientos hasta el punto de cegar a unos y otros y hacer cada vez más difícil encontrar una salida razonable al conflicto.
En medio de ese panorama y con una huelga de hambre de carios de los políticos presos por orden del magistrado Llarena, del Tribunal Supremo, al president Torra y a su conseller de Interior, Miquel Buch,  no se les ocurre otra cosa que desautorizar a los mossos d'esquadra que, cargaron en Girona, en respuesta a la violencia de los CDR, que, quizá atendiendo al requerimiento de Torra, que les pidió "apretar" en la calle, trataron de impedir por la fuerza una concentración de Vox, tan incómoda como provocadora, pero autorizada, una actitud infantil que no cabía esperar de quienes tienen a su mando a las fuerzas encargadas de mantener el orden en Cataluña, como si los mossos, que pagan todos los catalanes, independentistas o no, no tuviesen la obligación de garantizar los derechos de todos.
Quizá por ello, envalentonados y dando una de cal y otra de arena los CDR, el cuerpo de choque del catalanismo en la calles, se hicieron con el control de las autopistas, cortando durante quince horas una de ellas o levantando las berreras de los peajes, ayer, y lo hicieron ante la inacción de los mossos que, por las razones que fuera, no identificaron, mucho menos tocaron un pelo de "los niños" de papa Torra, mientras jugaban con las autopistas. 
Pues bien, por si no hubiese suficiente sustancia para el caldo, a Joaquim Torra, presiente de todos los catalanes no se le ocurre otra cosa que pedir a los suyos que se sacrifiquen para impulsar la llamada "vía eslovena" a la independencia, sin advertir, claro está, cómo iba a hacerlo, que la independencia de Eslovenia de la entonces Federación Yugoslava, proclamada unilateralmente por el territorio no sólo costó decenas de muertes y centenares de heridos, sino que encendió la hoguera de la guerra de los Balcanes que tanto sufrimiento y tantas vidas costó.
No sé si es eso, una guerra, lo que quiere Torra para Cataluña. De momento sólo insinúa sus graves consecuencias a las que se refiere como "sufrimiento", sin pensar en las víctimas que una cosa así acarrearía para los catalanes y no sólo para los catalanes.  No sé si no medita lo que dice o si, en caso de que lo medite, estamos ante uno de esos belicistas de los que tantos hubo el siglo pasado, a los que encanta mandar a los jóvenes al matadero. Él sabrá. Lo que no sé es qué hacen los catalanes, gente sensata o que al menos lo era, apoyando a un personaje tan incendiario como él que más parece trabajar para el líder de Vox y los suyos que necesitan sentirse agraviados para sacar todo su "ardor guerrero" y reventar la democracia por la fuerza o desde dentro. Por eso, repito, no sé para quien trabaja Torra, sabiendo como debería saber que, así, sólo acrecienta la fuerza de la derecha española. Tampoco sé por qué guardan silencio tantos catalanes sensatos, tan amantes de su patria como él, conocedores como son de las nulas posibilidades de hacerse realidad que lo que Torra pretende tiene. Para quién trabaja entonces ¿para Vox?

miércoles, 5 de diciembre de 2018

SUPREMACISMO Y COMPAÑÍA


Lo que más me sorprende de la estrepitosa entrada de Vox en el parlamento andaluz es que algunos se sorprendan como lo están haciendo. Es cierto que Vox ha conseguido doce escaños con los que casi nadie contaba en Andalucía, pero no es menos cierto que, en su lucha por parecerse a ellos, los partidos de la derecha "civilizada", cuánto tiempo sin adjetivar así a la derecha, han dulcificado los perfiles de un partido que, sin complejos, se siente orgulloso de encarnar todo lo que aborrecemos. Siendo cierto lo anterior, que antes de mostrar su cojera la derecha andaluza había presentado a Vox como el báculo que supliría sus deficiencias para llegar al palacio de San Telmo, no es menos cierto que los partidos de la izquierda, incluyo al PSOE, se habían dormido en los laureles de una batalla dialéctica y sólo dialéctica, en la que lo que primaba eran las frases bonitas, el acento andaluz y los dragones, mientras los de Abascal se vestían el disfraz que se han cosido con las insatisfacciones, reales o no de quienes nunca han contado para ellos, gente frustrada, con razón o sin ella, gente que busca soluciones tan simples como irreales, gente que se conforma con arremeter contra el culpable que les han señalado aquellos detrás de quienes se esconden quienes sólo pretenden servirse de sus miedos y sus fobias para, pasándose  por donde podéis imaginaros la Constitución y cualquier regla de convivencia que nos hayamos dado, hacerles servir de ariete contra cualquier avance en lo social o contra cualquier defensa de los colectivos tradicionalmente marginados.
No hay más que detenerse a estudiar el perfil de su candidato a la presidencia en Andalucía, un juez, Francisco Serrano, separado de la carrera judicial, empeñado en negar en sus sentencias los malos tratos psicológicos y dejar a los hijos de las parejas que pasaban por su juzgado en manos del padre, tan machote como él, un juez nada distinto del que firmó la sentencia de "la manada", una sentencia que, acaba de confirmar Tribunal Superior de Justicia de Navarra.
Esa es la filosofía de Vox, el supremacismo en cualquiera de sus formas, el supremacismo del hombre frente a la mujer, el que niega como en el caso de Serrano, los malos tratos y no duda en presentar al varón como víctima de las artimañas de la mujer que denuncia, el del hombre dueño del hogar, de la mujer y de los hijos, el supremacismo del hombre blanco y católico que trata de imponer sus reglas y sus creencias a quienes vienen de fuera a trabajar en sus campos, bajo los plásticos asfixiantes de los invernaderos, subidos a los andamios de la construcción o limpiando la basura de nuestras calles, colgados de los camiones o empujando un carro con pala y escoba, el supremacismo de esas familias  que tienen a sus mujeres de criadas por un sueldo miserable y no quieren verlas, ni a ellas ni a sus niños, por las calles, en los parques o en los colegios a los que acuden sus hijos.
Supremacismo injusto y cruel que justifican en el miedo, qué paradoja, a que toda esta inmigración que viene a nuestro país cambie nuestras costumbres, supremacismo de quienes quieren cerrar las mezquitas y están dispuestos a defender a "cristazos" el territorio. Supremacismo de quienes claman su "Los españoles primero", pero no están dispuestos a enterrarse en vida en los invernaderos ni a subirse a los andamios o tocar las basuras que ellos mismos generan. Supremacismo de quienes no se atreven a proclamar el "yo primero" que realmente les mueve, supremacismo de quienes dicen que defienden una religión y unas reglas que ni respetan ni practican. Supremacismo que en poco o en nada se diferencia del de los "caballeros" del Ku Klux Klan, al sur del sur, que no dudaban en matar y quemar como a perros a los que explotan.
Supremacismo de quienes podrían formar parte de un gobierno del PP en Andalucía, como ya les ha prometido Pablo Casado y mantiene en ascuas a Ciudadanos, supremacismo que nos iguala ya con la peor Europa, la que parece empeñada en repetir los errores que llevaron al fascismo, supremacismo que llevó a Trump a la Casa Blanca, supremacismo que ya se ha adueñado de Dinamarca, donde la coalición que gobierna se dispone a encerrar en una isla a los extranjeros "indeseables". Supremacismo que decimos odiar y que, sin embargo, viene muchas veces de nuestra mano.

martes, 4 de diciembre de 2018

LA SOBERBIA DE SUSANA


Escucho s Susana Díaz y me perece oír al Felipe González que gano por los pelos a José María Aznar las elecciones del 93, las últimas que ganó. Repite aquel ”he tomado nota" que tan poco le duró en la conciencia, porque, como si la nota sobre los errores cometidos la hubiese escrito con tinta invisible, poco o nada tardó en repetirlos. Veo a Susana Díaz como un clon de aquel Felipe en decadencia y me echo a temblar, porque, al final, lo que me ha quedado de aquel joven presidente al que admiré es la soberbia, la enorme soberbia de quien cree que no es él el equivocado sino los ciudadanos que fueron o no fueron a votar.
La todavía presidenta ha hecho ya lo que mejor hacen los políticos, retorcer los resultados,  hasta que las cuentas les den la razón que las urnas le han negado y, convencida de que muchos andaluces, unos setecientos mil entre los que habían votado al PSOE y Podemos, esta vez se quedaron en casa, quiere saber por qué lo hicieron, sin pararse un minuto a pensar qué hizo o no hizo ella para que decidieran mantenerse lejos de las urnas.
A Susana Díaz le cuesta admitir los errores y, mucho más, dar explicaciones. Aún estoy esperando oírla pedir perdón por su "golpe de estado" en Ferraz, por aquella "ocupación" de la ejecutiva del PP al margen de la militancia que luego revirtieron las primarias. Estoy esperando que lo pida ella y que lo pidan sus "palmeros" que los tiene y muchos, entre ellos el propio González.
Le cuesta mucho pedir perdón y poco o nada encontrar excusas y ya parece haberlas encontrado en la crisis creada por el "procés" en Cataluña, una excusa que, de todas, es la que mejor puede redirigir contra ese Pedro Sánchez que aún tiene atragantado, porque consiguió acabar, militante a militante, con el aparato que barones y elefantes de cementerio habían montado contra él.
Dice Susana Díaz que se equivocó al no sacar a pasear el asunto catalán en la campaña, como si fuese decente el silencio ante el enconamiento de los otros contra los intentos de normalización del clima político llevados a cabo por sus compañeros en la Moncloa. De nuevo el mismo error de siempre, ese no querer explicar las cosas, quedándose en el ruido, en los mensajes simplistas, que conduce a ese nacionalismo español, tan odioso o más como el catalán. Cree la vencedora y derrotada Susana Díaz que tiene todo el derecho a seguir gobernando Andalucía. Quizá lo tenga, pero, aun teniéndolo, lo que no tienen son los apoyos para ganarlo en el parlamento, porque, sume como sume, incluso obteniendo los votos de Podemos, nunca superará la suma de los del PP, Ciudadanos y Vox, la marca sucia del PP.
Qué hacer, pues, para evitar el gobierno de la derecha y, sobre todo, la influencia del fóbico Vox en la próxima legislatura. Probablemente, lo que queda es hacer política y evitar, de los males, el peor, lo que queda es dar la alternativa a la más moderada de las derechas y, si ésta acepta su apoyo, activo o no, dejar a un lado al PP y su retoño Vox. Quizás fuese esa la solución, la de dar a Ciudadanos el apoyo externo que ella recibió de Ciudadanos y cortar así el paso la triple alianza de la derecha a San Telmo.
Pero, para que eso fuese posible, sería precisa una cura de humildad de la todavía presidenta, una cura de humildad que la llevase a echarse a un lado para que otros asumiesen la inteligencia y la mano izquierda necesarias para dar con la salida, evitando así convertir Andalucía en laboratorio de las derechas, porque quienes tenemos memoria, aun recordamos que la comunidad valenciana, hasta que Joan Lerma la perdió, fue un feudo de la izquierda, convertido después en campo de pruebas de la ruinosa privatización de la Sanidad, área de demoliciónd e la enseñanza pública en favor de la concertada y granero de la corrupción. De modo que, en estos tiempos revueltos, tan faltos de amor y sobrados de navajas, al menos en política, lo mejor es recordar que todo vale, menos la soberbia y Susana tiene mucha.


lunes, 3 de diciembre de 2018

A POR ELLOS Y SIN COMPLEJOS


Una cosa que enseña la vida, más si la has vivido desde la atalaya del periodismo, es que nada existe hasta que se le pone nombre. Pues bien, eso es precisamente lo que acaba de ocurrir con la extrema derecha en España, que ha pasado de ser una especie de niebla que amenazaba en el camino, pero a lo lejos, a materializarse en una marca electoral exitosa, la de VOX, que, unos y otros hemos colocado en un lugar, si no destacado, sí demasiado visible del mapa electoral de este tan desorientado país. 
Desde los años de la "Zona Nacional" y el “cara al sol” y el brazo en alto  "por cojones", al menos en Madrid, los años en que los nostálgicos del franquismo, todos unidos, sólo fueron capaces de conseguir un escaño en el Congreso, que fue para Blas Piñar y su Fuerza Nueva, desde entonces, la extrema derecha española, la del odio, la regresión y la xenofobia no había vuelto a sentarse en el palacio de la Carrera de San Jerónimo.
Han sido muchos años, casi cuarenta, casi los mismos que el PSOE ha gobernado en Andalucía, años en los que esa extrema derecha, esos simpatizantes del orden a su manera, de marinar en testosterona los discursos y las decisiones, han vivido camuflados en el Partido Popular, al que les llevó, en espera de tiempos mejores, Manuel Fraga, ministro que fue de Franco, retratado para la Historia cientos de veces con la guerra blanca y la camisa azul del movimiento y sentado a la misma mesa del Pardo en la que se daba el visto bueno a las ejecuciones ante el pelotón de fusilamiento o por garrote vil.
Ayer, en Andalucía, miles de votantes parecieron haber olvidado o, lo que es peor, dar por bueno todo eso que, en el recuerdo de mucho de nosotros suponía una barrera que nunca creímos que nadie fuese nunca a cruzar. Pero ayer, en Andalucía, se cruzó, dando doce escaños a los partidarios del odio a todo lo diferente, los partidarios de la intolerancia, de la xenofobia, de la homofobia, los que abolirían si pudiesen las leyes que persiguen la violencia contra las mujeres o las que tratan de restaurar lo que ven como un anatema, un peligro mortal: la memoria, porque qué sería de ellos si todos tuviésemos memoria, si recordásemos lo mal que nos ha ido siempre con los suyos.
Nadie lo creía posible, pero ya están aquí y han venido, parece, para quedarse, porque, al menos así lo creen ellos, esto es sólo el principio de la triste "reconquista" que se han propuesto, la de todos sus privilegios de clase y de género, a costa de nuestros derechos, conquistados con tanta lucha y tanto dolor. Sin embargo, no seré yo el que critique la decisión de los andaluces que les han votado. Más bien, mi crítica va contra los partidos políticos, de Podemos al PP y de los medios de comunicación, que son quienes, agitando su fantasma, como una especie de conjuro, son los que los han traído hasta aquí.
Ese Ferreras, impagable para su causa, que, con las horas y más horas dedicadas a Vox y sus líderes o a los líderes de otros partidos hablando de Vox, les ha hecho la campaña, les ha puesto en el mundo a cambio de subir la audiencia, que parece confundir la información con el espectáculo, y de todos es sabido que también hay cine de terror y que gusta. Esperemos que lo de Vox, lo que comenzó con esa cobertura desmedida y desenfocada de los sucesos del 1-O, lo que se venía anunciando con el tráiler, el avance, de aquel triste y vergonzante "a por ellos", seguido de la magnificación de os excesos, que fueron muchos, de unos y otros y que ha conseguido levantar un muro entre la mitad de los catalanes y el resto de España, que hoy parece insalvable.
Todo esto, unido a el "tronío" y la inconsistencia de Susana Díaz, que debería pensar ya en dejar la Secretaría General del PSOE, incapaz de hablar de otra cosa que no sea el victimismo, a veces justificado, pero no siempre, de los andaluces, incapaz también de hacer propuestas consistentes para una población, la andaluza, castigada secularmente, pero capaz, como todas, de levantarse con algo más que romerías, procesiones  y "acento", incapaz de acercarse a Teresa Rodríguez y viceversa, de dar una alternativa conjunta de la izquierda, de la que tan necesitada está la comunidad que hasta ahora gobernaba, estamos en el derecho de pensarlo, por inercia.
Culpa también del PP y Ciudadanos, los reyes del todo o nada y del veto que luego, si conviene, ya no es tal, que, en los últimos días de campaña, quizá por culpa de quienes escribimos o informamos sobre ellos, han agrandado el papel y las posibilidades de Vox, hasta convertirlas en una realidad. Lo cierto es que el "A por ellos” de los más cerriles, bendecidos, eso sí, por quienes convierten un lazo, del color que sea, en "lo único", o el "sin complejos", tan de Pablo Casado y su siniestro mentor, el fantasma de Aznar, ya están aquí. Ahora y de todos depende, esperemos que no sea para quedarse.

jueves, 29 de noviembre de 2018

EGOÍSMO IRRESPONSABLE SOBRE DOS RUEDAS


Tengo un padre anciano, con noventa y cinco años a sus espaldas, que todos los días sale a pasear una o dos veces, y yo mismo tengo serias dificultades de visión, una retinopatía diabética, que, como consecuencia del tratamiento que me ha salvado una pequeña parte de la visión, me ha privado de la visión periférica, de modo que sólo veo, y no del todo bien, lo que tengo delante de mí, no lo que ocurre a los lados, arriba o abajo, una limitación, os lo aseguro, mucho más seria de lo que parece.
Os cuento esto, con una cierta impudicia, para que lleguéis a entender mi hipersensibilidad hacia esos nuevos "medios de transporte", basados en la innovación, el esnobismo, el desprecio a leyes y normas y una gran dosis de egoísmo 
Me refiero, claro está a los patinetes, las motos y las bicis que, con motor eléctrico, permiten cruzar la ciudad sin una gota de sudor y, lo que es peor, sin ruido vehículos muy peligrosos, no sólo para quien los utiliza, sino, especialmente, para quienes, ante la falta de interés de las autoridades, tenemos que compartir aceras y espacio con ellos que, en el mejor de los casos, cuadruplican la velocidad de un peatón, conducidos, además, por individuos que no han superado ninguna prueba para ello, que no están identificados y que pretenden lo mejor de los dos mundos, huyendo de los peligros del tráfico a costa de trasladarlos a las aceras.
Nadie que no haya sufrido el embiste de uno de estos "cacharros" puede imaginar el daño que puede causar una masa de más de sesenta kilos a treinta, si no más, kilómetros por hora. Lo mínimo que pueden causar es la caída del peatón y las aceras están llenas de obstáculos, bancos, escaparates, árboles farolas o papeleras, contra los que la víctima sería lanzada con toda la inercia que le transmite el "cacharro" que les atropella. Ayer supimos de la muerte de una anciana en Cataluña, atropellada en agosto por uno de estos patinetes mientras paseaba con su andador, como cada día, por la rambla de su barrio.
Seguro que, a sus noventa años, obligada a pasear con su andador, esa mujer no podía imaginar que iba a morir a causa de un accidente de "tráfico", menos que iba a ser atropellada por un patinete raudo y silencioso. Pero fue así. La desidia de las administraciones que no nos protegen, con reglamentos, vigilancia y sanciones, del egoísmo irresponsable de quien los "conduce" y de la codicia de empresa que se aprovechan, sin el más mínimo escrúpulo de los vacíos que deja la ley y que, por si fuera poco, reciben los beneficios de su inversión muy lejos de las ciudades que, como las nuestras, hace tiempo "colonizan".
Primero fueron las bicis, que, aprovechándose de la inversión realizada por los ayuntamientos en la movilidad y accesibilidad de las sillas de ruedas, las carretillas de los repartidores o los carritos de los niños, convirtieron nuestras aceras en su particular calzada, cuando no pista de carreras, en la que ya no hay que poner el pie en tierra para cruzar las calles transversales y en la que alcanzan velocidades impensables entre el tráfico, eligiendo, además, el lado de la acera por el que sube, con o sin sol, y el sentido de la marcha, sin atender a normas, mucho menos a la prudencia o la cortesía.
He visto a estos ciclistas espantando ancianos, a padres con un pelotón de niños detrás, a padres, en la acera o la calzada, en patinete con su niño de apenas tres o cuatro años, mochila incluida, en medio del tráfico de calles importantes como la madrileña de Bailén, en la que coches y autobuses alcanzan velocidades superiores incluso a las autorizadas. Y, lo que es peor, los he visto pasar, a veces, delante de las narices de los municipales.
Eso, en cuanto a esos pequeños cachivaches motorizados cuando están en movimiento. Pero no para ahí la cosa, porque, gracias a la falta de respeto y al egoísmo, permitidme que insista, de sus usuarios, también parados son, no sólo una molestia, sino, también, un peligro, capaz de enredarse en los pies de un anciano, de hacer caer a un invidente, de impedir cruzar semáforos con seguridad o de obligar a saltar sobre ellos a los pasajeros de un autobús cuando son abandonados en sus paradas. 
Los he visto y fotografiado tirados en medio de la acera, atravesados en ella, bloqueando el paso a la salida de un portal, o, como podéis ver en la foto, impidiendo el uso del mobiliario urbano. No creo que lo que yo veo, en la calzada o en las aceras, parados o en movimiento, no lo hayan visto las autoridades o la policía que pagamos todos. Ayer nos enteramos de la muerte de una anciana que, me temo, no fue la primera ni será la última víctima, sin que sepamos, al menos tanto como quisiéramos, de multas ni sanciones, a las empresas o a los usuarios. Por eso creo que ya es hora de que alguien ponga coto a tanto egoísmo irresponsable sobre dos ruedas.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

A LA CAZA DE BORRELL


Quién no ha visto en una de esas tediosas sobremesas que a veces tenemos cualquier documental en el que se muestran las técnicas de caza de los felinos, basadas casi todas en dispersar la manada que pace, más o menos tranquila, en la sabana, acosándola una y otra vez, haciéndola correr de un lado para otro, hasta conseguir aislar a uno de los miembros de esa manada, el más cansado, el más enfermo, se quede sólo y aislado, a merced de sus garras y dentelladas. La técnica es tan cruel como eficaz y las más de las veces funciona, aunque, en ocasiones, la víctima saque fuerzas de donde no parece tenerlas y alguno de los cazadores acaba volteado y por los aires.
La técnica, que tiene su lógica, se repite también entre los humanos y en muchos ámbitos. Es la que utilizan los maltratadores, aislando a su pareja, su víctima, de familiares y amigos, para, una vez a su merced, humillarla, someterla, anularla y quién sabe si "castigarla" hasta matarla. Pero ese acoso no es exclusivo de quienes no respetan la libertad de su pareja. También se emplea esa técnica en el mundo de la política, en el que demasiado a menudo se busca el flanco más débil del rival a abatir, el miembro del grupo que muestra una tara o un pecado, para concentrar en él los ataques que no buscan otra cosa que acabar con el grupo o, en todo caso, su líder.
Acaba de ocurrir, está ocurriendo, con él ministro de Exteriores, Josep Borrell, quien, como él mismo reconoció en sede parlamentaria, ante quienes ahora le acosan, exigiéndole las explicaciones que ya dio y la dimisión que entonces no le pidieron, simplemente porque estamos en campaña electoral, en Andalucía, pero en campaña, y piensan que estaría bien poner el cadáver, político, de Borrell a los pies de los electores.
Está, por otro lado, el carácter del ministro, poco o nada simpático, capaz de la mayor de las iras cuando se indigna, especialmente cuando está sinceramente convencido de tener razón y poco o nada prudente en esas circunstancias, pese a quien pese y pase lo que pase. Una forma de ser poco práctica que, sin embargo, no puedo dejar de admirar porque, de alguna manera, yo mismo soy un poco como él, aunque sin la experiencia ni la formación que todos, hasta sus enemigos temen y admiran en él, por eso no sé si creo o deseo que Borrell no desfallezca y que sus acosadores no se salgan con la suya, sacando de Exteriores al ministro que ha devuelto a nuestro país al mapa de las relaciones internacionales, dándole, por ejemplo, el peso que merece en Europa-
Sería muy triste que quien desmontó punto por punto y con datos, históricos y actuales, los mitos sobre los que el independentismo catalán estaba fundamentando sus aspiraciones tuviese que dimitir por haber perdido los nervios ante el último show de Rufián, un show, en el que, a sabiendas de que no era cierto o por pura estulticia, el diputado de Esquerra le acusó de ser el ministro más indigno de toda la democracia española, en la que han sido ministros personajes como Fraga, Barrionuevo o Rato, algo tan injusto y sorprendente que acabó descolocando al ministro, llevándole a confundir el mal gesto que un diputado le hizo, bufido incluido, con un salivazo, un error que tuvo que "comerse" en soledad, porque a su grupo y su gobierno no le interesaba tanto como a ERC, que tenía mucho que hacerse perdonas ante sus electores, tensar las relaciones con los republicanos catalanes.
Del mismo modo, creo que no es justo exigir, como hacen Ciudadanos y Podemos, la dimisión del ministro que ha sacado la negociación del estatus de Gibraltar de las competencias exclusivas del Consejo Europeo después del Brexit, para devolverla al ámbito bilateral, sobre todo por la venta de unas acciones de la empresa de la que era consejero, por valor de 10.000 euros, valiéndose, dicen, de información privilegiada, operación que le ha supuesto una sanción de 30.000 que no quiso recurrir, porque la última decisión correspondía a una compañera de gobierno.
Sería triste y absurdo forzar su dimisión por asuntos aparentemente resueltos y no creo que sus adversarios lo consigan, porque la caza que han emprendido no es asunto fácil, porque Borrell, que, como cualquiera, puede equivocarse no es una tierna gacela desorientada abandonada por su manada.

martes, 27 de noviembre de 2018

NO EN NUESTRO NOMBRE


Es difícil no sentir un escalofrío al contemplar la foto del encuentro, fortuito o no, entre el jubilado o dimitido, aún no lo sé, rey Juan Carlos y el príncipe Mohamed Bin Salmán, heredero y gobernante en el reino de Arabia Saudí, una tenebrosa monarquía medieval que subsiste en pleno siglo XXI bajo el sol del desierto, rebosante de petróleo, gracias al cinismo de los países occidentales y sus más que hipócritas gobernantes.
El escalofrío es aún mayor si caemos en la cuenta de que las manos de uno y otro están unidas en ese gesto tan de la cultura árabe de tomar las manos del otro, manos, en el caso del príncipe Mohamed, manchadas, según la CIA, con la sangre del periodista, Yamal Khashoggi, secuestrado, asfixiado y descuartizado en el consulado de Arabia en Estambul por agentes llegados de Riad, días después de que el príncipe expresase su deseo, en este caso una orden, de acabar con él, molesto disidente, y de que la víctima recibiese garantías de que nada le ocurriría si traspasaba la puerta del consulado, al que acudió para un trámite necesario para su proyectado matrimonio.
Las manos del mismo rey que nos representa y nos ha representado tantas veces en el mundo, entre las de quien está detrás de uno de los crímenes más espantosos de este siglo, un crimen más propio de la más sanguinaria de las mafias que implicaba un mensaje a los súbditos del tirano saudí: "si estás contra mí, no hay lugar seguro en todo el mundo para ti".
Por una extraña carambola, la paranoia por la seguridad y el espionaje que salpica este siglo ha sido la que ha permitido reconstruir, minuto a minuto, la tragedia de quien confío en quien no debía y la de su novia angustiada ante el temor de lo que finamente ocurrió.
No creo que Juan Carlos Borbón y quienes le rodean, con sueldos pagados con nuestros impuestos no estuviesen al tanto de este horrible episodio, como tampoco creo que el jubilado, enamorado del olor a gasolina y de todas esas otras cosas que rodean el espectáculo de la Fórmula 1 descartase cruzarse con el príncipe sanguinario. Por qué, entonces, ni él ni sus asesores lo evitaron. Más aún, por qué, en lugar de hacer "desaparecer" las pruebas del encuentro, fue el propio ministerio de Exteriores español el que publicó en su web la foto.
No tengo respuesta para esas preguntas. No sé si uno y los otros lo hicieron tan mal, tan bien para la deseable transparencia, por torpeza o por desidia, pero el caso es que todos los españoles, defensores de la monarquía o no, nos hemos visto dando nuestras manos a un presunto asesino, sin que nadie nos haya pedido permiso ni disculpas, porque, de momento, el rey, los reyes, encarnan la representación de los ciudadanos españoles y tanto él, ellos, como quienes les asesoran deberían evitarnos ese mal trago, esa iniquidad.
Estoy esperando que Juan Carlos Borbón se disculpe y que los partidos, todos, se lo exijan. Hace ya tiempo que muchos españoles no creemos en los reyes, ni en estos ni en los magos, lo que no empece para que seamos conscientes de que siguen ostentando esa representación ante el mundo y no es de recibo que las manos de "nuestro" rey emérito sean las primeras de un mandatario, o lo quiera que sea, occidental que caen entre las de ese asesino, para quien fronteras o diplomacia no suponen límite alguno a su tiranía y crueldad.
A Juan Carlos Borbón no le basta con decir que lo siente mucho y que no volverá a ocurrir. Eso ya lo hizo hace tiempo cuando se rompió una cadera y el prestigio en un safari. Ahora tiene que explicar por qué no evito tan nefasto encuentro, porque, lo hiciese por lo que lo hiciese, no lo pudo hacer en nuestro nombre y porque esas manos que estrechó estaban manchadas de sangre.

lunes, 26 de noviembre de 2018

LOS PERROS DEL FÚTBOL



Llevamos ya dos fines de semana asistiendo al lamentable espectáculo de contemplar, aunque sólo la veamos en nuestro televisor, una ciudad entre asustada y sorprendida por la violencia ligada al mundo del fútbol, violencia consentida, cuando no provocada, por los clubes y los medios de comunicación, especialmente las radios y televisiones, en las que, porque el morbo y la violencia verbal dan mucha audiencia, se está copiando el modelo argentino de la exageración y el insulto constantes, la cerrazón y el "becerrismo" de quienes son contratados, no por su conocimiento del deporte o por su capacidad de análisis y verbo acertado, sino por su ceguera y su incapacidad de control sobre lo que se dice ante la audiencia y por su capacidad, a veces, para fingir que son incapaces de controlarse.
Es un juego perverso éste de azuzar a los perros, esperando que luego, a una voz, esos perros con los ojos en sangre y la boca llena de espuma, fuera de sí, se den la vuelta para volver mansos junto a su amo a esperar la siguiente orden.
A veces los perros se descontrolan y, ciegos de ira, olvidan por qué y para qué combaten. Entonces se vuelven indomables y se revuelven contra el amo. Eso es lo que ocurre en el fútbol, donde resulta ya difícil acudir a un partido sin sentir miedo al acudir a el estadio o al salir de él, sin que, parece, haya nadie capaz de impedirlo.
Hay, estoy cansado de ello, quien elogia la capacidad de "la grada" de un estadio de asustar al rival. De todos es conocido el famoso "miedo escénico" acuñado por Jorge Valdano, para explicar el efecto que produce en sus rivales la presión de decenas de miles de seguidores del Real Madrid, rugiendo o silbando como un solo hombre al rival de turno y ya no es extraño, ni parece que amonestable, que el entrenador del Atlético de Madrid, Cholo Simeone, "eche" una y otra vez a su público encima del "otro", a veces pienso que encima  de los árbitros también cuando quedan sólo minutos para el pitido final y el resultado le favorece o puede cambiar a su favor.
En Argentina, donde, como aquí a veces, el estadio es el lugar donde se subliman casi todos los odios, los amores y, en general, casi todas las frustraciones, ese deporte ha servido a muchos, para su mal, echar fuera los demonios que la carestía de la vida, el par, las sucesivas devaluaciones, los corralitos e, incluso, el dolor y el pánico de dictaduras y guerras tan absurdas como innecesarias, teniendo en cuenta que, que quede claro, ninguna lo es.
En argentina están acostumbrados al ruido y a tomar las calles, el peronismo entrenó y sacó partido a las masas, tanto en el gobierno como en la oposición, del mismo modo que, en casi todo el mundo, la ley que debería regir para todos parece quedarse fuera de las inmediaciones de los estadios, donde lo que sería delito fuera, pasa a ser pasión o "amor a los colores".
En este país, como en tantos otros, los niños tienen antes el carné de socio del equipo de su padre o de un tío, antes que el de la biblioteca pública del barrio, un país donde los niños van en brazos de su padre a llorar o gritar con la suerte mala o buena de "su equipo", un país donde la educación que, a trancas y barrancas, reciben en el colegio o en casa entra en contradicción con lo que ven y oyen en el estadio, un país donde en muchos hogares no hay dinero para libros, pero sí para entradas y abonos para el estadio.
Y, si aquí es así, imaginaos en Argentina, donde hace tiempo, como aquí, las mafias se han hecho sitio en las hinchadas de los equipos, entre otras cosas, porque a las directivas les interesa tener su propia "fuerza de choque", sus perros de pelea, a los que, como os decía al principio, no siempre se les sujeta a tiempo, porque, para gente con el cerebro tan saturado por el fútbol, resulta difícil dejar de hacer aquello que se le ha aplaudido tantas veces. 
Si no queremos que se reproduzcan en Buenos Aires o cualquier otro sitio los incidentes de este fin de semana, hay que atar a los perros del fútbol i impedir, incluso, que se reproduzcan. Si no se hace, cualquier cosa puede pasar.

viernes, 23 de noviembre de 2018

JUSTICIA MACHISTA HASTA EL ESCARNIO



En mi saludo cotidiano a los amigos y no tan amigos de Facebook, recordaba hoy "El preso número nueve" aquella vieja canción mexicana recuperada por Joan Báez en los sesenta y que aquellos que tenemos ya "una edad" hemos cantado alguna que otra vez, en torno a unas litronas y a ese amigo o amiga que tocaba la guitarra, yo nunca fui capaz, una canción que por paradójico que parezca estaba en el repertorio de "la progresía" de entonces.
Hoy, después de tantos años, me espanta esa historia que nos habla de un preso, el número nueve, al que van a ajusticiar por haber matado a su mujer y al amigo con quien le era "infiel". El preso, con un pie en el cadalso defiende lo que hizo ante el cura ante el que no se arrepiente del crimen que va a pagar con la vida, porque sabe que "allá en el cielo, el juez supremo le juzgara" y asegura que, si vuelve a nacer, los vuelve a matar.
Escuchándosela a Joan Báez esta mañana me horrorizaba ante la frialdad con que la canción narra esta historia en la que las víctimas no tienen voz ni razones, en la que, por el contrario, el preso está seguro de ser perdonado allá en el cielo y, aunque no lo dice, de haber matado a la pareja atendiendo, si no a la justicia de los hombres, está condenado a muerte, si a la de dios. Menudo panorama. Menos mal que, mucho o poco, algo hemos cambiado y, al menos a mí, me horrorizan todas estas canciones que ensalzan a los supremacistas masculinos que consideran a las mujeres poco más que mascotas o ganado al que no se le reconocen sentimientos, si no son los comprometidos ante un cura en un altar.
Han pasado muchos años y ha sido mucho lo que hemos avanzado, aunque parece que curas y jueces y menos mal que no todos poco o nada se han movido desde los tiempos de la canción. Se ve que las togas y las sotanas pesan a la hora de caminar hacia adelante, porque escuchando o leyendo homilías y sentencias a uno le parece estar en otro siglo o en otro planeta. Un planeta y un siglo exclusivo para los hombres, en el que las mujeres van a llevar siempre las de perder.
No hay más que repasar algunas sentencias que hemos conocido esta semana. Sentencias en las que la mujer, por serlo, tiene que resistir hasta la muerte a la brutalidad de un hombre, sea marido o no, para acreditar que ha sido víctima de una violación, unas sentencias en las que, porque él desistió de seguir apretando el cuello de su víctima, al borde ya de la asfixia, y pese a haberla acuchillado, lo suyo sólo merece diez meses de prisión, porque no fue tentativa de homicidio, sino maltrato ocasional
Vivimos en un planeta y en un siglo en el que en un país presuntamente civilizado y presuntamente democrático, en función de dónde una mujer o un hombre sean víctimas de una violación tiene que acudir antes a comisaria a denunciar que a un  hospital  para ser atendida y ya sabemos el interés que ponen en algunas comisarías en atender las denuncias, un sindiós que se produce en Madrid, donde no respetar ese absurdo protocolo puede llevarla a que la denuncia nunca sea atendida.
No quiero ni imaginar que hubiese sido de la víctima de la despreciable "manada" de Pamplona si su violación grupal hubiese sucedido en Madrid y hubiese acudido a un hospital para ser atendida. Sólo no haber caído en las manos del juez Ricardo González, ponente de la sentencia de su caso, de otra en las que absolvió a un hombre acusado de abusar de su hija, menor de edad, porque, pese a los hechos demostrados, la niña no se mostró incómoda. Una joya de magistrado este Ricardo González, también ponente de la sentencia en la que se consideró maltratador ocasional a quien acuchilló y a punto estuvo de estrangular a su mujer delante de sus hijos.
No me cabe duda de que al “preso número nueve”, el de la canción, el magistrado Ricardo Gonzáles le hubiese absuelto, como no me cabe duda y no me cabe de que es a causa de prejuicios y rémoras nacidas de la religión, la católica en nuestro caso, de que la justicia española, en ocasiones, demasiadas ocasiones, es machista y lo es hasta el escarnio.

jueves, 22 de noviembre de 2018

DINAMITEROS


Son una nueva raza, son, por lo general, jóvenes, dominadores de las redes, tuiteros de dedo fácil, acostumbrados a resumir la vida en ciento cuarenta caracteres, en frases sin pasado ni futuro, muy vistosas, impactantes y capaces de desatar una galerna, silenciando bares con la tele encendida, para, a continuación, remover el fondo de las conversaciones, sacando lo peor de cada uno.
No son irresponsables, pese a lo que piensan muchos. Hacen lo que hacen perfectamente conscientes de las consecuencias y son, precisamente, las consecuencias lo que buscan. Son los dinamiteros de la política, los que se encargan de volar los puentes, de echar abajo aquello que, quizá demasiado tarde, cuando es evidente la metedura de pata, se considera erróneo. Van armados de su teléfono móvil y de toda la adrenalina que son capaces de soportar y, a cada minuto, se lanza a las redes sin red, en busca del terremoto y el consiguiente tsunami que, saben, provocará su ingenio.
El último ejemplo, quizá el paradigma, es Gabriel Rufián, el diputado de Esquerra que sube al AVE todas las semanas con el firme propósito de abrir los telediarios y, cuando se tercia, hacerse el amo de todos esos programas de la mañana, mezcla perfecta de la polémica política y los más morbosos sucesos, todo bajo la lupa y la opinión de contertulios perfectamente previsibles, capaces de hacer saltar de su sillón a quien los ve y escucha.
Está claro que saben de su poder y lo aprovechan. Viven atentos a lo que se escribe en las redes y están dispuestos, en el más puro estilo Trump, a incendiarlas desviando la atención de las mismas de lo que debería ser lo importante a lo que es, simplemente, escandaloso y a sacar partido de la reacción que han provocado. Critico a quienes lo hacen, pero, desgraciadamente y salvo que cambiemos, de ellos es el futuro, porque, hoy por hoy, no creo que nadie se atreva a apear de las listas de Esquerra para el Congreso a un diputado como Rufián, que, día sí y día también, lleva los focos de las televisiones de “España" a la causa del "procés". Lo sabe y lo cultiva. Se viste la capa de superhéroe independentista y recoge insultos aquí y flores allá, que las dos cosas sirven para engrandecer su figura.
Como tampoco creo que haya nadie capaz en el PP de apear de las suyas a Rafael Hernando, "afiliado por Almería", más, viendo el triste resultado de la cursi y aburrida Dolors Montserrat, juguete todos los miércoles en manos de la vicepresidenta Calvo. Son, a los miopes ojos de los medios, la sal de la política, porque simplifican mucho su trabajo, dándoles la foto y el titular.
Sin embargo, cumplen otra función que hay que buscar afinando el enfoque más allá de los destellos y el ruido, la de dinamitar cualquier acuerdo, cualquier atisbo de diálogo, cualquier vía de solución para los graves conflictos abiertos. Esa es la especialidad de Pablo Casado que, de ser un Rufián  en las filas del PP, por una triple carambola del destino ha llegado a la presidencia del PP para seguir en las suyas, manejando las redes y la información, más pendiente, también, de las redes que del pasado y del futuro, capaz, no me lo quito de la cabeza, de fabricar, sólo o en compañía, el tuit que, en manos de su portavoz en el Senado, Ignacio Coisidó, y convenientemente filtrado, se convirtió en la carga que voló por los aires el acuerdo Catalá-Delgado para renovar el Consejo General del Poder Judicial.
Lo digo, porque Casado no ha mostrad el más mínimo interés en encontrar al verdadero autor del tuit, seguramente porque lo sabe de sobra, y, en lugar de castigar a su torpe portavoz, dio por dinamitado el acuerdo al que habían llegado exministro y ministra.
En fin, que creo que ese era precisamente el fin perseguido por el tuit y las filtraciones: volar por los aires un pacto mal entendido y muy criticado en el PP. Del mismo modo creo que Rufián, que podría llegar a ser el "Casado" de ERC, vino el miércoles a Madrid a dinamitar el "buen rollo" que parecía haberse instalado entre su partido y el PSOE. Estaba todo estudiado. Vino a Madrid a provocar a su enemigo mortal, Ciudadanos, y usó a Borrell como excusa. Provocó también a la presidenta Pastor y tardó apenas unos segundos en conseguir que ésta le sacase la tercera "tarjeta" expulsándole del Pleno, dando lugar a un espectáculo monumental, del que mitad cristo crucificado, mitad torrero en tarde de triunfo, salió héroe o mártir, a hombros de su grupo.
Los dinamiteros cumplieron su cometido y hoy, más allá de los insultos y el bufido que pareció escupitajo, la convivencia es más difícil y los medios tienen la carnaza con la que llenar pautas y escaletas.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

EL GRANO DE LA JUSTICIA




Recuerdo que en mis tiempos mozos hablábamos de los poderes fácticos que por entonces y para quienes nos ahogábamos en el traje de la dictadura eran la iglesia, la banca y el ejército. Sin embargo, la iglesia, y estoy hablando de la católica, por supuesto, influida por el movimiento posconciliar y por los sentimientos nacionalistas, Tarancón, eran los tiempos Añoveros y el abad de Montserrat, pese a que era la misma que había llevado a Franco bajo palio, comenzó a resituarse en la sociedad y lo hizo para bien, cobijando a quienes se ·organizaban" contra la dictadura. De la banca, qué deciros. Quizá que, como la mierda, siempre flota y que, como en el casino, siempre gana y, si pierde, perdemos todos, porque lo pagamos todos. En cuanto al ejército, los ejércitos, fueron el tiempo y los viajes al extranjero, los idiomas, los que los fueron puliendo para la democracia, pese a que algunos de sus miembros aún estuvieran dispuestos a darnos algún que otro sobresalto que, al final, resultó ser una ducha de fría realidad que actúo como vacuna contra nuevas veleidades golpistas.
Partidos políticos legalizados no teníamos, salvo la falange impuesta, pero ya se encargarían ellos mismos de nacer crecer, confundirnos y enriquecerse. Pero ¿y la Justicia? La justicia bien, gracias. Fueron muy pocos los jueces que se atrevieron, no ya a alzar la voz, sino a decir o hacer algo distinto de lo que se esperaba de ellos. Sería el tiempo quien se encargase de frustrar cualquier sueño sobre la justicia y los jueces nacido al calor de la democracia, dando la razón a quienes repiten resignados esa maldición, nacida de la experiencia, que nos recuerda amenazante: "pleitos tengas y los ganes".
Me recuerdo en la facultad de Veterinaria, uno tiene su pasado, a punto de entrar en un examen de Anatomía para el que no me había preparado, cuando en la cafetería se hizo un silencio extraño y,  después, comenzaron a correr los rumores, entonces no había radio ni televisión que informasen con libertad, hasta que alguien dio sentido al revuelo, contando, de una fuente fiable que, creo recordar, era un familiar de algún compañero que trabajaba en Telefónica, haciéndonos saber que había volado el coche del almirante Carrero, delfín de Franco.
Traigo a cuenta este episodio, porque, al mismo tiempo, se juzgaba a los acusados del proceso 1001, la cúpula de la entonces clandestina Comisiones Obreras, por lo que muchos, fiándonos poco o nada del tribunal que los iba a juzgar, fuimos a los alrededores de lo que hoy es el Supremo, donde tenía entonces su sede el TOP, con Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius y sus compañeros encerrados en sus calabozos.
El tiempo paso, Camacho, Sartorius y sus compañeros cumplieron sus panas hasta que se promulgó la ley de amnistía que, por arte de "birli birloque" perdonó sus delitos a los luchadores contra Franco y sus abusos y sus crímenes a quienes, jueces incluidos, sirvieron con saña al franquismo.
Un arte de "birli birloque" que transformó un tribunal especial, como el Tribunal de Orden Público, en otro no menos especial como lo es la Audiencia Nacional, un arte de "birli birloque" que hizo de los jueces franquistas jueces de la democracia, que no siempre demócratas, y, como quien encala los muros de una casa vieja, dejó, sin purgas ni renuncias, a la misma justicia que sirvió a Franco, lista para usar en democracia.
Han pasado cuarenta años desde entonces, pero en el Palacio de Justicia donde sigue teniendo su sede el Supremo, en los armarios donde se cuelgan las togas siguen muchos de los fantasmas del pasado. Es como una maldición, la maldición de las castas, que pesa sobre una institución en la que la cúpula se parece poco o nada a sus bases, repartidas en cada uno de los juzgados desperdigados por España, una maldición que impide que en el palacio de la Plaza de la Villa de París entre al aire fresco que saque a los fantasmas de sus armarios. Una maldición que se apoya en todos esos partidos, dispuestos a repartirse el poder para influir en el gobierno de los jueces, con sanciones y nombramiento poco claros, tan poco claros que permiten sentencias y decisiones como la que mantiene en la calle a los salvajes de "la manada" o revuelca la lógica y la ley en otras como la de las hipotecas.
El Estado está en crisis, no acaba de pasar el sarampión de la decencia, y, ahora, lleno de pus, ha reventado el grano, el absceso, de la Justicia.

martes, 20 de noviembre de 2018

¿JUGADA MAESTRA?


Desde hace dos décadas, desde que, con Zapatero aún en la oposición, Juan Alberto Belloch se dejó embaucar por el PP y le entregó el control de la Justicia, nunca el Partido Popular había renunciado al mismo, por lo que resultaba cuando menos extraño que lo hubiese hecho ahora, más con una cita tan importante como el juicio a los actores independentistas del "procés" a la vista. Hoy, de madrugada, hemos sabido por fin que todo era un farol aviesamente jugado por los populares, que de controlar el poder sabe mucho, aunque de emplearlo en favor de la gente poco o nada.
El inverosímil acuerdo alcanzado por el exministro Catalá y la ministra Delgado chocó a propios y extraños. Tanto, que para justificarlo en nuestras cabezas cada uno jugamos a inventar las ventajas que uno y otro sacaban de él. Los que nos consideramos progresistas llegamos a pensar que la única ventaja que encerraba darle de nuevo la presidencia del Consejo General del Poder Judicial y, de paso, la del Supremo en la figura del hoy presidente de la Sala Segunda de ese tribunal era, precisamente, la de sacarle de esa sala y de la presidencia del juicio a los protagonistas del "procés". Hoy, con la renuncia de Marchena a presidir el Supremo, como habían anunciado ya PP y PSOE, incluso antes de haber sido designados los vocales que deberían elegirle, todo ha saltado por los aires, porque, no esa presidencia, sino, sobre todo, su salida de la sala que juzgará a los políticos catalanes era lo único bueno que parecía sacar el progresismo de la arriesgada jugada.
Dice Marchena, en el comunicado en el que explica su renuncia, que no acepta el cargo porque se ha puesto en duda su independencia, supongo que, especialmente, después de que el portavoz del PP en el Senado, Ignacio Cosidó, ex director general de la Policía en los negros tiempos de Fernández Díaz, dejase por escrito en un whatsapps a sus senadores que, pese al pacto con los socialistas, seguían controlando "por detrás" la sala segunda y la 61 del Supremo, una situación demasiado incómoda para un prestigioso magistrado como él.
Lo dice Marchena y le cree Pedro Sánchez, que ahora se enfrenta al bloqueo a la renovación del Consejo General del Poder Judicial que. tras la renuncia del magistrado, el PP ya se ha apresurado a anunciar, al mantenimiento del mismo presidente del Tribunal Supremo que estuvo detrás, directa o indirectamente, de la bochornosa decisión, con freno y marcha atrás, sobre el pago del impuesto ligado al registro de las hipotecas.
Evidentemente, la máxima aspiración de un juez de la talla de Manuel Marchena debería ser la de presidir el CGPJ y, pensando y repensando sobre la inesperada renuncia de quien seguirá presidiendo la Sala Segunda, el tribunal que juzgue a Junqueras y sus cada vez más divididos compañeros, he llegado a la conclusión que, contando con que Manuel Marchena sea sincero y su prestigio crezca con su decisión de no sumarse al "juego de las togas",  quien más se beneficia de esta jugada maestra es, sin duda, el PP que mantiene las riendas dela más alta justicia para lo que quiera disponer, que nunca o casi nunca es lo que quienes reclaman justicia desde abajo quieren.

lunes, 19 de noviembre de 2018

EL CLUB DE LOS POLÍTICOS


Nos habíamos olvidado, al menos yo me había olvidado, de lo cómicos que llegan a ser los políticos en campaña. Además, las ocurrencias que alguien, quizá ellos mismos, les escriben, son tan forzadas, tan alambicadas, llenas de imágenes tan fuertes y frases tan ripiosas, que, repetidas una y otra vez, en una y otra plaza, acaban por perder fuerza y la fuerza perdida acaba tornándose en ridículo. 
Por si lo anterior fuera poco, como en los malos shows cómicos televisivo, que los guionistas se plagian a sí mismos y "tiran" de su propio archivo de "gags", repitiendo los mismos chistes en los mismos mítines, llevando al sonrojo a quienes, como a mí, nos pille, como ahora, fuera del fragor de la campaña, la batalla verbal, en que se dicen.
Ayer, por seguir con los símiles televisivos, Pablo Casado se encargó de meternos en su particular "túnel del tiempo", llevándonos a aquellas manifestaciones frente a "la verja" de Gibraltar, como en los tiempos de Franco, en los que Blas Piñar y sus corifeos reclamaban la soberanía del Peñón en cuanto al "caudillo" algo se le torcía, leánse huelgas, devaluaciones o cualquier otro revés para esa imagen de abuelito pacificador que el franquismo se empeñó en dar del dictador.
Ese es el chiste de ayer que, quizá por proximidad, tocaba ayer, pero sin olvidar los "gags" repartidos por él mismo o por ese aprendiz de señorito que  el PP presenta en las andaluzas, un candidato joker para Casado, porque, con el mismo programa, con el mismo tono y con los mismos lugares comunes, perderá se dará la hostia, que diría Rita Maestre, él solo, si pierde, o mejorará los resultados, si es que milagrosamente los mejora, gracias al impulso y la frescura de Pablo Casado, que, pese a lo que diga, sabe que se la juega y, por ello, se ha empeñado en cuarenta y cinco bolos en distintas plazas y en tan sólo once días,  como si de un cómico en racha, poli divorciado, cosas del poli amor, y necesitado por tanto de hacer caja se tratase.
Son esos los gags más zafios, los que todo el mundo ríe y todo el mundo critica, esos que hablan de chóferes buscando coca para el jefe socialista o de putas, no en volquete como entre los suyos, sino en algún "puticlús" local. Esos gags que arrancan carcajadas y aplausos al público convencido, pero que, como en la vida real, las campañas electorales sin por definición un género de ficción, merecen, no siempre con razón, los reproches y las querellas de los ofendidos.
En fin, paciencia, porque aún nos quedan doce días de campaña, doce días en los que los cómicos de la política representarán hasta la extenuación sus numeritos aquí y allá, durmiendo unas pocas horas en hoteles siempre fríos, siempre desangelados, o dormitando en el coche después de estrechar manos por cientos y sonreír hipócritamente a gente a la que quizá nunca vuelva a ver y en la que, casi seguro, no volverá a pensar fuera de campaña. 
Hablo de Casado, pero lo hacen todos o al menos eso es lo que nos cuentan los telediarios, en cuanto a las cosas serias, el paro, la enseñanza, la sanidad, las carreteras o el tren para los extremeños, quién los quiere en el "club de la comedia".


viernes, 16 de noviembre de 2018

OTRO DÍA DE LA MARMOTA


Vivo, como el protagonista del anuncio de la Lotería Nacional, en un constante y deprimente día de la marmota, atrapado en un aburrido panorama político, que invita a todo, salvo a decir algo interesante que antes no se haya dicho. Esta mañana, sin ir más lejos, me veo, nos vemos, al borde del abismo del Brexit que, como tantas cosas, el efecto 2000, por ejemplo, al final no será tan fiero como se pinta. No sé si al final tendré razón o, como en tantas otras cosas, tendré que envainar mis argumentos y desdecirme.
Pero no es el Brexit, asunto para expertos, lo que, a mí, superviviente de decenas de devaluaciones, con o sin Franco, pasajero en fronteras en las que había que llevar el pasaporte en la boca y adorador del pop inglés, lo que más me preocupa. Veréis como, al final, habrá una solución que mantenga la niebla perpetua separando el continente de un país que, pese a que en muchos asuntos está o al menos estaba en la vanguardia, en otros no ha salido del siglo XIX y mantiene, eso es lo peor, la soberbia de quien ha sido el gran imperio que exportaba dolor, comerciantes y soldados y exportaba las riquezas que expoliaba, trabajadores a coste cero y una sociedad perfectamente parcelada por clases, en la que la distinción y la riqueza de esa oligarquía y esa aristocracia que llevan siglos revolcándose juntos en el poder, que practica el apartheid interior levantando barreras, invisibles o no, entre pobres y ricos.
Algo parecido a lo que ocurre en Andalucía, donde el clasismo, especialmente en algunas zonas, es la imagen de marca y donde se vive la paradoja, para esa clase alta orgullosa de serlo, de tener que verse gobernados por gente que representa a la gente que desprecian. No hay más que pararse a pensar en el desprecio con que tratan todo lo público, todo eso, enseñanza y sanidad, por ejemplo, que acercan a los de abajo a la privilegiada azotea en la que viven.
Sin embargo, no escarmientan. Pese a que, año tras año, elección tras elección, se estrellan, con sus campañas llenas de chascarrillos chungos y prejuicios, siguen permitiendo que sus compañeros de partido, el PP, se permiten insultar, con el gesto torcido de quien está oliendo mierda y perdón por la crudeza, a los hijos de sus votantes, a los que tildan de atrasados por culpa de esos padres que siguen empeñados en votar a los socialistas, desde hace casi, o sin casi, cuatro décadas. Eso o car categoría de la anécdota, bochornosa, pero anécdota, de que un alto cargo, felizmente detenido, inculpado y a punto de ser juzgado, se gastaba el dinero público en un "puticlús".
No se dan cuenta de que insultar y menospreciar a los hijos de aquellos cuyo voto necesita y persigue es el camino más corto para perderlo definitivamente. De modo que, difícilmente, ese PP tan clasista, con o sin Ciudadanos, podrá arrebatar el poder a quien hace munición del barro que con tan poco tino le lanzan. Así que, para mi desgracia, espero una noche electoral, la del lunes 3, tan aburrida como las anteriores, aunque los resultados deparen unos meses emocionantes a la espera de formar gobierno.
Ya y por seguir con la marmota que rige los días, me queda referirme a esa costumbre que tiene el partido de Iglesias de romper la baraja cuando las cartas no le vienen bien dadas. Iglesias ha querido que su partido, uno más de los que constituyeron la marca "Ahora Madrid", la que llevó a Manuela Carmena a la alcaldía de Madrid, aunque yo creo que fue al revés, que fue Carmena la que consiguió el ayuntamiento para la marca, Iglesias ha querido, insisto, asegurarse para Podemos el sillón que hoy ocupa la alcaldesa, un sillón al que ya ha puesto, aún sin tenerlo, el nombre y los apellidos del general Julio Rodríguez, al que va presentando a distintas elecciones, por distintas circunscripciones, como algunas madres pasean a los niñas y niños por los castings.
Carmena, de carácter amable y complaciente, aunque mucho más firme de los que piensan los que la creen la "abuelita Paz", esta vez no se ha callado y no ha esperado casi a poner un pie en tierra a su regreso de Rumanía, para decir que no tiene nada que ver ni que hablar con Pablo Iglesias, que, hoy parece claro, ha estado segando la hierba bajo sus pies empujando hacia abajo al equipo de Carmena de las listas y suspendiéndoles de militancia por su lógica reacción de cerrar filas en torno a Manuela.
Ya veis, un día más que amanecemos con la marmota de la política dándonos los buenos días. Un día más hablando de esa gente que se aplaude y se abraza continuamente, aunque exista la teoría de que, cuando abrazan, en realidad buscan un hueco en la espalda del rival en el que hundir su daga.