Fue Sigmund Freud quien en su "Psicopatología de la
vida cotidiana" introdujo el término "acto fallido" como una
especie de traición que nos hace el inconsciente llevándonos a decir
lo que, en realidad, no queríamos decir conscientemente. La vida de cada uno
de nosotros está repleta de esos actos fallidos y no digamos ya, si de lo que
hablamos es del día a día de nuestros políticos.
No hace falta dejar un micrófono abierto cerca de ellos para
saber que la mayor parte de ellos viven en una constante impostura. A
veces, basta con dejarles hablar sin papeles delante de un micrófono amigo,
para que ellos mismos acaben delatándose y evidenciando lo que en realidad
piensan o lo que de la realidad pretenden ocultarnos. A veces el elefante que
nos quieren ocultar y que da vueltas en su cabeza acaba asomando la trompa por
sus bocas.
Estoy hablando de aquel "salvo algunas cosas" con
que -aún no sé si por torpeza o por esa necesidad de jugar a dos paños
inherente a nuestro ambiguo presidente- llevó a Rajoy a desactivar la
rotundidad con que pretendía desmentir cualquier irregularidad contable en su
partido, nada más estallarle en las manos el escándalo de los papeles de
Bárcenas y los famosos sobresueldos circulando en sobres por los pasillos de la
sede nacional del PP. Eso, por no hablar de aquel "nadie
"prodrá" probar nada contra él" que, referido al ex
tesorero que él mismo nombró y se ocupó de ascender al limbo del Senado antes
de saber que bastante más que ese "algunas casas" con que, al
otro lado de la pantalla de plasma, le traicionó el subconsciente en uno
de los momentos más cruciales de su carrera política.
Y es que debe ser duro, muy duro, llevar dos discursos, no
sólo distintos, sino opuestos dentro de la cabeza: el de la verdad inconfesable
y el de la fábula en que se basan su carrera y su prestigio. Algo tan difícil
como le resultó a Bárcenas llevar dos libros de contabilidad
distintos e independientes. Tanto que, al final, aparecen esos agujeros de
gusano que comunican las dos dimensiones contables, las dos realidades de
ingresos y gastos, decentes e indecentes, como en el discurso de sus jefes
aparecen esos agujeros que comunican la mentira consciente con la verdad
inconsciente.
Pues bien, ese fenómeno que describió hace casi un siglo el
padre del psicoanálisis, no es exclusivo de Rajoy, también se da en su aplicada
vicepresidenta, la impoluta -al menos para la prensa alemana- Soraya Sáenz de
Santamaría, que, a propósito del borrado y destrucción de los discos duros
de los ordenadores utilizados por Bárcenas, habló de "los partidos como
empresas". Acabáramos. Al final la virginal Soraya lo dijo: los partidos
actúan como empresas. Empresas que buscan el beneficio, pero no el de la
sociedad a quienes presuntamente representan, sino el propio y como
cualquier detergente mienten en la publicidad sobre su eficacia limpiadora
y sacrifican a una parte de la plantilla social en eres crueles e injustos,
traiciones a cualquier código ético, luchas despiadadas por el privilegio de
ocupar un despacho, falseamiento de cuentas, discursos tan llenos de buenos
propósitos como falsos y huecos y un largo etcétera de todas esas prácticas
innobles e inconfesables que, quienes trabajamos o hemos trabajado en una, estamos hartos de
ver en las empresas.
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