Andan estos días amargándonos la vida, tratando de
quitarnos la poca confianza que nos queda en el sistema, y lo están
logrando. Ahora que no hay trabajo, que no hay crédito, que casi todo
en lo que confiábamos está desapareciendo, ahora que muchas familias están
sobreviviendo con la pensión de los padres o de los abuelos, ahora nos dicen
que también van a meter las tijeras a esas pensiones que están siendo el
salvavidas de tantas familias, porque no son sostenibles ene el tiempo.
Para justificar eso que pretenden hacer, el gobierno, los
gobiernos todos, la troika y el gran capital anónimo y sin alma echan mano de
expertos, curiosamente emparentados la mayoría con la banca y las grandes
aseguradoras, que han parido una complicada fórmula para calcular lo que tendrían
que cobrar los futuros pensionistas para mantener el sistema, que será bastante
menos que lo que cobran los que ya la disfrutan y ligado siempre a la
esperanza de vida del país.
Conocer la existencia de esa fórmula me ha llevado a pensar
que debe existir otra mucho más simple y rotunda que es la que le ha servido a
ese capital desalmado y sin rostro para saquear este país y los que, como éste,
están viendo como desaparece su riqueza, la de sus ciudadanos, de un día
para otro, de la noche a la mañana, a veces, incluso, muy por encima de sus
propios cálculos, con resultados que empiezan a preocupar en la misma Alemania,
inductora al fin y al cabo del proceso.
La fórmula, el procedimiento es sencillo. Bastó con
abaratar, si no el coste del dinero, si la forma de conseguirlo. En un
país que, a consecuencia de la ley del suelo aprobada por el PP, giraba fuera
de su eje y lo hacía alocadamente, casi todo el mundo tenía un trabajo y unas
expectativas de futuro que le permitían soñar con una casa con jardín, un
apartamento en la playa, vacaciones, viajes y coches de lujo. Para alimentar el
sueño, los bancos y las cajas comenzaron a vender, también alocadamente,
su crédito, un crédito que a su vez, con el aumento de la
demanda, acababan comprando en el extranjero, fundamentalmente en
Alemania, con lo que tendríamos ciudadanos endeudados con una banca
también endeudada, en un país en el que los gobernantes, para ganarse el
apoyo de esos nuevos ricos en que había convertido a los votantes, también se
endeudaba despilfarrando sus recursos actuales y futuros en grandes obras
públicas superfluas cuando no obscenamente innecesarias.
Tenemos, pues, ciudadanos e instituciones dándose caprichos
o teniendo que comprar la vivienda que realmente necesitan al desorbitado precio
del mercado. Y tenemos unos bancos y cajas vendiéndoles su dinero y el
que tienen que comprar fuera porque, dicen, su negocio es dar crédito. Lo malo
es que las viviendas, los apartamentos, los viajes, las vacaciones y los coches
de lujo no eran sólo de quienes creían haberlos comprado. También eran
propiedad del banco o la caja, porque los cómodos plazos incluían garantías y
condiciones leoninas para el momento en que no fuese posible pagarlos.
Con esa economía en ebullición, entregada al consumo, en la
que pagar impuestos para sostener el sistema era poco menos que una frivolidad
del pasado, bastaba detener la rueda, imponer cualquier exigencia imprevista
para que todo se esfumase y el fiasco perfectamente previsible de las
hipotecas sub prime americanas fue el palo que detuvo la rueda e hizo saltar
todo por los aires.
Esa ha sido la fórmula hacernos creer que podíamos,
empujarnos a gastar nuestros ahorros en lo que quizá no siempre necesitábamos y
luego quitárnoslo todo: lo comprado, los ahorros, el trabajo, el bienestar y,
ahora, las pensiones. Eso, mientras los que se aprovecharon de nuestra locura
inducida y gestionaron el crédito de manera suicida tienen a salvo, muchas
veces fuera del país, el resultado de su saqueo y la banca saqueada tapa sus vergüenzas,
sin soltar un euro en crédito, con un dinero que, de momento, estamos
pagando todos.
Esa y no otra es la fórmula con la que han saqueado este
país.
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