martes, 17 de diciembre de 2019

CÓMO ME ABURREN


Me encontré el domingo, mientras "cañeaba” con amigos, entre ellos un viejo y querido compañero, con una pareja de periodistas que viven por la zona y huían de los "llenos", a veces agobiantes, de los bares del centro. Paramos un momento en plena calle y, amén de comentar ese agobio que invade el barrio por estas fechas, hablamos del aburrimiento que acaba por causar una actualidad que se repite una y otra vez sin que se vea la más mínima salida a la situación de interinidad en que se ha instalado la gobernabilidad de este país.
Les comenté, especialmente a él, columnista, el tedio que me invade cada vez que me siento ante una página en blanco de este blog, obligado a escribir sobre algo que es siempre lo mismo, a comentar una y otra vez la misma jugada, con los mismos protagonistas, con sus mismos tics, sus manoseados argumentos, sus gastadas frases hechas para no decir nada y mantener el bloqueo, convirtiendo su frustración por no haber ganado las elecciones con caridad en la nuestra por no verles negociando de verdad un gobierno que nos saque de este bucle temporal que va ya para tres años y amenaza con hacerse eterno.
Me aburren y supongo que, como consecuencia de ellos, lo que escribo resulta aburrido, que es lo peor que puede ser un escrito, el trabajo de alguien que pretende seguir siendo periodista, así que acabo sufriendo y me veo hoy, como aquel personaje que escribía novelas sobre la imposibilidad de escribir novelas, escribiendo sobre la imposibilidad de escribir algo medianamente atractivo. Quizá por ello, le doy vueltas a la idea, lo comente con mi interlocutor del domingo, de que la culpa de casi todo lo que nos pasa la tienen el nacionalismo y el populismo, combinados o cada uno por su cuenta, nacionalismo, como forma de egoísmo que no quiere compartir lo que cree, casi siempre equivocado, que es exclusivamente suyo, o populismo que ofrece soluciones tan fáciles como imposibles a las miserias urgentes de los votantes.
Digo lo anterior porque nacionalismo y populismo están presentes en casi todas las consultas que se han producido en nuestro entorno en los últimos meses, por ejemplo, en Reino Unido, de momento diría yo, donde, a propósito de la salida de la Unión Europea, en las últimas elecciones ganaron los nacionalismos: el nacionalismo populista de Boris Johnson, el nacionalismo escocés o el nacionalismo galés, que también ha subido en los últimos comicios.
Aquí nos pasa otro tanto y lo que nos pasa se ve agravado por el hecho de que nadie trabaja con los mimbres que le da el resultado de las elecciones, sino recolocándose con ese resultado, para acometer las siguientes, autonómicas o municipales, que, para mi gusto y desafortunadamente, en este país se convocan demasiado próximas, con lo que la actividad política acaba convirtiéndose en una eterna campaña electoral que todo lo relativiza y lo aplaza, haciéndonos confundir hechos con promesas y, sobre todo, aburriéndonos y frustrándonos a partes iguales.
Por decirlo de una manera más gráfica, nuestros líderes acaban siendo los participantes en el famoso "Humor amarillo", en el que, para llegar a la otra orilla, van saltando de piedra en piedra, hundiendo unas, tomando impulso en otras, pero siempre salpicando y, en su caso, aburriéndome y cómo.

lunes, 16 de diciembre de 2019

CRECED Y MULTIPLICAOS


Poco a poco, gota a gota, como en el suplicio chino, Vox va dejando su impronta en los gobiernos que apoya, en esos gobiernos de centro derecha extrema que ayudó a conformar en Andalucía, Madrid o Murcia, sin ir más lejos, en los que los ciudadanos, pero, especialmente, ellas, las ciudadanas están siendo privadas del respeto y de los derechos de los que se habían hecho merecedoras, tras años de tenaz y dura lucha.
Son pequeñas medidas, apenas unos párrafos en leyes y decretos, declaraciones a favor o en contra de resoluciones que hasta hace meses se alcanzaban por consenso, como no podía se r de otro modo en ejecutivos que se dicen y se tienen por democráticos y homologables con el mundo al que creemos pertenecer, que, por complacer al socio incómodo, acaban por no adoptarse. Es la política de gestos que, como digo, va tiñendo con un barniz amarillento y rancio sus acciones.
La penúltima, seguro que ya habrá otra, porque los torpes descansan menos que los malos, ha sido la recuperación por parte de la Junta de Andalucía de una iniciativa tan ranciamente franquista, envuelta en el olor a naftalina de los armarios que no se han abierto en décadas, como la reinstauración de los premios anuales de natalidad, que sólo soy capaz de imaginar en las tinieblas de una sala de cine, en uno de esos nodos de obligado cumplimiento, con la rimbombante voz del locutor de turno.
Imágenes del dictador junto a familias inimaginables hoy, de hasta quince hijos o más, que se ponían como ejemplo para el resto de la población, ocupara entonces en sobrevivir a duras penas con dos o más empleos, familias en las que unos buenos "reyes" podían ser una unas cuantas naranjas o una muda nueva. Imágenes en las que "el caudillo" paseaba su barriguita entre niños de todos los tamaños peinados y vestidos casi todos igual, familias en las que la madre, madre esclava, sólo podía pensar en guisar limpiar, lavar y planchar, con la esperanza de "reclutar" cuanto antes a alguna de las niñas, nunca los varones, para atender al resto de la prole.
Cabía también la esperanza de que alguno de los niños recibiese "la llamada" y el seminario restase alguna boca que alimentar a la familia, o que alguno de los chavales entrase de aprendiz en la SEAT, la Pegaso o la Barreiros, para aprender un oficio con el que llevar otro sueldo, por pequeño que fuera, a casa. Estudiar era otra cosa, porque en esas familias, si eran humildes, el coste de los estudios era doble, porque a las matrículas y el precio de los colegios y el material, había que sumar la pérdida de esos pequeños sueldos que no llegarían a casa.
La de los premios era la política del estado generoso anteponiéndose al estado justo. El premio, por delante de la justicia social, por delante de las ayudas regladas por cada uno de los hijos, claro está, en una España sin anticonceptivos ni condones, en la que el aborto, clandestino y peligroso, sólo cabía en la mente de esas mujeres que dependían de un trabajo incompatible con el embarazo o con la crianza de un bebé.
Hoy la mujer tiene, al menos de momento, instrumentos para ser libres, incluido el derecho a decidir sobre su cuerpo, instrumentos que algunos, especialmente ese ultra centro derecha, quieren quitarles, porque una mujer que decide si quiere ser madre o no y cuándo, es más difícil, cuando no imposible, de dominar y porque las mujeres, más solidarias entre sí que los varones, acabarán por transformar la sociedad haciéndola más justa y más "habitable".
Por todo ello hay que evitar los premios que trata de reimplantar la Junta de Andalucía, premios que parecen señalar una senda a seguir, una senda que lleva hacia la quimérica gran familia de Chencho y el abuelo Isbert, en la que todos los papeles estaban adjudicados, pero que sólo era posible gracias a los sablazos que, día sí y día no, daban al "padrino" López Vázquez.
Hay que tener los hijos que se puedan criar con dignidad y, sobre todo, los que se puedan querer y, si la tasa de natalidad está bajo mínimos, hagamos españoles de pleno derecho a quienes quieren vivir y trabajar en España, demos a sus hijos las escuelas que merecen, porque su esfuerzo, hay ejemplos de ello, serán un estímulo para los nuestros. Por todo ello, premios no, justicia, porque si dios existe y dijo aquello de "creced y multiplicaos", lo que no dijo es cómo y la solidaridad en libertad es una manera tan buena o mejor que otras de hacerlo.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

GRETA


Sé que pisaré algún que otro callo por esto que escribo, pero me creo en la obligación de hacerlo, pero llevamos meses pendientes del árbol Greta Thunberg, sin que éste nos deje ver el bosque del abismo en el que nos `precipitamos desde hace años. Sé que lo fácil sería sumarse a la "gretamanía", hacerse fan de esta adolescente sueca que hace tres años decidió dejar sus clases los viernes para "plantarse", primero en solitario, acompañada por otros estudiantes en viernes siguientes, frente al parlamento sueco pidiendo acciones más eficaces contra la emergencia climática.
Es muy fácil y, a cierto punto eficaz poner el foco sobre esta joven a la que enseguida siguieron, priemero centenares, luego miles, de jobees y no tan jóvenes hasta convertir sus "viernes para el futuro en un movimiento seguido por centenares de miles de estudiantes en todo el mundo, que organiza manifestaciones y protestas en las principales capitales de los cinco continentes.
Todas esas manifestaciones, la peculiar manera de expresarse de Greta y su historia vienen ocupado minutos y minutos de telediarios, páginas y páginas, titulares y titulares en la prensa y en las redes que, lamentablemente, a menudo eclipsan los problemas que denuncia. Greta se ha entregado en cuerpo y alma a su causa y en apenas dos años se ha convertido en uno de los símbolos o, por qué no decirlo. en el símbolo de la lucha mundial en defensa del planeta.
Es positivo que una joven, representante de las generaciones que heredaran la Tierra sea tan visible, pero creo que quizá hemos echado demasiada responsabilidad sobre sus hombros, más en un mundo al que le encanta crear héroes para, a continuación, hundirlos. Demasiada responsabilidad para una joven a la que se ha convertido en interlocutor mediático sobre este grave peliagudo en el que los enemigos y las trampas están a la orden del día. Un interlocutor con una personalidad especial, casi patológica que le lleva a confundir la tenacidad con la obsesión y a imponerse metas imposibles a veces.
Os estoy hablando de su empeño en no contribuir al consumo de combustibles fósiles, que en el caso del transporte aéreo es evidente y todos, especialmente los turistas de fin de semana, deberíamos tomar ejemplo de ella. Sin embargo, cuando las cosas se llevan al extremo, corremos el peligro de convertir una causa justa y urgente en una comedia bufa. Todo, porque las apuestas de Greta llevan en su imposibilidad de cumplimiento la base de las críticas de quienes están deseando que fracase para, sobre su fracaso, proclamar el de toda la causa que defiende.
El cambio de sede de la cumbre del clima, prevista en Santiago de Chile, a Madrid le pillo en el continente americano, a miles de millas náuticas de España. Pidió ayuda para atravesar el Atlántico a vela y la consiguió de una pareja que se ofreció a llevarla a Lisboa en su precioso catamarán, pero la mala mar retrasó su llegada hasta ayer y, ahora, se enfrenta a su reto siguiente: llegar a Madrid en un medio de transporte sin huella de carbón, algo tan imposible como venir montada en el unicornio azul que cantaba Milanés y que en realidad eran unos pantalones vaqueros, imposibles en aquella Cuba, que, hoy lo sabemos, consumen miles y miles de litros de agua en su fabricación.
Así que, para cubrir los centenares de kilómetros que separan Lisboa de Madrid pidió también ayuda. Y la tuvo, porque el gobierno extremeño le ofreció dos coches eléctricos para llegar a la cumbre de Madrid. Pero Greta los rechazó por que usan baterías de litio, también contaminante y optó por el tren, quizá sin saber que un tren que una Lisboa con Madrid, rápido y limpio, es tan imposible como el unicornio, porque las líneas que comunican Extremadura con el resto del mundo están hechas de recortes y reliquias que, antes o después, o se averían o consumen gasoil. Eso, en el caso de que seamos tan inocentes como para creer que la electricidad que mueve los trenes no consume carbón o gas en su generación.
Finalmente, Greta estará en Madrid y, seguro, se dirigirá a los participantes en la marcha por el clima prevista para el viernes, en la que, de nuevo será la estrella, y más de uno, al menos yo, se preguntará cuánto han contaminado su viaje y el seguimiento mediático que se ha hecho de él. Sinceramente, creo que la odisea de Greta es en realidad un espejismo, aunque siempre servirá para que meditemos sobre los gramos de catástrofe que, con cada uno de nuestros gestos, vamos sumando hasta hacer de este mundo un lugar inhabitable.
Bienvenida sea pues Greta, como símbolo, nunca como agente o interlocutor en el debate, porque, para ello, aún le queda.

martes, 3 de diciembre de 2019

DESFACHATEZ O ESTULTICIA


La verdad es que no sé qué carta quedarme con el alcalde que nos ha tocado en suerte, mala suerte, a los madrileños. Uno podría pensar que lo suyo es maldad, maldad para impulsarse en el trampolín del egoísmo de unos cuantos, los que no son capaces de coger el metro o el autobús para ir a comprar un libro o un abrigo al centro, aunque implique horas de cola en la entrada de un parking, aunque con ello contribuya con esmero al envenene amiento del aire que es de todos, maldad para, con ese apoyo que ignora conscientemente el futuro de los niños a los que condena a vivir en una cámara de gas que mata poco a poco, pero mata, el resto de su vida, arrancar los votos de aquellos que sólo piensan en sí mismos y en el instante en que viven, para acabar con el gobierno municipal que, con sus luces y sus sombras, inició la transformación más radical de la ciudad que han visto los madrileños.
Fue una maldad recompensada, porque, a la estrategia de ese candidato, hoy alcalde, que pretendió hacernos creer que con su scooter de pijo podía quedarse atrapado en un atasco, mientras alguno de sus colaboradores grababa en vídeo sus lamentos, sumó la imprudente osadía de recurrir a Vox para sumar con ciudadanos los votos necesarios para desalojar a Manuela Carmena de la alcaldía. Maldad para dejarse agarrar por los cataplines por quienes no creen en la igualdad de los seres humanos, sin que importe de dónde vengan ni qué color tengan, no creer en la violencia machista que ha matado a más de mil mujeres desde que se lleva a cuenta, apara no creer en los derechos del niño, para no creer en la Constitución, ni en todos esos tratados internacionales que nos obligan a hacerlo.
Almeida, como un Fausto vulgar de este siglo, pactó con Vox, le vendió su alma a cambió de la vara y el sillón de alcalde, sin darse cuenta de que, desde ese momento, el ultraderechista Ortega Smith, el socio que eligió para llegar a un cargo que, a él, tan chiquitín y no sólo en estatura, le queda grande, muy grande, es el dueño, si no de sus pensamientos y discursos, sí de sus actos, marcándole el camino a seguir, so pena de que la vara de alcalde y todo el boato que conlleva y tanto e gusta, acabe desvaneciéndose en una moción de censura.
El alcalde chiquitín debe creer que no nos damos cuenta de que el grandullón de la clase, Ortega, le tiene acogotado. Cómo interpretar si no que pretenda haceros creer que envolver el belén que luce en el ayuntamiento responde, no a una presión de Vox, sino a una "tradición familiar" que ni yo, a mis casi sesenta y cinco años, ni ninguno de aquellos a quienes he preguntado, un hijo de guardia civil incluido recuerda. tampoco el ayuntamiento de Madrid, como la Casa del Correo, la sede de la Comunidad han tenido nunca banderacas tan enormes como las que, redundantes, lucen en sus fachadas en ese pique con los balcones catalanes, tan inútil como el de "pocas" luces entre el mismo Almeida y el alcalde de Vigo.
Creo que esos comportamientos son propios de un insensato y que la desfachatez del alcalde, en éste y otros casos que ya ha habido y habrá sin duda, no tiene límites. Porque qué otra cosa es intentar, ayer, hacerse pasar por ecologista en la cumbre del clima, cuando todos sabemos que sólo los jueces han impedido que el alcaldillo valiente desmantelase "Madrid Central" como había prometido en la campaña electoral y pretendió hacer al día siguiente se su investidura. Sí, es desfachatez, sin duda, pero es también estulticia, porque parece ignorar que las hemerotecas y nuestras retinas y oídos están rebosantes de imágenes y sonidos que a cualquiera con un poco de decencia o, al menos, dos dedos de frente le harían salir los colores, pero, desgraciadamente, no es el caso y, si Madrid ha visto descender significativamente sus niveles e contaminación no ha sido gracias a su gestión sino a la ordenanza de Carmena y a que, afortunadamente, vivimos en un estado de derecho en el que los jueces velan por que el último en llegar no eche abajo el esfuerzo de toda una legislatura, aunque no haya sido la suya.