jueves, 30 de mayo de 2019

LA HONRA Y LOS BARCOS



La de "Más vale honra sin barcos que barcos sin honra" es una frase de esas que se escriben en letras de bronce y que, cuando yo era un niño de esos que estudiaban en aquellas enciclopedias, no sé si de Edelvives o de Bruño, se nos  ponían como ejemplo de coraje y de patriotismo, sin explicarnos nada más y revolviendo en nuestra memoria aún virgen la frase de Méndez Núñez, almirante activo en el desastre colonial del 98, con la quema de naves de la "noche triste" de Hernán Cortés, en la que dio fuego a sus naves para que volver derrotado a España no fuese una opción, forzando a sus hombres a emprender la salvaje conquista de México.
Lo que no se nos explicaba es lo que hubiesen preferido los hombres de Cortes o los embarcados en las naves de Méndez Núñez, que se quedaron para siempre en el mar o en aquellas tierras de México por conquistar. Seguro que la mayoría hubiese preferido volver a casa sin honra a perder la vida por una causa que no siempre era la suya.
A qué viene esto os preguntaréis, en un día como el de hoy, en el que la olla de las alcaldías hierve en el fuego de los pactos, como hierve también la de algún que otro gobierno autonómico. Pues viene precisamente a eso, a pensar más en las penurias de los marineros de Méndez Núñez o los hombres de Cortés que en la gloria de uno y otro que, al contrario que muchos de sus hombres, murieron en su tierra y cerca de sus familias. Viene también a que es mejor ser práctico, renunciando a una parte de eso que llaman honra o, si me apuráis, dignidad, para pensar en el bienestar de la gente, porque hay que pensar en esas familias que desde hace ya una década o quién sabe si más vienen padeciendo los  embates de la crisis, vienen sufriendo el paro o el trabajo basura, el precio inasumible del alquiler de la vivienda, la sanidad recortada, la enseñanza "regalada" a la empresa privada, los transportes que se deterioran día a día, la suciedad en las calles y todo lo demás.
No me cabe duda de que es preferible llegar a acuerdos, aunque sea con Ciudadanos, a devolvérselo a ese PP que está en el origen de todo lo anterior. Es preferible intentar restituir poco a poco todo lo que se ha arrebatado a los ciudadanos o, en todo caso, impedir que el PP prosiga con su estrategia de privatizar con engañifas lo que es nuestro porque se ha conseguido con nuestro esfuerzo y nuestros impuestos.
Estoy con Errejón en que es mejor dejar gobernar, aunque sea a Ciudadanos, a arrojarles en brazos del PP y, sobre todo, de Vox. No quiero imaginar qué sería de esta ciudad si un personaje como Javier Ortega Smith, concejal electo por Vox, al frente de la concejalía de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid. Y quien dice Ortega Smith en Seguridad, dice al matrimonio Iván Espinosa de los Moneros - Rocío Monasterio cerca de la caja de todos o en al frente de la consejería o la concejalía de Vivienda.
El mal menor es en este caso preferible a la honra y a la dignidad del que se cierra en banda a dar con una salida que impida la entrada de la ultraderecha en el gobierno o el ayuntamiento de Madrid.
No hay que olvidar que los votantes han dejado en la mitad el peso del PP en Madrid y que no hay que resignarse a que se queden con lo que los ciudadanos le han negado con sus votos. No hay que dejar de explorar otros caminos, para que Madrid, en lugar de ser la ciudad de los pelotazos y un destino turístico sin vecinos, lleno de "terracitas" y maletas con ruedas de aquí para allá, un parque temático del alcohol y de la juerga, vuelva a ser la ciudad de todos y para todos, orgullosa de sí misma que un día fue.
Lo de los barcos y la honra queda bien para una lápida o un libro de Historia, pero hay que vivir todos los días y no puede ser que nuestros hijos, en los que hemos invertido nuestras vidas, tengan que salir de aquí, no para ser felices, sino, simplemente, para poder vivir. Y, sobre todo, que la foto de Colón se quede sólo en un mal recuerdo.

miércoles, 29 de mayo de 2019

POLÍTICA Y PODER


Ganar unas elecciones, creedme, es relativamente fácil. Basta con tocar la tecla adecuada en el momento y el sitio adecuado. Las han ganado personajes a os que jamás creeríamos capaces de hacerlo. Lo difícil, lo importante, es administrar el poder o la falta de él que los ciudadanos ponen en manos de los elegidos.
Saber qué es poco y qué es mucho tras unas elecciones no es tan fácil. El mismo número de diputados es mucho o poco dependiendo de de dónde se venga o a dónde se pretende ir. Por eso, el mérito está más en administrar que en ganar y, por desgracia, abundan los que no saben hacerlo y se queman en la hoguera de su ansiedad.
Tras las elecciones que acabamos de celebrar en España, parece que la izquierda tiende a reagruparse y a recurrir al voto útil, mientras que la derecha, porque en este país lo que hay desde hace más de un siglo es sólo izquierda y derecha, lleva meses ocupada en digerir el audaz golpe de mano de Sánchez que llevó al descabalgamiento del aparentemente incombustible Rajoy, que, con su fea "espantá", ha dejado a la derecha sumida en un caos, en una lucha por hacerse con la hegemonía y con el favor de los sectores más conservadores de la sociedad.
El viaje va a ser, si no largo, sí complicado, porque a quienes han estado décadas en el poder les va a resultar difícil resignarse a no tenerlo. Si a esto añadimos la inconsistencia del líder del PP, que sigue siendo el principal partido de la derecha, entenderemos el desconcierto de quienes todavía no saben qué hacer con Vox, porque quieren conservar el poder, pero temen las consecuencias que tendría en el futuro el "compadreo" con la ultraderecha. 
A Ciudadanos, acostumbrado a caminar sobre el alambre, inclinándose a izquierda o derecha según le convenía, sosteniendo gobiernos del PP o del PSOE, mientras hacía gala de ese código anticorrupción que, como el estandarte de un conquistador, estaría imponiendo a quienes apoyó, le va a resultar muy difícil lidiar el toro de Vox, más por el coste que a largo plazo le va a ocasionar en votos, que por los escrúpulos de sus dirigentes ante el contacto, que, de momento, parecen ser bien pocos.
Unos y otros, a la izquierda y a la derecha, deben tener muy claro qué es lo que tienen, qué es lo que quieren y qué están dispuestos a arriesgar para conseguir sus objetivos. Lo debería pensar Rivera, por ejemplo, al frente de un partido que, desde que pudo ser decisivo, tras las últimas elecciones que ganó Rajoy, no ha hecho otra cosa que arrimar el ascua de sus escaños en el Congreso a la sardina del PP, la derecha económica e ideológica, abandonando ese centro que dice representar.
Así, Rivera no apoyó los intentos de Pedro Sánchez de formar gobierno entonces, ese gobierno que el desaparecido Rubalcaba, quién te ha visto y quién te vio, calificó de gobierno Frankenstein, y que, a la hora de apoyar la moción de censura contra Rajoy y su partido, condenado por corrupción, miro para otro lado.
Ahora, Rivera, encantado con la posibilidad de gobernar Madrid y otras comunidades de la mano del PP, repite la jugada y pone a los barones socialistas que necesitan sus votos para alcanzar o mantener el poder, que traiciones a su partido, cultivando su habilidad para "transfugarizar" la política, como queriendo repetir la jugada que le permitió llenar de renegados, socialistas o populares, sus listas, algo que parece más una excusa que una posibilidad.
En el otro lado, Pablo Iglesias sigue jugando al mus con "la chica" de sus votos a la baja y ya se sabe lo que se dice de ese juego, "jugador de chica, perdedor de mus". Todo ello, sin asumir en primera persona del singular el terrible fracaso al que ha llevado a su partido, dilapidando en apenas seis años el entusiasmo cosechado de las filas 15-M, llevando a Podemos de la gloria a la peor de las miserias. Iglesias debería ser consciente de que el poder y la política no son exactamente lo mismo. Debería saber que los ciudadanos el dan con sus votos el poder para conseguir lo mejor para la sociedad y que, casi siempre, lo mejor es lo menos malo, no siempre lo absoluto. Si el profesor de Políticas fuese la mitad de grande de lo que cree, ya habría dimitido, porque el resultado del domingo es la suma de todos sus errores. Así que ya está tardando en seguir el camino que acaba de emprender la cúpula de Podemos en Castila La Mancha, dimitiendo en pleno por su fracaso el 26-M.

lunes, 27 de mayo de 2019

Y LA CABRA DE LA LEGIÓN



Para empezar, reconozco que no estoy en mis mejores momentos. El optimismo que me inyectó, a eso de las ocho de la tarde, las primeras encuestas que uno no sabe muy bien para qué se hacen, quizá para ir dando cuerda a las largas noches electorales de las teles, el optimismo, digo, acabó esfumándose y dando paso a la tristeza de haber tocado la gloria con las manos, para perderla luego, por habernos dejado llevar por la euforia y el deseo demasiado prematuros.
Para mí, que voto desde Madrid, una vez perdido el ayuntamiento sin haber recuperado el gobierno de la comunidad, el único consuelo ha sido el de ver cómo se castigaba en las urnas la soberbia y el egoísmo de Pablo Iglesias que tiene demasiada prisa, tanta o más que Albert Rivera, por pisar la sala del Consejo de Ministros y que, por más que pretenda hacer ver lo contrario, sacrifica el destino de todos al suyo propio.
Yo, como muchos madrileños, di mi voto a Íñigo Errejón, Carmena ya lo tenía, para que la lista "Más Madrid", con él a la cabeza, quedase por encima de las candidaturas que, con más rencor que sentido común, presentó o animó a presentar Iglesias compitiendo con las de Errejón y Carmena. Me creí en la obligación de poner a Iglesias en su sitio, bajándole los humos, para que cayese en la cuenta, de una vez, de que no todo es manipulable y de que sus formas, las que le han permitido controlar con mano de hierro su partido, dejándolo al margen de esa sociedad a la que dice servir, porque no es lo mismo una asamblea de facultad, ni siquiera un Vistalegre, que todo un país, con sus parlamentos y sus ayuntamientos.
Estas son las horas en que sigue faltando la explicación del líder de Podemos, estrepitosamente mudo desde que se evidenció el desastre de sus apuestas. Se marchó por la puerta de atrás del lugar elegido para una celebración que, finalmente, terminó por no llegar y dudo que llegue en las próximas horas, salvo que apueste otra vez, por culpar, cada vez con menos credibilidad, a las bestias del infierno y a los santos del cielo de algo de los que él, ensoberbecido y ciego es el único responsable.
Frente al silencio de Iglesias, la euforia de Pablo Casado y sus candidatos que, perdiendo escaños y votos podrían conservar, siempre con el apoyo envenenado de Vox, podría colocar al triste de José Luis Rodríguez Almeida en el sillón de Manuela Carmena y a la inconsistente Isabel Díaz Ayuso al frente de la Comunidad, algo que parece inevitable, salvo que alguno de los partidos de la izquierda, sin posibilidad de sumar para que gobiernen Gabilondo o Carmena, acceda a abstenerse para dejar gobernar a los candidatos del PP sin depender de la hipoteca de Vox.
No sé vosotros, pero yo esperaba que los veintiún mil millones de euros que administra el gobierno autónomo de Madrid fueran a parar a una mejor sanidad, a una educación más igualitaria o a una cada vez más necesaria atención a la dependencia, pero lo de esta mañana, el relativo fracaso de Carmena y Errejón, sin acceso a las vallas, las banderolas y los debates, anuncia malos tiempos para los más desfavorecidos, que verán como se recortan los servicios y sus derechos, mientras saborean el amargo caramelo de una bajada de los impuestos, que no de sus impuestos, que compraron a los candidatos del PP o Vox, y comprueban una vez más que las promesas electorales, sobre todo algunas, son sólo eso.
Quien estará sin duda contenta será la altiva Cayetana Álvarez de Toledo, solitaria diputada del PP en el Parlament de Catalunya, que ya no tendrá que perdonar a Manuela Carmena el vanguardismo en la vestimenta en la Cabalgata de Reyes, porque si todo va tan mal como apunta, habrá terciopelos, habrá oropeles y pesados mantos y, si me apuráis, a falta de camellos, desfilará, patrocinada por Vox, la cabra de la Legión. Yo, en mi carta, pediré a esos reyes magos carcas que, en las próximas elecciones, se pueda elegir no sólo a los candidatos preferidos, sino, también, a los vecinos

viernes, 24 de mayo de 2019

TAMBIÉN TU VOTO ES NECESARIO



Por primera vez en mucho tiempo, los españoles, especialmente los madrileños, estamos a punto de tocar el cielo otra vez. El domingo hay que volver a votar. nunca, al menos que yo recuerde, se nos había convocado a las urnas en habíamos sido llamado a las urnas por dos veces en menos de un mes y tampoco nunca había tanto en juego: nada menos que un cambio de rumbo, de escenario, que, tal y como ocurrió con la primera victoria socialista en las urnas, apenas unos meses después del golpe de estado frustrado del 23-F, Europa se vuelve hacia nosotros y nos ve más como que como problema.
Lo cierto es que de vez en cuando, muy de vez en cuando, aparecen personajes capaces de sacudir, con intención o con audacia, los cimientos "inamovibles" de un país. Uno de esos personajes ha sido, está siendo, Pedro Sánchez, uno de esos personajes, con estrella o con tesón, capaces de pelear por lo suyo y por los suyos, dispuestos a cambiar las cosas, a limar callos y enderezar juanetes, para que su partido, del que fue desplazado con maniobras de dudosa limpieza, se levante para caminar como en aquellos años, ya va para cuarenta, en que era capaz de ilusionar a la gente.
Lo escribo hoy que se cumple un año de la histórica sentencia de la trama Gürtel, en la que el PP fue condenado como beneficiario de comisiones desviados mediante facturas falsas y pagos en especie después de un largo proceso en el que Mariano Rajoy hubo de sentarse en el banquillo, camuflado, pero banquillo, de los acusados. 
Tras la condena, que, por más que se empeñaron sus dirigentes y sus medios amigos, había dejado seriamente dañada la imagen del PP, Pedro Sánchez, por aquel entonces fuera del Congreso, que había dejado para no facilitar la investidura de Rajoy, dio instrucciones al grupo socialista del Congreso para presentar una moción de censura contra el presidente popular, en la que se presentaba como alternativa y que finalmente ganó, forzando la salida de Rajoy de la Moncloa, que también dejó la política activa, provocando a su vez la debacle en el PP que, desde entonces, corre de un lado a otro, como pollo sin cabeza, ajeno a su tradición relativamente centrista y privado de figuras con la experiencia y el peso necesario para mantener a salvo el liderazgo de la derecha española. 
Pero, con ser relevantes, estos acontecimientos no fueron exclusivos para llegar a donde hoy estamos. Tampoco hay que olvidar la revolución que supuso en EL PAÍS la llegada de Soledad Gallego Díaz a la dirección, después de años en que, bajo la supervisión de Juan Luis Cebrián, hoy apartado de la toma de decisiones, la mayoría de sus lectores había dejado de reconocerse en sus páginas. De todo aquello ha pasado un año, un año crucial en el que muchas cosas han cambiado, un año en el que, aun tímidamente, pero en un goteo constante, muchas cosas han cambiado. Un año en el que, en Andalucía, quedo demostrado que la presidencia no es un trono que se hereda, sino que se cana día adía y en cada elección, un año en el que vimos las orejas al lobo de la extrema derecha, burdamente organizada alrededor de cuatro señoritos montaraces en Vox, un año en el que la derecha rota y recosida con el pestilente y podrido hilo de Vox, ha acabado por tirarse los trastos a la cabeza, coincidiendo sólo en su odio a la igualdad y las libertades.
Mucho ha cambiado este país en un año, pero no hay que confiarse. Nada hay seguro. Todo puede venirse abajo si no cumplimos con nuestro compromiso y nuestra obligación de ejercer nuestro sacrosanto derecho al voto. Todos los votos son necesarios en cada una de las urnas, para defender lo que aún conservamos del estado de bienestar que el PP de Esperanza, Aguirre, Camps, Rita Barberá y Blasco, han querido desmantelar, especialmente en Madrid y Valencia. Cada voto es necesario, para que se reabran las camas cerradas en los hospitales, para que ocurra otro tanto con las aulas de los colegios de nuestros hijos y nietos, para que trabajar en la Sanidad o en la Enseñanza no deje de ser un suplicio t vuelva a ser algo ilusionante. Hay que votar para que los midas de las inmobiliarias no conviertan nuestras ciudades con sus barrios y sus casas convertidas en lingotes de oro tan brillantes como muertos. Hay que votar para que el bolsillo deje de ser lo único que rige nuestras vidas. Hay que votar el domingo y no hay que olvidar nunca que todos los votos, también y especialmente el tuyo, son necesarios.

jueves, 23 de mayo de 2019

UNA TILA PARA RIVERA


Que Albert Rivera está de los nervios es evidente, el por qué lo está es otra cosa. No sé bien por qué, quizá porque en el tiempo en que emergió para la política nacional, cuando dejó de ser algo más que el "tío bueno" que posó en un casto desnudo para llamar la atención sobre Ciutadans, ese partido que surgió de la plataforma Ciutadans de Catalunya para constituirse en  un ariete antinacionalista en un territorio en el que el repudiado PP era prácticamente la única representación de esas características que operaba en Cataluña, quizá porque me tocó sufrir en esa época a todos esos jóvenes ejecutivos que ponían cara a los habitantes del "lado oscuro", arruinando vidas y carreras sin contemplaciones y porque el "hiperdinámico" Albert Rivera, se parecía demasiado a ellos, contratados como ejecutores de fríos objetivos prefijados, quizá porque siempre me pareció poco más que la sofisticada marioneta de un grupo financiero dispuesto a hacerse con el consejo de administración de España, quizá porque, poco a poco, la presión de su encargo acabó por aflorar en gestos y actitudes, aislándole para pasar a ser un personaje oscuro, otro, que sólo aparece en momentos escogidos y es entonces cuando, con los medios de testigos, lo da todo, que casi siempre es demasiado.
Por todo eso no me gusta, tampoco su estrategia basada en provocar escraches aquí y allá, escraches innecesarios, con los que busca para los telediarios la notoriedad que da el martirio en Alsasua, en los feudos soberanistas de Girona o en Lavapiés o en Waterloo, haciendo campaña o dando mítines allá donde ni en el mejor de sus sueños podría ganar votos. Hoy, mientras escribo esto, pretende pasearse por Miravalles, la localidad vizcaína que vio nacer a Josu Ternera va para sesenta y nueve años, un municipio de unos cuatro mil habitantes, en el que Ciudadanos obtuvo apenas una treintena de votos y que en estas municipales no tiene candidatura del partido de Rivera.
Díganme, decidme, si este paseo entre previsibles insultos y la posterior rueda de prensa convocada para amortizar el riesgo siempre controlado que va a correr, persigue otra cosa que unos minutos de telediario, en un momento en el que parece que la espuma del triunfo no sube en su copa, otra de sus malas artes, para conseguir de las pasiones de los electores lo que la razón no le puede dar. Quizá por eso combina estas burdas provocaciones ¡cuánto daría por una descalabradura vistosa, pero sin riesgo vital que llevar a las portadas! Tal y como somos los españoles, le votaríamos, una mitad por lástima y la otra mitad por los huevos que ha tenido.
Mejor que no suceda nada, porque el resultado en las urnas no sería bueno, porque no son buenos ni la ira ni la lástima a la hora de votar, porque no es bueno ver a los candidatos en una cama de hospital como vivos a Bolsonaro, ni con niños o perritos en brazos. Deberíamos votarles, si les votamos, por su honradez y por lo que puedan y quieran hacer por todos los ciudadanos. No deberíamos dejarnos llevar por las prisas de Rivera, demasiado agobiado porque, como al príncipe Carlos de Inglaterra, se le va a pasar el arroz y se le va a pasar en la oposición,
Debería calmarse y no pretender la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. La vida no da para tanto. Debería calmarse y no agobiarse porque Vox, que tanto le debe, le robe, con su ruidoso numerito, el numerito que él tenía previsto montar y que ni siquiera funcionó a medias, Debería relajarse y no forzar el gesto para lanzar su mirada de odio a los diputados presos que, de momento, lo eran y siguen siéndolo. Algunos gestos dejan huella y acentúan las arrugas. Creo que quienes aconsejan y asisten a Rivera harían bien en alejar de él bebidas excitantes, nada de café, té o cualquier otra substancia y ofrecerle una tila que le relajase, para tranquilidad suya y, de paso, nuestra.

miércoles, 22 de mayo de 2019

NINGUNO SOMOS EL PUEBLO



El de ayer fue un día importante para la democracia española, más de lo que pensamos y no por lo que nos dicen que tenemos que pensar. No sin esfuerzo, a través de la televisión me asomé al pleno en el que los nuevos diputados acataron la Constitución y, por tanto, por lo que fuese y fuese la que fuese la fórmula empleada, se comprometieron con la ley de leyes que, achacosa y artrítica ya, aún regula nuestra convivencia.
Decía que lo seguí con esfuerzo y fue así porque me hubiese gustado hacerlo sin las explicaciones ni los subrayados que se añadían desde las televisiones, sobre todo desde una, que condicionaban si no distorsionaban lo que estábamos viendo. Esa, que es la gran desgracia de nuestro tiempo, ese mirar la realidad a través de los ojos prestados de otros, ojos que cierran el plano sobre lo que a ellos y sólo a ellos les interesa, privándonos de una visión serena y general de lo que pasa.
Si por ellos fuese, de la sesión de ayer, en la que, después de muchos años, alguien que no es del PP preside el Congreso y la primera vez en que esa presidencia es ocupada por un catalán, en este caso una catalana, en un momento en el que abrirse a la sociedad catalana, crispada, dividida y doliente, es fundamental, lo único que quedaría serían los pataleos de algunas de sus señorías y el juego de sillas musicales en que los diputados de Vox convirtieron su llegada al salón de plenos, para desplegar en las primeras filas la "orquesta" con la que abuchear lo que ya desde la calle y desde hace días sabían que no les iba a gustar.
Estaban ellos, la orquestina desafinada de los chicos de Vox, y el solista desesperado Albert Rivera, que, como vaca sin cencerro, va gritando a quien le quiera oír su condición de jefe de la oposición que, por esta vez y salvo quiera ejercerla como "okupa" corresponde a Pablo Casado, quien a pesar de su batacazo electoral consiguió mantener el honor de ser la segunda fuerza más votada el 28 de abril.
Volvió a perderle el ansia y así, sin esperar a ser formalmente diputado, sin haber acatado, como exige el reglamento, la Constitución, tomo la palabra para tratar de imponer a la ya presidenta Batet su presunta obligación de poner fin al juramento que los independentistas, conscientes de que no iban a tener otra oportunidad, "adornaron" la fórmula con sus reivindicaciones, cuando con un sí o un no bastaba. 
De lo visto ayer, sólo salvaría las palabras de Batet, criticada de antemano por PP, Ciudadanos y no digamos Vox, que supo resumir en apenas una frase el quiebro que quiere hacer a mentirosa verdad de que la Constitución es sólo patrimonio de algunos. "Todos venimos del pueblo, dijo, pero ninguno somos el pueblo". Ya hora de que alguien tuviese el coraje de decírselo a quienes, sin haber dado el Sí a la Constitución, porque no estaban entonces o porque no creían en ella, traten de imponer su versión almidonada y rancia de una carta magna que ha envejecido mal en la vitrina.
Por eso agradecí, en medio de esa bronca que dejó casi sin habla al aguerrido Pablo Casado, el temple y las palabras de esa mujer joven, estrecha colaboradora de Miquel Iceta y Pedro Sánchez, que firme y nada agresiva nos recordó en dos frases que ni la patria ni la ley son exclusivas de nadie, porque, no quiero olvidarlo y me gustará repetirlo, "todos venimos del pueblo, pero ninguno somos el pueblo".

martes, 21 de mayo de 2019

MENSAJES SIMPLES PARA GENTE SIMPLE



Con el segundo café de la mañana me siento ante el teclado, con la radio conectada, como siempre, y me entero de que los diputados de Vox han escogido para sentarse en su primer pleno del Congreso, hoy que la ubicación es libre, hacerlo justo detrás de los escaños destinados al gobierno y no me resisto a pensar que lo han hecho para arrancar la foto, probablemente la de portada en la prensa de mañana, posando, ellos que son cazadores, junto al trofeo que creen haber conquistado. Lo pienso y pienso al mismo tiempo que el gesto no deja de ser una simpleza, una chiquillada para contar a los nietos cuando los tengan o en cualquier momento delante de unas cañas de cerveza.
Sé de sobra que no es sólo eso, sé que es un mensaje para los suyos, un "ya estamos más cerca", una especie de provocación, de reto, parecido al que los turistas gamberros se hacen junto a los centinelas, hieráticos por obligación, tratando de quebrar su serenidad forzada, para, a continuación, "colgar" su trofeo en cualquiera de las redes. No deja de ser una simpleza que, con un simple gesto, el saludo del presidente y algunos de sus ministros a los diputados, quedó desactivada
Han sido de los primeros en entrar esta mañana al salón de plenos, hoy que como en los viejos cines de barrio, la sesión no es numerada, por eso, el primero que llega se sienta y se sienta allá donde le place y puede. Dicen que su intención era la de colocarse tras el gobierno, pero a la derecha, como queriendo dejar claro lo que quieren ser: la vanguardia de la derecha, pero se han encontrado que los diputados y diputadas del PP habían dejado bolsos y pañuelos en los escaños, como se dejan cestas y carritos en la cola del súper, marcando el territorio mientras los propietarios del mojón se ocupan de otras cosas.
La composición de la cámara va a ser esta legislatura cuando menos pintoresca. Habrá y se ha dicho hasta la saciedad, algún torero, dos o tres generales, familiares de víctimas, una de ellas, María del Mar Blanco, repescada, al menos una marquesa y un diputado que quiso ser duque, privando a su sobrina de sus derechos constitucionales. Habrá representantes de las minorías y "famosos" de todo tipo, aunque a otros famosos que adornaban las listas, los electores se encargaron de echarlos atrás en la criba de las listas.
Y, por haber, habrá presos, políticos presos, colocados en las listas de los partidos independentistas catalanes con el doble cometido de subrayar su estado si no injusto, cuando menos riguroso y, para las instituciones, más que incómodo, al tiempo que servían de reclamo y de bandera que acabaría por tapar cualquier consideración programática. Su presencia, en principio fugaz, va a propiciar otra de las fotos del día, cuando han llegado a los asientos que sus compañeros les habían reservado.
Pero hoy, en una jornada tan particular, ha habido otras fotos, otros mensajes. Sin ir más lejos el de la mesa de edad que, en la primera legislatura, llevó a Pasionaria a presidir el Congreso, justo por encima de la tribuna desde a que lanzó los discursos que la hicieron un sitio en la Historia, una guerra y una dictadura mediantes, y que hoy ha ocupado un médico jubilado de barba valleinclanesca, blanca e impoluta, elegido en las listas del PSOE. También, la imagen de la joven diputada de Esquerra, que, una estelada en su camiseta mientras llamaba a acatar la Constitución a cada uno de los flamantes diputados.
Todas y cada una de esas imágenes que nos está dando el pleno de hoy, incluidas las de Santiago Abascal, primero en jurar, o las de los diputados socialistas luciendo camisetas y pines con Gaysper, el fantasma arco iris que perseguía Vox en sus carteles, en el fondo, constituyen mensajes, mensajes simples, para gente simple. Sin embargo lo que en realidad importa e importará es lo que queda por venir, las leyes y decisiones que aprueben estas cortes que acaban de constituirse.

lunes, 20 de mayo de 2019

MALAS ARTES Y UNA METÁFORA



Estamos entrando en el final de la campaña electoral más larga de nuestra historia. Una campaña que, cabalgando de elección en elección, generales, autonómicas, europeas, generales repetidas, gallegas, vascas, catalanas y andaluza, otra vez generales y otra vez europeas, municipales y autonómicas, ha durado más de cinco años. Una campaña. este sube y baja electoral que ha vaciado de recursos a los partidos y de ideas a sus líderes e ideólogos.
Han sido cinco años a lo largo de los cuales han desaparecido partidos, han surgido otros, ha habido escisiones, alianzas, desmoronamientos de partidos que parecían eternamente sólidos y, cómo no, el travestismo ideológico de uno de ellos que, presumiendo de ser el centro, asomaron por la izquierda, tímida e interesada, eso sí, para, después de apuntalar gobiernos de izquierdas y de derechas, aceptar el plato envenenado de lentejas que le ofrecieron el PP y Vox, convirtiéndose en otro partido, uno de la derecha más montaraz, ansioso por tocar poder a costa de lo que sea, verdad y decencia incluidas.
Parece cada vez más claro que ese partido Ciudadanos, ha tocado techo y que lo sabe. Parece que no ha sido capaz de espigar los votos que ha ido perdiendo el PP a causa de esa bomba de tiempo que no quisieron creer que tenían bajo sus pies, la corrupción, que llevó al desalojo de Mariano Rajoy del gobierno, primero, y a su dimisión en el PP, después. Y no lo ha hecho, porque, mientras recoge los restos del naufragio popular, descuida los verdaderos votos centristas, los que le habían hecho crecer, que, en las últimas elecciones, fueron a la abstención, al PSOE o a partidos de derechas, nacionalistas incluso, menos montaraces que el discurso que últimamente exhibe.
Ante este "gripado" de sus expectativas electorales, los ideólogos de Ciudadanos se han echado al monte para chapotear en el más sucio de los barros electorales, insultando y mintiendo cuando creen que les beneficia y explotando las piezas de su arsenal que mejor resultado le han dado, aunque sólo sea en los telediarios y poco en las urnas. Por eso, Albert Rivera e Ignacio Aguado, con pelo ocupa en sus cabezas ambos, llamaron y siguen llamando "presidente ocupa" a Pedro Sánchez, incluso después de su victoria electoral, y "alcaldesa ocupa" a Manuela Carmena, a la que, después de cuatro años en el cargo difícilmente podrán relevar.
Insultan y mienten, porque decir verdades a medias es mentir y decir que Gabilondo vota no a las propuestas de ciudadano para extender la educación de cero a tres años o a la reducción de listas de espera es mentir, porque lo que hace es votar no a las propuestas de Ciudadanos que quieren hacerlo invirtiendo el dinero público que no llega a hospitales, centros de salud y escuelas, en las empresas privadas y las órdenes religiosas que hasta ahora se han quedado con la mejor porción del pastel.
Malas artes son también esas prácticas estériles y victimistas que tanto ha cultivado Ciudadanos en Cataluña o fuera de ella, en el Parlament de Catalunya, donde Arrmadas no ha hecho nada, más que sacar papelitos o banderas con su voz lastimera, o montando "mítines provocación" en Cataluña, en Waterloo, en Alsasua o, como ayer, en Lavapiés, con el único fin de azuzar en territorios que saben de antemano hostiles, para conseguir minutos de gloria en los telediarios.
A la vista de lo bien que les salió el escrache, tan innecesario como exagerado en las televisiones a la embarazada y por fin de nuevo madre Begoña Villacís, Ignacio Aguado, candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid, provoco el suyo el sábado en la plaza de Lavapiés.
Vaya por delante que no fue agradable lo de la pradera de San Isidro, pero también que no hubo agresión ni intento de tal, salvo los gritos y que el verdadero peligro fue ese en el que se puso una embarazada de nueve meses al pasear bajo el sol a cuarenta grados de temperatura en medio de una marea de gente, una verdadera temeridad que ningún obstetra recomendaría a sus pacientes. Pero, volviendo a Aguado y Lavapiés, cualquiera sabe que esa plaza es territorio hostil y que el problema de ese barrio no son los emigrantes, regulares o no, que, desde hace décadas, de aquí y de allá, viven en él, sino el capital extranjero de los fondos buitre que está desalojando a los "vecinos de toda la vida" y a los comercios de siempre, para cambiarlos por hordas de turistas de terraza o despedidas de solteros, provocando desahucios, a veces dramáticos, con niños y embarazadas de por medio, a sólo unos metros de donde Ignacio Aguado sólo veía delincuentes y manteros. Son las malas artes, que afloran cuando faltan los argumentos y, la verdad, no estuvo mal que los también vecinos de Lavapiés recibieran al intruso con rollos de papel de registradora. Toda una metáfora.

viernes, 17 de mayo de 2019

INDEPENDENTISMO ¡¡UY UY UY!!


Me gustan las cosas sencillas, los chistes también, y uno de los chistes con os que más me he reído en mi vida, sencillo y breve, es el del pájaro "uy uy uy", un ave exótica e imaginaria que recibe ese nombre tan peculiar de su, más que canto, grito, cada vez que quiere posarse en el suelo, porque el pobre "uy uy uy" tiene los genitales, cojones en el chiste, muy grandes y las patas demasiado cortas, con lo que, cada vez que intenta tomar tierra, cierra los ojos, encoje lo que puede sus testículos y emite su peculiar grito. Sin embargo, lo que hace siempre que puede es mantenerse en vuelo para no tener que arrastrar su virilidad por los suelos.
Ahora que ya está resuelta la crisis desatada por nuestros particulares pájaros uy uy uy, Esquerra y Junts ya no sé qué, porque, en cada convocatoria, como Podemos, se han presentado con un nombre distinto que en realidad debería ser "Junts per Puigdemont", ahora que el presidente Sánchez, ante la intransigencia del soberanismo, ha doblado la ración, preponiendo a Manuel Cruz, senador y filósofo de prestigio, independiente en las listas del PSC para sustituir al, más que vetado, repudiado Miquel Iceta, para la frustrada presidencia del Senado, y a Meritxell Batet. ministra de Política territorial y Administración Pública en funciones, para presidir el Congreso.
Se trata de doblar la apuesta, dos catalanes por uno, en una jugada que sin duda habrá pillado con el pie cambiado a los coreógrafos de es "circo del sol", vistoso pero aburrido, en que los soberanistas han convertido la política catalana y quién sabe si también la vida y la convivencia de los catalanes. Como dijo en su día la genial Isabel Coixet, no sé qué les han puesto en el agua. No sé cuánto puede durar este "juego del ratón y el gato" en el que muchos catalanes, cada vez más, participan de manera involuntaria, atrapados en un bucle infernal, en el que, cuando se descubre una salida, siempre hay alguien dispuesto a tapiarla.
El veto a Iceta ha sido vergonzoso, no sólo porque, de un plumazo, impide a los socialistas elegir a su representante territorial en el Senado, sino porque esos graves escrúpulos a los que aluden para vetar su llegada a Madrid casan muy mal en el partido heredero de la Convergencia de Jordi Pujol, capaz de proponer y forzar la elección como vocal del Consejo General del Poder Judicial del juez Pascual Estivill, en entredicho por las sospechas de chantaje a todo aquel con dinero que caía en su juzgado y que, finalmente, acabó en la cárcel, mancillando al Consejo y, especialmente, a quien le propuso.
Por todo ello, lo de Esquerra y Junts. esa actitud propia del suicida de atacar a quien podría ofrecerle una solución, ese miedo a aterrizar, a poner pie en la realidad, me recuerda al pobre pájaro uy uy uy, con los cojones demasiado grandes y las patas demasiado cortas para atreverse a pisar el suelo, condenado a volar eternamente, alejado de esa realidad que no se atreve a posar.

martes, 14 de mayo de 2019

¿OTRA VEZ EL "TRIFACHITO"?


Después de haberse pasado años disimulando, apuntalando mayorías aquí y allá, apoyando gobiernos del PP y del PSOE, el partido que se creó en torno a Albert Rivera buscando recoger sensibilidades, a mi juicio demasiado sensibles, en torno a una presunta "opresión" catalanista a quienes en Cataluña no se identificaban con el catalanismo que veían extremo, se está quitando la máscara centrista que  ya no cree necesitar, si no tratando de reeditar el pacto que expulsó a Susana Díaz de la presidencia de Andalucía y dio a Vox en el marchamo de lo aceptablemente democrático, sí cavando fosos a la izquierda, al tiempo que no parece descartar el apoyo de la formación ultraderechista para conquistar gobiernos que sólo serían posibles con su ayuda.  
Ciudadanos padece la misma enfermedad que su líder, Albert Rivera, y esa enfermedad es la de una ansiedad desmedida, ansiedad, no confundir con la ambición, que, en su justa medida, resulta más que imprescindible en política, una ansiedad que le lleva a quemar etapas y a perder las formas y los principios también, cuando se cree en la proximidad del poder, a punto de llegar a la meta y hacerse con algún gobierno como trofeo.
Le pasó en Andalucía, donde, digan lo que digan, se están doblegando a las exigencias de los ultras, por ejemplo, entregando, a Vox datos sobre los trabajadores encargados de la atención a las mujeres maltratadas, datos que, sin revelar identidades, porque otra cosa sería delito, han servido para que el partido de Abascal reafirme falsamente sus mensajes contra las mujeres y todo aquel que trabaja para su igualdad y su seguridad.
En esta campaña, especialmente en Madrid, con el gobierno de la comunidad y el ayuntamiento de la capital como trofeos a la vista, Ciudadanos se está desatando y, a la vista de las últimas encuestas, ha sacado ya del arsenal el arma más eficaz de la derecha, la de la bajada de los impuestos, dirigida a la línea de flotación de la ideología, la fluctuante línea que separa a la izquierda de la derecha, el centro, como deberíais saber, no existe, una línea que no es otra que el egoísmo, capaz de cegar al más solidario del ciudadano, deslumbrándole con la visión de unos pocos euros más en su cartera.
Es un truco tan viejo como el de los trileros. Es más, es el mismo truco y no siempre funciona.
Por eso y por esa ansiedad de que os hablo, Ciudadanos, que ya no quiere ser la muleta e que se apoye un gobierno socialista y que se cree con fuerzas para superar al fracasado PP y encabezar un gobierno de la derecha, está minando su flanco izquierdo, para tratar de convencer a sus posibles votantes de que su confianza en ellos, si es que finalmente se la dan, no va a servir para que Ángel Gabilondo se haga con el gobierno de Madrid después de décadas en manos de la derecha. Ignacio Aguado con más claridad y Begoña Villacís con ambigüedad y a regañadientes, anuncian un veto a los socialistas, una garantía para sus votantes venidos de la derecha que creo que hay que leer en todas sus consecuencias, entre las que está, no puede ser de otro modo, la de tener, tanto en la comunidad como en el Ayuntamiento de Madrid, a los ultraderechistas de Vox, clasistas, racistas, intolerantes, antifeministas y autoritarios, como socios imprescindibles para sus gobiernos. Por eso creo imprescindible recordar una y otra vez que votar a Ciudadanos, especialmente para el gobierno de la Comunidad, equivale a votar a Vox con todas sus consecuencias. Puede que a estas alturas se nos haya olvidado ya lo que ocurrió en Andalucía y el arrepentimiento por aquella carambola siniestra demostrado en las generales por el electorado andaluz. Hay que tenerlo claro, votar a cualquiera de las derechas es votar a un gobierno de todas ellas, a un "trifachito", en el que también estaría, imponiendo sus exigencias, Vox.

lunes, 13 de mayo de 2019

LOS "ACIERTOS" DE CASADO


Dicen que no hay peor ciego que e que no quiere ver y parece que el todavía presidente del PP, Pablo Casado, se ha empeñado en ser el campeón de la ceguera, cuando, como este fin de semana, parece empañarse en tropezar una y mil veces, revolcándose en el error, sin dar su brazo a torcer, algo que, lo entiendo, protegido desde siempre por personajes como Aznar o Esperanza Aguirre, lo ha conseguido todo y lo ha conseguido sin esfuerzo. Cómo, si no, se explica que se haya atrevido a insistir en una entrevista en que la campaña electoral que ha costado a su partido más de la mitad de los escaños que tenía.
Seguro que, aunque llore en privado sus errores, no los va a reconocer en público y, menos, en plena campaña, a las puertas de unas elecciones en las que se juega mantener en lo posible los gobiernos que, "solos o en compañía de otros" conservan en autonomías y municipios y que, no hay que olvidar, garantiza centenares si no miles de "puestos de trabajo", salarios y subvenciones para sus compañeros de partido o, incluso, para el mismo partido. 
No reconocerá lo errado de ese viraje a la extrema derecha -en la derecha, el PP ha estado siempre- ni admitirá el desconcierto en sus propios votantes, sorprendidos de escuchar de labios de los que creían la derecha "civilizada" consignas que, hasta entonces y salvo excepciones, sólo se oían en los mítines de Vox y sus satélites y se leían en panfletos cargados de odio. No lo reconocerá, entre otras cosas, porque, en ese viaje, ha tenido como compañero a un Ciudadanos enloquecido, ansioso por superar en escaños al partido al que, ahora, espera sustituir al frente de la oposición al más que probable gobierno de Sánchez.  
Uno y otro partido, PP y Ciudadanos, se asustaron con lo ocurrido en Andalucía, olvidando que lo ocurrido sólo fue consecuencia del cansancio y la abstención de la izquierda y que el "amenazante" poder de Vox en Andalucía sólo ha sido posible gracias a que ellos mismos, PP y Ciudadanos, se lo han concedido a cambio de su abstención para desalojar a Susana Díaz y su PSOE del palacio de San Telmo. 
A mi modo de ver, Casado y Rivera se emborracharon con un éxito pequeño y perfectamente reversible que ambos necesitaban desesperadamente y que invitó "al baile" a un partido que muy probablemente jamás repetirá esos resultados tan anómalos. Pero Casado se estrenaba como presidente en esas elecciones y necesitaba volver con un trofeo a la calle Génova y creyó que conseguir el gobierno para Bonilla, a costa de lo que fuese, bastaría, sin darse cuentas que Vox, con sus exigencias, estaba parasitando su ideario y que, además de asustar a los votantes de PP y Ciudadanos, habían despertado a la izquierda dormida, que, ya en las generales del pasado día 28, despertó, dando el triunfo, también en Andalucía, a la izquierda.
Sin embargo y siendo gravísimos, letales diría yo, estos errores de estrategia por parte del más que bisoño líder del PP, lo son aún más los cometidos en todos y cada uno de sus nombramientos, mal aconsejado, probablemente por Aznar y Aguirre, personajes llenos de resentimiento hacia Rajoy que, por si fuera poco, hace años que viven una realidad paralela, mientras aflora en los tribunales y en la prensa la verdadera naturaleza de todos esos años llenos de corrupción y despotismo.
¿Se puede juzgar de otra manera una época plagada de gobierno cargada de irregularidades, en la que la principal función del Partido Popular era la de ganar elecciones para administrar obras y servicios en favor de quien le recompensara con óbolos que le permitiesen seguir ganando elecciones, para seguir ganando elecciones, para seguir administrando... así, hasta que le estalló la Gürtel en las manos y los ciudadanos, cansados de recortes e injusticias, dejaron de creerles?
El nombramiento, para cargos y candidaturas de personajes como Teodoro García en la secretaría, de Alfredo Prada, imputado por corrupción, al frente de la lucha contra la corrupción en el PP o todos esos candidatos bisoños e impresentables, en lugar de otros perfectamente experimentados, como los inefables Adolfo Suárez para el Congreso o Isabel Díaz Ayuso, chica para todo, para la Comunidad de Madrid, en lugar de un Ángel Garrido, con experiencia en la Comunidad que ha presidido y curtido en "comerse los marrones de Cristina Cifuentes, por poner sólo unos ejemplos da idea de la borrachera de poder o la inutilidad de un líder a medio cocer que difícilmente sobrevivirá a las consecuencias de las elecciones del próximo día 26.

viernes, 10 de mayo de 2019

HAY QUE VOTAR



Fui demócrata mucho antes de poder votar y mis primeras elecciones, las generales de 1977, para las cortes constituyentes, me pillaron ya con 22 años cumplidos y, desde entonces, nunca he dejado de votar. Aquellas elecciones eran más "de la gente", las paredes y las calles hablaban a través de esos carteles que pegaban los militantes, unos encima de otros, a través de esa siembra de octavillas, de esos coches, la mayoría particulares, que, con su atronadora megafonía, recorrían los barrios a todas horas, sembrando las calles de octavillas y programas, hasta el punto de cegar más de una alcantarilla y haciendo difícil caminar arrastrando los pies entre tanto papel.  
Fue hace más de cuarenta años, eran otros tiempos y las elecciones, como la vida, se vivían, como la misma vida, en las calles. Hoy es distinto. Hoy, la mano "de obra" ya no es voluntaria o apenas es ya voluntaria. Todo ese encarga a "sesudos" publicistas que diseñan carteles en los que los rostros de los candidatos tapan con sus sonrisas sus mensajes y sus programas. Rostros todos iguales, retocados, sin arrugas, planos e increíbles, rostros casi irreconocibles que pegan en vallas previamente reservadas o en farolas asignadas a cada partido, carteles y banderolas que ya no pega la militancia sino empleados de empresas contratadas para ello que demasiado a menudo se ven obligados, como Siniestro Total, a "trabajar para el enemigo".
La primera alegría electoral me la llevé en 1979, no sólo porque aquellas elecciones, municipales, las ganó Tierno Galván, aquel alcalde cínico y rijoso, el de la "movida", que tantas alegrías nos dio a los madrileños, también porque pude votar a mi hermano Miguel, que a punto estuvo de ser concejal en la lista del Partido Comunista y que lo hubiera sido, de no haber fallecido año y medio después en un absurdo accidente ferroviario.
Aquel año, el 79, en que aún no habían nacido muchos de los candidatos que hoy compiten, acabé de convencerme de que votar servía para algo, porque la ciudad y los barrios, con sus más y sus menos, claro, iban cambiando, pese a las tormentas que no dejaban de amenazar a nuestra "joven", entonces sí, democracia. El cambio y las ganas de vivir y progresar de los españoles crecían día a día, tanto que sólo un golpe de estado podría pararlos, y no pudo, porque del horror que pudo haber sido aquel 23-F, nació, no el miedo, sino la firme voluntad de seguir cambiando, culminada con la victoria de un joven Felipe González, quién te ha visto y quién te ve, que, como dijo su por aquel entonces amigo Alfonso Guerra, iba a dejar a  España que no la conocería "ni la madre que la pario".
Ha llovido mucho desde entonces y estos años de democracia han dado, bueno y malo, para mucho. Los hay que se han aprovechado de ella y los hay que gracias a ella han sacado provecho a sus vidas, hemos visto de todo y hemos estado al borde del abismo muchas veces. Con nuestros votos la sanidad fue para todos, con nuestros votos se extendió el estado de bienestar y con nuestros votos acabaremos recuperándolo. Con nuestros votos salimos de una guerra en la que nos metió quien no los merecía y con nuestros votos, todos juntos, acabaremos con esa brecha cruel, con ese muro, que han levantado algunos, hoy felizmente fracasados, entre quienes sólo quieren privilegios y quienes sólo demandan sus derechos.
Las elecciones cambian las cosas, para bien o para mal, pero las cambian. No son una obligación, son apenas un pequeño esfuerzo que se nos pide cada cuatro años, a veces más a menudo, para elegir a quienes administraran nuestras necesidades y nuestras ilusiones. Dejar de ir a votar es fácil. Podemos decir eso de que "un grano no hace granero" y quedarnos en casa, pero debemos pensar que hay que votar por nosotros y por quienes no lo hacen. El que no vota, querámoslo o no, acaba votando al que gana y no siempre nos gusta el que gana y arrepentirse luego es tarde. 
Nos jugamos mucho en estas elecciones. Nos jugamos asentar lo que conseguimos hace unos días, nos jugamos convertir la ansiedad de algunos en resignación. Nos jugamos devolver a otros al lugar del que no deberían haber salido nunca. Nos jugamos la calma para los próximos cuatro años, Y eso es mucho, tanto que sería imperdonable quedarse en casa, para, luego, arrepentirse. Por eso, con más o menos ganas, sea lo que sea, hay que votar, también en las municipales... y en las europeas.

jueves, 9 de mayo de 2019

A BAILAR


Ayer, en medio de la resaca, después de la ronda de encuentros de Pedro Sánchez con los líderes de los tres grandes partidos de la oposición, nos sorprendimos con el anuncio de que el presidente aún en funciones quiere al primer secretario del PSC, Miquel Iceta, presidiendo el Senado, y, desde que se conoció la noticia, un terremoto ha recorrido tertulias y partidos, desatados en la tarea de evaluar, para bien y para mal, la personalidad del socialista catalán y las posibilidades que tiene Sánchez de convertir en realidad sus deseos.
Estaba claro que iba a ser así, porque si hay alguien que no deja indiferentes a los distintos actores de la política española, amigos y enemigos, ese es el simpático y sincero Miquel Iceta, un hombre que, desde la siempre incómoda posición, más en Cataluña, de la defensa del diálogo como única vía de solución para el enconado conflicto que allí se vive, ha conseguido reflotar a su partido, el PSC, en medio de las aguas revueltas, en medio de las tormentas que soplan de uno y otro lado.
Cuando otros se empeñan en ponen o quitar lazos amarillos, Iceta prefiere prender de su solapa una palabra que parece ya olvidada en Cataluña, una palabra que parece haber perdido el sentido, pero que, en medio de una guerra en la que nadie parece querer hacer prisioneros, parece cobrar todo su sentido, logrando que quienes queremos a Cataluña y los catalanes no perdamos la esperanza de que las aguas vuelvan a su cauce y caiga el muro de mentiras y afrentas que desde uno y otro lado del Ebro tantos se han afanado en levantar.
Iceta no es senador y tendría que ser el Parlament de Cataluña quien aceptase sustituir al ex president Montilla, ese que tan poco gustaba a Marta Ferrusola, por Iceta en el cupo de senadores designados por la cámara catalana. Se trata de una jugada perfectamente posible que, sin embargo, precisa de la "buena voluntad" de los grupos en el Parlament de Catalunya, primero, y de, una vez que haya sido designado Iceta senador, tras la renuncia ya aceptada del hoy senador Montilla, consiga los votos precios para hacerse con la presidencia en el Senado.
Dicen que, con la propuesta de poner a Iceta en la presidencia del Senado, la cuarta autoridad en el protocolo del Estado, lo que pretende Sánchez es dejar clara si intención de no ceder a las presiones de las tres derechas para sacar del cajón el denostado y tremendista artículo 155, que, a cambio de su apoyo, ya consiguió moderar en su anterior aplicación por Rajoy, convirtiendo al político catalán en una especie de recordatorio, de amuleto o espantapájaros si se quiere, contra los peores deseos del intransigente nacionalismo español.
Y no sólo eso, Iceta, personaje mediático donde los haya devolvería el interés de los medios sobre el Senado, cámara aburrida como ninguna gracias a quienes la han presidido, especialmente en la última legislatura, porque el popular Pío García Escudero, más allá de su aparición en el sumario de la trama Gürtel, no es, ni mucho menos, la alegría de la huerta ni el personaje capaz de tomar iniciativas para revitalizarla.
Nos hemos quedado con la imagen de ese Miquel Iceta bailón o del que imploró a Pedro Sánchez que le librase de Rajoy y ahora implora a "Mariano" que vuelva para librarle del "fracasado". Pero Iceta es también el político honesto que pidió a los votantes que le librasen de la derecha, porque no quiere volver al armario del que hace ya tiempo salió, porque fue de los primeros en hacerlo. Creo que Iceta es mucho más que su fácil caricatura y estoy seguro de que, por difícil que parezca, pondrá a bailar al Senado y lo que es aún mejor, tenderá los hilos sobre los que tejer la perdida concordia en Cataluña.

miércoles, 8 de mayo de 2019

EL PODIUM


No sé de quien fue la idea, si del propio Pedro Sánchez o de su ya legendario asesor, Iván Redondo, pero lo cierto es que la decisión de llamar, no se sabía bien para qué, a tres de los cuatro partidos que siguen al PSOE en número de escaños en el Congreso ha dado, si no el resultado previsto, sí el mejor de los posibles, porque ellos solos, se han subido al cajón que les corresponde para hacerse una foto, la foto, en la que el más favorecido es, sin duda, el propio Sánchez que, sin una sola declaración, sin una palabra, ha conseguido colocar a cada uno en su sitio.
El primero en llegar, para ocupar el escalón más alto, fue el todavía noqueado Pablo Casado, incapaz aún de explicarse lo ocurrido, que asumió sin rechistar el formato de esa mini ronda, aceptando, no sin satisfacción, el papel de jefe de la oposición, ya veremos si leal, que Sánchez le reconoció con la cesión de una sala distinta y más distinguida, para su rueda de prensa
Casado, muy en el papel que a regañadientes le toca ahora representar, se dedicó a subrayar lo obvio, que se colocaba en el lugar más alto de cajón y que se ocupará de vigilar la acción de gobierno del que ya da por investido, Pedro Sánchez. Y lo hizo de buenas maneras, sin los exabruptos ni la dureza con las que, apenas hace una semana, se refería a su demonizado rival.
En la mañana de ayer y con una noche de por medio, Pedro Sánchez recibió en La Moncloa al que se pinta sin disimulo como su más duro rival en el Congreso, Albert Rivera, pasado aún de vueltas por efecto de la campaña, como esos ciclistas de velódromo que, sin frenos en su bici, necesitan unas cuantas vueltas para parar y bajarse de la bici. Fueron él y su escudera, Inés Arrimadas, los más duros en sus comentarios y en sus intenciones, como si siguiesen en una campaña electoral que, creen, se les ha quedado corta para pasar por encima de las ruinas del PP y hacerse de una vez con el liderazgo de la oposición que creen merecer.
Aun así, pese a la dureza para con Sánchez y, sobre todo, con un lastimoso Casado, inconsciente o no, Rivera asumió ese segundo escalón del podio, no sin conminar a su anfitrión a aplicar el manoseado artículo 155, para hacer cumplir a Torra y hacer que Torra haga cumplir la Constitución, un absurdo en sí mismo, porque, si el 155 se aplica como el quisiera, Torra sería destituido le quedaría poco por hacer cumplir desde la nada.
Es su viejo caballo de batalla. Ese y reducir los problemas de España a uno solo, Cataluña, o ponerlo por delante de los demás, algo, que, según el CIS de Tezanos, del que todos se reían, pero que, aun así, cuadró los resultados, no está ahora entre las prioridades de los españoles. Le ofreció para ello sus senadores, pese a que no parece que esté entre las intenciones de Sánchez la de aplicar el 155 ni, mucho menos, seguir enconando la situación.
Rivera ofreció, trató de imponer me atrevo a decir, cuatro pactos y, de entre esos cuatro pactos, hubo uno que yo no acabo d entender, el antiterrorista, porque, desde mi cortedad de amante de la libertad, no soy capaz de imaginar que nuevos derechos y libertades ciudadanas pueden sacrificarse en el en aras de una seguridad imposible de alcanzar mientras haya alguien dispuesto a morir matando para imponer sus objetivos.
Por último y tras la sobremesa, Sánchez recibió a un Pablo Iglesias más sosegado que el que recibió la invitación unas horas antes, con menos ansiedad, con menos humos, dispuesto a habar y a que se hable con otras fuerzas políticas además de con la suya, discreto y misterioso, cabalgando sobre el misterio y el suspense, sin líneas rojas, menos mal, después de una conversación, la más larga de las tres, cerca de dos horas, de la que lo único que reveló es que el acuerdo había sido el de ponerse de acuerdo y que ser
a su compañera Irene Montero la encargada de negociar con Adriana Lastra la formación de la mesa del Congreso, una baza importante de la que Podemos quedó excluida en la anterior legislatura, una parcela de poder con la que se tiene la llave, que se lo digan al PP y a Ciudadanos, con la que agilizar o bloquear determinadas iniciativas legislativas. Quién sabe si en esa negociación está la clave de lo conseguido por Iglesias, el presente que colme las aspiraciones de poder de Iglesias, sin poner en peligro un gobierno progresista asumible por todos.
Por lo demás, este juego del podio emprendido por Sánchez nos ha ofrecido una fotografía más acertada, menos estridente, de nuestra clase política y nos ha permitido conocer la permeabilidad de unos y otros, la capacidad de entendimiento entre las cuatro fuerzas políticas determinantes, que, si la medimos en tempo otorga la victoria a Iglesias y deja en la cuneta a Rivera, pero que también y quizá lo más importante, coloca en su sitio a Vox.

martes, 7 de mayo de 2019

ARRIMADAS, LA OFENDIDITA


Alguien debería decirle a Inés Arrimadas, cara de niña, modos de predicador tremendista, que en la política española hay vida más allá de Puigdemont y que en algún momento tendría que remangarse para ponerse a trabajar en algo más que ese victimismo que viene cultivando desde hace tanto tiempo y que tan bien le ha venido, al igual que al independentismo, no así a los ciudadanos que esperaban de ella y su partido algo más que esa continua salmodia de las quejas y las acusaciones sin tregua, cargadas de tópicos y vacías de cualquier iniciativa que no sea la perniciosa judicialización de todo lo que a ella y a su partido les estorba.
Se ve que, de su marido, diputado convergente y abogado asesor de empresas como Uber sólo se le ha pegado lo de "picar" pleitos, porque de intentar comprender al nacionalismo o, simplemente, buscar una salida a la parálisis crispada que vice Cataluña, nada de nada. Alguien debiera decirle, también, que la campaña electoral de las generales concluyó hace diez días, que ya tiene su escaño y que el objetivo de sobrepasar en escaños al Partido Popular habrá de esperar, si no hay más trásfugas mediantes, cuatro años en principio.
Por ello, sería bueno que la diputada por Barcelona bajase el pistón de su agresividad hacia quienes no entienden Cataluña como ella o como su mentor Albert Rivera y, de paso, contra Pedro Sánchez, el claro vencedor de las pasadas elecciones, con el derecho, si no con la obligación, de desplazarse en el tan manoseado falcon, lo único que parece importarles, a ella y su partido, de todo lo que compete al presidente. Algo así como si a los españoles de mi edad sólo nos hubiese quedado del dictador Franco que pescaba desde el "Azor" y viajaba en Rolls, porque, volar, no volaba mucho, conociendo el final de quienes tenía al lado o por encima -Sanjurjo, Mola, etc.- en la conspiración que llevó al golpe de julio de 1936.
Arrimadas vive de la energía que toma del fantasma de Puigdemont y parece vivir por y para él. No para los catalanes que la colmaron de votos en las pasadas elecciones catalanas, sin que conseguir que Ciudadanos fuese el partido más votado para entonces haya servido para nada, porque no puso esos votos a trabajar, como pidió el PCE en 1979 a sus votantes, sino que prefirió lloriquear, practicar turismo a la búsqueda del martirio y arrancando lazos amarillos que, como las malas hierbas, brotaban con más fuerza, una vez arrancados, reduciendo la política y los problemas de los ciudadanos: los precios, el paro, la sanidad o la vivienda a un "quítame allá esos lazos".
Dice y repite Arrimadas, como si no se hubiese enterado de que sigue y con toda seguridad seguirá en La Moncloa, que Sánchez es un presidente "fake" y creo que ya va siendo hora de que alguien le diga que nadie más "fake" que ella y su partido, que, después de dar la espalda a su electorado y de dejarle colgado, desperdiciando todos los votos que le dieron en la aún vigente legislatura catalana, debería ser menos osada, porque si hay alguien "fake" en la política española ese alguien es ella, la ofendidita que, como la niña mimada de la canción, "lo tiene todo y llora por nada".
Supongo que se me podrá acusar de machista por lo que he escrito, pero cuando alguien, como hace Inés Arrimadas, explota la fragilidad y el victimismo, como lo hace y se queja de que no la defiendan "las feministas" se arriesga a provocar esta reacción en mí.

lunes, 6 de mayo de 2019

SER VOX, SER LA CUP O SER PODEMOS


Pedro Sánchez, claro vencedor de las pasadas elecciones y único con capacidad de formar gobierno con los escaños de que dispone en el Congreso y, más aún, con los que no tienen el resto de partidos, especialmente en la fracasada derecha, se dispone desde hoy a intercambiar intenciones con los tres partidos que le siguen en número de diputados y, para ello, ha convocado, entre hoy y mañana, a sus líderes en la Moncloa, en una jugada que, aunque ajustada al más exquisito protocolo, lleva implícito un claro mensaje, el de que el actual y más que posible futuro inquilino del palacio es él.
A Pablo Iglesias, cuyos sueños y aspiraciones, o lo que quiera que sean, van muy por delante de la realidad, no parece haberle gustado el orden y el formato de la convocatoria, entre otras cosas, porque no le gusta figurar como postre del menú de estas conversaciones, más protocolarias que otra cosa, que esta tarde se inicias, con la visita de Casado. Y no le gusta hasta el punto de que circula el rumor de que de que estaría dispuesto a rechazar la invitación.
Parece haberse olvidado, la memoria, si es flaca, flaca alivia el peso de la culpa, de que, desde que, en marzo de 2016, preso de la ansiedad por transformar sus escaños en poder y de la frustración, por otra parte lógica , por no haber cosechado en las urnas lo que las encuestas le prometían, ha vuelto a caer en el error de creerse imprescindible y hacerlo valer, cuando cualquiera con un lápiz y un papel y un poco de cultura política puede demostrarle que no es como dice, porque las posibilidades de gobernar en solitario con apoyos externos, como pretende el PSOE, son infinitamente mayores hoy de lo que lo fueron entonces.
Por qué, entonces, tantas prisas en alguien que presume de ciencia política y la enseña en la facultad del ramo. Quizá porque los cuarenta y dos escaños que Unidas Podemos obtuvo el domingo 28 son bastantes menos de los que tuvo en las dos convocatorias pasadas y alguien podría reprochárselo en su partido y porque la única manera de hacer olvidar el batacazo sería obtener un buen resultado en la triple convocatoria del día 26, algo que él cree posible pintando al PSOE cercano a la patronal y a las derechas y vistiéndole de intransigencia para con los planteamientos progresistas que él cree defender en exclusiva.
Debería pensar que la ciudadanía ha sido consultada, que la participación ha sido muy alta y que, si quienes han votado no han dado a Unidas Podemos la mayoría de los votos en las urnas y que si ni siquiera han dado a la izquierda la mayoría absoluta para gobernar y, en ella, a Unidas Podemos la cualidad de ser imprescindibles, es porque espera otra cosa, quizá que, como pretende Sánchez, se apoye en unos o en otros para gobernar, según y cómo.
Debería pensar también Iglesias en los más recientes ejemplos de fuerzas que han asumido, desde el poder que da ser minoría complementaria, el papel de determinar los gobiernos que apoyan. Hablo, claro está, de la CUP em Cataluña, que ha llevado al desastre de la proclamación de una República Catalana fugaz por imposible y al deterioro de la calidad democrática y el bienestar de un territorio que no hace tanto lo era todo en España. También, el desastre para los derechos ciudadanos y el retroceso que en sólo tres meses ha sufrido Andalucía, por el apoyo de Vox aceptado por el PP y Ciudadanos, acuciados por la prisa de tumbar al PSOE y a Susana Díaz.
Unidas Podemos, Pablo Iglesias en concreto, tiene que optar entre forzar ese gobierno tan progresista como débil que pretende o un gobierno que consolide y recupere los derechos deteriorados o perdidos en manos de Rajoy t que, además, conquiste otros. Tiene que saber si quiere ser la CUP nacional, el Vox de la Izquierda o si quiere volver al sueño que fue Podemos, que la ansiedad por conquistar el poder, dentro y fuera del partido, está asfixiando.

viernes, 3 de mayo de 2019

LA CULPA ES DE "TODO" EL PP


Quien siga con una cierta atención la vida política de este país se habrá dado cuenta de que el refrán castellano "cuando no hay harina todo es mohína" debió nacer de la observación del comportamiento de  quienes han decidido dedicarse "profesionalmente" a esa actividad tan necesaria, cuando las cosas viene mal dadas, las urnas hablan y la realidad deja de parecerse a su discurso, por más que la prensa amiga, que casi todos la tienen, se empeñe en llevar la contraria a la realidad.
Que el domingo pasado el Partido Popular y su líder, Pablo Casado, se estrellaron en las urnas, que ese PP, de la mano de Casado, se aventuró por terrenos desconocidos al radicalizar su mensaje, muy especialmente en lo que tiene que ver con Cataluña y Euskadi, tratando de cegar cualquier esperanza de salida dialogada para el conflicto que asfixia a la primera y resucitando un conflicto ya cerrado en el caso del País vasco, no admite dudas.
Tampoco las admite el hecho de que este partido fue condenado hace poco más de un año por lucrarse con las irregularidades llevadas a cabo a través de la trama Gürtel por destacados militantes y cargos públicos del partido, una condena que estuvo en el origen de la moción de censura presentada por los socialistas, con Pedro Sánchez como candidato a la presidencia, que se llevó por delante a Mariano Rajoy y su más que dilatada carrera política.
No menos evidente es que, ante el deterioro del PP, aunque con menos impulso del que cabía esperar tras la victoria en las elecciones catalanas de Inés Arrimadas, Ciudadanos se postulaba como segunda fuerza en la derecha y que al PP le brotó un retoño por la derecha, Vox, que poco a poco, intoxicando su discurso fue agostando el tronco original y secando sus rañas en las diversas autonomías.
Unos y otros se han agarrado al clavo ardiendo de cada una de estas explicaciones, claro que cada uno también a su manera, para justificar el batacazo del domingo. Los hay que culpan a la deriva ultraconservadora emprendida por Casado y no les falta razón. Los hay que atribuyen a Rajoy y su manera de ejercer el poder el principio de este fin que parece acosar al PP, tampoco andan errados los que lo hacen, aunque resulte evidente que lo hacen, como Casado y Esperanza Aguirre, para tratar de apagar el incendio de su fracaso. 
Aznar, el más exótico de todos, cobardemente y a través de un comunicado de su FAES, se atreve a echarle la culpa a la radicalización del PSOE, quizá porque se sentía más cómodo con González, Guerra, Bono o Rubalcaba, y, cómo no, a la división de la derecha, abierta en tres siglas, una de las cuales alentó el mismo, hasta que comenzó a ver las orejas al lobo. Ningún "mea culpa” por su parte, pese a la campaña que él mismo encarnó, más propia del "club de la comedia" que de un partido que aspiraba a gobernar España.
Todos ellos tratan de justificarse con medias verdades, todos se esconden ahora como Aznar o tratan de disimular su pasado desvarío disfrazándose ahora de centrismo y culpando a Vox, el báculo de su campaña, de ser la extrema derecha, pretendiendo que olvidemos que, gracias a ellos y a cambio de concesiones innegables han podido formar gobierno con Ciudadanos en Andalucía y que el discurso de Casado es en muchos aspectos intercambiable con el del partidos que, ahora sí, admiten que está en la extrema derecha 
Todos se sacuden la culpa y, sin embargo, la culpa es de todos, porque todos callaban en los comités de dirección, porque nadie mostró nunca la más mínima discrepancia con las barbaridades que Casado, pero también Rajoy, llevaban años haciendo. Nadie pareció escandalizarse cuando la corrupción fue cercando al partido, nadie rechazaba aquellas campañas electorales casi faraónicas que les llegaban de Génova, nadie dimitía y nadie exigía dimisiones ¿para qué? si todo iba viento en popa.
Nadie supo verlo y, cuando Rajoy materializó su "espantá" aquella tarde en un restaurante cerca del Congreso, se embarcaron en unas extrañas primarias en las que se votaba más en contra que a favor de ninguno de los candidatos, nadie se planteó, después de la escandalosa caída de Cristina Cifuentes que un candidato con tan dudoso expediente académico como Casado no era de fiar y, aunque Soraya Sáenz de Santamaría fue la más votada, Cospedal, salpicada en la Gürtel y por la rata Villarejo, dio sus votos a Casado, para que no ganase su enemiga y rival la expresidenta Santamaría. Nadie supo ver que, por más que se negase la realidad la realidad seguiría estando allí, nadie quiso ver que los votos que tendrían que llenar las urnas no están sólo en Génova 13, ni en el barrio de Salamanca o en los "feudos" más conservadores del país, ni en esos escenarios portátiles, rodeados de militantes.
Nadie en el PP supo ver, nadie quiso ver, que los votos que habrían de llenar las urnas estaban en las casas de cada uno de los españoles cuya inteligencia despreciaron y la culpa de tan histórica derrota no es sólo de Casado, no sólo es de la división de la derecha, ni de la radicalización del PSOE que sólo Aznar ha visto, ni del mismo Aznar, ni de Rajoy. La culpa es del mismo PP, de todo el PP, demasiado acostumbrado a la inercia de lo fácil. No sé cómo saldrá de ésta, pero espero que, por su bien, opte por deshacerse de Aznar, de Casado y sus candidatos toreros, de sus amiguetes y de todos los que le han llevado a donde se tiene que ver ahora. Eso y escuchar a la gente.