A la ocasión la pintan calva y a la justicia, ciega. Se
supone que la joven mujer con los ojos venados y una balanza colgando
de su mano izquierda que la encarna, representa el deseo de los
hombres de alcanzar el justo equilibrio en sus disputas. Hasta ahí, perfecto,
lo malo es que olvidamos que en su mano derecha -los seres humanos somos
diestros por defecto- es una espada y, al final, uno no sabe qué mano gobierna
sobre cuál. No sabemos, y al menos para mí es un motivo de intranquilidad,
si es el deseo de equilibrio el que guía al poder o si es el poder y el
deseo de tenerlo y conservarlo el que guía la mano que sostiene la balanza
y sus inclinaciones.
Me viene todo esto a la cabeza ahora que la renovación del
Tribunal Constitucional va a provocar un giro dramático en su composición, con
lo que el perfil del órgano encargado de analizar a la luz de la
Constitución las leyes y las resoluciones judiciales pasará a ser más que
conservador. El hecho de que se produzca precisamente ahora, cuando el PP
tiene en el Parlamento mayoría absoluta y sobrada por tanto para hacer y
deshacer a su gusto, el momento escogido para hacer los cambios y no
cuando por ley y sentido común hubiese sido pertinente, da que pensar, porque,
además, al renovado Tribunal le va a corresponder decidir sobre
muchos de los cambios impuestos por el trágala de la troika y se hace difícil
pensar que algunos magistrados vayan a dejar de darle la razón a sus mentores.
Recursos pendientes y otros recursos que
presumiblemente se presentarán contra algunas de las leyes que por iniciativa
propia o inducido por Bruselas o la Conferencia Episcopal,
serán analizados por un tribunal del al menos dos de sus miembros elegidos
ayer se han significado muy claramente a favor de los intereses del PP.
Es evidente que en esta ocasión la mano derecha, la que
sostiene la espada que simboliza el poder, se ha impuesto sobre la
izquierda que debería mantener la balanza en equilibrio y me temo que aunque la
justicia mantenga sobre sus ojos la venda que la ciega, no va a dejar de
oír los susurros de quien ha sentado a los magistrados en el Tribunal, algo
preocupante en un país cuya constitución aprobada por consenso, lo que implica
ambigüedad y falta de desarrollo de muchos de sus artículos, hace ya
más de un tercio de siglo, sin haber sido apenas modificada.
La espada, el poder, se ha impuesto sobre, la balanza, el
equilibrio, lo que, en mi opinión, acabará por sesgar las decisiones del
Constitucional. Y eso, la preeminencia de la fuerza, aunque provenga de los
votos, de la razón que da el equilibrio, no puede ser bueno.
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