Los papeles de Snowden van camino de hacer más daño a los
paladines de la libertad mundial, con sede en Washington y Londres, que el que
les hicieron, y fue mucho, los de Wikileaks, porque, si aquellos dejaban
al descubierto y en carne viva la torpeza del servicio diplomático de Estados
Unidos y sus socios, en estos lo que se evidencia es el "todo vale"
con el que, en nombre de la seguridad, están mirando en nuestros correo,
escuchando nuestras conversaciones y oliendo nuestras braguetas. Quienes se
dejan embriagar por el poder y no sólo por el poder, como Miguel Ángel
Rodríguez, lo saben de sobra. Por eso buscan información sobre adversarios y
compañeros, por eso circularon como circularon los dosieres en la Comunidad de
Madrid de Esperanza Aguirre. Todos ellos saben y cómo que la información
es poder y por eso la buscan, la compran y la utilizan.
Por los papeles de Snowden acabamos de enterarnos de que
Reino Unido espió en 2009 a varias de las delegaciones convocadas a las
cumbres del G-20 celebradas allí y que, además, montó falsos cibercafés
mediante los cuales controló los correos y los chats de quienes cayeron en su
trampa. No es de extrañar. Yo doy por descontado que siempre hay gente asomada
a lo que escribo y cuelgo en Facebook y a lo que digo o hago con mi
teléfono móvil y creo que ese es el secreto de la libertad hoy en día: ser
conscientes de que millares de ojos y oídos escrutan nuestra vida de la que,
por suerte o por desgracia, una gran parte transcurre ya en teclados y
pantallas.
Sabemos de sobra que bucear en los servidores que hacen
posibles las redes en las que interactuamos es posible. Sabemos que la
información que los gestores de esas redes tienen de todos nosotros se usa
comercialmente y conocemos y sufrimos su puritanismo moralista ¿Cómo
dudar entonces de que no tardarían ni un segundo en dar a sus gobiernos,
Estados Unidos en el caso de Facebook, Google o Microsoft, la información
que soliciten de nosotros, sus "clientes". No deberíamos olvidar
que los programas que utilizamos a diario en nuestros ordenadores y
teléfonos, pasan por infinidad de servidores y que, por definición, están
llenos de "puertas de atrás" que alguien puede abrir en un momento
dado, para que los gobiernos pasen y vean.
Os preguntareis qué hacer ante la evidencia, sospechada
largamente y ahora confirmada, de que nos vigilan. La respuesta es, siempre lo
es, un debate entre libertad y seguridad, aunque ahora se trataría de la
libertad y la seguridad individuales. Un debate, en fin, entre cómo queremos
vivir y a qué estamos dispuestos a renunciar para conseguirlo.
En mi caso, la respuesta es clara. No estoy dispuesto a
renunciar a nada y por eso todo lo que hago o escribo en la red es
accesible para todo el que quiera mirarlo. Por eso mi único límite es el daño
que pueda hacer a quienes carecen de responsabilidad en lo que ensalzo o
critico y por eso trato, sobre todo, de distinguir entre el ámbito público y
privado que tienen todas las personas, incluso las que se mueven en lo público.
Teniendo esto presente y actuando así, seremos más fuertes,
porque no nos inocularán su miedo ni su prudencia y nos expresaremos en
libertad, como lo haríamos con amigos, y todos sabemos que algunas cosas no se
las contamos ni siquiera a los amigos. Si lo tenemos claro y no nos dejamos poner
el dogal, seremos más libres y si somos más libres ellos serán más débiles,
porque se puede represar un río para controlar su caudal, pero, cuando el río
viene crecido, no hay dique que lo retenga.
Lo “hablaba” hoy con una amiga. La libertad no admite
apellidos. La libertad no puede ser prudente, no puede ser segura. La libertad –y
sé que es una utopía- sólo puede ser LIBERTAD, con mayúsculas.
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