Daba gloria ver ayer al ministro recoger azorado la mano
vacía que no quisieron estrechar diez de los más brillantes estudiantes
universitarios españoles. Viendo anoche las imágenes me sentí orgulloso y
emocionado, tanto como confuso debió sentirse Wert, empeñado en recolocar
los puños de su camisa después del desplante, sólo para repetir el
gesto protocolario y mecánico de extender la mano junto al diploma que
acredita cada premio y obtener otras nueve veces la misma respuesta.
Me alegré de que esos diez estudiantes, merecedores
todos de premio por sus brillantes carreras no se hubiesen dejado llevar
por ese viejo consejo que suelen dar las madres y las abuelas de "hijo,
tú no te signifiques". Y me alegré, porque en estos tiempos que nos toca
vivir, que en especial les toca vivir a ellos, hay que hacer caso a
Gabriel Celaya y tomar partido hasta mancharse. Su gesto, su desprecio al
ministro responsable de que muchos de sus compañeros tengan que abandonar sus
carreras a mitad de curso por no poder pagar las tasas salvajes impuestas este
año o por no disponer de la beca que hasta ahora les había permitido
seguir sus estudios, su gesto, insisto, ha dado la vuelta al país, las imágenes
se han repetido en la red y en los telediarios, dejando sin argumentos a
quienes, como el propio Wert, se llenan la boca de palabras rimbombantes como
excelencia, aprovechamiento o esfuerzo.
El gesto de estos universitarios ha dejado claro que también
quienes más se esfuerzan, quienes más aprovechan sus estudios, quienes han
obtenido sus títulos con excelencia, desprecian a este ministro que de uno o
varios plumazos ha devuelto la universidad y la educación a tiempos en los que
sólo estudiaban los hijos de los pudientes, mientras se condenaba a un futuro castrado
al resto. El gesto ha dejado sin argumentos a quienes piensan que las protestas
y las huelgas son cosa de gamberros y vagos.
Hay quien anda diciendo que el gesto de estos jóvenes fue
una muestra de mala educación y yo les quito la razón. Quienes piensan eso
confunden la educación con el protocolo. Estrechar la mano es un gesto de
cordialidad, de mutua confianza, de hecho se dice que, si se ofrece la
mano abierta, es para demostrar que no oculta ni empuña un arma, y
hay momentos en que la cordialidad no es posible, porque la mano que te ofrecen
es la de quien firma las leyes dejan en la calle a decenas de miles de
universitarios y sin fondos para desarrollar los conocimientos adquiridos
en la Universidad a miles de licenciados como los premiados ayer ¿Puede haber
cordialidad en ese caso? Creo que no y que Wert obtuvo ayer lo que merecía.
Pese a ello, hay incluso quien se compadece del pobre
ministro que "es inteligente y educado" y yo les digo que he visto
imágenes de Hitler y del general Franco acariciando niños y perros, les
digo que no es de eso de lo que estamos hablando, que de lo que estamos
hablando es de la negación del saludo a quien tiene por costumbre despreciar a
quien no le da la razón, a quien como un toro ciego embiste una y otra vez contra
lo que es de todos y tanto ha costado construir, dispuesto a echarlo abajo,
pensando quizá en un pasado que para él fue fácil.
Para quien pasó su infancia y su adolescencia en las aulas y
el patio del selecto Colegio del Pilar debe ser muy difícil pensar que un
chaval de Entrevías, en Madrid, o de las tres mil viviendas de Sevilla tiene el
mismo derecho que él a formarse y a hacerlo con la ayuda del Estado que pagamos
todos, ricos y pobres, cada cual con su afán y su esfuerzo. Parece mentira que
alguien que tanto se las da de culto, que presume de experiencia, que ha
estado al frente del CIS y lleva años viviendo de la demoscopia, no sea capaz
de ver que lo que está haciendo es injusto y clasista y que lo de ayer no fue
un gesto de mala educación, sino toda una lección para un ministro.
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