Si hay algo que me va quedando cada vez más claro de todo lo
que está ocurriendo en Cataluña, es que hay quien tiene prisa, demasiada prisa.
Cuando ayer saludaba la decisión de president del Parlament, Roger Torrent, tan
lógica como valiente. de parar el reloj para tomarse el tiempo preciso para
encontrar una salida al callejón sin aparente salida. en el que algunos se
empeñan en enfangar a todos los catalanes.
De paso, ayer también quedó claro que, aunque en algún
momento hayan caminado y caminen en paralelo. los intereses de las dos mitades
de los soberanistas no son los mismos, entre otras cosas, porque, frente al
mesianismo unipersonal de Junts per Catalunya, para el que el programa a
cumplir al parecer se reduce a reponer a Puigdemont en la presidencia a costa
de lo que sea, Esquerra es un partido con historia que, además, ha sido el
portador de la llama del independentismo también en los años duros de la dictadura,
el verdadero franquismo.
Por ello, a cada minuto que pasa, las costuras, más bien
hilvanes que arman lo que pretende ser el bloque soberanista se abren más y
más, ante la evidencia de que quienes lo quieren todo y lo quieren ya no están
dispuestos a esperar un segundo ni respetar una sola regla para lograrlo. Algo
que resulta casi paradójico, cuando Cataluña lleva meses sin gobierno y, lo que
es peor, sin expectativas a corto plazo de tenerlo.
No lo entiendo. Me pierdo una y otra vez en este ajedrez diabólico
en el que, cuando alguno de los dos contendientes progresa el otro da un
puñetazo a la mesa haciendo volar el tablero por los aires, en un ritornello
dramático en el que, a cada puñetazo, se pierden más y más fichas.
Ayer, lo más lógico parecía esperar, tomarse tiempo para que
Puigdemont encontrarse en el fondo de su alma de adolescente díscolo un rincón
para la generosidad, para el sacrificio o para que quienes de verdad persiguen
el bien de Cataluña y os catalanes encuentren una estrategia común y un
candidato alternativo que dé salida a esta crisis endemoniada que el PP con su
mezquindad lleva años abonando sin haber medido irresponsablemente las
consecuencias de su pasotismo egoísta.
Ayer, también, las alianzas que hicieron fuerte al
soberanismo se volvieron contra el bloqueando la salida y demostrando que
pueden más cuatro diputados de la CUP que toda la razón acumulada, que la calle
es un arma tan poderosa como puede llegar a convertirse en peligrosa cuando se
pierde su control. Y es que la ANC movilizó a sus bases frente al Parlament
para ejercer toda su presión, pero no fue capaz de replegarla cuando lo prudente
era hacerlo, con lo que ya hay imágenes de cargas y vallas por los aires, que
se volverán contra Cataluña y los catalanes, minando aún más su prestigio
ya perdido.
La transversalidad que pretenden los soberanistas, la que
pretendió Podemos en su proyecto, es posible, pero sólo para un momento. En
cuanto ese momento transcurre, con o sin el objetivo cumplido, la unidad se
descompone y carcome aquello que pudo ser y no fue. Estamos cansados de verlo.
Estamos cansados de renunciar a los principios para crecer, para atraer a otros
a proyectos desideologizados. Cansados, porque ninguno llega a buen puerto.
Está pasando y está pasando todos los días. Cansados de los impacientes, de los
que son capaces de todo para sacar adelante "sus" intereses, a costa
de quien sea y lo que sea.
Las prisas no son buenas y los atajos a veces acaban en el
abismo. Ojalá mis queridos catalanes se tomen un momento de reposos para
pensar, no en la siguiente jugada, que lo hacen muy bien, sino en el final de
la partida. Ojalá jueguen a esto como el Barça juega al fútbol, sin prisas pero
sólidamente.