¿Y si fueran verdad todos y cada uno de los gestos de
Francisco? ¿Y si "el espíritu santo", cansado de la iglesia de los
ricos y poderosos, hubiese dado un golpe de timón eligiendo al jesuita como
papa? Como podréis comprender, para un ateo como yo sólo cabía contemplar con
escepticismo todos esos gestos del papa jesuita. Sin embargo hay algo en
ellos que me inclinan a la esperanza de un cambio real, siempre que
Francisco sobreviva, claro, a las conspiraciones, los recelos y los
caldos de tantos cardenales corruptos, decepcionados que se a estas
horas se deben sentir amenazados por el ciclón en que se está
convirtiendo el nuevo papa.
A estas alturas tengo la sensación de que Francisco es el
Adolfo Suárez de la iglesia católica, surgido del mismo y apolillado sistema
para cambiarlo, y temo por él. Temó que acaba teniendo el mismo o peor fin
que tuvo Suárez, condenado, primero, por los suyos y después por el mal de
Alzheimer que le ha privado -no sé si por suerte o por desgracia para él- de
asistir al presente de lo que fue la obra de su vida, y llamado como
aquel joven falangista de Cebreros a transformar una realidad que parecía
inmutable.
Lo que está consiguiendo que cambie mi opinión sobre este
papa, al igual que lo que consiguió que cambiara la imagen que un joven
antifranquista podía tener de quien había sido ministro secretario general de
aquel Movimiento inmovilista que se inventó Franco para decirnos qué y cómo
podíamos y no podíamos hacer, es que los gestos que hace están siendo
coherentes con los pasos que está dando en el seno de la iglesia de Roma.
Sin embargo, al igual que Suárez tuvo en su contra a
bastantes, de esos viejos generales y almirantes, tan acostumbrados a
privilegios y prebendas, como para considerar cualquier asomo de
libertad que se nos concedía que se nos concedía al resto de los mortales,
era una ofensa a su uniforme y su pasado que había que vengar con sangre... al
igual que a Suárez, creo que los almirantes y generales de la iglesia, los
obispos y cardenales, van a hacer lo posible para maniatar a este papa, si no
es que intentan un golpe de Estado o algo peor.
Tal parece que a Francisco no le hace falta un Fernando
Ónega que le inspire aquel "puedo prometer y prometo" porque parece
brillante y habilidoso y ha sabido desde el primer momento que debe pisar los
palacios vaticanos lo menso posible para no caer en las garras del sistema
político más antiguo y más inmovilista de los que hemos conocido. Hace unos
días leía un titular que recogía algo tan obvio como que el Opus Dei desconfía
de Francisco y no me extraña porque la secta a la que se dice que perteneció
Adolfo Suárez, se hizo muy poderosa durante el reinado de Juan Pablo
II, no perdió del todo sus privilegios con Benedicto XII, pero parece
que, si consiguen mantenerlos, no va a ser por gracia de Francisco, sino por
toso el rancio poder que han acumulado.
Lo dicho por el Papa a la revista La Civiltà Cattolica, de la compañía de la que formó parte
hasta alcanzar sus cargos en la iglesia, es de lo más revolucionario que se ha
escuchado de un responsable de la jerarquía católica y tan inquietante para sus
viejas estructuras como lo fue la publicación de "El origen de las
especies" en el XIX. No sé qué va a ser de la mayoría de nuestros
obispos y párrocos si tienen que abandonar su obsesión por el matrimonio
igualitario o el aborto. No sé qué va a ser de todos esos obispados y
órdenes religiosas, cargados de propiedades y privilegios fiscales, si tienen
que ponerlos al servicio de desahuciados e inmigrantes sin papeles. No sé a qué
se van a dedicar si dejan de meter sus narices en las camas de quienes son sus
fieles y quienes no lo son. No sé qué va a ser de ellos sin esa
"injerencia espiritual en la vida personal de los ciudadanos" que tan
bien se les da. Tendrán que ponerse a trabajar y eso, como escribió
Sciascia, cansa.
Adolfo Suárez y el papa Francisco tienen algo en común. Si
éste consigue culminar su obra como aquel el futuro del mundo será muy
diferente, tanto como lo fue la España esperanzada que surgió de sus reformas.
Y lo va a ser tanto para los católicos como para el resto de los ciudadanos del
mundo, como lo fueron las reformas de Suárez para sus votantes y para el
resto de los españoles.
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