No sé por qué lo hice, pero fue un error. Ayer tuve la
debilidad de asomarme a la entrevista que se le hizo a Aznar en Antena 3 y os
aseguro que fue un error, porque, pese a la trascendencia que se le quiera
dar, no pasó de ser una película de terror de serie B, de aquellas que Jacinto
Molina firmaba como Paul Naschy, en la que, para quien los quisiera ver, los
trucos y la trama eran evidentes desde la primera escena.
Si algo saqué de tan incómoda sesión de terror, eso fue la
sensación de que José María Aznar sigue siendo un enfermo obsesionado con pasar
a la Historia y preso de un afán justiciero para con todos, porque en la escasa
media hora que duró la entrevista no se salvaron ni los suyos, ni siquiera
Rajoy, al que acusó de languidecer y de no cumplir el programa
que le llevó a la Moncloa. Si algo me llamó la atención, como digo, es su
obsesiva alusión a la Historia y su tácito rechazo a la Transición, de la que
muchos objetivos -dijo- se han destruido.
También se puso medallas, tal y como solía, pintando su
etapa al frente del gobierno como un oasis de riqueza y creación
de empleo, sin que ninguno de los tres entrevistadores le insinuase
siquiera que esa riqueza, incluidos los cinco millones d empleos que presume de
haber creado, están en el origen de gran parte de los males que hoy padecemos,
porque, con su liberalización del suelo y su apuesta por el monocultivo de la
construcción, levantó un castillo de naipes que, para nuestra desgracia, no
tardó en caer, llevándoselo todo por delante.
Ni siquiera en el día en que se había revelado que parte de
la millonaria fiesta de celebración de la boda de su hija, yo sigo
contando en pesetas, concretamente la iluminación fue regalo de
Francisco Correa, responsable de la trama empresarial investigada
como Gürtel, Aznar sintió el más mínimo asomo de vergüenza o de
culpa. Por el contrario, como suele hacer, se revolvió
contra aquellos que difundieron la información y lanzó una enigmática
insinuación sobre el origen de la misma, lo que vendría a confirmar que tal
revelación había sido la respuesta preventiva de quienes tenían la certeza de
que la entrevista no iba a ser otra cosa que un ajuste de cuentas del ex
presidente.
Tampoco hubo el más mínimo asomo de asunción de
responsabilidades respecto a todo lo que se va conociendo del caso Bárcenas y
el baile de sobres en los pasillos del partido que, pese a que pretende quedar
al margen seguía presidiendo en los primeros y "fundacionales" años
de la trama. Todo le era ajeno y, para demostrar su inocencia, echó mano de su
mirada desconfiada y fría y de su afirmación de que todo está en sus
declaraciones de la Renta y de que puede explicarlas, aunque no
enseñarlas, porque -se defendió- son confidenciales.
No quiso hacer comentario alguno a la afirmación hecha esa
misma tarde por Jaime Ignacio del Burgo de que los pagos a Calixto Ayesa, para
los que periódicamente ejercía de correo -con lo fácil que es hacer una
transferencia bancaria- tenían su visto bueno. Y no sólo eso, porque negó
haber tenido conocimiento de todo lo que a cada minuto que pasa se va sabiendo
del asunto y, nos remitió, para explicarlo, a los ceses que, tras las
evidencias del caso Naseiro, llevó a cabo en su partido, pero se le
olvidó de que uno de los implicados, Eduardo Zaplana, llegó a ser ministro
de sus gobiernos.
En posesión de la verdad y la inocencia absolutas,
triunfador irredento y profeta de la derecha de siempre, José María Aznar,
amén de dar caña a los partidos nacionalistas y de hablar del PSOE como un
partido en descomposición, ocupó una gran parte de su tiempo en cargar
contra Mariano Rajoy, al que acusó de estar acabando con la clase media y le
reclamó una bajada de impuestos. Sin embargo no hubo el menor atisbo de dureza
para con su amigo Miguel Blesa, del que dijo que (como todos) tuvo sus momentos
buenos y malos.
Hizo una defensa de manual de la corona, sin mencionar para
nada al rey Juan Carlos, con el que quedó patente que no se habla y descartó
cualquier pacto de Estado para salir de los difíciles momentos por los que
atravesamos y exigió a Rajoy el uso de la mayoría absoluta con que cuenta y
que, por cierto, incluyó en la herencia dejada, pese a que llegó dos
legislaturas después y en unas elecciones de cuya campaña quedó prácticamente
al margen. Finalmente, para rematar, se ofreció a asumir sus
"responsabilidades" para con su país, para con su partido y para con
él mismo, dando a entender que estaría dispuesto a ser el recambio de Rajoy,
que esta pasada noche no ha debido conciliar muy bien el sueño.
Fue, como digo, una película de terror de serie B, del malo, una
truculenta puesta en escena de quien, pese a admitir que pasa el 70% de su
tiempo fuera de España y pese a no haber mencionado ni una sola vez Europa ni
el resto del mundo, se ofrece como salvador de una España que dudo mucho que
conozca y que, sin duda, está más cerca de la ensoñación imperial que de ella
hacía cuando se sentaba en los pupitres del Colegio del Pilar y se manifestaba
próximo a los postulados de la Falange.
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