Lo reconozco, no resulta fácil. Para ser del Barça
siendo madrileño y viviendo en Madrid hay que dar demasiadas
explicaciones. Se aplica en Madrid -imagino que al igual que se
aplica en Barcelona, una ilógica lógica por la cual la cuna y la residencia
prevalecen sobre otras circunstancias a la hora de definir gustos
y preferencias, también en el terreno del fútbol.
He de confesaros que mi inclinación hacia el Barça, aunque
previa a su etapa de mayor esplendor, no lo fue desde un principio -mi primer
equipo fue el de mi barrio, el Atlético de Madrid, y tiene mucho que ver
con una especie de reacción alérgica a la prepotencia merengue de mi
querido compañero de pupitre. Así que me hice sufridor colchonero y
aprendí a sobrevivir en la oposición, aunque, bien es verdad y debo aclararlo,
nunca he sido un apasionado del fútbol y se pueden contar con los dedos de una
mano, y aun sobraría alguno, las veces que he visto un partido en el campo.
Así que, recapitulemos, soy un madrileño del barrio
de Carabanchel, criado a un kilómetro del río Manzanares que dio nombre al
estadio del Atlético, que, en su adolescencia y llevado por un anti
madridismo reactivo comenzó a sentirse "colchonero". Pero he aquí que
a la presidencia del club comenzaron a llegar personajes tan
estridentes tragicómicos, a medio camino entre el circo y la delincuencia,
justo en el momento en que, al Barcelona, llegó Cruiff, uno de esos raros
jugadores que, no sólo asombran en el campo, sino que, también, lo hacen fuera
de él y que puso en el Camp Nou la semilla del que llegaría a ser el mejor
equipo del mundo.
Todo perfecto. Y más si, en general, la gloria del Barcelona
comenzó a crecer sin que, al menos en lo que yo sé, se tiñese de la prepotencia
tan acostumbrada entre los madridistas. Hubo entonces altibajos y Real Madrid y
Barcelona comenzaron a turnarse en ganar el campeonato de liga, con actitudes y
filosofías diferentes. Recuerdo que, exceptuando la pasada
temporada, primera y única que ha ganado y ganará para el Madrid el
carísimo y odioso Mourinho, la última que perdió el Barça lo hizo en la última
jornada y lo recuerdo, porque lo viví en el coche de mi amigo Ernesto
Estévez, con mi llorado Carlos Llamas, colchonero y mosca cojonera también en
esto del fútbol, de testigo.
Aquello marcó un fin de etapa en el Barça, si no recuerdo
mal le costó el puesto a Reijhart, y dio paso a la gloriosa etapa
Guardiola, la más gloriosa del equipo, que, si no me equivoco, concluyó ayer
con la triste derrota en el Nou Camp, a manos del mejor equipo del mundo, que
no sé cómo va mejorar el mismo Guardiola que lo entrenará la próxima temporada.
El resultado, inapelable, refleja lo que ya es una verdad a gritos. El Barça
está muriendo de éxito y, quizá por haber encontrado la mejor forma de jugar al
fútbol, no ha sabido desarrollar alternativas y se ha convertido en
messidependiente hasta el punto de sufrir de artritis mental cuando se trata de
hacerlo de otra manera.
La única excusa sería tener en cuenta que el
Bayern es hoy por hoy el mejor equipo del mundo y que quizá lo hubiese sido
también de haberse enfrentado a un Barça sin bajas. Justa victoria, ante la que
el trabajo y el sufrimiento de los jugadores barcelonistas no sirvió de
nada. Justa victoria y elegante y sensata reflexión del jugador Piqué
que, olvidando pasadas veleidades, supo asumir la derrota y diagnosticar
que los males de su equipo necesitan decisiones.
El Barça no ha sabido o no ha querido prescindir de un
Vilanova enfermo y ha perdido más de media temporada, sin hacer los cambios ni
los refuerzos que las mermas pedían a gritos. Pero saldrá de ésta y creo que
seguirá siendo el mejor equipo de la liga española. Mientras, en el Real Madrid
se habla de épica y heroísmo tras perder con un equipo que está a veinte puntos
del Bayern en la liga alemana y que estuvo a punto de ser eliminado por el
Málaga de Pellegrini.
Por eso, y por llevar la contraria, soy del Barça.
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