Difícilmente puede haber algo más frustrante para un
padre de familia que ver partir a sus hijos con el hatillo en busca de un
futuro que la familia no le puede dar. Por eso, si, como pretenden que creamos,
la patria es -eso nos cuentan con grandilocuencia- una madre
protectora para sus hijos, en estos días aciagos, la patria y sus gestores
deberían sonrojarse de vergüenza al ver como lo más granado de su juventud se
ha visto obligada a hacer las maletas, ahora con ruedas y no de madera o cartón
como las de sus abuelos, para ir en busca del futuro que aquí se les
niega.
Al menos eso pensaba yo hasta que ayer escuché al inefable
Esteban González Pons, una especie de supositorio grasiento y
escurridizo que el Partido Popular, su partido, carga cada fin de semana
con el principio activo de lo peor de su ideología para que nos
lo administre hierática y cínicamente, con su cansina voz de
fraile, ante los micrófonos y las cámaras de turno. Lo digo porque este
prodigio de la naturaleza que es el vicesecretario general de Estudios y
Programas nos dio ayer toda una lección de geografía al hacernos saber que
salir de España para buscar trabajo, si es a Europa, no es ir a trabajar al
extranjero, sino quedarse en casa.
Toda una lección para un paleto como yo que sólo a
duras penas podría hacerme entender en Francia y una parte de Bélgica y todo un
mito que se viene abajo para alguien que, después de tantos años, aun siente
mariposas en el estómago cuando cruza, aunque sea sin necesidad de detenerse,
cualquier frontera.
Qué distinta la fábula que nos contó ayer González Pons del
realismo social de Enrico Letta, primer ministro italiano, que, casi al mismo
tiempo, pidió perdón a los italianos que se han visto obligados a emigrar y que
atribuye tal desgracia a las políticas de gobiernos que "durante años han
eludido sus responsabilidades". Las palabras de Letta no eran un dislate
improvisado sino que formaban parte de la carta de respuesta del jefe de
gobierno italiano a otra carta, publicada el día anterior, en la que un
ciudadano se quejaba de que sus amigos hubiesen tenido que, para encontrar
trabajo, han tenido que marcharse de "país moribundo, sin esperanza y
sin futuro".
Qué distinta, insisto, la actitud de Letta de la de nuestros
gobernantes que una y otra vez insisten en disfrazar la realidad
envolviéndola con palabras tan falsas como vacías, para hacernos creer que
los problemas no lo son, sin darse cuenta de que, con ello, no sólo
impiden hallar una solución para los mismos, sino que aumentan el dolor y la
frustración de quienes los sufren en sus carnes.
Estoy seguro de que aquí, en España, ningún político
lee las cartas al director de los periódicos, pese a que la experiencia me dice
que muchas de ellas dicen más de la situación del país que todos los
telediarios del día. Para qué leerlas, para qué contestarlas, si disponen de
sus púlpitos electrónicos para impartir doctrina siempre que quieran. Para qué
entrar en un debate que nunca ganarían. Cómo no ignorar la reflexión
de un ciudadano en solitario, si se han acostumbrado a menospreciar cuando no
a ignorar huelgas y manifestaciones multitudinarias.
Es mucho más práctico ensanchar los límites del país,
de "casa", hasta donde sea menester. Es mejor encomendar la
solución a la virgen del Rocío y disfrazar la frustrante necesidad de emigrar
de nuestros jóvenes como "espíritu aventurero", sin pararse a pensar
que, con su salida de España, estamos perdiendo el dinero y el esfuerzo que
ellos y, con ellos, todos nosotros hemos invertido en su formación.
A veces cuesta mucho sentirse parte de un país en el que los
gobernantes no sienten ni padecen por lo que les ocurre a los ciudadanos. A
veces echo de menos un poco de humanidad en quienes nos dicen que todo lo
hacen por el bien común. Cómo se nota que la mayoría de quienes están en
política, cuando salen de ella tienen siempre una poltrona en la que
descansar su culo. Falta sensibilidad y falta humanidad, porque falta el
realismo valiente que hace falta para desarrollarlas.
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