miércoles, 30 de abril de 2014

ESPAÑADESH


No es un disparate pensarlo y cada vez está más claro que es ahí a donde quieren llevarnos, a un país de ricos, unos pocos, funcionarios, la mayoría mal pagados, y culis, esa mano de obra pagada con miseria en China e India, sobre cuyas espaldas se levantó el imperio británico, y policías, muchos policías y muchos vigilantes, capaces de acorralar, si es preciso hasta el infarto y la muerte, a quien, por hambre o por envidia y porque estaba al alcance de la mano, pretendía llevarse el paquete de jamón o salmón ahumado, que en las estanterías para ricos parecía llamarle.
Quieren convertirnos en una especie de Bangladesh del mediterráneo, con legiones de parados, lleno de talleres clandestinos, improvisados en los hogares, para los que no rigen ni los salarios ni las condiciones de higiene y seguridad aún en vigor, quién sabe por cuánto tiempo, que tanta lucha y tanta sangre costó traer a España. Nos lo dijo ayer la Encuesta de Población Activa y nos lo dicen gestos como condecorar muñecas de madera o escayola cubiertas de coronas y mantones y otros como poner en manos de niños disfrazados de antidisturbios, con chaleco antibalas y casco, fusiles lanzapelotas.
Abandonemos toda esperanza. Nos quieren devolver a la España del Jarrapellejos de Felipe Trigo, una España en la que los ricos eran tan ricos como crueles y los pobres tan pobres como sumisos. Una especie de país asiático trasplantado al mediterráneo donde las tradiciones y las vírgenes que tanto defienden los señores del gobierno sean las cadenas invisibles que impidan por décadas que la ciudadanía recupere el paraíso perdido de los derechos y el bienestar social que le están arrebatando.
Criticábamos ayer al presidente Rajoy por afirmar que estaba contento con el resultado de la EPA. Pero errábamos en la crítica, porque Rajoy y sus ministros no estaban mintiendo. Tienen razones para estarlo. Sus planes o, mejor dicho, el encargo recibido de no se sabe qué oscuros poderes financieros o políticos, troikas y demás, se están cumpliendo a la perfección, con centenares de miles de empleos basura, salarios y becas de miseria y una implacable bolsa de economía sumergida que amenaza con tragárselo todo.
He dicho becas y he dicho bien, porque, si hay un obstáculo para la laminación de lo que fuimos que estos tipos pretenden, ese obstáculo es la democratización de la enseñanza esa "igualdad de oportunidades" que hasta el mismo Franco ensayó, aunque con resultado opuesto al que pretendía, para rejuvenecer los cuadros de su régimen dictatorial.
Hoy, mitad para proteger a los hijos de "la buena estirpe" que dijo Rajoy, mitad para fumigar las aulas de las universidades de cualquier atisbo de progresismo, el gobierno ha recortado las becas que permitían a las clases humildes acceder a las mismas y ascender en la escala social. Y no sólo eso, también racanea el pago de las miserias ya concedidas, obligando a muchos universitarios a dedicar su tiempo de estudio a trabajos de mierda para poder llegar a fin de curso o a abandonarlos a la espera de una racha de trabajo que les permita ahorrar.
 La EPA lo deja claro. Hay menos parados, pero no hay más trabajo. Y eso, a pesar de que muchos de los puestos de trabajo que aparentemente se crean no son más que el desdoblamiento de otros, decentes, que se parten en turnos o en "mini jobs" con menos costes para las contribuciones sociales para las empresas. Al gobierno le contenta que haya menos parados, pero se engaña y pretende engañarnos. Lo que hay es gente que se ha rendido, gente que ha dejado de humillarse ante las oficinas de empleo y ha dejado de buscar un trabajo que no le dan, gente que, si es joven y tiene esa preparación que aquí se desperdicia, ha optado por cruzar la frontera y marcharse a otros países donde sí aprecian la formación que aquí tiran a la basura, o bien se ha tapado la nariz, ha renunciado a disfrutar de una jubilación decente para la que lleva años trabajando y se ha sumergido en esa vieja España del taller clandestino, de las chapuzas, de las "faenas" en casa ajena, de la recogida de frutas o de las infinitas horas detrás de una barra, en una cocina grasienta o sirviendo mesas por un sueldo miserable y unas cuantas propinas, si hay suerte.
No nos quieren ciudadanos, nos quieren culis, limpiabotas que se humillan sin remedio condenados a mirar la bragueta del que paga, mano de obra barata y humillada incapaz de rebelarse. La única esperanza es el hartazgo de los jóvenes, el terremoto que antes que tarde tiene que llegar, porque, si no, vamos camino de convertirnos en algo tan triste como eso, en un país miserable que debería llamarse Españadesh. 


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martes, 29 de abril de 2014

ENTRE LA MÍSTICA, LA HISTERIA Y EL MARKETING



Recibo esta mañana una foto de una amiga, en la que una abuela empuja el carrito con su nieto hacia la catedral de Barcelona, poco antes del comienzo del funeral en memoria del fallecido entrenador del Barça, Tito Vilanova. La verdad es que la intención de mi amiga al enviármela era otra, pero, con ella, se me vienen encima las setenta y dos horas de continuas alusiones en todos los programas de radio y televisión, especializados o no, a la desaparición prevista y anunciada del joven técnico catalán.
Se me viene encima toda esa parafernalia, con las imágenes de las colas en torno al Nou Camp y las de todos los minutos de silencio guardados en todos los estadios de España y no puedo sino preguntarme por qué en este país la capilla ardiente por un entrenador de fútbol recibe tantos o más respetuosos visitantes y tanta o más atención mediática de la que tuvo la del recientemente fallecido ex presidente Suárez.
Es evidente que, si es así, lo es porque el fútbol ocupa una parte importante, demasiado importante, en la vida de los españoles, una parte importante, convenientemente cultivada y explotada por los medios de comunicación que basan una gran parte de sus ingresos e inversiones en todo lo que tiene que ver, no con el deporte, sino casi exclusivamente con el fútbol.
La imagen de la abuela empujando el carrito con su nieto, enfundada en una camiseta en la que ha dejado escrita su pasión por el Barça, camino del funeral en la catedral, deja claro que las pasiones en el fútbol son inducidas, porque qué le puede importar a un bebé la muerte de Tito Vilanova. Y sin embargo, entre los recuerdos de ese niño, cuando sea mayor, estará sin duda el de haber presenciado el acontecimiento.
Estas cosas pasan porque los espacios dedicados a la información, la opinión y el humor entorno al fútbol, amén de las transmisiones de los partidos, superan con creces al destinado a lo que podríamos denominar "la vida más allá del fútbol". No es extraño, pues, que dos de las mayores, si no las mayores, manifestaciones que han visto Vigo y Sevilla fueran convocadas para protestar, con éxito por cierto, por el descenso forzado del Celta y el Betis por el estado de sus cuentas.
No es extraño eso, ni tampoco lo es que los políticos de turno agachen la cerviz ante las pretensiones de los clubes y les regalen, a nuestra costa, las calles de la ciudad cada vez que uno de ellos consiga un trofeo. Más extraño es que las normas de tráfico, que deberían ser iguales para todo el mundo, incluida la maleducada Esperanza Aguirre, se pasen por alto los días de partido consintiendo a los aficionados tomar los barrios que tienen la desgracia de albergar un estadio, obligando a sus vecinos a renunciar a sus coches, encerrados por las dobles filas y a sus peatones a saltar, si pueden, por encima de los coches subidos a las aceras para pasear o, simplemente, buscar una farmacia.
Todo es un círculo vicioso, una espiral diabólica por la que nuestros gobernantes consintieron en su día que el fútbol fuese el gran negocio de las televisiones, que se hicieron fuertes con él, cambiando el panorama de lo que debería haber sido un servicio público destinado a elevar el nivel cultural y dotar de criterio a los ciudadanos y que, sin embargo, ha acabado en lo contrario, porque el nivel de alienación de la ciudadanía es cada vez mayor y su sentido crítico brilla por su ausencia.
Los que manejan "el cotarro" tienen claro la eficacia de esa arma que hemos puesto en sus manos y, por ello, las televisiones explotan esta nueva gallina de los huevos de oro y los clubes disponen de los canales propios de radio y televisión que uno quisiera para las universidades.
No seré yo quien critique todo el dolor y el respeto manifestado por los aficionados en los últimos días, pero ello no debe hacernos olvidar que ese dolor, que esas reacciones, son inducidas y facilitadas por quienes pueden hacerlo, por quienes tienen los micrófonos, las cámaras y los archivos de imágenes y por quienes disponen de algo tan estratégicamente útil como los es un gran estadio de fútbol, capaz de transformarse en lo que convenga.
De todos modos, quienes inducen todo ese dolor y todo ese respeto, deberían dosificarlo, porque cada vez es más frecuente asistir a interminables minutos de silencio previos a los partidos en recuerdo de personajes de los que ni se acuerdan los socios del club anfitrión presentes. Del mismo modo, me ha dado por pensar en que habrá que hacer para honrar como se merece a Vicente del Bosque cuando nos deje, espero que dentro de muchos años ¿un funeral de Estado, un suicidio colectivo?
Nos hemos vuelto locos y nos estamos dejando llevar por algo que está entre la mística, la histeria, pero muy cercano al marketing, porque hace tiempo que el fútbol es, ante todo, un negocio entre gente no siempre decente.


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lunes, 28 de abril de 2014

CARA DURA


Muy mal le deben ir las cosas, electoralmente hablando, al Partido Popular en Madrid, para que, sin previo aviso, el sucesor de Esperanza Aguirre, Ignacio González, se haya lanzado a anunciar un frenético carrusel de contramedidas en el campo de la sanidad y el transporte público que no hacen sino corregir los desastres creados por el austericidio generalizado puesto en práctica en estos últimos años de gobierno de su partida. Muy mal deben ir las cosas, porque nada debería haber más humillante que tener que desdecirse en todo aquello de lo que han hecho bandera hasta hace, como quien dice, dos días. 
Me enteré, nada más regresar de una Barcelona tan bonita, tan limpia y tan efervescente de turistas como siempre, turistas de esos que llegan a diario de lejos y gastan su dinero en muchos de sus barrios y no de ese turismo de excursión de fin de semana que, por desgracia, es el que llega a Madrid. Y no me extraña que así sea, porque el turista que llega a Madrid corre el peligro de que en el metro, ese que en los carteles volaba, tiene averías cada dos por tres por falta de mantenimiento, se hace esperar minutos y minutos, porque sus gestores descubrieron que los viajeros podían apretarse un poco más en vagones y andenes, a veces, en las viejas estaciones, con peligro de caer a las vías. También se arriesgan, ahora que debería llegar el calor, a verse encerrados en vagones herméticos, preparados sólo para funcionar con aire acondicionado, aire que, las más de las veces, está averiado, o en túneles sin ventilación. Y, claro, lo que los pasivos ciudadanos de Madrid, que lo son más de lo que piensan, no saben es que hay quienes no están dispuestos a penar por túneles, vagones y escaleras, como  ellos hacen a diario, pagando uno de los billetes más caros del mundo.
Quizá por eso, con la mayor de las cara duras y atribuyéndolo a un aumento de la demanda de viajeros, cuando han sido sus recortes los que los han expulsado, anuncia a bombo y platillo que van a invertir más en mantenimiento, van a abrir vestíbulos que mantenían cerrados como medida de ahorro y van a aumentar la frecuencia de los trenes, quizá para que aventurarse a usar el Metro no sea arriesgarse a llegar tarde a una cita o, lo que es peor, al trabajo.
Eso, por lo que hace al depauperado metropolitano de Madrid, que, después de haber sido durante décadas, el caballo de batalla del PP para ganar elecciones, se ha vuelto una rémora mal gestionada y peor planificada con la que han pretendido cortar por lo sano. En cuanto a la sanidad madrileña, la gatera en la que, por desconocimiento de la realidad y un mal cálculo de lo que creían que sería un magnífico negocio para los amiguetes, el PP madrileño se ha dejado tantos pelos y consejeros, también ha habido un cambio de rumbo notable.
Tal y como anunció González, su gobierno está dispuesto a dignificar la situación laboral de médicos y sanitarios, contratados ahora a veces por días o semanas y casi siempre por meses, como si de empleados de una cadena de hamburgueserías se tratase, dicen que para que médicos y enfermeros se identifiquen más con su labor, como si no lo estuviesen ya de sobra. Dice también que pretende incentivar su trabajo por las tardes y en fines de semana para optimizar las instalaciones hospitalarias y lo dice después de comprobar que los madrileños, a la hora de someterse a intervenciones quirúrgicas, confían más en la sanidad pública que en esas clínicas privadas a las que, desde un despacho, tratan de derivarles a la primera de cambio y prefieren ser operados por sus médicos y en sus hospitales, antes que arriesgarse a caer en vete tú a saber qué "sanatorio".
Está claro que en este caso, el de la Sanidad, los populares aún no se han recuperado del KO y tratan por todos los medios de que, a la hora de votar, nos olvidemos lo que pretendían hacer con la mejor de las joyas de nuestro patrimonio. Pretenden hacerlo, convenciendo a todas esas almas simples dispuestas a dejarse vender una bata-manta, un cojín milagroso o una sonrisa de político con tal de que salgan en la tele.
Y nuestra obligación es tratar de impedirlo, explicándoles en el metro o en las consultas de los centros de salud y hospitales que, de nuevo, tratan de engañarnos, que lo que tratan de "vendernos" como logro de su gestión no es más que una vuelta atrás a lo que nos habían quitado.
¡Qué cara más dura! Lo suyo es como meternos la cabeza bajo el agua y después de mantenerla ahí unos minutos angustiosos, dejarnos salir a respirar y pretender, además, que se lo agradezcamos. 


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viernes, 25 de abril de 2014

SÍ CABEN LAS DICTADURAS


Hoy me he levantado un poco más remolón que de costumbre y me he dado de bruces con el comentario de un contertulio radiofónico que, rotundo, afirmaba que la revolución de los claveles en Portugal sirvió para dejar claro que en Europa ya no cabían las dictaduras. La verdad es que ese comentario era tan rotundo como voluntarioso, porque a unos cientos de kilómetros de Lisboa, un dictador arrastró sus días y su régimen año y medio más, porque Franco, el sátrapa que gobernó España casi cuarenta años, murió en la cama de un hospital -público, por cierto- ensartado por decenas de agujas y convertido en medusa por otros tantos cables y vías.
Tampoco acertaba el autor del comentario, porque, con la desaparición de Franco las que acabaron, quizá y sólo en Europa Occidental, las dictaduras formales, sostenidas por los ejércitos con sus botas, sus fusiles y sus carros, pero en modo alguno desaparecieron quienes se esconden tras las dictaduras, que aprendieron a convivir con las democracias, también formales, para seguir chupando la sangre de los ciudadanos que, para nuestra desgracia, es y ha sido su oficio bien aprendido.
En tiempos de los dictadores al uso, que hoy tendríamos que buscar en África, eran las familias y, por decir más, las familias del país, las que se adherían al tirano, como los líquenes se adhieren al árbol que les da la vida y que ayudaron a crecer. Hoy no. Hoy estos verdaderos dictadores, porque sin ellos no hubiese habido un Dragon Rapide para Franco, han aprendido que se sobrevive mejor desde el anonimato. Es más, creo que lo han aprendido de la Mafia, que eliminaba a quienes, de entre ellos, destacaban o hacían ostentación de poder o riqueza, porque ese, la ostentación, y no otro es el mayor pecado de un mafioso, porque, con ella, acaba por reclamar la atención de la sociedad.
Hoy, las "familias" que vivían por y para las dictaduras se esconden detrás de la máscara de las grandes corporaciones, esas que tienen los negocios en un país, pagan sus impuestos "a la carta" en otro y reparten sus dividendos en paraísos fiscales. Hoy, esas corporaciones son la bota que pisa el cuello de la ciudadanía, son quienes, sin uniformes, sin fusiles ni carros, imponen el silencio que necesitan, no por la fuerza, no por la amenaza de la prisión o las multas, sino, comprando la propiedad de esos medios, como hacían en tiempos los "señoritos" enamorados, que compraban teatros o invertían en el cine, para su querida o para satisfacer el ego y las ansias de gloria de sus queridas.
No. Ya no hay desfiles por el paseo de la Castellana. Ya no son necesarios. Los han cambiado por costosas campañas publicitarias capaces, como los buenos detergentes, de lavar cualquier imagen y de hacer creer a los de abajo, como lo creían las almas cándidas que, en dictadura, se vive en el mejor de los mundos. Hoy, las grandes corporaciones no financian golpes de estado para acabar con los sindicatos. Hoy, machacan las meninges de los trabajadores para hacerles creer que "todos" los sindicalistas son parásitos y que trabajar por sueldos miserables y esclavistas, que condenan cualquier esperanza de promoción social, es conveniente y la única actitud posible.
Ya no hay dictaduras al uso, ya no son necesarias. La CIA, los kissinger y los fascistas no son necesarios. Tienen su troika, tan antidemocrática como los ideólogos de aquella Escuela de las Américas, dispuesta borrar de un plumazo los derechos de los ciudadanos de cualquier país que pongan en su punto de mira.
Hoy se presiona sobre parlamentos que recuerdan, por su inoperancia manifiesta, a aquellas cortes franquistas repletas de sotanas y uniformes. Hoy, las grandes corporaciones pactan entre ellas precios y salarios "para no perjudicarse". Hoy, las autoridades portuguesas, las que pisotean, para apagarlas, las brasas de aquel 25 de abril de hace cuarenta años no han permitido la presencia de aquellos "capitanes de abril" en los actos que conmemoran su hermosa hazaña. Hoy, pese a lo que crean y digan algunos, sí caben las dictaduras. Otras dictaduras, pero dictaduras al fin.


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viernes, 18 de abril de 2014

GABO QUE ESTÁS EN LOS LIBROS


Querido Gabo que estás en los libros:
Ahora que, aparentemente, ya sólo vas a estar en ellos, aunque eso sea como estar en todas partes, ahora que tienes la vida eterna de quienes se hacen con un rincón de la memoria y el corazón de sus lectores, de toda esa gente a la que has ayudado a soñar, a pensar y, sobre todo, a ser felices mientras sostenían en sus manos tu magia realista, ahora te digo que te vamos a echar de menos, aunque sigas viviendo como un fantasma que se ha dormido en los estantes de nuestra, pequeña o grande, biblioteca. Dormido, pero sólo hasta que alguien quede atrapado en tu magia, porque alguien le ha dado a probar el veneno en dos líneas, tan sólo dos líneas, esas que dicen “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en su padre lo llevó a conocer el hielo. 
Entonces, estará perdido, porque no parará hasta leer el punto final de esa sensacional novela que a tantos nos abrió la mente y nos enseñó que se puede señalar sin nombrar y decir, no sin palabras, sino con las palabras cambiadas. Formará parte entonces de la legión de degustadores de esa literatura, tu literatura, que tanto nos asombra y que nos parece pura fantasía, cuando, para bien o para mal, no trata de otra cosa que lo que ocurre cada día, cada hora, a cada instante, al otro lado del Atlántico, del Rio Grande para abajo, lejos del alcance de esos seres racionales y fríos que llamáis gringos.
Porque tu obra, Gabo, no es posible sin tu gente, esa gente que describe el ferrocarril, el primer tren en entrar en Macondo, como de una cocina con una ciudad a rastras. En tus novelas, el paisaje, el clima, las sequías y la humedad del trópico son tan protagonistas como Aureliano Buendía y tan reales como la magia que desatan. Por eso va a ser tan difícil olvidarte, porque nadie volverá a escribir como tú lo hacías. Porque ni siquiera lograste hacerlo cuando, vete a saber porque misterios, publicaste esa última novela que debería haberse quedado en lo que era: un cuento.
Va a ser duros los primeros cien años que los que nos quedamos aquí y los que vengan tengamos que vivir en soledad, definitivamente, los coroneles, y todos los demás, ya no tenemos quien nos escriba como tú lo hacías y ,en estos tiempos del cólera, ya sin amor, La mala hora en que nos dejaste quedará para muchos como un sobresalto, como algo inesperado que, en tiempos de ese otro cólera que es Internet, nos ha ido sorprendiendo uno a uno, como si tú mismo o cualquiera de tus fantasmas, nos lo fueran diciendo al oído.
Tus funerales no serán los de la mama grande, pero ten por seguro que se te honrará como mereces. Y, cuando pase el tiempo, habrá algún náufrago de ese periodismo que tanto amaste y que se hundió, que haga, para las generaciones futuras, el relato de quién fuiste. Será una historia tan increíble, pero no tan triste, como la de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, alguien que, quizá con ojos de perro azul, nos hable de aquel Gabo que una vez fue feliz e indocumentado que presencio los otoños de tantos patriarcas, especialmente el del viejo y sanguinario sátrapa que atormentó el Chile que tanto amaste durante tantos años, patriarcas, generales que, como el de aquí, tienen por costumbre encerrarnos en sus laberintos. Aunque, a hora que lo pienso, no va a hacer falta, porque ya tú viviste para contarla, con tus dos dedos en silencio en los últimos años, como escribiendo sin palabras la crónica de tu muerte. Lo esperábamos, pero, a los que aprendimos en tus libros a leer de otra manera, a vivir de otra manera, se nos van a hacer duros esos cien años de soledad. Aunque nos queda el consuelo, querido Gabo que estás en los cielos, de que sus páginas no son como la hojarasca que se pudre o dispersa el viento, porque cada vez que unos ojos nuevos se posen en ellas, cobrarán vida de nuevo, como recién escritas, y reverdecerán con la fuerza que les da tu tierra sabia, antigua y caliente.


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miércoles, 16 de abril de 2014

SOBRE RUEDAS


Dijo ayer la ministra de Empleo que la recuperación económica de nuestro país "va sobre ruedas". Y, si asume la responsabilidad de decirlo debe ser porque en algún sitio lo habrá leído o alguien se lo habrá dicho.
De haberlo leído ha debido ser en alguno de esos argumentarios que reparten el Gobierno o su partido, como casi todos los gobiernos y casi todos los partidos, entre los ministros o dirigentes que deben enfrentarse a los micrófonos, las libretas y las cámaras, en estos tiempos de prensa acrítica y sin derecho a repreguntar o ni siquiera preguntar, tiempos en que los medios ya no pertenecen a gente que ama la verdad y a los lectores, sino a bancos, eléctricas o constructoras, o a grupos editoriales emparentados con el poder que trocean y seleccionan la verdad en pequeñas verdades a medias o, directamente, en pequeñas o grandes mentiras, para que la digestión de sus lectores no sobresalte su siesta. Y si no lo ha leído en uno de esos manuales de instrucciones para la supervivencia que le llegan cada mañana al despacho, se lo ha debido decir alguien y ese alguien o es un compañero de gobierno o, entrando en el terreno de lo esotérico, ha debido ser la virgen del Rocío, con la que parece tener línea directa, puesto que le pide y agradece cosas.
O eso o miente descaradamente, porque todos los indicadores económicos que tocan suelo, no esos que tanto gustan a los gobiernos y empresarios, los indicadores que hablan de excluidos, de parados, de gente que ha de alimentar a sus hijos con la solidaridad de otros, de gente que hace años que no estrena ropa, a no ser que sea de segunda mano o de mercadillo, esos indicadores, mucho más reales que los de papel, con los que yo me topo cuando pongo un pie en la calle y que dicen que, de momento, no estamos mal, sino peor.
Hay que tener mucho valor y mucho descaro para decir lo que dijo la ministra o hacerle leer al rey, ante representantes de países tan poco democráticos cono los de los emiratos, un discurso que aquí, en España, suena a eso, a mentira. Y hay que tener valor para hacerlo simultáneamente a la aparición de los datos de Eurostat que sitúan a cinco regiones españolas como las de mayor tasa de desempleo de Europa. O a las pocas horas de saberse que, frente al optimismo del Gobierno, los bancos de alimentos, los que suplen con el trabajo de sus voluntarios y la solidaridad de muchos la tarea de atender a los más necesitados que debería corresponder al gobierno, adviertan de que cada vez reciben más peticiones de ayuda y que esta situación puede empeorar. O coincidiendo con el informe de Save the children que, coincidiendo punto por punto con el presentado hace unos días por Cáritas y que tanto molestó al ministro Montoro, nos habla de tres millones de niños en serio riesgo de exclusión y medio millón de ellos por debajo del umbral de la pobreza. Lo que nos coloca en el penúltimo peldaño de la pobreza infantil en Europa.
Y lo peor es que, mientras eso sucede, danzan las cifras del dinero B del PP, de su escamoteo a la hacienda de todos, danzan las cifras vertiginosas de fraude en los ERE y en los cursos de formación para parados, hay consejeras que se asignan con el mayor de los descaros cheques para que su hija estudie entre tules y apellidos de postín y tenemos ministros a los que eso no parece preocuparles, hasta el punto de "inventarse" ayudas ya existentes que, en la mayor demostración de torpeza que recuerdo, desmentir a los postres el anuncio de ellas que hizo en el aperitivo.
Dice la ministra que la recuperación económica va sobre ruedas y no faltará quien nos hable del éxodo de semana santa y del dispendio de algunos para ver en vivo y en Valencia la final de la Copa. Yo le digo que siempre, o casi siempre, se mueven los mismos y que quienes no se mueven probablemente pasarán la Semana Santa, trabajando unos días si hay suerte, o dando patadas a los botes por las calles de su ciudad y que muchos ni siquiera verán el partido en casa, porque empeñaron la tele o no pueden pagar el recibo de la luz.

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lunes, 14 de abril de 2014

ARDE VALPARAÍSO


En una imagen robada a Pablo Neruda, imagino Valparaíso como una enorme cabellera de mujer, extendida desde el mar hacia los cerros, subiendo por las cañadas, cada mechón distinto del otro, unos más luminosos y aseados, otros tristes y sucios. Una cabellera que se ilumina en la noche, marcando como una cinta la avenida que conecta todos esos cerros, unos cuarenta que suben hacia los bosques que la circundan.
En Valparaíso hay mucha belleza y mucha miseria. Como gran parte de Chile, en su belleza está también la hipoteca que pesa sobre ella, expuesta a las catástrofes naturales, pasto de las llamas unas veces, derribada por la tierra que tiembla otras. Por eso no abundan en ella los grandes edificios. Por ello sus casas son de madera, frágiles, sí, pero más seguras cuando la tierra tiembla.
Tuve la fortuna de conocer Valparaíso en enero y me fui de allí seguro de que volvería. También con la sensación de que hay que verla al menos una vez en la vida. Hay que perderse en las calles de "el Plan", la zona llana y mejor urbanizada cercana al puerto, con ese mercado desordenado y vivo, en cuya primera planta se puede disfrutar a buen precio de la mejor de las comidas, caminar hacia el entorno del puerto, subir al Cerro Alegre, con sus calles estrechas y empinadas, para encontrarse con la "Sebastiana", esa casa de cuatro plantas, construida por un rico español, como el puente de un barco mirando al Pacífico, que un día compró Neruda, para hacer de ella su observatorio y su refugio.
Hay que perderse por sus calles llenas de grafitos, la mayoría de ellos lindos y respetados, con  sus casas asomadas al vacío, en las que allá donde caben brotan jardines y macetas y, sobre todo, hay que esperar el atardecer, para ver como el sol se ahoga al final del día en el Pacífico.
Pero las noticias que me llegan de allí son malas. Sé que aquellos a quienes conozco y aprecio están bien, que el cerro en el que viven nos e ha visto afectado. Pero me duele ver sufrir a esa ciudad loca que vive mirando el mar a la espalda del monte que, quizá celoso, le ha mandado el fuego como venganza.
Es triste ver sufrir a tanta gente, doce muertos, millares de afectados, centenares de casas arrasadas, de las que la gente trata de sacar lo poco que de valor quede en ellas, a veces con derecho y otras por las bravas.
Miles de sueños enterrados en las cenizas, miles de vidas que serán mañana un poco más duras, un poco más tristes.
Pero en medio de tos eso, me cuentan, ha despertado la solidaridad. Todo Chile se ha movilizado. Los bomberos, voluntarios, se han desplazado desde todo el país, también médicos y, muy importante en un país como Chile y una ciudad como Valparaíso, veterinarios. Porque en Chile y, especialmente en la ciudad hoy doliente, los animales, especialmente los perros callejeros, tienen bien ganada la ciudadanía.
Arde Valparaíso y, aquí, tan lejos, sólo puedo, por tantas cosas, llorarla y recordarla con cariño.


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domingo, 13 de abril de 2014

EL QUE PARTE Y REPARTE...


Desde que tengo uso de razón vengo escuchando una sentencia, muy machista por cierto, que asegura que la mujer del cesar -del césar no dice nada, de ahí su machismo- no sólo de be ser honrada, sino, además, parecerlo. Está claro que pese a ser madrileña como yo, Lucía Figar, la consejera de Educación del gobierno de Madrid, la que más lloró la primera fuga de Esperanza Aguirre, la que hizo sin prisas y con cámaras del gobierno cuando se olió la tostada del fracaso en Eurovegas, Lucia Figar, no parece haber oído nunca el dicho, porque acaba de adjudicarse, para escolarizar a su hija pequeña, un cheque guardería de mil cien euros.
Adjudicar, adjudicarse, mil cien euros, ella que con su marido ingresa al año más de ciento veinticinco mil euros, para que matricular a su niña en una guardería de élite, mientras en Madrid se han suprimido las becas de comedor, es están cerrando centros y son muchísimas las familias que necesitan, quizá más que ella, escuelas infantiles para cuidar de sus hijos mientras trabaja la pareja, no es sólo una afrenta, y más si es ella quien preside la consejería que diseñó el cheque y los adjudica, sin que es un verdadero insulto para los que, si quieren trabajar para comer y pagar las deudas, deben andar repartiendo bebés por las casas de los abuelos, los amigos o los vecinos.
Lo que más escuece no es el descaro con que l consejera y su marido, el neoliberal Carlos Aragonés, director que fuera del gabinete de Aznar en La Moncloa, ni siquiera que resulte evidente que, para ellos, mil cien euros al año son el chocolate del loro. Lo que me cabrea y cabrea a la gente a la que le queda una pizca de sentido de la justicia es que no es sólo una torpeza de gobernante déspota, lo más cabreante es que lo que acaba de saberse es el paradigma de lo que no es sino una manera de entender la vida y el uso que debe hacerse de los recursos públicos, una visión neoliberal del mundo que entiende que son iguales el bebé de una mujer que lleva comida a casa limpiando oficinas y el hijo de la consejera y el diputado.
Diréis que, en efecto, son iguales, pero nada más lejos de la realidad, porque deberían ser iguales, pero en absoluto lo son. Y la tragedia es que la política educativa que viene haciendo los populares en el gobierno de la Comunidad de Madrid es esa:: desviar los fondos que deberían estar destinados a la escuela pública a los centros privados que siempre acaban por discriminar a sus alumnos para reconducirlos a las "reservas" de los colegios para pobres, mal dotados, a duras penas gestionados por profesores cada vez peor pagados, cada vez más agobiados, con lo cual "la clientela", los niños, acaban matriculados en colegios concertados que, también con fondos públicos, van alejando la enseñanza del sueño de ser obligatoria, sí, gratuita, también, pero en absoluto de calidad, porque, si lo es, lo es por el esfuerzo del profesorado, en absoluto porque esa sea la intención del gobierno.
Madrid está cerrando institutos de barrios obreros, barrios que, salvo excepciones, también votan para su y nuestra desgracia, al PP. Los está transformando, los quiere transformar en centros para la  Formación Profesional, como queriendo reafirmar la teoría de Rajoy de "la estirpe buena", para que, ya desde la cuna, quede claro en que van acabar unos y en qué van a acabar otros. Lo hacen estos neocon y han contribuido a hacerlo, no sé si por razones ideológicas, porque ya dudo de todo, o por razones económicas, también  los socialistas que, durante años, han ido abriendo las puertas por las que, luego, los populares han entrado a caballo.
Creo que, en el fondo, las cosas son así. Pero aunque no lo fuesen, el mero hecho de dar la razón a esa oras sentencia que reza que "el que parte y reparte se queda con la mejor parte" ya es lo suficientemente escandaloso como para que la consejera renuncie a tan escandaloso abuso.


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viernes, 11 de abril de 2014

VERGÜENZA NACIONAL



El de ayer fue un día intenso en la Audiencia Nacional, que, al menos para los telediarios, estrenaba sede en San Fernando de Henares. Y si fue intenso y hubo tanta expectación fue porque en ella se esperaba visita. Nada menos que la del que lo fue todo en las cuentas del PP y lo fue durante cerca de veinte años,  pese a que, ahora, el que fuera su partido, el que le confió sus cuentas, las que se enseñan y las que se escriban a la luz de una vela, el que en su dúa le llevó al Senado como quien, con el aforamiento consiguiente, suscribe a su nombre un seguro de, si no mejor procesamiento, sí más lento y mastodóntico, que, ahora, pillado con las manos en la masa, ha decidido contar lo que vio, lo que hizo, a quién vio y que hacían en torno a las cuentas del partido que gobernó durante casi ocho años España y la gobierna con las tijeras y el garrote en las manos desde hace dos.
Resulta curioso que apenas nos sorprende ya nada de lo que pueda contar quien se bajó de los coches de partido, para subirse después a los taxis y acabar viajando en coche oficial, aunque nada cómodo y pintado de verde y blanco. Y si no nos sorprende es porque cualquiera que tenga dos dedos de frente, un poco de sentido crítico y nada que ocultar lleva ya tiempo dibujando en su pensamiento la infraestructura que permitía al PP hacer las mejores campañas electorales, dignas de las presidenciales americanas, con los mejores carteles, los hoteles y medios de transporte más cómodos, para sus candidatos y la prensa, y con escenarios dignos de la gala de los óscar.
Resulta creíble lo que viene contando Bárcenas, al juez y a quien quiera escucharle, sobre las "mordidas" que aplicaba su partido a todo aquel que pretendiera contratar con la administración, con cualquiera de las administraciones bajo su control, para, con ese dinero que circulaba en sobres y maletines, de espaldas a la hacienda pública y a cualquier fiscalización, pagar trajes, comidas, hoteles, campañas, reformas de sus sedes, desde la nacional a las provinciales, en un frenesí consumista difícil de justificar económica, moral y, sobre todo, éticamente.
Resulta tan creíble como increíble es que hasta ahora nadie, ni partidos rivales, ni periodistas, ni el Tribunal de Cuentas, hayan caído en la cuenta de que el tren de vida del PP era tan inexplicable como el de "la chica del 17", de la que en el cuplé se pregunta, porque se duda, "de dónde saca pa' tanto como destaca". Algo turbio se intuía en la vida de la chica del 17 y algo turbio debería haberse intuido en el tren de vida del PP.
Ese trajinar de personas, sobres, cuentas bancarias, llaves y cajas, digno de una palícula de Berlanga, debería haber despertado el celo, tanto de la prensa, como de la oposición y puedo permitirme pensar que, si no lo ha hecho, ha sido porque unos y otros tenían también mucho que callar.
En mi opinión toda la penitencia que los españoles venimos padeciendo, todo este pus oculto en la estructura de los “partidos de gobierno", de la nación y de las comunidades autónomas, un pus que afloró en la semana santa de 1990, con el caso Naseiro, casi por casualidad, pero que gracias a su ingeniería jurídica consiguió cicatrizar, aunque en falso porque la infección siguió creciendo soterradamente, toda esa gangrena moral, provienen de esa actitud de los poderosos que fuerzan la máquina en el pelotón para dejar descolgados a sus rivales, fuera del club de los "partidos de gobierno", desterrando cualquier alternativa o cualquier reequilibrio de poder que permitiese, por ejemplo, cambiar la ley electoral o el sistema de financiación de partidos.
En resumen, lo que contó ayer Bárcenas, más que sorprendernos debería avergonzarnos, deberíamos sentir verdadera "vergüenza nacional", porque hemos tenido delante de nuestras narices, de las de nuestra prensa o de las de nuestros representantes tanta mierda, sin que ninguno de los colectivos citados haya sentido el hedor de tanta podredumbre que, al final, pagamos sin que sirva para garantizar que se van a oír nuestras voces. Nos han engañado haciéndonos creer que los partidos deben ser baratos en una especie de "timo de la estampita", privándonos del derecho a conocer todas las opciones en igualdad de condiciones para poder elegir entre todas las alternativas con todas las consecuencias.


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jueves, 10 de abril de 2014

SUBCONTRATAS


Hay días en que uno se avergüenza de vivir en un país en el que, mientras algunos compatriotas se juegan la vida llevando la salud y el progreso a países tan inhóspitos como necesitados, aquí, a cinco paradas de Metro de casa, se dejó morir a una mujer porque no se quiso ver, qué complicación, que aquello que le causaba la fiebre y tan fuertes dolores de cabeza era meningitis.
Se llamaba Samba Martine y llevaba un mes encerrada en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche, en Madrid. Desde que la encerraron allí no hizo otra cosa que quejarse y reclamar la atención de los médicos porque se encontraba mal. Fue visitada por estos hasta diez veces y no recibió otra cosa que cuidados paliativos, supongo que paracetamol o algo parecido, hasta que el 19 de diciembre de 2011, a sólo unos días de esas fiestas de la solidaridad y el amor, fue ingresada en un hospital, donde, a las seis horas, con sólo  treinta y cuatro años y a miles de kilómetros de los suyos, falleció.
Fue tan injusta esa muerte y fue tan evidente que podía haberse evitado que, de inmediato y movido por las ONG que asisten a estos inmigrantes, el asunto llegó a los tribunales, donde inexplicablemente se archivó. Hace unos días la Audiencia Provincial resolvió el recurso contra esa decisión y reabrió el caso, imputando a los responsables médicos del centro, empleados de una empresa privada subcontratada, por lo que el instructor considera una actuación negligente ya que, de haber actuado de otro modo, la muerte de Samba podría haberse evitado.
La inmigrante congoleña que reclamó asilo en Melilla, donde, tras llegar con ocho euros y un teléfono, móvil se presentó a la Policía, estaba diagnosticada de VIH y cuando fue ingresada en el hospital madrileño se pensó en principio que estaba aquejada de meningitis o neumonía, aunque, cuando ya no tenía remedio, se acabó por diagnosticarle una infección múltiple asociada al VIH.
Es una historia terrible por sus consecuencias dramáticas, por la intención, detectada por el juez, de ocultación de la verdad, por las condiciones infrahumanas en que viven estos hombres y mujeres hacinados en peores condiciones que las que tendrían en una prisión o que las que le Unión Europea exige para el ganado, desatendidos y encerrados en un limbo legal en el que no son considerados presos, pero tampoco hombres y mujeres libres, a la espera de cargarlos en un avión para devolverles a países que en ocasiones ni siquiera son los suyos y  a los que, sin duda, no quieren volver.
Lo peor de todo es que esos centros están en gestionados total o parcialmente por empresas privadas subcontratadas y ya se sabe que el fin primordial de éstas es el lucro. Una filosofía que acaba por calar en sus trabajadores hasta el punto de que a veces, afortunadamente no siempre, mal pagados, desincentivados y sin medios, acaban olvidando su verdadera vocación, considerando a los enfermos como problemas y eludiendo esos problemas.
No sé cómo el gobierno puede descuidar de esa manera la atención sanitaria en estos centros, verdaderos lazaretos de este siglo, a los que van a parar seres humanos que, en la mayoría de los casos, han estado expuestos a todo tipo de miserias y enfermedades que o no hemos conocido o tenemos ya olvidadas. Quizá por eso, por esa visión que de la sociedad tiene el Gobierno, como algo a gestionar, como las basuras o el alcantarillado. Quizá por eso, por ese afán de subcontratar y gastar lo menos posible, en nuestro país han reaparecido enfermedades ya desterradas como la tuberculosis y están repuntando los casos de SIDA. 


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miércoles, 9 de abril de 2014

EN LA ACERA DEL DOLOR


Escucho en la radio que un hospital madrileño, el "12 de octubre", que en tiempos se llamó "Primero de octubre", en conmemoración de la fecha en que, en 1936, fue entronizado en Burgos el tirano Franco como jefe absoluto de los rebeldes alzados en armas contra la II República Española, ha denegado costear a una paciente un medicamento que ayuda a recuperar movilidad a enfermos de esclerosis múltiple porque los resultados no compensan su  elevado coste económico.
Es difícil decidir -y mucho más difícil asumirlo como enfermo- que un beneficio en la salud compensa o no lo que se paga por el remedio, pero ha ocurrido en Madrid. Y no sólo eso, sino que la decisión ha sido tomada por este hospital, mientras que en otros centros se dispensa el medicamento a los enfermos que lo precisan. Es absurdo y es cruel, pero, sobre todo, es revelador de lo injusto de un sistema que un día fue universal y cada vez lo es menos.
No estamos hablando en este caso de "turismo sanitario". Tampoco estamos hablando de haciendas distintas en territorios distintos, porque, que yo sepa, en Madrid se pagan los mismos impuestos en Orcasitas que en la Alameda de Osuna. Estamos hablando de una gestión diferenciada de distintos centros que acaba por generar situaciones como ésta: que un paciente tenga derecho a la esperanza o, simplemente, a tener que soportar un poco menos de dolor, en función de la calle en la que viva y de que esta calle haya quedado  a uno u otro lado de la línea que se haya trazado en algún despacho a la hora de adjudicar los hospitales de referencia a los vecinos.
A veces esa diferencia es tan sutil como para que esa adscripción dependa de en qué lado de una calle vives, sin atender a razones de accesibilidad o a las necesidades de los vecinos. Y parece mentira que una diferencia  tan sólo burocrática e inapreciable en la práctica conduzca a discriminaciones como ésta.
Harían muy bien las autoridades sanitarias madrileñas en preocuparse por pensar más en sus pacientes y menos en el negocio de sus amiguetes, porque este "sindiós" es tan absurdo como doloroso. Y más cuando estamos asistiendo a un baile especulativo en el que las empresas adjudicatarias de los centros sanitarios de nueva construcción, los que tantos votos dieron a Esperanza Aguirre bajo la falsa promesa de que no nos iban a costar un céntimo, están acabando en manos de oscuros fondos de inversión, como si nuestra salud fuese equiparable a los oscuros "fondos basura".
Rosa, la paciente discriminada, tiene la doble desgracia de, por un lado, padecer una esclerosis múltiple que la incapacita al setenta y cinco por ciento y, por otro,  vivir en una calle cuyos vecinos tienen como hospital de referencia el "12 de octubre", aquel que un día, de esos que antes se llamaban triunfales, se inauguró en un descampado al sur de Madrid, junto a la carretera de Andalucía. Tiene la desgracia de vivir en la acera del dolor, a una calle de la esperanza.


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martes, 8 de abril de 2014

ES LA CONSTITUCIÓIN, ESTÚPIDOS



¡Qué lástima! Porque es una verdadera lástima que, precisamente cuando más necesidad tienen de ellos, los españoles no puedan contar con sus políticos. Venimos de casi cuarenta años de democracia,  casi los que vivimos en dictadora y todos estos años no han servido para dar una solución permanente a los problemas que, de siempre, ha tenido este país.
Esta tarde entra en el Congreso de los Diputados el debate sobre el referéndum que debería decidir el futuro de Cataluña y entra, como quien dice, muerto. Sin embargo, a veces, los muertos dan más problemas que los vivos. Y este asunto es de esos, porque, si hemos llegado hasta aquí desde posturas aparentemente tan irreconciliables, ha sido porque nos ha tocado convivir -padecer, visto en perspectiva- no una generación sino varias generaciones de políticos procrastinadores que, en lugar de resolver los problemas, los han ido aparcando, uno detrás de otro, de tal manera que, como los coches dejados en doble fila, unos impiden dar solución a otros.
El estado de las autonomías, con su "café para todos" fue un enorme parche que, seamos sinceros, ha dado tantos o más problemas de los que ha solucionado. La corrupción, el gasto exagerado, la duplicidad en las administraciones, el "los unos por los otros, la casa sin barrer", el "culo veo, culo quiero" en los que hemos vivido todos estos años no dejan de ser hijos de un afán compensatorio para el resto del territorio de lo que fue la restitución del estatus que históricamente alcanzaron Cataluña, Euskadi y, en cierta manera, Galicia y Andalucía.
De entonces a ahora han cambiado muchas cosas. Ha cambiado, por ejemplo, la percepción que tienen los ciudadanos, en especial las nuevas generaciones, y no me refiero a las del PP, de la monarquía, algo a lo que la familia real misma ha contribuido sobremanera. Ha cambiado esta percepción y, con ese cambio, cada vez se hace más evidente la necesidad de cambiar la forma de Estado que ya no tiene el prestigio que tuvo entre la ciudadanía. Ha cambiado y, sin embargo, nadie tiene le coraje o, mejor dicho, el sentido común para, como dijo en su día Adolfo Suárez, "elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal".
Ni siquiera se ha abordado la posible abdicación del jefe del Estado, como si creyeran en la inmortalidad del rey, algo que, como hemos visto, estaba previsto hasta en El Vaticano. Aquí, como diría un castizo, los políticos, y no sólo Mariano Rajoy, son más de postergar, de dejar que los problemas reposen, se asienten, a veces hasta el hastío, para que las soluciones acaben por ponerse solas en pie. 
Eso es lo que ha venido ocurriendo con las aspiraciones de los catalanes. Ha faltado coraje para abordar el asunto en profundidad y ahora, después de unos años terribles en los que la crisis y los recortes en el estado de bienestar que les ha tocado vivir a los catalanes, no sólo a ellos, pero también a ellos, el sentimiento de afrenta e injusticia y la sensación de que todo les iría mejor siendo dueños de su destino ha ido creciendo en la misma manera en que la caverna mediática ha ido creciendo en agresividad hacia todo lo catalán, al igual que el chantaje ideológico al que someten al partido y los gobiernos que les dieron el poder que tienen.
Me asombra que no se abra paso con la fuerza que, a mi juicio, debiera hacerlo la idea de que la vieja Constitución, casi cuatro décadas son mucho tiempo para un pacto que nació en un momento tan crítico y tan determinado y "la ley de leyes" que nació de ese pacto es hoy un corsé demasiado rígido que, en lugar de ayudar a encontrar soluciones, dificulta encontrarlas.
Quizá, para encontrar una salida digna y duradera a las lógicas aspiraciones de la inmensa mayoría de los catalanes, no haya otra solución que la reforma constitucional y la transformación del actual Estado de las Autonomías en un Estado Federal. Quizá haya que apartar, de paso, todos esos muebles amontonados detrás de la puerta del desván en que se ha convertido la Constitución. Quizá ese paso precise de políticos generosos dispuestos a inmolarse en el tránsito. Pero la solución es y está, en la Constitución, estúpidos. Hoy por hoy, no veo otro camino porque esto no es Ucrania, aunque podría llegar a serlo, basta con que alguien se empeñe en ello.


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lunes, 7 de abril de 2014

COBARDÍA MORAL


Siempre he pensado que los españoles nos quejamos mucho, pero reclamamos poco. Lo digo porque llevo toda una vida comprobando como mis conciudadanos -y ya sé que generalizar es malo- son perfectamente conscientes de los abusas que se cometen con ellos, en el trabajo, en los comercios, en la calle, con sus impuestos, y, sin embargo, se conforman, refunfuñan, comentan, pero tragan. Y está claro que tragando es poco lo que se cambia, es poco lo que se arregla.
Ayer, antes de salir para mi visita semanal a ese revoltijo organizado de cosas y de gentes que es el Rastro, y mientras escuchaba en la radio una interesante conversación entre personas que no habían callado, que se habían atrevido a denunciar los abusos y las injusticias que habían conocido, la mayoría relacionadas con la corrupción, pero no sólo con ellas, escuché, creo que a la arquitecta Itziar González, una término que define a la perfección esa actitud, ese mal que, como os decía, aqueja a los españoles. La ex concejal barcelonesa, abandonada, perseguida y amenazada por haberse atrevido a denunciar ciertas formas de corrupción con las que se topó durante sus años como responsable de su barrio, Ciutat Vella, hablo de la "cobardía moral" de quienes siendo conscientes de lo mismo que ella denunció, sin embargo callaron, quizá para no tener que verse en las mismas que ella.
De eso se valen los que abusan siempre de nosotros o de los nuestro. Saben que su fuerza está en nuestro miedo, incluso en nuestra comodidad. Lo saben y cultivan ese miedo yendo a por los que se atreven, porque saben que no son muchos y que, cultivando su miedo o su desgracia, atemorizándoles, haciéndoles difícil el día a día, acrecientan el de los demás y consiguen lo que más fuertes les hace, nuestro silencio, ese silencio que, tópicamente, hemos dado en llamar "el silencio de los corderos".
La cobardía moral es esa que lleva a quien es consciente de lo que está bien y lo que está mal, de quién es el que abusa y quién es la víctima, a callar y, con ese silencio, a otorgar al verdugo, al abusador, al corrupto, la licencia para seguir en ello. Esa cobardía moral es la que lleva a los usuarios del metro madrileño a callar, a no reclamar un servicio acorde con el precio del billete que paga, para encontrarse con convoyes detenidos por avería, a soportar temperaturas de sauna, encerrados en vagones herméticos y sin aire acondicionado, a tener que apostar por una u otra salida al abandonar el andén, para no encontrarse con escaleras mecánicas averiadas o, simplemente, fuera de servicio. 
También, cuarenta y ocho horas después de la tocata y fuga de Esperanza Aguirre que no se encontró por esa vez con la cobardía moral de unos agentes que, pese a saber muy bien "con quién estaban hablando", en lugar de dejar ir sin más a la condesa de Bornos, la siguieron hasta su palacio tratando de cumplir la ley con ella, como con cualquier ciudadano, me di de bruces con la cruz de la moneda en la actitud soberbia y abusiva de dos patrulleros de la policía municipal madrileña que mantuvieron parado a pleno sol en medio de una de las salidas de la M-30, porque, en su opinión que no era la misma de quienes íbamos a bordo y estuvimos "secuestrados" en el bus por más de un cuarto, el joven conductor de la EMT no se había apartado con la suficiente diligencia para dar paso a su coche.
Lo más curioso del incidente fue que toda la prisa de los patrulleros se esfumó de repente para permitirles castigar al conductor del autobús. Pese a que la mayoría de los viajeros estábamos siendo testigos del flagrante abuso de autoridad de los policías, dispuestos a mantenernos allí secuestrados hasta que llegase otro autobús para hacer el trasvase de viajeros en plena curva de una vía rápida, y pese a que todo el pasaje estaba hablando indignados, solamente uno o dos pasajeros y yo mismo nos ofrecimos para testificar en favor del conductor ante la posible sanción.
Se había manifestado de nuevo el monstruo de la cobardía moral. Pero he de deciros que después de saber que el conductor contaba con testigos y, tras unos cuantos minutos de consultar con sus jefes, después, eso sí, de formular la denuncia, sus aires de grandeza eran otros y dejaron proseguir su ruta al autobús, después de haberle retenido veinte minutos por "dificultarle" el paso, mientras acudía a atender un servicio urgente. Aún estoy dándole vueltas a la cabeza, pensando en qué hubiera sido del conductor, si la cobardía moral del pasaje hubiese sido unánime.


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sábado, 5 de abril de 2014

ANOCHE SOÑÉ


Anoche soñé, qué absurdo, que se venía abajo una mujer altiva. Soñé que Esperanza Aguirre se marchaba, que quien presidió el gobierno de la Comunidad de Madrid hasta hace bien poco desaparecía de la vida pública. Soñé que esa mujer, que ha estado y está en el centro de los peores charcos, esa mujer que ha chapoteado en el barro de todos ellos sin aparente mancharse, ponía sin pretenderlo, el punto y final a su carrera por un más cálculo, un exceso de confianza o por seguir los malos consejos de la soberbia.
El sueño era absurdo, tan absurdo como este país en el que vivo, en el que dos ciudades fueron capaces de echarse a la calle para que dos de sus equipos de fútbol, tramposos e incumplidores con lo que era de sus jugadores y de todos, no descendiesen de categoría. El sueño era absurdo porque la protagonista, que llegó a la presidencia de la Comunidad de Madrid en medio de una turbia maniobra que, de no haber significado lo que acabó significando para los madrileños, hubiese sido un sainete con malos, buenos, listos, tontos y delincuentes, no sólo había sobrevivido a la no probada, pero evidente, compra de dos diputados de las filas rivales, sino que revalidó el mandato conseguido tan turbiamente.
Era tan absurdo como para que quien sobrevivió a un accidente de helicóptero causado por la torpeza y el exceso de confianza y al asalto a su hotel en Bombay, del que escapó entre los lamentos de los heridos y pisando charcos de sangre, dejando tirada a su gente en la india, quien curó milagrosamente de un cáncer exhibido entre lágrimas, con pucheros, voz quebrada y sin el menor pudor, poco antes, eso sí, de concurrir a unas elecciones, que, naturalmente, ganó, se dejase llevar por los nervios en una situación tan habitual como la de ser multada por un mal aparcamiento más o menos descarado.
Tan absurdo como para que quien, sin "aparentemente" darse cuenta de nada vio crecer a su alrededor la más descarada y mafiosa red de corrupción política, en beneficio de su partido, una red urdida en torno a su hombre de confianza, al que dejó caer como una colilla, aunque sin apagarla ni sacarla del salón de plenos, supongo que "por si las moscas", dejase ver su lado más oscuro en el centro de Madrid y  a plena luz del día.
Un sueño tan absurdo como para que quien acabó con el prestigio y la audiencia de Telemadrid a base de convertirla en su finca particular, de ponerla al servicio de sus caprichos y sus intereses, quien provocó su hundimiento y posterior cierre cuando dejó de servirle porque ya había repartido los juguetes digitales entre sus socios del TDT Party, se haya pasado veinticuatro horas escupiendo al cielo en todas las televisiones y radios habidas y por haber, tratando de justificar lo que no tiene justificación.
Tan absurdo como para que quien apostó el prestigio de Madrid y de España entera vendiendo una y otra a los intereses de un mafioso del juego con la vaga promesa de unos increíbles cientos de miles de puestos de trabajo y la vista puesta en la especulación de los terrenos presuntamente afectados, comprados baratos con la Esperanza (no es un error) de que, como los que acabaron junto a -perdón, creo que fue al revés- la estación del AVE en Guadalajara, sin ser investigada por ello, se juegue su castizo prestigio y su falsa imagen de mujer de orden, huyendo de los agentes que regulan el tráfico en la ciudad de la que, al parecer quiere ser alcaldesa, como huyó de la Puerta del Sol cuando supo que el caramelo de Eurovegas se convertía en humo.
Un sueño tan absurdo como para que una mujer que, para lo más turbio se rodea siempre de hombres Lamela, Güemes, Granados, López Viejo, Ignacio González y compañía -me encuentro con la excepción de Lucía Figar- y otros, acabe acusando de machismo a quienes sólo cumplían con su deber.
Un sueño tan absurdo como para que, en él, los ciudadanos de Madrid que llevan años tragándose todos los sapos de la condesa no le perdonasen esta salida de madre, más propia de un loco furioso e irreflexivo que de quien pretende hacernos creer que es la persona de orden que este país necesita.
LO malo es que me temo que, al final, todo quedará en eso, en un sueño.

¡Ojalá me equivoque! 


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viernes, 4 de abril de 2014

LA CONDESA AGUIRRE Y LOS DE A PIE



Quién me iba a decir hace sólo setenta y dos horas, cuando andaba yo criticando los excesos policiales en las marchas ciudadanas por la dignidad y Esperanza Aguirre andaba precisamente en todo lo contrario, defendiendo a la Policía frente al alas protestas ciudadanas, que hoy el destino iba a barajar de manera tan grotesca nuestras posiciones.
Poco queda ya que decir sobre las circunstancias de un incidente que se produjo ante los ojos, imagino que atónitos de las decenas de ciudadanos que saliendo de su trabajo o de vuelta a él, transitaban por la Gran Vía poco después de la hora de comer. Sí hay, y hay mucho, que decir sobre el porqué de lo ocurrido, que no hay que buscar sino en la soberbia y la arrogancia de quien, ya desde la cuna, ha mirado por encima del hombro al resto de la Humanidad, poniéndose, eso sí, cualquier derecho ajeno, cualquier legalidad, por montera.
Esta "señora" lleva años en una borrachera de poder, altiva y soberbia, levantando su voz chulesca a todo aquel que se le pone por delante y no digamos a quien no tiene otro remedio que trabajar para ella o le falta el valor para no hacerlo. Lleva años haciéndolo y lleva años dando prebendas y canales digitales a todo un corral de estómagos agradecidos, dispuestos a reír sus gracias, sus medias verdades e, incluso, sus mentiras descaradas. Lleva años sin que nadie se atreva a toserle ni, mucho menos, desobedecerla. Lleva también años levantando el teléfono a cualquier hora, para irrumpir en "sus" tertulias o en las ajenas para contaminar con sus chascarrillos e insinuaciones cualquier asunto que en ellas se trate.
Esta "señora" siempre ha creído que es mejor ser leyenda que ejemplo y, por eso, siempre ha hecho su santo antojo, a sabiendas de que, contando con esa legión de medios amigos, o a veces esclavos, siempre podrá construirse una falsa realidad a su medida. Quizá por eso, como ya hiciera su ídolo y mentor José María Aznar el once de marzo de 2003, se pasó toda la tarde noche de ayer y parte de la mañana de hoy desmintiendo algo tan serio como un atestado policial, mintiendo e insultando a los agentes, como lo haría cualquier zoquete en la barra de un bar, con una copa de coñac barato en la mano.
Esta "señora", en su delirio habla de conspiraciones para "sacarle la foto" que acabaría en Al Yazira o en el New York Times, como si al New York Times o al canal árabe le importasen las infracciones de tráfico de la condesa. Y no es eso lo peor, lo peor es que en su colérica actitud de gato panza arriba lanza zarpazos contra unos agentes que no hicieron más que cumplir con su deber, acusándoles de machistas, de retenerla intencionadamente, cuando no demuestra el desprecio que siente lo peor de la nobleza ante sus lacayos.
Lo que esta "señora", acostumbrada a tener a la gente de uniforme a su servicio, no entiende es que la gente de uniforme está al servicio de todos los ciudadanos y de todos por igual. Lo que no entiende esta "señora" es que las leyes, que, acertadas o desacertadas, también ella ha contribuido a crear, están para cumplirlas y no para saltárselas o cambiarlas a voluntad.
Lo que ocurrió ayer con esta señora no es más que la consecuencia de ser quien es, un horrible personaje que, durante años, ha obtenido el favor de los votantes que, por candidez o miseria, que de todo hay, han confiado en quien nada tiene que ver con ellos, porque, abandonad toda esperanza, la condesa Aguirre nada tiene que ver con la gente de a pie. 
Sólo espero que el largo brazo de esta "señora" no alcance a los agentes de movilidad o  a los municipales que no hicieron más que cumplir con su deber, no como sus escoltas de la Guardia Civil que, al intentar mediar con ellos, como al parecer hicieron, se comportaron más como los porteros del palacio de la condesa que como servidores públicos. 


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jueves, 3 de abril de 2014

MI TEORÍA SOBRE GÜRTEL


No sé si a vosotros os ocurre lo que a mí. El caso es que ayer, al leer los titulares atribuyendo al juez Ruz, el que instruye el sumario por los  papeles de Bárcenas, el convencimiento de que el extesorero metía la mano en la Caja B del PP, me sentí un poco gilipollas. 
¿Estamos hablando del mismo asunto? ¿Estamos hablando de un señor al que s ele han encontrado cuentas millonarias en varios países, cuantas a las que también accedían otros señores que ¡oh casualidad! ocuparon el mismo cargo que él ocupaba en el partido cuando le pillaron? ¿Estamos hablando de un señor al que el PP mantuvo, primero en el Senado y luego con un sueldo de ministro en el propio PP, mientras comenzaban a soltar pestes de él? ¿Estamos hablando de quien tiene a buen recaudo los papeles que pondrían boca arriba la sucia trama de financiación ilegal del partido? ¿Estamos hablando de que tiene todo el tiempo del mundo y de que puede llegar a tener mucho más para, desde su celda, reclamar la compañía en Soto del Real de muchos de sus excompañeros en la dirección del PP?
Somos las ruinas de un país en el que las elecciones de los últimos años se han ganado a golpe de talonario y promesa de obras públicas y en el que los talonarios se recargaban con los sobrecostes y las comisiones por la adjudicación de todas esas obras públicas.  Un país en el que los partidos de gobierno, a nivel nacional y autonómico, se han corrompido, enredados en la maquinaria de financiación ilegal que ellos mismos habían  creado para hacer frente a sus costosas campañas electorales. 
O es que acaso pensábamos que los polideportivos y las plazas de toros se llenaban gratis, que las comidas con la militancia, que los autobuses que llevaban a la militancia son gratis, que las banderitas son gratis, que las pancartas y los escenarios para los mítines, con atriles, forillos, tarimas y demás, los regalaban. Claro que no, aunque en el caso del Partido Popular había una especie de Papá Noel que, con sus enanos bigotudos, lo dejaba todo a mejor precio,  además de traer en el saco algún bolso, algún traje o algún peluco para las figuras.
Lo curioso es que el juez haga conjeturas sobre lo que el extesorero haya podido distraer de la caja B del Partido Popular y nadie haya abierto una causa contra el PP por llevar una doble contabilidad. Tendrían que explicármelo, porque yo solo no soy capaz de entenderlo ¿Cómo es eso? Tan incomprensible como sería acusar a alguien de robar de un cadáver el cuchillo con que lo apuñalaron sin preocuparse de quién ni por qué lo apuñalo. Da la impresión de que los jueces, y a la vista de lo que les pasa a algunos de ellos parece claro, siguen la consigna de las madres antiguas que decían aquello de "hijo mío, tú no te signifiques".
Parece que nadie quiere ver lo que resulta evidente que no es otra cosa que la de que los partidos políticos, ellos sí, han vivido por encima de sus posibilidades, manteniendo unas estructuras dignas de un ministerio, con centenares de empleados, pagando y pagándose unos sueldos de "las mil y una noches", costeando viajes y regalos para la prensa, manteniendo asimismo toda una cuadra de opinadores incondicionales... en fin. Y ya se sabe que cuando el dinero es vergonzante, cuando nadie puede reclamarlo, porque es ilícito, se convierte en vulnerable, Porque quien corta un traje saca también para un chaleco y quien organiza los viajes de toda una campaña, se las apaña para sacar un crucero o unas vacaciones en el Caribe o donde sea, para sí o para un amigo.
Lo malo es quien hizo todo eso tuvo y tiene poder como para andar tocándoles las narices a los policías de encargados de investigarlo. En fin señor Ruz. Lo que quiero decirle es que si es relevante y tiene indicios para probarlo, más relevante es para este país que existe esa caja B y que lo importante es que se proceda de una vez contra quienes sean responsables de que exista. Es mi teoría sobre Gürtel, una teoría que me lleva al borde de la depresión, porque no me cabe en la cabeza que lo que yo veo no lo vean los demás. Sobre todo, que no lo vea un PSOE tan necesitado de revulsivos. Pero, claro, a lo peor no se mueve porque también tiene mucho que callar. 


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martes, 1 de abril de 2014

DÓNDE ESTUVO LA MEMORIA DE SUÁREZ


Dice con mucho sentido mi querido Fernando Delgado que hay gente que está deseando que se le mueran los amigos para (en la necrológica) hablar bien de sí mismos. Yo extendería la reflexión de mi amigo a las homilías de los funerales y a hablar mal de los enemigos o, con perdón, adversarios. 
Si escribo lo anterior, es porque pareciera que en el funeral celebrado ayer en la Catedral de la Almudena en recuerdo del presidente Suárez hubo de lo uno y de lo otro, porque, después de toda una semana de elogios boomerang elogios de ida y vuelta, al fallecido, faltaba la tétrica aparición del sanguinario Obiang, con tratamiento de indeseable y apestado, pero de presencia conveniente vete tú a saber para qué o para quién, responde a la necesidad del tirano de homologarse con los mandatarios de la metrópoli, el que quiso derribar a cañonazos el avión en el que Suárez viajaba a Malabo para mediar en la salida de la anterior dictadura.
Se habla, para justificar esa presencia, de la diplomacia, diplomacia fatalista me atrevería a decir yo, que impide que cada país designe a su representante en los actos a los que es invitado. Se dice eso y se olvida cómo el aún príncipe Juan Carlos acompañó al aeropuerto de Barajas, hoy Adolfo Suárez, al no menos sanguinario Augusto Pinochet, para que, una vez celebrado el funeral por el dictador Franco, su presencia no contaminase el acto de su coronación, en una misa también, por cierto.
Y, de misa a misa, no puedo dejar de subrayar cuán distintos eran los oficiantes de uno y otro funeral y, especialmente, aquella misa que no fue de coronación sino de entronización, el tenebroso y reptilineo (y no hay errata), cardenal arzobispo Rouco Varela, y aquel otro cardenal arzobispo Enrique y Tarancón, porque donde uno aplicaba bálsamo, mirando hacia adelante, el otro echa sal sobre la herida, mirando, muy al contrario, hacia el más oscuro de los pasados, un pasado que nos lleva a aquella dictadura terrible surgida de una guerra de más de tres años, que dejó centenares de miles de muertos, heridos y represaliados, algunos hasta la misma muerte del dictador.
Qué distinto aquel Enrique y Tarancón llenándonos de esperanza incluso a los no creyentes y no monárquicos, frente a este Rouco Varela, amargado, sectario y revanchista que nunca ha entendido que las cosas del césar son del césar y, de dios, sólo las de dios. Una vez más, el dictador Obiang y el cardenal Rouco, con sus protagonismos, casi clandestino uno y revestido de solemnidad el otro, consiguieron que olvidásemos para que estaban allí, que era no para otra cosa que no fuese despedir en el ámbito de su iglesia a quien nunca ocultó sus creencias.
Y todo lo anterior, todas esas vergonzosas contradicciones, por no hablar de un aspecto, no menos terrible, de lo que significó la ceremonia de ayer, como lo es el hecho de que, tanto éste como otros asuntos del protocolo del Estado, se resuelvan con una misa de rito católico, con una pompa, una mística y unas maneras que, no sólo nos recuerdan lo que a veces ignoramos, la enorme presión que aún ejerce la iglesia sobre la sociedad civil, sino que son aprovechados por el cardenal de turno para, cual Mourinho sotana, meter el dedo en el ojo del adversario.

No puedo verlo de otra manera y no puedo sino preguntarme dónde estuvo la memoria de Suárez.


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