Ayer, después de escuchar como el ministro del Interior trató de hacer un chiste fácil, insinuando que podría existir alguna relación entre una organización terrorista como ETA y su postura sobre la ley que prepara su compañero Gallardón para la regulación del aborto, pensé que me iba a ser imposible escuchar en el mismo día una majadería semejante a la del piadoso ministro de la porra. Pero no, una vez más me equivocaba, porque la diputada por Segovia y compañera de partido del ministro, Beatriz Escudero, la dijo y bien gorda.
¿Qué dijo la señora Escudero para escandalizarme tanto? Sencillamente dijo esto: "¿Saben ustedes que en España las mujeres que se ven abocadas al aborto son las que menos formación tienen? y, para apoyar sus argumentos, añadió que lo dicen la estadísticas y que la razón no la dan los gritos, sino un argumento sólido y contundente como ese.
Es terrible lo dicho por la diputada, porque, a más de un alma de cántaro, le llevará a desconfiar de las niñas que flojean en los estudios, leen poco o nada y quieren ser peluqueras. Establecer esa teoría a partir de un dato extraído de una lectura estadística de las estadísticas es cruel y estúpido ¿Por qué no ha revisado otro dato realmente trascendente, éste sí, y que es causa, no sólo de tener que tomar una decisión tan dura como esa, sino del nivel de formación al que ella la atribuye y que no es otro que el del nivel de ingresos de quien acude a la sanidad pública para abortar, que es quien queda retratado en las estadísticas?
Las niñas bien no. Las niñas bien, como antaño, suelen acudir a clínicas privadas y discretas, de esas en las que los abortos se practican con sigilo. Para qué manchar la imagen de la familia dejando una mancha en un fichero que, quién sabe, podría ver la luz en algún momento inoportuno, como ha ocurrido en más de una ocasión. Mejor no, mejor no mezclarse con la plebe, mejor no ponerse en manos de un médico "del seguro" para salir de un desliz como ese, porque quién sabe qué depara el futuro y a quién habría que dar explicaciones en adelante.
Lo otro, la consulta al médico de familia, al ginecólogo, al psicólogo, al psiquiatra o al especialista que determine el daño que un embarazo tan inoportuno como podría causar en la salud de la mujer si acaba siendo madre, dejémoslo para las inmigrantes, "que son como conejas y, además, no toman precauciones". Esas si dejan su nombre y apellidos en los registras, esas llevan trabajando desde que eran niñas y apenas pudieron ir a la escuela. Esas se la juegan cada vez que llega "su hombre" o cualquier otro hombre a casas. Esas son forzadas a mantener relaciones y no siempre pueden tomar precauciones, porque el machismo que las oprime tiene mucho que ver con la fe de algunos ministros y muchos diputados. Pero, en su mundo, nadie se lo va a reprochar. Ha pasado y pasará siempre. Y, si no les dejamos hacerlo en la sanidad pública y con garantías, seguirán haciéndolo como sus madres y sus abuelas: con alambres, con untos, maltratándose para provocar la muerte de un feto que no querían y que, en demasiadas ocasiones, es económicamente inviable, porque hay que elegir entre seguir trabajando para dar de comer a los hijos ya nacidos o dejar de trabajar para traer una boca más.
No es incultura, señora diputada, es pobreza. Y, si tan segura está que es cuestión de formación, trabaje para que su partido trabaje en favor de una enseñanza de calidad, también para los que menos tienen, pero, mientras tanto, deje de hacer demagogia, que la cosa es muy trágica y muy seria.
En cuanto al señor Fernández Díaz, quizá pensó con fruición que, con la ley que prepara en nombre de su partido su compañero Gallardón, volverá a llevar a las mujeres que abortan al mismo sitio al que van a parar las etarras condenadas.
¡Cuánta miseria moral y qué cinismo!
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