Uno cree que los juegos son una cosa y la vida es otra. Pero
no. Con el tiempo, uno va cayendo en la cuenta de que los juegos, especialmente
los llamados "de mesa" no son sino una parábola de la vida, una
especie de simulador virtual, sin software ni pantalla, que nos permite cambiar
por unos momentos el rol de nuestras vidas. Por eso, en todos estos juegos
impera una constante: la banca siempre gana. Los derechos, las ventajas, la
imposición de las normas, están siempre del lado de quienes asumen ese papel sobre
el tablero, un papel que, las más de las veces, se compra y se vende.
La vida real, de la que procede el modelo, se empeña,
además, en parecerse a la arbitrariedad del azar y en lo que tiene de
implacable el juego. La vida real quita y da fortunas, pequeñas y grandes, sin
que, las más de las veces, no haya otra explicación para ello que una racha de
suerte.
Lo de que la banca siempre gana es tan inamovible que,
cuando algo o alguien se imponen sobre ella, cuando algo o alguien le hacen
morder el polvo de la derrota, reacciona con la indignación del ofendido o las
lágrimas de cocodrilo del que pide que alguien se haga cargo de sus deudas. La
banca que se lleva un tanto, por pequeño que sea, de cada uno de nuestros actos
económicos, comprar o vender, cobrar y pagar o ingresar o retirar dinero,
escondida detrás de un número de cuenta corriente o de una tarjeta de crédito,
no gusta de que alguien le exija que garantice que nuestro dinero en sus manos
sea real y no un montón de pisos sin vender o unos terrenos que ya no se
construirán.
La banca no se acuerda en momentos como estos del esfuerzo
que han hecho los poderes públicos para que no quedasen con el culo al aire en
un hipotético "corralito" que, por desgracia, tuvimos más cerca de
los que creemos. La banca no se acuerda de todas las pifias en que ha estado
metida desde que comenzó todo esto. La banca tampoco se resta un euro de los
dividendos que reparte entre sus accionistas ni de las pensiones y los bonus
que reserva para sus directivos.
La banca siempre gana, pero no suelen contárnoslo tan
crudamente, porque la banca ha tenido desde tiempos inmemoriales la buena
costumbre de ser muy cariñosa con esos "líderes de opinión" a los
que, si no tiene a sueldo directamente, siempre encuentra una manera de
compensar para que allá donde abran su "pico de oro" haya una
justificación para lo que (nos) hace.
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