Vaya por delante que tengo amigos ciclistas que respetan las
normas y que yo mismo he circulado mucho en bici por ciudad, aunque fueran
otros los tiempos, para la ciudad y para mí. Vaya también por delante que,
desde la perspectiva que dan los años, probablemente hoy no me atrevería a
circular en bici por la calzada, pero tampoco lo haría por las aceras poniendo
en riesgo a peatones de todas las edades que lo que menos esperan
es encontrarse con un ciclista, circulando a veces a gran velocidad, al salir
de un portal o que ese mismo ciclista u otro cualquiera le pase a
centímetros cuando camina por un espacio destinado exclusivamente a los
peatones.
Viene todo esto a propósito del debate abierto, al menos en
Madrid, en torno a la obligatoriedad del uso del casco para circular en
bici por ciudad que prepara la DGT, a la que se opone el Ayuntamiento de
Madrid, con su alcaldesa al frente, que, al parecer, ha optado, ya desde los
tiempos de Gallardón, en no legislar, no regular, no sancionar y no vigilar el
uso de la bicicleta en la ciudad, dando amparo a una desigual convivencia
de ciclistas, peatones y vehículos a motor en una de las ciudades de tráfico más
caótico de Europa.
Los ciclistas no quieren el casco porque resulta incómodo y,
claro, para circular por las aceras, donde el riesgo lo corren los peatones que
sortean, les resulta un estorbo incómodo. Otro gallo nos cantara, si
se les obligase a cumplir la ley moviéndose entre el tráfico sin más protección
que su cuerpo. Les han convencido de que la bicicleta es un símbolo de libertad
y lo han tomado al pie de la letra. Están en su derecho de dejarse enredar por
la demagogia de esos alcaldes que, en lugar de construir carriles bici en las
calzadas, los trazan restando espacio a las aceras o se limitan a
ordenar a sus agentes de policía, implacables con manteros y vendedores
ambulantes, a hacer la vista gorda con los ciclistas que invaden las aceras
aprovechando que, para facilitar la movilidad de los cochecitos de niño, las
sillas de ruedas o las carretillas de reparto, se han convertido los bordillos
en rampas.
Los ciclistas, ante esta mentirosa ambigüedad de los
alcaldes, han decidido tomar a voluntad lo mejor de los mundos en que viven:
lanzarse por las aceras, sin casco y sin control, pasando a centímetros de los
peatones a los que a duras penas esquivan, o bajarse a la calzada para no
tener que esperar a que el semáforo se abra para los que van a pie, esgrimiendo
entonces su condición de vehículo. Lo que acaba ocurriendo es que, al final,
toman sólo las ventajas y no las obligaciones de cada mundo, con lo que
quienes caminamos porque no nos queda otro remedio, y bien sano que es, que
conste, estamos perdiendo los derechos que nos asisten sobre las aceras,
ante la indiferencia de quienes deberían hacer cumplir la ley, a quienes nunca
he visto interceptar a un ciclista por circular a lo loco en ellas y eso que he
visto sobre ellas ciclistas en "manada", ciclistas con auriculares,
ciclistas apartando a gritos o silbidos a peatones de su paso, ciclistas
consultando su smartphone en marcha, ciclistas más pendientes de sus compañeros
de "aventura" que de aquellos con que, abusivamente, comparten la
acera, ciclistas egoístas y altivos, como caballeros medievales, a los que poco
o nada les importan los modestos arrieros de a pie... los he visto, en
resumen, cambiar de acera, que no de sentido, para ir por la acera en sombra de
las avenidas.
Tan seguros están de sus derechos y de su nula fragilidad
sobre las aceras que no quieren el casco que se pretende que lleven para su
protección, "pasan" de cualquier norma de seguridad que es
obligatoria en todo vehículo y pasan, no sólo del casco, sino, también, de las
necesarias luces para circular de noche o, incluso, de un modesto timbre o
bocina para advertir de su llegada.
Pero la realidad es terca y se ha empeñado en desmontar
con sarcasmo los ventajistas y demagógicos argumentos de quienes criticaban
ayer la obligatoriedad del casco que les quiere imponer la DGT. Esta mañana,
sin ir más lejos, después de escuchar a un representante de una de las
asociaciones que promueve el uso urbano de la bici comentando con sorna el dato
de que mueren más peatones por la caída de macetas que ciclistas por golpes en
la cabeza mientras circulan, nos han contado en la radio que un ciclista que
circulaba esta noche sin luces y sin casco junto a la Puerta de Toledo, ha
muerto atropellado por un coche patrulla.
No estaría de más que la alcaldesa de Madrid, tan torpe
ella, hiciese algo por acabar con esa ambigüedad sobre ruedas que deja a los
ciclistas en un limbo legal y a nosotros, los peatones, en un infierno
lleno de peligros con los que no tenemos por qué contar.
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