jueves, 28 de febrero de 2019

IRRESPONSABLES


Me sorprendió ayer la doble acritud de Rajoy ante el tribunal que juzga a los responsables de los hechos del veintisiete de septiembre y el primero de octubre de 2017 en Cataluña. Quizá porque era ya su segunda vez ante un tribual, pero vi en él una actitud contradictoria, de laxitud, me atrevería a decir de una cierta displicencia, en el gesto, mientras la rigidez y una cierta indignación no exenta de sarcasmo se adueñaba de sus respuestas. Me sorprendió, pero no debió sorprenderme, porque Rajoy ha sido siempre así, ha tenido siempre dos caras, una la del político al que parecen incomodarle las obligaciones que comporta su posición y otra la del ser humano al que quizá inquietaba que aquello pudiera alargarse, dejándole sin ver, puro en la mano, parte del Real Madrid-Barcelona que seguro que a estas horas hubiese querido no ver.
Eso, en cuanto a los gestos, por lo que hace a sus palabras, uno se pregunta, al igual que después de escuchar a la exvicepresidenta Sáenz de Santamaría, qué diablos hacían en el gobierno, porque, de creerles, no hacían nada o no se enteraban de nada. Es la vieja estrategia de Ana Mato que no sabía ni preguntaba por los coches que su marido metía en el garaje de casa y pensaba que aquel confeti y los payasos llovían del cielo.
Rajoy esquivó como pudo el "examen" de las partes, con una sola meta, negar por activa, pasiva y perifrástica la existencia de cualquier negociación o negociadores entre Moncloa y la Generalitat. No sé por qué, porque a mí me satisfizo que esa negociación tuviese lugar, en un momento grave, quizá el más grave, junto al intento de golpe del 23-F, por el que ha pasado nuestra democracia en cuatro décadas. a pregunta es por qué lo hacía, si aquello fue un intento loable de destensar la situación. 
Creo que la clave, lo que explica esta absurda actitud, está en su intento de dar cobertura al discurso de su partido, ahora de Casado, de que a los independentistas hay que negarles el pan y la sal, porque con ellos no hay nada que hablar, aunque haya sido tanto lo que él y los suyos han hablado antes de que el enfrentamiento con Cataluña y las aspiraciones se convirtiese en baza electoral.
Negó al lehendakari Urkullu tanto como Pedro a su maestro, pero el gallo cantará y todos podremos confirmar que, en persona o por teléfono, directamente o mediante intermediarios, se puso en contacto con él para encontrar una salida a la peligrosa situación creada por el irresponsable órdago de Carles Puigdemont y quienes le empujaban con manifestaciones y tuits.
Casado y Rivera han hecho de esa premisa el "late motiv" de su existencia. De esa aversión al diálogo y de la aplicación del 155 infinito viven desde que Rajoy levantó la intervención de la Generalitat, más aún, desde que Pedro Sánchez ganó la moción de censura, con el apoyo de los nacionalistas. Habría que saber qué tiene el PP de Casado contra Rajoy como para ponerle en la tesitura de retorcer tanto sus respuestas, cuando sus afirmaciones, sus mentiras o sus verdades van a durar sólo horas. No creo que lo suyo sea fidelidad al partido o deseos de volver, como los que mueven a José María Aznar. Me inclino a pensar que, para que no se interrumpa su plácido retiro de registrador de la propiedad con algún que otro fleco de los procesos por corrupción necesita al que fue su partido detrás.
De otros asuntos, como el crucial de quien ordenó el despliegue de policías y guardias civiles o de quién ordenó las cargas del primero de octubre y su cese, nada de nada. No lo sabían o al menos eso dijeron los dos, más o menos coordinadamente, como si esas cosas surgiesen espontáneamente, como si la cúpula del gobierno no tuviese nada que ver con ellas, como si no tuviesen responsabilidad en ellas, como si fuesen, que lo fueron, irresponsables. Tanto como lo fueron con esa política miserable de ningunear a Cataluña y los catalanes durante años porque el "a por ellos", todavía tácito, compensaba con creces los votos perdidos en Cataluña con victorias en el resto de España.

miércoles, 27 de febrero de 2019

ANTE LA JUSTICIA


No sé si la justicia nos iguala a todos ante ella o si lo que consigue es hacernos diferentes a como creíamos ser o a como los demás creían que éramos. Lo digo porque ayer la que fuera presidenta del Parlament de Catalunya, según muchos, entre ellos los acusadores ante el Supremo, la verdadera maestra de ceremonias en aquellos confusos días en los que durante unos segundos Catalunya llego a ser república independiente.
Carme Forcadell estaba muy cambiada o así la vi yo, sentada en el banquillo, por debajo del nivel en que se sentaba el tribunal. Nada que ver con aquellos elegantes paseos, luciendo sus vistosos "pata de elefante" a veces, "pirata" otras. Estaba muy cambiada físicamente, porque la cárcel desgasta mucho y estropea la piel y los modos. A veces, incluso, encanalla, como en el caso de "el bigotes", más aún de lo canalla que podía ser fuera.
La expresidenta estaba distinta, entre otras cosas, porque a nada de lo que declaró le respaldaba ese "palabra de dios", esa solemnidad de quien tiene autoridad y mucha. A Forcadell, como a cualquier acusado se le permite mentir, adornar la realidad pasada con falsedades que vistan de candidez lo que hicieron, llegando al absurdo de limitar su responsabilidad a un "yo pasaba por allí" que resulta tan increíble como eficaz en su defensa.
Lo que ocurre es que a Carme Forcadell le traiciona el carácter, le puede la soberbia con que en más de una ocasión respondió a las preguntas de la fiscal, porque, a  mi modo de ver, no cabe tanta altivez junto al papel irrelevante que se quiso adjudicar y que, según su testimonio, consistió en ignorar los requerimientos del Constitucional para parar la tramitación de cada una de las resoluciones de la mesa que llevaron a la declaración de independencia. Según la expresidenta, ella no podía pedir a esa mesa que actuase como censora de los proyectos de ley, porque, en su opinión, la democracia o lo que ella entiende por democracia está por encima de la Constitución y del Estado de Derecho, y se encargó de subrayarlo añadiendo, a preguntas de la fiscal, que, con Franco, España también era un estado de derecho.
El caso es que Forcadell se encerró en esa escala de valores tan particular en la que ella y muchos de sus compañeros de banquillo colocan la voluntad popular o lo que ellos consideran voluntad popular por encima de las leyes que habrían de supeditarse a los deseos, por ejemplo, de la masa movilizada en la calle, hasta que la fiscal la colocó en el brete de responder a la pregunta de si, en su ánimo de no usar a la mesa del parlament como un órgano censor, tramitaría una ley que autorizase en Catalunya la trata de blancas. 
Con ella, a la que había precedido Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural, felicitándose y felicitando a España por haber tenido en el referéndum la mayor demostración de desobediencia civil habida en Europa, se cerró el interrogatorio a los acusados, los únicos a los que se les permite mentir en defensa propia, una fase en la que hemos visto versiones distintas entre sí y distintas de la realidad que todos pudimos. A partir de ahora, declararán los testigos, que sí están obligados a responder con la verdad so pena de verse acusados formalmente de mentir al tribunal.
Uno de los primeros será Mariano Rajoy, que no dejó muy bien recuerdo ante el tribunal que juzgó la Gürtel, hasta el punto de que en la sentencia se insinúa que su testimonio no fue precisamente del todo veraz. Será ahora cuando podamos comprobar qué tiene el tribunal, a mí me parece que más bien poco, para probar la violencia que justificaría las acusaciones de rebelión y sedición que son las que justificarían tener desde hace más de un año a la mayoría de los acusados en prisión.

Decía al comienzo que la Justicia nos iguala o nos hace distintos y, ahora que lo pienso, creo que lo que ha hecho tan distintos a los acusados es tanta prisión tan poco justificada y de la que habría que culpar a la inútil y cobarde actitud de Puigdemont y sus fugitivos de los que, salvo los acusados presos, sólo parece acordarse Inés Arrimadas.

martes, 26 de febrero de 2019

REALIDADES PARALELAS


No es la primera vez que tengo que preguntarme en estas páginas qué es lo que nos está pasando. No son pocas las bromas y los gags en el cine y en la vida que nos ponen sobre aviso de que no siempre hay que fiarse de lo que se nos dice, por más autoridad que concedamos a quien nos lo dice. Quién no recuerda, sobre todo si es periodista, aquella broma-consejo de "no dejes que a realidad te estropee un bonito reportaje" con que ironizábamos sobre la veracidad del trabajo de algunos "compañeros".  Qué decir de aquella pregunta del genial del genial Groucho Marx, "¿A quién vas a creer, a mí o a tus propios ojos?" pronunciada por Chico en la película de 1933 "Sopa de ganso". Una frase que hoy, con los medios y las técnicas puestos a disposición de los mentirosos, paradójicamente perdería sentido, porque son tantas las mentiras y tantos los mentirosos que cuesta discernir entre lo que es verdad y lo que es mentira.
Durante todo el día de ayer y ya desde la noche del domingo los aficionados al fútbol pudieron ver o, mejor dicho, pudieron "no ver" el penalti pitado al Levante por una patada inexistente de Casemiro que sólo los árbitros vieron y que permitió al Real Madrid conservar los puntos que hasta ese minuto tenía perdidos. Nadie vio la patada que, en el mejor de los casos, a algunos les pareció apenas un roce insuficiente para provocar la caída tan bien fingida por el madridista. Fue como si el árbitro dijese ¿A quién vais a hacer más caso a vuestros ojos o a lo que pito? 
Toda esta digresión viene a cuento de que nunca como ahora ha tenido más sentido la frase acuñada por Marshal McLuhan de que "El medio es el mensaje", porque el medio, la prensa, la radio o, en especial, la televisión y las redes han pasado a ser noticia, porque en las teles se dedican espacios a los ecos que las noticias, verdaderas o falsas, tienen en las redes y lo que se lee o se ve en la prensa y en la tele, veraz o manipulado, tiene a su vez mucho espacio en las redes, algo que los sesudos magos de la comunicación que asesoran a los partidos políticos, tienen muy presente, algo en que basan sus consejos, entre los que el de decir la verdad no parece ser habitual.
Son tantas las mentiras puestas en boca de alguno de nuestros políticos y es tanto el aplomo con que las dicen que ellos mismos llegan a creérselas, llenando los telediarios y las malditas hemerotecas de datos falsos entre los que dentro de unos años va a resultar muy difícil encontrar la verdad. Menos mal que algunas instituciones conservan mecanismos, arcaicos quizás, que obligan a la reflexión a la hora de dar cuenta de lo que en ellos se hace o dice y en los que no cabe, al menos como ocurre en los medios, el sesgo y la realidad inventada.
Y menos mal que es así, porque gracias a ello las afirmaciones de Casado tienen las patas cortas que tienen las mentiras. La última, ayer mismo, que la Ley integral contra la violencia de género es obra de su partido, cuando lo fue del PSOE, a iniciativa de los colectivos de mujeres. Pero ahí sigue el mentiroso, el que dice que la nación española es la más antigua de Europa, le faltó decir del universo y más allá, que en los meses que lleva Pedro Sánchez en el gobierno han llegado España en patera más inmigrantes que en todos los años anteriores, confundiendo intencionadamente el desembarco de los náufragos rescatados por las ONG con quienes llegan a nuestras playas, que, pese a que deberían tener la misma condición, no son lo mismo.
Pero se dice y queda, en mítines y en entrevistas, entre otras cosas porque se ha perdido la costumbre, buena costumbre, de replicar al entrevistado cuando falta a la verdad, cosa que a Maduro, por poner un  ejemplo reciente, no le gusta nada, porque él prefiere el intercambio de bromas y sonrisas con su amigo Jordi Évole a la impertinente insistencia en mostrarle la realidad de Venezuela del equipo de Univisión al que anoche, después de una entrevista interrumpida por el dictador, porque, sin duda, estaba desmontando la realidad paralela que pretende imponer al mundo, ya que a los venezolanos ya no puede.
Nuestros políticos se han acostumbrado a esconderse entre un forillo o unos seguidores anodinos que agitan banderas y el objetivo de las cámaras. Lo demás les da igual, porque no se ve. Y llegan a creerse tanto su papel que, como Inés Arrimadas, dice haber ido a Waterloo a decirle a Puigdemont que su república no existe y la pancarta que se llevó, junto unos cuantos fieles seguidores y el doble de periodistas, el fugitivo ex president no pudo verla, porque sólo la mostró a las cámaras que, eso sí, la encuadraron de espaldas a la casa en la que vive Puigdemont. Nuestros políticos viven en una realidad paralela que les fabrican cada día. Casi nada de lo suyo es verdad. No lo es esa sonrisa "profiden", una mueca que tiene que doler por las agujetas, que se coloca Pablo Casado cada vez que ve una cámara para hablar sin papeles, porque no los necesita, porque su realidad no los necesita porque es inventada y la improvisa cada día.

lunes, 25 de febrero de 2019

ARRIMADAS LAVA MÁS BLANCO


Pasé muchos veranos y alguna que otra tarde de mi infancia y adolescencia "ayudando" en la tienda de mis padres, una droguería del barrio de Carabanchel, en la que lejías, jabones y detergentes eran los artículos más "despachados". Aquello no era más que un ejemplo vivo de que la gente humilde, y la de mi barrio lo era, quizá porque no tiene, entonces no lo tenía, acceso a la ropa bonita y nueva que hoy nos llama desde los escaparates, optaba por llevarla lo más limpia que su economía les permitiese. Y era ahí donde el detergente entraba en baza.
Al principio el dilema era tan sencillo como el de jabón, en escamas o en trozo, o detergente que por entonces se vendía, incluso, a granel. Por entonces, las lavadoras eran aún rudimentarias, no tenían programas, y había que llenarlas y vaciarlas con un tubo de goma. Lo de las automáticas vino más tarde, más o menos a la vez que llegó el UHF, la segunda cadena, a casa de algunos de mis vecinos después. Al menos así lo recuerdo, y con ambos electrodomésticos, la bendita lavadora y la mágica televisión que, juntos, dieron vida al gran negocio de la publicidad, en el que los "tambores" de los detergentes se convirtieron en estrellas, tratando de convencernos de que unos lavaban más blanco que los otros.
Yo seguía esa loca carrera y su evolución, luego, detrás del mostrador tenía que traducir las tenues pistas que me daban las "clientas" para reconocer el que querían. Allí aprendí psicología o algo que se le parecía. Allí comprendí que "los fabricantes" elegían a su clientela ya desde el anuncio. Los había premeditadamente vulgares, para la gente, más que humilde, menos culta y los había un pelín cursis y modernos, dirigido a las nuevas amas de casa, un poco más acomodadas o incluso con trabajo. Pero la cosa no era tan sencilla, porque los detergentes del primer grupo, los que buscaban a la gente más humilde o menos cultivada, entraban en les "buenas" casas, de la mano del servicio.
Otra cosa sería hablar de la eficacia de los tambores de cartón, de cinco kilos, un trasto imposible en la cocina de un piso, en cajas más reducidas o las botellas, cuando, depurada la técnica pasaron a ser líquidos y ahora las pastillas de colores, como caramelos. Otra cosa era comprobar si efectivamente lavaban más blanco, porque no siempre cumplían, pero, mientras tanto, se vendían y se vendían bien, hasta que la misma marca modificaba la fórmula o el formato. Más o menos lo que ocurre en otra dimensión con los partidos políticos cuando hay cerca unas elecciones.
Es en esos tiempos preelectorales o directamente electorales cuando se pone en marcha la maquinaria propagandística y publicitaria de cada partido, cuando en la "sala de máquinas" de cada partido, ese sancta sanctorum al que Abascal cierra las puertas a los "arribistas", entra en ebullición y se analizan las últimas "coladas", comprobando qué manchas no "salen" con el detergente que venían usando y se estudia qué más añadir a la fórmula, para conseguir la limpieza perfecta y hacerse con los votos de los electores.
Ha quedado claro que Albert Rivera, dando vueltas en el tambor junto al partido más corrupto que ha habido en España, ahora con los gayumbos de VOX, cargados de testosterona, no alcanzaba ni parece que alcanzará nunca el resultado perseguido. Por eso en el laboratorio de Ciudadanos se han puesto manos a la obra y han decidido quitar la foto de señores tristes o con cara de ogro de los carteles, para poner en ellos a la radiante Inés Arrimadas, una especie de Silvia Pérez Cruz o, incluso, Rosalía de la política, de vocecita quejumbrosa pero firme, que no ha sabido o no ha querido sacar partido a ese millón de votos que obtuvo en las últimas elecciones catalanas, quizá porque siempre ha tenido en su pensamiento trasladar la oficina a la Carrera de San Jerónimo, ahora que las cosas no le van bien en Cataluña a UBER, el mejor cliente de su marido.
A Arrimadas no le van bien los programas largos, funciona mejor en los telediarios, delante o detrás de sus pancarteros, visitando territorio hostil, ben sea el Waterloo de Napoleón Puigdemont o las calles y plazas de Cataluña o Euskadi, buscando ese victimismo de la muy ofendida que tan bien se le da. Ahora se viene a Madrid, con el acta de diputada que sin duda sacará en Barcelona, porque Rivera está dejando la colada a medias. Se viene ella, porque lava más blanco, y se viene con la expresidenta de las Cortes de Castilla y León por el PP, Silvia Clemente, mezclando así ropa blanca y de color. Se vienen una y otra para tratar de salvar un partido, Ciudadanos, que va de gatillazo en gatillazo y que ahora, añadiendo estos nuevos ingredientes, corre el peligro de que aparezcan en su seno los grumos de la corrupción y la cizaña de la división por tanto resentido como van dejando.

viernes, 22 de febrero de 2019

POESÍA DE QUITA Y PON


Ayer se vivió en la Asamblea de Madrid un espectáculo curioso y muy propio del periodo preelectoral en que, como casi siempre, vivimos. Un diputado, Juan Van Halen, del partido popular y, por más señas, poeta, preguntó al consejero de Cultura del gobierno madrileño cómo pensaba conmemorar el centenario de la llegada de Federico García Lorca a Madrid y lo hizo calificando el fusilamiento del poeta en la carretera de Víznar a Alfacar como asesinato execrable y como el error más grave que cometió el régimen, tenemos que suponer que se refería al régimen franquista, en sus inicios.
Al mismo tiempo, Van-Halen describió a Lorca como un liberal ajeno a la ideologización que ahora le rodea, quizá para hacerse perdonar entre los suyos, el partido popular y sus votantes, proponer algo en memoria del poeta español más universal del siglo pasado. Van-Halen quiso llevar esa memoria al molino de su más que evidente ideología, mucho más cercana a la de quienes acabaron con su vida que a la del poeta, un señorito, sí, pero lleno de proyectos, como el de La Barraca, en favor de llevar el teatro y la cultura más allá de los lugares y las clases que habitualmente disfrutaban de ellos.
Curiosa fecha para celebrar, la de la llegada de Federico a Madrid, quizá para no tener que conmemorar la de su fusilamiento, quise decir fallecimiento, que, ya en pleno franquismo, reunió a decenas de actores músicos y poetas en lo que fue uno de los primeros actos de afirmación antifranquista.
El bizarro intento de Van-Halen me recordó a aquella vergonzante apropiación que hizo José María Aznar durante su mandato, de la memoria de Max Aub, escritor de origen judío alemán, nacido en París que, desde muy joven se alineó con el socialismo, trabajando para la II República, hasta que, al finalizar la guerra, con el triunfo del fascismo, se exilió en México, como tantos y tantos poetas, entre ellos León Felpe. Aznar, el mismo que acabó crispando España, llevándola incluso a una guerra injusta, engatusó a los herederos del autor de "Campo abierto" con la creación de una fundación y se permitió adornar con su memoria su discurso presuntamente liberal, aunque únicamente y cómo lo fuese en lo económico. 
Afortunadamente existe otra justicia, la poética, que ha permitido que, hoy, otro aniversario, el de la muerte de Antonio Machado en Colliure, cerca y lejos de la España que tuvo que dejar a pie con su anciana madre casi a cuestas, para salvar la vida, buscando un exilio que a causa de las penurias de la huida apenas duró unos meses. Esa justicia poética nos permite ahora, en medio de todos los juegos de manos que pretende hacernos la derecha, recordar cómo vivieron y cómo y dónde murieron los poetas que se sintieron libres durante la II República, bajo las balas o en la pobreza y la tristeza del exilio.
Quizá, lo que Van-Halen quiso transmitirnos ayer fuese que a Federico García Lorca le mataron por su condición sexual. Un vago intento, porque Federico se refugió en Granada, huyendo de lo que le pudiera ocurrir si Madrid caía en manos fascistas. Y el diputado poeta del PP disfrazó a Lorca de liberal, como si atreverse a ser libre en aquellos años no fuese causa de muerte o prisión segura, según el bando en que estuvieses. En cualquier caso, lo que queda claro, y eso me indigna, es que, la derecha siempre que necesita disfrazarse roba sus símbolos a la izquierda, lo hizo Rivera con las banderas arco iris en Colón y trata de hacerlo Van-Halen con sus poetas de quita y pon.

jueves, 21 de febrero de 2019

DEJAD QUE LOS NIÑOS...


Afortunadamente, en infancia ha habido pocos sacerdotes. Mi contacto con la iglesia fue el de un niño español nacido en los años cincuenta. Es decir, misa dominical, sacramentos y clases de Religión, no de religiones, en el colegio, que no era religioso, más por escasez de medios que por elección, puesto que mi madre, no mi padre, como buena navarra sentía una cierta atracción por los altares. No fue el caso y hoy, medio siglo después lo considero una suerte.
Tengo amigos, de mi edad y mayores, que no sólo iban a misa, como en aquellos años era exigido por el silencioso control social de la iglesia católica y la dictadura, sino que, para poder estudiar y sacar una boca de casa, acabaron en un seminario o internos, a cambio de servir de criados de los alumnos más ricos, en colegios religiosos. Pues bien, son estos amigos de edades y circunstancias parecidas los que me cuentan y han contado lo que fue para ellos el contacto con la iglesia católica.
Adornados de travesuras y no exento de un cierto humor, más a posteriori que entonces, su relato es un relato de miedo, hambre, frío y abusos, tanto mediante castigos físicos infringidos a niños de sólo diez años, como mediante la asquerosa costumbre, tan extendida y consentida en el clero, de acosar sexualmente a los pequeños, solos, desvalidos y alejados de sus familiares.
Es así como me lo han contado y es así como os lo cuento, el hambre y el ansia de un bienestar que no se daba en casa hizo que más de uno callase, aprendiendo a esquivar esas manos sudorosas, esas bocas hediondas que, en la soledad de un cuarto o en el mismo confesionario, con la amenaza del castigo terrenal o eterno, eran el pan nuestro de cada día.
Por suerte, la primera vez que me enfrenté a una noche rodeado de jóvenes como yo, aunque ya no era yo tan joven, en un dormitorio común con decenas de literas, fue en la mili y os aseguro que a mis veintiocho años no las tuve todas conmigo. Así que imaginad si podéis lo que debe ser para un niño de nueve o diez años, arrancado de su pueblo, sus paisajes y su familia, esa primera noche en el frío pabellón de un seminario. Imaginad también lo que sería para un hombre condenado al celibato verse rodeado de tanta carne joven, de tantas "almas" tiernas y asustadas, aterradas, deseosas de un poco de cariño y protección.
Ese es, ha sido, el caldo de cultivo en el que ha surgido y se ha extendido la pederastia, mantenida en secreto por las autoridades eclesiásticas que han culpabilizado siempre a las víctimas, volviéndolas aún más víctimas, negando el futuro a quienes sólo eran niños inocentes y confundidos y, finalmente, reconocen en otros ¡benditos medios de comunicación, benditas redes! lo que les había pasado en aquellos años sombríos del colegio u el seminario. Ese ha sido el resultado: tormento interior para la víctima, a veces hasta el suicidio, chantaje a sus familias y silencio sin castigo efectivo para quienes les causan tan terribles daños.
La iglesia católica se niega, pese a todas las evidencias, a considerar que el celibato, esa castidad antinatural, todas lo son, e impuesta, está en el origen de tanto abuso pederasta en su seno. Y lo hace sin pararse a considerar que la pederastia es en el clero mucho más habitual de lo que lo es fuera de él. Prefiere hablar de enfermedad, prefiere mandar a os curas denunciados, que desgraciadamente no son todos, a otras parroquias, como se mandaba a los tísicos a sanatorios en la sierra, donde el aire de las montañas aliviase su mal, sin pararse a pensar que aquí, en Gredos o en Montserrat ese cura va a volver a caer, después de tan liviano castigo, sobre el primer inocente que encuentre.
Hoy se celebra en el Vaticano una cumbre mundial sobre esta enfermedad, de la iglesia, no de los pederastas, que crece en sus denuncias día a día y que está minando su credibilidad y alejando a los fieles de sus templos, los seminarios y, lo que es peor para ella, de los colegios, verdadero negocio de una institución trasnochada que no sabe, ni parece querer saber, vivir en un mundo que, para bien y para mal, es más libre y está más y espero que mejor informada.
Dicen los evangelios que fue Jesús quien dijo a sus apóstoles aquello de "Dejad que los niños se acerquen a mí", espero que n fuera para esto.

miércoles, 20 de febrero de 2019

APAGA Y VÁMONOS


Dicen que el aburrimiento mata más hombres que las guerras y, dada mi experiencia de ayer tarde, deben tener razón. Estaba aburrido, lo reconozco, y me puse a ver la tele. con el mando a distancia en la mano y el dedo ágil. Así que, aburrido como estaba, salte de canal en canal como los críos saltan de charco en charco para poner a prueba la resistencia de su calzado y, de paso, la de sus madres.

Saltaba de charco en charco o al menos eso creía hasta que quede atrapado en las aguas cenagosas de la tertulia de tarde de canal internacional de la televisión catalana, una tertulia como las hay en todas las televisiones de nombre "Tot es mou", Todo se mueve, que, para mi desgracia, por eso me atrapó, se ocupaba ayer del juicio a los independentistas en el Supremo.
Tengo familia y amigos en Cataluña y entiendo el catalán, más aún el de una tertulia televisiva, con facilidad y esa facilidad fue el lazo que me ató a la pantalla, porque sí, entiendo el catalán, pero me fue imposible entender, salvo la honrosa excepción de una abogada que puso su experiencia y sus conocimientos procesales a disposición de contertulios y tele espectadores, la actitud y la escandalosa falta de imparcialidad de los participantes.
Sostenían en antena que, en el juicio, todo está ya escrito y se esforzaron en señalar los fallos de los miembros del tribunal, hasta el punto de que las deseables virtudes de ecuanimidad, paciencia, humor y cierta tolerancia del presidente para con los procesados fue "desmontada" por quienes se sentaban a la mesa interpretándola como maquillaje con el que disfrazaría esa decisión ya tomada.
Os cuento esto, porque explica a las mil maravillas lo que está pasando, explica a las mil maravillas para quién están declarando los procesados, que no es para nadie más que para "su" público. Lo vi claro ya desde el momento en que me enredé en la superficialidad de la entrevista que allí se hizo a la siempre histriónica Cristina Fallarás, que, presumiendo de pedigrí de roja, "soltó" su cansina retahíla de vaguedades, como si de lo que se tratase es de llenar tiempo y nada más. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue la facilidad con que se trataban asuntos que, en el terreno de la justicia, se tienen por sacrosantos y cómo, por ejemplo, se negaba a algunos posibles testigos la posibilidad de acogerse al secreto profesional, algo en lo que pareció haber unanimidad, hasta que a letrada recordó a la mesa, compuesta en su mayor parte por periodistas, el secreto profesional de los periodistas que les exonera de la obligación de revelar sus fuentes.
Hasta ahí mi experiencia con la televisión catalana y muy catalana, que diría Rajoy, si cometemos el error de tomar por catalán lo que es y no debiera ser independentista catalán. Como seguía aburrido, seguí cometiendo errores y el siguiente fue pararme ante de la embestida del toro de Intereconomía que esta tarde se ocupaba de la entrevista que un jovencísimo y bien trajeado señor de derechas le hacía a un propagandista, supongo que activista de Pro Vida o algo asó, repartiendo mandobles a diestro y siniestro a quienes defienden el aborto o la eutanasia, apoyados en unas declaraciones o una columna, no me quedó, de Arcadi Espada sobre el asunto, unas palabras o unas líneas desde las que pretendía hacer responsables a los padres de los gastos sociales que originase el nacimiento de bebés con malformaciones. Un argumento insostenible, rechazado por quienes queremos dar a las mujeres libertad para decidir con responsabilidad sobre sus cuerpos. No sé quién era el entrevistado, pero si el rigor de sus argumentos era el mismo con el que habló de labio viperino por labio leporino, apaga y vámonos.

martes, 19 de febrero de 2019

CIUDADAVOX


En todos los años que he vivido en democracia, que son todos los que tiene la española he visto nacer y morir a muchos partidos y de todos los colores. También los he visto cambiar de nombre, como si la nueva identidad fuese a librar a sus líderes de un pasado vergonzante, si no directamente o delictivo. Se cambia de nombre, se cambia de dirigentes y se cambia de colores o de logotipo, rosas de jardín o de invernadero, gaviotas o charranes... la lista de cambios identitarios se haría interminable y, si les creemos y no sin esfuerzo, sólo la ideología permanecería inalterable, salvo que, como en el caso que nos ocupa, Ciudadanos, la ideología sea como los famosos principios de Groucho Marx, de quita y pon.
Albert Rivera, tan friolero como aparece en la famosa foto de Colón, hoy maldita para él, se presentó desnudo ante el electorado cuando su partido era apenas un esbozo, una plataforma ciudadana, en la que lo único que quedaba meridianamente claro era su feroz anticatalanismo y la existencia de una no menos feroz financiación, de la que hoy aún está por conocerse claramente el origen. Y es que, lo mismo que hay partidos que nacen en torno a una idea que, para crecer u mantenerse, necesitan de financiación, hay partidos que nacen de una financiación, entiéndase unos intereses a defender, que necesita vestirse de ideologías para mantenerse y crecer.
Ciudadanos, al igual que Podemos, creció a cuenta del enorme descontento que el bipartidismo del que tanto habían abusado PP y PSOE, hasta el punto de diluir sus señas de identidad, en busca de sus votantes y de admitir en sus filas a personajes de eso que algunos llaman "moral distraída" que, para el partido o para sí mismos, acabaron metiendo la mano en la caja. Fue entonces cuando la idea del partido de Rivera, fundamentalmente porque carecía de experiencias negativas en ese sentido cuajó, primero en Cataluña y, posteriormente, en el resto de España, llegando a necesitar cuadros en lugares donde nunca habían estado, para presentar listas para competir y recibir esos votos que las encuestas les auguraban.
A partir de ahí, Ciudadanos comenzó a hacerse un lío o hacérnoslo a nosotros, porque los diputados y concejales que obtuvieron no les daban para hacerse con alcaldías o gobiernos de autonomías y, si les daban, como les dio para hacerse con la Alcaldía de Arroyomolinos, en Madrid, fue para ver, a los pocos meses de mandato, ver al alcalde procesado y dimitido. Y es que cuando se crece deprisa y, sin el control necesario, entran en el cesto manzanas podridas o con riesgo de pudrirse.
La trayectoria de Ciudadanos ha sido en estos años de expansión un ejercicio de prestidigitación y equilibrio, todo en uno, en el que, según convenía, apuntalaban a populares o socialistas, haciéndonos creer que garantizaban la decencia y honradez de los gobiernos que apoyaban desde fuera.
Eso, hasta hace menos de cuatro años, cuando se convirtió en el caballo de Troya que impidió, con su entonces inédita política de exclusiones, el acuerdo aparentemente posible para llevar a Pedro Sánchez a formar gobierno. Y es que ya se sabe que se puede mentir a todos o mentir todo el tiempo pero no se puede mentir a todos todo el tiempo, y, de tanto hacer equilibrios u de tanto juego de manos, al fin, Rivera se vio atrapado en la maldita foto de la plaza del Colón, entre las cámaras u el paredón en que se convirtió el homenaje de Vaquero Turcios al "descubrimiento", una foto que explica muchas cosas y tapará unas cuantas bocas.
Y, como "de perdidos al río", ayer, Juan Carlos Girauta ató corto a su partido, anunciando a dos meses de las elecciones que Ciudadanos, al igual que ya hizo en Andalucía, levanta un muro frente al PSOE y, se supone que, frente a Podemos, para no llegar a ningún acuerdo de gobierno con ellos. Girauta, que debe saber de qué habla, porque ha estado en el PSOE y el PP, sin sacar nada de la política, hasta llegar a Ciudadanos con quienes ha sido concejal y diputado en Cataluña, en Europa y en la Carrera de San Jerónimo.
Ciudadanos ya se había retratado dejando que VOX, el partido que finalmente ha impuesto  a una de sus militantes, de claras tendencias franquistas, como responsable de la Memoria Histórica en el gobierno de Andalucía, pusiese sus votos para que ellos y el PP formasen ese gobierno, posó, sin que hubiese bandera arco iris capaz de camuflarle, hace sólo nueve días y ayer, por boca de Girauta, negó por tercera vez la posibilidad de un acuerdo postelectoral con Sánchez, dejando cómo única salida para España otro gobierno de CiudadaVox que, por más que se empeñe y más prisa que tenga, difícilmente presidirá el más que ambicioso Rivera.

lunes, 18 de febrero de 2019

UN PAÍS NO TAN ASUSTADO


Cuando la semana pasada escribí la entrada "Un paístelevisado", me sinceré y, traicionando la regla casi siempre traicionada y ya casi olvidada de que quien escribe no debe convertirse en protagonista, dediqué dos líneas a describir el desconcierto que produce en mi padre el modo en que la televisión, especialmente la Sexta, traslada la realidad a la audiencia, no imaginaba que, de nuevo hoy, tendría que ocuparme de ella y de sus modos de nuevo. 
Siempre envidié la cultura francesa, también la cultura televisiva de nuestros vecinos, que ocupaban muchas horas de su programación con debates, debates de todo tipo, especialmente culturales, del tipo de la desaparecida "La Clave", que a muchos españoles nos enseñó a hablar, a pensar y, sobre todo a construir nuestras propias opiniones después de escuchar las de los demás. Pero en eso llegó la televisión privada y con ella la ONCE y, con la ONCE, Berlusconi y su televisión basura.
En su televisión, Tele 5, creada a imagen y semejanza de su matriz italiana, que llenó las pantallas de los españoles, primero de culos y tetas, siempre femeninos, para después, una vez establecida, pintar toda la programación de morbo y crispación, en un ensayo "con todo" de los que acabaría, ocurriendo con el resto de la programación, deportes y política, llevando al altar de la televisión, hasta entonces, sacrosanto discusiones de barra de bar y tabernas.
Se estaba preparando, a base de kikos matamoros,  belenes esteban y gente del mismo pelaje, el tono crispado en el que, a partir de entonces, se desarrollaría cualquier debate y el rigor, más bien la falta de rigor, con que se abordarían la mayoría de los asuntos en pantalla, hasta convertir el medio en eso que la hija de una de las lectoras de aquella entrada califico de "asusta personas", gente que sufre porque cree que el mundo y sus asuntos son, no como son, sino como aparecen en la pantalla casi siempre encendida que hay en su salón.
Ahora, apenas tres décadas después, la información cultural, salvo los estrenos cinematográficos en los que cada cadena tiene intereses, es prácticamente nula y el espacio que debería ocupar se lo dan a programas estúpidos en los que gente vulgar, peor que gente corriente, sufren y hacen sufrir a gente tan vulgar como ellos mismos, siempre en medio de una tensión sexual indisimulada, que es la que, junto a otras pasiones, les da la audiencia, convirtiendo una o dos horas de televisión que podrían haberse convertido en un vehículo de cultura y formación en un espectáculo de patio de colegio que ni siquiera representa a quienes se quedan colgados de sus pequeños dramas insustanciales.
Sin embargo, no es eso lo peor, pese a que esté en el origen de la degradación de la televisión. Lo peor es cómo la política, no los asuntos que debería tratar de solucionar la política, se ha convertido en un elemento más de ese "freak show”, que cada día desfila ante sus ojos. Los debates sobre política se han convertido en un gallinero en el que políticos de aquí y de allá tienen que enfrentarse a quienes, con el único aval de su ruido, se enzarzan, con ellos y a propósito de ellos, en discusiones sin sentido, interminables trufadas de exageraciones y mentiras, de las que no se espera nunca una solución sino enconamiento y, a la postre, el miedo a que sea cierta la mitad de las cosas que allí se dicen.
Afortunadamente, también esa basura cansa, también esos personajes que quizá fueron, pero que ya no son nada, aburren y pese a los esfuerzos de promoción, antes y después de la emisión, sólo tienen el interés que merecen, o sea poco o ninguno. Gente apocalíptica que cuando pudo hacer no hizo, gente a la que ya nadie hace caso, pero que tiene muchas cuentas que saldar con aquellos a quienes deberían apoyar, gente empeñada en asustarnos.
Afortunadamente, una cosa es la televisión y otra muy distinta la realidad. Quizá por eso, hace ocho días, en la plaza de Colón estuvo la gente que estuvo y lo que algunos asesores y algunos correveidiles de los convocantes querían como principio de la Reconquista se convirtió en un regreso a la cueva, porque el país está asustado, pero no tanto o, al menos, eso quiero creer.

viernes, 15 de febrero de 2019

SOLO ANTE LA HISTORIA


Es la de Oriol Junqueras una historia excepcional en el mundo de la política español. Al contrario que Carles Puigdemont que presume de saber casi desde la cuna que era independentista, algo así como lo que lee Florentino Pérez de sus fichajes cuando los presenta, todo en Junqueras ha llegado tarde; su entrada en la política, su matrimonio, los hijos. Quizá por ello, a punto de cumplir los cincuenta y tras casi un año en prisión, parece un hombre tranquilo. Nada que ver con esos otros líderes a que nos tiene acostumbrados la política, jóvenes, intrépidos y ambiciosos.
Junqueras se presentó ante el tribunal y estoy a punto estoy de creerle, casi casi como se describió Antonio Machado en su "Retrato", un hombre, "en el buen sentid de la palabra, bueno". Eso, unido a su halo de misticismo, consecuencia, quizá, de sus años sumergido en los archivos del Vaticano, le ha dado esa apariencia de hombre resignado con su destino, como si se conformase con los años que, de no mediar un indulto, le esperan en prisión. Quizá por ello, apenas se defendió de aquello de lo que se le acusaba, aunque, eso sí, asumiendo los hechos de los que se le acusa pero no así la culpabilidad, porque, en su realidad paralela, o al menos eso quiso hacernos creer a propósito de la convocatoria del ilegal referéndum del 1 de octubre, "votar no es delito y sí lo es impedirlo", aunque sea con la ley que él y los suyos se saltaron, sí lo es"
Es esa una característica de los católicos sinceros, él a mí me lo parece, se creen su verdad y, sobre todo, se creen con un papel, un destino, para cumplir en este mundo. Tanto, que se consideran algo así como instrumentos de la providencia y él parece estar seguro de que "su" providencia quiere una Cataluña republicana e independiente. Lo que suele ocurrir es que, luego, la realidad que es tozuda y lo es mucho se ha empeñado en quitarle la razón para encerrarle en una prisión.
Incluso en ese caso, los místicos, los iluminados, los que se creen instrumentos del destino, tienen a su alcance el recurso del martirio, el del sacrificio en pro de la Historia, de su papel en la Historia que él hombre aparentemente sencillo parece haber asumido en la humildad de una celda, aunque no hay que olvidar que, a  veces, la humildad no es más que un síntoma de soberbia, de la soberbia de quien se cree mejor que los demás, y Junqueras tiene fácil creerse mejor que muchos, especialmente si con quien se le compara es con el “feloncillo”, el sí, de Carles Puigdemont que pretendió convertirse en un nuevo Tarradellas, sin la dignidad del verdadero, el que mantuvo encendida la llama de una Catalana libre en tiempos de la dictadura.
Está claro que ayer, renunciando en la práctica a su defensa, sentado ante los siete magistrados que le juzgan, Junqueras se estaba comparando con el huido en Waterloo y toda su corte, a mil seiscientos kilómetros del tribunal y de sus compañeros. Y es que en la fotografía el preso sentado frente a los jueces crece, mientras que el huido a pensión completa empequeñece y se desvanece en la niebla de Waterloo. Junqueras se presentó ayer solo ante la Historia, desnudo y desarmado, sólo revestido de su dignidad o lo que él entiende por ella. De paso y después de meses sin verle ni oírle, salvo en fotos clandestinas y entrevistas por escrito, los catalanes pueden ahora comparar a uno y otro, al preso y al fugado, para tomar las decisiones que correspondan.

jueves, 14 de febrero de 2019

COSAS DE NIÑOS


Nada hay más triste que que en un país en el que los políticos se comportan como niños, con sus gestos, con sus urgencias, sus caprichos y sus inconsistencias, los niños sean capaces de actuar, como adultos, con los instrumentos y las perversiones que sólo algunos adultos, los enfermos de las peores perversiones, incapaces de medir el daño que son capaces de hacer.
Que los niños y las niñas se aman y se odian, se piropean y se insultan, se dejan llevar por el morbo de lo desconocido, especialmente en el sexo, que gozan y sufren con juegos y actitudes imitadas de los mayores, los suyos o no, ha ocurrido siempre. Los niños y niñas, por desgracia, aprenden o creen aprender sobre los usos sociales, los grupos, las diferencias, la amistad y el amor, intercambiando la información no siempre buena que dan y reciben de otros niños. Lo hacen ahora y lo hacíamos en mis tiempos, hace décadas. Lo que ocurre es que los niños disponen ahora de móviles, unos instrumentos, aparentemente útiles e inocentes que, sin embargo, utilizados sin control, pueden multiplicar el daño que consciente o inconscientemente infringen a sus compañeros.
En mis tiempos, en un colegio de barrio y sólo de niños, las bromas pesadas entre los compañeros se limitaban a los motes, más o menos hirientes, alguna que otra frase más o menos obscena en la pared o las puertas de los servicios, los monigotes en la espalda y, de vez en cuando, una zancadilla. Todo, de lo más inocente, aunque, a veces, la presión, el efecto del coro juzgador rebasaba las puertas del colegio y salía a las calles, a los descampados, tan abundantes entonces, donde, sin la vigilancia de los profesores, la violencia se desataba, volaban las carteras -entonces no había mochilas- y algún ojo cambiaba de color t de tamaño.
Nos sentíamos vigilados y a la vez protegidos. Nuestros padres, de ponerse de parte de alguien en los conflictos, siempre lo hacían de la de los profesores o los vecinos regañadores. Los problemas eran los mismos de hoy y de siempre: las rivalidades, las envidias y los rencores, algún que otro insulto y el daño por el daño en lo del otro, sea un plumier o el buen nombre de los padres. Pero todo sucedía a la vista, todo lo más en un susurro. No como ahora, tiempos extraños que nos sobrepasan, en que el mayor de los linchamientos puede tener lugar en el más absoluto de los silencios, simplemente dando a la tecla apropiada para poner en el aire, sin límite y sin control, ese insulto, esa foto o ese secreto de aquel a quien queremos hacer daño.
Acaba de trascender, sólo es un ejemplo, que los padres de dos jugadoras de un equipo infantil del Levante Unión Deportiva y el mismo Levante han sido condenados a indemnizar a otra jugadora de la que sus compañeras habían difundido en redes sociales una foto en la que aparecía desnuda en las duchas del club, una foto tomada con la excusa de un selfi, pero que, al menos así lo ha entendido el juzgado, pretendía dañar a la víctima.
Cuántas veces no se habrán producido situaciones parecidas que no han terminado en una sentencia, cuantas veces la víctima sufre sola, sin atreverse a contarlo a sus padres, menos aún a sus profesores, entre otras cosas, porque en el estúpido código de honor de los niños, tomado del no menos estúpido código de moral del cine y las series, alguien que cuenta lo que le hacen sus compañeros no es más que un chivato y a los chivatos se les proscribe.
Los móviles sin control, en manos de menores, son peligrosos, porque no sólo son teléfonos móviles. Son también cámaras discretas, rápidas y silenciosas. Son un terminal desde el que difundir textos, fotos y vídeos instantáneamente, extendiéndolos como una mancha de aceite por toda la comunidad escolar y más allá, empujando a las víctimas siempre a la infelicidad y a veces al suicidio. Los móviles se ponen en manos de los niños, con la excusa de estar siempre en contacto y comunicados con ellos, para lo que basta el mismo colegio, siempre ha bastado, y bastaría un móvil de los de antes, sin cámara y sin acceso a Internet. Pero se les compra, más que para hablar con ellos, para no oírlos.
El juzgado que ha dictado sentencia castiga el daño causado a la víctima afectada en su carácter y en su comportamiento después de la indudable agresión a su intimidad sufrido y, por ello, ha condenado a los padres de las acusadas, como responsables de las mismas que están bajo sus custodia, y al club de fútbol por no haber evitado que ocurriese, ya que, enterado de lo que ocurría, zanjó el asunto, al igual que se zanjan muchos asuntos, demasiados de acoso, de abusos, de bullying con un hipócrita "son cosas de niños" que, cuando lo escucho en situaciones parecidas, inmediatamente me lleva a aquel inquietante "Quién puede matar a un niño, “de Narciso Ibáñez Serrador.

miércoles, 13 de febrero de 2019

UN PAÍS TELEVISADO


Hoy es el día de la Radio, el medio de comunicación al que di con entusiasmo los mejores años de mi vida profesional, un medio, quizá el más personal de todos, al que el transistor llamó del comedor y alejó de la mesa camilla para convertirlo en consejero, maestro y confidente, un medio que aún puede presumir de credibilidad frente a su hermano mayor, la tele, que, sin embargo y por paradójico que nos parezca, teniéndolo todo para ser el más fiable, nos hipnotiza con sus continuos juegos de manos, con esa prestidigitación de a verdad que a cada minuto hace ante nuestros ojos, pone en seria duda eso de que una imagen vale más que mil palabras.
Continuamente nos dicen que la televisión nos acerca a la realidad y no es cierto. Lo que hace es, como sabe cualquiera que haya jugado con una cámara, es encerrar la realidad en el marco que nos deja ver, aislándola del resto y haciéndonos creer que es la única. Lo peor, siendo muy malo esto que os digo, es que los protagonistas de esa presunta realidad lo saben y dejan de ser ellos mismos, para, con su sobreactuación, sus frases lapidarias, sus gestos perfectamente medidos, engañarnos, hacernos creer o al menos pretendiéndolo, su falsificación verdad.
Lo vimos el domingo en la plaza de Colón de Madrid, donde la tranquila realidad que se vio se dio de bruces con los aspavientos y las letanías con que los partidos convocantes nos habían pintado un país roto, a punto de ser rescatado por millares de patriotas de su gobierno traidor. Finalmente, la montaña del odio parió un ratón, Santiago Abascal, al que, para disgusto de Pablo Casado, que se dio cuanta tarde de que el recién llegado la había robado el plano en la tele, incluida la foto de la que el líder de Ciudadanos quiso escapar. Y es que, lo que quedará de esa mañana de domingo no serán las banderas ni los miles de manifestantes sino esa foto de la tirante unidad conseguida a duras penas.
Algo parecido está ocurriendo en el Tribunal Supremo, donde desde ayer están siendo juzgados los responsables de la decepcionante declaración de independencia y de todo lo que hubo a su alrededor, incluido el referéndum del 1 de octubre, que la torpeza de Zoido y sus asesores, junto a las imágenes dadas en directo por las televisiones, especialmente por la Sexta, del, a la vez, ineficaz y desmedido despliegue de policías y guardias civiles.
Ayer, en la sala del juicio y fuera de ella, todo el mundo, salvo quizá los acusados, sobreactuaron a su manera. Afuera, con sus banderas y sus consignas vociferadas. También con la presencia de quienes se creen imprescindibles, diputados de aquí y allá y "expertos", que de todo los hay. En la sala, Torra que, con su lazo amarillo y todo, midió mal el salto y se torció el tobillo al caer frente a un Junqueras al que, si le falta razón, le sobra la dignidad que el presidente catalán no tiene. También los abogados, cada uno por su lado y mirando, lo he visto tantas veces en los juicios a etarras, más por las ideas que representan sus defendidos que por los mismos defendidos.
Mi padre, al que todo esto ya le supera, se aturde, se enoja y se asusta ante lo que ve en esa tele que le hipnotiza cuando no le duerme. Sufre cuando le ponen durante días ante un pozo en el que yace un niño al que sin ninguna esperanza se trata de rescatar con vida ante las cámaras. La mujer que le cuida se pierde en el morbo de los sucesos y también se asusta. Y a mí no me queda otra que tratar de explicarles que, a pesar de todo eso, el mundo sigue y es mejor que el que aparece en la pantalla, tratar de convencer a mi padre de que no es que ahora pasen más cosas -crímenes, estafas o guerras- sino que, ahora, se cuentan más y se cuentan una y otra vez, porque, por desgracia, el morbo "hace caja" y quienes están al frente de las televisiones privadas, esas que justificaron contándonos que nos iban a hacer más libres, sólo quieren eso, dinero y más dinero, a costa de lo que sea.
Vivimos en un país televisado en el que las noticias se provocan y exageran, en el que se pregunta a gritos al presidente por la fecha de unas elecciones y, como no hay respuesta, es decir, como no hay noticia, la misma pregunta, el "canutazo" a gritos a cada minuto pasa a ser, sin ningún rubor, noticia.
Vivimos en un país televisado en el que los políticos repiten una y otra vez sus mentiras, casi siempre homologadas por sus expertos en comunicación, hasta que la gente, indolente, acaba repitiéndolas, por no molestarse en comprobar si hay algo de verdad en ellas. Vivimos en un país televisado en el que nos han hecho creer que nuestra libertad no consiste en tener acceso a la verdad sino en elegir las mentiras. Qué triste y peligroso es vivir en un país como el nuestro, televisado.

martes, 12 de febrero de 2019

EL DÍA DEL JUICIO


Tengo no sé si la suerte o la desgracia de haber vivido unos cuantos años ya y me tocó, por tanto, la suerte o la desgracia, otra vez, de vivir con perfecta conciencia y padecer por tanto los últimos años del franquismo. Por ello, hoy, me viene a la memora aquel discurso hipócrita e inútil de Carlos Arias Navarro, "carnicerito de Málaga" por su papel, cuando apenas era un jovenzuelo, en la represión en la Málaga de la posguerra. Arias Navarro sustituyó como presidente del Gobierno a Carrero Blanco, muerto en atentado apenas unos meses antes y llamado a suceder al propio dictador Franco.
Aquel discurso que tuvo la "osadía" de proponer en las cortes franquistas, hace cuarenta y cinco años, la autorización, no de partidos, sino su remedo de asociaciones políticas que diesen al régimen un cínico barniz democrático. Aquel discurso inútil, que pasaría a la Historia como el del "Espíritu del 12 de febrero", se desvaneció apenas dos meses después, cuando, en Portugal, triunfó la Revolución de los Claveles, dejando a la española como la última y única dictadura en a Europa Occidental, se pronunció tal día como hoy desde la misma tribuna desde la que, hoy. Pedro Sánchez defenderá sus presupuestos que los partidos nacionalistas catalanes, junto a los herederos de aquella dictadura, los que no acaban de condenarla abiertamente, tienen previsto, por razones bien distintas, echar abajo.
Hoy, cuarenta y cinco años después, se juzga a los responsables de los acontecimientos que llevaron, hace dos años, a la declaración de una efímera república catalana, lograda retorciendo, al margen de la constitución y el estatut catalán vigentes, y el posterior referéndum ilegal, convertido por la torpeza de Rajoy y su ministro Zoido, en un triste espectáculo que hizo retroceder el prestigio de España a los ojos del mundo.
La fecha es la misma que la de aquel fallido intento de maquillaje del franquismo que pretendió Arias Navarro, el escenario, la sede del Supremo, coincide con el de una de las fechas más tristes y a la vez más llenas de dignidad de la reciente Historia de España, porque allí se instaló la capilla ardiente de los cinco abogados laboralistas del despacho de la calle Atocha, asesinados por los pistoleros de la extrema derecha, amigos de la policía política heredada del franquismo, una capilla ardiente y una comitiva posterior de los féretros que ocupó con serena tensión, bajo el hostigamiento la Policía, aún de gris, la Plaza de Colón, desde la que hace dos días se pidió una vuelta atrás en mucho de lo que hemos conseguido desde entonces.
Os preguntaréis, me preguntaréis, una vez más, el porqué de esta retahíla de fechas y lugares con la que hoy os abrumo. La respuesta es simple: es porque hoy periodistas que muy probablemente no vivieron aquellos momentos, nos van a bombardear con calificativos exagerados del momento y el lugar que no son otros que los que me he permitido recordaros, sobre todo, inspirado por la estupidez de la periodista María Claver que justificó su humillante, para quienes amamos el periodismo, papel en la concentración del domingo en Colón, no sólo entregándose a la lectura de las mentiras de tan oprobioso manifiesto sino suscribiéndolas, también a posteriori, incluso frente a las evidencias de su falsedad, en que no pudo vivir el 23-F, sin aclarar desde qué bando hubiese querido vivirlo, aunque podría imaginármelo.
Quizá porque no conocieron la dictadura ni los horrores de la transición, muchos jóvenes y no tan jóvenes se atreven a decir sin reflexión que el de hoy es el juicio más trascendente de la democracia. Se ve que nadie les ha contado lo que ocurrió en España un 23 de febrero, hace ya treinta y ocho años. Hoy, 12 de febrero, es el día señalado para el arranque de este juicio, no al independentismo, sino a los responsables de unos hechos a todas luces ilegales, ocurridos hace dos años, durante unos días en los que unos y otros parecieron haber perdido la cordura.

lunes, 11 de febrero de 2019

DE PATOS Y GATILLAZOS


Ayer, a la hora en que tres periodistas de medios conservadores, la Sexta en el fondo lo es, leían un manifiesto cuajado de mentiras, exageraciones de guiñol acaba de decir Manuela Carmena, me topé, en un montón de libros de un tenderete del Rastro y a sólo dos euros, "Conversación en la Catedral", esa gran novela de Vargas Llosa, cuyos personajes hoy se avergonzarían del autor, hoy ultra liberal, que ayer no subió a la tribuna pare cerrar el acto, quizá porque se sentía tan avergonzado como sus personajes se sentirían de él de un texto lleno de falsedades, de afirmaciones que, por más que se repitan en voz alta, resultan insostenibles, o quizá porque el estilo marrullero y chabacano no estaba a su altura, aunque me inclino a pensar que tuvo un rasgo de lucidez o fue alguien que le quiere quien le aconsejó no hacerlo.
Que hubo muchos ciudadanos en la concentración de Colón es incontestable, probablemente más de los que dio la Delegación del Gobierno y probablemente menos de los doscientos mil que creyeron haber contado los organizadores. Yo, a falta del manifestómetro que el buen Forges dejó pendiente de patentar cuando se fue, me sirvo, soy perro viejo, de los gestos y las palabras de unos y de otros, para hacerme una idea de cómo les fue, y no, no ha habido entusiasmo en los convocantes. Es más, dónde están las eufóricas valoraciones que Casado o Rivera hubiesen hecho sin duda de haber sido un éxito.
El único que a estas horas pude darse por satisfecho es Santiago Abascal, al que, sin haberse quitado el chándal. Casado y Rivera, con mejor o peor cara, subieron al pódium de los ganadores.
Lo de ayer fue un gatillazo, un enorme gatillazo televisado en directo, para más inri, al que Casado y Rivera llevaron a sus partidos, después de un calentón que les hizo creer en un vuelco crucial que, al final, tuvo más de histérico que de histórico. Por eso me pregunto, creo que con derecho qué hubiese sido de la concentración de no haber sido convocada como lo fue, ya desde el viernes, si no antes, por los medios afines al PP, incluidas sus filiales televisivas, qué hubiese sido de la tal misa dominical, de no haber acarreado en autobuses pagados por el PP y Ciudadanos a tantos peregrinos ya registrados y para siempre en las bases de datos del partido. Acarreados por propia voluntad, como a también, pero a su pesar, lo fueron Moreno Bonilla y, sobre todo, Núñez Feijóo, que se vieron obligados a estar "a regañadientes" en el lugar donde no querían y sabían que no debían estar.
A Feijóo ya se lo reprocharon ayer mismo en las calles de Santiago, donde miles de manifestantes por la sanidad y los servicios públicos dejaron claro que sus problemas estaban allí, en Galicia, mientras su presidente estaba en Madrid, en una manifestación, añado yo, en la que no se reivindicaba nada en beneficio de los ciudadanos. Y es que el presidente gallego se marchó de Madrid como quien sale de un concierto al que le han llevado los amigos, un concierto al que nunca hubiera ido por su cuenta y que, además, le ha costado una pasta que, en el caso de Feijóo se paga en votos y expectativas.
A mi modo de ver, todo tiene su origen en Casado que, si no es capaz de escribir un Trabajo Fin de Máster, mucho menos lo es de llevar por escrito un discurso o preparar sobre el papel una estrategia que, él al menos así lo cree, puede perfectamente improvisar. Por eso, en cuanto supo de la intención de Rivera de convocar el acto, se sumó a él. no sin dejar de hacer valer sus escaños, y sumando a la lista de invitados a personajes y partidos más que incómodos para su "pareja de baile". Una actitud que no hizo sino abrir grietas en esa unidad que se espera de cualquier acto parecido, que ni siquiera otras grietas, las abiertas en las filas socialistas por esos interesados disidentes que tienen aún cuentas pendientes con Pedro Sánchez o por quienes ya no tienen más papel en la vida pública que el de "tonto útil" de la derecha.
En fin, toda una paradoja esta concentración convocada para mostrar la unidad de la derecha contra Sánchez, al que acusan fuera de los juzgados, eso sí, de gravísimos delitos que no han sido ni serán nunca demostrados, una concentración que se dice por la unidad, en la que son demasiados quienes no quieren aparecer en la foto junto a otros convocantes, por ejemplo Albert Rivera que se las vio y se las deseó para no pasar a la Historia junto Santiago Abascal en lo foto que rubricaba un acto que, por más que insistan, no fue histórico, pero la foto existe y, en ella, al mismo nivel, están Rivera, Casado y Abascal y alguien que dice "cuá" como un pato, tiene pico y plumas como un pato, nada como un pato y camina como un pato, es un pato, y, Rivera en concreto, él que, como sus padrinos, no quiere asumir los costes, sólo los beneficios, es ya para la Historia un pato en medio de un enorme gatillazo.

viernes, 8 de febrero de 2019

ESTA VEZ VAN A POR NOSOTROS!!


Creo que siempre hay que recelar de las demostraciones de fuerza, especialmente de las "dopadas". Por eso desconfío profundamente de la manifestación convocada este domingo en Madrid por un Albert Rivera superad por su odio al independentismo catalán, el verdadero motor de su entrada en política, y un Pablo Casado grogui que se levanta una y otra vez y busca por todos los rincones del ring la tecla que le devuelva el liderazgo de la izquierda y el reconocimiento popular que empieza a faltarle entre los suyos.
Uno y otro, lo escribí ayer en estas mismas páginas, tienen prisa. No quieren perder el tren que está pasando ante sus narices, en medio del instinto suicida de ERC y PDCat, de la torpeza del PSOE y su gobierno y el egoísmo de muchos ciudadanos que disfrazan de patriotismo y dignidad lo que sólo es "yo y lo mío primero". Tienen prisa, Casado la tiene, entre otras cosas porque, cada día que pasa, las posibilidades de que el fango en que ha vivido, pegado a las faldas de Esperanza Aguirre y el bigote de Aznar, le salpique seriamente,
Pero las prisas, como al niño que coge por su cuenta el caramelo que ya le iban a dar, pueden pasarle factura. Las prisas que le llevan a pagar el bus a quienes quieran acudir a la manifestación de Colón, sean o no del partido, sin pensar, quizá porque lo ha vivido demasiado y lo da por "normal", que esas cosas tienen un claro tufillo a otros tiempos, a los tiempos de la Gürtel, juzgados, condenados y aún por esclarecer en su totalidad.
Casado está encantado de haberse conocido y no se explica que su llegada al PP no haya tirado hacia arriba de su partido en los sondeos. Casado es de los que se creen elegidos para una misión y cree que si no está "arrasando" en las encuestas es porque aún no ha dado con la tecla y que es sólo cuestión de tiempo que una de las que toca cada día sea la que le abra el camino a la Moncloa. Sin embargo, todas esas teclas juntas, tienen más que ver con la paranoia y el desquicio que con la serenidad y visión de futuro que se espera de un líder.
Casado adolece, además, de una falta de memoria, patológica o entrenada, que le lleva a pisar una y otra vez los mismos charcos en los que se metieron sus mayores en el PP. El último, el de relacionar el aborto con el pago de las pensiones, considerando -ni el mismísimo Galardón se hubiese atrevido a tanto-a las mujeres como factorías de las que han de salir los obreros, que, aún explotados con ahínco por sus amigos los empresarios- paguen las pensiones que, a mi juicio, deberían pagarse con todo lo que esos mismos empresarios están dejando de pagar, para llevarlo a paraísos fiscales desde los que seguir especulando y deteriorando la riqueza de los españoles, que no siempre es lo mismo que lo  que llaman Economía Española.
Casado, Rivera y ese matón, Abascal, que les acompaña, pero que lejos de defenderles persigue su botín, vienen el domingo a Madrid a envolverse en la bandera y en la gente para que no les veamos el culo de su verdadera ideología. Agitan el fantasma de Cataluña, si me apuráis, un intangible, porque difícilmente una mayoría de catalanes, con todo lo que ello supone, votaría su salida de España. Y lo hacen porque, en todo lo demás, está claro que no cabe el engaño. Lo saben muy bien los taxistas, muy esperancistas ellos, que se han quedado con una mano delante y otra detrás, ante la dureza y el enroque del presidente Garrido, defensor de todos los intereses que la gente del PP tiene en las VTC.
No nos dejemos engañar ni, mucho menos, asustar por las demostraciones de fuerza de la derecha. Pueden, incluso, tener algo de positivo, enfrentando a los catalanes ante la verdadera cara de lo que ellos llaman España y que sólo es una parte de España, A estas alturas de la película todos sabemos de sobra que los líderes de los partidos independentistas son jugadores de envite y yo no descarto que, en algún momento, ante el panorama que se avecine, retiren su apuesta.
La manifestación del domingo supone un paso más en la actitud sectaria de la derecha y no debemos tomarla como algo anecdótico, porque es algo más, mucho más. Sobre todo, porque esta vez van a por nosotros, a por todos nosotros.

jueves, 7 de febrero de 2019

POLÍTICA, MARKETING, MENTIRAS Y PRISAS


No sé si Blas Piñar, probablemente, pero estoy seguro de que ni el mismo Fraga hubiese sido capaz de decir en apenas un minuto todas las grandilocuentes palabras con las que Pablo Casado, atormentó nuestros oídos y encogió nuestros corazones, ayer, en su diatriba contra Pedro Sánchez. Felonía, alta traición, ilegitimidad y unas cuantas más fueron los calificativos con los que el locuaz e incontinente Pablo Casado emponzoñó su discurso, dejando las redacciones sin comillas para enmarcarlas y en la gente de a pie la duda de por qué, de ser cierto lo que dice, no lleva a Sánchez ante la Justicia y la de si queda ya algo más que decir.
Resulta cuando menos curioso que este señor, incapaz de explicar cómo consiguió un máster y una carrera sin apenas moverse y en un tiempo, que más que récord, inverosímil, se atreva a acusar al presidente del gobierno de felón y traidor. Se ve que Casado se gusta cuando habla y cuando arranca es incapaz de parar, entre otras cosas, porque en su partido ya no queda nadie capaz de proyectar sus palabras en el tiempo, que, como todo el mundo sabe, es cruel poniendo las cosas, las palabras y las personas en su sitio.
Aunque nunca nos lo dice ni nos lo dirá, Pablo Casado vive pendiente de las encuestas que, ya desde hace meses, le están dando la espalda, con un partido sorprendido y dividido ante un líder que habla de todo y en todas partes y lo hace por no callar, montado en su discurso como en una bicicleta sin frenos en la que hay que pedalear para no caer, diciéndola cada vez más grandes, jaleado por toda esa  prensa que ha perdido influencia y necesita a la derecha en el gobierno, para seguir influyendo.
Por desgracia, vivimos en un país, no es la primera vez que lo escribo, en el que los periódicos no los hacen los periodistas, al menos no los deciden, y en el que la clase política cada vez tiene menos clase y menos experiencia. Vivimos en un país en el que la prensa habla poco o nada de los que hacen estos políticos y, sin embargo, llenan páginas y horas de antena con lo que dicen, sea o no importante, sea o no cierto.
Las gruesas palabras dedicadas por Casado al presidente a propósito del poco afortunado asunto del relator, por paradójico que parezca, cumplían una función más defensiva que ofensiva. No hay que olvidar que coinciden en el tiempo con la constatación hecha por la Guardia Civil de que gran parte de las campañas electorales del PP en Madrid, incluidas aquellas en que fue elegido Pablo Casado y que numerosos actos, entre otros algunos que ha participado él mismo, se han financiado con dinero procedente de las tramas corruptas.
Los calificativos del presidente popular ocultan también el hecho de que una parte de su partido, la que gobierna en Andalucía le esté dando la espalda. Soledad, trampas y marrullerías que conviene tapar y cómo mejor que con una manifestación de las de antes, a lo grande, envueltos, camuflados diría yo, en la bandera española para que las almas simples, que decía el evangelio, se fijen en la música y no la letra. Una torpe manifestación a la que Casado convoca a sus votantes junto a los de sus rivales, una manifestación, porque en las manifestaciones se habla y no sólo hablan los oradores, en la que los partidarios de VOX y Ciudadanos se mezclaran, bandera con bandera, mensaje con mensaje, con los suyos.
Mal negocio para quien está acostumbrado a basar su discurso en mentiras y exageraciones, un mal negocio para quien tiene prisa por derrotar a Sánchez antes de que se sepa, y se condene, todo lo suyo, muy mal negocio para quien cree que la política es marketing y que las promesas y la decencia se venden con cuatro frases como si fueran un detergente. La manifestación del domingo, no me cabe duda, será un éxito lo que no alcanzo a ver es para quién será un éxito, probablemente ni siquiera para Casado y, desde luego, no para nosotros. 

miércoles, 6 de febrero de 2019

LOS RELATORES


Ya está el lío armado. Una vez más, quienes gustan de hablar y escribir sin pensar, sin darse tiempo para la reflexión, están haciendo lo que mejor saben; afilar plumas y lápices, para volar los puentes y tapar cualquier salida por la que se pretenda aliviar la presión que inmoviliza a los actores y enquista los conflictos. No se dan cuenta estos perniciosos personajes, acostumbrados a posar sus garras en el puño del que comen, de que los primeros pasos para salir de un conflicto son siempre difíciles y los más peligrosos.
Para salir de cualquier atolladero lo primero y principal, que diría aquel, es reconocer que se está otra vez que basta con las leyes y la mano dura para hacerlas cumplir a rajatabla, para resolver las disputas y las diferencias. Está claro que así no se avanza ni un centímetro y que, con posturas enconadas que se reparten el electorado casi mitad por mitad, corremos el peligro de pudrirnos en nuestras atalayas, a la espera de que el otro se rinda o, lo que es peor, lo dé todo por perdido y se nos eche encima.
No sé si hace falta recordar una vez más que gran parte de la responsabilidad del estado actual del "conflicto" catalán la tiene el partido Popular que, cuando no necesitó de CiU, hoy el PDCat, con sede en Bruselas, para construir sus mayorías en el Congreso o cuando quiso hacérselo perdonar por sus votantes, hurgó en el avispero catalán, sin darse cuenta de que, desatado el enjambre, lo difícil es no llevarse alguna picadura.
Al PP y a sus socios de conveniencia hoy, Ciudadanos y VOX, les va bien, muy bien, el conflicto en Cataluña porque poco o nada pueden sacar de allí, salvo el partido de Rivera y Arrimadas que aún no ha sido capaz de hacer valer en el Parlament su victoria en las últimas elecciones catalanas y parece conformarse con cultivar el victimismo y no la iniciativa que podría esperarse de ellos. Por eso, ni al PP ni a sus socios, actuales o futuros, les interesa desatascar el conflicto, como tampoco les interesa, me atrevo a decir, a una parte importante de los nacionalistas.
Para salir de esta terrible situación, que mantiene paralizada a una de las comunidades más ricas de España, hace falta dar pasos, por pequeños que sean, y la designación de un relator, que yo veo como a los taquígrafos y taquígrafas del Congreso, innecesarios hoy con los avances tecnológicos, pero con el reconocimiento moral de ser garantes de la palabra dicha en los plenos.
Quienes se llevan las manos a la cabeza con el nombramiento de este árbitro o relator que exigen los independentistas, no ven o no quieren ver que lo que buscan unos y otros es poner en marcha la máquina dormida. No se dan cuenta de que lo que piden los nacionalistas es sólo un gesto, un gesto que les permita presentarse ante sus votantes con eso que llaman dignidad y que no es otra cosa que aquello a lo que se recurre cuando no se tiene nada más, ni la razón ni las esperanzas de tenerla, algo parecido a esa patria y esa bandera que se enarbola cuando a un partido le pillan chapoteando en la corrupción, con un paro insostenible y con una desigualdad humillante, como resultado de su fórmula para salir de la crisis.
En todo diálogo es necesario, y en este diálogo tan necesario más, alguien que dé fe de lo que se dice, para que nadie lance los papeles al aire y se levante de la mesa dando un portazo tras de sí. Hay que dar fe de todo lo que se diga y es bueno que lo haya, como lo hay en cualquier diálogo o negociación. Si es necesario un notario para dar fe de los acuerdos entre hermanos, cómo no va a ser necesario en este asunto. Otra cosa es que no se quiera la misma negociación, el diálogo. Dígase entonces, porque, por más que lo repitan, yo no me siento humillado ni veo a mi país humillado o rendido porque un relator sea testigo de los pasos que se den en este intento, desesperado dicen algunos, de dar salida a tan enconado conflicto. 
Con relator o sin él, a veces sueño que, en este país, en las elecciones se vota para arreglar la vida de los ciudadanos, para solucionar problemas en las ciudades, si son municipales, los regionales, si son autonómicas o nacionales, cuando son generales. Basta ya de dignidades, humillaciones o rendiciones cuando las urnas están cerca.

martes, 5 de febrero de 2019

DOS POR EL PRECIO DE UNO


Ignoro si Esquerra Republicana de Catalunya ha calculado con sosiego las consecuencias del envite que acaban de hacer al futuro, enmendando la totalidad de las cuentas más sociales que ha tenido este país en años.  sé si son conscientes de que el golpe que pretenden dar a Pedro Sánchez se puede volver contra ellos en Cataluña, donde, sin el apoyo de los socialistas a las cuentas del gobierno de la Generalitat, Torra se verá obligado a convocar unas elecciones en Cataluña en uno de los momentos de más baja popularidad que ha tenido nunca un presidente catalán.
Me extraña que la aparente sagacidad de Rufián y la calma de Tardá no les hayan servido para caer en esa cuenta. Más bien me inclino a pensar que uno y otro, pese a haber repetido tanto que lo que hace Esquerra en Madrid se decide en Madrid, acatan las consignas que les vienen de Cataluña, desde la presidencia del Parlament o desde de la prisión dels Lledoners. Me extraña y no sé con qué cara van a defender una decisión, propia o impuesta, que allana el camino al gobierno triplemente de derechas que puede llegar a La Moncloa si Sánchez adelanta las elecciones.
Difícilmente van a poder decirse de izquierdas votando lo mismo que la derecha y dejando sin fondos todos los avances que, para Cataluña y toda España, contemplan las cuentas. Yo lo dudo y mi duda me retrotrae al viejo convencimiento de que Esquerra, de izquierda sólo tiene el nombre, por más que me repita una y otra vez que la estrategia del partido de Tardá y sus socios se base en el viejo axioma de la izquierda de que "cuanto peor, mejor", algo que podría pensarse si Cataluña no llevase varios años en tiempo muerto a causa de sus fantasías y sus trampas.
Entiendo la ilusión de los primeros intentos, pero, una vez comprobado que sólo con la contorsión de la voluntad popular en el Parlament les acercó, aunque de manera insuficiente, al momento soñado y después de despertar de él empapados en los sudores fríos del 155, no tiene sentido empeñarse en lo que no puede ser, salvo que se haya hecho del martirio o de la rebeldía inútil una profesión de la que vivir.
Las payasadas de Puigdemont y Torra, el payaso listo y el tonto, no dan para alimentar a toda una nación, salvo que el pueblo se alimente sólo de sueños. Qué han conseguido con todo ese despliegue internacional y mediático, qué, además de unas cuantas entrevistas en algunos medios y no de los más influyentes y el uso que de Cataluña hizo Maduro contra Pedro Sánchez. Nada, apenas nada. Y aún menos conseguirán si tumban a quienes más predispuestos al diálogo y a propiciar una salida digna. Deberían caer en la cuenta los independentistas, al menos ERC, de que retando a Sánchez sólo conseguirán que se retraiga para no aparecer como sometido a su chantaje, lo que le debilitaría en las urnas. También deberían ser conscientes de que, si se cierran los puentes y, peor aún, los grifos de los presupuestos entre el Estado y Cataluña, los perjudicados serían los catalanes y ya están cansados de serlo.
La condición que aseguran que pretender imponer y que no creo que ellos mismos se tomen en serio, esa de neutralizar el juicio a los acusados del procés, es imposible que puedan conseguirla, porque no está como pretenden en manos del gobierno interferir de ese modo en los tribunales. Están jugando con fuego y su euforia incendiaria puede hacer caer dos gobiernos por el precio de uno, sumiendo a los españoles, catalanes incluidos, en un pozo de la Historia del que va a ser muy difícil volver a salir.

lunes, 4 de febrero de 2019

LA CARA DE MADURO



Hace ya muchos años, me enseñaron un dicho que, con el tiempo y la experiencia, creo cada día más cierto. El dicho en cuestión reza "Teme a los viejos, porque no tienen futuro". Siendo hoy difícil saber quién es viejo y quién no lo es, a mi edad, mi abuelo ya era viejo y yo no tengo por tal, me quedo con esta parte de la sentencia: hay que temer a quien no tiene futuro y Nicolás Maduro, como evidenció la polémica entrevista que anoche, después de avances y promociones sin fin, emitió la Sexta, con Jordi Évole, publicista de Villarejo y burlón falsificador del golpe fallido del 23-F, como interlocutor del tirano.
En esa entrevista, llama la atención la sombra de abatimiento que se refleja en el rostro de Maduro. No era el mismo, el escenario tampoco, de las arengas inflamadas a las masas que le siguen. Dedicó a España y a los países que le piden que se vaya los mismos calificativos de siempre, pero lo hizo con una cierta melancolía y pintó un preocupante panorama para el futuro, al asumir que estaba armando a sus fieles, lo que en un país con la violencia endémica que padece Venezuela no augura nada bueno para una bestia herida y sin futuro.
La entrevista se emitió a apenas dos horas de que Pedro Sánchez, confirmase, ya lo ha hecho, vencido el ultimátum dado al presidente venezolano para convocar elecciones, que España reconozca a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, como presidente del país. En la entrevista, un Maduro que me pareció más pálido que de costumbre se permitió, no convocar esas presidenciales necesarias para confirmarle o revocarle como residente de la nación, sino convocar nuevas elecciones a la Asamblea, a saber con qué garantías, después de que la que, en su día y ahora, ha sido reconocida por la mayor parte de la comunidad internacional, haya sido expulsada de su sede y anulada por los miembros del tribunal supremo venezolano previamente nombrados por el propio Maduro.
No sé qué puede pretender el sucesor de Chaves, una mala copia, del caudillo de los buenos tiempos del petróleo. Más, cuando la situación dentro y fuera del país pinta mal, muy mal, para él y ya no le queda nada que ofrecer a los venezolanos ni dentro ni fuera del país. Maduro sabe o debería saber que su "morir matando" o sus amenazas de crear un nuevo Vietnam ya no tienen sentido, del mismo modo que Estados Unidos y el resto del mundo saben o deberían saber que no es posible patrocinar otro desastre como el creado por la codicia de los Bush y sus amigos en Irak.
Los venezolanos tienen hambre y sufren unas penurias injustas, todas o son, a causa de la tozudez suicida de quien gusta de los uniformes y las armas, de llenar las plazas con bravuconadas, chistes malos y peores canciones, en lugar de echarse a un lado y dejar que sus compatriotas vuelvan a ser dueños de su destino. Anoche, Maduro decía una cosa con sus palabras, mientras que sus gestos y su cara, mala cara, decía otra. Esperemos que algo o alguien le ilumines y que, si de lo que se trata es de poner el botín a salvo, él y los suyos arden poco en llevárselo y se vayan cuanto antes.