Ayer, después de escribir el "A media luz" del día
y mientras, escuchando la radio, me preparaba para salir de casa, me quedé
enganchado a la entrevista que Gemma Nierga le hacía a una mujer joven, madre
soltera de dos niñas, Nerea y Tatiana, que le contaba las dificultades con
que, sin trabajo, sólo con la "ayuda familiar" de los servicios
sociales, y la del padre de las niñas, también en paro, se enfrenta cada
día a la hora de dar de comer a sus hijas.
Lucía Medina, que así se llama la joven madre, contaba como
estuvo a punto de no acudir a la entrevista en el Palacio de San Telmo de
Sevilla, porque esa mañana le había "salido" una casa para limpiar
por veinte euros y que los necesitaba. Afortunadamente pudo
aplazar la faena unas horas y gracias a ello nos enteramos de cómo muchas
noches se enfrentaba a una nevera vacía o con un único huevo con el que hacer
una tortilla francesa con la que dar de cenar a las pequeñas, mientras
ella, como tantas noches se iba a la cama sin tomar bocado o con medio
vaso de leche.
Lucía contó también como sus hijas, especialmente la mayor,
de ocho años, era consciente de todo y, en ocasiones, cedía su propia ración
para la pequeña y cómo, pese a todo, estaba contenta por poder conservar a sus
hijas con ella, para que no tuviesen que pasar por lo que ella pasó cuando sus
padres tuvieron que entregarla a una institución, porque no podían cuidar
de ella. Lucía contó también que vivía pendiente del móvil, esperando una
llamada que le ofreciese los trabajos con los que sacar el dinero
necesario para llenar la nevera. También agradeció la medida adoptada por el
gobierno de Andalucía para garantizar, a través de la red de comedores
escolares, que cualquier niño pueda hacer las tres comidas diarias que
necesitan.
He de confesar que -soy de lágrima fácil- me emocione y no
tuve necesidad de aplicarme colirio. Pero también he de decir que lo que quizás
me emocionó más y al mismo tiempo me llenó de orgullo fue comprobar con qué
naturalidad, sin fatalismo, y llena de dignidad contaba Lucía su historia, sin
melodramas, sin mendigar, explicaba que lo que quería evitar a toda costa era
que sus hijas pasasen por lo que ella pasó cuando tuvo que separarse de sus
padres.
No me explico cómo, ante historias como ésta, que,
desgraciadamente, son demasiado habituales y no sólo en Andalucía, haya quien
se atreve a criticar las medidas sociales -esta y la de la expropiación
temporal a los bancos de viviendas vacías procedentes de desahucios- y a
acusar a la Junta de hacer chavismo. Está claro que el mundo de quienes hacen
estas críticas no va más allá de su lujoso portal o de las verjas de su jardín.
Está claro que para no saberse causa de la misma son incapaces de ver la
desigualdad y la injusticia.
Os decía que la historia de Lucía me atrapó. Tanto me
atrapó que acabé contándosela a los amigos con los que como los viernes.
Charlamos mucho sobre el asunto, nos preguntamos cómo contarían Azcona y Berlanga estos tristes años que nos toca vivir y, cuando después de unas horas, nos
despedíamos surgió, entre letra y letra de tango y bolero, aquel poema
impresionante de Gabriel y Galán, "El embargo", que mis amigos -todo
un lujo- Rodolfo Serrano y Pepe Regueira se atrevieron a recitar en su castúo
original y que prometí colgar hoy en mi muro de Facebook.
Pero lo que, al final, importa de esta historia es que, por vez primera en muchos años, un gobierno hace en España una política social realmente de izquierdas: garantizar, por ejemplo, que todos los niños andaluces, también los hijos de los parados y los desahuciados puedan comer tres veces al día.
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