A través de nuestros televisores, en las últimas horas, nos
hemos asomado a los graves incidentes ocurridos en la ciudad brasileña de Sao
Paulo, donde la subida desproporcionada del transporte ha desatado las
protestas de los ciudadanos a los que la policía, acostumbrada a la carta
blanca ha sido incapaz de distinguir entre las bandas violentas que campan a
sus anchas por las favelas y todos esos ciudadanos indignados que se quejaban
de que se apriete a los más modestos, mientras se despilfarra en los fastos de
la Copa Confederaciones de Fútbol que, desde ayer, se celebra en el país o
en los del Campeonato del Mundo previsto para el año que viene.
Por desgracia, el de Brasil no es el único ejemplo de
derroche en tiempos difíciles, derroche que se hace en nombre del prestigio y
que, sin embargo, como hemos comprobado gracias a Urdangarín, lo que en
realidad esconde es toda una serie de chanchullos, negocios turbios y tráfico
de influencias, en la que hacen su agosto todo tipo de personajes sin
escrúpulos, a cambio de un hipotético prestigio y de una serie de puestos de
trabajo limitados en el tiempo que ni son tantos, ni bien remunerados. A cambio
de este tipo de convocatorias se encarecen las ciudades y hay que renunciar al
disfrute de las mismas por parte de los ciudadanos que pagan sus impuestos.
Que Madrid no está para fiestas está claro. No hay más que
asomarse a sus calles y comprobar que, salvo las calles escaparate, desde
hace meses no se reparan sus aceras ni se reasfaltan sus calzadas y que,
cuando se hace, no siempre se emplean los materiales ni el personal más
adecuado. Hay baches en algunos barrios de Madrid que forman ya parte del
paisaje. Baches profundos, capaces de provocar serias averías a los vehículos,
en los que, de poder aplicarles la datación por carbono catorce, nos
llevaríamos alguna sorpresa. Y nadie los repara, de nada sirve denunciar su
presencia, porque parece que los agentes y funcionarios que reciben las quejas
conocen de antemano la respuesta que se va a dar a las mismas.
Da miedo pensar que un conductor poco avisado y amigo de la
velocidad pierda el control de su vehículo y pueda acabar haciendo o haciéndose
daño al subirse a una acara o chocar con otro vehículo. Eso, al margen del
deterioro que diariamente sufren los autobuses municipales al pasar una y otra
vez, hundiendo sus ruedas y a veces algo más en el bache de siempre. No me lo
invento. Al igual que vosotros, podría hacer una lista documentada de más
de una docena de esos baches.
Y no sólo en superficie. A veces, sobre todo cuando uno está
sensibilizado, después de accidentes como el reciente de Buenos Aires, escucha
ruidos extraños al coincidir sobre las ruedas del vagón, oye el chirrido del
convoy al pasar por algunos tramos de vía y sufre de frenazos a destiempo
o de paradas en las que se sobrepasa o no se alcanza el andén. Y esos ruidos,
traqueteos, sacudidas o frenazos a destiempo le hacen pensar a un alma
susceptible como la mía que, pese a viajar en uno de los transportes urbanos
más caros del mundo en relación con el salario mínimo vigente, el
material no está mantenido adecuadamente y puede dar lugar a situaciones
de peligro.
Hoy la alcaldesa Botella está con todo su séquito habitual
en Lausana para convencer de la bondad del proyecto Madrid 2020 a los
miembros del comité Olímpico Internacional. Otro viajecito de la alcaldesa
cuando la ciudad carece de piscinas, campos de fútbol, instalaciones
deportivas y, lo que es peor, personal para ayudar a los miles de ancianos
y ancianas que viven solo, muchas veces en buhardillas y pisos altos sin
ascensor, cuando demasiados niños madrileños pasan hambre o tienen que caminar
largas distancias para acudir a un colegio porque el de su barrio nunca
ha existido o lo han cerrado.
Hoy he visto en EL PAÍS una fotografía de los incidentes de
Sao Paulo en la que una joven sostiene una pancarta que dice ¿Es la Copa una
prioridad para Brasil? Y yo me pregunto si lo son los juegos para Madrid.
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