Viendo ayer las imágenes de Edward Snowden, mientras
explicaba desde Hong Kong su bendita fechoría, no pude sino acordarme de
mi hija, de mis sobrinos y de sus amigos, jóvenes idealistas todos ellos, que,
o mucho me equivoco, o se comportarían de manera parecida a como lo ha hecho el
joven "espía" que, si le hemos de creer, y yo le creo, entre
conciliar el sueño por las noches y vivir como un rajá en las playas de Hawái,
escogió lo primero, pese a que su acción puede costarle, en un país que, no lo
olvidemos, mantiene la pena de muerte, podrá costarle, incluso, la vida.
Supongo que Snowden, como tantos otros informáticos
brillantes fue contratado como mano de obra especializada para llevar a
cabo las "rutinas" del seguimiento y análisis de los millones
de correos y chats que diariamente circulan por la red. Y eso,
porque, seamos realistas, el espionaje tiene poco o nada que ver con la imagen
romántica que James Bond nos da de él y mucho más con la interrumpida rutina
del personaje de Robert Redford en "Los
tres días del Cóndor".
Lo que ocurre es que Edward Snowden, como ese personaje, un
día se da de bruces con la realidad de lo que se esconde tras esas rutunas de
los rastreos y análisis rutinarios, y es entonces cuando se enfrenta a las
objeciones éticas que le plantea su aparentemente inocente trabajo y decide
ponerlo todo patas arriba, dejando en evidencia a ese monstruo insaciable que
hemos dado en llamar "el sistema".
No sé si me equivoco, pero me resulta mucho más fácil fiarme
de Edward Snowden que de Julian Assange, en el que, como mínimo, detecto ego
que me hace desconfiar de él. En el caso de Snowden, uno podría pensar que no
es consciente de las consecuencias de lo que ha hecho y que no es otra cosa que
dejar con el culo al aire a la CIA, para la trabajaba, al presidente Obama,
que, en nombre de la seguridad, aprobó y sigue defendiendo este espionaje
indiscriminado, y, cómo no, a todas las grandes y mesiánicas empresas de
la informátca y la red -Microsoft, Apple, Google o Facebook, que abrieron la
puerta de atrás de sus clientes a los espías.
Sé que cuesta creer que alguien con su edad, con su
futuro y con su brillantez elija vivir como un fugitivo el resto de su vida por
"nada", sólo por sus ideales, pero él lo explica con toda la calma
que cabe imaginar cuando dice que “Cuando te das cuenta de que el mundo que
ayudaste a crear va a ser peor para la próxima generación y para las
siguientes, y que se extienden las capacidades de esta arquitectura de
opresión, comprendes que es necesario aceptar cualquier riesgo sin importar las
consecuencias”. Y es entonces cuando le crees y cuando te pones pensar si
no te opusiste lo suficiente a la explotación de los becarios en tu trabajo, si
no votaste demasiado al PSOE, pensando que era lo mejor o que creíste demasiado
tiempo en la inocencia de la monarquía o, cuando menos, en la
conveniencia de no plantearte dudas.
Al contrario de lo que hacen quienes acostumbran a sacar los
trapos sucios de quienes han sido sus jefes o sus compañeros -el PP está a
punto de convertirse en un patio de vecinos- por despecho, por rencor o,
simplemente, por dinero, Edward Snowden parece que ha actuado escuchando sólo a
su conciencia. Y eso tiene mucho valor cuando se está juzgando al soldado
Manning, el verdadero héroe de la filtración de los "papeles de
Wikileaks" y por eso creo que, no sólo lo que ha revelado, sino el modo en
que ha recelado sus identidad y la justificación de su acción son todo un
ejemplo a seguir.
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