Cuántas veces habré escuchado eso de que no se debe desear
el mal ajeno. En cualquier caso, seguro que han sido demasiadas, porque, como
consejo, tiende a beneficiar a truhanes que, como el flamante inquilino de la
cárcel de Soto del Real, Miguel Blesa, han amasado su obscena fortuna
repartiendo ruina y dolor entre ciudadanos y trabajadores sin culpa ninguna en
sus desmanes.
No sé si me movía el deseo de justicia o el de venganza,
pero os aseguro que, cuando ayer me enteré de la orden de prisión contra quien,
por deseo expreso de José María Aznar, ocupó la presidencia de la segunda caja
del país, me sacudió un arrebato de alegría que me llevó a compartir tan
buena noticia con amigos y familiares. Lo cierto es que, con el encarcelamiento
de Blesa, ayer vi colmado uno de mis más firmes deseos de los últimos meses.
No podía ser, iba contra la razón y el equilibrio, que quien
presidió Caja Madrid durante los años de la burbuja inmobiliaria,
quien perpetró o permitió que se perpetrasen errores tales como el de
poner casi todos los huevos de esta entidad, llena de prestigio y que
contaba con la confianza de cientos de miles de madrileños que creíamos en
sus fines sociales, en la cesta del sector inmobiliario, incluso cuando ya daba
claros síntomas de estar al borde del estallido.
No podía ser que quien contrató con ciudadanos de a pie
hipotecas imposibles de asumir, quizá para hacerse perdonar la concesión de
créditos no menos imposibles a amigos como Díaz Ferrán y otros, unas veces para
tapar agujeros y otras para sacar adelante los pelotazos del monocultivo
inmobiliario, implantado por Aznar en España. No podía ser que se fuese de rositas
quien hundió Caja Madrid con añagazas y trampas contables, mientras se llenaba
los bolsillos con bonus e indemnizaciones.
Hoy hay decenas de miles de clientes de lo que fue Caja
Madrid que han perdido todos sus ahorros mediante una estafa organizada, en la
que se abusó de su confianza haciéndoles creer que, lo que en realidad eran
bonos basura, era un depósito a cinco años. Hoy hay miles de familias que han
perdido el hogar que no podían pagar, pese a que en la caja les hicieron creer
que sí. Hoy también hay miles de empleados de Bankia que van a ir a la calle,
porque, después de la debacle causada por Blesa, es imposible, dicen, mantener
sus puestos de trabajo.
Por eso no podía irse de rositas este señor que tenía
pensado casarse en menos de un mes -habría que saber por qué a los amigos de
Aznar les da por casarse después de liarla- con una empleada de la caja que
-dicen- sigue llamándole presidente. No podía ser que disfrutase de
todos los millones ganados o saqueados -eso lo dirán los jueces- durante catorce
años. No podía ser que desapareciese en cualquier playa, sin más preocupación
que asistir a fiestas o darlas él mismo o mejorar su swing en el campo de golf.
Hubiese demasiado duro, muy duro, para quienes en este país
hemos perdido algo por su culpa. Sé que no tardará en reunir los dos millones y
medio de euros que le piden, porque él tiene de donde sacarlos y
tiene amigos que se los presten. Sé que quizá la decisión del juez se
quede de momento en un buen susto para el compañero de pupitre de Aznar. Pero el camino es largo y amen del asunto de la
compra ruinosa y tramposa del banco quebrado en Florida, tiene
pendientes la concesión de un crédito difícil de justificar a su amigo y, desde
ayer, compañero en la prisión de Soto, Gerardo Díaz Ferrán, y la
querella presentada contra él por la comercialización de preferentes.
Probablemente no sea bueno desear el mal ajeno. No lo sé.
Pero cuando el objeto de ese perverso deseo ha causado, a su vez, tanto daño,
aunque no sea bueno, os aseguró que resulta muy higiénico. Y más si esos
deseos se ven colmados y, como da a entender el titular del diario económico Cinco Días,
Miguel Blesa sólo es el primero.
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