domingo, 30 de junio de 2013

LIMOSNAS Y BECAS

 
 

Ese y no otro es el dilema. Ofrecer caridad en los momentos de dificultades en vez de hacer justicia. La cosa no es nueva. Es algo que han practicado los buenos cristianos y la gente de orden desde siempre. Recuerdo como, con la desaparición del franquismo, empresarios que se tenían por buenos y "obreristas", una especie de padres para sus trabajadores, pasaron a comportarse como verdaderos patrones, a veces en amos tiránicos cuando las leyes cambiaron, los sindicatos fueron libres y, lo que concedían antes como gracia y con palmaditas en la espalda, hubieron de darlo por ley y como derecho.

No les gusta, no. Lo llevan grabado a fuego en la conciencia. Lo aprenden en las meriendas y los tés de sus padres, en medio de los cuales aprenden que hay apellidos que valen más que otros y que lo que no viene de serie en la sangre se puede conseguir con dinero. Y saben perfectamente, también, que como en los viejos puertos de montaña, las distancias se acortan, aunque con esfuerzo, si se tienen los pulmones suficientes para atrochar entre curva y curva asumiendo la pendiente. Muchos españoles de clase media baja, algunos de familias más humildes, incluso, consiguieron escapar de la maldición que les perseguía desde la cuna.

Esas trochas que acortaban el camino podían ser muy distintas y yo conozco algunas, tanto en el bachillerato como en la Universidad. Había padres que se mataban a trabajar como mulas para conseguir pagar un buen colegio para sus hijos. Había también alguna madre que nunca esperaba a su hijo a la salida del colegio, para no hacerle pasar la vergüenza de que sus compañeros reconocieran en ella a la limpiadora que con escobas, trapos y bayetas, pagaba las mensualidades. Había, incluso, una forma más cruel y antigua de hacerlo y era la de obligar a los mismos estudiantes humildes a ejercer de fámulos de los ricos, sirviendo y limpiando mesas después de las comidas para, así, pagar la educación que estaban recibiendo.

Pero había, además, otro ascensor social, otra forma de "rescate" de los más avispados de entre los hijos de los pobres que se practicaba especialmente en los pueblos. Allí era el cura párroco el que buscaba a los más buenos y más listos de entre los hijos de los buenos cristianos, para mandarlos al seminario, de donde, si eran capaces de sobrevivir al hambre, el frío, la tiranía y, a veces, los abusos de algún que otro superior, salían como sacerdotes para apacentar las ·ovejas" del señor y escoger, a su vez de entre ellas las mejores, para entregárselas a la iglesia y cerrar tan vicioso círculo.

También los había que, con premeditación o no, se subían a ese tren, para abandonarlo después por falta de vocación, pero con unos estudios con los que defenderse en la vida.  Se daba todavía en mi generación o incluso antes. De hecho tengo buenos amigos que pasaron por ello y el periodismo está lleno de ejemplos. Ahora ya no, aunque quizá vuelva la burra al trigo, porque hasta ahora ha habido crisis de vocaciones, una crisis que, bien mirado, no ha sido otra cosa que la consecuencia que la llegada de la enseñanza obligatoria y gratuita a todos los rincones del país.

Si os detenéis a pensarlo, todas esas modalidades de ascensor social tienen algo de forma de caridad. Y la caridad tiene la virtud, para el que al ejerce, de que deja un cierto estigma, en quien la recibe. Por eso la buena gente de  la derecha, la gente de orden, los que añaden siempre, machaconamente, a cualquier detalle de su identidad ese "de toda la vida" que algunos hemos tenido que oír, gusta más de la caridad que de la justicia. Por eso exigen siempre, a cambio de la limosna, una cierta sumisión, un bajar la cabeza o un "eternamente agradeció" del que la justicia les privaría.

El ministro Wert es un claro ejemplo de esa gente de orden de la que os hablo. Por eso, en cuanto se relaja, le afloran los viejos recuerdos, los tics de otra época y acaba relacionando, si no confundiendo, caridad y justicia, limosnas y becas.
 
 

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sábado, 29 de junio de 2013

CABEZA Y CORAZÓN... DE MONTORO

 
 

De mis primeras semanas en la mili -yo soy de los que la hicieron, tarde, pero la hicieron- recuerdo dos cusas: una, la bruma de aquellas frías mañanas de noviembre en Araca, al lado de Vitoria, la otra, la consigna con la que me tropezaba al bajar las escaleras del pabellón de mi compañía "Si tiene remedio, de qué te quejas y, si no lo tiene, por qué te quejas". Ya se sabe que, también entre la gente de armas, hay filósofos y poetas.

La frase me ha venido a la memoria al leer las torpes excusas con que Cristóbal Montoro justificó ayer la dimisión, simulada y en diferido, de la responsable de la Agencia Tributaria, Beatriz Viana, como consecuencia de la crisis abierta en el que, hasta hace días, era considerado como uno de los organismos más prestigiosos y "más de fiar" de la Administración, a consecuencia de las fincas fantasma aparecidas en los datos fiscales de la infanta Cristina enviados al juez del caso Noos. Y lo he recordado porque, después de escuchar a Montoro, me pregunto ¿Si no es culpable, por qué la cesan -o le admiten la dimisión- y, si lo es, por qué la defienden?

Me temo que lo que ocurre es que "con la corona hemos topado" y que hay quien se ha empeñado en protegernos de lo que nos pueda pasar si vemos a una hija del rey ante el juez. Pero siempre sucede que las mentiras tienen las  patas cortas y, por eso, a cada explicación del ministro, inverosímiles todas, le ha seguido una cadena de desmentidos que han puesto en evidencia lo burdo de las torpes excusas, alegando tal cúmulo de errores y tal falta de rigor en el control de los datos que, al menos en el caso de doña Cristina, recibe la infanta, que era lógico pensar en ceses o sanciones.

Pero no. Silencio e inacción, Dontancredismo en estado puro. Una muestra más de ese "a ver si pasa el chaparrón" en el que Rajoy es un mago, pero que al locuaz Montoro no se le ha dado nada bien. Una pena, porque Beatriz Viana le pasaba a Montoro las chuletas, le dejaba ver con tiempo el contenido de los exámenes y eso le permitía pavonearse en las gradas del Congreso ante, actores, periodistas, empresas de comunicación y esos despreciables "cómicos" que, como "Dipardié" pagan sus impuestos fuera.

Montoro la va a echar de menos y lo dio a entender cuando dijo “Pierdo una excelente colaboradora, pero no la pierdo tanto porque no estará muy lejos. No estará en ese puesto, pero vamos a seguir trabajando juntos. Va a seguir en la institución, es la que entiende” y yo me pregunto por qué, si es la que entiende, deja que se vaya convirtiendo la que aparentemente ha sido la suya en la primera dimisión del gobierno de Rajoy. Chusco, muy chusco de nuevo, todo lo que deriva de este asunto, porque Montoro tuvo varios actos fallidos,  sin ir más lejos, cuando añadió que se trata "de una funcionaria que ha entendido que su relevo era el momento para fortalecer la credibilidad de la institución que estaba dirigiendo", un relevo que se produce sin aclarar el misterio y sin identificar a culpable alguno.

Quien iba a decirle a tan excelente profesional, la misma que dijo ante el micrófono que creía cerrado de una la sala de comisiones del Congreso que no sabía "lo que acababa de decir" que iba a perder su puesto, no por hablar de más, sino por haber guardado un disciplinad silencio. Al cerebro de Montoro la he perdido el corazón por eso ha dado demasiadas excusas para un decisión, la de dimitir, que, si lo es, no es suya, sino de Beatriz Viana. Demasiadas excusas para justificar lo que admitió como una decisión política para poner fin a la peor crisis vivida por la Agencia Tributaria que se produce justo cuando los contribuyentes echan cuentas para presentar su declaración de la Renta.
 
 

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viernes, 28 de junio de 2013

DONDE MEJOR CANTA UN PÁJARO




Tenía pensado titular esta entrada simplemente con un "Ya" o con algo parecido a "Baenenas ya está en la cárcel", pero, contemplando la viñeta del amigo Peridis, que me he permitido tomar prestada, he decidido que el título no podía ser otro que el de la fantástica novela del chileno afincado en Francia Alejandro Jodorowsky, "Donde mejor canta un pájaro".

Y dónde canta mejor. Depende. Y depende de si está en libertad o enjaulado, una circunstancia que también va a determinar el sentido de los trinos del pajarito. Porque, si el pájaro está en libertad o no la ha conocido nunca cantará de una manera, a veces dulce y complaciente, pero si está acostumbrado a los grandes espacios, las montañas y el lujo de los restaurantes, su canto puede volverse duro y peligroso.

El ingreso en prisión de Luis Bárcenas, el pájaro en cuestión, estaba escrito en el guión. No podía ser de otro modo, salvo que el juez y el fiscal pretendiesen reírse en nuestra cara y tanto uno como otro no parecen de esos. Era tal el cúmulo de pruebas que obran ya en poder del juez  y es tal la calidad de las mismas, que mirar para otro lado se hacía imposible. Y, por si fuera poco, la soberbias del que hasta hace nada llevaba las cuentas el PP y hasta hace menos cobraba, aunque fuese simulado y en diferido, y con la justicia tras de él, un sueldo del PP, le ha llevado a dar los pasos imprudentes que han puesto en manos del juez la llave para encerrarle, sin el posible consuelo de, como otros, pagar su libertad.

Está visto que prepotencia y torpeza son malas consejeras y, aunque tuviese motivos, Bárcenas se había vuelto prepotente en exceso. Tanto como torpe, porque no sé que le llevó a pensar que no iban a ser detectados los movimientos de sus cuentas o su viaje relámpago a Argentina, teniendo como tiene al juez y al fiscal detrás. No dejó de moverse y, al final, como el asaltante que pisa la ramita seca en el silencio de la noche, se ha delatado y ha atraído a la guardia sobre él.

Estoy seguro que si Luis Bárcenas lo ha hecho es porque, como muchos de sus compañeros de partido, ha tomado el Estado y a sus servidores como parte del patrimonio de su partido, de momento en el Gobierno, y ha pensado que tomándolo como rehén iba a salir indemne de ésta. Pero nada más lejos de la realidad, porque Bárcenas, como el general del poema de Brecht, olvidó que, pese a que sus máquinas de matar sean poderosas, necesitan hombres que las sepan manejar y que no todos los hombres tienen precio, pese a la que hasta ahora haya sido su experiencia.

El pájaro está desde anoche en la jaula y va a tener mucho tiempo para pensar en ello. Y no sé por qué me da que Bárcenas no es de la misma pasta que Vera o Barrionuevo y que no se va a resignar a ser el único en comer rancho los próximos años. El flamante recluso tiene mucho poder en sus manos. Tiene nada más y nada menos que las cuentas del PP de los últimos años. Unas cuentas que, por lo visto y publicado, son destacados dirigentes del partido, entre ellos -dicen- Rajoy.

Por eso, la entrada de Bárcenas en prisión y la conciencia de que, cuando las cosas empezaron a ponerse feas, llevó al notario material muy comprometedor tiene preocupados a sus ex compañeros de partido. Preocupados o aliviados, porque quienes no tienen nada que ver con aquellas cuentas tan turbias deben sentir alivio de que acabe por fin tanta media verdad y tanto disimulo. Creo que, como el niño que rompe un jarrón y lo recompone en un rincón, sentirán alivio cuando se descubra la fechoría.

Espero que el pájaro cante y cante bien, para que acabe de una vez la pesadilla de que, en este país, mientras la gente las pasa tan canutas, quienes toman decisiones que llevan a ello se llenan los bolsillos con dinero turbio que proviene del "impuesto revolucionario" que pagan algunos empresarios a cuenta de sobrecostes o favores. Bien está el pájaro en la jaula. Ahora, que cante mucho y bien.



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jueves, 27 de junio de 2013

LA MALA CARA DE RUBALCABA

 
Sé de sobra que las fotos que publica la prensa no corresponden exactamente a verdaderos instantes de la realidad, pero, pese a ello, hay que reconocer que tienen el valor de haber sido escogidas para representar la realidad tal y como se interpreta en las redacciones de los periódicos. Y lo digo porque alguna de las fotos que ayer vi de Alfredo Pérez Rubalcaba, después de que Griñán, no ya anunciase su retirada, sino que reclamase un relevo que, en el PSOE, que es, de los dos grandes partidos, el que me importa, está tardando demasiado.
En esa foto, el secretario general del PSOE tenía mala cara, no porque estuviese enfermo o le hubiese sentado mal la comida, como solemos entender, sino esa cara, ese mal gesto, que se nos pone cuando se nos despierta inesperadamente de la plácida siesta en la que estábamos sumergidos y no sé por qué, pero creo que, con su anuncio, José Antonio Griñán sacó sin piedad de su sueño al secretario general de los socialistas.
Rubalcaba, y no es un defecto que tenga en exclusiva, practica el catenazzo que tanto se ha criticado a la selección italiana y que, ya, ni Italia lo utiliza. Ese estar a la defensiva, encerrado en el partido, urdiendo no se sabe qué estrategia, para en cada vez más escasas ocasiones salir al contraataque no le gusta a la afición. Quizá a él le haya dado resultados, pero no lleva a la gente al campo. No hay más que ver las encuestas que dejan bien a las claras que el PSOE, el gran partido del centro izquierda, se ha olvidado, quizá no haya sabido hacerlo, de defender a quienes no hace tanto le llevaron al Gobierno.
Griñán habló de relevo y creo que ahora, después de los excesos cometidos en la etapa Zapatero, en la que, como en las expresas, la experiencia pasó a ser una rémora, se hace necesario ver, no ya caras nuevas, sino actitudes nuevas, porque los becarios que trajo consigo el antiguo secretario general, con honrosas excepciones, aptos para navegar en plana bonanza, no han sabido capear los temporales. Y entiendo al presidente andaluz, porque no debe ser agradable ver desmoronarse las expectativas de voto, mientras en Ferraz, al menos de puertas afuera, reina la inacción.
Tal parece que, en cuanto a actitudes, en España, los papeles de los partidos están cambiados, porque el partido de la derecha se comporta como un verdadero hooligan que hace oposición incluso cuando está en el Gobierno, mientras el que debería ser más progresista y debería defender los intereses y los derechos de los más desfavorecidos, se muestra siempre aquejado de un exceso de prudencia y un afán de consenso por el consenso que no conecta con el electorado a que pretende aspirar.
No sé si os pasado como a mí que no he sido capaz de entender la falta de tono de los socialistas en los primeros meses de gobierno de Rajoy. Llegué a pensar, incluso, que Rubalcaba estaba enfermo. Luego, considerar que, entre hacer oposición y consolidar, mediante una reestructuración interna, su partido, había optado por esto último, pero tal parece que ni una cosa ni otra, porque está todo por hacer y tengo la impresión de que, entre hacer unas primarias abiertas y clarificadoras ahora, con años para afianzar al candidato, y hacerlo en el último momento, sin darle tiempo a equivocarse, habían optado por lo segundo,
Quizá porque el ejemplo de lo primero fue Borrell y el de lo segundo Zapatero. Pero creo que ni uno ni otro ejemplo deben tomarse como dogma. Y, mientras tanto, Rubalcaba apurando los que sabe que serán sus últimos años en la política activa, para la que ha vivido más de la mitad de su vida. Sabe que deberá ceder el paso a otros, porque parece claro que no es capaz de subir este último puerto. Y necesitamos, el país necesita subirlos. Quizá por eso. ayer le vimos con tan mala cara.
 
 
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miércoles, 26 de junio de 2013

CUÉNTAME UN CUENTO

 
 
No parece, desde luego, que el locuaz ministro de Hacienda y Administraciones Públicas tuviera ayer su día, porque, una vez más se encargó de sembrar la expectación sobre el enigma de las trece fincas inexistentes, pero presentes, en los datos fiscales de la infanta Cristina. Mucha expectación, muchas conjeturas, para, al final, dejar todo tan poco claro como estaba al principio. Y no sólo eso. A cada afirmación del ministro, mediante comunicado o "de cuerpo presente", corresponde una respuesta de los culpables vicarios, notarios y registradores, que tardan apenas minutos en poner en duda, cuando no desmentir, las afirmaciones ofrecidas por el ministro.
En este escenario, chusco como pocos, la última esperanza de quienes creemos en la Justicia y en la igualdad ante la Ley hay que ponerla en manos del juez Castro, que se mantiene firme en su intención de aclarar los desmanes del yerno del rey y, en especial, este misterio de las fincas inventadas que, al parecer,  tan poco interés tiene el gobierno en aclarar.
No es la primera vez que Montoro nos deja ante la disyuntiva de perder la fe en el entorno de la hija del rey,  o quien quiera que interviniese en sus declaraciones, o perder la que hasta ahora teníamos en una institución más respetada que temida por los españoles de bien. Ya lo hizo hace unos días, con la respuesta inmediata de notarios, registradores e inspectores, negando la posibilidad del error repetido, y lo de ayer fue una segunda entrega de la misma pedorreta a la opinión pública con esa admisión de la existencia de los errores, sin que parezca existir la intención de explicarlos ni, mucho menos, hallar a los responsables o, lo que es más grave, depurar sus acciones u omisiones.
Cuantas más vueltas le doy, más me espanta que la Agencia Tributaria, la más potente de que dispone la administración para investigar cuentas, datos y registros y para cruzar sus datos con los de otras, no sea capaz de salir con dignidad de este embrollo, mientras las sospechas y los fantasmas voladores crecen en torno a la Corona, que, seguro, no parece que vaya a salir con bien de e ésta, porque admitir que no hay culpa por su parte es admitir que existen o pueden existir tramas capaces de falsificar operaciones a tres o más bandas, porque hay que poner de acuerdo o despistar al que vende, al que compra, al que da fe de la transacción, al que la registra y, por último, a los que debieran comprobar que todos los demás obran de buena fe.
Si todos los actores de tan chusco asunto han negado no sólo su veracidad, sino la misma posibilidad de que haya ocurrido, qué nos queda. Pensar que alguien se ha vuelto loco en la Agencia Tributaria, qué alguien la está saboteando o, me inclino a esto último, que alguien está tratando de encubrir el maquillaje de una cuentas que nunca olieron bien y que hablan de una cierta tolerancia con quienes no parecen conformarse con los privilegios que ya tienen.
Que no nos cuenten más cuentos, que ya tenemos el espíritu demasiado inquieto con tanta desgracia generalizada, que hay en este país niños que no comen como debieran, que aquí hay cada vez más ricos y que estos ricos lo son más, mientras crece el número de españoles que vive bajo el umbral de la pobreza y que, con todos esos problemas sobre la mesa, difícilmente nos van a devolver a nuestros sueños con sus cuentos ¡Que no nos tomen el pelo y que no nos cuenten más cuentos, por favor!
 
 
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martes, 25 de junio de 2013

LA HORA DE WERT

 
 

Fue, precisamente, un catedrático de Ciencias de la Educación, Laurence J. Peter, quien definió el principio que lleva su nombre, ese que todos hemos escuchado alguna vez y al que todos hemos puesto mil caras, le mismo que viene a decir que "en una jerarquía, todo sujeto tiende a ascender hasta alcanzar su máximo nivel de incompetencia". Fue precisamente un catedrático de Ciencias de la Educación y tal parece que, cuando lo formuló, estaba pensando en nuestro ministro de Educación y Cultura, porque el "joker" Wert, torpeza tras torpeza, insolencia tras insolencia, está, si es que no lo ha hecho ya,  a punto de alcanzar la cima de lo incompetente que puede llegar a ser.

Le recuerdo en aquellos primeros ochenta, cuando ya gustaba de acudir a la radio, después de haber estado en la cúpula del CIS y cuando ya escapaba del centro político por la puerta de la derecha, hacia la frustrada Coalición Democrática que acabaría siendo el germen del PP. Adoraba tanto el micro como las butades y le encantaba sembrar la polémica allá por donde pasaba y he de reconocer que, aunque un tanto pedante, en las distancias cortas resultaba simpático.

Yo era por aquel entonces un recién llegado al periodismo, casi por accidente. Era licenciado en Ciencias de la Imagen y había dejado colgados los estudios de Veterinaria, quizá porque llegué a la conclusión de que tenía demasiadas cosas en la cabeza como para dedicarla sólo al estudio. Os lo cuento, porque, si yo pude hacer ese quiebro en mi vida, fue porque colaboraba en el negocio familiar por las mañanas y, por las tardes, iba a la facultad o al cine, que me enseñó tanto como los profesores.

De no haber sido así, probablemente hubiese acabado en cualquier oficina o hubiese seguido con la tienda de mi padre.

Recuerdo también que en algún momento de mi vida tuve beca y que era brillante en las revalidas, bastante más que Aznar, sobre todo en latín y ciencias, con lo que alcanzaba ese notable de media que se exigía para tenerla. A la beca renunciaron mis padres, porque, a pesar de tener cuatro hijos, consideraron que podían pagar nuestros estudios, como así lo hicieron, dándonos carrera universitaria a los cuatro. Por eso me echo a temblar sólo de pensar que hubiera sido de nosotros si nos hubiese tocado convivir con una crisis como ésta. Probablemente, hoy llevaríamos guardapolvos si es que los carrefures, los mercadonas, los dias y los alcampos nos hubiesen respetado. También, durante seis años, di clases en la Universidad y allí pude comprobar lo enriquecedora que resulta la mezcla de alumnos de distintas clases sociales,  cómo el pedigrí económico de los padres no garantiza nada y cómo las más de las veces, al menos en lo mío, pesan más las inquietudes que el esfuerzo.

Si mezclo todos estos recuerdos, es porque creo que lo que pretende el ministro es una canallada. Es poco menos que expulsar de la Universidad a todo aquel que no disponga del patrimonio familiar que le permita hacer una carrera cómoda, mientras, de paso, disfruta de una vida que, probablemente, le enseñará lo que no se aprende en las aulas. Le doy vueltas desde que ayer escuché el desprecio con el que el ministro "expulsaba" de las aulas a quienes, a diferencia de él, carecen de recursos para desgastar el patio del Colegio del Pilar. Lo que dijo sólo lo puede decir quien no ve más allá de sus narices, quien no ha conocido nunca la realidad. Sólo lo puede decir "el rey de la montaña" que nació en la cima y, ahora que ha vuelto a ella, está dispuesto a impedir que nunca más vuelvan a subir a ella los de abajo.

Lo que Wert, tan acostumbrado a tomar el pulso a la sociedad, parece olvidar es que el Estado es de todos y no de unos pocos y que este país lleva tres décadas y media  viviendo en democracia. También, que las mayorías absolutas, si son despóticas y torpes, duran cuatro años como mucho. Por eso no tiene sentido hacer leyes en contra de una parte de la sociedad que, inevitablemente van a ser revocadas cuando esa mayoría caiga.

Wert ha alcanzado en apenas año y medio su máximo nivel de incompetencia y creo que ya le ha llegado su hora. Todo lo que tiene a su alrededor le viene ya grande. Su objetivo debería  haber sido hacer una reforma aceptable por toda la sociedad. Y no lo ha conseguido. Más bien al contrario, ha conseguido aunar a toda la sociedad en su contra. Creo que, parafraseando su salvajada de ayer, debería considerar si no debe estar en otra parte.
 
 

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lunes, 24 de junio de 2013

EL ÚLTIMO HÉROE

 
 
No me atrevo a afirmarlo rotunamente, pero creo que Nelson Mandela ha sido, aún sigue siendo, el último héroe, el último símbolo de la lucha por la libertad. No sé si hoy sería posible otro Nelson Mandela. Lo que sí sé es que sería distinto. Es más, ni siquiera sé si ese hipotético héroe del siglo que vivimos tendría rostro, porque hoy las luchas son anónimas y colectivas, pese a que, en ocasiones, haya quienes que, como el soldado Manning o Edward Snowden, movidos por su conciencia se arriesgan para defender con sus denuncias la libertad que ni siquiera somos conscientes de haber perdido.
No es fácil, salvo excepciones, encontrar ahora un marco como la Sudáfrica por cuya libertad luchó Mandela. No es fácil, porque los regímenes despóticos han aprendido a subyugar a los pueblos de manera más sibilina. Cada vez son menos los sátrapas que, como Mubarak, Al Assad o el desquiciado Erdogan, sujetan a la población a sangre y fuego. Suelen hacerlo con mano izquierda. A veces, desde el poder conseguido con las urnas, porque han aprendido la lección y saben que de vez en cuando hay que levantar la bota, porque, cuando no hay nada que perder y todo está por ganar, cuando el hombre alcanza sus límites,  y, sólo cuando llega a ellos, es capaz de superarlos.
Es lo que ocurrió en Sudáfrica, donde las leyes eran tan injustas, donde ser negro, en una tierra que fue de sus antepasados, era poco más que ser un animal, carne de mina y fábricas, carne de servicio doméstico, esclavos sin cadenas o, mejor dicho, encadenados con sangre y terror, confinados en guetos, obligados a desaparecer del paisaje, como desaparecen hoy las basuras de las ciudades.
En ese escenario Mandela tuvo la suerte, si se le puede llamar suerte, de convertirse en la imagen de la dignidad, de ser un hombre inquebrantable que supo encarnar los valores que su pueblo quería conquistar. También tuvo la suerte de que, en los años previos al que fue el final de su cautiverio, el mundo comenzaba a ser global, Y las injusticias en el país del apartheid comenzaron a serlo en todo el mundo y a importarle a toso el mundo. Mandela tuvo la suerte de que en un mundo en el que, apenas unos años antes, Estados Unidos, el paradigma de la democracia, mantenía leyes racistas no tan lejos de las surafricanas.
Quizá por ello, por esa mala conciencia, y porque la historia de Madiba Mandela tenía mucho de mediática, la juventud de todo el mundo acabó movilizándose y la figura del líder encarcelado se convirtió en la del héroe que la juventud andaba buscando. Hoy Mandela es un símbolo, su autoridad moral sigue siendo incontestable, pero, como pasa siempre, su sueño se está desmoronando en manos de sus sucesores. Harían falta muchos mandelas para retomar el tono del músculo revolucionario que tanto echamos de menos hoy. Son otros tiempos y en estos tiempos quizá esos héroes hayan de ser otros.
 
 
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domingo, 23 de junio de 2013

EL TIEMPO DEL SACRIFICIO... ¿DE LOS POLÍTICOS?

 

No deja de tener gracia que Soraya Sáenz de Santamaría la misma que ha contratado por cuarenta mil euros anuales con la empresa MD Anderson un servicio de revisión ginecológica, para sí y para sus colaboradoras, nos diga ahora que ha llegado la hora del sacrificio de los políticos. Y tiene, no ya gracia, sino guasa que lo diga en nombre del gobierno que representa al partido que ha estado gastándose millones de euros de origen incierto para pagar suculentos sobresueldos a sus militantes más distinguidos que eran y han sido demasiados.

Tan chusco, como que la secretaria general de ese partido, María Dolores de Cospedal, la misma que en 2011 llegó a cobrar cerca de 160.000 euros a cuenta de sus tres sueldos de procedencia pública, se propusiese y consiguiese eliminar para la próxima legislatura el sueldo de los diputados autonómicos de Castilla La Mancha Y, claro, uno se pregunta a qué viene ahora este repentino y severo ataque de austeridad que le ha dado en sólo unas horas a la derecha de este país, tan dada a vivir instalada en el poder y del poder.

La respuesta es muy sencilla y, para llegar a ella, no hay que olvidar que estos señores tienen la buena costumbre de no dar puntada sin hilo, ni que, si todo sigue como hasta ahora, van a darse en las urnas, si no el mayor, uno de los mayores batacazos de su historia. Los ciudadanos, cansados de recortes y de atracos a mano armada en el transporte, la cesta de la compra, la farmacia y la enseñanza de sus hijos, van a dejar de votarles -a ellos y a los socialistas- y, puede ocurrir que, por primera vez, uno y otro partido pierdan la hegemonía en el Congreso. Por eso, a grandes males, a grandes remedios: dejamos en la mitad el número de diputados y, así, impedimos que la izquierda y la otra derecha saquen partido de la debacle, porque, optando a la mitad de escaños, el voto de IU, por ejemplo, se encarecerá aún más de lo que está.

En cuanto al presunto ahorro ¿no sería mejor recortar en dietas, alquileres y revendas o en despejar de asesores carromeros las administraciones? No sé por qué España  no tiene una escuela de administración como la tienen Francia y otros países. Una escuela en la que se forman los altos funcionarios que se encarguen de mantener en marcha el país sean cuales sean los resultados electorales. Seguro que, con ello, ahorraríamos tiempo, dinero y disgustos. Y seguro, también, que atajaríamos gran parte de la corrupción que nos asola.

Está claro que a estos señores les gustan los atajos y que gobiernan, no para la gente, sino para la gente que les ve en la tele. Por eso toman las decisiones sobre el papel, sin salir de sus despachos, pensando más en el titular que van a generar que en sus verdaderas consecuencias en la calle. Buscan un golpe de efecto, pero les va a ser difícil conseguirlo, porque la gente está muy sensibilizada y la gente, incluso la que va al Real o al Auditorio Nacional, abuchea, incluso, a la reina que parecía por encima del bien y del mal.

La gente se ha cansado de comulgar con ruedas de molino. Ha perdido la paciencia en la misma proporción que, con la proliferación y el uso crítico de las redes sociales, ellos han perdido el control de la información. Por extraño que parezca, los socialistas se juegan en esto tanto o más que los populares en este asunto. Si se pliegan a las pretensiones del Gobierno, si acceden a recortar la representación de los ciudadanos sin reformar la Ley Electoral, sin desterrar la maliciosa ley D'Hont, estarán dejando claro que temen miedo y que el juego del PP también les conviene.

Señores, no es que haya llegado la hora de sacrificar a los políticos, de lo que ha llegado la hora es de que los ciudadanos vuelvan a tomar las riendas de la política y eso no se consigue recortando su representación. Ni mucho menos. La calle ahora pesa mucho. No hay más que mirar a Brasil y Turquía y el regreso de los dictadores no parece ya posible. Al menos en eso confío.



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sábado, 22 de junio de 2013

EXCELENCIA

 
 
Excelencia. Nunca me ha gustado la palabra. Dijo Rilke que la patria del hombre es la infancia y en mi patria, la palabra excelencia iba siempre unida a un posesivo, su, y tenía detrás el timbre metálico y nasal de la voz de David Cubedo adornándola siempre con los mismos y ampulosos adjetivos, pero cambiando el escenario, que era una vez una presa, otra un hospital o una fábrica y, a veces, corridas de toros o partidos de fútbol, aunque en esos casos era Matías Prats el que tomaba el relevo a Cubedo para cantar las glorias y virtudes de ese general bajito y barrigón, de voz atiplada y mirada distante y desconfiada que tanto daño hizo durante tanto tiempo a España y los españoles.
Creo que queda claro porque no me gusta la palabra, más si tenemos en cuenta las veces que se la he escuchado a personajes como Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz Gallardón gastándose en publicidad y canapés lo que ahora nos falta para dar de comer a los niños o cuidar a los ancianos. No me gusta, no. Sobre todo, porque en uno y otro caso es hueca y falsa, porque aquel general nunca fue excelente en nada, quizá en crueldad y en cinismo, del mismo modo que en boca de los otros sólo era una etiqueta cara y vacía que colgar de sus inventos. Una etiqueta que adoraban se desvivían por colgar a su idea de educación, o debería decir negocio, elitista y exclusiva, cultivada con mimo como un rosal regado con el agua destinada al resto del jardín.
Llevan décadas practicándolo. Y no sólo desde que estalló la crisis, porque ya se encargó Gallardón el justo de permitir a los colegios concertados, pagados también con nuestros impuestos, los de todos los vecinos, discriminasen a los alumnos extranjeros o procedentes de familias desestructuradas o con problemas, de dinero, claro, para quedarse con la simiente transgénica que son los hijos de las clases medias del país. Llevan décadas haciéndolo "a la chita callando", aunque dese hace dos  o tres años, con la excusa de la crisis se han quitado la careta y han entrado a asaco con un sistema que tenía la virtud de garantizar, o intentar al menos, que el punto de partida fuese el mismo para todos.
No sé cómo ha sido en otras comunidades, pero aquí, en Madrid, llevamos demasiado tiempo asistiendo al proceso de destrucción del sistema educativo, aliñado con la campaña de desprestigio del profesorado, con el único y miserable fin de adelgazar el presupuesto destinado a educar a todos, mientras se engorda el de los colegios concertados en el que poner a salvo a los españolitos "pata negra". Han ido todo este tiempo contra ellos llamándoles vagos, criminalizando a sus sindicatos y tratando de echarles encima a los padres, mientras convertían los colegios en un producto más a la venta, estableciendo clasificaciones de calidad, ordenándolos por resultados, para aumentar la demanda de plazas sobre unos, mientras se deja caer a los otros, en lugar de apoyarlos con refuerzos o mejorando sus instalaciones.
En el sumun de este delirio ultraliberal, Esperanza Aguirre inauguró con orgullosa pompa un instituto de excelencia, sólo para los mejores, una especie de reserva de cerebros, en el que echar el resto, sin pensar que lo que importa del sistema no es ese escaparate, sino la trastienda de los institutos de barrio, con sus instalaciones deterioradas, sus alumnos mal alimentados, que llegan cansados a clase y tienen que enfrentarse cada día a las dificultades de un idioma que no es el suyo.
Han vivido el sueño de podar el sistema, dejando a salvo sus brotes predilectos, sin darse cuenta de que, pese a todo, los ciudadanos defenderían este sistema que es el suyo. Han dado pasos en falso y no han querido ver que las protestas de padres, profesores y alumnos no eran una cuestión de unos cuantos sindicalistas. Eso quizá sirva para justificarse en los despachos o para escribir editoriales en sus periódicos, pero no vale para la calle ni, mucho menos, para los colegios.
Han perdido el tiempo construyendo una fábula increíble y ni siquiera sus ejemplos, los estudiantes a quienes pondrían la etiqueta de excelencia, les dan la razón. Lo hicieron hace unos días algunos de los licenciados con premio fin de carrera y lo hizo ayer el mejor estudiante madrileño en las pruebas de selectividad, Anatolio Alonso, que, con su 9,95, se enfundó en la camiseta verde de la enseñanza pública para decir que "la escuela pública es donde me he criado y donde me ha formado. Aquí se ven personas que puede que no sean tan brillantes como en el bachillerato de excelencia, pero así es la sociedad". Sabias palabras que resonarían como un mazazo, si es que quisieron escucharlas, en los oídos de Esperanza Aguirre o del ministro Wert, quien, por cierto va de fracaso en fracaso y de abucheo en abucheo. El último, anoche mismo, junto a la reina, cuando, en los saludos, se dijo su nombre en el homenaje a Teresa Berganza.
 
 
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viernes, 21 de junio de 2013

JUECES Y JUECES

 
 
Partamos de una advertencia: tengo una desconfianza innata ante todo aquel que necesita disfrazarse para marcar distancias con quienes han depositado, o no, el poder que ejercen. Hablo de los hombres y las mujeres de la religión, la justicia, y las fuerzas armadas y de seguridad. M diréis que  por qué no también los médicos y demás trabajadores de la sanidad y rápidamente os contesto que, en su caso, lo que llevan es ropa de trabajo. No me gustan las sotanas, los hábitos, las togas ni, en general, los uniformes. 
En el caso de las togas, mi desconfianza innata se ha visto reforzada por alguna experiencia nefasta e indirecta en el mundo de los tribunales y por los años de profesión en que anduve ocupándome de la información de los tribunales. El único consuelo que me queda es que, en alguna ocasión, la justicia que no es justa puede llegar a ser poética. Lo puede comprobar cuando, por mor de un tramposo y ambiguo contrato de arrendamiento, se vio obligado a vender al arrendatario del local que era el resultado del trabajo de toda su vida por un precio fijado en el momento de la firma. El quid de la cuestión y del fallo judicial estuvo en interpretar que pese a que figuraba como una opción, tal opción obligaba a la venta. A mi padre le costó la salud, la minuta del abogad y las costas del juicio. Podría haber recurrido el fallo, pero la salud mandaba. La paradoja es que, al final, justicia se hizo poética cuando el avispado arrendatario sigue sin poder vender, ni al ventajoso precio a que entonces lo compró, el local que ha tenido que cerrar.
Esta digresión personal viene a cuento de que, desgraciadamente, justicia y jueces no tienen por qué ir de la mano y a que, cuando se entra en un juzgado, tiene más posibilidades de salir triunfante el más  avisado y no el que lleva la razón. Lo estamos viendo continuamente, porque continuamente observamos cómo quien tiene dinero y poder para rodearse de una buena cohorte de abogados tiene, salvo excepciones, más posibilidades de salir indemne o beneficiado de los tribunales. O es que hay alguien capaz de creer que otro que no fuese Miguel Blesa, un vulgar chorizo o un estafador de poca monta, por ejemplo, hubiese  podido salir de prisión tan fácilmente, pese a que el montante de su delito no llegase ni a la centésima parte de los 36 millones del crédito que sin garantías, más bien al contrario, concedió a su amigo Gerardo Díaz Ferrán.
Me diréis que la instrucción del juez Silva no ha sido ejemplar, que quizá se ha dejado llevar por la pasión, que quizá haya habido también algo de animadversión hacia el poderoso que se va de rositas y con una pensión de libro, después de haber hundido Caja Madrid y de haber estafados a decenas de miles de sus clientes, arrebatándoles sus ahorros.
Sin embargo, el método es el método y, en los asuntos de la justicia que tiene que ver con las togas, el procedimiento es lo que manda. Y tiene su lógica, porque si no fuese así, de qué vivirían los grandes bufetes de abogados, cómo desmontarían verdades evidentes, cómo conseguirían una segunda oportunidad para que los urdidores del caso Naseiro se zambullesen en la trama Gürtel. Es verdad, el método es el método. El método puede apartar de algunos casos y de la misma carrera judicial a los jueces incómodos con el poder. Ahí tenemos a Garzón que, a su manera, es verdad, consiguió llevar al sanguinario Pinochet ante los tribunales.
Ahora le ha tocado el turno al juez Elpidio José Alonso, de cuyas presuntas rarezas hemos sabido más, en apenas un mes, que del asunto que trataba en su juzgado. Y todo porque ha dado con un poderoso que ha afilado sus garras y ha puesto en marcha toda su maquinaria, haciendo circular dosieres por las redacciones, para presentarle como un juez raro y peculiar, lleno de trampas, capaz de ensañarse con el pobre Miguel Blesa, al que ni siquiera ha dejado casarse tranquilo.
Decía que tengo tendencia a desconfiar de las togas y de los disfraces que dan autoridad, es más, sinceramente creo que algunos de quienes se presentan a la judicatura lo hacen porque oposiciones para la plaza de dios hace mucho que no salen. Pero, aún así, hay jueces y jueces. Hay jueces Robin Hood toman partido por los débiles y hay jueces que, como Pilatos, se quedan siempre a la sombra del poder.
 
 
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jueves, 20 de junio de 2013

LOS SOPRANO DE AQUÍ

 
 

Me entero de la muerte de James Gandolfini, ya para siempre el magnífico Tony Soprano, y lo hago a través de la radio, que, como cada mañana, martillea mis oídos con su salmodia habitual de políticos corruptos, banqueros chorizos y demás excrecencias del sistema. Tanto, que me cuesta sentarme ante el teclado y escribir sobre algo que no tenga que ver con el abuso de la confianza y la cartera de los ciudadanos.

Bien es verdad que, contemplados en su desfile camino de la "boda del siglo" o en sus ya frecuentes paseíllos para ver al juez, los Soprano de aquí tienen más que ver con los personajes de una película de Pajares y Esteso que con los de la magistral serie  de la HBO. Tampoco creo que a ninguno se le haya ocurrido consultar con un psiquiatra, porque, a ellos, lo que les preocupa de su cabeza es la cantidad de brillantina que puedan poner en ella. Por lo demás, satisfacen sus complejos vistiendo trajes caros, a ser posible de paño y confección inglesa, y cargando en sus muñecas esos relojes tan poco discretos que, más allá de dar la hora, hablan del nivel de ingresos y de los complejos de sus dueños.

En lo que sí coinciden los Soprano de aquí y de allá es en su gusto por los coches grandes y caros y en su "arte" para hacerse con obras y contratas, porque, a pesar de lo que pensamos, salvo cuando se meten en guerras intestinas, la actividad principal de la mafia no es el asesinato, sino la extorsión y el soborno que, allí como aquí, necesita del concurso o el silencio de los poderes públicos. Sin embargo, el hecho de que no usen pistola no quiere decir que las consecuencias de sus actividades no puedan llegar a generar daños colaterales. No hay más que ver las mortales consecuencias de un  insuficiente mantenimiento del metro de Valencia o las, casi siempre intangibles, víctimas de los recortes en Sanidad, mientras el sistema sigue lastrado por el sueldo de tantos asesores como hay y por oscuras contrataciones, en las que, a veces, como acabamos de saber que ocurre en Cataluña, quien adjudica, es, a la vez juez y parte.
 
Los Soprano de la HBO no hacen ostentación, como mucho se citan en bares de striptease y se reúnen en cafés y restaurantes modestos. Los de aquí,  van a misa con la familia, al menos los domingos, y, a veces, reciben la comunión de manos de un obispo y, cuando salen a comer, los hacen a restaurantes de lujo, donde les gusta ser reconocidos. Los Soprano de la serie hacen lo que hacen por tradición familiar, los de aquí suelen ser advenedizos descolgados del mundo de la política o enganchados a él como garrapatas dispuestas a beberse laa sangre y la salud del país. 
 
Decía que los Soprano de aquí no van al psiquiatra como va Tony. Los sopranos de aquí se confiesan con la prensa y, si no queda más remedio, con los jueces. Saben perfectamente que lo que hacen no es lo correcto y buscan en sus confidencias con periodistas lavar su imagen y, si es posible, arruinar la del adversario. Por ello pagan para conseguir dosieres que hablen de pecados ajenos que guardan en la recámara, por si hace falta decir aquellos de "qué tenemos contra el hijo puta", que en su momento tomamos casi a chufla y que hoy cobra todo su sentido.
 
Se confiesan también con los jueces, pero sólo a medias. Del mismo modo que Tony mantiene a su psiquiatra en la penumbra de algunos rincones de su alma, los Soprano de aquí esconden sus cuentas a los jueces y tratan de liarles haciendo ver que no escriben como escriben y que no saben de qué se les habla. Pero, como en la Nueva Jersey de los Soprano de la tele, a veces hay tensiones en la familia y vuelan las insinuaciones, las amenazas y los cuchillos. Es entonces cuando los papeles comienzan a llegar a los cajones de los periodistas de confianza y cuando una acusación se compensa o se para con otra o con la amenaza de otra.

Cuando esto ocurre, se desata una lucha sin cuartel, porque tampoco a los Soprano de aquí les gusta la cárcel, que estropea mucho y entristece. Pero, en los días de vino y rosas, para los Soprano de allí como para los de allá, si se han hecho bien los deberes y se han hecho los contactos y los regalos oportunos, todo es tan sencillo como poner el cazo y sentarse a engordar el negocio, que es lo que hacen los listillos. Los de allí, no. Los de allí son lo que nunca serán estos: astutos.
 
 
 

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miércoles, 19 de junio de 2013

LA MENTIRA

 
 
No recuerdo en qué momento de mi vida descubrí la mentira. Supongo que en la infancia y supongo que en el colegio o en algún juego con otros niños. Apuesto a que fue en esa parte de difícil acceso del disco duro que es el cerebro en la que quedan, con los enlaces rotos, los recuerdos que ya no usamos o no queremos usar. Del mismo modo, tiendo a  pensar que las primeras mentiras, mentiras inocentes todas, tienden a evitar causar daño a quien damos por supuesto que nos quiere. Queremos ahorrarles a quienes suponemos que nos quieren el mal rato de comprobar que somos traviesos o desobedientes y les escondemos la verdad o bien pintamos otra.
Dicen que educar es enseñar a fingir y creo que quien lo dice no anda lejos de acertar. Desde niños  nos enseñan, al menos intentaban enseñárnoslo, a mostrar respeto a quienes no se lo tenemos, a interesarnos, sin importarnos un comino, por la salud de los demás y a mostrar alegría o pena por el bien o el mal de otros, cuando, en el mejor de los casos, nos es indiferente. Es esa la conclusión a que he llegado después de tantos años: que se nos entrena para mentir, para ocultar nuestros verdaderos sentimientos y mostrar otros que no tenemos. Y creo, además, que ese entrenamiento se encona en los países de tradición católica. Se nos miente cuando se nos dice que la cebolla que flota en las lentejas no existe y se nos miente cuando se nos obliga a contar a un cura pegajoso lo que, de ser cierto lo que predican, dios ya ha visto. Por eso, cuando se aprende que las lentejas se han de cocinar con cebolla y se abandona la tortura de la confesión, unos e siente más libre y responsable.
Convivimos con la mentira y escondemos en ella la culpa. Es la herencia que nos han dejado tantos años de misas y catequesis. No somos responsables, no asumimos lo que hacemos. Nos limitamos a ser, simplemente, inocentes o culpables, en función de que nuestras faltas trasciendan y sean o no castigadas. Vivimos en la cultura del disimulo y la falsedad. No hay más que ver como levanta los brazos y encoge los hombros, mirando al árbitro, el jugador que acaba de lesionar de una patada a su adversario o el desparpajo de algunos políticos, Miguel Ángel Rodríguez lo es, que un día se muestra compungido por las consecuencias de sus excesos con la bebida y al siguiente se permite chistecitos con lo que bebió.
Nos mienten y nos mentimos cuando nos dicen o pensamos que con la mentira lo que se busca es no hacer daño. Es otra derivada de la educación: las mentiras blancas, esas que pretenden evitar dolor o daño a los demás, ese "ojos que no ven, corazón que no siente". Es el cran coladero por el que entra la mentira en nuestras vidas para instalarse en ellas. El que miente cree que, cuanto menos sepamos, más felices seremos. Y puede que fuera verdad,  porque los españoles éramos felices pensando en la  campechanía, la honorabilidad y el buen hacer del rey y su familia y, sin embargo, llevamos una racha en la que toda esa feliz complacencia y la misma confianza en la institución se desmoronan.
En las dictaduras, negar lo evidente es una buena estrategia. Aquí todos sabíamos de los negocios del general, su mujer y el resto de la familia. Pero informar de ello podía salir muy caro. Muerto el dictador, se mantuvo el velo sobre asuntos que concernían a la jefatura del Estado y no se informaba de muchas cosas, todo se suavizaba o se ignoraba, porque la prensa asumió que eran mejores para nuestra salud como país las mentiras blancas o el silencio.
Pero en eso llegó Internet y, con Internet, las redes sociales y la difusión sin filtrado de mentiras, verdades y opiniones. Mentir o elaborar una verdad oficial empezó a ser más difícil y, cuando mentir se hace difícil, vienen los titubeos, las simulaciones y los diferidos. Y eso es lo que está pasando hoy, ahora mismo. Los errores o falsedades, habrá que averiguar qué son, en los datos fiscales de la hija del rey casada con Iñaki Urdangarín han roto todos los diques. El silencio, primero, y las mentiras confusas y blancas después han sido incapaces de contener las sospechas y, como la mentira tiene las patas cortas, más de uno debe estar arrepentido de no haberse puesto colorado una vez que amarillo en tantas portadas.
Mentir no es bueno, pero peor es hacerlo tan a menudo y sin coherencia. No sé a quién ni de qué está tratando de proteger el gobierno. Lo que sí sé es que, al final, el quién y el qué se conocerán y que habrá, además, otra víctima: el prestigio de la Agencia Tributaria en pleno cierre de la campaña de la declaración de la renta.
 
 
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martes, 18 de junio de 2013

EL NÚMERO DE DOÑA CRISTINA

 
A estas alturas, no sé qué me desosiega más, si el hecho de que alguien haya tratado de enlucir algún que otro ingreso inconfesable fingiendo la venta de propiedades en nombre de la infanta Cristina o el de que la Agencia Tributaria, que era de lo poquito a lo que aún no le había perdido la fe en este país tan desdichado, ande manga por hombro procesando sin ton ni son datos que no comprueba y que, con ello, esté poniendo en evidencia la honorabilidad, que en este caso es de la infanta, pero que podría ser de cualquiera.
Como siempre, voy a hacerme un poco el tonto En el caso de que las transacciones inmobiliarias de las que se  viene hablando en los últimos días se hayan registrado sin error ¿Quién puede pretender y para qué hacer pasar por buenas unas ventas ficticias de fincas, incluso a sus verdaderos propietarios? La única respuesta que se me ocurre es que sólo lo haría quien tratase de justificar unos ingresos de origen, cuando menos, turbio. La siguiente pregunta ha de ser ésta ¿Hay alguien en el entorno de la infanta que cumpla con esa premisa? Pues no lo sé o, mejor dicho, no quiero cansarme ni cansaros repitiendo una y otra vez las fórmulas "presunto" y "presunción".
Descartada la posibilidad de que se estuviere blanqueando dinero con tan sorprendentes operaciones, sólo cabe el error inverosímil, pero repetido catorce veces y por personas distintas. Dicen quienes entienden de esto -registradores de la propiedad e inspectores de Hacienda- que la posibilidad de que se den tales errores y más repetidos tiende a cero. Luego, si el error no se ha producido entre gente acostumbrada a manejar documentos y a dar fe de ellos ¿dónde se ha producido?
Anoche mismo escuché como inspector de Hacienda dejaba claro que toda la documentación pedida por el juez sobre el caso, por tratarse de un caso que afecta a la familia real, pasa por "los despachos nobles" de la agencia, antes de ser remitidos al juzgado de Palma, de modo que tenemos derecho a pensar que se revisan una y otra vez para evitar errores embarazosos como los que ahora mismo nos ocupan y preocupan.
¿Qué hacemos entonces? ¿Volver al primer supuesto? Supongo que sería lo razonable. Y también lo más incómodo, porque, si las ventas figuran en la declaración de la renta de la infanta y, si figuran, habría recibido por ellas un importe de cerca de millón y medio de euros. Algo que es difícil que se escape a la propia infanta o a quien quiera que sea el que la asesore en el trámite. A mí, al menos, no se me escaparía.
Error o trampa, trampa o error, habrá que resolverlo. Y, cuanto más tarde en resolverse, más a verse perjudicada la buena imagen de quien, al final, resulte inocente de haber cometido el error o haber hecho la trampa. Y es aquí donde aparece el que, de momento, es el único culpable, si no del error o de la trampa, sí de haber dejado crecer el soufflé hasta reventar en todo su esplendor. Un culpable que no es otro que el ministro Montoro y sus colaboradores, tan prestos a levantar sospecha o a dar los nombres de infractores como Javier Bardem, Antonio Banderas o Leonel Messi y tan reacio a dar las claves que despejarían las incómodas incógnitas que plantea este caso.
Ya por último: ahora que todos sabemos que a los miembros de la familia real "gastan" DNI de dos cifras, va a ser difícil evitar bromas y gamberradas a cosa de tal circunstancia. Sería conveniente, más por camuflaje y disimulo que por afán democrático que, lo antes posible, les diesen uno de ocho cifras como a todo hijo de vecino. Ah, perdón, me olvidaba de que ese no es el caso.
 
 
 
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lunes, 17 de junio de 2013

LIBERTAD Y SEGURIDAD

 
Los papeles de Snowden van camino de hacer más daño a los paladines de la libertad mundial, con sede en Washington y Londres, que el que les hicieron, y fue mucho, los de Wikileaks, porque, si aquellos dejaban al descubierto y en carne viva la torpeza del servicio diplomático de Estados Unidos y sus socios, en estos lo que se evidencia es el "todo vale" con el que, en nombre de la seguridad, están mirando en nuestros correo, escuchando nuestras conversaciones y oliendo nuestras braguetas. Quienes se dejan embriagar por el poder y no sólo por el poder, como Miguel Ángel Rodríguez, lo saben de sobra. Por eso buscan información sobre adversarios y compañeros, por eso circularon como circularon los dosieres en la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre. Todos ellos saben y cómo que la información es poder y por eso la buscan, la compran y la utilizan.
Por los papeles de Snowden acabamos de enterarnos de que Reino Unido espió en 2009 a varias de las delegaciones convocadas a las cumbres del G-20 celebradas allí y que, además, montó falsos cibercafés mediante los cuales controló los correos y los chats de quienes cayeron en su trampa. No es de extrañar. Yo doy por descontado que siempre hay gente asomada a lo que escribo y cuelgo en Facebook y a lo que digo o hago con mi teléfono móvil y creo que ese es el secreto de la libertad hoy en día: ser conscientes de que millares de ojos y oídos escrutan nuestra vida de la que, por suerte o por desgracia, una gran parte transcurre ya en teclados y pantallas.
Sabemos de sobra que bucear en los servidores que hacen posibles las redes en las que interactuamos es posible. Sabemos que la información que los gestores de esas redes tienen de todos nosotros se usa comercialmente y conocemos y sufrimos su puritanismo moralista ¿Cómo dudar entonces de que no tardarían ni un segundo en dar a sus gobiernos, Estados Unidos en el caso de Facebook, Google o Microsoft, la información que soliciten de nosotros, sus "clientes". No deberíamos olvidar que los programas que utilizamos a diario en nuestros ordenadores y teléfonos, pasan por infinidad de servidores y que, por definición, están llenos de "puertas de atrás" que alguien puede abrir en un momento dado, para que los gobiernos pasen y vean.
Os preguntareis qué hacer ante la evidencia, sospechada largamente y ahora confirmada, de que nos vigilan. La respuesta es, siempre lo es, un debate entre libertad y seguridad, aunque ahora se trataría de la libertad y la seguridad individuales. Un debate, en fin, entre cómo queremos vivir y a qué estamos dispuestos a renunciar para conseguirlo.
En mi caso, la respuesta es clara. No estoy dispuesto a renunciar a nada y por eso todo lo que hago o escribo en la red es accesible para todo el que quiera mirarlo. Por eso mi único límite es el daño que pueda hacer a quienes carecen de responsabilidad en lo que ensalzo o critico y por eso trato, sobre todo, de distinguir entre el ámbito público y privado que tienen todas las personas, incluso las que se mueven en lo público.
Teniendo esto presente y actuando así, seremos más fuertes, porque no nos inocularán su miedo ni su prudencia y nos expresaremos en libertad, como lo haríamos con amigos, y todos sabemos que algunas cosas no se las contamos ni siquiera a los amigos. Si lo tenemos claro y no nos dejamos poner el dogal, seremos más libres y si somos más libres ellos serán más débiles, porque se puede represar un río para controlar su caudal, pero, cuando el río viene crecido, no hay dique que lo retenga.
Lo “hablaba” hoy con una amiga. La libertad no admite apellidos. La libertad no puede ser prudente, no puede ser segura. La libertad –y sé que es una utopía- sólo puede ser LIBERTAD, con mayúsculas.
 
 
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domingo, 16 de junio de 2013

NUESTRO SILENCIO HA SIDO SU FUERZA

 
 
Vivimos tiempos desasosegantes en los que, a menudo, uno tiene la sensación de que nunca le dicen ni le dirán toda la verdad. Como para muchos hijos de mi tiempo, para mí Europa fue un sueño en la distancia que, una vez alcanzado, garantizaría la democracia, el bienestar y, por qué no, también la riqueza para España. Y, de hecho, al principio fue así. Recuerdo, por ejemplo, haber dado a posteriori la razón a Felipe González, que nos vendió la entrada en la OTAN como un mal menor y necesario para alcanzar el sueño de formar parte de Europa.   
Quién me iba a decir que el verdadero mal estaba en la misma Europa, en esto que ha acabado por ser Europa que tan lejos queda ya de aquella Europa soñada. Recuerdo con qué sentimiento de orgullo, de pertenecer a un club de prestigio llevé en mi cartera aquellos primeros euros. Y qué decir de aquel primer pasaporte de ciudadano de la Unión Europea que permitía aterrizar con privilegios en casi  cualquier rincón de Europa, qué sensación la de no tener que dar explicaciones por tu viaje ni tener que mostrar tu dinero para que te dejasen pasar.
Un espejismo. Aquellos sueños son ahora un espejismo, porque en Europa, como en todo selecto club que se precie, hay una élite que dicta las normas y pone las condiciones para ingresar o seguir perteneciendo a él. Aquellos primeros tiempos, en los que ser carne de mercado y mano de obra barata se compensaba con la llegada de infraestructuras y fábricas, están ya muy lejanos, porque, como los carteristas en el metro, otros políticos que ya no han sido González y Kohl han repartido nuestro futuro en negociaciones que ya no tienen nada que ver con la transparencia ni la lealtad de entonces, y nos han hecho poner la atención en otra cosa, mientras que con sigilo nos levantaban la cartera.
Del sueño que un día fue Europa, apenas queda nada. Esta Europa que añoro sin haber llegado a disfrutarla del todo ha sido tomada al asalto por el capitalismo más cruel y salvaje ese que no quiere fábricas ni edificios, el que compra empresas y países para vaciarlos de cualquier riqueza y, como el letal parásito que es, una vez agotada la vida en ellos, salta con toda la vida y la energía robadas al cuerpo de una nueva víctima.
Es una nueva forma de colonialismo sin bandera ni metrópoli que, como el místico asesino que fue el rey Leopoldo de Bélgica, buscan sus congos en los países que pierden el paso en la dura marcha que impone Alemania en Europa. Lo viene a decir el sociólogo portugués Boaventura de Sousa en una interesante entrevista que hoy publica Público.es. Conviene reflexionar sobre lo que dice. Aún queda tiempo para poner fin a esta pesadilla. Aún tenemos la fuerza de nuestro voto y tenemos que aprender a usarlo. Dentro de poco habrá elecciones al Parlamento Europeo y Esperanza Aguirre, adalid de este maldito neoliberalismo ya nos dejó claro que querría verlo desaparecer. Tenemos que hacer justo lo contrario de lo que la condesa predica. Quienes creemos en un mundo más justo y solidario tenemos que ser fuertes en Europa. Y nuestra abstención, nuestro silencio, han sido hasta ahora su fuerza.
 
 
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