Qué poco edificante resulta enterarse de que quien fuera
portavoz del Gobierno con Aznar, el mismo que fue condenado por llamar nazi al
doctor Montes, responsable de las Urgencias del Severo Ochoa de Leganés, al
que desde su partido se tildaba de exterminador de moribundos, el
mismo que, durante su etapa de portavoz de la Junta de Castilla León,
manejaba listas negras de periodistas, con dosieres sobre su vida privada, el
mismo que montó una rentable agencia de publicidad y que se multiplicaba y se multiplica
en las tertulias de las televisiones del TDT party, fue detenido en la
noche del viernes al sábado, por conducir en tal estado de embriaguez que
"repasó" con su coche la chapa y las ruedas de varios vehículos
aparcados en una tranquila calle de lo más tranquilo de Madrid.
¿Éste caballero y otros como él son los que nos dan lecciones de moral a
cada minuto?
Sé que muchos estarán pensando ahora en las veces que
también ellos han conducido "pasados" de copas y sé también que se
dirán que no pasó nada porque ellos "controlan" y saben cuando tiene
que parar, que la ley es muy severa y ellos metabolizan bien. Por si fuera
poco, en la cultura católica se sustituye la responsabilidad por la culpa
y, si nadie nos ve -sólo dios lo ve todo, pero nadie le ha visto nunca- la
falta, la culpa, la asunción de responsabilidad desaparece.
Cuando Miguel Ángel Rodríguez fue detenido, a instancias de
vecinos y viandantes, por policías municipales que, al menos el que dejó la
nota, deberían mejorar su ortografía, fue sometido al control de alcoholemia y,
en dos ocasiones dio resultados en torno a un gramo de alcohol por
litro de sangre, el segundo, ya en comisaría y más preciso, por encima
de ese gramo por litro, lo que para un tipo, grandullón como él, ya es
beber.
Rodríguez, una vez que dejó la comisaría sin contestar a las
preguntas de la Policía, acogiéndose al derecho de no declarar en su contra y a
través de twitter, se disculpó ante los propietarios de los coches afectados y
la sociedad, algo que, al menos yo, no lo considero suficiente. Tengo demasiado
reciente el caso de Ortega Cano, absuelto del delito de conducir ebrio por una
triquiñuela legal, para no pensar que el hombre de confianza durante décadas
del marido de la alcaldesa no fuera tratado con sumo cuidado por policías del
ayuntamiento y, probablemente, de haber sido un jovenzuelo de los
muchos que cada fin de semana se ponen al volante después de una noche de
copas, no me atrevería a decir lo mismo.
Afortunadamente, los coces estaban aparcados y sin nadie en
su interior. Afortunadamente, no salió a la carretera en esas condiciones y,
afortunadamente, no circulaba a gran velocidad, lo que resultaba imposible en
esa calle. Si hubiese habido víctimas, qué estaríamos diciendo. Me viene a la
memoria, por ejemplo, que Emilio Romero, en pleno franquismo, salió de
rositas de un accidente en el que, si mal no recuerdo murió el matrimonio que
viajaba en el coche con que chocó de frente. Espero que esos tiempos no puedan
repetirse, a pesar del afán indulgente del ministro Gallardón y que, sobre
Miguel Ángel Rodríguez, por ser un personaje público, caiga, como ejemplo,
todo el peso de la ley. Sólo así, me quedaré tranquilo.
Ahora pienso en las circunstancias en las que se encogorzó
el ojito derecho de Aznar ¿saldría de una cena, de una tertulia, de su oficina,
de un bar de copas? ¿Con quién estaba Rodríguez? ¿Estaban como él o estaban
peor? ¿Por qué no le impidieron ponerse al volante en ese estado? No lo sé y me
temo que nunca lo sabremos. Solo sé que, el viernes por la noche, Miguel Ángel
Rodríguez había bebido por encima de sus posibilidades y pudo haber causado una
tragedia.
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