La publicidad, que, como dijo del asesinato Thomas de Quincey,
podría ser considerada como una de las bellas artes, es algo tan presente en
nuestras vidas que, a veces, tiene que envolverse en la nada más sutil para ser
eficaz. No creo que nadie pueda discutir que la enigmática campaña que lanzó
BMW hace unos años con el eslogan-pregunta "¿Te gusta conducir?" es
la capilla sixtina de ese estilo publicitario. Nadie o casi nadie, y mucho
menos aquellos a quienes iba destinada la campaña podía dar un no como respuesta
y ese es precisamente el primer paso para aceptar el juego, admitir que lo que
nos proponen podría servirnos. Ahí está la maestría de los autores de la
campaña, nos arrancan un sí tras el cual viene todo lo demás. Y nos lo arrancan
sin apenas enseñarnos el producto. Es más, lo que nos venden es a nosotros
mismos, un brazo con el que identificarse, asomando del coche que nos quieren
vender.
Una campaña electoral es, de alguna manera, un atracón de
anuncios, unos mejores que otros que tenemos que "tragar" en quince
días para tomar una decisión que, querámoselo o no, va a influir en nuestras
vidas los siguientes cuatro años. Por eso, los partidos echan el resto en
mítines del todo inútiles, salvo por esos segundos en que se enciende la
lucecita y el candidato suelta, las más de las veces sin venir a cuento, la
frasecita que ha de aparecer en el directo del telediario de máxima audiencia.
Una para cada día y, a ser posible, que rebata con ingenio las propuestas
rivales. Caben incluso chistes y gestos que un político sólo se permiten los
políticos cuando son candidatos: coger niños en brazos, besar ancianitas o
dejarse coger el brazo por el pesado de turno.
Esa parece la liturgia obligada para esa "misa
mayor" de la democracia que son las elecciones. Pero, al fin y al cabo, es
sólo eso, liturgia.
Lo más difícil es desnudar el programa, ese contrato que
nunca o casi nunca se cumple sin que al inquilino le desahucien de La Moncloa,
de cualquier arista que pueda provocar el rechazo de quienes aún no saben a
quién votar o, ni tan siquiera, si van a votar. Y eso porque, como saben muy
bien los directores de campaña de cada candidato, ante un electorado tan polarizado
como el nuestro, tiene más posibilidades el que menos rechazo genera.
El eslogan "Súmate al cambio" y ese programa
electoral nebuloso que pretende bajar los impuestos a quienes viven de las
rentas y devaluar aún más el trabajo a base de facilitar el despido y recortar
los derechos es como ese "¿Te gusta conducir?". Al fin y al cabo no
dice nada. Pero, para un conductor es difícil responder no a la cuestión, como,
para alguien que lo está pasando mal, es difícil no sumarse a un cambio. Lo que
ocurre es que hay que tener muy claro, tanto si podemos permitirnos un BMW,
como si nos conviene un Rajoy en la Moncloa y, mucho menos, sin haber visto el
coche y las condiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario