Añoro aquellos años de la inocencia y el tiempo lento en que
las cosas que importaban eran sólo las que pasaban a nuestro alrededor.
Incluso, si no nos afectaban de lleno, ni siquiera llegaban a inquietarnos. Me
hubiese gustado vivir esos días canarios que tantas veces me ha recordado mi
amigo Fernando Delgado, en que esperaban la llegada de los barcos de América o
de la Península, con periódicos llenos de noticias alejadas miles de kilómetros
espacio y días en el tiempo, que, sin embargo, leían con avidez.
Hoy todo es distinto. Hoy convivimos con el torrente
continuo de la información, que salpica nuestras vidas y que, a veces, se lleva
por delante nuestra tranquilidad. Tal y como lo he escrito, pareciera que yo,
que me he ganado la vida ejerciendo el periodismo en el medio más inmediato
entonces, la radio, reniegue de esa inmediatez. Y, en cierto modo es así.
En los tiempos en que vivimos, es tanta y tan exhaustiva la
información que recibimos que las más de las veces sólo nos queda de ella el
primer impacto, porque pronto se ve superada por otra que ocupa su lugar en
nuestro pensamiento, sin siquiera habernos dado tiempo a asimilar, analizar y
sacar conclusiones sobre la primera. Es el corolario de una de las pocas cosas
que, sobre el periodismo, aprendí en la Universidad: "El exceso de
información conduce a la desinformación" y nos vuelve mucho más fáciles de
manipular, añado yo.
Volvamos a las Canarias y pensemos en toda la angustia que
están viviendo los vecinos de la isla del Hierro a propósito de ese volcán sin
nombre y quién sabe si sin futuro que se fragua bajo sus pies. En el caso de los
vecinos de La Restinga, la zona más cercana a sus bocas submarinas, la angustia
está justificada, pero ¿y la nuestra? que nos desayunamos, comemos y cenamos
con "la última hora" del volcán.
Es sólo un ejemplo, pero hay muchos, especialmente en lo que
hemos dado en llamar la "crónica negra" que ha pasado de los
reportajes más o menos truculentos de El Caso al empacho de datos,
declaraciones y "reconstrucciones" que exageran y deforman la
realidad hasta la náusea, convirtiendo a cada espectador -la televisión es su
mejor caldo de cultivo- en policías, jueces y expertos en no sé qué.
Otro tanto está ocurriendo en los últimos tiempos con la
economía y la película. Nos cuentan lo que puede pasar antes de que pase y,
luego, las cosas pasan o no pasan sin que recordemos lo que nos contaron, pero
evidentemente influidas por nuestra reacción ante lo que nos habían contado.
Mi opinión es que nos toman el pelo, que condicionan nuestras
reacciones y nuestro comportamiento con todas esas agendas, previsiones y
especulaciones y que hay quien cabalga nuestro futuro tirando de las riendas de
nuestra angustia.
No hace mucho, escuché en la radio a una inmigrante, creo
que dominicana, aunque no estoy seguro, que contaba como ahora se dedica a
enseñar la danza del vientre, pero que en su país había ejercido el periodismo
de investigación, con algún premio y todo, tal y como dijo. Cuando le
preguntaron por las razones que la habían traído a Europa para ganarse la vida
en algo tan distinto, respondió que, en su país los bancos y los inversores se
habían hecho con la propiedad de los medios y que ya no había sitio para el periodismo
que ella sabía y quería hacer. ¿Os suena?
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