Miedo me da pensar en lo que están haciendo entre bambalinas
el gobierno y la banca con el dinero que ha desaparecido del mercado y el
que llega de Europa. De todos es sabido que la banca está tomando préstamos del
Banco Central Europeo a un interés más que ventajoso para prestárselo
al gobierno a un precio más elevado, lo que, evidentemente, está llevando a la
paralización del crédito a los particulares, que son quienes realmente lo
necesitan para reactivar el consumo y, con él, la actividad
económica el consumo.
Hoy me entero de que el ICO, Instituto de Crédito Oficial,
cuya misión fundamental es la de facilitar crédito a clientes, llamémosles
difíciles, ha estad gastando una parte importante de los veintidós
mil millones de euros recibidos del BCE en acudir a las subastas de
liquides del Estado y en cubrir las facturas impagadas de la autonomías. Si a
esto le añadimos que, como admitió la ministra de Trabajo y Seguridad Social,
la inefable Fátima Báñez, admitió hace semanas que el fondo de reserva de
las pensiones se está invirtiendo en deuda pública española, no hay duda
de que hay motivos para estar preocupados, porque el dinero, el poco dinero
disponible, está encerrado en un círculo vicioso, del que a este paso no saldrá
nunca.
Son trampas y atajos contables, mediante los que el Estado
ha conseguido maquillar las cifras y dar la apariencia de que la economía
española se recupera. Pero es sólo una falsa sensación, porque al mirar a la
calle, al poner los ojos en la economía real, nos damos cuenta de que, si
las cifras sobre el papel son aceptables, en la calle, en la economía real, los
españoles estamos viviendo una tragedia de enormes proporciones. Por eso, ahora
que aparece el dato de que la deuda de España, o sea, la nuestra, la que antes
o después tendremos que pagar asciende ya a cerca de un billón de euros o, lo
que es lo mismo, casi el 90% del Producto Interior Bruto. Y me echo a temblar
en un hogar en el que se debe el 90% de lo que se ingresa.
Han pasado de nosotros y sólo nos quieren para que paguemos la
cuenta. Es como esas comidas o cenas con amigos o compañeros de trabajo en la
que, por más que la mayoría se esfuerce en ajustarse a un presupuesto o por más
que el precio del cubierto estés cerrado, siempre hay alguien que se empeña en
disparar la cuenta pidiendo más vino o tomándose dos o tres copas más.
Ocurre que estamos pagando los excesos de otros. También su
falta de solidaridad y decencia, esas deudas a Hacienda de las que poco a poco
tenemos noticia, Messi, Bárcenas, las primas del rey y un largo etcétera que se
esconde en la lista Falciani y que estaría bien que conociéramos para saber por
qué, con todo lo que hemos trabajado, cotizado y pagado todos los
impuestos, cumpliendo con la que es nuestra obligación, ahora que los
necesitamos más que nunca, los servicios sociales son cada vez menos.
No es de extrañar, pues, que los informes que tienen que ver
con el deterioro del estado de salud de la sociedad española sean cada vez más
preocupantes y que en ellos el hambre y la enfermedad y la muerte, como en el reciente del British Medical Journal, que alerta del riesgo para la vida que suponen algunos recortes en sanidad, están cada vez más
presentes. Han pasado de nosotros y lo han hecho porque, hagan lo que hagan,
ellos siempre de ponen a salvo. Creo que hay que dejarse de pamplinas y dar el
voto a quienes se comprometan a redoblar el gasto en servicios sociales y en
este país y ahora, el de la Inspección de Hacienda debería tener la
consideración de servicio público esencial.
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