Ayer tuve la fortuna o la desgracia, quién sabe, de asistir
como oyente a la entrevista-confesión de Lluís Carrera, director que fue tanto
de sucursales bancarias como de oficina de una caja de ahorros. Después de
oírle todo cobra sentido, pero he de deciros que me sentí como un guiñapo. Lo
dicho ayer tarde por el señor Carrera es el equivalente a menor escala, aunque,
como testimonio, de mucha más solvencia, a la estrepitosa entrevista del famoso
bróker Alessio Rastani a la BBC.
Carreras habló de algo que yo conocí en la empresa en la que
trabajé toda mi vida y que, por lo visto, es la tónica general en muchas
actividades. La política de objetivos, esa locura de crecer por crecer en la
que el verdadero objeto de la actividad empresarial se desdibuja para convertir
la realidad en cifras y estas en yugos a los que uncir a los empleados. Contó cómo
sus directivos desconfiaban de empleados como él con un sueldo decente,
criterio profesional y escrúpulos, frente a otros empleados, jóvenes y mal
pagados, para los que la única forma de alcanzar una nómina aceptable y
mantenerse en el puesto es entrar en el juego de los incentivos que muchas
veces lleva a convertir en clientes a quienes no van a poder asumir la deuda
que contraen.
Según Carreras, cada operación de "venta de
productos" de la oficina -hipotecas, tarjetas de crédito, planes de
pensiones o domiciliaciones- sumaba puntos en el marcador del empleado, que
cobraba en metálico o en especie a final de mes. Lo malo es que a cada uno de ellos
se le fija un "objetivo" que, de no cumplirse, mermaba
sustancialmente su nómina.
Naturalmente, no me acabo de caer de un guindo y sé que esto
es lo habitual en muchas actividades comerciales. Lo que ocurre es que, cuando
uno acude lleno de ilusión y de confianza, para qué decir otra cosa, en
realidad es como un cordero en manos del matarife o, como diría un castizo, en
todo un "primo".
La verdad es que no sé de qué me asombro, porque cuando yo
firmé mi pequeña hipoteca -la que me podía permitir- el mismo representante de
la central de Caja Madrid en el acto de la firma rectificó a la baja las
condiciones abusivas que había fijado el empleado de "mi" oficina en
el que confié porque me conocía desde que domicilié mi primer sueldo, como
hicieron mis hermanos, y porque conocía a mis padres que también tenían allí
sus ahorros.
Contó también el señor Carreras como desde oficinas como la
que él dirigió se sobretasaban las viviendas hipotecadas pensando, dijo él y yo
no me lo creí, que a la larga subiría el valor de las mismas, lo que permitía
empaquetar en el crédito un coche de lujo y unas vacaciones y, de paso, hacer
caja y sumar puntos a la oficina.
Uno de los economistas presentes en la entrevista, el
apocalíptico y amoral Santiago Niño, no hacía otra cosa que decir "y,
además, se fomentaba el crecimiento de la economía", un crecimiento de la
economía -añado yo- que nos ha llevado adonde estamos, un crecimiento que, como
la cocaína y otras drogas, nos estimula y nos aturde, a la vez que nos destroza moral y
físicamente el futuro.
Gemma Nierga dijo más o menso teatralmente que, para ella,
lo revelado por el director "arrepentido" -había terroristas y
mafiosos arrepentidos, habrá que añadir la categoría de bancario arrepentido-
había sido tan impactante como lo fue averiguar que los Reyes Magos no existen.
Yo creo que es mucho peor, porque saber que en realidad son los padres ayuda a
crecer y a comprender algunas cosas, pero lo de la inmoralidad de
"nuestros" bancos y cajas es muy deprimente.
1 comentario:
Vaya , que los escrúpulos no es lo suyo, hay una cosa que me consuela, y es que el tiempo pone a todo el mundo en su sitio, a todo el mundo.
Muy bueno el post
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