jueves, 29 de noviembre de 2018

EGOÍSMO IRRESPONSABLE SOBRE DOS RUEDAS


Tengo un padre anciano, con noventa y cinco años a sus espaldas, que todos los días sale a pasear una o dos veces, y yo mismo tengo serias dificultades de visión, una retinopatía diabética, que, como consecuencia del tratamiento que me ha salvado una pequeña parte de la visión, me ha privado de la visión periférica, de modo que sólo veo, y no del todo bien, lo que tengo delante de mí, no lo que ocurre a los lados, arriba o abajo, una limitación, os lo aseguro, mucho más seria de lo que parece.
Os cuento esto, con una cierta impudicia, para que lleguéis a entender mi hipersensibilidad hacia esos nuevos "medios de transporte", basados en la innovación, el esnobismo, el desprecio a leyes y normas y una gran dosis de egoísmo 
Me refiero, claro está a los patinetes, las motos y las bicis que, con motor eléctrico, permiten cruzar la ciudad sin una gota de sudor y, lo que es peor, sin ruido vehículos muy peligrosos, no sólo para quien los utiliza, sino, especialmente, para quienes, ante la falta de interés de las autoridades, tenemos que compartir aceras y espacio con ellos que, en el mejor de los casos, cuadruplican la velocidad de un peatón, conducidos, además, por individuos que no han superado ninguna prueba para ello, que no están identificados y que pretenden lo mejor de los dos mundos, huyendo de los peligros del tráfico a costa de trasladarlos a las aceras.
Nadie que no haya sufrido el embiste de uno de estos "cacharros" puede imaginar el daño que puede causar una masa de más de sesenta kilos a treinta, si no más, kilómetros por hora. Lo mínimo que pueden causar es la caída del peatón y las aceras están llenas de obstáculos, bancos, escaparates, árboles farolas o papeleras, contra los que la víctima sería lanzada con toda la inercia que le transmite el "cacharro" que les atropella. Ayer supimos de la muerte de una anciana en Cataluña, atropellada en agosto por uno de estos patinetes mientras paseaba con su andador, como cada día, por la rambla de su barrio.
Seguro que, a sus noventa años, obligada a pasear con su andador, esa mujer no podía imaginar que iba a morir a causa de un accidente de "tráfico", menos que iba a ser atropellada por un patinete raudo y silencioso. Pero fue así. La desidia de las administraciones que no nos protegen, con reglamentos, vigilancia y sanciones, del egoísmo irresponsable de quien los "conduce" y de la codicia de empresa que se aprovechan, sin el más mínimo escrúpulo de los vacíos que deja la ley y que, por si fuera poco, reciben los beneficios de su inversión muy lejos de las ciudades que, como las nuestras, hace tiempo "colonizan".
Primero fueron las bicis, que, aprovechándose de la inversión realizada por los ayuntamientos en la movilidad y accesibilidad de las sillas de ruedas, las carretillas de los repartidores o los carritos de los niños, convirtieron nuestras aceras en su particular calzada, cuando no pista de carreras, en la que ya no hay que poner el pie en tierra para cruzar las calles transversales y en la que alcanzan velocidades impensables entre el tráfico, eligiendo, además, el lado de la acera por el que sube, con o sin sol, y el sentido de la marcha, sin atender a normas, mucho menos a la prudencia o la cortesía.
He visto a estos ciclistas espantando ancianos, a padres con un pelotón de niños detrás, a padres, en la acera o la calzada, en patinete con su niño de apenas tres o cuatro años, mochila incluida, en medio del tráfico de calles importantes como la madrileña de Bailén, en la que coches y autobuses alcanzan velocidades superiores incluso a las autorizadas. Y, lo que es peor, los he visto pasar, a veces, delante de las narices de los municipales.
Eso, en cuanto a esos pequeños cachivaches motorizados cuando están en movimiento. Pero no para ahí la cosa, porque, gracias a la falta de respeto y al egoísmo, permitidme que insista, de sus usuarios, también parados son, no sólo una molestia, sino, también, un peligro, capaz de enredarse en los pies de un anciano, de hacer caer a un invidente, de impedir cruzar semáforos con seguridad o de obligar a saltar sobre ellos a los pasajeros de un autobús cuando son abandonados en sus paradas. 
Los he visto y fotografiado tirados en medio de la acera, atravesados en ella, bloqueando el paso a la salida de un portal, o, como podéis ver en la foto, impidiendo el uso del mobiliario urbano. No creo que lo que yo veo, en la calzada o en las aceras, parados o en movimiento, no lo hayan visto las autoridades o la policía que pagamos todos. Ayer nos enteramos de la muerte de una anciana que, me temo, no fue la primera ni será la última víctima, sin que sepamos, al menos tanto como quisiéramos, de multas ni sanciones, a las empresas o a los usuarios. Por eso creo que ya es hora de que alguien ponga coto a tanto egoísmo irresponsable sobre dos ruedas.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

A LA CAZA DE BORRELL


Quién no ha visto en una de esas tediosas sobremesas que a veces tenemos cualquier documental en el que se muestran las técnicas de caza de los felinos, basadas casi todas en dispersar la manada que pace, más o menos tranquila, en la sabana, acosándola una y otra vez, haciéndola correr de un lado para otro, hasta conseguir aislar a uno de los miembros de esa manada, el más cansado, el más enfermo, se quede sólo y aislado, a merced de sus garras y dentelladas. La técnica es tan cruel como eficaz y las más de las veces funciona, aunque, en ocasiones, la víctima saque fuerzas de donde no parece tenerlas y alguno de los cazadores acaba volteado y por los aires.
La técnica, que tiene su lógica, se repite también entre los humanos y en muchos ámbitos. Es la que utilizan los maltratadores, aislando a su pareja, su víctima, de familiares y amigos, para, una vez a su merced, humillarla, someterla, anularla y quién sabe si "castigarla" hasta matarla. Pero ese acoso no es exclusivo de quienes no respetan la libertad de su pareja. También se emplea esa técnica en el mundo de la política, en el que demasiado a menudo se busca el flanco más débil del rival a abatir, el miembro del grupo que muestra una tara o un pecado, para concentrar en él los ataques que no buscan otra cosa que acabar con el grupo o, en todo caso, su líder.
Acaba de ocurrir, está ocurriendo, con él ministro de Exteriores, Josep Borrell, quien, como él mismo reconoció en sede parlamentaria, ante quienes ahora le acosan, exigiéndole las explicaciones que ya dio y la dimisión que entonces no le pidieron, simplemente porque estamos en campaña electoral, en Andalucía, pero en campaña, y piensan que estaría bien poner el cadáver, político, de Borrell a los pies de los electores.
Está, por otro lado, el carácter del ministro, poco o nada simpático, capaz de la mayor de las iras cuando se indigna, especialmente cuando está sinceramente convencido de tener razón y poco o nada prudente en esas circunstancias, pese a quien pese y pase lo que pase. Una forma de ser poco práctica que, sin embargo, no puedo dejar de admirar porque, de alguna manera, yo mismo soy un poco como él, aunque sin la experiencia ni la formación que todos, hasta sus enemigos temen y admiran en él, por eso no sé si creo o deseo que Borrell no desfallezca y que sus acosadores no se salgan con la suya, sacando de Exteriores al ministro que ha devuelto a nuestro país al mapa de las relaciones internacionales, dándole, por ejemplo, el peso que merece en Europa-
Sería muy triste que quien desmontó punto por punto y con datos, históricos y actuales, los mitos sobre los que el independentismo catalán estaba fundamentando sus aspiraciones tuviese que dimitir por haber perdido los nervios ante el último show de Rufián, un show, en el que, a sabiendas de que no era cierto o por pura estulticia, el diputado de Esquerra le acusó de ser el ministro más indigno de toda la democracia española, en la que han sido ministros personajes como Fraga, Barrionuevo o Rato, algo tan injusto y sorprendente que acabó descolocando al ministro, llevándole a confundir el mal gesto que un diputado le hizo, bufido incluido, con un salivazo, un error que tuvo que "comerse" en soledad, porque a su grupo y su gobierno no le interesaba tanto como a ERC, que tenía mucho que hacerse perdonas ante sus electores, tensar las relaciones con los republicanos catalanes.
Del mismo modo, creo que no es justo exigir, como hacen Ciudadanos y Podemos, la dimisión del ministro que ha sacado la negociación del estatus de Gibraltar de las competencias exclusivas del Consejo Europeo después del Brexit, para devolverla al ámbito bilateral, sobre todo por la venta de unas acciones de la empresa de la que era consejero, por valor de 10.000 euros, valiéndose, dicen, de información privilegiada, operación que le ha supuesto una sanción de 30.000 que no quiso recurrir, porque la última decisión correspondía a una compañera de gobierno.
Sería triste y absurdo forzar su dimisión por asuntos aparentemente resueltos y no creo que sus adversarios lo consigan, porque la caza que han emprendido no es asunto fácil, porque Borrell, que, como cualquiera, puede equivocarse no es una tierna gacela desorientada abandonada por su manada.

martes, 27 de noviembre de 2018

NO EN NUESTRO NOMBRE


Es difícil no sentir un escalofrío al contemplar la foto del encuentro, fortuito o no, entre el jubilado o dimitido, aún no lo sé, rey Juan Carlos y el príncipe Mohamed Bin Salmán, heredero y gobernante en el reino de Arabia Saudí, una tenebrosa monarquía medieval que subsiste en pleno siglo XXI bajo el sol del desierto, rebosante de petróleo, gracias al cinismo de los países occidentales y sus más que hipócritas gobernantes.
El escalofrío es aún mayor si caemos en la cuenta de que las manos de uno y otro están unidas en ese gesto tan de la cultura árabe de tomar las manos del otro, manos, en el caso del príncipe Mohamed, manchadas, según la CIA, con la sangre del periodista, Yamal Khashoggi, secuestrado, asfixiado y descuartizado en el consulado de Arabia en Estambul por agentes llegados de Riad, días después de que el príncipe expresase su deseo, en este caso una orden, de acabar con él, molesto disidente, y de que la víctima recibiese garantías de que nada le ocurriría si traspasaba la puerta del consulado, al que acudió para un trámite necesario para su proyectado matrimonio.
Las manos del mismo rey que nos representa y nos ha representado tantas veces en el mundo, entre las de quien está detrás de uno de los crímenes más espantosos de este siglo, un crimen más propio de la más sanguinaria de las mafias que implicaba un mensaje a los súbditos del tirano saudí: "si estás contra mí, no hay lugar seguro en todo el mundo para ti".
Por una extraña carambola, la paranoia por la seguridad y el espionaje que salpica este siglo ha sido la que ha permitido reconstruir, minuto a minuto, la tragedia de quien confío en quien no debía y la de su novia angustiada ante el temor de lo que finamente ocurrió.
No creo que Juan Carlos Borbón y quienes le rodean, con sueldos pagados con nuestros impuestos no estuviesen al tanto de este horrible episodio, como tampoco creo que el jubilado, enamorado del olor a gasolina y de todas esas otras cosas que rodean el espectáculo de la Fórmula 1 descartase cruzarse con el príncipe sanguinario. Por qué, entonces, ni él ni sus asesores lo evitaron. Más aún, por qué, en lugar de hacer "desaparecer" las pruebas del encuentro, fue el propio ministerio de Exteriores español el que publicó en su web la foto.
No tengo respuesta para esas preguntas. No sé si uno y los otros lo hicieron tan mal, tan bien para la deseable transparencia, por torpeza o por desidia, pero el caso es que todos los españoles, defensores de la monarquía o no, nos hemos visto dando nuestras manos a un presunto asesino, sin que nadie nos haya pedido permiso ni disculpas, porque, de momento, el rey, los reyes, encarnan la representación de los ciudadanos españoles y tanto él, ellos, como quienes les asesoran deberían evitarnos ese mal trago, esa iniquidad.
Estoy esperando que Juan Carlos Borbón se disculpe y que los partidos, todos, se lo exijan. Hace ya tiempo que muchos españoles no creemos en los reyes, ni en estos ni en los magos, lo que no empece para que seamos conscientes de que siguen ostentando esa representación ante el mundo y no es de recibo que las manos de "nuestro" rey emérito sean las primeras de un mandatario, o lo quiera que sea, occidental que caen entre las de ese asesino, para quien fronteras o diplomacia no suponen límite alguno a su tiranía y crueldad.
A Juan Carlos Borbón no le basta con decir que lo siente mucho y que no volverá a ocurrir. Eso ya lo hizo hace tiempo cuando se rompió una cadera y el prestigio en un safari. Ahora tiene que explicar por qué no evito tan nefasto encuentro, porque, lo hiciese por lo que lo hiciese, no lo pudo hacer en nuestro nombre y porque esas manos que estrechó estaban manchadas de sangre.

lunes, 26 de noviembre de 2018

LOS PERROS DEL FÚTBOL



Llevamos ya dos fines de semana asistiendo al lamentable espectáculo de contemplar, aunque sólo la veamos en nuestro televisor, una ciudad entre asustada y sorprendida por la violencia ligada al mundo del fútbol, violencia consentida, cuando no provocada, por los clubes y los medios de comunicación, especialmente las radios y televisiones, en las que, porque el morbo y la violencia verbal dan mucha audiencia, se está copiando el modelo argentino de la exageración y el insulto constantes, la cerrazón y el "becerrismo" de quienes son contratados, no por su conocimiento del deporte o por su capacidad de análisis y verbo acertado, sino por su ceguera y su incapacidad de control sobre lo que se dice ante la audiencia y por su capacidad, a veces, para fingir que son incapaces de controlarse.
Es un juego perverso éste de azuzar a los perros, esperando que luego, a una voz, esos perros con los ojos en sangre y la boca llena de espuma, fuera de sí, se den la vuelta para volver mansos junto a su amo a esperar la siguiente orden.
A veces los perros se descontrolan y, ciegos de ira, olvidan por qué y para qué combaten. Entonces se vuelven indomables y se revuelven contra el amo. Eso es lo que ocurre en el fútbol, donde resulta ya difícil acudir a un partido sin sentir miedo al acudir a el estadio o al salir de él, sin que, parece, haya nadie capaz de impedirlo.
Hay, estoy cansado de ello, quien elogia la capacidad de "la grada" de un estadio de asustar al rival. De todos es conocido el famoso "miedo escénico" acuñado por Jorge Valdano, para explicar el efecto que produce en sus rivales la presión de decenas de miles de seguidores del Real Madrid, rugiendo o silbando como un solo hombre al rival de turno y ya no es extraño, ni parece que amonestable, que el entrenador del Atlético de Madrid, Cholo Simeone, "eche" una y otra vez a su público encima del "otro", a veces pienso que encima  de los árbitros también cuando quedan sólo minutos para el pitido final y el resultado le favorece o puede cambiar a su favor.
En Argentina, donde, como aquí a veces, el estadio es el lugar donde se subliman casi todos los odios, los amores y, en general, casi todas las frustraciones, ese deporte ha servido a muchos, para su mal, echar fuera los demonios que la carestía de la vida, el par, las sucesivas devaluaciones, los corralitos e, incluso, el dolor y el pánico de dictaduras y guerras tan absurdas como innecesarias, teniendo en cuenta que, que quede claro, ninguna lo es.
En argentina están acostumbrados al ruido y a tomar las calles, el peronismo entrenó y sacó partido a las masas, tanto en el gobierno como en la oposición, del mismo modo que, en casi todo el mundo, la ley que debería regir para todos parece quedarse fuera de las inmediaciones de los estadios, donde lo que sería delito fuera, pasa a ser pasión o "amor a los colores".
En este país, como en tantos otros, los niños tienen antes el carné de socio del equipo de su padre o de un tío, antes que el de la biblioteca pública del barrio, un país donde los niños van en brazos de su padre a llorar o gritar con la suerte mala o buena de "su equipo", un país donde la educación que, a trancas y barrancas, reciben en el colegio o en casa entra en contradicción con lo que ven y oyen en el estadio, un país donde en muchos hogares no hay dinero para libros, pero sí para entradas y abonos para el estadio.
Y, si aquí es así, imaginaos en Argentina, donde hace tiempo, como aquí, las mafias se han hecho sitio en las hinchadas de los equipos, entre otras cosas, porque a las directivas les interesa tener su propia "fuerza de choque", sus perros de pelea, a los que, como os decía al principio, no siempre se les sujeta a tiempo, porque, para gente con el cerebro tan saturado por el fútbol, resulta difícil dejar de hacer aquello que se le ha aplaudido tantas veces. 
Si no queremos que se reproduzcan en Buenos Aires o cualquier otro sitio los incidentes de este fin de semana, hay que atar a los perros del fútbol i impedir, incluso, que se reproduzcan. Si no se hace, cualquier cosa puede pasar.

viernes, 23 de noviembre de 2018

JUSTICIA MACHISTA HASTA EL ESCARNIO



En mi saludo cotidiano a los amigos y no tan amigos de Facebook, recordaba hoy "El preso número nueve" aquella vieja canción mexicana recuperada por Joan Báez en los sesenta y que aquellos que tenemos ya "una edad" hemos cantado alguna que otra vez, en torno a unas litronas y a ese amigo o amiga que tocaba la guitarra, yo nunca fui capaz, una canción que por paradójico que parezca estaba en el repertorio de "la progresía" de entonces.
Hoy, después de tantos años, me espanta esa historia que nos habla de un preso, el número nueve, al que van a ajusticiar por haber matado a su mujer y al amigo con quien le era "infiel". El preso, con un pie en el cadalso defiende lo que hizo ante el cura ante el que no se arrepiente del crimen que va a pagar con la vida, porque sabe que "allá en el cielo, el juez supremo le juzgara" y asegura que, si vuelve a nacer, los vuelve a matar.
Escuchándosela a Joan Báez esta mañana me horrorizaba ante la frialdad con que la canción narra esta historia en la que las víctimas no tienen voz ni razones, en la que, por el contrario, el preso está seguro de ser perdonado allá en el cielo y, aunque no lo dice, de haber matado a la pareja atendiendo, si no a la justicia de los hombres, está condenado a muerte, si a la de dios. Menudo panorama. Menos mal que, mucho o poco, algo hemos cambiado y, al menos a mí, me horrorizan todas estas canciones que ensalzan a los supremacistas masculinos que consideran a las mujeres poco más que mascotas o ganado al que no se le reconocen sentimientos, si no son los comprometidos ante un cura en un altar.
Han pasado muchos años y ha sido mucho lo que hemos avanzado, aunque parece que curas y jueces y menos mal que no todos poco o nada se han movido desde los tiempos de la canción. Se ve que las togas y las sotanas pesan a la hora de caminar hacia adelante, porque escuchando o leyendo homilías y sentencias a uno le parece estar en otro siglo o en otro planeta. Un planeta y un siglo exclusivo para los hombres, en el que las mujeres van a llevar siempre las de perder.
No hay más que repasar algunas sentencias que hemos conocido esta semana. Sentencias en las que la mujer, por serlo, tiene que resistir hasta la muerte a la brutalidad de un hombre, sea marido o no, para acreditar que ha sido víctima de una violación, unas sentencias en las que, porque él desistió de seguir apretando el cuello de su víctima, al borde ya de la asfixia, y pese a haberla acuchillado, lo suyo sólo merece diez meses de prisión, porque no fue tentativa de homicidio, sino maltrato ocasional
Vivimos en un planeta y en un siglo en el que en un país presuntamente civilizado y presuntamente democrático, en función de dónde una mujer o un hombre sean víctimas de una violación tiene que acudir antes a comisaria a denunciar que a un  hospital  para ser atendida y ya sabemos el interés que ponen en algunas comisarías en atender las denuncias, un sindiós que se produce en Madrid, donde no respetar ese absurdo protocolo puede llevarla a que la denuncia nunca sea atendida.
No quiero ni imaginar que hubiese sido de la víctima de la despreciable "manada" de Pamplona si su violación grupal hubiese sucedido en Madrid y hubiese acudido a un hospital para ser atendida. Sólo no haber caído en las manos del juez Ricardo González, ponente de la sentencia de su caso, de otra en las que absolvió a un hombre acusado de abusar de su hija, menor de edad, porque, pese a los hechos demostrados, la niña no se mostró incómoda. Una joya de magistrado este Ricardo González, también ponente de la sentencia en la que se consideró maltratador ocasional a quien acuchilló y a punto estuvo de estrangular a su mujer delante de sus hijos.
No me cabe duda de que al “preso número nueve”, el de la canción, el magistrado Ricardo Gonzáles le hubiese absuelto, como no me cabe duda y no me cabe de que es a causa de prejuicios y rémoras nacidas de la religión, la católica en nuestro caso, de que la justicia española, en ocasiones, demasiadas ocasiones, es machista y lo es hasta el escarnio.

jueves, 22 de noviembre de 2018

DINAMITEROS


Son una nueva raza, son, por lo general, jóvenes, dominadores de las redes, tuiteros de dedo fácil, acostumbrados a resumir la vida en ciento cuarenta caracteres, en frases sin pasado ni futuro, muy vistosas, impactantes y capaces de desatar una galerna, silenciando bares con la tele encendida, para, a continuación, remover el fondo de las conversaciones, sacando lo peor de cada uno.
No son irresponsables, pese a lo que piensan muchos. Hacen lo que hacen perfectamente conscientes de las consecuencias y son, precisamente, las consecuencias lo que buscan. Son los dinamiteros de la política, los que se encargan de volar los puentes, de echar abajo aquello que, quizá demasiado tarde, cuando es evidente la metedura de pata, se considera erróneo. Van armados de su teléfono móvil y de toda la adrenalina que son capaces de soportar y, a cada minuto, se lanza a las redes sin red, en busca del terremoto y el consiguiente tsunami que, saben, provocará su ingenio.
El último ejemplo, quizá el paradigma, es Gabriel Rufián, el diputado de Esquerra que sube al AVE todas las semanas con el firme propósito de abrir los telediarios y, cuando se tercia, hacerse el amo de todos esos programas de la mañana, mezcla perfecta de la polémica política y los más morbosos sucesos, todo bajo la lupa y la opinión de contertulios perfectamente previsibles, capaces de hacer saltar de su sillón a quien los ve y escucha.
Está claro que saben de su poder y lo aprovechan. Viven atentos a lo que se escribe en las redes y están dispuestos, en el más puro estilo Trump, a incendiarlas desviando la atención de las mismas de lo que debería ser lo importante a lo que es, simplemente, escandaloso y a sacar partido de la reacción que han provocado. Critico a quienes lo hacen, pero, desgraciadamente y salvo que cambiemos, de ellos es el futuro, porque, hoy por hoy, no creo que nadie se atreva a apear de las listas de Esquerra para el Congreso a un diputado como Rufián, que, día sí y día también, lleva los focos de las televisiones de “España" a la causa del "procés". Lo sabe y lo cultiva. Se viste la capa de superhéroe independentista y recoge insultos aquí y flores allá, que las dos cosas sirven para engrandecer su figura.
Como tampoco creo que haya nadie capaz en el PP de apear de las suyas a Rafael Hernando, "afiliado por Almería", más, viendo el triste resultado de la cursi y aburrida Dolors Montserrat, juguete todos los miércoles en manos de la vicepresidenta Calvo. Son, a los miopes ojos de los medios, la sal de la política, porque simplifican mucho su trabajo, dándoles la foto y el titular.
Sin embargo, cumplen otra función que hay que buscar afinando el enfoque más allá de los destellos y el ruido, la de dinamitar cualquier acuerdo, cualquier atisbo de diálogo, cualquier vía de solución para los graves conflictos abiertos. Esa es la especialidad de Pablo Casado que, de ser un Rufián  en las filas del PP, por una triple carambola del destino ha llegado a la presidencia del PP para seguir en las suyas, manejando las redes y la información, más pendiente, también, de las redes que del pasado y del futuro, capaz, no me lo quito de la cabeza, de fabricar, sólo o en compañía, el tuit que, en manos de su portavoz en el Senado, Ignacio Coisidó, y convenientemente filtrado, se convirtió en la carga que voló por los aires el acuerdo Catalá-Delgado para renovar el Consejo General del Poder Judicial.
Lo digo, porque Casado no ha mostrad el más mínimo interés en encontrar al verdadero autor del tuit, seguramente porque lo sabe de sobra, y, en lugar de castigar a su torpe portavoz, dio por dinamitado el acuerdo al que habían llegado exministro y ministra.
En fin, que creo que ese era precisamente el fin perseguido por el tuit y las filtraciones: volar por los aires un pacto mal entendido y muy criticado en el PP. Del mismo modo creo que Rufián, que podría llegar a ser el "Casado" de ERC, vino el miércoles a Madrid a dinamitar el "buen rollo" que parecía haberse instalado entre su partido y el PSOE. Estaba todo estudiado. Vino a Madrid a provocar a su enemigo mortal, Ciudadanos, y usó a Borrell como excusa. Provocó también a la presidenta Pastor y tardó apenas unos segundos en conseguir que ésta le sacase la tercera "tarjeta" expulsándole del Pleno, dando lugar a un espectáculo monumental, del que mitad cristo crucificado, mitad torrero en tarde de triunfo, salió héroe o mártir, a hombros de su grupo.
Los dinamiteros cumplieron su cometido y hoy, más allá de los insultos y el bufido que pareció escupitajo, la convivencia es más difícil y los medios tienen la carnaza con la que llenar pautas y escaletas.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

EL GRANO DE LA JUSTICIA




Recuerdo que en mis tiempos mozos hablábamos de los poderes fácticos que por entonces y para quienes nos ahogábamos en el traje de la dictadura eran la iglesia, la banca y el ejército. Sin embargo, la iglesia, y estoy hablando de la católica, por supuesto, influida por el movimiento posconciliar y por los sentimientos nacionalistas, Tarancón, eran los tiempos Añoveros y el abad de Montserrat, pese a que era la misma que había llevado a Franco bajo palio, comenzó a resituarse en la sociedad y lo hizo para bien, cobijando a quienes se ·organizaban" contra la dictadura. De la banca, qué deciros. Quizá que, como la mierda, siempre flota y que, como en el casino, siempre gana y, si pierde, perdemos todos, porque lo pagamos todos. En cuanto al ejército, los ejércitos, fueron el tiempo y los viajes al extranjero, los idiomas, los que los fueron puliendo para la democracia, pese a que algunos de sus miembros aún estuvieran dispuestos a darnos algún que otro sobresalto que, al final, resultó ser una ducha de fría realidad que actúo como vacuna contra nuevas veleidades golpistas.
Partidos políticos legalizados no teníamos, salvo la falange impuesta, pero ya se encargarían ellos mismos de nacer crecer, confundirnos y enriquecerse. Pero ¿y la Justicia? La justicia bien, gracias. Fueron muy pocos los jueces que se atrevieron, no ya a alzar la voz, sino a decir o hacer algo distinto de lo que se esperaba de ellos. Sería el tiempo quien se encargase de frustrar cualquier sueño sobre la justicia y los jueces nacido al calor de la democracia, dando la razón a quienes repiten resignados esa maldición, nacida de la experiencia, que nos recuerda amenazante: "pleitos tengas y los ganes".
Me recuerdo en la facultad de Veterinaria, uno tiene su pasado, a punto de entrar en un examen de Anatomía para el que no me había preparado, cuando en la cafetería se hizo un silencio extraño y,  después, comenzaron a correr los rumores, entonces no había radio ni televisión que informasen con libertad, hasta que alguien dio sentido al revuelo, contando, de una fuente fiable que, creo recordar, era un familiar de algún compañero que trabajaba en Telefónica, haciéndonos saber que había volado el coche del almirante Carrero, delfín de Franco.
Traigo a cuenta este episodio, porque, al mismo tiempo, se juzgaba a los acusados del proceso 1001, la cúpula de la entonces clandestina Comisiones Obreras, por lo que muchos, fiándonos poco o nada del tribunal que los iba a juzgar, fuimos a los alrededores de lo que hoy es el Supremo, donde tenía entonces su sede el TOP, con Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius y sus compañeros encerrados en sus calabozos.
El tiempo paso, Camacho, Sartorius y sus compañeros cumplieron sus panas hasta que se promulgó la ley de amnistía que, por arte de "birli birloque" perdonó sus delitos a los luchadores contra Franco y sus abusos y sus crímenes a quienes, jueces incluidos, sirvieron con saña al franquismo.
Un arte de "birli birloque" que transformó un tribunal especial, como el Tribunal de Orden Público, en otro no menos especial como lo es la Audiencia Nacional, un arte de "birli birloque" que hizo de los jueces franquistas jueces de la democracia, que no siempre demócratas, y, como quien encala los muros de una casa vieja, dejó, sin purgas ni renuncias, a la misma justicia que sirvió a Franco, lista para usar en democracia.
Han pasado cuarenta años desde entonces, pero en el Palacio de Justicia donde sigue teniendo su sede el Supremo, en los armarios donde se cuelgan las togas siguen muchos de los fantasmas del pasado. Es como una maldición, la maldición de las castas, que pesa sobre una institución en la que la cúpula se parece poco o nada a sus bases, repartidas en cada uno de los juzgados desperdigados por España, una maldición que impide que en el palacio de la Plaza de la Villa de París entre al aire fresco que saque a los fantasmas de sus armarios. Una maldición que se apoya en todos esos partidos, dispuestos a repartirse el poder para influir en el gobierno de los jueces, con sanciones y nombramiento poco claros, tan poco claros que permiten sentencias y decisiones como la que mantiene en la calle a los salvajes de "la manada" o revuelca la lógica y la ley en otras como la de las hipotecas.
El Estado está en crisis, no acaba de pasar el sarampión de la decencia, y, ahora, lleno de pus, ha reventado el grano, el absceso, de la Justicia.

martes, 20 de noviembre de 2018

¿JUGADA MAESTRA?


Desde hace dos décadas, desde que, con Zapatero aún en la oposición, Juan Alberto Belloch se dejó embaucar por el PP y le entregó el control de la Justicia, nunca el Partido Popular había renunciado al mismo, por lo que resultaba cuando menos extraño que lo hubiese hecho ahora, más con una cita tan importante como el juicio a los actores independentistas del "procés" a la vista. Hoy, de madrugada, hemos sabido por fin que todo era un farol aviesamente jugado por los populares, que de controlar el poder sabe mucho, aunque de emplearlo en favor de la gente poco o nada.
El inverosímil acuerdo alcanzado por el exministro Catalá y la ministra Delgado chocó a propios y extraños. Tanto, que para justificarlo en nuestras cabezas cada uno jugamos a inventar las ventajas que uno y otro sacaban de él. Los que nos consideramos progresistas llegamos a pensar que la única ventaja que encerraba darle de nuevo la presidencia del Consejo General del Poder Judicial y, de paso, la del Supremo en la figura del hoy presidente de la Sala Segunda de ese tribunal era, precisamente, la de sacarle de esa sala y de la presidencia del juicio a los protagonistas del "procés". Hoy, con la renuncia de Marchena a presidir el Supremo, como habían anunciado ya PP y PSOE, incluso antes de haber sido designados los vocales que deberían elegirle, todo ha saltado por los aires, porque, no esa presidencia, sino, sobre todo, su salida de la sala que juzgará a los políticos catalanes era lo único bueno que parecía sacar el progresismo de la arriesgada jugada.
Dice Marchena, en el comunicado en el que explica su renuncia, que no acepta el cargo porque se ha puesto en duda su independencia, supongo que, especialmente, después de que el portavoz del PP en el Senado, Ignacio Cosidó, ex director general de la Policía en los negros tiempos de Fernández Díaz, dejase por escrito en un whatsapps a sus senadores que, pese al pacto con los socialistas, seguían controlando "por detrás" la sala segunda y la 61 del Supremo, una situación demasiado incómoda para un prestigioso magistrado como él.
Lo dice Marchena y le cree Pedro Sánchez, que ahora se enfrenta al bloqueo a la renovación del Consejo General del Poder Judicial que. tras la renuncia del magistrado, el PP ya se ha apresurado a anunciar, al mantenimiento del mismo presidente del Tribunal Supremo que estuvo detrás, directa o indirectamente, de la bochornosa decisión, con freno y marcha atrás, sobre el pago del impuesto ligado al registro de las hipotecas.
Evidentemente, la máxima aspiración de un juez de la talla de Manuel Marchena debería ser la de presidir el CGPJ y, pensando y repensando sobre la inesperada renuncia de quien seguirá presidiendo la Sala Segunda, el tribunal que juzgue a Junqueras y sus cada vez más divididos compañeros, he llegado a la conclusión que, contando con que Manuel Marchena sea sincero y su prestigio crezca con su decisión de no sumarse al "juego de las togas",  quien más se beneficia de esta jugada maestra es, sin duda, el PP que mantiene las riendas dela más alta justicia para lo que quiera disponer, que nunca o casi nunca es lo que quienes reclaman justicia desde abajo quieren.

lunes, 19 de noviembre de 2018

EL CLUB DE LOS POLÍTICOS


Nos habíamos olvidado, al menos yo me había olvidado, de lo cómicos que llegan a ser los políticos en campaña. Además, las ocurrencias que alguien, quizá ellos mismos, les escriben, son tan forzadas, tan alambicadas, llenas de imágenes tan fuertes y frases tan ripiosas, que, repetidas una y otra vez, en una y otra plaza, acaban por perder fuerza y la fuerza perdida acaba tornándose en ridículo. 
Por si lo anterior fuera poco, como en los malos shows cómicos televisivo, que los guionistas se plagian a sí mismos y "tiran" de su propio archivo de "gags", repitiendo los mismos chistes en los mismos mítines, llevando al sonrojo a quienes, como a mí, nos pille, como ahora, fuera del fragor de la campaña, la batalla verbal, en que se dicen.
Ayer, por seguir con los símiles televisivos, Pablo Casado se encargó de meternos en su particular "túnel del tiempo", llevándonos a aquellas manifestaciones frente a "la verja" de Gibraltar, como en los tiempos de Franco, en los que Blas Piñar y sus corifeos reclamaban la soberanía del Peñón en cuanto al "caudillo" algo se le torcía, leánse huelgas, devaluaciones o cualquier otro revés para esa imagen de abuelito pacificador que el franquismo se empeñó en dar del dictador.
Ese es el chiste de ayer que, quizá por proximidad, tocaba ayer, pero sin olvidar los "gags" repartidos por él mismo o por ese aprendiz de señorito que  el PP presenta en las andaluzas, un candidato joker para Casado, porque, con el mismo programa, con el mismo tono y con los mismos lugares comunes, perderá se dará la hostia, que diría Rita Maestre, él solo, si pierde, o mejorará los resultados, si es que milagrosamente los mejora, gracias al impulso y la frescura de Pablo Casado, que, pese a lo que diga, sabe que se la juega y, por ello, se ha empeñado en cuarenta y cinco bolos en distintas plazas y en tan sólo once días,  como si de un cómico en racha, poli divorciado, cosas del poli amor, y necesitado por tanto de hacer caja se tratase.
Son esos los gags más zafios, los que todo el mundo ríe y todo el mundo critica, esos que hablan de chóferes buscando coca para el jefe socialista o de putas, no en volquete como entre los suyos, sino en algún "puticlús" local. Esos gags que arrancan carcajadas y aplausos al público convencido, pero que, como en la vida real, las campañas electorales sin por definición un género de ficción, merecen, no siempre con razón, los reproches y las querellas de los ofendidos.
En fin, paciencia, porque aún nos quedan doce días de campaña, doce días en los que los cómicos de la política representarán hasta la extenuación sus numeritos aquí y allá, durmiendo unas pocas horas en hoteles siempre fríos, siempre desangelados, o dormitando en el coche después de estrechar manos por cientos y sonreír hipócritamente a gente a la que quizá nunca vuelva a ver y en la que, casi seguro, no volverá a pensar fuera de campaña. 
Hablo de Casado, pero lo hacen todos o al menos eso es lo que nos cuentan los telediarios, en cuanto a las cosas serias, el paro, la enseñanza, la sanidad, las carreteras o el tren para los extremeños, quién los quiere en el "club de la comedia".


viernes, 16 de noviembre de 2018

OTRO DÍA DE LA MARMOTA


Vivo, como el protagonista del anuncio de la Lotería Nacional, en un constante y deprimente día de la marmota, atrapado en un aburrido panorama político, que invita a todo, salvo a decir algo interesante que antes no se haya dicho. Esta mañana, sin ir más lejos, me veo, nos vemos, al borde del abismo del Brexit que, como tantas cosas, el efecto 2000, por ejemplo, al final no será tan fiero como se pinta. No sé si al final tendré razón o, como en tantas otras cosas, tendré que envainar mis argumentos y desdecirme.
Pero no es el Brexit, asunto para expertos, lo que, a mí, superviviente de decenas de devaluaciones, con o sin Franco, pasajero en fronteras en las que había que llevar el pasaporte en la boca y adorador del pop inglés, lo que más me preocupa. Veréis como, al final, habrá una solución que mantenga la niebla perpetua separando el continente de un país que, pese a que en muchos asuntos está o al menos estaba en la vanguardia, en otros no ha salido del siglo XIX y mantiene, eso es lo peor, la soberbia de quien ha sido el gran imperio que exportaba dolor, comerciantes y soldados y exportaba las riquezas que expoliaba, trabajadores a coste cero y una sociedad perfectamente parcelada por clases, en la que la distinción y la riqueza de esa oligarquía y esa aristocracia que llevan siglos revolcándose juntos en el poder, que practica el apartheid interior levantando barreras, invisibles o no, entre pobres y ricos.
Algo parecido a lo que ocurre en Andalucía, donde el clasismo, especialmente en algunas zonas, es la imagen de marca y donde se vive la paradoja, para esa clase alta orgullosa de serlo, de tener que verse gobernados por gente que representa a la gente que desprecian. No hay más que pararse a pensar en el desprecio con que tratan todo lo público, todo eso, enseñanza y sanidad, por ejemplo, que acercan a los de abajo a la privilegiada azotea en la que viven.
Sin embargo, no escarmientan. Pese a que, año tras año, elección tras elección, se estrellan, con sus campañas llenas de chascarrillos chungos y prejuicios, siguen permitiendo que sus compañeros de partido, el PP, se permiten insultar, con el gesto torcido de quien está oliendo mierda y perdón por la crudeza, a los hijos de sus votantes, a los que tildan de atrasados por culpa de esos padres que siguen empeñados en votar a los socialistas, desde hace casi, o sin casi, cuatro décadas. Eso o car categoría de la anécdota, bochornosa, pero anécdota, de que un alto cargo, felizmente detenido, inculpado y a punto de ser juzgado, se gastaba el dinero público en un "puticlús".
No se dan cuenta de que insultar y menospreciar a los hijos de aquellos cuyo voto necesita y persigue es el camino más corto para perderlo definitivamente. De modo que, difícilmente, ese PP tan clasista, con o sin Ciudadanos, podrá arrebatar el poder a quien hace munición del barro que con tan poco tino le lanzan. Así que, para mi desgracia, espero una noche electoral, la del lunes 3, tan aburrida como las anteriores, aunque los resultados deparen unos meses emocionantes a la espera de formar gobierno.
Ya y por seguir con la marmota que rige los días, me queda referirme a esa costumbre que tiene el partido de Iglesias de romper la baraja cuando las cartas no le vienen bien dadas. Iglesias ha querido que su partido, uno más de los que constituyeron la marca "Ahora Madrid", la que llevó a Manuela Carmena a la alcaldía de Madrid, aunque yo creo que fue al revés, que fue Carmena la que consiguió el ayuntamiento para la marca, Iglesias ha querido, insisto, asegurarse para Podemos el sillón que hoy ocupa la alcaldesa, un sillón al que ya ha puesto, aún sin tenerlo, el nombre y los apellidos del general Julio Rodríguez, al que va presentando a distintas elecciones, por distintas circunscripciones, como algunas madres pasean a los niñas y niños por los castings.
Carmena, de carácter amable y complaciente, aunque mucho más firme de los que piensan los que la creen la "abuelita Paz", esta vez no se ha callado y no ha esperado casi a poner un pie en tierra a su regreso de Rumanía, para decir que no tiene nada que ver ni que hablar con Pablo Iglesias, que, hoy parece claro, ha estado segando la hierba bajo sus pies empujando hacia abajo al equipo de Carmena de las listas y suspendiéndoles de militancia por su lógica reacción de cerrar filas en torno a Manuela.
Ya veis, un día más que amanecemos con la marmota de la política dándonos los buenos días. Un día más hablando de esa gente que se aplaude y se abraza continuamente, aunque exista la teoría de que, cuando abrazan, en realidad buscan un hueco en la espalda del rival en el que hundir su daga.

jueves, 15 de noviembre de 2018

¡TOMA GASOLINA!


Anda el patio alborotado porque a Pedro Sánchez le ha dado por poner fecha de caducidad a los tubos de escape en nuestras vidas. Todo el mundo tiene su opinión y, curiosamente, quienes más "las pían" son los partidos de la derecha, los conservadores, pero de lo suyo no de lo nuestro y los sindicatos, a quienes parece importarles poco la explotación de los individuos, especialmente la de los jóvenes a quienes a masacrado la crisis, pero no la de las grandes fábricas de automóviles, en las que, no lo olvidemos está su caladero de votos y, por tanto, su poder y su riqueza.
Que el aire de nuestras ciudades es cada vez más irrespirable y que parece imposible educar a los ciudadanos en la cultura del transporte público y el desplazamiento a pie o mediante vehículos no contaminantes, que cumplan las reglas y respeten al resto de ciudadanos, eso sí, resulta evidente, así que no se me ocurre otra salida, si es que queremos dejar a nuestros hijos y nietos un mundo en el que podamos respirar sin máscaras ni mascarillas, que la de "atarse los machos" y pisar el freno para parar esta locura en la que malvivimos.
Evidentemente los puestos de trabajo que se perderían en la industria automovilística son importantes, pero también lo fueron los que se perdieron en nuestro campo con la progresiva o no tan progresiva introducción de la maquinaria agrícola o toda la gente que han mandado al paro los sucesivos avances tecnológicos de los que hoy por hoy disfrutamos con mayor o menor entusiasmo. El dilema sería fácil de resolver si nos planteamos qué elegir entre las conferencias telefónicas con horas de demora o los WhatsApp tan habituales en nuestras vidas. Más aún si la elección hay que hacerla entre ciudades con un aire respirable y menos ruidosas o lo que hoy nos toca padecer, que, amén del ruido y los olores de la contaminación, nos regala cánceres, irritación de las mucosas y toda una gama de enfermedades respiratorias y nerviosas.
Quizá porque desde hace ya unos cuantos años me he visto obligado a prescindir del coche, sé que las más de las veces es un lujo superfluo que, además, esclaviza a quien lo tiene, un lujo que acaba por condicionar nuestra vida y que se lleva una parte importante de nuestros ingresos, en su compra, en el combustible, en los aceites y el mantenimiento, en las revisiones, el garaje y los impuestos y, sobre todo en el tiempo que se pierde en atascos y a la búsqueda de un aparcamiento.
Quizá se nos olvidó de que lo de "un coche para cada familia" fue un invento del nazismo, aquel Volkswagen (coche de la gente) del que se valió Hitler para crear puestos de trabajo en fabricarlos y en la construcción de autopistas para que circulasen, en una loca cerrera de endeudamiento que, sin remedio, acabó en la Segunda Guerra Mundial.
No perdamos esto de vista; las más de las veces la industria del automóvil es un falaz instrumento de chantaje y de dominación que pone a los estados en manos de las multinacionales del sector, las que piden ayudas para instalarse en un país, cualquiera, y lo abandonan luego para buscar nuevas ayudas y mercados en otro. De eso sabemos mucho los españoles desde que la Ford se instaló en Almussafes para construir coches destinados a algo más que el mercado español.
Desde aquel momento todo ha sido un tira y afloja desleal, en el que los trabajadores han sido rehenes de ese chantaje y, con ellos, sus vecinos y todos nosotros. Ahora, los fabricantes ponen el grito en el cielo y aseguran que veintidós años no bastan para cambiar los diésel y os de gasolina o gas por otros modelos que funcionen con la energía suministrada por baterías, sin ruido, sin humos ni olores, y yo me inclino a pensar que mienten, que para ellos es más cómodo y barato seguir por la misma senda, trucando de vez en cuando sus motores, para superar en el banco de pruebas, y sólo en él, las duras restricciones anticontaminación.
¿Son de fiar? Creo que no, creo que son tan poco fiables como los partidos que, uno tras otro, han "vendido" con sus reformas laborales a los trabajadores que ahora dicen defender y que siempre han despreciado la innovación y no han invertido un euro en desarrollar esa tecnología "limpia"  que, a partir de ahora y como siempre, tendremos que comprar a otros fabricantes de fuera o esperar a que  estos se apiaden de nosotros y comiencen a instalar en nuestro país las plantas donde fabricarlos. 
No os preocupéis. Al final nos resignaremos, dejaremos de ver el coche como una prolongación de nuestro cuerpo, un bálsamo con el que curarnos de los traumas y de las insatisfacciones del día a día. Quizá, cuando pisar el acelerador no vaya acompañado de un rugido y una nube de humo, caigamos en la cuenta de que el coche es sólo un medio de transporte, no un disfraz. Estoy seguro de que ese día llegará y pronto. Mientras tanto, como diría el “machirulo” del reguetón ¡Toma gasolina!

miércoles, 14 de noviembre de 2018

INSTINTO SUICIDA

¿Qué les pasa? ¿Por qué se empeñan en matar nuestras ilusiones una vez y otra vez? Os aseguro que a veces pienso que trabajan para "el enemigo", que son los topos que minan los cimientos que sustentan las esperanzas de la izquierda, que son incapaces de eso que tanto proclaman, de hacer una piña para que, de una vez, la izquierda vuelva a gobernar con el poder y los contrapesos necesarios para que la socialdemocracia no se vaya por los cerros de la banca y las eléctricas. Es inútil, no quieren y, cuando no se quiere, difícilmente se puede.
Ayer, sentado con viejos compañeros, hoy amigos, delante de unas cervezas, afloró, como no podía ser de otro modo, la crisis de Podemos en el ayuntamiento de Madrid, un asunto en el que, como traté de explicar ayer, me siento espectador y afectado como votante. Pero uno de esos amigos conocía a la perfección los hilos con que está tejida, no ya la formación, sino la unión de personas y partidos que llevó a Manuela Carmena al ayuntamiento madrileño y que hoy lo gobierna.
Os aseguro que me perdí en ese mapa lleno de rencores, de envidias y, por qué negárselo, de buenas intenciones. Está claro que Podemos no es un partido "a la antigua" y, sin embargo, tiene muchos de sus defectos, los peores. Y eso, amigos, es malo, muy malo, porque los votantes, mucho más los que nos consideramos de izquierdas y votamos a los partidos de la izquierda o que creemos que lo son tenemos la piel muy fina, quizá demasiado, y ante la menor decepción nos frustramos y damos la espalda al sueño, algo de lo que quienes están al frente de esos partidos no parecen conscientes.
Unas veces es el PSOE, otras Podemos y sus socios, pero el caso es que nunca son capaces de ir unidos y en armonía a unas elecciones. Siempre, en cuanto se habla de listas, sea para unas elecciones o para configurar las direcciones, elecciones, al fin y al cabo, se desatan todos los demonios y, entre ellos, el de la envidia y el de los celos los primeros, y, con ellos, todos los demás.
Y así nos va, arrastrándonos de frustración en frustración, sufriendo en nuestras carnes el daño, las consecuencias de tanta inquina, tanta envidia y, sí, digámoslo, de tanta inmadurez. Podéis, si queréis comprobar lo que os digo, hacer un ejercicio muy sencillo: buscad, es fácil hacerlo en las redes, fotos de los dirigentes de Podemos en las distintas etapas del partido, un partido que, os lo recuerdo, es aún muy joven. Si las miráis veréis que, como por arte de magia, algunos, muchos dirían yo, de quienes en un tiempo parecían mantener una amistad inquebrantable, hermanos casi, han ido desapareciendo, como por el Photoshop de máscara y pincel, desparecían de las fotos de los tiempos heroicos de la revolución de 1917 desaparecían en los libros de Historia rusos, una parte importante de los protagonistas de aquellos acontecimientos.
Afortunadamente, son otros los tiempos y ya no están de moda, que sepamos, el gulag y el asesinato, pero son muchas las formas de hacer desaparecer a un rival en política. Los partidos se cuidan mucho de permitir la diversidad en sus filas. Generalmente, los líderes no están preparados para soportarlo y, en cuanto ven peligrar su liderazgo o la de su guardia de corps, afilan el lápiz de expedientar y lo ponen a trabajar.
Podemos se enfrenta ahora a la comparecencia en las urnas sin máscara, con las siglas puras y duras, y siente el vértigo del fracaso o, cuando menos, de un cierto rechazo por la sociedad real, la que, al final, vota. Y, en ocasiones como ésta, Podemos acabar sacando siempre el peor de sus instintos, el suicida, ese purismo tan poco práctico que le lleva, al menos a su líder, a elegir aferrarse al poder sobre unos pocos, antes que ser uno más en el poder. No, no es bueno para ellos ni para nosotros ese instinto suicida del que adolece, como un niño malcriado, Podemos.

martes, 13 de noviembre de 2018

POR LOS ABUSOS, NO SE FÍA


Siempre he pensado, y pido perdón de antemano a quienes no compartan mi opinión, que Podemos es un aparato disfrazado de partido, que Podemos se formó alrededor de una vanguardia organizada, una vanguardia para la que la gente que les apoya, en las urnas o frente al teclado, es sólo un instrumento para perpetuar el aparato, un aparato cada vez más uniforme, mutilado de todo aquel que haya osado llevar la contraria al líder supremo, un aparato, no ya desconectado, sino aislado completamente de la realidad.
Podemos, siendo un partido joven formado por jóvenes, lleva ya años en crisis, años en los que se mueve de crisis en crisis, crisis resueltas con la más cruenta de las cirugías que, luego, se esfuerzan esconder detrás de abrazos fraternos y canciones de fuego de campamento, como queriendo esconder tras una fachada de agrupación scout lo que, a veces, se parece demasiado a los años más negros de la revolución rusa, por no hablar claramente de estalinismo.
Lo acabamos de ver en Madrid, donde quienes votamos a la candidatura de Manuela Carmena, va ya para cuatro años, contemplamos con disgusto como lo más brillante de esa candidatura, lo más eficaz y popular de su equipo, ha puesto el pie en la pared y ha sacrificado, involuntariamente, por cierto, su militancia para no sufrir la humillación de verse relegados a puestos de dudosa garantía a la hora de ser elegidos por el ex JEMAD, Julio Rodríguez, y el núcleo duro del aparato de Iglesias en Madrid que, con el avieso Ramón Espinar a la cabeza, han optado por colocar a personas sin experiencia de gestión alguna por delante de miembros de toda confianza del equipo de Carmena, reconocidísima y popular entre el electorado madrileño.
Podemos, al menos los integrantes de su aparato son de esos que prefieren quedarse en cabeza de ratón antes que ser cola de un animal digno y poderoso como el león. A veces un llega a pensar que lo de Podemos es un problema de psicoanálisis, por lo que haría muy bien en tumbarse en el diván, para verse tal y como es, con sus defectos subsanables, no como se ve desde la soberbia y cree, sin el menor atisbo de realidad, que es.
El gesto de Rita Maestre y otros cuatro compañeros en el Ayuntamiento, dejando a Julio Rodríguez y quién quiera que esté detrás de él en la elaboración de tan humillantes listas, compuesto y sin novios, no ha sido del agrado de Ramón Espinar, fiel de Iglesias, y su aparato. Por ello se han dado prisa en suspenderles de militancia, tanta prisa que ya la estaban haciendo pública mientras aún se debatía telemáticamente por los miembros del consejo, cortando cabezas en lugar de tender los puentes que ayudasen a reconstruir la unidad dinamitada.
Tengo muchas dudas sobre lo que pueda pasar a partir de ahora. Sin embargo, tengo claro que, si Carmena saca adelante una lista que agrupe a los miembros de su equipo con personalidades de aquí y de allá, profesionales y gente procedente de otros partidos junto a ella, volvería a ganar en Madrid dentro de cinco meses, porque, que no lo olviden Iglesias, Rodríguez y Espinar, quien ganó Madrid para Ahora Madrid no fue Podemos, sino el prestigio, la serenidad y la arrolladora personalidad de Manuela Carmena.
Cuando pienso en los partidos, especialmente en Podemos, me imagino sus "tripas" como aquella "oficina siniestra" del humorista Pablo -no Pablo Iglesias, que, de humor, poco- con sus pelotas numerados bailándole el agua al jefe, humillándose y humillando a los demás, las más de las veces ofendiendo a la inteligencia, No me extraña pues que Rita Maestre y sus compañeros hayan preferido integrarse en la lista que Carena acabe sacando adelante. Han sido demasiadas las jugarretas con que el aparato ha relegado a quienes se han atrevido a hacer sombra a Iglesias, a mostrar el más mínimo brillo junto o frente a él. Por eso, esperando lo peor de Ramón Espinar y Julio Rodríguez, han optado por saltar al barco de su alcaldesa. Han sido demasiados los abusos cometidos en nombre y por el bien de "la marca, se han hartado y han colgado el viejo cartel de "por los abusos, no se fía".

lunes, 12 de noviembre de 2018

EL JUEGO DE LAS TOGAS


Una vez más nos asomamos al abismo que genera uno de los agujeros negros de la esta imperfecta democracia que más o menos a regañadientes nos hemos dado, un agujero que no es otro que el que genera el sistema de elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, el órgano más contestado quizá de todo el sistema, precisamente, porque es el órgano en cuyas manos se pone el gobierno de los jueces y ya se sabe que nadie o casi nadie acude a los tribunales por gusto y nadie o casi nadie sale de ellos plenamente feliz con sus fallos.
Es una elección trascendental la que probablemente se resuelva esta tarde, porque quienes resulten elegidos se encargarán de elegir a su vez a su presidente, que lo es además del Tribunal del Supremo y de los presidentes de las diversas salas, así como de los de los tribunales superiores de Justicia de cada comunidad autónoma. que, con su voto de calidad, como acabamos de comprobar en nuestras carnes con la sentencia sobre el impuesto de las hipotecas, pueden volcar y revolcar el sentido de los fallos que pasan por sus manos.
En algún momento de nuestra democracia se decidió que en la elección de ese órgano de gobierno de nuestra justicia que es el Consejo General del Poder Judicial, tuviesen la última y única palabra los partidos políticos, con un número de votos en la elección proporcional al número de escaños que ocupan en el Congreso de los Diputados y el Senado, lo que ha llevado a vestir a cada uno de los miembros del Consejo, a veces injustamente, pero casi siempre con razón, con la camiseta del partido que le dio sus votos, algo que acaba pesando y casi nunca para bien en sus decisiones.
En este país, sometido desde hace casi cuatro décadas al bipartidismo y enfermo grave de corrupción, lo que más ha preocupado a esos partidos ha sido cubrirse las espaldas con los muchos aforamientos que sirven de parapeto a sus cargos inmersos en procesos judiciales que, invocando el fuero, no sólo alargan los tiempos del procedimiento, sino que, además, se ponen en manos de jueces que en algún momento de su carrera han recibido las bendiciones de éste o aquel partido.
Todo lo dicho, unido a esa forma de cobardía que eufemísticamente  llamamos prudencia, lleva al triste espectáculo del "intercambio de cromos" que se produce entre representantes de esos partidos cada vez que se enfrentan a la elección del Consejo, Entramos entonces en ese "los amigos de mis amigos son mis amigos" que, llevado al límite, nos pone ante absurdas tales como que la guinda del pastel, el nombre del presidente del Consejo, sea lo primero que se coloca en la tarta, antes incluso del bizcocho o las capas de nata, merengue o chocolate con que se levanta.
Eso es lo que parece que va a ocurrir en la elección del próximo consejo, el que tomará el relevo del que, para nuestra desgracia y la de la Justicia, presidirá unas semanas más Carlos Lesmes. Por lo que hemos sabidos hasta ahora, PSOE y PP, para no hacerse daño en la refriega, ya han decidido quién será el nuevo presidente, el hasta ahora presidente de la Sala de lo Penal del Supremo y encargado por tanto de presidir el juicio a los presuntos responsables de la irregularidades del "Procés", Manuel Marchena, un conservador con fama de dialogante, al que apoyaría también el PSOE a cambio de conseguir una mayoría progresista en la composición del consejo, un pasteleo, vamos, que no hace otra cosa que perpetuar el tufillo a componenda que emana siempre del órgano de debería velar por el buen funcionamiento de la Justicia,
De esta salida tan poco honrosa lo único positivo sería que el denostado Caros Lesmes, denostado por méritos propios, tendría los días contados, y se evitaría por tanto la prórroga de su mandato, lo único que le faltaba al sombrío panorama de la justicia española. De modo que una vez más nos vemos de hoz y coz ante el espectáculo nada edificante del juego de las togas que casi siempre aparenta ser una cosa y, al final, deja a más de uno colgado de la brocha de su pacto y traicionado para los próximos cinco años.

jueves, 8 de noviembre de 2018

POR UNA HEBILLA



A veces una pequeñez, el clavo de una herradura al que no se le da importancia y acaba provocando, como en la fábula, que se pierdan el caballo y el jinete, son la causa de grandes problemas si no de grandes desgracias. Quién no se ha intranquilizado al subir a un vehículo "remendado" o al pasar por un puente mal anclado. Y, si nos intranquilizamos, es porque sabemos que cada uno de los clavos de la herradura, de los tornillos que sostienen una estructura o de la más pequeña rueda de un engranaje. son imprescindible para la seguridad del conjunto.
Ayer pudimos comprobarlo al contemplar el circo de dos pistas, las estaciones de Sants en Barcelona y Atocha en Madrid, un circo que pudo haber acabado en tragedia, que, con la ayuda inestimable de algunos medios encantados de hacer amarillismo, mantuvo en vilo a miles de ciudadanos, a lo largo de varias horas, hasta que finalmente se supo que el origen de la alarma, una presunta granada de mano en el equipaje de una pasajera, no era más que la  estrambótica hebilla de un cinturón. 
De lo ocurrido ayer cabe extraer muchas lecciones.  La primera, que, pese a lo bufo de la situación, la seguridad de aeropuertos y estaciones, de la que a veces tanto nos quejamos, funciona. La segunda, que esa seguridad es un asunto muy serio en el que no deberían caber las distracciones y que debería estar en manos de profesionales convenientemente seleccionados, adiestrados y pagados, un asunto que no debería estar en manos de gente mal pagada, sometida al estrés de turnos que convienen más a la empresa que la ha subcontratado que a las necesidades del servicio o a la salud y el equilibrio de quienes se encargan de hacer esos controles. 
Tal y como nos ha llegado la información sobre lo ocurrido, cabe imaginar que el fallo se produjo en uno de los controles de equipaje de la estación de Sants, en el que o no se puso atención a la pantalla del escáner por el que pasó la maleta o no se reaccionó con la diligencia esperada, porque, si en esa maleta había algo sospechoso, su propietario y la misma maleta deberían haber sido apartados y retenidos, no ponerse a buscarlos a posteriori, después de revisar las grabaciones del escáner y cuando el viajero, en esta caso viajera, había embarcado en su tren y viajaba ya hacia Madrid.
El caso es que se falló en ese primer eslabón de la cadena y, a partir de ahí, se movilizó todo el dispositivo para estos supuestos, tanto en Barcelona como en Madrid y funcionó, en coordinación perfecta entre los Mossos d'Esquadra y la Policía Nacional, para poner a salvo del hipotético peligro a quienes se encontraban en ambas estaciones y que afortunadamente sólo fueron víctimas de molestias y retrasos.
Hasta ahí lo que funcionó después de dada la alarma. A partir de ahí, el vergonzante comportamiento, una vez más, de Nacho Abad (Espejo Público de Antena 3) y otros como él, que, despreciando los más elementales filtros que exige la ética profesional, se lanzaron a especular con una grandilocuencia y gravedad dignas de mejores empeños, contando "minuto a minuto", como suelen decir estos pájaros de mal agüero del periodismo, lo que se iban inventando sobre la marcha, a partir de "soplos" de a saber quién, lo que nunca fue verdad, sembrando el pánico y la intranquilidad entre los familiares y amigos de quienes viajaban esa mañana en AVE entre Barcelona a Madrid.
Llegó a "retransmitir" el tal Nacho Abad, minuto a minuto, el paso del AVE que llevaba a bordo la maleta "con la bomba", por Zaragoza y Calatayud. Lo hizo con el dramatismo y el autobombo tan propios en él y sin el más mínimo rubor, para, a continuación y "sin despeinarse", decir que ese no era el tren en custión, porque el que en realidad llevaba la maleta sospechosa llevaba un buen rato en Madrid, donde ya se había comprobado que la granada de mano no era otra cosa que la hebilla de un cinturón."
Resumiendo, los cuerpos policiales cumplieron con su obligación a la perfección. También los viajeros que, entre el miedo y su buen conformar, acataron sin rechistar las órdenes policiales. Otra cosa fue el de ADIF, la empresa pública responsable de las estaciones afectadas, y la correspondiente subcontrata de seguridad, que avisaron con media hora de retraso a la policía y, evidentemente, no cumplieron con su cometido. Al final, todo acabó bien y, lo que, de haber existido la bomba, pudo acabar en tragedia, quedó sólo como una anécdota chusca. Y todo por una hebilla.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

LA JUSTICIA, HIPOTECADA


Mal día el de ayer para la justicia española. Arrancó en la Europa a la que nos queremos parecer -allí los jueces son más diligentes y madrugan más que aquí- con una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, la última esperanza de los justiciables injustamente tratados por la justicia, y arrancó con un serio revés, no sólo para la magistrada de la Audiencia Nacional, Ángela Murillo, que presidió el tribunal que condenó a Arnaldo Otegi a una pena de dos años de prisión ya saldada y a diez años de inhabilitación por su presunto intento de reorganización de Batasuna, sino también, así hemos de deducirlo, para el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional, que no atendieron la reclamación del dirigente abertzale, cuando reclamaba su derecho a un juicio justo que, como ha sancionado el TEDH, no tuvo al ser rechazada su recusación a esa juez, Ángela Murillo, que en un juicio anterior había dado claras muestras no sólo de animadversión, sino, incluso, de un cierto desprecio al acusado.
Los malos modos y el "desparpajo" jocoso de la juez que tenía que decidir sobre la libertad del acusado y su derecho a presentarse a las elecciones deberían haber hecho saltar las alarmas, primero en la Audiencia Nacional, luego en el Tribunal Supremo y por fin en el Constitucional, pero en ninguna de estas instancias se atendió la reclamación de Otegi, que fue juzgado por una magistrada que, en el mejor de los casos, no supo guardar las formas ni mantener el respeto debido al acusado, por lo que, elevado el caso al Tribunal de Estrasburgo, éste ha acabado dando la razón a Otegui y anulando su pena de inhabilitación, por no haberse respetad su derecho a un juez imparcial y, por tanto, un juicio justo.
Ese "palo" fue el primer trago que tuvo que tragarse ayer la justicia española, pero no sería el único, porque, unas horas más tarde, la Sala de lo Contencioso Administrativa, reunida en pleno, consagro el "donde dije digo, digo Diego", haciendo saltar por los aires la sentencia dictada hace quince días por una sección de la misma sala, que al día siguiente había dejado en suspenso su presidente, Luis María Díez Picazo. que tras dos días de deliberación se desdijo de su primer voto que optaba por obligar a los bancos a pagar el maldito impuesto de actos jurídicos de las hipotecas, para de repente inclinar la balanza en sentido contrario, eximiendo al poderoso, la banca, de pagar el impuesto, para cargarlo sobre el cliente.
Se ve que al presidente Diez Picazo le debía parecer mucho lo que debería pagar la banca por los cuatro años no prescritos de haber esquivado el pago del impuesto obligado en la formalización de las hipotecas y, por ello, para ahorrar a la banca ese desembolso así, “dé golpe", era partidario de hacer borrón y cuenta nueva, atendiendo a la injusticia señalada en la primera sentencia, pero "pasando" de la retroactividad del fallo, para ahorrarle toda esa pasta a la banca. Lamentable, pero más aún, si se tiene en cuenta el modo en que Díez Picazo llego a su cargo, de la mano del dedo de Carlos Lesmes y con probadas vinculaciones con la banca con la que, en ocasiones, había colaborado.
Demasiadas coincidencias. Tantas que uno acaba echando en falta, también en este terreno, un VAR que permita ver los penaltis, las faltas y os fuera de juego con los que algunos magistrados toman sus decisiones. Por eso creo, como ayer sugería en mi muro de Facebook, que harían muy bien nuestros periodistas en cumplir con su obligación de vigilar, como un VAR de papel, las circunstancias de cada uno de esos magistrados, dando cuenta de los créditos que reciben, las becas, las publicaciones, los cursos y seminarios, los ciclos de conferencias y los viajes y congresos en que participan, que financian las entidades bancarias sobre las que, antes o después, en un país tan judicializado como éste, en el que la banca comete tantos abusos sobre sus clientes. Esa y no otra, gracias a la torpeza de unos cuantos magistrados, es la hipoteca que pesa y va a seguir pesando sobre la justicia española que, tras la sentencia de la manada, las correcciones del Tribunal de Estrasburgo y el bochornoso espectáculo de ayer en el Supremo, va a tener que pagar en prestigio del que cada vez está más mermada.

martes, 6 de noviembre de 2018

EL SOCIO, EL JEFE Y LOS CANALLAS


Hace siglos que los matrimonios, sobre todo entre familias poderosas, más que uniones sentimentales acaban siendo alianzas de poder o absorciones entre familias en el mundo de la empresa y el de María Dolores de Cospedal con Ignacio López del Hierro es un claro ejemplo de esto que os digo, porque, a la vista está, esa unión "santificada" hace nueve años, parece más una comunión de intereses entre la secretaria general del Partido Popular y su pequeño "Florentino" sevillano Ignacio López del Hierro, llegado de la política, con cargos en la UCD, al mundo de los negocios, en el que le faltan los días para sentarse en los consejos de administración a  los que pertenece.
Parece claro que el más beneficiado en esa unión ha sido el empresario, puesto que su posición y su influencia en el mundo de los negocios floreció desde que él y la “número dos” del Partido Popular. decidieron "juntar las meriendas". Sin embargo, costaba imaginar que, en una estructura tan sólida y tan presuntamente impenetrable como la de ese partido, el marido de una de sus dirigentes llegará a alcanzar tanto poder e influencia, sobre todo si ese poder y esa influencia se consiguen sin ostentar otro cargo que el de ser el consorte de la secretaria general.
López del Hierro, que en su día tuvo poder político y económico en Castilla La Mancha, donde con UCD fue gobernador civil de Toledo y consejero de  la intervenida Caja de Ahorros de Castilla La Mancha, se comportó como un mentor, si no como un padre, con su esposa mientras fue presidenta de la comunidad castellano manchega y cuentan que, de algún modo, supervisaba sus ruedas de prensa, algo que resultaba, por demasiado evidente, poco o nada estético, más cercano al papel de "madre de la Pantoja" que al de un marido respetuoso con el trabajo y las capacidades de su esposa, algo que al verse reflejado en la prensa, especialmente en EL MUNDO, provocó las iras de uno y otra.
Lástima que el tiempo que es lo que más dura de esta vida haya acabado poniendo al descubierto el papel de cada uno en ese matrimonio y más lástima que haya sido "gracias" a las grabaciones del comisario rata que, abusando de la confianza que evidentemente tenía con la pareja, registró para la historia más negra de la política española "los negocios" que se traían entre manos, especialmente López del Hierro y él, mientras contrataban la destrucción de pruebas de la trama Gürtel que, pese a sus esfuerzos acabó finalmente con las presidencias de Rajoy en el Gobierno y el PP, o el espionaje a Javier Arenas, rival y enemigo, de Cospedal o Alejandro Pérez Rubalcaba, hermano del por entonces ministro del Interior y autor, según este trío siniestro, de las filtraciones de la investigación sobre la trama a la prensa.
Quien se haya molestado en seguir el serial del que cada día  os medios nos dan cuenta de un nuevo capítulo se habrá dado cuenta de que la relación existente entre el comisario afortunadamente y desde hace tiempo encarcelado y el matrimonio era propio de algo más que "comercial", porque existía entre ellos, especialmente entre comisario y empresario, una confianza tal que llevó al comisario a traicionarse, revelando más o menos cuál era el método seguido para hacerse con las conversaciones y los mensajes de sus víctimas, una revelación que da prueba de la desesperación del comisario que, quizá dándolo todo ya por perdido, pone en peligro de su fuego amigo a quienes le facilitaban todo ese material a cambio de dinero.
Relajados estaban también cuando, como en una película de Agatha Christie, cargada de estrellas, asignan al final, con planos de esas estrellas los papeles, refiriéndose a la secretaria general del PP como "el socio" y, sin duda, a Mariano Rajoy como "el jefe". Todo un magnífico reparto para una serie de final incierto, a veces "Pepe Gotera y Otilio", a veces "Mortadelo", pero siempre con la gravedad de un Le Carré carpetovetónico. Un magnífico reparto que encabezan el socio, el jefe y estos dos canallas.


lunes, 5 de noviembre de 2018

A POR ELLOS


¿A qué fueron Albert Rivera a y compañía a Alsasua? Yo lo tengo muy claro: a provocar y, de paso, a rebañar unos cuantos votos de ciudadanos andaluces poco dados a reflexionar sobre las verdaderas intenciones de quienes de vez en cuando aprietan las heridas aún abiertas, que son muchas, no para hacerlas supurar, sino para que duelan.
Imaginad por un momento que Albert Rivera y compañía, qué decepción señor Savater, en lugar de ir a Alsasua "a defender a la Guardia Civil" hubiesen ido a Tordesillas a defender la causa animalista y a denostar la salvajada, que otra cosa no es, de la fiesta del "Toro de la Vega". No tengo la menor duda de que hubiesen cosechado las mismas pellas de estiércol, los mismos abucheos, las mismas campanadas aturdidoras y quizá los mismos palos que quienes, año tras año, fiesta tras fiesta, se la jugaban en la localidad vallisoletana, para parar una fiesta inhumana y cruel, sin sentido en pleno siglo XXI.
Estoy hablando, no se me malinterprete, no de lo que defendían unos y otros, que sobre eso cada uno, supongo, tenemos nuestro criterio formado, sino sobre el hecho de aventurarse en territorio hostil, en un pueblo, con sus costumbres propias y sus gentes, para decirles lo que está bien y lo que está mal y lo que tienen que hacer con sus vidas. La diferencia entre unos y otros radica en que los animalistas se plantaban a pecho descubierto en Tordesillas para impedir la salvaje agonía de un animal aturdido y noble, hasta entonces libre, mientras que Rivera y los suyos se plantaron ayer en Alsasua sin otro motivo real que el de "sonar y salir" en Andalucía, donde, según las encuestas, ni la presencia de Inés Arrimadas o el propio Rivera, que van allí a hablar de Cataluña y contra el PSOE, consigue desbancar a Susana Díaz ni, tampoco, sobrepasar al PP en el parlamento andaluz.
No hacen sino seguir la impúdica tradición de la derecha española que, para no tener que hablar de lo que hay que hablar, va me tiendo palos en los nidos de araña y en los avisperos para despertar a los "bichos" enfurecidos y tener así algo en que ocupar a sus posibles votantes, estrategia que, maldita sea da beneficios a corto plazo, pese a que, a la larga, no consiga sino enquistar si no agudizar los problemas.
Hagamos un ejercicio: señalemos de memoria cinco o seis puntos del programa de Ciudadanos con los que podamos coincidir en mayor o menor medida. Resulta difícil ¿verdad? Para mí es imposible encontrar uno sólo y no me creo muy distinto de la mayoría de los ciudadanos, así en minúsculas, con los que me cruzo. Por qué triunfan entonces las candidaturas de Rivera, candidaturas personalistas donde las haya, de las que casi nadie recuerda dos nombres. Sencillamente, porque la alimenta de episodios como el de Alsasua, diseñados para, cueste lo que cueste, haya insultos o palos y mejor si los hay, salir en los telediarios.
Los lamentables hechos de Alsasua, en los que dos guardias civiles y sus novias fueron agredidos por una turba de "machotes" abertzales", fueron sobradamente investigados y llevados ante la justicia, que condeno con dureza a los responsables, aunque no por terrorismo ¿A qué viene entonces lo de ayer? ¿A resucitar fantasmas? Dicen que lo que se convocó fue un acto en defensa de la Guardia Civil y yo me pregunto si la Guardia Civil necesita ser defendida. La misión de las fuerzas del orden no es ora que la de servir al ciudadano y, pese a ello, que yo sepa no existe un solo cuerpo policial, incluida la guardia suiza del papa, que no se vea sometido a la crítica, cuando no al escarnio de parte de la ciudadanía y por ello gozan de privilegios legales que bastan para defenderlos. No necesitan de estas defensas interesadas, como la Legión no necesita de homenajes que, hoy por hoy, en España sí merecería la joven UME.
No. El acto de ayer en Alsasua no era sólo innecesario, sino que ha sido, además, peligroso y, cuando menos, ha desatado todos los demonios en un lugar en el que sólo el tiempo y el sosiego acabarán curando las heridas abiertas. El a sabiendas imprudente acto de ayer no fue más que otro "a por ellos" contra un enemigo inventado a mayor gloria de la testosterona nacional que tanta falta le hacen a Rivera y otros como Rivera que nos hacen mirar la bandera, y perdón por el ripio no buscado, para quitarnos la cartera.

jueves, 1 de noviembre de 2018

EL SILENCIO DE CASADO


Hasta ahora, Pablo Casado ha corrido, más que caminado, hacia adelante con esa convicción, que tiene más de ceguera que de sabiduría, de que tenía eso que los musulmanes llaman baraka, una especie de protección del destino que le pondría a salvo de todo y de todos. Así, cuando, con toda la razón, se vio envuelto en el turbio asunto de los másteres de la Rey Juan Carlos, con la imposibilidad de justificar con pruebas haber cursado el mismo máster que le costó la presidencia del gobierno de la Comunidad de Madrid a Cristina Cifuentes o por la inusual diligencia con que aprobó en dos convocatorias toda una carrera de Derecho, Casado tuvo el aplomo de no salir de su versión o su silencio según convenía en cada momento y esa estrategia acabó funcionándole, claro está que protegido, además de por su baraka, por el escudo del aforamiento que puso su caso en manos de los jueces del Supremo, donde de sobra sabemos que ejercen magistrados capaces de "amarla" en favor de los poderosos y sin el más mínimo escrúpulo, como acaba de demostrar el magistrado Díaz Picazo al dejar en suspenso la sentencia de las hipotecas.
Salvado por los pelos del escollo de los másteres, se lanzó sin salvavidas a la piscina de las primarias en las que su partido debía elegir al sucesor de Rajoy, que acababa de dar su particular "espantá", tras la victoriosa moción de censura de Sánchez, dejando un vacío que Casado vio como única salida para su carrera. Y le fue relativamente bien, porque, de tres candidatos, Soraya, Cospedal y él, quedó el segundo, sólo con la muy odiada Sáenz de Santamaría por encima, lo que le vino muy bien a la ex secretaria del partido, María Dolores de Cospedal, para vender caro su apoyo al joven e intrépido Casado, para derrotar en la segunda vuelta y ·trabajarse un retiro dorado en Bruselas, el gran cementerio de elefantes de la política, como cabeza de lista en las próximas elecciones europeas.
Con lo que no contaban Casado ni, mucho menos Cospedal, es con el efecto Villarejo, que con todos se reunía y a todos encadenaba con sus grabaciones, y que, cegado por su negro futuro en prisión, acabaría revolviéndose contra quienes, como Cospedal y su marido, habían gozado de su amistad y confianza.
Cuando el siniestro comisario reveló los chuscos comentarios de la fiscal Delgado hace diez años, Casado se soltó la lengua y se frotó las manos pensando que la de la hoy ministra de Justicia sería la tercera cabeza del gobierno socialista que colgaría en su sala de trofeos, pero se equivocó de medio a medios, porque Delgado resistió y, por ende, el gobierno de Sánchez también. Aguantó y, lo que es más importante, no cedió a las presiones de Villarejo, que sigue en prisión y sin sacar rédito alguno a sus miserables revelaciones. Así que, viendo que el muro socialista resistió sus embates, los dirige ahora contra el partido de la calle Génova, en el que gozaba, entre otras con la amistad de la secretaria general de entonces, hasta el punto de ser recibido en su despacho, al que fue conducido por el marido que Cospedal, algo más que un consorte, ahora lo confirmamos, en las oscuras tramas de la corrupción popular.
Darse a conocer el miserable contenido de las grabaciones del comisario, en las que se oye a Cospedal y su marido proponiendo al policía “trabajos puntuales" en relación con las investigaciones del caso Gürtel, y secarse la lengua del locuaz presidente del PP fue todo uno. Se secó como se secan las fuentes cuando se desvían los ríos y se agotan los pozos. Se secó, con la aspereza de la garganta de arena del genial Goyeneche y la amargura de tener que callar ahogado por el eco de todo lo dicho hasta ahora contra quienes, como su benefactora en la segunda vuelta del proceso electoral popular, se han escuchado con años de retraso en las grabaciones de Villarejo.
Casado calla y sabe por lo que calla; porque lo desvelado de aquel encuentro en el despacho de su aliada es algo más que una ristra de chascarrillos bañados en alcohol y compañía. Lo de Cospedal es la prueba evidente de que el PP, sus dirigentes, conocían de sobra la trama Gürtel y de que estaban haciendo todo lo posible para torpedear la investigación judicial que, finalmente, acabó con la carrera, entre otras del presidente Rajoy. Casado lleva cuatro días en silencio y es posible que hoy, en Huelva y porque no le queda otro remedio, responda por fin a todos los interrogantes que le planteen sobre las cintas y el futuro de Cospedal, que metió, la muy torpe, al zorro en su gallinero.