Foto: Ricardo Gutiérrez
Hubo un tiempo en que gobernó este país, por voluntad
popular, no lo olvidemos, un presidente al que el Palacio de la Moncloa y los
rincones de la Historia está claro que se le habían quedado pequeños. Bastaba
con verle junto al rey Juan Carlos que, querámoslo o no, ostentaba y aun
ostenta por mandato constitucional la jefatura del Estado. Parecía que, a José
María Aznar, el protocolo le quedaba tan estrecho como a Rodrigo Rato los
trajes y los despachos en la banca. Bastó con verle paseando por La Habana, junto
a Fidel Castro y el monarca, con la chaqueta al hombro como un turista,
saltándose a la torera cualquier norma del protocolo o cualquier atisbo de
respeto a dos personajes que, por más discutibles que lo fuesen, eran dos jefes
de Estado.
Ese era el personaje y el tal personaje tenía una hija que
casar, Ana, que andaba ennoviada con uno de esos personajes que andan siempre
revoloteando en torno al poder y que había llegado al entorno del entonces
presidente desde las juventudes del PP y pronto se convirtió en uno de sus
hombres de confianza. Alejandro Agag, que así se llama el hoy yerno del
presidente, ascendió hasta la secretaría general del Partido Popular Europeo y,
sólo unos meses antes de su sonada boda, abandonó la política para dedicarse a
los negocios, como había venido haciendo su familia.
Curioso personaje este Agag que, como otros yernos ilustres,
se ha movido en el entorno de deportes tan exclusivos como la Fórmula 1,
haciendo de introductor de embajadores de su suegro con el "amo del
circo", Bernie Eccleston, un híbrido de Drácula y Warhol, de nada
recomendables tendencias filo nazis, que acabó por venderle a Valencia un
carísimo gran premio, del que nunca se han visto los beneficios y sí, por el
contrario, las carísimas facturas que hay que pagar en plena crisis. Hay quien
dice que Agag ha sido en el entorno de Aznar y el del PP el engarce entre
lo que está bien y lo que deja de estarlo y que fue gracias a él que personajes
como Francisco Correa comenzaron a hacer negocios con las administraciones
gobernadas por el PP.
Quizá por eso el presuntamente más alto responsable de la
trama conocido no faltó a la boda imperial que el matrimonio Aznar Botella
organizó para su hija Ana y su novio Alejandro, una boda digna de reyes que,
voluntariamente o no, ayudaron a organizar funcionarios de la Presidencia del
Gobierno, que contó con el necesario y costoso dispositivo de seguridad y
que, pretendidamente, acabo siendo todo menos discreta.
Sin saberlo, la presencia de Francisco Correa en la boda de
El Escorial ha acabado por convertirse en una pesada hipoteca para la familia
Aznar, porque el "paseíllo" camino de la ceremonia del polémico
personaje fue durante mucho tiempo la imagen más repetida en las crónicas sobre
la trama. Y no sólo eso, porque la sombra de las relaciones entre Correa y la
familia Aznar -los yernos, que se lo digan si no al rey, son también
familia- es como un campo minado del que no terminan de aflorar sorpresas.
La última, la aparición, dentro de una caja olvidada durante
dos años, de la carpeta que contenía la factura, por valor de más de
treinta y dos mil euros, de los gastos de iluminación del festín pos
ceremonia organizado en la finca de un amigo de la familia Aznar. Unos gastos
que Alejandro Agag, el novio, describe como un regalo de su amigo y testigo del
matrimonio, pero que figuran en la factura como cargo a la trama encausada
por la justicia y que, en realidad, era un regalo para los Aznar, porque de sobra es sabido que las bodas las pagan los padres de los contrayentes.
¡Qué mal gusto! Porque otra cosa no es hacer un regalo a un
amigo a cargo de tu empres y qué paradoja, también, que el yerno de Aznar pueda
devolverle a Francisco Correa el honor de haber sido su testigo de su
boda siendo testigo en el
juicio que, antes o después, acabará celebrándose contra él. De ese modo tan luminosa boda, treinta y dos mil euros son muchos euros en bombillas, puede acabar arrojando luz sobre este caso que tiene al PP y sus dirigentes contra las cuerdas.
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