jueves, 19 de septiembre de 2013

FIAR EN OTROS

 
 
Entre las muchas y a veces ingeniosas definiciones que hay de la política creo que falta una, a lo mejor no, que la describiría como el arte de no tener nunca la culpa o el de encontrar siempre algo o a alguien a quien echársela. Lo comprobamos a cada minuto y, si además somos madrileños, a cada segundo, y nos sobran los ejemplos.
Si para llegar al ayuntamiento Ruiz Gallardón necesita hacernos creer que Madrid será olímpico, sea. Con el mayor de los desparpajos y cargado de babeantes superlativos nos hace creer por dos veces, no sólo que esta vez -2016 y 2020- lo será, sino que él seguirá siendo fiel al compromiso adquirido con los madrileños. Luego, su espíritu de servicio le llamará como ministro de Justicia del gobierno de Rajoy, quien, por cierto, debe invertir horas y horas en buscarse el puñal en la espalda cada vez que nuestro escurridizo ex alcalde le enjabona bien enjabonado.
Al final, después de centenares, qué digo centenares, miles de millones de euros invertidos Madrid ha sido desalojado por tres veces de su artificial paraíso olímpico. La última, estando la vara de alcalde en manos de Ana Botella, que, gracias al sospechoso silencio de Gallardón, tan dado a posar en las fotos, si está seguro de salir guapo, claro, anda comiéndose el marrón, acompañado de un relajante café con leche, en alguna terraza de la Plaza Mayor. Gallardón se ha quitado de en medio, como se quita uno de debajo de un chaparrón.
Pero no sufráis, porque doña Ana, la alcaldesa, también se ha puesto a cubierto y lo ha hecho con el impermeable de la maldad del COI, capaz de engañarnos y de no creer en las bondades de un Madrid austero y simpático para recibir a atletas y visitantes, repletos de camareros dispuestos a servirles café con leche y cenas románticas, con su inglés de Mangold, en terrazas y restaurantes.
Del final del sueño olímpico tuvo la culpa el COI, pero ¿y de lo que está tardando en materializarse la pesadilla de Eurovegas? Ahí, los apostantes embaucadores han sido, cada uno a su manera y, a veces, escondiéndose las cartas unos a otros, la ex presidenta Esperanza Aguirre, que se quitó de en medio, dimitiendo de la presidencia de la comunidad, cuando el proyecto dejó de estar tan claro, pese a lo que, al parecer, siguió en contacto con el padrino Adelson, a espaldas del pringado de su sucesor, que se enteraba por la prensa de su agenda en el proyecto.
El dinero necesario para convertir un erial en una nueva Las Vegas no aparece, porque no hay nada más cobarde que el dinero y son tantas las concesiones legales y tanto el dinero público para llevar adelante el proyecto que tiene que hacer y poner un gobierno desprovisto de futuro y de la confianza que se lo diese, en un país que es, y lo va a ser aún más, de pobres. El dinero no aparece y el señor González, don Ignacio, nos quiere hacer creer que es por un quítame allá esos humos, cuando, en realidad, lo que Adelson quiere, y al parecer alguien le ha prometido, es que nosotros pondremos el culo, mientras el dinero y el trabajo se lo llevan otros, porque exige que los premios coticen a las haciendas de los países de origen de los jugadores y unas condiciones laborales al margen de las que reconoce la legislación española. Y, claro, ningún gobierno que se precie, salvo gente sin escrúpulos y sin futuro como González, parece dispuesto a bajarles los pantalones a los que luego les han de votar.
Otro tanto está pasando con Mas y su proyecto soberanista del que anda ya reculando, culpando de sus pocas posibilidades de éxito a la salida de la Unión Europea que conllevaría la independencia que, entre otras cosas, espantaría a los inversores del proyecto de mega casinos -e todas partes cuecen habas- de Barcelona World. O que decir del hombre de confianza de Rato y Blesa en Caja Madrid y Bankia, que, después de años de cobrar una pasta por esa confianza, ayer, ante el juez negó, como Pedro a Jesús, a la hora de asumir responsabilidades sobre la salida a bolsa del banco hoy en manos del Estado.
No hay vuelta de hoja, lo importante no es no tener la culpa, sino tener a quién echársela, lo que importa es saber reconducir nuestros fracasos achacándoselos a imponderables o, lo que es más fácil a otros. Nuestros políticos llevan décadas fiando en otros  sus proyectos cuando se tambalean. Otra cosa es lo que ocurre a la hora de ensartarlos en el anzuelo electoral. Entonces, tales proyectos son fruto de su desvelo y su amor por nosotros y nuestro bienestar.
 
 
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