viernes, 28 de septiembre de 2018

PURITANISMO DE IZQUIERDAS


Siempre me he preguntado por qué quienes nos decimos "de izquierdas", habría que ver cuánto hay de verdad en ese autoetiquetado, somos tan intransigentes con nuestros representantes y no, no es que crea que no debemos serlo, sino que me gustaría que lo fuésemos igual con los de los otros, que no diésemos por sentado, como el reflejo asesino en el escorpión, que la corrupción o la inmoralidad son la condición de la gente de derechas y, por tanto, no se las reprochamos.
Digo esto, porque, a la vista de lo escrito y de lo dicho en los últimos días sobre el serial montado con la grabación de la sobremesa de esa comida de hace nueve años en la que participaron la hoy ministra de Justicia y el entonces juez Baltasar Garzón, grabación robada, editada y ayer supimos que también difundida por el entonces condecorado comisario Villarejo, no parece que quienes nos colocamos esa etiqueta estemos dispuestos, no sólo a tratar de entender las circunstancias en que se produjo aquello, sino que ni siquiera nos paramos a tomar en consideración satos tan trascendentes como quién, cómo, cuándo y para qué grabó y ahora difunde esas conversaciones con las que pretenden privarnos de una ministra que, por ejemplo, está dotando de medios a los juzgados especializados en violencia de género.
Es posible que lo anterior sea consecuencia de que confiamos cándida si no estúpidamente en que los medios que las llevan cada día a sus portadas y tertulias se han parado a valorar esas circunstancias de las que os hablo, algo con lo que, desgraciadamente, cuentan Villarejo y otros tipejos como él. En otros tiempos no era así, al menos siempre, y recuerdo, por ejemplo, aquella primera transgresión que supuso la difusión de la grabación obtenida tan accidental como ilegalmente de una conversación del teléfono móvil de Txiki Benegas, en la que se refería a Felipe González como "dios". 
Aquello se emitió tuvo unas ciertas consecuencias en la credibilidad del PSOE y Augusto Delkader, que autorizó y animó la emisión, se colgó una medalla.
También tuve en mis manos uno de esos sobres en los que llegaron a tantas y tantas redacciones las imágenes, también robadas, de Pedro J. Ramírez en una situación tan ridícula como comprometida con una prostituta guineana. Tuve en mis manos ese sobre y fui incapaz de abrirlo, mucho menos de verlo, mientras en la redacción había corrillos para verlo. Naturalmente supe de qué iba y sé que con el tiempo ha estado disponible si no lo está aún en las redes. Os aseguro que, si no lo vi, más allá de que considerase que se trataba de algo privado, es porque la grabación y distribución d aquello tenía un desagradable tufo a alcantarilla policial, en momentos en que Ramírez mantenía su particular guerra con la cúpula de Interior.
Esa es, a mi juicio, la clave: conocer el origen de esas informaciones, sus circunstancias y por qué y contra quién se difunden. Algo que desgraciadamente parece que hemos dejado de hacer, algo de lo que la prensa ha dimitido y de lo que, desgraciadamente, todos somos víctimas complacientes que, sin darnos cuenta, vamos devorando poco a poco aquello que necesitamos para subsistir, porque, es curioso, cuando la diana se coloca sobre "los nuestros", si por "los nuestros" entendemos aquellos que, mejor o peor, nos representan.
Sin ir más lejos, con los ministros de Sánchez hemos sido mucho más exigentes, casi suicidamente exigentes, que con Pablo Casado, que también se reunió con Villarejo cuando Villarejo ya era el Villarejo que todos conocemos, que no ha podido demostrar la existencia de los trabajos con que se hizo con el máster posiblemente regalado por el instituto que recibió 60.000 euros de la consejería de Esperanza Aguirre para la que trabajaba., que es el heredero político del Aznar más montaraz, casado con la alcaldesa que vendió a precio de saldo a fondos buitres miles de viviendas sociales de todos los madrileños.
No. No ponemos el mismo empeño y en el mejor de los casos, como hace el siempre tortuoso Pablo Iglesias, damos de comer a los presos recodando que el listón de la decencia lo fijó el propio Pedro Sánchez, nos dejamos llevar por el efectismo de algunas informaciones amplificadas por quien se las da de progresista y ampara y da cancha a personajes como Marhuenda o Inda, nos dejamos llevar por ese puritanismo suicida de la izquierda que, a veces, no es más una excusa para dar rienda suelta a esa vergonzante tendencia nuestra a pensar con la cartera.

jueves, 27 de septiembre de 2018

EL QUE SE OFENDA, QUE SE RASQUE



Dicen los preceptos católicos, incluso creo recordar que así figura en alguno de sus rezos, que hay que perdonar las ofensas ¿o sólo son las deudas? Ya no lo recuerdo, pero me da la impresión de que los católicos ni una cosa ni otra.
No soy partidario, los que seguís este blog lo sabéis, de la excesiva gesticulación de Willy Toledo, a punto de ser juzgado por blasfemia ¡en pleno siglo XXI! lo que no implica que le quite la razón en el fondo de su protesta ni, mucho menos, en que hay que defender su causa ante la Inquisición 2.0 que parece haberse atrincherado en los tribunales españoles, una inquisición que da cobijo a cualquiera que pretenda sentirse ofendido por el motivo que sea, un cobijo al que se apunta lo más carca y retrógrado de una sociedad que pretendemos moderna y curada de tabúes y supercherías.
Curiosamente, la ofensa es un sentimiento que se conjuga en reflexivo: "me siento ofendido", dicen quienes se acogen al "sagrado" de los tribunales, sin pararse a pensar que, a muchos, entre los que me incluyo, nos ofende que ellos se ofendan. 
No ofende quien quiere sino quien puede, se dice y, desde mi modesto parecer, creo que sólo ofende quien cree en aquello que se ofende, porque qué mérito tiene para un ateo cagarse en cualquier dios, si da por sentado que los dioses no existen: ninguno. Si alguien se siente ofendido, la cosa se reduce a que alguien se escandaliza porque cree que quien presuntamente le ofende debería tener las mismas o parecidas creencias que él.
Yo, que soy de ciencias y no creo en dios, me siento ofendido por quienes, como el pequeño cardenal Cañizares, dicen que "la unidad de España es obra del espíritu santo", una paloma en la iconografía de los creyentes. Acaso no tengo derecho a sentirme ofendido por tanta superchería que desasosiega a mi inteligencia. 
Los antropólogos hablan de hechos culturales y piden, sin imposiciones, respeto para esas creencias y esos ritos. Yo me limito a contestarles con nombres, Galleo Galilei, Miguel Servet, Giordano Bruno o el mismísimo Charles Darwin, que ofendieron, todos, el orden establecido por unos pocos hombres, muchos de ellos corruptos, pederastas, asesinos o encubridores de corruptos, pederastas o asesinos y, por ellos fueron perseguidos, ellos y sus obras, a veces hasta la hoguera.
Espero que las exageraciones de Willy no le lleven a la hoguera de una condena. Espero que, al fin, tenga razón y su sacrificio, su calvario judicial y mediático sirva para abrir de una vez por todas el debate sobre el anacronismo medieval que supone que en el país del AVE y los trasplantes, el país que tiene, casi, una universidad en cada ciudad importante, el país que tienen un ministro astronauta que tiene un chalé en la costa a nombre de una sociedad mercantil, la blasfemia pueda, aún, llevar a un ciudadano a la cárcel.
Ojalá no me equivoque y, en una u otra instancia, el juez y los abogados que denunciaron a Willy acaben quedando en evidencia como ya quedaron quienes encarcelaron a los titiriteros de Granada y que la perversa "ley mordaza" que levantaron como una empalizada apara defender lo suyo, creencias y chanchullos, contra la libertad de expresión y la razón, los ministros ultracatólicos de Rajoy, acabe derogada y, a partir de ahí, el que se ofenda que se rasque.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

¿ES QUE ACASO ESO NO IMPORTA?


La prensa escrita, la radio y la televisión dedican hoy sus portadas, salvo honrosas excepciones a cuatro horas de la vida de una ministra, las cuatro horas en que "entre copas" Dolores Delgado habló "a calzón quitado" con su entonces compañero de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, el comisario Villarejo y algún que otro miembro de la cúpula policial. Ayer fueron, inconexas, sus palabras sobre el juez Marlasca, hoy compañero de gobierno, y sobre la "simpleza" de los jueces varones, convenientemente reconvertidas en tic machista por la prensa. Hoy el asunto, sin nombres ni apellidos es otro y, a mi juicio, más grave, porque se refiere a un viaje de magistrados del Supremo y de la Fiscalía General, que en el que acabaron una noche en un bar con chicas menores de edad, algo reprobable, incluso penalmente, aquí y en Cartagena de Indias, y perfectamente rastreable que, estoy seguro, no consumirá tanta tinta ni saliva como se ha empleado en crucificar a la ministra.
De lo conocido hasta ahora de aquella sobremesa se trasluce el ambiente sórdidamente machista que se respira en ese y otros tribunales, un ambiente, a mi juicio más cargado aun de machismo que el que se respira en el resto de la sociedad, un machismo incrustado en los muebles y en las paredes de los juzgados, como lo está la grasa en las cocinas arrasadas por Chicote, que acaba por teñir y contaminar las decisiones que se toman en ellos, incluso las que toman algunas mujeres.
Ayer, mientras andábamos enredados unos con otros, atacando o defendiendo a la ministra, dos niñas y dos mujeres fueron asesinadas por hombres, no por monstruos, tres hombres que, de eso sí estoy seguro, encontrarán entre algunos de sus vecinos la justificación para su crimen: demasiado amor, la depresión, el paro y todo lo demás, problemas que no les empujaron al suicidio, no, sino a la venganza.
Con las horas, entre las palabras casi inaudibles entre el choque de copas y cubiertos de la comida de la ministra, fuimos conociendo detalles de los tres crímenes machistas, uno un doble parricidio, de ayer. Lo peor de todo, lo más doloroso, que en los tres casos las mujeres asesinadas y la madre de las niñas víctimas de su padre en Castellón habían pedido protección y que, en el caso de las niñas la juez, una mujer, denegó la protección y la suspensión del régimen de custodia que permitió al padre quedarse a solas con las niñas a las que asesinó.
Demasiado machismo, demasiado pensamiento patriarcal que contempla el derecho del padre a estar con sus hijos y no es capaz de pararse a pensar que esos niños, que corren peligro según su madre que es quien mejor las conoce y quien mejor conoce su expareja, tienen derecho a seguir vivos. No las creyeron, no les hicieron caso. No las protegieron y acabaron muertas a manos de sus verdugos o, como la madre de Nerea y Martina, las niñas de Castellón asesinadas por su padre, muertas en vida, privadas cruelmente de lo que más querían, por un hombre dominado, no por el dolor sino por su deseo de venganza.
Desgraciadamente, todos hemos de sentirnos un poco culpables de estos crímenes. En primer lugar, por no atender a las señales que nos mandan las posibles víctimas, segundo por preferir que nos dejen unos euros para tomar unas cañas a que se suban los impuestos, a todos y proporcionalmente a nuestros ingresos, para pagar más juzgados, más especialistas y más policías que se ocupen de los derechos y la seguridad de las víctimas. Nos preocupan demasiado la lengua y los másteres de los políticos y muy poco los errores de quienes deben protegernos y, desgraciadamente, no saben, no pueden o no quieren hacerlo.
Pasan tres cuartos de hora de las ocho, la hora a que arranca la administración y, que yo sepa, nadie se ha puesto a investigar por qué la juez de Castellón negó protección a las niñas y las dejó, solas, en manos de ese padre que ayer las mató. Tampoco he sabido de nadie que pida su dimisión, ni he oído que está de baja por depresión o que piense presentar su dimisión. Mucho menos, que se vaya a dotar de más presupuesto al aparato judicial y policial que protege a las mujeres en riesgo, prácticamente desmantelado por Rajoy y sus ministros 
¿Es que acaso eso, que mueran mujeres y niños inocentes, no importa tanto como lo que se empeñan todos los días en que nos ocupe?

martes, 25 de septiembre de 2018

EL GOBIERNO DE LAS RATAS


Si la monarquía es el gobierno de uno solo y la oligarquía, el de unos pocos, cómo deberíamos llamar al gobierno de las ratas, de quienes chapotean en las cloacas o, en todo caso, el de quienes consienten las ratas decidan quién gobierna. De todos es sabido o debiera serlo que las ratas se valen de muchos caminos para hacerlo. Conocen, no sólo la gran cloaca que recoge todas las heces de esa descomunal ciudad que es el Estado, sino que también se adentran por cada uno de los desagües de cada calle, de cada ministerio, de casa, recogiendo y clasificando la basura que recogen, para venderla o, como está ocurriendo ahora mismo, utilizarla en defensa propia, a sabiendas de que la basura de unos se vuelve un tesoro en manos de otros.
Hace unos años alguien me dijo que el ministerio del Interior, los servicios de información eran algo así como el camión de la basura del Estado. Ese alguien, que añadió que a nadie le gusta conducir ese camión, pero alguien tiene que hacerlo. Estoy de acuerdo en que alguien debe conducirlo, pero no en que deba hacerse cargo de todas las ratas que anidan entre las basuras, en los estercoleros, ratas como el comisario Villarejo, quizá la más gorda y sucia de todas, que por el material que manejas, por lo que han visto y oído se saben fuertes, tanto como para retar al mismo estado.
Todos andamos conmocionados por las grabaciones que, como basura flotando en un río, esa gran rata de la que os hablo está liberando estos días, poco a poco, por manos interpuestas, desde la cárcel de Estremera, su carga envenenada, esta vez contra la ministra de Justicia, María Dolores Delgado, a la que no perdona no haberle liberado de su prisión, como esperaba que ocurriese con la llegada de los socialistas al gobierno.
La mierda liberada por el comisario contra la ministra es la grabación realizada por el mismo en el transcurso de una comida que, curiosamente, se daba en su honor por haber sido condecorado por su oscuro trabajo, tan oscuro que su concesión no fue publicada en el BOE. A la cena asistieron, además de compañeros del policía, entre otros, el juez Garzón y compañera en la Audiencia y por entonces fiscal, María Dolores Delgado. Fueron cuatro horas en las que, seguro, se comió y se bebió, en la que, seguro también, se engrasaron las desconfianzas y se aflojaron las lenguas, como sólo se relaja la confianza y se afloja la lengua cuando uno come y bebe con quienes cree sus amigos.
En esa comida, que en principio alguien quiso "vender" veladamente como un encuentro en el que se pretendía algún tipo de mediación de la fiscal en un proceso abierto en la Audiencia Nacional, de lo que se habló, como en toda sobremesa larga, de lo humano y lo divino y, claro, de los compañeros de la Audiencia Nacional. Y precisamente de esas confidencias traicionadas es de lo que trata la primera entrega de las grabaciones que la rata con gorra hizo a sus compañeros de mesa.
No sé si esos comensales no sabían con quién se jugaban los cuartos. Lo cierto es que tanto Garzón en su día como, ahora, la ministra han sido víctimas de quién, a cambio de dinero o de que se le haya permitido hacer otros trabajos más lucrativos, colecciona basura con la que elabora informes que, en manos de los medios de comunicación apropiados, tan ávidos de primicias como distraída puede llegar a ser su conciencia, se convierten en peligrosas armas, curiosamente, contra la verdad y la decencia que unos y otros dicen defender.
No sé ni quiero saber que decía o pensaba hace nueve años la ministra de Justicia, ni sé que validez jurídica puede llegar a tener lo grabado, pero me temo que eso es lo de menos, porque, otra vez, la gran rata se ha salido con la suya, porque ha dejado su buen nombre por los suelos y, para las almas simples, ya no es la eficaz fiscal contra el terrorismo o el narcotráfico que ha sido, porque gracias a miserables como el comisario Villarejo, su vida, su prestigio se resume en cuatro, cinco o los cortes que un tipejo como la rata ha editado para hacerse un salvavidas con ellos o convertirlos en guillotina con la que decapitar a la ministra.
No sé cómo llamar a un gobierno constituido gracias a las ratas, pero creo que deberíamos ser más selectivos con la información que recibimos y difundimos, porque en ocasiones, en demasiadas ocasiones, está sobredimensionada, sacada de contexto y dirigida a fines despreciables, cercanos al discurrir de las aguas negras en las cloacas, lo que sí sé es que ningún gobierno decente debería descansar sobre esas cloacas o haber llegado al poder a través de ellas. También sé, al menos me lo repito una y otra vez, que jamás me sentaré a la mesa con ratas, aunque quién sabe…

lunes, 24 de septiembre de 2018

PRESOS


Siempre he pensado que, si los ciudadanos nos hemos dado un estado, con toda la organización que conlleva, ha sido para que ese estado nos proteja y nos defienda de todo aquello que ponga en peligro nuestra libertad. Del mismo modo, siempre me he opuesto, no me da el pensamiento para ello, a que el Estado, cualquiera que éste sea, sea un instrumento de venganza, aunque se argumente que esa venganza se ejerce en nuestro nombre.
Me ocurría con ETA, en aquellos tiempos en que cualquier salida que el gobierno, entonces socialista, ofrecía a los presos de la banda era inmediatamente boicoteada y convertida en instrumento electoral por el PP, moviendo a las masas, autobuses mediantes, contra cualquier medida que se apartase del estricto castigo, descartando incluso la redención, de cualquier actitud que no fuera la venganza. El tiempo, afortunadamente, ha dado la razón a quienes pensaban que, con los presos de ETA, como con cualquier preso, la venganza no es eficaz, porque tiende a retorcerse sobre sí misma, convirtiendo una línea recta que se difumina y se resuelve en el infinito, en una terrible espiral que se retroalimenta y crece, también hacia el infinito.
Bastaron la eficacia policial, el tiempo y la paz para que la propia banda, colocada ante el espejo, más o menos a regañadientes, tomase la decisión más valiente y, a la vez, más útil para el pueblo que decía defender: la de disolverse y dejar que ese pueblo, todo él, se expresase en libertad en las urnas.
Viene todo esto a cuento del bronco debate que, otra vez en fin de semana, se ha generado en torno a la, a mi modo de ver, excesivamente larga prisión preventiva que pesa sobre los dirigentes catalanes encarcelados hace un año por los acontecimientos que, desde septiembre del año pasado, alteraron, y aún hoy alteran, la paz social en Cataluña.
Vaya por delante que tengo claro que, si a actitud del ministro Zoido y quienes tuvo por encima y por debajo hubiese sido otra, el suflé de la tensión no hubiese llegado a levantarse, del mismo modo que, vistas las imágenes de las calles de Cataluña que todos vimos, era lógico esperar alguna respuesta no policial, eso sí, del Estado. Por eso, cuando los jordis fueron llamados ante la Audiencia Nacional, me sentí aliviado. No es nada tranquilizante ver como una masa perfectamente controlada se hace con la calle e impide a la policía judicial, que otra cosa no eran los guardias civiles en el registro de la Consellería de Economía, ejercer el cometido encargado por un tribunal, en este caso el registro de sus instalaciones.
Llegué a sentir alivio, incluso, cuando Sánchez y Cuixart fueron enviados a prisión, porque soy de los que piensan que la masa; también en actitud pasiva y aquella no siempre lo fue, puede convertirse en un instrumento de violencia, porque impedir la libertad de movimientos de los guardias y la comisión judicial es también violencia. Del mismo modo, me tranquilizó saber que Puigdemont, Junqueras y sus consejeros eran también llamados a la Audiencia. También que, cuando supe de la huida del ex president a Bruselas, vía Marsella, entendí que la juez Lamela tomase precauciones con quienes sí se presentaron ante ella, enviándolos a prisión. Simultáneamente me pregunté y me sigo preguntando por qué no se exigieron responsabilidades a quienes no impidieron que Puigdemont y sus consejeros saliesen por pasos fronterizos y aeropuertos ¿Otra vez Zoido?
Sin embargo, todo ese alivio, un tanto culpable, que sentí se ha ido desvaneciendo poco a poco con el paso de los meses. A nadie se le escapa que la prisión es dura, muy dura. Por eso supongo que si el juez, ahora el magistrado Llarena, mantiene la prisión después de tantos meses, es porque tiene alguna razón poderosa, que desconocemos, para tomar una decisión como esa y espero que la razón sea algo más que la venganza o la aversión ideológica.
Está claro que el mantenimiento de la prisión para los jordis y los miembros de aquel gobierno de Puigdemont se ha convertido en el depósito de combustible para los motores del soberanismo, del mismo modo que, al final, los presos se convirtieron en el último argumento de ETA y quienes la justificaban. Por eso me cuesta creer que alguien que piense en el futuro de Cataluña, alguien que no la dé ya por perdida electoralmente, alguien que no quiera convertirla en un estandarte, en su "a por ellos", para las próximas elecciones generales, pueda negar que los políticos catalanes presos sin un problema y que sería sensato no prolongar más su encarcelamiento que no deja de ser aún preventivo.
Cada vez son más las voces que desde el Gobierno y desde el PSOE reclaman esa sensatez que hoy parece faltar en el Supremo, al mismo tiempo que desde PP y Ciudadanos se piden más cadenas y por más tiempo para esos presos, incluso una imposible modificación de la ley para prohibir los indultos, no para la corrupción, qué va, sino para los reos de rebelión o sedición.
la verdad, este fin de semana me he sentido de nuevo en aquellos años en que Francisco Álvarez Cascos o Jaime Ignacio del Burgo dinamitaban cualquier intento de solución dialogada al "problema" de ETA. Difícilmente se va a encontrar una solución con quienes, como el PP, se manifiestan en contra del "apaciguamiento" o, como Pablo Casado, hablan de pistolas que nadie ha sacado sobre la mesa de una hipotética negociación. Al final, como en los tiempos de ETA,la solución y el problema pasan otra vez por los presos.

viernes, 21 de septiembre de 2018

JUECES EN BATA


Anda muy alterado Joaquim Torra, después de conocer, gracias a la prensa, que algunos magistrados del Supremo. ninguno con responsabilidades en los procesos judiciales a independentistas, opinan con más o menos fortuna sobre él, su gobierno o sobre sus compañeros. Son opiniones vertidas con mayor o menor prudencia en un chat privado que los jueces utilizan para intercambiar comentarios y opiniones, a sabiendas de que dichas opiniones se circunscriben al ámbito privado del citado chat.
El caso es que esa argumentación da igual, esa salvaguarda que hacen los jueces se vuelve inútil en el momento en que el contenido del chat se hace público, porque, legal o ilegal, prudente o imprudente, lo escrito por los magistrados se ha convertido en munición para el independentismo que ha hecho del martirologio y la siembra de dudas sobre la imparcialidad, no ya de los jueces españoles, a los que podría recusar, si así lo creyese conveniente, sino sobre todo el tribunal y  sobre la justicia española, basa de su intento, frustrado hasta el momento, de conseguir apoyo internacional para su causa.
Torra, como casi todos, y me incluyo, ve la paja en el ojo ajeno y no es capaz de ver la viga en el suyo. Si no, si se tomase unos minutos para escucharse cuando habla, improvisando o repitiendo como un juguete infantil las consignas que Puigdemont le dicta al oído en Waterloo. Seguro que, de ser medianamente ecuánime y sincero, se recusaría a sí mismo, porque no soportaría escuchar de su boca argumentos dignos de otros países y otros tiempos, afortunadamente ya superados. Seguro que, de ser un catalán cualquiera, de esos que, según Pujol, viven y trabajan en Cataluña. pero que no vota al PDCat, a ERC o a la CUP, se preocuparía y se cuidaría muy mucho de decir en voz alta todo lo que piensa, especialmente lo referido a la independencia, a sus sentimientos con respecto a eso a lo que llama "Madrid" o "el Estado".
Las mismas razones tendría para desconfiar del gobierno que preside que la que tiene y se empeña en transmitir sobre los jueces del Supremo, porque sus opiniones, las suyas propias, públicas e incluso publicadas, asustarían a cualquiera que no soporte el supremacismo o la uniformidad de pensamiento. Aunque sea la que predica, temería vivir en una sociedad que no le permitiese disentir, salirse del surco previamente trazado. No soportaría que le llamasen separatista, pesetero o egoísta, a quienes no piensan como él, del mismo modo que se llama facha, fascista o español, con desprecio, a quien cree que Cataluña tiene encaje en España y que en ella le iría mejor.
Los jueces, acostumbrados a compartir café, cerveza y comentarios con compañeros en cualquiera de los bares y cafeterías de los alrededores del Supremo, se relajan y bajan la guardia cuando pretenden seguir la conversación a través de su ordenador o su smartphone en ese maldito chat que acaba de hacerse público hecho.
Sin embargo, no deben preocuparse, la sangre de sus opiniones en ese chat de privacidad traicionada no va a llegar al río. Lo de Torra es sólo marketing, poco más que pirotecnia, una bengala de esas que se encienden en los cumpleaños o en aniversarios de esos a los que los catalanes se están volviendo tan aficionados, hasta el punto de que las fechas señaladas en rojo por los soberanistas van camino de dejar el mes de septiembre más señalado que el de mayo, paraíso de los amantes del "puentiin".
Los magistrados, siempre que no deban juzgarle, no deberían preocuparse por haber comparado a Torra con los nazis en la privacidad de su chat. Lo que sí deben hacer, y se lo recomiendo, es vestirse con la toga y las puñetas cada vez que se sienten ante el teclado, porque la bata da confianza y ya se sabe que de la confianza viene la relajación y a camarón que se duerme en la corriente de las redes, la wifi se lo lleva.

jueves, 20 de septiembre de 2018

PADRINOS


Tengo por costumbre despertarme con la radio y hacerlo con una emisora que conozco bien y que me permite hacerme una idea de cómo se presenta, informativamente hablando, el día. Es una costumbre de décadas, que me viene de cuando ni siquiera pensaba que algún día sería yo quien despertase con más o menos sobresalto, una costumbre que, ahora, de alguna manera, me impone los deberes del día. Soy un hombre de radio y, por más que lo intente, de nada me sirve, de nada me serviría, preparar este post la noche anterior, de nada me sirve siquiera perfilarlo, porque las más de las veces, esa radio que ni siquiera y conecto, porque, implacablemente, se conecta sola a las ocho, con la muy perversa costumbre de desbaratar cualquier atajo que hubiera preparado para mi artículo.
Hoy ha vuelto a ocurrir. Había pensado que n estaría mal dedicar mi tiempo a todo ese tiempo que está perdiendo nuestra clase política en revisar cicateramente los expedientes académicos de unos y otros, convenientemente artillada, eso sí, por una prensa que ha encontrado un filón en el asunto, un filón que puede dosificar y dosifica, en aras de que la audiencia y la trascendencia del medio crezcan con ello día a día.
No voy a entrar en si tal comportamiento es o no legítimo, que probablemente lo sea, sino en que, en tanto nos ocupamos de másteres y tesis, la realidad, tozuda, sigue su curso y se empeña en perecerse, cuando no en superar la ficción cinematográfica. La realidad nos muestra, descarnada, cómo somos y hasta dónde puede llegar la miseria humana cuando de lo que se trata es de colocar unos ladrillos, recalificar un terreno, levantar un polideportivo o una escuela, adjudicar una contrata o contratar los suministros en cualquiera de los miles de municipios españoles.
La sorpresa, desagradable, por cierto, ha sido escuchar la grabación en la que un concejal del Partido Popular de Torrelodones, Ángel Viñas Aliau, acompañado por Jorge García, ex presidente popular en el municipio, hace a la actual alcaldesa, Elena Biurrun, una propuesta de esas que don Vito Corleone cree que no pueden ser rechazadas, una no tan velada amenaza, consistente en que si renuncia a presentarse de nuevo a las elecciones, elecciones que ganaría gracias a su saneada gestión, "ellos" pararían la investigación del sobrecoste generad en las obras para la construcción de un necesario túnel bajo la A-6 que divide el municipio. 
Escuchar la grabación sobrecoge, tanto por la amenaza en sí, como por la frialdad, el aparente sosiego con que Viñas, advierte a la alcaldesa de las consecuencias personales que para ella tendría concurrir a los comicios de la próxima primavera.
Elena Biurrun llegó a la alcaldía encabezando la lista presentada por una agrupación independiente de vecinos, surgida para atajar la corrupción, el despilfarro y, sobre todo, el desorden urbanístico a que había llevado la perfecta, para ellos, simbiosis en que, hasta entonces, se movían Partido Popular y promotores inmobiliarios,
Lo que evidencian esas grabaciones es muy grave, tanto como para que la dirección del partido en Madrid, una gestora presidida por el presidente del Senado Pío García Escudero tomase cartas en el asunto, aunque me temo que don Pío estará más interesado en saber cómo su compañero de partido se ha dejado grabar en ese trance y en encontrar la triquiñuela legal con la que exonerarle de cualquier responsabilidad penal, que seguro que el asunto las tiene. Preocupado por eso y por disponer el salón de plenos del Senado y las dietas y pasajes correspondientes para que Pedro Sánchez explique ante sus poco atareadas señorías su tesis doctoral sobre la diplomacia económica española.
Nada nuevo bajo el sol, porque, mientras den o quiten votos, importan más los padrinos que la buena gestión y la decencia.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

CHULO, FEO Y MALO


Le faltó poner los pies en la mesa mientras escupía por la comisura de ese labio imposible su tabaco de mascar oscuro y viscoso- Le faltó entrar en la sala de la comisión balanceándose sobre sus caderas, hundiendo en la alfombra los tacones de sus botas de vaquero, mientras apoyaba sus manos en las culatas de sus pistolas al cinto. Le faltaron remolinos en el horizonte y el silbido del viento en la carrera de San Jerónimo, acompañando su chulesca aparición en el edificio que como todo, como todos nosotros cree suyo.
Le sobró la chulería de quien se sabe temido, aunque poco querido y quizá por eso tuvo que repetir, repetirse que es muy querido en su partido, olvidándose de que su partido ya no es tan querido por os españoles, de que ya no estamos en los tiempos en los que hizo de Pablo Casado su jefe de gabinete, un Pablo Casado al que cacheteó con displicencia y una media sonrisa de ratón, no lo hubiera hecho mejor un mafioso. Hizo todo eso y lo hizo interpretando el papel de figurante de spaghetti western que el mismo se asignó en aquella nefasta coproducción que fue la Segunda Guerra del Golfo, aquella que se presentó en las Azores, con un photocall en el que no sabía colocarse y del que no hubo manera de arrancarle.
Cuando le veo de nuevo, como le vi ayer, no tengo la menor duda de que ese hombre no es ni ha sido feliz. No puede haberlo sido. Ni siquiera en aquellos días en que se corrió el rumor de que andaba enamorado, en aquellos tiempos, breves, por cierto, en que alguien trató de humanizar su hosca figura, envolviéndola en páginas de poesía. Sin embargo, aquello no funcionó y si no funcionó es porque ese hombre agresivo e inseguro no es capaz de ofrecer un flanco por el que asome un gramo de ternura. Ese hombre se debe a la refriega y la altivez, que cultiva sin descanso, porque sabe que, aunque sea en el papel de villano, está donde nunca imagino que podía estar.
De que no es capaz para la ternura da prueba la manera en que se refirió a las circunstancias por las que están atravesando Pablo Iglesias y su compañera, sin la más mínima afectividad y en medio de un reproche. Algo parecido a lo que hizo con Casado, al que saludo pretendidamente con cariño, para dejar claro que es "su chico".
De lo demás, de aquello por lo que había sido llamado a la comisión, no dijo nada. Él no sabía nada, no cobró nada que no debiera, no autorizó nada indebido y está orgulloso, muy orgulloso, de haber presidido su partido y nuestro país durante demasiados años, añado yo. Aznar no dijo nada de lo que de él se esperaba, el personaje lo hace imposible, pero tampoco hay que dar por perdida la mañana y es que, pese al lucimiento personal buscado por Rufián, mezclando churras con merinas, Aznar llegó a perder los nervios y lo hizo cuando las preguntas se hicieron claras y precisas con Pablo Iglesias.
Aznar se permitió mentir con descaro, de ofender a la inteligencia, no sólo de los diputados, sino de cualquiera que hubiera vivido esos años con una mínima atención. Aznar se permitió negar lo que, después de años de investigación y proceso, sentenció la Audiencia Nacional, que en el PP de Aznar hubo una caja B y que con ella se financió, totalmente o en parte, el partido.
Pero a Aznar todo esto le da igual. Aznar practica la posverdad de sus amigos americanos, si es que no la inventó el mismo tras los atentados de Atocha. A Aznar le basta con sentirse temido y con soltar dos o tres frases, con creerse brillante. Nadie en su entorno, que es el único que le importa, se lo va a reprochar. Se ha encastillado en un territorio aparte, no sé si en montañas lejanas o en desiertos remotos, pero sí alejado, muy alejado, de la realidad en la que vivimos.
La comparecencia de ayer pudo ser inútil "procesalmente", pero nos permitió medir de nuevo la calaña de ese personaje orgulloso de ser, todo en uno, el chulo, el feo y el malo.

martes, 18 de septiembre de 2018

EL FUERO Y EL HUEVO


Quién nos iba a decir que el "ansia de conocimiento" de nuestros dirigentes iba a acarrear como consecuencia la primera reforma de la Constitución más allá de aquel collar de castigo que, en tiempos de Zapatero, PSOE y PP pusieron al cuello de millones de españoles con aquella ominosa reforma del artículo 135, forzada por le Unión Europea, que dejó a los españoles indefensos ante una crisis que tenía más que ver con la codicia y la irresponsabilidad de la banca de aquí y de allá que con los "pecados" de las víctimas finales.
El caso es que, por lo que sea, por necesidades propias, por desviar la atención de su persona, por aligerar la presión mediática sobre su gobierno o por acotar el terreno en que se mueve el líder de la oposición, Pablo Casado, Pedro Sánchez ha sacado este llamativo pañuelo de la varita de mago que ha puesto en sus manos el Congreso al aprobar la moción de censura contra Rajoy que le llevó hace poco más de cien días a La Moncloa.
El pañuelo de vivo color y de seda, suave al tacto, pero resistente si es preciso atar o amordazar a alguien con él, es la propuesta para reformar urgentemente la "carta magna" para levantar o aligerar el fuero que, hoy por hoy, protege a demasiados españoles, por ejemplo y no me resisto a destacarlo al mismo Pablo Casado que, de aprobarse la reforma, debería responder sobre las irregularidades de su máster ante la juez que ha implicado a varias de sus compañeras en aquella "aventura académica, en lugar de gozar del privilegio de hacerlo directamente ante el Tribunal Supremo, cuyos magistrados, querámoslo o no, en ocasiones deben su carrera y quién sabe si su futuro a esos mismos políticos a los que tienen que juzgar. 
El anuncio para el que previamente se habían hecho sonar las fanfarrias y los redobles no era otro que el de esa reforma exprés  de la Constitución que, como la de don Vito Corleone, es una propuesta a la que ni PP ni Ciudadanos se pueden negar, la de la revisión de los fueros que debería ser aprobada por el Congreso en sesenta días y que perjudicaría enormemente al Partido Popular que tiene decenas de imputados en sus filas que, con ella, quedarían a merced de los jueces que hasta ahora instruían las causas en las que se ven inmersos, jueces que, si envían sus causas al Supremo o a los tribunales superiores de cada autonomía, es porque habían visto en ellos algún indicio de culpabilidad.
El PP sería a primera vista, desde luego, el más perjudicado por esa reforma aún por perfilar, pero no sería el único perjudicado, porque también entre las filas del propio PSOE y de otros partidos que, como la de don Vito, se verían obligados a aprobar- Y se sabe que, para hacer una tortilla, hay que romper algunos huevos y aquí parece claro que el cálculo sobre los huevos a romper ya está hecho y el estropicio compensa lo que se va a obtener con ella.
Si PP y PSOE, amén de otros partidos de parecida tradición, se ven perjudicados, no parece que vaya a ocurrir lo mismo con Ciudadanos que aún no ha tenido tempo de corromperse en la misma proporción. Quizá por ello y porque la supresión de los fueros era uno de los puntos de sus programas electorales, el partido de Rivera se ha visto obligado, sobrepasado por Sánchez, a marcar distancias con la propuesta, acusando a los socialistas de pretender con ella devolver a los políticos catalanes encausados por la proclamación de independencia y la convocatoria de los referendos, olvidando que quien marcó la pauta a seguir en las acusaciones no fue el propio Llarena, sino la jueza Lamela de la Audiencia Nacional.
Lo que me queda claro es que, por lo que sea, este país siempre se ha llevado mal con los tribunales y que, tradicionalmente, se ha optado por el huevo frente al fuero, al que sólo se recurría en cuestiones de honor, honrilla popularmente, como el don Erre que Erre del cine, hasta que, claro, la clase política lo convirtió en un paraguas que, cuando menos, extiende en el tiempo la solución de procesos en los que, de clara que es su culpabilidad hiere a los ojos de  quien tiene un mínimo de objetividad.
En fin, veamos hasta dónde llega este conejo que ha sacado Sánchez de su sombrero y si hacemos tortilla con los fueros.

lunes, 17 de septiembre de 2018

DIGNIDAD O CORBETAS


Uno de los libros más deliciosos de Guillermo Cabrera Infante es "Cine o sardina", una colección de remembranzas de las grandes películas que pudo ver durante su infancia a cambio de renunciar a la aportación de proteínas y fósforo que suponía esa sardina cuyo precio era incompatible con la entrada para el cine. Afortunadamente para nosotros, el autor de "La Habana para u infante difunto" optó por la oscuridad del cine y dejó para la posteridad una colección de críticas deliciosas de todo aquel cine que, quizá con hambre, pudo ver.
Me he acordado de Cabrera Infante a propósito de la decisión tomada por el presidente Sánchez de mantener la venta de bombas presuntamente inteligentes a un país, Arabia Saudí, que, con ellas ha destruido, colegios y hospitales, causando decenas de víctimas, entre ellas muchos niños. Y me he acordado, porque Sánchez, corrigiendo y creo que humillando a la ministra Robles, ha optado por las corbetas, frente a la dignidad y la coherencia.
Que conste que creo que Sánchez es, pese a todo y para quienes creemos en la igualdad y la justicia, el mejor presidente de los posibles actualmente, pero su decisión me ha hecho recordar a otro presidente, Nicolás Salmerón, que hace siglo y medio renunció a la presidencia del gobierno de la Primera República para no tener que firmar la condena a muerte de varios militares alzados en armas contra él. Salmerón dejó para la posteridad una lección injustamente olvidada, quizá porque resulta incómoda para quienes toman sus decisiones pensando más en las encuestas que en la coherencia que debiera ser exigible a todo gobernante.
Finamente, el gobierno ha optado por quitarse de encime el problema de ver como una comarca, la de San Fernando, en Cádiz, se enfrenta a eres y paro, si Arabia Saudí toma represalias contra España, en el lomo de los trabajadores de Navantia, por no recibir las malditas bombas compradas al gobierno de Mariano Rajoy. Supongo que no ha sido una decisión fácil, entre otras cosas porque entraña una gran incoherencia y porque supone la desautorización de la ministra de Defensa, que sale ostensiblemente "tocada" de la crisis. 
Sin embargo, puestos a encontrar incoherencias, mayor aún me parece la del alcalde de Cádiz y líder de Podemos, José María González Santos, Kichi, que dijo, a propósito de la crisis de las corbetas que "no pude recaer sobre Cádiz la responsabilidad de la paz mundial", como si las corbetas fueran barcos de recreo. Lo que no deben olvidar ni Kichi ni sus votantes, es que la sangre que derramen esas bombas o esas corbetas, les habrá salpicado también a ellos.
Afortunadamente para Pedro Sánchez, la decisión se ha anunciado en medio del sainete montado por Albert Rivera, que otra vez se ha pasado de la raya, tirándose sin rubor a la piscina vacía de la tesis del presidente que, esta vez y aparentemente bien asesorado, ha vencido el natural impulso de bajar al barro, dejando que los hechos pusiesen en evidencia a Ribera  y sus mariachis, permitiendo que, como en el judo, el propio impulso de su vana acusación acabase derribando al propio Rivera, del que, con no poca caridad, la prensa no ha hecho toda la sangre que debería haber hecho.
El ruido en algo tan burdo como injusto, las dudas ya resueltas sobre la tesis del presidente, le ha salvado esta vez. Sin embargo, para quienes creemos en un mundo mejor... y sin armas, Pedro Sánchez ha resuelto mal el debate, porque, en lugar de optar por el cine frente a las sardinas, como hizo Cabrera Infante o por no seguir al frente del Consejo de Ministros si ello suponía hacerlo con las manos manchadas de sangre, como Salmerón, Pedro Sánchez ha optado por vender esas sofisticadas bombas que también matan, para poder vender a los mismos tiranos corbetas para sus guerras.
































































































































































































































































































































































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jueves, 13 de septiembre de 2018

VUELVE GILA


Me pregunto a menudo que diría de  lo que está pasando hoy cualquiera de esos personajes que toda mi vida he admirado y que ya no están aquí. Echo de menos, por ejemplo, la socarrona lucidez de Miguel Gila, desaparecido hace diecisiete años, el mejor monologuista que ha pasado por las televisiones y los escenarios españoles. Imagináis, por ejemplo, qué hubiese dicho de la ridícula caza del máster en la que se ha embarcado nuestra clase política, dejando de lado asuntos de mucha mayor enjundia para los ciudadanos, como el paro, la vivienda, la sanidad o la enseñanza. Yo, por ejemplo y sin querer apropiarme del pensamiento del humorista madrileño, estoy seguro de que, con ese humor amargo y vitalista que le caracterizaba, sacaría partido de una situación de la que lo menos que se puede decir es que es tan cansina como bufa.
Me ha venido al pensamiento don Miguel, Gila, como a él le gustaría ser recordado, porque, ayer, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, hizo lo imposible para parecerse a uno de sus personajes, ese, no sé si él mismo o un primo imaginario que trabajó como detective de un hotel y que, aparte de deducir por el humo y las colillas que se había fumado, era capaz de hacer confesar al asesino, gritando a los cuatro vientos que alguien había matado a alguien.
Más o menos lo que ayer hizo en la sesión de control al Gobierno Rivera, un poco a la desesperada, al exigir al presidente Sánchez, sin pruebas y sin un motivo aparente, que hiciese pública su tesis como doctor en Economía, cuando siempre ha estado a disposición de cualquiera que quisiese consultarla, en la biblioteca de la universidad Camilo José Cela, donde fue defendida.
No tenía, ni puede tener, prueba alguna de que no existiese o hubiese sido plagiada, salvo los rumores interesados de "radio macuto" que, al parecer, el artrítico aparato socialista, capaz de sumarse la firma de manifiestos contra la exhumación de los restos de Franco, para minar el prestigio de quien ganó unas primarias partiendo desde cero y consiguió desalojar a Rajoy de La Moncloa con poco más de ochenta diputados.
Rivera, que se las prometía muy felices mientras duró el knock out del PP, ha pasado de ser el rey de las encuestas a verse superado por Pedro Sánches y, sobre todo, por Casado y cierra España, que, en el fondo, es el que más le preocupa. Por eso y sin un máster que rascar, tiró ayer por elevación y no encontror nada mejor que hacer que sembrar dudas sobre la titulación académica de Pedro Sánchez, a sabiendas de que el sentido gregario de la prensa de este país acabaría llevando a que una buena parte de los periodistas de este país acudiesen a la biblioteca de la Camilo José Cela a consultar el tocho de más de trescientas páginas allí depositadas.
Lo más curioso de tos esto es que, para ser diputado, ministro o presidente, no es preciso título alguno. Basta con haber dado algunas clases de teatro, como Toni Cantó, aunque, acomplejado, el las disfrazó de una docencia más elevada, o tener una maestría industrial como José Luis Corcuera, o ser la señora de, como tradicionalmente lo han sido algunas diputadas del PP, es decir, nada. En teoría no hace falta ni eso ni cualquier título, debería bastar con ser honrado y estar dispuesto a defender los intereses de los ciudadanos que hayan depositado en él su confianza. Nada de másteres, maestrías en español, ni doctorados, sólo el espíritu de servicio y la inteligencia y la honradez y el espíritu de servicio necesarios para defender los intereses de los votantes.
Por eso, cuando ayer vi a Albert Rivera interpretando un mal Gila en el pleno del Congreso eche de menos a Gila, porqe él hubiese sido, sin duda, un magnífico diputado.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

SE PIERDE UNA MINISTRA


Nuestro idioma encierra una magia que, a veces, nos juega malas pasadas o, quién sabe, nos da la ventaja de encerrar en las mismas palabras dos significados bien distintos. Eso es, precisamente, lo que ocurre con el título escogido para esta entrada ”Se pierde una ministra" que lo mismo vale para el roto que la propia ministra se hizo al aceptar, consciente o inconscientemente, las ventajas trampa que puso a su disposición el tenebroso Instituto de Derecho Público de la Universidad Rey Juan Carlos, ventajas trampa que seis años después han acabado con su dimisión como ministra de Sanidad, que  para el descosido que deja a la sanidad pública, de la que siempre ha sido ardiente defensora, como demostró en su etapa como consejera del ramo en el gobierno valenciano y ahora en el de la Nación.
Se ha perdido, se perdió, la ministra haciéndose cómodamente con un máster que no necesitaba en unas condiciones ofensivas para el resto de sus compañeros de estudios y para la universidad que expedía el título. Se perdió cuando, al margen de aceptar esas insultantes ventajas, hizo lo que desde que se inventó el "corta y pega", hace un importante porcentaje del alumnado que para superar alguna de sus asignaturas no tiene más que entregar un trabajo que, después, el profesor lee o no lee. Y, si digo esto, es porque la misma molestia que, supongo, se tomó La Sexta o quien informase del plagio a La Sexta de hacer búsquedas en la red con párrafos del trabajo de la ministra, hasta que sonase la flauta de la equivalencia idéntica con otros párrafos de trabajos ya publicados, porque dónde estaban esos profesores, cansados de saber que reciben  trabajos impecablemente encuadernados más propios de costureras que de alumnos investigadores, porque un profesor debería reconocer la capacidad de expresión y los conocimientos de sus alumnos.
Se perdió a sí misma con su máster la ministra y se perdió, para todos nosotros, una ministra que se había propuesto devolvernos lo que, al Partido Popular, agazapado tras la coartada de la crisis, nos había arrebatado. Porque, aunque no se ha hablado de ello tanto como de su máster, Carmen Montón, al frente de la Consejería de Sanidad Universal y Salud Pública, un nombre cargado de compromiso, desprivatizo los hospitales que Zaplana regaló a constructoras y los valencianos pagaron, año tras año, más caros que si hubiesen sido atendidos en una lujosa clínica suiza. Perdemos una magnífica ministra, probablemente la mejor posible, que, a su llegada al Paseo de Prado, devolvió la asistencia sanitaria a todos lo que se encuentren en España, incluidos inmigrantes, parados y a esos españoles emigrados por la crisis a quienes el PP por miserables razones economicistas se la había negado. Lo último que se sabe de su gestión, conocido al tiempo que sus irregularidades académicas, es ese plan para atajar el suicidio que alcanza en España una cifra de varios millares de "víctimas" al año, plan que, junto a la eliminación del copago sanitario, se encargará de culminar su sucesora, médica como ella, María Luisa Carcedo.
La prensa, en este caso eldiario.es, ha añadido una nueva muesca a su revólver, pero nosotros hemos perdido una ministra, una ministra que no acabará como tantos otros cargos dimitidos o cesados de la Sanidad en una farmacéutica o una empresa del ramo como Capio o Quirón. Y si no acaba en ellas, es porque, en las escasas semanas que ha permanecido en el cargo, ha trabajado para los ciudadanos y no para los tiburones del capital que ven nuestra salud como una apetecible presa para sus fauces.
Se ha perdido una ministra y se ha perdido por una estupidez, por una nimiedad, si se compara con su trayectoria política y profesional. Y que conste que no digo que no deba ser así, porque la decencia y la honradez es, si no lo único, sí lo que más debemos defender los ciudadanos. La ministra, insisto, se equivocó y se perdió, pero, con ella, nosotros, los españoles todos, hemos perdido una buena ministra que sólo deseo que nos ayude a olvidar a su sucesora María Luisa Carcedo, mientras Casado (y cierra España) seguirá arrastrando la vergüenza de su máster, dentro de unas semanas en el Supremo, sin siquiera haberse plantado la dimisión.
Se ha perdido una ministra, como se perdió un ministro, el de Cultura Maxim Huerta, Dos en los apenas cien días que lleva Sánchez en el Gobierno, no porque los ministros de Sánchez sean peores o menos honrados, sino por todo lo contrario, porque, para contar los ministros, no ya del PP, sino sólo de Rajoy, no bastaría con los dedos de las dos manos.