A poco más de seis semanas de la celebración de las
elecciones, el PP no ha desvelado ni mucho ni poco de su programa. Uno tenía la
esperanza de que el partido que según las encuestas va a gobernar España los
próximos cuatro años aprovechase su convención nacional en Málaga para hacerlo,
pero, a la espera de la intervención estelar de Rajoy en la misma, ya la he
perdido del todo. Ni es su estilo, ni el líder del PP parece estar interesado
en poner sus cartas boca arriba.
De modo que parece que la susodicha convención va a quedar
como un gran baile de máscaras en el que los asistentes están aprovechando y aprovecharán,
como suele ocurrir, para insinuarse unos a otros y, si es menester y las
circunstancias son propicias, decirse las procacidades oportunas al oído.
Todos enmascarados y escondidos para parecer lo que no son,
para esconder los defectos y mostrar las virtudes. El marqués vestido de
harapos y el harapiento, si es que dejan entrar, de marqués; la fea de hermosa
dama y la guapa de bruja; los altos de bufones jorobados, los flacos de gordos
y, así, hasta que la imaginación se agote.
Curiosa ceremonia, porque en todas las mascaradas siempre
hay alguien que no se despinta, alguien que por más que invierta en disfraces y
pelucas acaba siendo reconocido por todos. También en el baile de Málaga, al
que Aznar acudió disfrazado del Aznar más estridente y aguafiestas, tratando de
anegar el espacio para la esperanza de que ETA anuncie su final, simplemente,
porque no le vendría bien a las expectativas electorales de su partido. También
era reconocible, muy reconocible, el descarado y amoral populismo de Federico
Trillo, el del viento de Levante de Perejil, el que se plantó entre los restos
del Yak 42 bajo un paraguas que alguien manejaba por él, como si estuviera a
las puertas del Ritz en un día de lluvia, que no dudó en anunciar la
implantación de la cadena perpetua, para calmar a los consumidores de tanta
basura amarilla como se les ofrece en televisión.
Quienes nos cuentan que van a acabar con el paro y van a devolvernos
la prosperidad pasada, esos no se han quitado la máscara, tampoco los que
aseguran que van a salvaguardar nuestro Estado de Bienestar a tijeretazos, y
eso que, como se encargó de recordar la condesa de Sol, toda ella ansiedad y
prisas, sólo quedan cuarenta y cinco días para que, por obligación se caigan
las máscaras.
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