Entre las muchas y a veces ingeniosas definiciones que hay
de la política creo que falta una, a lo mejor no, que la describiría como el
arte de no tener nunca la culpa o el de encontrar siempre algo o
a alguien a quien echársela. Lo comprobamos a cada minuto y, si
además somos madrileños, a cada segundo, y nos sobran los ejemplos.
Si para llegar al ayuntamiento Ruiz Gallardón necesita
hacernos creer que Madrid será olímpico, sea. Con el mayor de los desparpajos y
cargado de babeantes superlativos nos hace creer por dos veces, no sólo
que esta vez -2016 y 2020- lo será, sino que él seguirá siendo
fiel al compromiso adquirido con los madrileños. Luego, su espíritu de servicio
le llamará como ministro de Justicia del gobierno de Rajoy, quien, por cierto,
debe invertir horas y horas en buscarse el puñal en la espalda cada vez
que nuestro escurridizo ex alcalde le enjabona bien enjabonado.
Al final, después de centenares, qué digo centenares,
miles de millones de euros invertidos Madrid ha sido desalojado por
tres veces de su artificial paraíso olímpico. La última, estando la vara de
alcalde en manos de Ana Botella, que, gracias al sospechoso silencio de
Gallardón, tan dado a posar en las fotos, si está seguro de salir guapo, claro,
anda comiéndose el marrón, acompañado de un relajante café con leche, en alguna
terraza de la Plaza Mayor. Gallardón se ha quitado de en medio, como se quita
uno de debajo de un chaparrón.
Pero no sufráis, porque doña Ana, la alcaldesa, también se
ha puesto a cubierto y lo ha hecho con el impermeable de la maldad
del COI, capaz de engañarnos y de no creer en las bondades de un Madrid austero
y simpático para recibir a atletas y visitantes, repletos de camareros
dispuestos a servirles café con leche y cenas románticas, con su inglés de
Mangold, en terrazas y restaurantes.
Del final del sueño olímpico tuvo la culpa el COI, pero
¿y de lo que está tardando en materializarse la pesadilla de Eurovegas? Ahí,
los apostantes embaucadores han sido, cada uno a su manera y, a veces,
escondiéndose las cartas unos a otros, la ex presidenta Esperanza Aguirre, que
se quitó de en medio, dimitiendo de la presidencia de la comunidad, cuando
el proyecto dejó de estar tan claro, pese a lo que, al parecer, siguió en
contacto con el padrino Adelson, a espaldas del pringado de su sucesor, que se
enteraba por la prensa de su agenda en el proyecto.
El dinero necesario para convertir un erial en una nueva Las
Vegas no aparece, porque no hay nada más cobarde que el dinero y son tantas las
concesiones legales y tanto el dinero público para llevar adelante el proyecto
que tiene que hacer y poner un gobierno desprovisto de futuro y de la confianza
que se lo diese, en un país que es, y lo va a ser aún más, de pobres. El dinero
no aparece y el señor González, don Ignacio, nos quiere hacer creer que es por
un quítame allá esos humos, cuando, en realidad, lo que Adelson quiere, y al
parecer alguien le ha prometido, es que nosotros pondremos el culo, mientras el
dinero y el trabajo se lo llevan otros, porque exige que los premios coticen a
las haciendas de los países de origen de los jugadores y unas condiciones
laborales al margen de las que reconoce la legislación española. Y, claro,
ningún gobierno que se precie, salvo gente sin escrúpulos y sin futuro como
González, parece dispuesto a bajarles los pantalones a los que luego les han de
votar.
Otro tanto está pasando con Mas y su proyecto soberanista
del que anda ya reculando, culpando de sus pocas posibilidades de éxito a la
salida de la Unión Europea que conllevaría la independencia que, entre otras
cosas, espantaría a los inversores del proyecto de mega casinos -e todas partes
cuecen habas- de Barcelona World. O que decir del hombre de confianza de Rato y
Blesa en Caja Madrid y Bankia, que, después de años de cobrar una pasta por esa
confianza, ayer, ante el juez negó, como Pedro a Jesús, a la hora de asumir
responsabilidades sobre la salida a bolsa del banco hoy en manos del Estado.
No hay vuelta de hoja, lo importante no es no tener la
culpa, sino tener a quién echársela, lo que importa es saber reconducir
nuestros fracasos achacándoselos a imponderables o, lo que es más fácil a
otros. Nuestros políticos llevan décadas fiando en otros sus
proyectos cuando se tambalean. Otra cosa es lo que ocurre a la hora de
ensartarlos en el anzuelo electoral. Entonces, tales proyectos son fruto
de su desvelo y su amor por nosotros y nuestro bienestar.
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