Hace diez años, la voluntad expresada en las urnas de
quienes por entonces vivíamos y votábamos en la Comunidad de Madrid se vio
violentada por un hecho tan insólito como inesperado en la asamblea
regional: dos oscuros diputados que habían conseguido su acta en las
listas del PSOE que encabezaba Rafael Simancas se ausentaron del pleno en el
que el cabeza de lista socialista iba a ser elegido para sustituir a
Alberto Ruiz Gallardón, con el apoyo de los diputados de Izquierda Unida.
Esos dos diputados, que acabaría tragándose la tierra que,
al parecer, para ellos sí fue generosa, con su gesto, dieron a Esperanza
Aguirre la llave con la que abrir la puerta a su política ultra
liberal de adelgazamiento de lo público en beneficio de empresas cuyo nombre se
repite en otras comunidades, por ejemplo la valenciana, en las listas de
adjudicatarios de servicios públicos que, como la Sanidad, pasan a
gestionarse, y no siempre con acierto, por manos privadas.
Tamayo y Sáez, con ese miserable gesto que nunca fueron
capaces de explicar y del tampoco podrán nunca sentirse orgullosos,
ahondaron también el desencanto de la ciudadanía por partidos que, como el PSOE
en este caso, acogían en sus listas a personajes como ellos. Creo que la
maniobra benefició doblemente al PP de Madrid, porque, además de dar el
gobierno a Esperanza Aguirre, contribuyó a ahondar el desapego
depresivo que, en adelante, alejaría de las urnas a muchos
votantes de izquierda. El "tamayazo", que nunca llegó a investigarse
judicialmente y que murió lánguidamente en una, más que tediosa,
hipnótica comisión de investigación parlamentaria, tiene, como todo, una
explicación lógica y es la de que fue lo que parece que fue y, en esos casos,
lo mejor es aplicar una máxima que siempre me ha servido en mis años de profesión
que consiste en tratar de responder a una pregunta tan sencilla como la de
"quién sale beneficiado". Basta con responder a la pregunta y
tendremos una lectura aproximada de lo que pasó.
Si por aquel entonces el caso Gürtel aún no le había
estallado en las manos al PP, estaba claro que la trama ya estaba operando aquí
y allá. También está claro que detrás de la deserción "incentivada"
de Tamayo y Sáez había intereses inmobiliarios y, de hecho, tirando del hilo de
su desaparición temporal se llegó a vislumbrar la que podría ser la trama de la
operación que privó a la izquierda recuperar el gobierno de la Comunidad de
Madrid después de muchos años.
Han pasado diez años y, con ellos, muchas cosas. Cosas que
han tenido y tienen graves consecuencias para los madrileños. Si no se hubiese
producido el "tamayazo", probablemente la ascensión meteórica de
Esperanza Aguirre, abanderada de los ultraliberales sin moral y
sin escrúpulos, no hubiese sido tan fácil. Lo que desde luego no hubiese
sido posible es el uso y abuso de lo público para propaganda de lo privado a
que nos tiene acostumbrados la condesa. El reparto de los canales de la TDT,
por poner un ejemplo, hubiese sido, si no ecuánime, sí menos escandaloso,
probablemente tendríamos canales al servicio de la gente y no al servicio de
los amigos de Aguirre y Telemadrid no se hubiese usado y tirado como un kleenex
que se ensucia y acaba por ser tan inútil como molesto.
Tampoco Caja Madrid hubiese sido la merienda de negros en
que se convirtió o, por qué no decirlo, en la cueva de ladrones que ha sido.
Quiero creer que el saqueo de los ahorros de muchos madrileños no se hubiese
producido y que las miserias que estamos conociendo no hubiesen tenido lugar,
porque, en manos de Aguirre y los suyos, la caja ha servido única o
principalmente a los intereses de los tiburones del sector inmobiliario, porque
la caja fue uno de los principales agentes responsables de la burbuja
inmobiliaria y, en la etapa Blesa, que coincidió con Aguirre en el poder, se
hicieron muchos negocios y se taparon muchas bocas con el dinero de todos. Y
qué decir de la Sanidad, de la Enseñanza...
A Tamayo y Sáez les debemos mucho los madrileños. Quizá sean
todos los españoles quienes les deben mucho. No hay más que mirar diez
años atrás y ver lo que ha pasado y sus consecuencias. Espero no
echármelos nunca a la cara, porque no sé si sería capaz de pagárselo de
"golpe".
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