Ayer, con el beneplácito más o menos a regañadientes de
Alemania, el Banco Central Europeo bajó el precio del dinero hasta el
nivel más bajo que se recuerda. La decisión, largamente esperada, supuso una
inyección de moral en las bolsas que duró poco, el tiempo justo para que el
presidente del BCE, Mario Draghi, se explicase.
Tan efímera fue la euforia, que nosotros, los
ciudadanos de a pie, ni tan siquiera llegamos a vivirla y mucho menos
cuando comenzaron a explicarnos que la bajada de los tipos de interés a
que el Banco Central Europeo hasta el medio punto apenas nos iba a afectar,
porque casi no influiría en el Euribor que determina el interés de nuestra
hipoteca, ni se traduciría en una mayor fluidez del crédito a los
particulares o las pequeñas y medianas empresas, con lo que no se estimulará el
consumo y tampoco se crearán puestos de trabajo.
Difícil de entender esto de que los bancos españoles
"compren" dinero al BCE con un interés del 0'5% y no sean capaces de
"revender" ese dinero a los particulares, salvo a intereses de usura,
el 10%, que convierten en misión imposible tomar un crédito para comprar o para
financiar un negocio. Es difícil de entender, pero de aquí y de allá me van
llegando pistas que aclaran lo que está pasando, pero lo vuelven más
preocupante, porque otra vez gana los bancos que, pese a haber estado en el
origen de todo lo que estamos viviendo, como las heces siempre salen a flote y
lo hacen los primeros.
No es una novedad que todo ese dinero barato que pueden
comprar ahora los bancos, en parte con el rescate que recibieron para tapar sus
agujeros inmobiliarios y que los ciudadanos estamos pagando carísimo en
recortes y paro, lo destinan a comprar deuda del país a un holgado interés
del cuatro y medio por ciento y estoy casi seguro que seguirán haciéndolo, sin
soltar un céntimo, hasta no haber saneado sus cuentas, liquidado su parque
inmobiliario y "mejorado" a nuestra costa el banco malo, con lo que
dos pescadillas que se muerden la cola nadan en nuestro país en tanques
independientes. Una la que representan los bancos que reciben dinero público
para comprar deuda pública con un cuatro por ciento de interés y otra la que
encarnamos nosotros, sin trabajo, con los sueldos y las pensiones
mermados y sin dinero para consumir, lo que obliga a cerrar más empresas
que mandarán trabajadores a la calle, que dejarán de pagar impuestos y dejarán
de consumir y a los que habrá que pagar subsidios.
Una vez más las cosas no se nos cuentan como son. Una vez
más nos cuentan cuento sin enseñarnos las cuentas. Algo que resulta
especialmente doloroso, precisamente en el Día Internacional por la Libertad de
Prensa que en nuestro país está más que amenazada por otra pescadilla la que
vuelve a las empresas consentidoras con los gobiernos y los bancos que les
hacen favores o les suavizan las deudas, también a nuestra costa.
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