Fue, precisamente, un catedrático de Ciencias de la
Educación, Laurence J. Peter, quien definió el principio que lleva su nombre,
ese que todos hemos escuchado alguna vez y al que todos hemos puesto mil
caras, le mismo que viene a decir que "en una
jerarquía, todo sujeto tiende a ascender hasta alcanzar su máximo nivel de
incompetencia". Fue precisamente un catedrático de Ciencias de la
Educación y tal parece que, cuando lo formuló, estaba pensando en nuestro
ministro de Educación y Cultura, porque el "joker" Wert, torpeza tras
torpeza, insolencia tras insolencia, está, si es que no lo ha hecho
ya, a punto de alcanzar la cima de lo incompetente que puede
llegar a ser.
Le recuerdo en aquellos primeros ochenta, cuando
ya gustaba de acudir a la radio, después de haber estado en la
cúpula del CIS y cuando ya escapaba del centro político por la puerta de
la derecha, hacia la frustrada Coalición Democrática que acabaría siendo el
germen del PP. Adoraba tanto el micro como las butades y le encantaba sembrar
la polémica allá por donde pasaba y he de reconocer que, aunque un tanto
pedante, en las distancias cortas resultaba simpático.
Yo era por aquel entonces un recién llegado al periodismo,
casi por accidente. Era licenciado en Ciencias de la Imagen y había dejado
colgados los estudios de Veterinaria, quizá porque llegué a la conclusión de
que tenía demasiadas cosas en la cabeza como para dedicarla sólo al estudio. Os
lo cuento, porque, si yo pude hacer ese quiebro en mi vida, fue porque
colaboraba en el negocio familiar por las mañanas y, por las tardes, iba a la
facultad o al cine, que me enseñó tanto como los profesores.
De no haber sido así, probablemente hubiese acabado en cualquier
oficina o hubiese seguido con la tienda de mi padre.
Recuerdo también que en algún momento de mi vida tuve beca y
que era brillante en las revalidas, bastante más que Aznar, sobre todo en latín
y ciencias, con lo que alcanzaba ese notable de media que se exigía para
tenerla. A la beca renunciaron mis padres, porque, a pesar de tener cuatro
hijos, consideraron que podían pagar nuestros estudios, como así
lo hicieron, dándonos carrera universitaria a los cuatro. Por eso me echo
a temblar sólo de pensar que hubiera sido de nosotros si nos hubiese tocado
convivir con una crisis como ésta. Probablemente, hoy llevaríamos guardapolvos
si es que los carrefures, los mercadonas, los dias y los alcampos nos hubiesen
respetado. También, durante seis años, di clases en la Universidad y allí pude
comprobar lo enriquecedora que resulta la mezcla de alumnos de
distintas clases sociales, cómo el pedigrí económico de los padres
no garantiza nada y cómo las más de las veces, al menos en lo mío, pesan más las
inquietudes que el esfuerzo.
Si mezclo todos estos recuerdos, es porque creo que lo
que pretende el ministro es una canallada. Es poco menos que expulsar de
la Universidad a todo aquel que no disponga del patrimonio familiar
que le permita hacer una carrera cómoda, mientras, de paso, disfruta de
una vida que, probablemente, le enseñará lo que no se aprende en las aulas. Le
doy vueltas desde que ayer escuché el desprecio con el que el ministro
"expulsaba" de las aulas a quienes, a diferencia de él, carecen
de recursos para desgastar el patio del Colegio del Pilar. Lo que dijo sólo lo
puede decir quien no ve más allá de sus narices, quien no ha conocido nunca la
realidad. Sólo lo puede decir "el rey de la montaña" que nació en la
cima y, ahora que ha vuelto a ella, está dispuesto a impedir que nunca más
vuelvan a subir a ella los de abajo.
Lo que Wert, tan acostumbrado a tomar el pulso a la
sociedad, parece olvidar es que el Estado es de todos y no de unos pocos y que
este país lleva tres décadas y media viviendo en democracia. También, que
las mayorías absolutas, si son despóticas y torpes, duran cuatro años como
mucho. Por eso no tiene sentido hacer leyes en contra de una parte de la
sociedad que, inevitablemente van a ser revocadas cuando esa mayoría caiga.
Wert ha alcanzado en apenas año y medio su máximo nivel de
incompetencia y creo que ya le ha llegado su hora. Todo lo que tiene a su alrededor le viene ya grande. Su objetivo
debería haber sido hacer una reforma aceptable por toda la sociedad. Y no
lo ha conseguido. Más bien al contrario, ha conseguido aunar a toda la sociedad
en su contra. Creo que, parafraseando su salvajada de ayer, debería considerar
si no debe estar en otra parte.
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