Despertar agridulce el de hoy, con una de cal, la
impresionante respuesta que tuvo ayer en todo el mundo la convocatoria por un
cambio global del sistema, y otra de arena, como lo es el resultado de las
últimas encuestas que, de confirmarse en las urnas el 20 de noviembre, llenarán
de gaviotas sonrientes, si no reidoras, el hemiciclo del Congreso, dejándome
con la misma angustia que tenía Tippi Hedren en "Los pájaros" de
Hitchcock.
Alguien se ha comido todas las galletas que había en el
tarro -los banqueros- y, cuando reclamamos las que por lógica nos corresponden,
en lugar de repartírnoslas, los gobiernos que hemos votado, aquí y en el resto
de Europa, vuelven a llenar el tarro, al que siguen abrazados los banqueros.
Nunca se ha tardado tanto en aplicar el tratamiento correcto
a una enfermedad de diagnóstico tan claro. Las calles de medio mundo, repletas
de indignados, lo demostraron ayer. De momento, esa marea humana, esa fiebre
que confirma que algo va mal, no ha abandonado su actitud digna y tranquila,
pero la paciencia de alguno de ellos puede agotarse y, desgraciadamente, es lo
que buscan quienes resumen aviesamente una jornada tan tranquila como la de
ayer, sin apenas incidentes, con la foto más violenta que han encontrado de los
únicos disturbios graves, provocados en Roma por un grupo organizado y
posiblemente de ideología fascista, perfectamente organizados y quién sabe si
dirigidos y pagados por alguien.
Lo único que está claro es que ningún organismo es capaz de
sobrevivir cuando las células que lo componen carecen de alimento y que el que
llegue al inevitable colapso es sólo cuestión de tiempo... o de poner en
práctica una cirugía de emergencia que extirpe el tumor en el que se ha
enquistado los bancos que consume todas las energías de tan fracasado sistema.
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